En el año 1696
un aquelarre de sucias y ajadas brujas oriundas de los tenebrosos bosques de
Salem invoca a su Dios Satán mientras rechazan virulentamente el yugo de la
Iglesia Cristiana y su enviado en la tierra, Jesús, como representante de la
opresión que somete al hombre, y sobretodo a la mujer, separándolos de su
verdadera naturaleza.
Así, y de las
palabras del Reverendo John Hawthorne que ponen en contexto las imágenes del descocado
aquelarre, da comienzo The Lords of Salem,
la última película del director de cine, dibujante y guionista de cómics y
sobretodo compositor y cantante del grupo heavy metal bautizado con su propio
nombre, Rob Zombie[1].
Conociendo y admirando su obra cinematográfica marcada por la brutalidad en su
exposición de la violencia, su retrato de ambientes miserables con una especial
inclinación al de los habitantes de la América profunda conocidos como White trash con la unidad familiar como
origen de todo Mal como una de sus constantes y todo ello afortunadamente sin
necesidad de ser discursivo, el poso que deja tras de sí el visionado de The Lords of Salem es el de pura sorpresa.
El inicio de la película ,explicado hace unas líneas, nos muestra con la
habitual fisicidad del cine de Zombie a unas mujeres que se convulsionan y
retuercen sus cuerpos y voces hasta lo imposible en aras de hacer llegar a un
maligno que nunca llega a presentarse y que además se cierra con el título del
film en sencillas letras blancas sobre la imagen congelada de un macho cabrío
que observa impasible el transcurso de la ceremonia. Pura austeridad bien
entendida en tanto que no muestra la oscura ceremonia satánica con una
espectacularidad que habría diluido su densa y poderosa atmósfera hecha de
suciedad, oscuridad y quejidos a partes iguales y que además tiene su punto
final en ese título sin subrayados sonoros y que sin más explicación da paso a
nuestro mundo, o más bien a la parte más reconocible y civilizada del mismo
pero con el fleco histórico que lo precede y que nos hace imposible olvidar esa
primera escena: seguimos en Salem.
Heidi
(inevitablemente, la esposa del director, Sheri Moon Zombie) trabaja en un
programa de radio nocturno en una emisora local y a su escala es una diminuta
celebridad. Su trabajo y horario laboral marca tanto el argumento como el tono
del film: el trabajar en la emisora la hace destinataria de una grabación en lp
de un grupo llamado The Lords,
encuadernado en una caja de madera y de un grosor considerable, el vinilo
parece rechazar la aguja del tocadiscos de Heidi para al poco rato expulsar una
repetitiva melodía que parece combinar rasguños con un grave pálpito
componiendo un sonido casi ancestral que además provoca primero en Heidi y
posteriormente en las oyentes de su programa un estado similar a un trance
sonámbulo, amén de un considerable dolor de cabeza. Además del tenebroso
augurio lanzado desde el guión, el turno de noche de Heidi transforma The Lords of Salem en una película
nocturna, casi en su totalidad y en todas sus acepciones. Y también,
sorprendentemente, en la más elegantemente filmada por su director: las
primeras escenas que muestran a Heidi paseando por las solitarias y invernales
calles de su ciudad, además de estar muy bien fotografiadas, nos la muestran
desde la distancia como si las calles y edificios de la ciudad la estuviesen vigilando, atentas a todos sus pasos.
