Un rebaño de
vacas en estampida mientras son consumidas por el fuego, un perro desintegrado
por los rayos desintegradores escupidos por la pistola de un marciano de enorme
y deforme cabeza de rasgos calavéricos enfundado en una escafandra, un pobre
hombre siendo operado sin anestesia por una pareja de marcianos bajo la
asustada mirada de una joven en ropa interior que observa la escena tras los
barrotes de su celda en una nave alienígena… Estas y otras imágenes conforman
la colección de cromos puesta en circulación por la compañía Topps[1]
en el año 1962 que treinta y cuatro años más tarde sirvió de fuente de
inspiración para el nuevo juguete del entonces niño raro (a lo que habría que añadir mimado) de Hollywood, el ya mítico Tim Burton. Por aquel entonces
en el culmen de su carrera en cuanto a reconocimiento crítico gracias a una de
sus obras maestras como es Ed Wood,
que data de un año antes y relata interesadamente una parte y una faceta de la
vida del que se consideró (muy apresuradamente dada la dura competencia) el
peor director de la Historia del Cine desde un apasionado y apasionante punto
de vista, se diría que Mars Attacks!
responde a un supuesto impulso del propio Burton a hacer después de un film sobre Edward D. Wood Jr. un film como los de Wood. Y pese a la lógica de
tal hipótesis, nada más lejos de la verdad[2].
Los cromos puestos en circulación por la Topps mencionados anteriormente
presentan una amenazadora y aniquiladora invasión marciana que desembarca en
nuestro planeta antes de ser finalmente expulsada por la resistencia (el ejército Norteamericano en representación de toda
la humanidad) que además hace que los invasores muerdan el polvo rojo en su
propio planeta natal. Es el moralista y absurdo corolario a unas instantáneas
pintadas y dibujadas con, se diría, las intenciones opuestas: el sadismo de los
marcianos, el erotismo blando de algunos de los dibujos y las muestras de
destrucción de los estamentos de poder que perecen bajo el fuego marciano y que
son el grueso de la colección de estampas nos sitúan bajo un punto de vista
algo diferente al que su coda imperialista pretende establecer. El resultado es
más parecido al doble rasero del que señala una impudicia con los ojos como
platos y los dientes apretados mientras se le abulta la pernera del pantalón de
la sotana que de una moralidad bien establecida y una denuncia humanista argumentada.
Afortunadamente
la sensibilidad de Burton, lejos de esto
último, pertenece o pertenecía a esta otredad del punto de vista que aunque
ahora puede parecer el pan nuestro de cada día, no lo era por entonces y sigue
sin serlo en el caso de Mars Attacks!.
Es la simpatía por los monstruos uno de los rasgos más reconocibles de la
personalidad cinematográfica de Tim Burton, sino la que más, que personifica su
comentario moral (¿desde qué otro punto de vista puede hacerse una crítica?) en
personajes que como Eduardo Manostijeras, Ichabod Crane o incluso Batman y sus
dramáticamente superiores contrincantes: seres incomprendidos y a veces
peligrosos pero siempre puros en sus intenciones en un mundo falso y frívolo
que los rechaza sistemáticamente. Personajes que merecen más compasión y
simpatía que el mundo en el que han ido a caer hasta configurar una visión de
los que son diferentes que se ha ido descafeinando hasta llegar a la casi
domesticación. Pero ni rastro de esa gravedad dramática aparece en Mars Attacks! cuyo discurso, aunque
equivalente, es presentado bajo las formas de la comedia negra y bufa sin pinceladas de drama que no se vean puestas
en solfa por un chiste en el último momento o una ironía distanciadora. Hay,
desde luego, una transgresión similar a la ejercida sobre el cine de terror
clásico (aunque al contrario que en los films que pueden inspirar Mars Attacks! esa identificación con el
monstruo ya se encontraba, más atenuada que en sus reimaginaciones de Burton,
en esas películas) ejercida por el director durante toda su carrera, en este
caso desde el punto de vista que regía las bastante aburridas películas de
ciencia ficción de serie B que alimentan tanto la estructura de la película
como la estética de los invasores de esta y de la colección de cromos que la
inspira. Cualquiera que haya visto una de esas películas al uso coincidirá con
los que ya han pasado por ello en que los invasores, su mundo y la destrucción
que traen al nuestro es, sino lo único, sí de lo más memorable de estas
películas. También que los personajes humanos son, cuanto menos, estúpidos y
rematadamente antipáticos: los hombres son paternalistas y resabiados y las
mujeres pobres desvalidas que no saben hacer la o con un canuto si no es con un
macho aguerrido que las lleve por la senda del bien (o lo que es lo mismo, lo
que ellos ordenen) so pena de caer bajo el fuego alienígena combatido con fuego
aliado del que se hace una apología que de puro evidente resulta más que
molesta.
