miércoles, 12 de septiembre de 2012

TIRO EN LA CABEZA


 Tiro en la cabeza abre con un plano del mar. No se nos muestra la costa en la que las olas van a romper una y otra vez, sólo la marea yendo y viniendo y el horizonte sobre las aguas como único marco. Esa falta de contextualización continúa en la siguiente escena: un hombre abre la persiana de su casa durante la noche y aparece enmarcado en el cuadrado luminoso sobre un fondo oscuro que es la ventana de su casa en la que lo contemplamos. Y así prosigue la película detrás de un hombre en su vida, tan cotidiana como la que podríamos llevar cualquiera de nosotros pero filmada mediante teleobjetivo desde una distancia y con una frontalidad como denominador común en la deliberadamente raquítica planificación de la que hace gala esta película de Jaime Rosales que provoca la sensación de ser más un mirón que un espectador y ese largo tramo del film más una exposición de unos hechos que una explicación de los mismos. A ese distante retrato de la cotidianeidad se suma (se resta, en realidad) otro elemento, el más llamativo de todos los mecanismos que Rosales pone en marcha o detiene para llevar a puerto su arriesgada apuesta: no dejarnos oír los diálogos que mantiene el protagonista con aquellos con los que se relaciona.

No existe pues, ni rastro de explicaciones psicológicas ya sea mediante la planificación (siempre desde la distancia y cuando el personaje está en un interior, desde fuera del edificio filmando a través de los ventanales) planteada como fruto de la casualidad casi documental (los que comparten espacio con el protagonista son en la vida real sus amigos, pareja y conocidos), con planos desencuadrados y deliberadamente antiestéticos, premeditadamente sucios, o a través del diálogo que ha sido substituido por el ruido de fondo que en cualquier otra película estaría por debajo del nivel sonoro de las palabras de los personajes. Así pues la pregunta es ¿Quién es ese hombre y que hace? (y también en algunos momentos y cada vez con más frecuencia ¿por qué estoy viendo esto?) y la respuesta no se nos da hasta después del ecuador de la película: hacia el minuto cincuenta de un film que nunca se sale de los cauces marcados desde su inicio. Esa falta de contexto general, de resortes dramáticos sobre los que el cine generalmente crea historias de las más nimias situaciones, encuentra tarde pero finalmente su razón de ser.

Después de un viaje a Francia con otro hombre y una mujer, el hombre al que la película otorga toda la atención sin objeto ni conflicto aparente mantiene una distendida (por los gestos, como en todas las anteriores nunca oímos lo que se dice) conversación con sus compañeros de mesa. Pero entonces, milagro, aparece el elemento que lo cambiará todo: dos jóvenes sentados unas mesas más allá miran fijamente la mesa en la que el protagonista se encuentra, aparece algo que parecía desterrado por completo en el film de Rosales; el eje que establece un diálogo de miradas entre las respectivas mesas y sus comensales y por un ya inesperado golpe de timón aparece lo inaudito: emoción. Y no es la más constructiva de todas ellas; la tensión de las miradas se contagia tanto a los comensales que abandonan todo el jolgorio del que hacían gala unos segundos antes como al espectador que nota como aumenta la agresividad de la mirada reflejada en el único ojo del protagonista que el director nos deja ver, cubriendo el resto de su cara con el escorzo del compañero que tiene delante creando una imagen inquietante que resume y revisa todas las estrategias basadas en un supuesto desaliño (que a poco que se piense está meticulosamente preparado) formal y haciéndolos cristalizar en un instante que muta del sopor a la tensión sin alterar demasiado sus líneas generales.

Con el mal rollo instalado en el ánimo, vemos como los jóvenes abandonan la cafetería seguidos del protagonista y sus acompañantes y es entonces cuando toda la película cobra sentido: bajo los gritos de “Txakurra” ("perro" en euskera, usado con todo el desprecio del mundo por los proetarras o etarras para referirse a policías nacionales o locales) oímos por fin la voz del protagonista increpando a los dos jóvenes mientras se acerca a ellos junto con el otro hombre, empuñando ambos una pistola. Amenazan a los chavales a los que meten contra su voluntad en un coche y finalmente los asesinan a tiros antes de huir en un coche en el que les espera la chica.
El atentado no merece un tratamiento distinto a lo visto antes de que este tenga lugar, pero los insultos en vasco, las armas y el que ocurra cerca de la frontera aunque ya en territorio francés nos da la información necesaria para, desde un punto de vista exclusivamente localista me atrevería a decir, contextualizarlo todo: acabamos de asistir  a un atentado de la banda terrorista ETA. Pero lo cortés no quita lo valiente; ese contexto, fruto más de los conocimientos que el espectador patrio tenga de su entorno y sus problemas nos sitúa pero no nos explica nada. Ahí se despliega el porque del camino tomado por Rosales; cuando el asesinato tiene lugar el director nos ha negado cualquier dispositivo narrativo que pueda justificar o explicar nada de nada, lo ha hecho incomprensible y injustificable hasta desde un punto de vista dramático. Su condena del asesinato se resume en reducirlo a eso sin aderezos ideológicos o situacionales, lo reduce al puro absurdo de dos hombres disparando a bocajarro otros dos. No hay un rechazo explícito como tampoco una apología o siquiera un respaldo a la violencia de la banda terrorista ETA (y que bajo este tratamiento es extensible a la violencia ejercida por cualquier persona), pero hay cosas que caen por su propio peso (mayor cuanto menos “justificado” está el asesinato) para cualquiera con dos dedos de frente y un gramo de sensibilidad en el cuerpo[1] y la desvincula de los sobados y miopes discursos políticos que identifican nacionalismo con terrorismo, ya sea para condenar un asesinato o para ensalzarlo.

