Mens sana in
corpore tullido. Bajo esta voluntariosa y finalmente falsa máxima, los detritus
y residuos de un absurdo y apolíneo cuerpo social intentan sobrevivir en el
mundo del año 2012. Un mundo, parte de un Universo ya explorado y repoblado,
dividido en dos facciones irreconciliables: la plastificada realidad habitada
por la Gente guapa; estúpida y encantada de reconocerse en su abúlica vida
envasada al vacío, y otra paralela, oscura y sórdida, por la que moran los
Mutantes; seres feos, tontos, sucios física y mentalmente, congregados bajo su
condición de parias sociales, rechazados y perseguidos por no encajar en el
diminuto canon estético que parece haber colonizado la escasa razón de una
humanidad imbécil.
Pero un
grupúsculo terrorista Mutante férreamente liderado por Ramón Yarritu (un
imponente Antonio Resines) y conformado por los hermanos siameses Álex y Juan
Abadie (Álex Angulo y Juan Abadie), el minusválido volante César “Quimicefa”
Ravenstein (Saturnino García), el disminuido psíquico Amancio “M.A.” González
(Alfonso Martínez), y el hemipléjico José Óscar “Manitas” Tellería (Karra
Elejalde), perpetra los más chapuceros atentados contra gimnasios y clínicas de
fertilidad convertidas en símbolos de opresión, secuestra cirujanos plásticos y
asesina culturistas y modelos, resistiéndose a ceder ante el imperio de lo bobo
y que pretende asestar su último golpe en nombre de su organización Acción
Mutante: el secuestro de la hija de un magnate de la industria de las galletas
integrales (Fernando Guillén).
Este
superficial, por puramente físico, antagonismo es la base cómica y dramática de
la ópera prima del realizador Álex De
la Iglesia[1]
Acción mutante, film que
consecuentemente lleva el conflicto que lo cimenta a la médula del film,
echando por la borda toda introspección. Así, y abandonando de entrada toda
visión humanista -pero también moralista- del, a cada día que pasa más
lamentablemente lúcido, retrato de una sociedad esclavizada e idiotizada por el
culto al cuerpo, Acción mutante se
reafirma en su celebración de lo retorcido y lo grotesco como una película física, en el que las imágenes se
sobreponen con mucho a los diálogos, y su forma a su fondo. Un fondo, resumido
en líneas muy generales algo más arriba, que se anega intermitentemente en una
mixtura genérica en la que todo cabe y, hasta cierto punto, todo se sostiene
gracias a la rabiosa energía que se desprende de todos sus ingredientes:
lugares comunes tomados de géneros tan aparentemente dispares como son el cine
de ciencia ficción, el costumbrismo cañí en su vertiente más esperpéntica y
vociferante, el cine de terror sanguinoliento y viscoso, la comedia, el más
árido spaghetti western, el cine de
acción, unas gotas de frustrado romanticismo… todos ellos condimentos que
pelean por ser la base de un plato que, sin embargo, se sustenta en sus mejores
momentos en la farsa más vitriólica y el buen hacer del máximo responsable de
la película y su equipo, pero que en los peores adolece de un desarrollo de su
guión que deja bastante que desear teniendo en cuenta su jugoso punto de
partida[2].
Así, y siendo Acción mutante un film
que muy bien podría dividirse en dos mitades estéticamente muy diferenciadas,
el desarrollo de la primera parte, la que narra las idas y venidas de la
chapucera banda terrorista y su progresiva convicción de que su líder les toma
el pelo, peca de un exceso de diálogos no demasiado inspirados que aportan poco
o nada al film, ninguneando la faceta más interesante de lo que promete la
película: los atentados perpetrados contra la Gente Guapa. Y en cuanto a la
segunda, que tiene lugar en el planeta Axturias -en el que viven un grupo de
mineros enloquecidos sin la más mínima compañía femenina- siendo mucho más
estereotipada resulta inesperadamente, y
quizás precisamente por eso, más ágil en su desarmante histerismo -con una
mención especial a la grotesca familia de paletos axturianos (interpretados por Paco Maestre, Santiago Segura, David
Gil y Carlos López Perea) retratados con un hilarante y surrealista salvajismo-
y su introducción en el género aventurero, pese a que parece algo deslavazada
de la premisa de la que partía la película.