Los tiempos
han cambiado y esos filmes, muchas veces planteados como parábolas militaristas
sobre el terror Rojo (en este caso en el sentido comunista del término) ofrecen
ahora alguna imagen perdurable y una atmósfera que en el peor de los casos
resulta demodé y en sus mejores momentos equiparable a la que esgrime con justo
orgullo el film de Burton que nos ocupa. El director recoge el guante y lleva
algunos de los lugares comunes de aquella barata ciencia ficción a su (que en
el fondo no deja de ser también nuestro) terreno. Esta película presenta a los
apolíticos por anarquistas que cargan tanto contra demócratas como a
republicanos, invasores del Planeta Rojo como protagonistas absolutos de la
función y a los personajes humanos como representantes intencionadamente
idiotas de una humanidad que no levanta cabeza de la estupidez en la que parece
mecerse perezosamente a gusto. La estructura es tan similar a los mencionados
films de ciencia ficción barata como al llamado cine catastrófico en el que
grandes estrellas del firmamento cinematográfico (Hollywood) mueren a capricho
de los guionistas que los sitúan en el peor lugar y en el peor momento de forma
bastante gratuita pero que para el espectador más desapegado puede ser bastante
divertida por absurda. Y el punto de vista sobre este último género sigue
siendo el mismo una vez se ha forzado su estereotipo hasta la caricatura: somos
idiotas y nuestra extinción merece más una carcajada que una lágrima compasiva.
Burton no hace
nada que no hubiese hecho antes ni después en su carrera pero con una
diferencia que sólo se ha dado en algunas ocasiones. La gente normal, ese limitadísimo arquetipo de ficción que tantos
quebraderos de cabeza nos da a los que vivimos en el mundo real, nunca ha sido
de su agrado y el modo caricaturesco en que se ha dedicado a retratarla así lo
demuestra pero generalmente hay algo similar a un “periodo de prueba” en el que
la humanidad se presenta como algo al menos digno de curiosidad que más tarde
demuestra no estar al nivel de la sensibilidad que los monstruosos
protagonistas de sus ficciones otorgan a los que se erigen como “normales”
antes de que estos se cansen de rarezas y los echen a patadas. En Mars Attacks! la caricatura se acentúa y
los estamentos que representan los personajes interpretados por Jack Nicholson
(en un doble papel como Presidente de los Estados Unidos y Magnate de las
Vegas), Glenn Close (como la Primera Dama), un entonces desconocido y
extremadamente sobrio Jack Black (como joven paleto que se alista en el
ejército por su patria), Pierce Brosnan (como científico sabelotodo que no da
pie con bola), Sarah Jessica Parker (como presentadora de un programa de moda),
Anette Bening (como iluminada multimillonaria obsesionada con todo lo new age) o Rod Steiger (como fascistoide
general del ejército) y otros, casi todos los que aparecen en pantalla son
retratados con honrosas excepciones como auténticos imbéciles. Todo ello le va
de perlas a Burton, que no tiene que trabajar unos personajes cuyas muertes son
mucho más divertidas cuando no merecen el más mínimo aprecio que si hubiese
algo de humanidad en ellos que diese para llorar su pérdida. La caricatura
funciona en algunos casos como crítica algo estereotipada sobre Norteamérica y
Occidente en general pero sobretodo como motivación: la invasión marciana
responde más a la pura revancha de misantropía contagiosa y bien planteada que
a un intento de recreación de un cine cuyos presupuestos ideológicos y
económicos han cambiado una barbaridad.