La moral es el vector que conduce al film a unir la forma con su fondo hasta hacerlos indivisibles, sin fisuras. Viendo la película no creo que exista otra manera de dar a entender el punto de vista de Rosales (limitado a pesar de su lucidez) que la que él mismo ha elegido. Revisando las notas de prensa y entrevistas concedidas por el realizador se entiende que halló la inspiración para la película en el doble asesinato de dos guardias civiles, Fernando Trapero y Raúl Centeno, de un tiro en la nuca a manos de tres etarras en Capbreton, Francia y que convenció al director artístico de su anterior film; Ion Arretxe, para que protagonizara el actual[2] rodado en tan sólo catorce días con la única interrupción necesaria para que Rosales recogiera el premio Goya a la mejor película y mejor director por su film anterior La soledad, que guarda algunas similitudes formales y argumentales con el actual.
También puede pensarse de sus imágenes el que Rosales ha intentado otro nuevo retrato de la cotidianeidad del monstruo, acercándolo a la nuestra como ya hizo con su opera prima, la más inquietante Las horas del día, dando un paso más allá en su desdramatización tanto de las conductas “normales” (y lo escribo entre comillas porque ya me dirán que puñetas es eso) como de las asesinas situándolas en el mismo plano sin romper su continuidad y haciéndolas parte de un todo cuya suma es más inquietante que las partes.

Lo que no se entiende es el que parece ser unos de los males endogámicos de determinado cine solemnemente autodenominado culto que demasiadas veces confunde lasitud en su ritmo con contenido cuando una cosa no tiene que ver con la otra. Si bien la idea de Rosales está plasmada, como he dicho antes, perfectamente en imagen y sonido el que esta cobre el sentido que Rosales parece querer conferirle a los cincuenta minutos de metraje plantea la cuestión esencial en esta película. Uno tiene la sensación de que si el atentado hubiese tenido lugar a la media hora de película, no habría perdido la pureza narrativa y personalidad que la hace especial, y lo mismo podría decirse de tener lugar al cuarto de hora. El gran (grandísimo) inconveniente de Tiro en la cabeza es que cuando lo que se quiere decir con ella resulta tan obvio (y válido) y está explicado de una forma tan unidireccional, el interés muere cuando las cartas han sido reveladas y todo lo que la alarga por delante o detrás de su tesis la hace redundante hasta el más cansino de los subrayados ya que toda la película ha sido desprovista de cualquier elemento que pueda sumar algo más que la tesis que se ofrece. Una vez se ha adoptado la dirección estética tomada por Rosales, a contracorriente de lo que muchos espectadores esperan de una película cualquiera sorprende que haya optado por estandarizar su duración a la habitual en la mayoría de filmes[3].

Con lo dicho hasta aquí, se podría pensar que Tiro en la cabeza es una película fallida. No lo es, ya que cumple sobradamente con sus objetivos narrativos y es redonda en su concepción ética a pesar de su a todas luces alargadísima duración hasta el sopor que es de tan sólo una hora y veinte minutos, interminables para lo que se cuenta perfectamente en ella y de alguna incomprensible salida de tono hacia el final de la película[4]. Pero es también una película que se sitúa a conciencia en la encrucijada de querer destapar una verdad que pese a ser evidente parece haber sido sepultada por la mediatización (espectacularización en este caso) y politización, ambos aspectos tan propios del terrorismo como del cine en general que Tiro en la cabeza consigue, sino sortear, si atenuar hasta su mínima expresión. El inconveniente a este corolario es que uno no sabe si ello plantea un más o menos estimulante debate sobre la representación de las barbaridades cometidas por los terroristas en el cine  o consigue además trasladar esa inquietud a esta sangrienta y encallada parcela de nuestra realidad, más allá de la pantalla[5].

