Faith, Brit,
Candy y Cottie son cuatro chiquillas perdidas en un mundo gris de colores chillones
que buscan una salida al aburrimiento que las hunde bajo montañas de clases
universitarias y compañeros tan abúlicos como el entorno que poco a poco y a
cada día que pasa va estrechando el lazo alrededor de sus cuellos. Tres de
ellas reúnen los arrestos necesarios para dar un golpe que manchará y marcará
sus destinos en el futuro: el atraco a una cafetería llevado a cabo entre travieso
nerviosismo y gritos salvajes y perpetrado con disimuladas pistolas de agua le supone
al cuarteto de chicas el pasaporte al tan ansiado paraíso en el que por fin
podrán ser quienes deseen ser y vivir a placer. Pero también encontrarse con un
inesperado acompañante de ambiguas intenciones que parece venir de ese otro
mundo del que se sentirán irresistiblemente atraídas ante la promesa de tomarse
unas vacaciones que duren más allá de sus primaveras vitales y para el resto de
sus vidas.
Las llamadas spring
break a las que van a parar como moscas a la miel el cuarteto de chicas
protagonista son el equivalente norteamericano, secular y, a decir de algunos
desenfrenado, de la Semana Santa patria sobre el calendario y también el
reflejo dionisíaco de la festividad religiosa que conmemora el tránsito de
Jesús desde su calvario en la cruz hasta su retorno como pulido muerto viviente
de beatíficas intenciones. Borracheras, drogas varias y de distinta dureza,
sexo más o menos fácil y desinhibido facilitado (y no sería de extrañar que
frustrado también) por todo lo anterior, son los rasgos más reconocibles por
mediáticos de este conglomerado tóxico-festivo para aquellos que nunca hemos
vivido una experiencia semejante.
Pero todo
exceso tiene su resaca, todo auge su caída y todo cuento de hadas su moraleja…
aunque en el cine todo es posible. Vista así, Spring breakers plantea las desventuras de cuatro perversas
caperucitas que pueden leerse bajo dos prismas diferentes pero complementarios.
El primero de ellos, y el que probablemente ha hecho la película posible, tiene
que ver más con motivos ajenos al film, como artefacto cultural muy consciente
de sus modelos, público y repercusión mediática, antes que con Spring breakers, la película en sí misma
considerada, aunque esta es una de esas ocasiones en que resulta harto
complicado separar el grano cinematográfico de la paja mediática. La presencia
de las actrices y cantantes Selena Gómez y Vanessa Hudgens, de monumental (e
infantiloide) éxito entre al menos una generación de espectadores prepúberes[1],
como cabezas de cartel, acompañadas por Rachel Korine (esposa del director de
la película) y Ashley Benson, sirve tanto como reclamo comercial para dicho
público, (que ha crecido y probablemente despertado y disfrutado de su
sexualidad a la par con -y a través de- su particular star-system) como también una prolongación, sexualizada y perversa
(y muy hasta cierto punto, más adulta) de la imagen y estilo de vida que
promulgaban las películas y canciones protagonizadas y entonadas por esas
estrellas y su imagen mediática para el público preadolescente. Así, la
película del director Harmony Korine sempiterno y interesante enfant terrible del cine actual[2],
más accesible para el gran público que nunca sin que eso sea nada malo
considerado en sí mismo, se erige como una morbosa y tremendamente
autoconsciente[3]
(con la inestimable ayuda del afamado grupo musical Skrillex que también causa
furor entre la adolescencia y firma gran parte de la banda sonora) fantasía
cinematográfica para una parte del público. Y para la otra parte de la
audiencia (en la que se encuentra el abajo firmante) en una brillante película
que hace de la perversión sin fondo su bandera.