Ante un fondo
tan descompensado en el que todo cabe sin llegar nunca a desarrollarse
plenamente, el vestuario, la iluminación, decorados, maquillaje y efectos
especiales, condensados todos ellos por una muy buena labor de planificación, tan
ágil como el ritmo que llega a espolear Acción
mutante, salvan una película que sin lo anterior muy probablemente habría
hecho aguas hasta deshacerse a poco de echar a andar. Afortunadamente, De la
Iglesia sabe no sólo planificar competentemente, explicando y transmitiendo
ideas mientras expone los hechos que ocurren en el film, sino aportar unas
indispensables dosis de emoción y atmósfera que pergeñan una intermitente pero
indudable energía en la película densificando su rica puesta en escena… aunque
esta potencia narrativa se ve a veces lastrada y otras potenciada por el
elemento más llamativo y característico del film de De la Iglesia: su sentido
del humor.
Un humor en
sus mejores momentos negro como el carbón, bufonesco en sus líneas generales,
que en ocasiones provoca carcajadas ninguneando de paso los socavones de la
lógica del guión y en otras resulta hasta aburrido en su falta de gracia, pero
que siempre produce una distancia crucial para el visionado de Acción mutante y lo que en ella ocurre.
Sus constantes e irreverentes cambios de tono, a veces afortunados pero otras
haciendo imposible implicarse en lo que se está contemplando, su desaforado y
festivo uso de la violencia, con la que el realizador se ensaña tanto en las
estúpidas víctimas que sólo viven para quemar calorías como en las constantes
perrerías a las que se someten los miembros de la banda Acción Mutante, crea
una tabula rasa moral que los iguala
a todos y todo como un espectáculo con un único objetivo: divertir y entretener.
Pese a la suciedad de los ambientes, su agresividad, y la misantropía que
destila una lamentable visión de la humanidad separada por su visión de lo
físico pero casi indistinguible en su estupidez e hipocresía, la violencia
acaba siendo tan blanca en su desatado sadismo que divierte por excesiva sin
llegar nunca -y visto lo visto, para bien- a perturbar.
Acción mutante se
plantea, de este modo, como una juerga. Una fiesta que invita a su público a
participar y regodearse en el vociferante caos que parece engullir todos los
planes de sus personajes y las relaciones entre ellos. Las constantes
referencias a la cultura popular, ya sean cinematográficas, televisivas, o del
mundo del cómic y del menos respetado tebeo[3],
tiende puentes con unos espectadores capaces de reconocer los guiños sin que
estos lleguen a justificar la calidad de una película que se sustenta sin
ellos, pero sin los que no sería la misma. Como tampoco lo sería de no ser por
el elemento que más aproxima Acción
mutante a su público: su inesperado localismo. Pese a su lujoso envoltorio de ciencia
ficción, cuya estética hace de sostén formal de todas las demás, y disimulado
entre las capas y capas de sangre sudor y mugre que son el hábitat natural de
los Mutantes, lo más memorable del film de De la Iglesia acaba siendo su
condición de gruesa y paródica parábola -pero parábola al fin y al cabo- de
algunos de los elementos más oscuros y tristemente célebres de las realidades
vasca y española del año 1992 en que tuvo lugar su producción. Los obvios
paralelismos entre la atontolinada banda terrorista Acción Mutante[4]
y la nefasta y real organización terrorista ETA[5]
comienzan con los nombres de los miembros del grupúsculo Mutante, -“alias”
incluidos- casi todos ellos vascos, y se subraya con ejemplos tan rotundos como
una escena en la que “Manitas”, miembro de la banda de minusválidos criminales,
finge ante un control policial ser un pescador ataviado con una boina, pañuelo
anudado al cuello y un inconfundible deje euskera en su acento pese a
encontrarse en el espacio… En un registro algo más atemperado en su sátira, la esperpéntica
cobertura mediática de los secuestros, la gratuita y automatizada violencia
policial que aporrea y dispara antes de leer un solo derecho, una casi profética
visión sobre la televisión como forma de espectáculo antes que como medio
informativo rozando lo berlusconiano,
son algunos de los ejemplos que pueden contemplarse en el film integrados en un
todo que diluye lo negrísimo -y, esta vez sí, perturbador en su gozosa
incorrección política, más aún en el instante en que se estrenó la película- de
estos elementos al situarlos en un contexto tan heterogéneo como propio del
cine de evasión en el que sus
responsables parecen haberse divertido tanto como pretenden que lo haga el
público.