Título: Tiro en la cabeza. Dirección y guión: Jaime Rosales. Producción: Jérôme Dopffer, José María Morales y Jaime Rosales. Fotografía: Oscar Durán. Montaje: Nino Martínez Sosa. Año: 2008.
Intérpretes: Ion Arretxe (Ion), Asun Arretxe (Asun), Nerea Cobreros (Ane), Monique Durin-Noury (Dueña de casa en Francia), Diego Gutierrez (Guardia civil Maqueda), Iván Moreno (Guardia civil Alonso), José Ángel Lopetegui (Amigo).




[1] Además no deja de ser un síntoma de cómo la sociedad española ya ha asimilado casi por completo (ETA sigue teniendo sus apoyos sociales) la lógica condena a los actos de terrorismo. Ya ni siquiera es necesaria una condena explícita para provocar la sensación de salvaje absurdidad del acto terrorista que durante un tiempo, en los setenta y ochenta estaba mucho menos consensuado.

[2] Arretxe, tenía, además de una reputada carrera como director de arte a sus espaldas una conexión con la lucha contra la banda terrorista ETA. A mediados de los ochenta y mientras estudiaba Bellas Artes en Bilbao y tomaba parte de varios movimientos sociales fue detenido por la Guardia Civil la noche del 26 de noviembre de 1985 acusado de pertenencia a ETA y aplicándole la polémica ley antiterrorista puesta en marcha desde el 4 de Enero de ese mismo año.
Durante su cautiverio asegura haber sido torturado tanto física como psíquicamente hasta ser trasladado a la prisión de Carabanchel donde los presos le preguntaron por Mikel Zabaltza, detenido el mismo día que Arretxe que no sabía ni quien era Zabaltza. El cadáver de este último apareció flotando en un río veinte días después y la autopsia reveló que murió ahogado pero sin síntomas de violencia. Tres días más tarde Arretxe salió de Carabanchel en libertad sin cargos. Denunció las torturas pero después de pasar por cinco jueces el caso se sobreseyó por falta de pruebas. Arretxe, que se autodefine como abertzale marchó, a sus 21 años y cargado de un comprensible odio que se diluyó con el tiempo, se fue a Barcelona a estudiar escenografía en el Institut del Teatre, poniendo los cimientos de su carrera como director de arte.

[3] También hay otro detalle, comprensible pero bastante molesto, que es el descarado uso del Product Placement; mecanismo que incluye en la película la aparición visible de marcas comerciales con fines publicitarios para dichas empresas y económicos para los responsables de los films que ven así incrementar sus volúmenes de producción. En el film que tratamos aquí es especialmente irritante ver como algunas firmas empresariales merecen planos en los que no se incluye nada más que sus logotipos de una duración a juego con la del resto de planos que conforman la película. Para que luego algunos se jacten de “pureza artística” contrapuesta a “comercialidad”.

[4] Me refiero al instante en el que, tras secuestrar a una mujer, el improvisado comando ata a la chica a un árbol antes de huir con el coche de esta. Mientras Ion la amordaza, la mujer perteneciente al comando etarra le da ánimos a la pobre desgraciada acariciándola y por lo que podemos deducir de su expresión consolándola en lo posible. Más que un acto incomprensible, es un inesperado momento de cierta calidez que queda más como un pegote dentro de la tremenda sobriedad general de la película que como un matiz de la misma.

[5]O pantallas: la película se estrenó en 16 salas comerciales y una “sala virtual” que “proyectaba” el film en cuatro sesiones al día con aforo (absurdamente, en mi opinión) limitado para 100 internautas en cada pase. Las entradas tenían el coste de 3,40 euros, pagados mediante dos mensajes SMS que permitía el visionado del film por streaming, impidiendo la piratería y la propiedad de la copia, ya que no permitía descargarlo y permitiendo a los espectadores que quisieran ver el film poder hacerlo a  bajo precio y en ciudades y lugares del país en los que no se hubiese estrenado en salas pudiendo llegar a todas partes. Rosales tuvo que pedir un permiso especial al Instituto de la Cinematografía y las Artes Visuales que prohibe el estreno simultáneo de un film en salas comerciales y en DVD o formato doméstico, excepción que se hizo debido al “carácter experimental del film” y de la que no disfrutaron otras películas como Carmina o revienta del salao de Paco León. Además, Tiro en la cabeza se proyectó en el Museo Reina Sofia durante los dos siguientes días a su estreno con un coloquio sobre la película. Pese a tal despliegue, TVE no compró los derechos de la película para su emisión por televisión, que a día de hoy diría que sigue en el aire.

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