Esta historia
les será siniestramente familiar hasta a los que no han visto la película. Phil
Connors es un cualquiera, un pobre diablo que un día, al levantarse, se da
cuenta de que hoy no es Hoy, sino Ayer. Y mañana también. Y el otro. Y para
siempre. Phil mantiene a cada mismo día que pasa las mismas conversaciones con
la misma gente y aguanta las mismas bromas y chistes pesados de aquellos que lo
rodean mientras se queja de las miserias de su trabajo. Mete el pie hasta la
rodilla en el mismo charco al huir disimuladamente de alguien a quien no le
apetece saludar, se congela bajo el chorro de la ducha por no pensar que el
agua podría no salir agradablemente caliente y se ve obligado a hacer su
trabajo mecánicamente día sí y día también sin previsión de cambio en su
horizonte, limitado en un inexplicable
toque de queda que comprende las veinticuatro horas que van desde las 6:00[1]
del día 2 de Febrero hasta las 5:59 del tercer día del mismo mes y también de
la terrible tormenta de nieve que él, como autoridad meteorológica del canal de
televisión en el que trabaja como hombre del tiempo, no supo preveer y que lo
confina al apacible pueblecito de Punxsutawney sin posibilidad de escape.
Víctima de una
jugarreta mágica de la que por suerte ni llega a explicarse el origen ni
siquiera se intenta, Phil se ve atrapado literalmente en el día 2 de febrero,
siendo él la única persona consciente de un encierro que algunos aplicados
espectadores de Atrapado en el tiempo
han datado en décadas[2].
Desde el pánico inicial a no entender lo que ocurre, pasando por la libertad
absoluta que da el saber que si el mañana no existe, se haga lo que se haga
todo volverá al punto de partida a las 6:00 sin que nadie pueda recordar nada
ni culpar a nadie, hasta la locura y la soledad de saber que nadie puede
entenderle y la toma de conciencia de que es posible una vida mejor, Atrapado en el tiempo basa su comicidad
en la siguiente premisa: ¿qué haría usted si pudiese hacer lo que quisiera
durante 24 horas sin represalias de ningún tipo? Connor empieza dando sus
primeros pasos con pequeñas travesuras que al poco son insuficientes para
paliar su cautiverio, entra en juego la desesperación, la bilis reconcentrada y
hasta el suicidio… hasta que Phil decide mover el foco de su redundante
existencia a los seres humanos que le rodean como parte del escenario en que se
ha convertido su vida hasta alcanzar el amor de Rita, interpretada por una tan
guapa como sosa Andie MacDowell, y cuya atracción amorosa acapara gran parte
del metraje de la película.
Y su encierro
en estos progresivamente asfixiantes parámetros son la razón de ser y lo mejor,
por liberadores y certeros, de esta, pese a sus oscuras posibilidades, amable y
memorable fábula que es Atrapado en el
tiempo sobre el papel. Personificado en Bill Murray, pivote central y
protagonista absoluto de la película que hace de los demás personajes y sus
intérpretes meros satélites en la órbita de la estrella, el hombre común que en
los peores días podría ser cualquiera de nosotros y que aquí responde al mismo
nombre que la marmota Phil que anuncia la llegada más o menos inminente de la
primavera en base a su sombra en el llamado Día de la Marmota[3]
que tiene lugar en el mencionado 2 de febrero siendo carne de un reportaje que
se revela como trampa fatal para el meteorólogo, el director y guionista Harold
Ramis, en colaboración en lo segundo con Danny Rubin, articula un cuento moral
cuya idea consiste en un pulso entre el nihilismo (y algo del humor) kafkiano
del poso de la historia[4]
y de su protagonista con el optimismo a lo Frank Capra que sirve tanto de punto
de vista como de motor moral que vertebra toda la película, desde su discurso
hasta la blancura formal de su plasmación en pantalla y que gana rápidamente la
partida sin que esta, a pesar de todo y gracias a la habilidad del guión más
que de la realización, pierda interés. Porque a pesar de todas las
posibilidades dramáticas de lo anterior, el tono de las respuestas que Ramis da
en su film al cautiverio del personaje de Murray tiene su inocente eco reflejo en
la forma en que el guión ha pasado a tomar cuerpo en la película definitiva.
Su
planificación limita su mayor pegada, aunque de forma muy efectiva, a repetir
una y otra vez la misma escena coreografiada al milímetro pero introduciendo
las mínimas variaciones que le dan ventaja al protagonista para manipular a
todos los que lo rodean en su beneficio gracias a la información privilegiada
que le da el verse atrapado en el 2 de febrero, la fotografía es plana y sin
ninguna intencionalidad más allá de que el contenido del plano sea visible y la
puesta en escena no contiene nada reseñable, con lo que podría decirse que la
plasmación en imágenes del guión responde más a una ilustración de lo escrito
que de una interpretación del texto… pero, pese a todo, la película funciona
mejor, por su lucidez, coherencia y sentido de la diversión, que otros filmes
más brillantes en algunos apartados en los que Atrapado en el tiempo no resulta en absoluto destacable.