A cambio, y
sin dar el brazo a torcer en su personal ánimo de entretener, Acción mutante aligera todo elemento que
pueda perturbar el buen ánimo de su entregado público y opta por encarrilar
todo lo anterior hacia la adhesión a la causa Mutante y su retorcido y
desenfrenado sentido del humor sin por ello respetar en lo más mínimo la
integridad -sobretodo física, pero también de cualquier otro tipo- de sus
personajes, títeres al servicio de una historia tan irregular como sus cuerpos,
usados antes como elementos estéticos, abatibles y maleables a placer, que
humanos. Lo que no implica que no resulten próximos en su “realista” y mundana
variedad y una naturalidad que el excelente maquillaje del film no logra
sepultar. A la masa prácticamente anónima y colorista de la Gente Guapa, casi
ausente del film quizás porque por su condición de parábola el mundo de los
Guapos era (y, como no, es) el que ya existía fuera de la
pantalla por lo que toda presentación o desarrollo sería gratuito, repelente en
su inhumana asepsia, Acción mutante
contrapone a los mugrientos Mutantes como gente con nombre y apellidos y
protagonistas de gran parte del metraje vertebrando así el punto de vista,
distanciado por el sentido del humor que más arriba se comentaba, bajo el que
está planteada la película y lo que en ella se narra. De esta manera, y gracias
a un muy buen trabajo interpretativo -especialmente en lo que a Antonio Resines
se refiere, que otorga a su traicionero personaje una extraña dignidad y aplomo-
los Mutantes no sólo resultan cercanos y humanos
en su patetismo, sus celos, traiciones por los motivos más crematísticos,
enfados, dudas y frustrante incapacidad para llevar a cabo el más simple de los
planes, sino que se erigen como un violento corte de mangas a un mundo tan
idiota como ellos, pero además culpable de estar encantado de serlo en su
ensimismado y tibio mundo feliz. Acción
mutante se plantea, de este modo, como una revancha que encuentra apoyos
para su venganza contra un mundo y un universo idiota -a imagen y semejanza de
la España de entonces- en lo retorcido, lo desechable y lo considerado sucio e
inmoral -como el sadismo o la misoginia que corroe el metraje del film de cabo
a rabo- con una frontalidad tan superficial como vivificante es la película en
su ligereza y rechazo a toda coartada más
o menos cultural o falsamente matizada.