Spring breakers es un
film que echa raíces una contradicción que nunca acaba de resolverse y resulta
de lo más reveladora: se presenta como una húmeda y perversa fantasía que se
diría una versión hiperestilizada y moderna del cine de Russ Meyers, con sus
cuatro heroínas eternamente enfundadas en sus bikinis desde que ponen un pie en
una temporada vacacional marcada por la sensación de irrealidad que desprende
toda la película, pero a la vez esa perversión acaba resultando, de forma
coherente, tan ingenua como sus protagonistas. La moral que pretende envenenar
Korine, siempre del lado de sus protagonistas, se revela estéril porque no
tiene más sentido que ser, precisamente, pervertida sin ir más allá de eso. La
moral que sirve de puntal en la estructura de cuento de hadas del film primero
se diluye al entrar en contacto con una forma que no admite discusión y nunca se
cuestiona desde la película, para pronto desaparecer. En el fondo, y pese a los
aires rebeldes de las chicas y lo
agresivo de algunas de sus acciones, no hay rebelión contra lo establecido, o
si la hay, no es en el sentido político,
el estilo de vida que se ve como paradisiaco se resume y potencia desde las
imágenes en una de las máximas del quinto personaje en solfa del que hablaré
algo más adelante: “Culitos y dinero, en
eso consiste la vida”. No hay atisbo de crítica a las conductas criminales
de sus personajes (que se contextualizan sin nunca explicar sus motivaciones),
y las referencias al sueño americano como paradigma de lo frívolo son tan
puntuales y se hallan sumidas en un baño de imágenes tan fascinantes que
difícilmente pueden tomarse en serio. Es el culto al dinero por el dinero y a
lo frívolo por lo frívolo en aras de un placer que sólo es posible a base de
pervertir todo lo que se toque sin más valor que la perversión misma como
fuente de placer, creando un vacío dramático que podría haber hundido el film de
Korine. Y dicha perversión, y disculpen que me repita tanto con el tema, se
confunde con un hedonismo inseparable en el film de una maldad que hasta bien
entrada la película resulta tan infantil (¿y disneyizada?) en su poso como maravillosamente lisérgica y morbosa
es su atmósfera, que a veces se ve algo puesta en entredicho por el contenido
de las imágenes de Spring breakers.
Ninguna de las
chicas protagonistas se muestra desnuda pese al perenne celo sexual en el que
parecen vivir, y ningún desnudo en toda la película pasa recatadamente y como
mandan según que cánones de cintura para
abajo, las experiencias con las drogas del cuarteto no pasan de una esporádica
toma de cocaína que sí tendrá consecuencias dentro de la película, llevándolas
a conocer al Lobo Feroz (bajo el nombre de Alien y las facciones y talento de
un impresionante James Franco) de sus vacaciones de perverso cuento de hadas,
un hombre que se jacta de sólo sentirse realizado haciendo el Mal y que aúna
las características de narcotraficante, macarra de aires proxenetas y atracador
a mano armada. Este personaje parece marcar el punto de inflexión moral (y
moralista, por poco argumentado) de la película, pero una vez más Korine
despacha el claroscuro con el fogonazo de luz que reciben a las chicas cuando
estas abandonan la prisión de la que han salido con el pago previo de sus
fianzas de la mano de Alien. Lo que se diría un descenso a los infiernos es
tratado por Korine con más exceso, como el ascenso iluminado a un paraíso sólo
para valientes del que el realizador se esmera, y ahí reside su mayor
transgresión basada en un elegantísimo y pulidísimo descaro para los que se
creían a salvo de los placeres (por considerarse vulgares o de baja estofa) que
hacen gala las juergas del spring break, en hacer partícipe a su público como
si se les diese a probar la peligrosa, aunque tan fantasiosa que acaba por
serlo menos de lo que parece, fruta prohibida.
Su raquítica
estructura de cuento de hadas sobre el guión, con su consabida moral que
consiste en un viaje por el lado oscuro de la vida que acabará con la
restitución del orden y el aprendizaje de una lección (otro elemento más que
parece estar ahí para ser pervertido sin más consecuencias), es prontamente
arrasada por su avasalladora y artificiosa forma: su supuesta moral es
bombardeada por la evidente y contagiosa fascinación que Korine siente no sólo
por sus personajes, sino también por sus sueños y su visión de un paraíso
plastificado y frívolo al que nunca contradice, sino que ilustra en sus propios
términos en imagen y sonido. Desde el chasquido de una arma cargándose como
mantra sonoro (y también descontextualizado) que une un plano con otro, los
aires “lolitescos” del cuarteto protagonista, falsas ninfas aniñadas pese a su
edad universitaria e inocentes viudas negras que disfrutan siéndolo y cuyos
susurros inundan la banda sonora de la película aunque no estén presentes en el
plano, el uso de la fotografía en tonos chillones y ácidos como si los desdibujados
personajes de la película viviesen en una perpetua rave en la que ni un solo cuerpo acumule las consecuencias de los
excesos a los que los someten por sus descerebrados propietarios lleva a la
película a aligerarse de todo lo que pueda darle un peso excesivo, y a su realizador, a rendir pleitesía a todo lo que en ella se
muestra. Son los cantos de sirena de una película que seduce por los ojos y los
oídos y que se modulan por obra y arte de un magnífico montaje de imagen y
sonido que otorgan a Spring breakers
una onírica textura muy conseguida que hace de la historia del film un pletórico
tapiz audiovisual situado en el caldo en el que confluyen y se confunden las
aguas del lenguaje propio del videoclip y esa magistral película llamada Días del cielo firmada por un Terrence
Malick que, con todas las distancias, muy bien podría haber sido fuente de inspiración
para Korine en este Spring breakers.