Además, la calma formal de esa primera toma de contacto con el nuevo Salem en
contraposición al viejo, raído y agreste Salem preso de rituales y, también,
rabia y vitalidad, nos muestra el cambio entre ambas épocas mientras
sibilinamente nos dice que el Viejo Salem sigue existiendo aletargado en las
descafeinadas formas del nuevo. Si la primera secuencia las figuras desnudas de
las brujas son todo lo que vemos dentro de la gran noche que parece reinar en
los bosques de Salem sin más referencia que sus arrugados cuerpos y las sombras
que el fuego alrededor del que bailan mancha el suelo que pisan descalzas, mientras
que en el primero de los paseos nocturnos de Heidi, Salem se muestra en todo su
nocturno esplendor y es ella la que forma parte de ese entorno. O por decirlo
de otro modo: las brujas se han transmutado en la ciudad de Salem, que observa
a una Heidi que está muy lejos de prever lo que se le viene encima, ajena como
todos los habitantes de la ciudad, a unos sucesos que nuestra lógica
contemporánea es incapaz de asumir pero que forman parte de su entorno. No es
la única muestra de una pulidez formal que el realizador no confunde con
vulgaridad. Podría pensarse que Zombie se ha vuelto más convencional (o usando
esa fea palabra por antonomasia entre la intelectualidad, más “comercial”) en
sus maneras audiovisuales, pero sencillamente se ha vuelto mucho más sutil en
su forma de narrar y lo que antes era mugre y furia en pantalla en un estilo
próximo al de Sam Peckinpah pero desprovisto del romanticismo de algunas de las
películas del realizador de Grupo salvaje,
ahora se resuelve en términos estéticamente más seductores aunque de fondo y discurso similar.
A medida que
transcurre el primer tramo de la película, Zombie nos muestra a sus personajes
(cosa rara en él, gente corriente como el que más) escuchando música, bailando
distraídamente y viviendo sus vidas con la inercia habitual en el más común de
los mortales. Pero uno no puede dejar de adivinar, gracias a la aparición de un
líder de un grupo de música que dice adorar a Satán ante las burlas de Heidi y
el resto del equipo del programa de radio en el que tiene lugar esa
declaración, lo que de esa pasión fanática de poso místico ha quedado en
nuestros días. Detrás de los gestos de los personajes se adivinan,
atemperadísimos hasta la mediocridad, los que movían a las brujas en su
grotesca celebración cuya diabólica causa es ahora motivo de risa por
considerarse absurda o pura leyenda. A decir de Zombie, el Salem (y la sociedad
en general, probablemente también) de hoy ha enterrado el significado real y
vital de la música, el baile y en definitiva sus orígenes, que han sido
sepultados bajo una pátina de comodidad que se acaba al instante de haber sido
consumada lejos de su oscuro y vital sentido primigenio. Con esas fuerzas
ancestrales latiendo bajo la superficie de las inocentes imágenes que ilustran
los primeros pasos de la película en el año 2012, no es de extrañar que sea la
música la que empiece a despertar lo que lleva tanto tiempo dormido que ha sido
olvidado por completo. Con una estructura y, salvando las distancias, una atmósfera
muy similar a la de un film del que Zombie parece haberse inspirado como es la
adaptación para el cine de la mano de Stanley Kubrick de la novela homónima de
Stephen King: El resplandor, la
acción de Lords of Salem se divide en
los siete días de la semana que abarca el proceso de Heidi de su abúlica pero
satisfecha estabilidad a la absoluta locura (o lucidez, según se mire) en la
que se va sumiendo a cada vez mayor velocidad[2].
Y que por supuesto, tiene que ver con el retorno de esas fuerzas que según sus
palabras llevan “mucho tiempo esperando”
el devolver a nuestro mundo la maligna vitalidad casi olvidada al convertir sus
ceremonias en un laico entretenimiento para pasar el rato.
Zombie enseña
sus cartas desde el principio; la siniestra melodía que se alza del tocadiscos,
cuyo latido sonoro remite directamente al baile inicial de las brujas, y que se
propaga por las ondas de radio sobre algunas de las habitantes de Salem es la
carta de presentación de apariciones de mujeres de aspecto putrefacto (quemado en
el pasado por las llamas de los grupúsculos religiosos que poco tienen que
envidiar a la Inquisición patria) que observan a Heidi en sus quehaceres sin
que ella se aperciba de su presencia; su perro, en un sobado pero aún efectivo
recurso, ladra y rasca la puerta del apartamento contiguo al de Heidi que se
supone vacío, pero que parece tener un inquilino que se pasea por delante del
umbral de la entrada sin mediar palabra y sin salir de las sombras en las que
parece vivir. Y todo ello, y eso es lo más admirable, hecho con una impensable
y refinada elegancia que sortea cualquier sobresalto barato mediante repentinas estridencias en la banda sonora y
que consigue unir en un mismo espacio físico dos épocas diferentes con mínimos
elementos. La película consigue lo que el guión era incapaz de establecer: que
pese a no haber una línea dramática clara que nunca llega a desenvolverse si no
más bien todo lo contrario uno sea incapaz de despegarse de lo que está viendo
y que el film nunca peque, incluso en sus momentos más desfasados, de falta de
coherencia. Zombie siempre ha destacado por ser un gran creador de atmósferas,
pero nunca por su habilidad como planificador; lo suyo, hasta ahora, era crear
ambientes desoladamente cutres y ásperamente sucios en los que la elegancia
formal habría sido un palo en unas ruedas bien engrasadas.