No por casualidad, uno de los pocos atentados de la banda que pueden verse en
el film, en el que se pretende secuestrar a la heredera del imperio
macroeconómico Industrias de Galletas Integrales Orujo en el día de su boda,
recogido en la que probablemente es la mejor escena de la película a todos los
niveles, se plantea pese a su violencia
como una juerga cómplice. Así, y bajo los compases de Aires de fiesta de Karina y los disparos de la banda armada que van
dejando un reguero de cadáveres por donde antes desfilaba la pareja de novios,
un revelador plano muestra a un robótico sacerdote[6]
-encargado de oficiar la unión en matrimonio de la histérica Patricia Orujo[7]
(Frédérique Feder) y su insoportable prometido interpretado por Enrique San Francisco- con los mecanismos encallados
en el gesto de bendecir, una y otra vez, a los aburridamente apolíneos invitados
del convite huyendo despavoridos mientras son acribillados por un jorobado que
agoniza entre carcajadas…
Acción mutante se revela
en estos momentos como una película casi política,
más o menos desvinculada de los siniestros modelos reales en los que se basa
tanto en su fondo como en su forma, un simplista pero por suerte y coherente
con sus postulados, despreocupado y alegremente festivo -y por tanto, carente
de toda pretensión- panfleto a favor de una forma de vivir enfadada, sucia y
estúpida, pero mucho más vitalista que la hueca idiotez en que parece ahogarse
una humanidad sonriente. Idéntica estrategia, igualmente bruta, a la que Acción mutante parece seguir como hedonista
película ya desde su construcción, devorando y regurgitando todo a su paso,
mezclando referencias de todo tipo, reales e imaginarias, en un goloso y
costroso espectáculo las costuras de cuyo cuerpo fílmico, tan amorfo como el de
sus protagonistas, siempre parecen a punto de agrietarse hasta reventar por
exceso de elementos sin nunca llegar a romperse. Un film que supuso un puñetazo
sobre la mesa de un cine español amodorrado en sus propios lugares comunes,
considerablemente clarividente para con un futuro en el que la pose sería norma
y que no tardaría mucho en llegar[8]…
y cuya beligerante filosofía parece resumirse en algunas de las arengas y
broncas de Yarritu a sus ineptos subordinados, incapaces de estar a la altura
de sus supuestos principios: “Basta ya de mierdas light. Todo el mundo es tonto o moderno. No somos pijos de playa ni maricones
de diseño” complementada por una posterior en que pregunta, reafirmando su
autoridad: “¿Qué somos?” recibiendo
como entregada respuesta ¡Mutantes!
Título: Acción
mutante. Dirección: Álex De la
Iglesia. Guión: Jorge
Guerricaechevarría y Álex De la Iglesia. Producción:
Agustín y Pedro Almodovar. Dirección de
fotografía: Carles Gusi. Montaje:
Pablo Blanco. Música: Juan Carlos
Cuello. Año: 1992.
Intérpretes: Antonio
Resines (Ramón Yarritu), Frédérique Feder (Patricia Orujo), Álex Angulo y Juan
Abadie (Álex y Juan Abadie), Karra Elejalde (José Óscar “Manitas” Tellería), Saturnino
García (César “Quimicefa” Ravenstein, Ion Gabella (Jorobado Maldito), Alfonso
Martínez (Amancio “M.A” González), Fernando Guillén (Orujo), Enrique San
Francisco (el Novio).
[1]Cineasta vasco perteneciente, junto con nombres como los de Julio
Médem, Enrique Urbizu, Daniel Calparsoro o Juanma Bajo Ulloa entre otros, a la
hornada de Cine Español que levantó cabeza a principios de los noventa,
logrando compensar personales visiones del cine y el mundo con algunos sonados
éxitos de taquilla y que tuvo que trasladar su actividad profesional a Madrid
por falta de infraestructuras cinematográficas en el País Vasco. Nacido
Alejandro De la Iglesia Mendoza el 4 de diciembre de 1965, de padre profesor
universitario y madre pintora, De la Iglesia vivió en su infancia entre la
escuela en la que conoció con ocho años de edad a su amigo y futuro guionista
de gran parte de sus películas, Jorge
Guerricoechevarría -según dice De la Iglesia, unidos por su falta de interés en
jugar al fútbol en el patio del colegio- y un entorno ricamente cultural en el
que se entremezclaban elementos culturalmente respetables, como la literatura, pintura y cine con otros
considerados de derribo sin
diferencia de continuidad como la televisión o los tebeos con Tintín y superhéroes de la Marvel a la
cabeza de sus preferencias. Con este espeso caldo de cultivo y tras la
repentina muerte de su padre, De la Iglesia se aficionó al dibujo y empezó a
hacer sus pinitos como historietista. Se licenció en Filosofía en la
Universidad de Deusto, de la que asegura haber pasado gran parte del tiempo en
el bar de la Universidad, donde conoció a los más variopintos personajes,
algunos de los cuales servirían como inspiración para sus creaciones
posteriores. Por aquellos tiempos, y mientras colaboraba en publicaciones como Trokola, El Correo Español, Tribuna Vasca,
Euskadi o La Ría del Ocio, entró a formar parte de la Galería Safi, improvisado grupo de “actividad artística” en
la que se ideaban performances y se
fundó el fanzine No, de siete números
de vida, en el que se desarrollará una especie de manifiesto anticultural con
el dadaísmo y el placer por el placer en el arte en su vertiente más anti
intelectualizada posible. Allí sus miembros crean la agencia de diseño y
publicidad Abismo S.L., que pronto entra a trabajar en Euskal Telebista como
decoradores del talk-show Detrás del sirimiri. Poco después, y
tras algunos pinitos como diseñador artístico en el mundo del teatro, De la
Iglesia sería llamado a filas para su primera experiencia en el mundo del cine.