Pero hay más: el
irreal entorno de cuerpos imposibles que se dirían bronceados por omnipresentes
luces de neón es recogido por una cámara errática y flotante que se dedica a
orbitar alrededor de los personajes sin nunca llegar a concretar su punto de
gravedad de ninguno de ellos, dando como resultado una naturalidad que debe
mucho a la de los propios actores pero que habría sido mucho más improbable con
una planificación más concreta; el montaje alterna puntos de vista, imágenes
previas de la película que se ensamblan con otras nuevas y se complementan
todas ellas con otras desvinculadas de la línea temporal y el espacio de la
película; el montaje sonoro, siguiendo los pasos del de imagen, intercala y
dota de nuevo sentido frases y sonidos igualmente desvinculados de sus fuentes
primigenias dotando a Spring breakers
de una condición de película más sensorial que, sin caer nunca en lo
anarrativo, racional y alejado de cualquier intento de realismo.
Todo lo
anterior dota a Spring Breakers de una
impresionante atmósfera lindante con lo fantástico y un lirismo que ahoga entre
sus oropeles formales el garrulismo (que nada tiene que ver con el sexo, poco
con las drogas y sí mucho o todo con la estupidez y la falta de sensibilidad
como puede verse en cualquier infraprograma televisivo como Gandia Shore y derivados) que late en su
fondo, pero también da lugar a secuencias memorables que visto el material, que
es hueso pop y músculo trabajado en el kitsch, de base de la película resulta
poco menos que inesperado[4].
Desde un improvisado ballet bajo las palabras unidas en una canción de Britney
Spears cantada por Alien mientras toca el piano y sus tres musas exterminadoras
danzan en sus bikinis tocadas por unos pasamontañas rosas fusiles en mano, o la
irreal imagen de las chicas declarando frente a un juez… en bikini de tonos más
chillones aún en un entorno tan gris, hasta las mismas contemplando
impertérritas y de espaldas a nosotros como el coche que han usado para
perpetrar el atraco (cuya reconstrucción posterior para la chica del grupo que
no estuvo allí es una delicia para los ojos y los oídos) que les dará el
pasaporte a sus anheladas vacaciones es pasto de las llamas… siendo sus
siluetas recortadas por el fuego y el vehículo calcinándose lo único visible de
la oscura imagen.
Son unas pocas
(muy pocas, para el ingente catálogo de escenas para el recuerdo que deja el
film como saldo) muestras del poderío de una película que no justifica las
acciones de los que la habitan, ni tampoco las explica, porque no las entiende
o no las ha vivido, pero precisamente por ello puede hablar en igualdad de
condiciones con el público que tampoco ha pasado por la experiencia. La
película se nutre de dos fuentes diferentes, sus referentes en la industria del
cine y la música preadolescente y los que recogen en imágenes las fiestas
primaverales… sin que ninguno de ellos venga de una experiencia de primera
mano, siendo una idealización hueca de unas imágenes previas y de las que por
lo tanto, ni se conoce su motivación ni llegamos nunca a entrar en las cabezas
de los personajes sino más bien en la de Korine... y si todo va bien, también
en la nuestra. Lo que no supone un lastre para el resultado final si no todo lo
contrario. Su condición de fantasía pura
y dura se extiende de este modo tanto para aquellos que la vean como reverso
húmedo y prohibido de la imagen de unas actrices y cantantes que se habían
parapetado detrás de una aureola tibia y virginal como de aquellos que somos
extraños a ese blanqueado estrellato adolescente.