El sentido del
humor de Mars Attacks! reside más en
esa voluntad de destrucción planteada como una juerga y un ajuste de cuentas
con una humanidad que se ve idiota y está encantada de serlo que en los chistes
que trufan gran parte de la película. Algunos de ellos, como el que los
marcianos se paseen por sus naves en tanga, se hagan fotos mientras destruyen
el Taj Majal o se líen a puñetazos con un campeón del mundo de boxeo sólo para demostrar su superioridad, tienen su gracia cuando se refiere a los cacofónicos invasores y evidencian lo absolutamente ridículo de las situaciones que plantea la película sin llegar por suerte nunca a la parodia,
pero pierden esa hilaridad cuando se refieren a los humanos aunque, eso sí, a cada chiste salido de la boca de uno de nuestros congéneres de especie se perfila
aún más nuestra estupidez. Esa lúdica y desaforada destructividad provocó que algunos vieran en
su estreno a este como un film cruel o, parafraseando a André Breton y su Teatro de la crueldad, de cine de la crueldad debido a la
imposibilidad de identificarse con ninguno de los personajes, marcianos o no,
que corretean por la película. Y desde luego esto último es cierto, pero puede
que sea más debido a la cantidad de personajes humanos que impiden toda
profundización en cualquier tipo de psicologismo (lo que desemboca en
estereotipos al otro lado del espejo de los que poblaban las películas de
ciencia ficción de los cincuenta pero de idéntica profundidad) en un film coral
que engloba la película en dos bandos como son el humano (con algunos
desertores que acaban saliendo victoriosos) y el marciano poniéndose
descaradamente de parte del segundo. Pero esta falta de identificación con
algún personaje concreto es también el precio a pagar por la ausencia de una
personaje digamos fuerte, habitual en
la filmografía del director (que no por casualidad está formada por películas
que incluyen el nombre del personaje principal en sus títulos) y sí muchos,
demasiados como para poder dedicar su atención a alguno de ellos sin prolongar
excesivamente la duración de la película.
La crueldad
inherente a la bastante blanqueada matanza de los marcianos en comparación con
la sanguinolencia de la que hacen gala en la colección de cromos se atenúa también
por el motivo de que nos pongamos de su parte; ninguno de los personajes que
pasean por el film podrían plantearse en términos humanos sino cinematográficos,
con lo que la película resulta mucho más divertida que desagradable y por lo
tanto mucho menos cruel con el espectador de lo que algunos le atribuyeron en
su día. Pero la reimaginación de los lugares comunes del cine que consumía
Burton en los años de juventud que han espoleado la creatividad de su mejor
etapa como director de cine tiene, a pesar de su innegable personalidad y mala
baba, la contrapartida de que, como sus modelos, puede cansar hasta que los
marcianos hacen su definitiva y destructiva aparición. Su presencia se da
primero con cuentagotas y bien dosificadas, pero al final y cuando uno se da
cuenta de que los invasores y su espíritu anarquista son lo mejor del guión y también de
la película, acaban por impacientar pese a los intentos de Burton de dorar la
píldora al respetable con más o menos divertidos retratos de lo absurdo del American way of life.
Pero donde Mars Attacks! toma altura no es en su
espíritu transgresor o más o menos gamberro y divertido, sino en lo que siempre
ha sido el fuerte de su director, el lado más irracional y afortunadamente
inexplicable de sus mejores películas; la creación de una atmósfera que haga
una situación tan absurda creíble y a veces hipnótica.