Sería bajo el ala de Enrique Urbizu, al que conoció durante el rodaje de un
documental sobre comics en las Fiestas de Bilbao, para que llevara a cabo el
diseño del cartel promocional de su primera película: Tu novia está loca, en 1987. Cuatro años más tarde, el propio
Urbizu contrataría a De la Iglesia como director artístico de Todo por la pasta, pero un año antes, en
1990, De la Iglesia dirigiría su primer cortometraje Mirindas asesinas, aprovechando los escenarios de un corto que
recién acababa de ser rodado allí. Un año más tarde de tan reputado y divertido
ejercicio protagonizado por Álex Angulo, rodado en unos 16mm. en blanco y
negro, y co-escrito con Jorge Guerricoechevarría en dos días, los hermanos
Almodovar apadrinarían el debut en el campo del largometraje de Álex De la
Iglesia con el film que nos ocupa en esta entrada. Tres años más tarde, y tras
un considerable éxito de taquilla y su participación en el programa Inocente, inocente y la realización de
un maquina tragaperras llamada Marbella
Antivicio, De la Iglesia daría la campanada con uno de los grandes -y
merecidos- éxitos de crítica y taquilla del cine español de los noventa: El día de la bestia. Siendo una de sus
mejores películas, este clásico del cine español más o menos contemporáneo le
hizo merecedor del Goya a la mejor dirección y su siguiente proyecto lo lanzó a
una producción aún más ambiciosa en suelo norteamericano: la magnífica Perdita Durango, comentada en este blog
en el mes de septiembre del 2012. En ese mismo año 1997, el realizador daría a
luz a su más lograda creación hasta la fecha, curiosamente en el terreno de la
escritura con la negrísima, vitriólica y maravillosa novela corta Payasos en la lavadora, cuyos méritos
aún están por valorarse en su justa medida.
Tras una
acogida algo tibia de Perdita Durango
por parte de la crítica, De la Iglesia regresaría a territorio español con la
excelente Muertos de risa, film
incomprendido y pésimamente promocionado en su día como película cómica cuando
en realidad se trata de un drama peripatético sobre dos personajes obligados a
triturarse para hacer reir. El resultado fue una tibia acogida del film por
parte del público y las alabanzas de una crítica que en demasiadas ocasiones la
retrató como hilarante cuando la
película de la De la Iglesia iba por otros derroteros mucho más oscuros. Pero
el realizador vasco retomaría el contacto con la taquilla con la muy lograda La comunidad, rodada casi íntegramente
en decorados y a mayor gloria del espíritu de Chicho Ibañez Serrador y 13 Rue del Percebe, el film uniría a
críticos y público por igual. Cosa que no ocurriría con su primera película en
la que, además de director, se establecería como productor. En la muy irregular
y algo olvidable 800 balas, el
realizador no lograría levantar el vuelo con una idea no demasiado bien
desarrollada pese a su interés inicial. Algo que no le sucedería con Crimen ferpecto, mucho más lograda en su
modestia y con algunos de sus temas más reconocibles de nuevo en pantalla. En
el año 2005, De la Iglesia participaría en el proyecto televisivo Películas para no dormir, en homenaje a
las míticas Historias para no dormir
de Chicho Ibañez Serrador, que aglutinaba a diferentes directores españoles más
o menos relacionados con los género del horror, suspense o ciencia ficción
dándoles la oportunidad de rodar una película corta que se estrenaría
directamente en televisión y posteriormente en formato doméstico. El bilbaíno
rodaría La habitación del niño, de la
que -como respecto a los cortometrajes que el realizador no ha dejado de rodar
desde entonces- no puedo hablar por no haberla visto, pero que tuvo una buena
acogida entre crítica y público. Lo que no ocurrió con el éxito de taquilla de
la fría Los crímenes de Oxford,
producción española rodada en inglés con Elijah Wood, Leonor Watling y John
Hurt como protagonistas que aparentemente -y sólo eso- apartaba gran parte de
los temas recurrentes del realizador, amén de su estilo visual,
sorprendentemente atemperado hasta lo aséptico. Este inesperado giro de timón
estilístico tendría su pronta respuesta dos años más tarde, en el 2010, con Balada triste de trompeta, film del que
ya se hablo en este blog el mes de junio del pasado 2012. Tras ella, y con el
interludio televisivo que supuso la serie Plutón
Berbenero con obvias similitudes con Acción
mutante y que no he tenido la oportunidad de ver, De la Iglesia se puso al
frente del film La chispa de la vida,
con un inesperadamente convincente José Mota como hombre gris protagonista.