Podría verse
como una muestra de la falta de espíritu de los tiempos, de un retrato
generacional de una generación sin moral en una película que es todo forma y
cuyo fondo es un vistoso enigma, pero su ausencia de claroscuros, su regodeo en
los cuerpos de las cuatro chicas como muestras de pureza tanto en su bondad
como su maldad, su alegre irresponsabilidad y su exagerada e imposible poesía
que no es de este mundo y que debe mucho más a su maravillosa atmósfera que a
lo que realmente muestra, sitúan al film de Korine en un escalafón
completamente ficticio y distanciado (aunque apasionante) de la realidad de la
que proviene, y tan desvinculada de esta como las imágenes de la juerga en la
playa que abren la película como un sueño a perseguir pero sin parangón en la
realidad en la que supuestamente se basa.
Las chicas que
sufren algún dolor, dudan, o recuerdan a las demás que, efectivamente, pueden
caer como cualquier otro, son consecuentemente expulsadas (y curiosamente así
ocurre con las que no participan en el atraco a mano armada de la cafetería,
como si ese fuese el bautismo que les permite sobrevivir más adelante) del
paraíso por Korine sin que se sepa más de ellas. Sólo las vacaciones y su
preservación como cielo en la tierra importan, porque son el único sostén de
una fantasía insostenible si entra en contacto con la realidad pero que no ceja
en su empeño de sobrevivir como fuente de placer sí o sí. El corte de amarras del
puerto mundo real, al que se mira desde las gradas para devolverlo de nuevo al
mundo, regresa regurgitado bajo los códigos de imagen y sonido de los
personajes de la película y que los más jóvenes quizás entiendan y sientan como
propios, pero que otros sólo podemos admirar y disfrutar como extraños, mientras
todos, ellos y nosotros, volvemos a nuestros trabajos o nuestra rutina habitual
a ganarnos una libertad condicional pasando temporadas largas en esa zona gris
que tanto repele a los fantasmas felices de estar envasados al vacío en Spring breakers.
Título: Spring
Breakers. Dirección y guión: Harmony
Korine. Producción: Charles-Marie
Anthonioz, Jordan Gertnerr, Chris Hanley y David Zander. Fotografía: Benoit Debie. Montaje: Douglas Crise y Adam Robinson. Música: Cliff Martinez, Skrillex y
Gucci Mane. Año: 2013.
Intérpretes: Selena
Gómez (Faith), Vanessa Hudgens (Candy), Ashley Benson (Brit), Rachel Korine
(Cotty), James Franco (Alien), Gucci Mane (Archie).
[1] Selena Gómez, actriz que comenzó su carrera en la serie Barney & friends y alcanzó el
estrellato infantil-juvenil con Los magos
de Waverly Place, serie emitida por Disney Channel entre los años 2007 y
2012 y ganadora de un premio Emmy. En el año 2008 dio comienzo a su carrera
musical publicando tres álbumes de éxito: Kiss
& tell, A year without rain y When
the sun goes down. También ha participado en algunas producciones enfocadas
al público juvenil al que debe su éxito como la película de la serie Los magos de Waverly place antes
mencionada y es, desde el año 2009, embajadora de buena voluntad de UNICEF,
siendo la actriz más joven en ocupar esa posición. Actualmente goza (hay gente
para todo) de 29 millones (¡!) de admiradores en facebook.