Lo más
sorprendente de The Lords of Salem
desde este punto de vista es el descubrimiento de que Zombie controla más que
bien los resortes de una inquietud más digamos, etérea, de lo que podría
esperarse mirando sus anteriores películas, en las que la fisicidad (que sigue
estando muy presente en The Lords of
Salem) cercana a un doloroso hiperrealismo era, junto con su habilidad para
con la puesta en escena que nunca le ha abandonado, lo más destacable. Por una
vez, la planificación de Zombie, combinada con la fotografía y la banda
sonora, no sólo provoca emoción sino que
además lo hace a través de la narración que conforma esa forma de planificar,
mucho más férrea y artificiosa que el premeditado desorden formal de sus films
anteriores. Gracias a esa inesperada buena noticia que le va como un guante a
la película, The Lords of Salem sale
indemne de un primer tramo que peca, como decía de lo que se percibe
(falsamente, pero eso no lo sabremos hasta avanzada la película) como una
progresión dramática demasiado diluida hasta parecer que Zombie no sabe muy
bien que hacer con los elementos que él mismo ha puesto en marcha. Nada más
lejos de la verdad. Si Zombie no desarrolla líneas argumentales como una
frustrada relación amorosa entre Heidi y uno de sus compañeros de trabajo es
sencillamente porque no le interesan lo más mínimo como núcleo de un conflicto,
pero forman parte de la cotidianeidad del personaje que antes de saltar por los
aires tiene que ser presentada para hacerla fracasar. Ello no quita que haya
algunas salidas de tono que sirven como preludio de la tormenta anarrativa en
la que acaba desembocando The Lords of
Salem pero que consideradas en sí mismas, dejan que desear. La recurrente
aparición de unos humanoides sin rostro a partir de una comprensible en su
fondo pero bastante bochornosa escena con un sacerdote como protagonista y que
confunde el mostrar el rechazo cerval de Heidi a todo lo cristiano como parte
de su descubrimiento de su verdadera naturaleza con lo barriobajero, o el
dibujo sobre una pared que empieza a derramar sangre son lo más prototípico de
una película que destaca por querer huir exitosamente de desarrollos fáciles o más
o menos establecidos partiendo de una historia que tiene poco de original.
Mientras el
endeble guión va apagándose en situaciones resueltas con una rapidez y
simplicidad pasmosa que se salvan por el buen hacer de Zombie y su equipo
técnico para crear una enrarecida y tenebrosa atmósfera que huye de cualquier
cliché gótico en lo que a dirección artística y decorados se refiere (como he
dicho antes la planificación sí crea una sensación de goticismo a partir de
elementos cotidianos), aparecen las lagunas narrativas que poco a poco van
creciendo hasta anegar el tramo final del film. Mediante una deriva que parece
sacar fuerzas del clásico de Roman Polanski La
semilla del diablo, Heidi es enfrentada con la auténtica naturaleza del ser
humano que pretende Zombie y de la que ella es una importante pieza en el
camino a una discutible pero interesante Verdad[3].
Sus cada vez más violentas pesadillas que la vinculan emocionalmente al dolor
de las brujas de Salem en el momento en que fueron ajusticiadas la llevan a
conocer al que se diría es el mismísimo Anticristo.