Esta furiosa y gruesa puya a la mediatizada realidad en que vivimos fue un poco
merecido, pese a no ser ni de lejos una gran película, fracaso en taquilla que
pasó ante las miradas de la crítica sin pena ni gloria. En el presente año De
la Iglesia ha estrenado Las brujas de
Zugarramurdi entre opiniones bastante divididas ante las que no puedo tomar
partido por no haberla podido ver todavía. Además de todo lo dicho, De la
Iglesia fue elegido Presidente de la Academia del Cine Español en el año 2008,
cargo del que dimitió al expresar públicamente su rechazo a la conocida como Ley Sinde que penaba las descargas de
material audiovisual a través de Internet. La inteligencia del realizador de Acción mutante, intentando buscar una
solución a un problema que podría acabar con un sistema de distribución
posiblemente ya caduco provocó algunas tensiones internas en el Ministerio de
Cultura y el mundo del cine que le hicieron desistir de su puesto a pocos días
de la gala de los Premios Goya del año 2010.
[2]El guión final de Acción
Mutante tuvo como base uno anterior, de la duración de un cortometraje,
escrito por De la Iglesia y Jorge Gerricoechevarría llamado Piratas del espacio, definido por sus
responsables como un cruce entre la magnífica El quinteto de la muerte de Alexander Mackendrick (nada que ver con
su lamentable remake perpetrado por
unos desnortados hermanos Coen estrenado aquí con el título de Ladykillers) y la entrañable Atraco a las tres de José María Forqué,
y que según parece se centraba en los dimes y diretes de la convivencia entre
mutantes siempre al borde del caos cuando aparecía dinero sobre la mesa. En
cualquier caso, fue lo que llamó suficientemente la atención a Pedro Almodovar
-con el que contactaron a través de una trabajadora de la productora de los
Almodovar, El Deseo- para decidirse a producir junto con ayudas subvencionadas
y televisivas, la cara (350 millones de antiguas pesetas o, si lo prefieren 2
millones 100000 euros) opera prima de
De la Iglesia. La producción alcanzó los dos años y medio de duración, y fue el
entusiasmo de Almodovar lo que hizo del guión de cortometraje inicial uno tan
largo como el que dio como resultado el film que nos ocupa.