Vanessa
Hudgens co protagonizó Thirteen
olvidado drama sobre una adolescente conflictiva y alcanzó la cima de su
popularidad gracias a la todopoderosa Disney y su tentáculo televisivo Disney
Channel: High school musical, que
protagonizó junto con Zach Efron, otra estrella de similar calibre, conoció dos
secuelas y se erigió como un pequeño fenómeno mediático (y una máquina de hacer
dinero a bajo coste) a cada entrega. Hasta donde pude/quise ver del primer High school musical, decir que resulta
un musical bien coreografiado pero tan rematadamente pobre en cuanto a
realización o cualquier otro aspecto que no tenga que ver con el baile que
acompaña a unas insípidas e irritantes canciones que el resultado es horrendo
para aquellos que teníamos la edad (y la suerte) necesaria para no tener que
fingir interés por dichas películas sin miedo a ser arrinconados por la ingente
masa de preadolescentes adoradores del blanquísimo y tibio producto Disney,
adjetivos que podrían aplicarse al grueso de las participaciones de ambas en el
campo interpretativo y el musical. Independientemente de la calidad de dichos
productos y teniendo en cuenta que las posibilidades interpretativas de ambas
actrices (como posiblemente también del resto del reparto de dichas series y
películas) no podían desarrollarse en un entorno tan encorsetado como es el de
los teledirigidos productos Disney (ya sea en espíritu o bajo pago de la
productora) antes mencionados, Spring
breakers se ha beneficiado (según asegura el director Harmony Korine “Es como si hubiera dos películas: la real y
la que están creando al mismo tiempo los medios de comunicación, los paparazzi
y los tuits”) del éxito previo de dos de sus jóvenes actrices protagonistas
como probablemente ambas habrán encontrado una oportunidad de jugar con su
imagen y optar a papeles más arriesgados que los que conforman los cimientos de
sus carreras. Aunque en honor a la verdad, en la sala a la que fue a ver la
película un servidor la media de edad superaba la treintena…
[2]Nacido en California en 1973 pero residente en Nashville durante
su infancia y adolescencia en la que vivió un tiempo en una comuna e iba al
cine con su padre sembrando la semilla que más tarde eclosionaría en la parte
más destacada de su profesión, Harmony Korine alcanzó una muy temprana fama al
firmar el guión de Kids, célebre y
tremebunda película firmada por el fotógrafo Larry Clark, que daría con este
sórdido y miserabilista (y de un moralismo que parece pretender,
consiguiéndolo, sembrar el pánico entre los espectadores más jóvenes) retrato
de un grupo de adolescentes descerebrados y hedonistas sobre los que se cierne
la amenaza cumplida del sida. Hecha con un naturalismo que potencia lo más
desagradable en aras de un realismo que ha alzado a la película a un justo
estadio de film de culto, Clark le encargó a Korine el manuscrito que sería el
guión sobre el que se haría la película al conocerle en una sesión fotográfica
a un grupo de chavales skaters que frecuentaba el realizador de Spring breakers y que según parece, y
ese fue el motivo por el que Clark lo eligió como guionista, basándose en
experiencias personales o de gente a la que conocía. El nombre de Korine
volvería a relacionarse con Clark, aunque esta vez debido a un acuerdo
comercial y no porque su relación pasara por el mejor momento, con Ken Park otro retrato sobre un grupo de
familias disfuncionales que al menos y sin que sirva de parangón en el cine de
Clark, cerraba con un trío carente de toda sordidez y sí con considerables
muestras de cariño, a modo de esperanzador broche.
Poco
después de Kids, Korine se embarcó en
su primera película como realizador en 1997 con la curiosa Gummo que hasta cierto punto prolongaba esa visión tan desoladora
de la vida propia de Clark pero mezclándola con un surrealismo formal y una
historia diluída poblada por personajes que harían las delicias de Tod
Browning, que le mereció la repulsa de una parte de la crítica y alabanzas de
gente como Werner Herzog. Herzog participaría en calidad de actor en la segunda
aventura de Korine, esta vez bajo el paraguas del olvidado Dogma 95 con Julien Donkey Boy, considerado el dogma americano y que rodó, siguiendo
los patrones del “movimiento” ideado por Lars Von Trier que decidió cumplir de
forma no acreditada. Protagonizada por Chloe Sevigny (musa del cine
independiente del momento que ya aparecía en Kids y Gummo y por
entonces era pareja sentimental del director) y Ewen Bremmer (el Spud del Trainspotting de Danny Boyle) en el
papel de un desequilibrado que convive con una familia que no le va a la zaga y
que, de nuevo, sorprendía por su virulencia (y por la desarmante presencia de
un enano negro y albino que sin previo aviso se ponía a bailar bajo los vítores
de sus amigos) pero de la que el que firma no recuerda nada más desde que la
vio ,en el 1999 de su estreno, que un angustioso viaje en autobús en el que
Bremmer ocultaba el cadáver de un recién nacido llevándolo a su casa… y que
para hacer más creíble la escena se rodó sin previo aviso del resto de
pasajeros de lo que resultó más de un momento como mínimo tenso entre el pasaje
y el actor.