Si bien el
diseño de los marcianos, cincelado desde su descuidado y agradecidamente sucio modelo
de los cromos gracias a la Industria Light and Magic mediante efectos especiales hechos por
ordenador[3]
en las pulidas superficies de los cuerpos y escafandras de los invasores bien
recortados sobre un fondo bien fotografiado no es mérito de Burton sino de los
responsables de los cromos que lo inspiran, sí lo es el poderío visual de
muchos momentos de la película. Mediante una planificación mucho más libre que
pongamos por caso Sleepy Hollow, pero
igualmente o todavía más atmosférica, Burton aparca el goticismo que se ha
convertido en su estandarte estético por antonomasia que a base de codificarse
ha perdido gran parte de su frescura y a cambio ofrece un espectáculo de luces
de neón a juego con la estética rematadamente kitsch (que es también el punto
de vista desde el cual se articula toda la película) y de colorido estridente
del universo marciano muy similar al humano en cuanto gran parte de la acción
transcurre en Las Vegas. Si por lo general Burton cataloga a su personajes por
su colorido, en un maniqueo pero entonces personal por poco habitual discurso
moral, entre los puros (generalmente ataviados con prendas oscuras) y una
normalidad basada en el mal gusto cuyas señas de identidad visual son un
estridente colorido que los hace parecer falsos, en Mars Attacks! se produce una similitud casi completa entre ambos
bandos enfrentados y de paso con el punto de vista general de la película que
los engloba a todos y hace que su coexistencia sea coherente. Cuando los
marcianos llegan a la Tierra no es de extrañar que se sientan como en casa. La
horterada estética une culturas, en este caso la marciana y la humana, hasta
crear un todo en el que se producen algunas similitudes gracias a escenas de
contenido similar montadas consecutivamente y sobretodo a una unidad de
conjunto que anula la sensación de que estamos ante un enfrentamiento entre dos
mundos diferentes. La pureza, pese a la simpatía que la causa marciana pueda
despertar, ha sido desterrada casi por completo del film y completamente de su
conflicto central y su absurda (pero una vez más, lógica en este contexto)
resolución y en su lugar reinan la mentira, la corrupción y el consumismo en su
vertiente más estúpida. El romanticismo burtoniano da paso a la ironía más
descreída y se impone la destrucción como respuesta a un mundo vulgar y
estúpido pero siempre presentado dentro de su mal gusto, de forma armoniosa. Y si
antes he dicho que esta no era una película desagradable en su guión escrito
por Jonathan Gems[4]
con conciencia de estar escribiendo una película de Tim Burton[5],
tampoco lo es en su magnífica y muy elegante plasmación en imágenes y sonido.
Ahí están la casi
musical secuencia de espionaje marciano en el que uno de ellos se infiltra como
prostituta de lujo en la Casa Blanca (encontrándose con todas las puertas
abiertas) como ejemplo, o la enfermizamente jocosa pero finalmente agradable
relación amorosa entre una cabeza separada de su cuerpo y otra que ha sido
trasplantada al cuerpo de un chihuahua[6],
como también lo es el primer aterrizaje de la nave marciana en el desierto de
Nevada y primer contacto entre ambas especies. Instantes que, como otros que
tienen lugar en la película, hacen olvidar sus defectos y su naturaleza de
parida con conciencia de serlo y la elevan muy por encima de sus modelos y de
espectáculos que se adjudican una grave trascendencia que Mars Attacks! no necesita para validarse. Mención especial para
Danny Elfman, que armado con su tehemerin firma una de sus mejores bandas
sonoras sin la cual la atmósfera alucinada de gran parte de la película
perdería parte de su extrañeza y densidad además de su pegada poética.