[3]Desde Alien. El octavo
pasajero o en menor medida Blade
Runner, ambas de Ridley Scott, pasando por Brazil de Terry Gilliam, de las que rememora los ambientes oscuros,
tecnológicamente sucios y oxidados hasta lo tenebroso de las calles por las que
deambulan los Mutantes, algunos de los cuales recuerdan a las primeras
películas de Jean Pierre Jeunet en sus colaboraciones con Marc Caro como Delicatessen o La ciudad
de los niños perdidos y la guerra de
las galaxias como referencia más reconocible en lo que se refiere a la
trama que ocurre en el Planeta Axturias, con una mención especial para su nave
espacial La Virgen del Carmen, Acción
Mutante también toma algunas otras referencias, estas mucho más directas,
de otros pozos. La inconfundible tonadilla de Misión imposible compuesta por Lalo Schiffrin, la escena en que
Yarritu recupera su libertad, de una planificación mimética con la que John
Landis retrataba la salida de prisión de John Belushi en Granujas a todo ritmo, la familia de histéricos paletos del planeta
Axturias, muy similar al desquiciado cuadro familiar de La matanza de Tejas de Tobe Hopper o los esperpénticos y
sensacionalistas noticiarios similares a los que Paul Verhoeven sembraba como
ácidas setas venenosas por Robocop… Y
dentro del mundo del comic, De la Iglesia ha declarado en más de una ocasión la
influencia de Hard boiled del
talentoso fascistoide Frank Miller (y de su fobia a los tebeos Pumby de los que un servidor sólo ha
odio hablar a través de sus padres), sobre la que no me pronuncio por no haber
podido leer, y no es muy difícil entrever en la inoperancia del grupúsculo
mutante la que hacía memorables a los Pepe Gotera y Otilio o Mortadelo y
Filemón personajes míticos.
[4]Título no sólo del film,
sino del tema musical del grupo Def Con Dos que hace las veces de himno
de la banda terrorista de minusválidos que incluye a modo de mantra/estribillo
la frase que abre esta entrada. El éxito de Def Con Dos fue el de uno de tantos
grupos musicales del panorama español de principios y mediados de los noventa
que recogía la herencia de conjuntos similares como Siniestro Total, hermanados
en sus agresivas letras y celebración de lo grosero y lo brutal como corte de
mangas al establishment español, al
que se ridiculizaba y atacaba con letras repletas de soflamas revolucionarias.
Poco antes, grupos musicales de similares intenciones pero más agresivos en su
denuncia contra las autoridades, habían formado lo que se conoce como Rock Radical Vasco, conglomerado de
ruidosos y alborotadores músicos que denunciaban el acoso al que era sometido
una parte de la sociedad vasca nacionalista, no necesariamente relacionada con
el terrorismo etarra. Fue la época anterior a la que vio el estreno de Acción Mutante, en la que vieron la luz
personajes como Manolo Kabezabolo y grupos de nombre tan rotundo como
Lehendakaris Muertos, que alcanzó su apogeo con el declive de un PSOE ahogado
por los casos de corrupción y estalló con la entrada en la arena política del
Partido Popular bajo la dirección de José María Aznar. ¿Casualidad? Lo que es
seguro es que el film de De la Iglesia recoge una parte de las marrulleras y a
la postre ligeras energías que se desprendían de las salvajes y a veces
garrulescas letras de ese panorama musical.
[5]Desgraciadamente célebre pese a haber declarado una tregua
indefinida desde el 2011 (una tregua o abandono de las armas que, aunque
bienvenida, siempre habrá llegado demasiado tarde), la organización terrorista
vasca autoproclamada abertzale,
socialista, revolucionaria e independentista ETA (Euskadi Ta Askatasuna) nació
en 1958 como forma de oposición violenta al lamentable Régimen Franquista,
fruto de la expulsión de miembros de las Juventudes del Partido Nacionalista
Vasco. En 1961 llevó a cabo su primera acción violenta, contando con cierto
apoyo de una parte de la ciudadanía por considerarla una fuerza opositora a la
dictadura de Francisco Franco. A partir de 1977, y con la llegada de la transición,
fue perdiendo apoyo popular pese a que no desistió en sus múltiples atentados,
secuestros y asesinatos en nombre (ensuciado por esas terribles e
injustificadas acciones) de un nacionalismo vasco que en gran parte se
desvinculó, como casi todas las demás fuerzas democráticas, de la práctica
terrorista y aquellos que la apoyaban. En un sentido contrario, pero no menos