Por aquel
entonces Korine era conocido por sus algo más que coqueteos con las drogas y
llevar una vida errática no sin el orgullo que lo llevó a declarar que el cine
de Scorsese dejó de tener interés cuando abandonó su casi fatal adicción a la
cocaína. Así, tras varios proyectos fallidos, descacharrantes entrevistas en
las que Korine no parecía muy bien saber donde estaba y porque y la escritura y
publicación del libro A crack up at the
race riots en 1998, y la realización de cortometrajes, mediometrajes,
documentales y videoclips varios, Korine volvería a la carga ya sin substancias
tóxicas (o muchas menos, en cualquier caso) rondando por su cuerpo con el
largometraje Mr.Lonely en el año
2007. Más próxima a Spring breakers
en cuanto al respeto que se respira por sus personajes y su iluminada forma de
ver el mundo, esta película protagonizada por Diego Luna, Samantha Morton y
Dennis Lavant (recuperado para una parte del público por una nueva colaboración
del actor con el director Leos Carax en Holly
Motors), más atemperada en lo formal y con una inesperadamente
esperanzadora visión de las cosas supone un punto y aparte en la carrera de
Korine. Cuenta también con la aparición, de nuevo, de Werner Herzog (el cine
del cual parece una gran influencia en algunos momentos del film) como
sacerdote y con imágenes tan hilarantes y magníficas como un grupo de monjas
lanzándose desde un avión para estrellarse desde gran altura sin hacerse ni un rasguño
por la gracia de Dios… Por otro lado, supone un cariñoso espaldarazo a un grupo
de gente que se niega a ver el mundo fuera de sus propios e inofensivos
parámetros. Una bonita película surgida del lugar más inesperado y a la que
seguirían más videoclips, el premiado y aburrido film Trash humpers, del que hablo en otra nota al pie y Spring breakers.
Entre sus
proyectos que no vieron la luz se encuentran dos de lo más interesante: Fight farm, que debería haber visto la
luz tras Julien Donkey Boy empezó
siendo una película grabada con cámaras ocultas en la que Korine, como
protagonista absoluto, se dedicaba a increpar a parroquianos de bar hasta que
estos, hartos de las faltas de respeto del realizador, acababan dándole una
paliza. Las amenazas de muerte eran el toque de atención que hacían que el
resto del equipo revelara que se estaba filmando una película para no poner en
riesgo la seguridad (¿?) del director como también lo eran el que este
decidiese dar fin a la salvaje broma. Su intención era recrear de un modo
hiperrealista el humor de leyendas del cine mudo como Buster Keaton o, muy
especialmente, Harold Lloyd pero tras ser encerrado en prisión un par de veces
y según él, que le rompieran ambos tobillos en dos palizas diferentes (que le
inhabilitaron para una de sus grandes aficiones, bailar claqué como puede
vérsele hacer en Trash humpers) le
hicieron abandonar el proyecto. Otro proyecto, igualmente bizarro y muy querido
por Korine, es What make Pistachio nuts?,
la historia del cerdo Pistachio que tenía lugar durante unos disturbios
raciales en el estado de Florida durante los que un niño montaba a Pistachio y
mediante cintas adhesivas enganchadas a sus pezuñas se dedicaba a subir por
paredes desde las que lanzaba cócteles molotov contra sus enemigos. Una primera
versión del guión se perdió durante un incendio que asó el contenido del
ordenador de Korine en el que guardaba el escrito. Según sus palabras se gastó
once mil dólares en intentar recuperar el contenido del ordenador, pero fue
imposible así que el proyecto quedó aparcado hasta nueva orden… y hasta que
algún productor loco le financie lo que de salir bien sería una maravilla.
[3]Como también lo es, en una liga diferente, el film anterior de
Korine Trash Humpers. A caballo entre
el cine de John Waters, Los idiotas de
Lars Von Trier y el célebre y estúpido (y divertido) programa televisivo Jackass, esta película está
protagonizada por un grupo de falsos ancianos (en realidad Korine, su esposa y
amigos bajo un horrendo maquillaje que hace más risible todavía la propuesta)
que actúan como vándalos rompiendo cosas sin ton ni son ya sea a martillazos
contra una pared o lanzando un televisor para que se estrelle contra el suelo,
diciendo salvajadas y actuando como animales para después ponerse a fornicar la
basura que han dejado a su paso (aunque luego veremos como se restriegan con
todo lo que encuentran a su paso, dejando a la intuición del espectador la
posibilidad de un episodio necrófilo), dando sentido al título que literalmente
significaría Folladores de basura.