Ante los
ánimos simbolistas del género invasor que han ido pasando de miedo al enemigo
comunista a un mesianismo que no siempre funciona, el gozoso espectáculo que es
Mars Attacks! apuesta por una
revancha en toda regla en la que los marcianos son el brazo ejecutor. A cambio,
Burton deja el mundo en manos de los desarrapados sociales, los freaks y los marcianos humanos que ya
están en órbita sin haber abandonado nuestro planeta. Tras el lisérgicamente
poético momento en que los marcianos son exterminados bajo la melodía de la
balada country Indian love call de
Slim Withman[7] en
un mundo, el nuestro, que ha sido arrasado y que por tanto podrá ser reiniciado
por los que han sobrevivido al holocausto, Burton hace suya la ley no escrita
de los supervivientes a catástrofes en el cine: los herederos perfilan la
sociedad ideal que queda y crece tras la purga. ¿Y cuál es la de Burton? La que
sólo le merece el choteo que también le da a la épica más Hollywoodiense; en
este caso una lunática new age, una
camarera de Las Vegas y… Tom Jones y otra, que le merece cierto respeto como
son dos adolescentes tildados de marginales antes de la guerra que ha acabado
con todos los que podían señalarlos con el dedo, la encantadora abuela gagá de uno de ellos y una familia de
clase trabajadora. En su mayoría marginados y hechos a ellos mismos como lo era
el propio Burton, y que como aquel y haciendo imposible su condición de
monstruos (porque ya no quedan normales
que puedan establecer esas comparaciones) heredan la tierra que los repudiaba
para rehacerla, en solitario, a su gusto.
Título: Mars Attacks! Dirección: Tim Burton. Producción: Tim Burton y Larry Franco. Guión: Jonathan Gems y, de forma no
acreditada, Tim Burton basándose en los cromos de la compañía Topps Trading
Cards creados por Len Brown, Woody Gelman, Wally Wood, Bob Powell y Norman Saunders.
Fotografía: Peter Suschitzky. Diseño de producción: Wynn Thomas. Música: Danny Elfman. Montaje:
Chris Lebenzon. Año: 1996.
Intérpretes: Jack Nicholson (Presidente Dale/Art
Land), Glenn Close (Marsha Dale), Anette Benning (Barbara Land), Pierce Brosnan
(Donald Kessler), Rod Steiger (General Decker) Sarah Jessica Parker (Nathalie
Lake), Jim Brown (Byron Williams), Pam Grier (Louise Williams), Michael J. Fox
(Jason Stone), Martin Short (Jerry Ross), Lukas Haas (Richie Norris), Sylvia
Sidney (Abuela Norris), Jack Black (Billy Glenn Norris), Natalie Portman (Taffy
Dale), Tom Jones (él mismo).
[1] La Topps Chewing Gum Company fue fundada en 1939 como compañía
fabricante de chicles que lanzó en 1950 una serie de cromos de Hoopalong
Cassidy, por lo visto una celebérrima figura heroica del western. Un año más
tarde fue el turno de una colección sobre las estrellas del baseball. Al tiempo
llegaron los cromos que retrataban con truculencia algunos episodios de la
Guerra de Secesión, recibiendo paradójicamente los aplausos de educadores que
vieron didactismo y instrucción donde en realidad había morbo… lo que abrió la
puerta a Mars Attacks! colección de
idénticas intenciones y plasmación pero muy diferente acogida entre el público
adulto que la acusó, con toda justicia, de siniestra y sádica. La polémica
obligó a la Topps a retirar la colección del ojo público convirtiéndola de
rebote en un preciado artículo de coleccionismo
[2] Antes de Mars Attacks!
Burton y el guionista Gems pretendían llevar a cabo la adaptación de otra
colección de la Topps: Dinosaurs Attacks!
de la que puede presuponerse por su título que debía ser algo similar a la que
acabó siendo adaptada y que probablemente habría merecido un tratamiento
similar. A pesar de las ganas que le tenían a dicha colección, el estreno de Parque Jurásico de Steven Spielberg en
1993 y su consiguiente taquillazo hizo dar marcha atrás a Burton y Gems para
replantearse las cosas y acabar tomando Mars
Attacks! como vehículo del anarquista mensaje que tenían en mente. Poco
podían imaginar que ese mismo año, tan solo unos meses antes, se estrenaría una
película llamada Independence day con
la que sería comparada y batida en taquilla presentando una situación muy
similar pero con aburridos resultados y un tono de impostada seriedad que a
veces devenía en un no se sabe si voluntario ridículo que la hizo merecedora
de, por lo general, pésimas críticas.