Pese a lo
dicho, a Zombie no parece interesarle el tema desde una perspectiva de denuncia
de los desmanes de la Iglesia para con los acusados de brujería[4]
hace siglos. Aún y así, las brujas son uno de los aspectos más conseguidamente sarcásticos
de la función. La aparición de tres brujas que contemplan con evidente desdén a
todos los que lo rodean y tratan a todos los hombres (pese a llamarse The Lords of Salem podría hacerse una
lectura feminista de la película) con una inquietante condescendencia valida la
capacidad del director para sacar lo mejor de sus actores y actrices (incluida
su mujer, que no destaca por ser la más dotada de todas ellas en lo que a
interpretación se refiere) a las que en este caso respalda situándolas en plano
a cada una de sus apariciones de forma que más que estar en cuadro parezca que
lo posean a la fuerza e invadan el de los demás personajes que tienen a su
alrededor además de marcar las diferencias con estos en rasgos tan sencillos
pero reveladores como la forma de hablar y una alegría casi antinatural dentro
de la tristeza tonal del film… También es notable como el Mal que vaga por el
edificio de apartamentos en el que vive Heidi se nos presenta la mayoría de las
veces como una presencia que nunca vemos pero que la cámara nos muestra como va
y viene a modo de plano subjetivo, diferenciándola de su representante físico
que cambia la dirección de la película con su grotesca y abotargada presencia.
Ese es el instante en el que la trama a caballo entre el terror y el suspense conspiranoico
con el personaje de Heidi como pivote central, se desdibuja para dar paso a
mostrarnos la subjetividad de la protagonista que poco a poco se adueña por
completo de la película.
Satan hace
acto de aparición en un fastuoso teatro por el que vaga Heidi bajo los compases
del Requiem de Mozart y con ello la linealidad
de la narración y parte de la inquietud acumulada durante la película se va al
garete pero el interés, lejos de venirse abajo, crece unos cuantos enteros. Nada
de lo anterior es un problema en cuanto Zombie demuestra en ese instante que
todo lo anterior es el prólogo de algo más grande y narrativamente mucho más
amorfo, mostrado en imágenes de una manera que dividirá al público pero que
nadie podrá negar que no vuelva a sorprender. Si la primera mitad de The Lords of Salem sorprende a los
seguidores de Zombie por apostar por un cambio de registro que incluye el
anterior y lo integra en un conjunto más complejo, la segunda sorprende a todo
Cristo. Y lo que inicialmente uno no sabe si tomárselo a broma o en serio,
deviene uno de los espectáculos más bizarros y fascinantes que un servidor
recuerda haber visto en mucho tiempo. Zombie pone en primer plano y como
auténtico tema de la película lo que se había ido asomando en forma de
esoterismo en algunos de sus films anteriores y que aquí es uno de sus pilares,
no demasiado original en los tiempos que corren, pero que bajo esta
presentación resulta interesantísima: que la auténtica naturaleza humana es
destructiva y descontrolada, telúrica y desagradable hasta lo atroz bajo la
patina civilizada que es nuestra existencia cotidiana. Este último tramo parece
una actualización del ritual que daba inicio a la película dando una estructura
circular a la película y dándole final articulando simbología relacionada con
el satanismo y la religión pero propia de la actualidad para crear el nuevo
ritual que se había visto interrumpido durante siglos.
No por
casualidad es en un teatro donde tiene lugar el concierto del grupo The Lords (of Salem) y que al alzarse el
telón de comienzo la catarata de imágenes grotescas y la imaginería religiosa
que a caballo entre lo risible y la estupefacción nos muestran la aceptación de
Heidi como Virgen María del Mal, madre mártir del Gusano maligno que llevará a
la humanidad a una nueva era si no Oscura, sí lejos de las doctrinas y
enseñanzas de Jesús. Algunas de esas imágenes son tremenda y reveladoramente
kitsch y cercanas al peor videoclip pero también resultan dentro del conjunto más
cercanas a cualquiera de las aventuras cinematográficas de Alejandro Jodorowsky
con su carga de autoimbuida trascendencia que a la paja mental sin más objetivo
que el de marear la perdiz.