Grabada y montada en VHS (algo que por lo visto es la creme de la creme de la transgresión pero que a los que aún tenemos
ese aparato reproductor y lo usamos de vez en cuando nos parece un esnobismo
que asusta), la naturalidad de sus imágenes en parte gracias al formato,
prácticamente mudas en muchas ocasiones y otras plagadas de monólogos y
irritantes gritos sin sentido que de vez en cuando profieren los ancianos, y
una historia inexistente no consiguen salvar a la película de su peor enemigo
una vez se ha disipado la sorpresa: que resulta mucho menos agresiva de lo que
parece pretender ser y irritantemente boba demasiadas veces, por dar la
impresión de ser una transgresión algo prefabricada al venir ya recomendada
como película de “valor cultural”, etiqueta que siempre acaba por ser el mayor
enemigo de las películas que acompaña, y mucho más aburrida de lo que nos
gustaría, aunque contiene algunas escenas interesantes y un respeto por sus
depravados personajes y su estilo de vida (que no deja de ser muy similar a los
que mueven los principios estéticos de Korine) que por ahora parece ser una de
las constantes del cine del realizador. Curiosamente, su aureola de film
maldito y a contracorriente (lo que de por sí sólo debería significar que es un
film maldito y a contracorriente, no que sea una buena película aunque sea
efectivamente maldita y a contracorriente) fue probablemente lo que le hizo
ganar numerosos premios en varios festivales de renombre del mundo.
[4]Viniendo a ser algo como lo que en palabras de William Burroughs
suponía “encontrar diamantes en el culo
de un cadáver”. La base de Spring
breakers, además de las imágenes en las que pensó Korine de un grupo de
chicas en bikini con pasamontañas (imagen que recuerda poderosamente al de las
Pussy Riot en su tristemente célebre concierto en una iglesia ortodoxa rusa y
que hay quien relaciona con los videoclips del grupo Skrillex que ha
participado en la banda sonora) y armadas hasta los dientes, hay que
encontrarla en las fiestas spring break cuyas grabaciones pueden verse en
youtube. Harmony Korine, que nunca estuvo en ninguna de esas fiestas, tuvo que
echar mano de dichas grabaciones para inspirarse para su guión cuando tuvo que
abortar sus intenciones de situarse en algunos de los lugares (St. Pittsburgh o
Florida como ejemplos al otro lado del oceano, Lloret de Mar, Ibiza o Ghandia
por aquí) en que tiene lugar la interminable juerga para documentarse. Gente
vomitando y desmayándose a las puertas de la habitación en la que intentaba
escribir, fornicando por los pasillos del hotel y el impresionante follón que
debe montarse en estas festividades le llevaron a irse a un prototípico hotel
con campo de golf adosado y jubilados paseando apaciblemente. La fauna humana y
filosofía de fondo propias del spring break pueden encontrarlo parodiado en
películas como esa burrada firmada por Alexandre Aja bajo el nombre de Piraña 3D, o sin un conato de ironía en
programas del calado de Jersey Shore o el Gandia
Shore, surgido, como otros muchos shore
a raíz del éxito del primero. Para los que hayan tenido la suerte de no verlos,
la cosa se reduce a meter en una casa a un grupo de jóvenes, al más puro estilo
Gran hermano, musculados ellos,
apretadas ellas, aburridísimos y atontados todos, y ver en pantalla como se
emborrachan, pierden trabajos regalados, se pelean por el más nimio de los
motivos que se pueda imaginar y se encaman. No es el mal gusto, aunque tampoco
ayuda, lo que hunde el programa, sino lo penoso del show, lo rematadamente
estúpido de lo que ocurre y lo aburrido que resulta verlo. Algunas de las cosas
que allí pueden verse no vale la pena verlas por televisión, y las otras, la
mayoría de ellas, no vale la pena verlas en absoluto.