temible, surgieron diferentes grupos que con el paso del tiempo pasaron a
formar parte de la siniestra historia de la llamada Guerra sucia contra ETA,
inicialmente, como era de esperar, durante los estertores del franquismo
y más tarde, alterando sus pilares más básicos, durante la democracia con los
célebres -y nefastos- GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), que fueron
activos entre los años 1983 y 1987, como muestra del siempre más que
preocupante Terrorismo de Estado pagado con fondos reservados atribuyéndoseles
hasta la fecha la muerte de 27 personas, secuestros y torturas bajo gobierno
del PSOE, que siempre negó cualquier
relación con dicho grupúsculo. Para el año 1992 en que Acción Mutante recogía parte de estos elementos presentes en la
vida vasca y española, con la aparición de la llamada kale borroka (o lucha
callejera en euskera) con la participación de menores de edad -los llamados
Comandos Y- en actos delictivos y
disturbios, enturbiando más aún una situación tan compleja como
desgraciadamente casi siempre
simplificada hasta el más deshumanizado eslogan por las diferentes
partes implicadas y enfrentadas haciendo de las víctimas moneda de cambio, ETA
encaraba una de sus etapas más sangrientas mientras perdía apoyo popular y los
círculos nacionalistas vascos criticaban las duras acciones policiales sobre su
entorno, aún sin estar relacionados con actos terroristas. Como puede verse, el
film de De la Iglesia, recoge y parodia hasta cierto punto algunos de los
lugares comunes de ambos lados del espectro del “conflicto”. Más aún, el
realizador del film asegura que el personaje de Ramón Yarritu está inspirado en
la figura de Dolores González Catarain, de alias Yoyes, la primera mujer
dirigente del grupo terrorista ETA que abandonó en 1980 la organización, al
estar en desacuerdo con la “línea dura” que iba cobrando protagonismo dentro
del grupo terrorista. Murió en 1986
a manos de ETA, acusada de haber traicionado la
organización por abandonarla, sirviendo además de ejemplarizante castigo a
todos aquellos que pretendían reinsertarse en la sociedad vasca y española,
nacionalista o no, fuera de los dominios ideológicos del terrorismo. No hace
falta señalar a los que han visto la película que el personaje de Yarritu
reduce el paralelismo con Yoyes a su “traición”, de naturaleza y motivación muy
distinta a la de la exdirigente de ETA. En el año 2002, el entorno político
simpatizante de ETA formado por Batasuna, Acción Nacionalista Vasca y Partido
Comunista de las Tierras Vascas, fue declarado ilegal según la propuesta del
PP, entonces en el gobierno.
[6]Para más inri, a imagen de Álex De la Iglesia, en una especie de
premeditada aparición estelar que acaba siendo una auténtica declaración de
intenciones.
[7]Bautizada así en honor a otra Patricia, representante de uno de
los casos más famosos del llamado Síndrome de Estocolmo y una pequeña y
peculiar celebridad mediática que le ha merecido trabajar con directores como
John Waters. Patricia Hearst fue secuestrada en 1974 por un grupúsculo de
ideología izquierdista llamado Ejército Simbiótico de la Liberación, al que
acabaría uniéndose tras haber sido vejada, encerrada y sufrido abusos sexuales
por parte de algunos de sus captores.
[8]No deja de resultar curioso el hecho de que, hasta cierto punto,
Almodovar sea uno de los máximos exponentes de la modernez (nada que ver con la modernidad) cinematográfica española
con ecos de la Movida Madrileña, y al mismo tiempo productor de una película
que se ensaña con un grupo de personajes -la Gente Guapa- que durante mucho
tiempo pobló gran parte del cine almodovariano
y dieron forma a sus obsesiones. Este honesto “matar al padre” por parte de De la Iglesia, asumido con un
plausible sentido del humor por Almodovar, se subraya con la aparición de
algunas de las caras del cine del director manchego: Rossy De Palma o Bibi
Andersen son algunas de las apariciones en el frente de la Gente Guapa que
habían participado antes en el cine del director de Todo sobre mi madre, en cuya productora El Deseo De la Iglesia y
Gerricoechevarría pasaron las horas y los días a la espera de la aparición de
Almodovar que había prometido pagarles el guión de Piratas del espacio, larva de la definitiva Acción Mutante.
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