El que esta
epifanía a la auténtica realidad de la existencia que pone punto final al
periplo vital de Heidi tenga lugar, repito, en un teatro, el que esas fuerzas
latentes empiecen a desperezarse al son de una melodía, o las apariciones de
imágenes como la icónica luna de Melies tuerta por la caída de un cohete en uno
de sus ojos en una de las alucinaciones (o no) de Heidi, deja a las claras que
esas ancestrales energías paganas han
encontrado su camino hasta nosotros (y de ahí quizás que la película sea tanto
una experiencia en su tramo final que nos afecta como espectadores, que
participamos en ella además de presenciarla) a través de la música, el
espectáculo, la literatura y finalmente, el cine aunque sea a través de sus
clichés o de formas que han terminado siendo puro estereotipo pero que a decir del director son lo único que nos queda de aquel salvajismo ancestral.
Así, Zombie
parece sumar su película a las que aspiran a revelar esa verdad a los que viven en la parcela más tranquilizadora de la
percepción del mundo y de paso marca de forma completamente consciente un
imprevisible giro en una carrera como la suya que habiendo dado lo mejor de sí,
necesitaba un nuevo rumbo. The Lords of
Salem además de oler a exorcismo de demonios personales a la legua y ser el
más personal (y autoconsciente, y intelectualizado) de sus films, no parece ser
el sitio en el que Zombie va acabar asentándose en caso de que alguien le
produzca más películas[5],
pero es, además de fascinante (cosa que evita el rancio moralismo en el que se
podría haber caído fácilmente tratando un tema de estas características de este
modo), a veces confusa e irritante, sublime y risible, un tremendamente
valiente paso adelante que deja con un palmo de narices a aquellos que pensaban
que ya estaba todo visto y dicho en una brillante filmografía que parece haber
entrado en una nueva ruta aún por explorar. Llevamos tiempo esperándolo.
Título: The Lords of Salem . Dirección y guión: Rob
Zombie. Producción: Jason Blum, Andy Gould, Oren Peli, Steven
Schneider y Rob Zombie. Fotografía: Brandon Trost. Música: John 5. Año: 2012.
Intérpretes: Sheri Moon Zombie (Heidi
Hawthorne), Jeff Daniel Phillips (Herman “Withey” Salvador ), Bruce Davinson (Francis Matthias),
Ken Foree (Herman Jackson), Dee Wallace (Sonny), Judy Geeson (Lacy Doyle),
Patricia Quinn (Megan), Meg Foster (Margaret Morgan), Andrew Prine (Reverendo
John Hawthorne), Sid Haig (Dean Magnus).
[1] Nacido el 12 de enero de 1965, Robert Bartleh Cummings
(legalmente Rob Zombie a partir de 1996) en el seno de una familia que se
ganaba el pan trabajando en el circo, oficio que abandonaron cuando tras una
función una turba de gente prendió fuego a la carpa, produciéndose los
violentos disturbios que llevaron a la familia Cummings a apearse del mundo
circense.