[3] Inicialmente Burton pretendía que la animación de los marcianos
fuese hecha mediante el procedimiento de stop motion que tan buenos resultados
le había dado anteriormente, pero tal opción habría alargado la producción y
filmación de la película hasta los dos años y medio y eso era algo que ninguno
de los productores o la misma Warner que financiaba el film estaban dispuestos
a pagar.
[4] Responsable de algunas reescrituras del libreto del primer Batman de Burton y de guionizar algunos
proyectos que nunca llegaron a ver la luz como Bitelchús se va a Hawaii o una versión de La casa Usher. De nacionalidad inglesa y punk en sus años mozos, a
Gems le divertía la idea de subvertir los arquetipos clásicos americanos y
compartía con Burton y los marcianos el ánimo de ponerlo todo en solfa. Por el
guión de Mars Attacks! pasaron
también Larry Karazewsky y Scott Alexander que aportaron la inclusión del
burtoniano personaje interpretado por Natalie Portman antes de que Gems
volviera al proyecto para rematarlo con la ayuda del propio Burton, que
participó activamente en el libreto pese a no figurar en los créditos y cuya
plasmación en imágenes fue considerablemente suavizada respecto a lo que
apuntaba Gems. Para los que quieran comparar, recomiendo la lectura de la “novela de la película” publicada por
Ediciones Martínez Roca en 1997, (bastante mal) escrita por el propio Gems y
cuyo poso resulta mucho más cruel que el que deja la película que la precede.
[5] No sólo por su afiliación a determinado cine considerado durante
mucho tiempo como de derribo, sino
también por la cantidad de personajes propios del cine del realizador. El de
Lukas Haas muy bien podría ser una personificación del Burton adolescente,
taciturno y siempre en las nubes. Lo mismo podría decirse del que encarna
Natalie Portman, este fruto creativo como se ha dicho antes, de Scott Alexander
y Larry Karazewsky. Y más aún de la abuela Norris, interpretada por Sylvia
Sidney, cuya relación con su nieto adolescente, Lukas Haas, podría hacer
referencia a la que Burton tuvo con su abuela durante su adolescencia que pasó
con ella cuando abandonó el domicilio paterno por falta de entendimiento con
sus progenitores. Según parece, su abuela fue un gran apoyo y compañía en
tiempos en los que Burton no iba demasiado sobrado de ninguna de las dos cosas.
[6] El instante del trasplante contiene además una referencia directa
a un film de un director justamente admirado por Burton: Inseparables de David Cronenberg. Además de esa escena, en la que
los marcianos proceden a operar a la paciente humana y a su perruno acompañante
con habilidad de trilero ataviados con vestidos de cirujano rojos como los de
los gemelos Mantle interpretados por Jeremy Irons en el mentado film de
Cronenberg, hay otra referencia más al cine del últimamente revalorizado por
parte de la crítica “seria” director
canadiense: la fugaz aparición de un cartel en el lateral de un autocar que
traspasa el plano de lado a lado y en el que puede leerse Starline, nombre del edificio en el que transcurría la acción del
primer largometraje de Cronenberg con el nombre en castellano de Vinieron de dentro de…
[7] Y que representa tanto una parodia del clásico de Steven
Spielberg Encuentros en la tercera fase
en el que la música era el puente que unía la humanidad con los extraterrestres
como una copia (o homenaje, a gusto y condescendencia de cada uno) de El ataque de los tomates asesinos o Godzilla contra Mechagodzilla en el que
los invasores eran eliminados gracias a en el primer caso una horrenda canción
y en el segundo a un pitido inaudible para cualquiera… excepto los alienigenas
interpretados por japoneses con gorros de natación y gafas de sol que
controlaban a la malvada y mecánica Némesis de Godzilla.
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