Más
adelante, tras pasar por la Escuela de Diseño de Parsons y trabajar haciendo
los decorados del programa infantil Pee
Wee’s playhouse del que fue el protagonista del primer largometraje de Tim
Burton; Pee Wee Herman, bizarro personaje interpretado por Paul Reubens, Zombie
y su pareja de entonces fundaron el grupo White
Zombie en 1985, para trece años y cinco discos originales (más uno de
remixes y un recopilatorio) más tarde disgregarse. Era 1998, y Zombie ya de la
mano de su actual esposa Sheri Moon inició su carrera en solitario con Hellbilly Deluxe, al que siguió The Sinister Urge, Past Present and Future,
Educated Horses (que incluye el tema Lords
of Salem que dará título al film) y por último a día de hoy Hellbilly Deluxe II. Sus letras combinan
cine de terror con una tenebrosa atmósfera puntuada en ocasiones con fragmentos
sonoros de películas, generalmente de género terrorífico. Tras haber dirigido
algunos videoclips para White Zombie
y en sus discos grabados en solitario, en el año 2000 Zombie comenzó la
filmación de la que sería su primera película La casa de los 1000 cadáveres auspiciada por la Universal que
asustada por la más que posible calificación moral de NC-17, que en los EUA es
la más restrictiva posible y que limita muchísimo las posibilidades de
distribución de cualquier film que la merezca, obligó a Zombie a rodar de nuevo
algunos instantes para suavizar su exagerada y retorcida violencia. Fue el
primero de una serie de encontronazos con la productora que relegó el film al
olvido de la distribución hasta que, tres años más tarde, Zombie compró los
derechos del film y lo distribuyó a través de Lions Gate, siendo por lo visto
un fracaso de crítica en los EUA (aunque aquí recibió más de una ovación) pero
un relativo éxito de taquilla y un film de culto instantáneo. En 2005 llegaría
su por lo general aplaudida secuela Los
renegados del diablo, seguido del controvertido (esta vez más por una
cuestión de admiradores de piel fina que por la violencia) remake del clásico
de John Carpenter Halloween que
dividió tanto a la crítica como al público. Dos años después, en 2009, afrontó
uno de sus mejores films: Halloween II,
que no acabó de cuajar entre el público norteamericano y que llegó a nuestro
país un par de años más tarde directamente en mercado doméstico. Sobre su
aventura en el campo de la animación en el mismo año con The haunted World of el Superbeasto seguimos sin saber nada por
aquí a menos que sea en mercado de importación o con artimañas de legalidad
dudosa en la red… Además es por ahora el único tropezón psicotrónico pero demasiado garrulesco en una interesantísima
carrera cinematográfica que acaba de dar su último giro.
[2] Además incluye algunos elementos como la habitación en la que
habita el Mal o incluso el elemento que provoca la intromisión de este en la
vida de la protagonista. Si en el film protagonizado por Nicholson, este
entraba en contacto con los espíritus de los que sólo era consciente su hijo a
través de su superado alcoholismo en el que vuelve a caer por la presión y el
aislamiento, en el de Zombie el personaje de Sheri Moon cae en la trampa a
partir de su recaída en su adicción al crack… Paralelismos entre dos films
distintos, pero del que uno de ellos parece haber tomado buena nota del otro.
[3] Algunos críticos y analistas han visto en dicha forma de ver el
mundo y los que vivimos en ella las mismas fuentes que en buena medida sacian a
gran parte de los protagonistas del cine de Zombie: Aleister Crowley. Nacido Edward Alexander Crowley en 1875 y figura polémica donde las haya, fue acusado de magia y satanismo pese a lo cual parece que logró erigirse como uno de los nombres importantes del ocultismo del siglo XX. Para los interesados recomiendo la lectura el libro editado por Valdemar en el año 2001: El continente perdido y otros ensayos que incluye además la máxima de Crowley que reza: Do what thou wilt (Haz lo que quieras) en la que algunos han querido ver la conexión con algunos de los protagonistas y filosofía subyacente en el cine de Zombie.
[4] La localidad de Salem es uno de los más recordados escenarios de
una literal y sangrienta Caza de Brujas que tuvo lugar a partir de 1692 en la
que la paranoia, bajo el auspicio de unas autoridades puritanas no muy dadas a
la clemencia, encontró gasolina para su fuego en cualquier hambruna, epidemia o
mala cosecha para acusar a cualquiera de brujería como causa última de sus
desgracias. La brujería o la creencia en su existencia en territorio americano
y su persecución fue debida a la colonización europea que tuvo lugar en el
Nuevo Mundo durante el siglo XVII, importando al continente lo que ya hacía un
tiempo que asolaba Europa y equiparable a la Inquisición que tanto se cebó por estos lares.
[5] Cosa que dependerá en gran parte del favor o rechazo de un
público que seguro va a tener opiniones encontradas sobre la película. En uno
de los pases de la película en el Festival de Cine Fantástico de Sitges, antes
de la proyección que terminó entre aplausos y abucheos, la actriz Dee Wallace
que interpreta a una de las tres brujas hizo la siguiente comparación: ¿Recordáis la reacción del público cuando
Bob Dylan se pasó de la música Folk a la guitarra eléctrica? No seáis tan duros
con Rob.
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