Esa repetición
que ilustra el particular purgatorio[5]
secular de un miserable retratado con la mayor de las simpatías carece de toda sensación
de angustia o claustrofobia, como tampoco resultan ofensivas o de dudoso gusto
las burradas que lleva a cabo Murray aprovechando su libertad envenenada, lejos
de todo desenfreno que traspase la barrera de lo aceptable. Y esa limpieza de
intenciones no es, o no sólo, culpa de su plasmación en imágenes y sonido; ya
desde el instante en que la prueba a la que se ve sometido el egocéntrico
meteorólogo se resuelve cuando este aprende a disfrutar de su vida, ejemplificando
una visión bondadosa de un ser humano paradójicamente condenado a la bondad, da
que pensar en la película que habría sido si el Mañana hubiese llegado de
manera aleatoria, independientemente de lo que Phil hubiese hecho, bueno o
malo, el enésimo 2 de Febrero, pero los juguetones y salerosos acordes
musicales que abren la película[6]
y sirven de ocasional subrayado cómico ya dan una idea de por donde van a ir
los tiros: Atrapado en el tiempo es
un juego en manos de la estrella que lo protagoniza, y si el guión es el
esqueleto que ingeniosamente se desarrolla sin querer ir más allá de lo
comercialmente (dicho sea sin ánimo peyorativo) prudente, lo que sería
frustrante de no ser por el buen saldo final, estupendo resultado fruto de la
suma de unas partes nada destacables, Murray es el impertérrito y muy efectivo músculo
que lo mueve a lo cómico apoderándose y marcando un tono que resulta ligero
pero que sería inexistente, por neutral, sin él. A los que no les gusten las
maneras de uno de los más famosos cómicos del cine norteamericano de los
ochenta esta película les resultará una experiencia difícil de digerir: Murray
es el único protagonista, presente en casi todos los planos de la película, y
puntal de la película más allá de su guión que rivaliza con el marasmo espacio-temporal
que es Punxsutawney y sus habitantes en condiciones muy desiguales, supeditándose
todo el film a él. En consecuencia, y de la mano del optimismo que se comentaba
más arriba, el periplo vital de Phil Connors pasa inevitablemente de la resignación
de llevar una vida gris a la que consigue sacarle todo el jugo con innobles, y
blancamente divertidas para todos los públicos, intenciones a una algo
repelente excelencia moral cuya evolución esta bien graduada pero que
inevitablemente acaba pasándose un poco de azúcar amén de hacerle la rosca
hasta la exageración a la estrella protagonista.
Difícilmente
podía ser de otro modo cuando el punto de partida resulta tan neutral en su
retrato de un pueblo que el protagonista ve como un odioso lugar digno de una
hortera postal navideña pero que al espectador no le resulta especialmente
irritante, menos aún cuando el contrapunto irónico que supone Murray le quita
algo de hierro al asunto. Siendo ese es el retrato más punzante que se podía
hacer, sin darle ni siquiera una parte de razón al personaje, con el cambio de
este a un nivel moral más elevado, el contrapunto deja de existir y todo se
funde en un almibarado final feliz que no por coherente, y la coherencia es sin
duda una de las bazas de la película, deja de tener algo de repelente por estar
peligrosamente próximo a los principios de un libro de autoayuda cualquiera.
Nada de lo anterior significa que la algunos de los valores que se realzan en
la película sean, a mi entender, equivocados, pero sí que su plasmación en
pantalla llega a ser tan absoluta y carente de ironía (y de magia) que se lleva
por delante cualquier matiz que humanice los sentimientos y principios morales
en juego. Es el ambivalente impuesto final de una película que funciona sin
aparente esfuerzo ya sea para el público o para sus responsables más allá del
ingenio de la mayoría de situaciones, el ritmo que nunca decae y las
capacidades cómicas de un muy gracioso Bill Murray en plena forma y con su
sempiterna cara de palo que tanto rédito le dio en su día y le sigue dando, en
una parte del espectro cinematográfico muy distinto[7],
actualmente. Toda la turbiedad potencial de la historia queda así ahogada con
una sonrisa satisfecha (y satisfactoria) que no consigue borrar la película que
no es pero no deja de latir debajo de las neutrales imágenes de Atrapado en el tiempo: la de un hombre
que vive su vida como un inconsciente examen y que descubre la que podría haber
sido la verdadera moraleja del cuento: que vivir una vida sin consecuencias
puede ser algo tan divertido como finalmente inane y el estado más próximo a la
angustia de no existir. Todo esto, nada de lo anterior y probablemente mucho
más al mismo tiempo, dando para las más densas discusiones desde una muy
disfrutable (y por sí misma todo lo que esta película necesita para validarse)
ligereza y agradecida modestia, puede entreverse en Atrapado en el tiempo, pequeño, entrañable y justo clásico de culto
que esconde bajo la más inofensiva y amable de las apariencias la verdad del
peor de los infiernos cotidianos que, en su amabilidad, al menos se libra de
uno de los males reales que la ficción consigue esquivar: envejecer mientras
todo sigue igual.
Título: Groundhog day.
Dirección: Harold Ramis. Guión: Harold Ramis y Danny Rubin según
una historia de este último. Producción:
Trevor Albert y Harold Ramis. Dirección
de fotografía: John Bailey. Montaje:
Pembroke J. Herring. Música: George
Fenton. Año: 1993.
Intérpretes: Bill Murray (Phil Connors), Andie
MacDowell (Rita), Chris Elliot (Larry), Stephen Tobolowsky (Ned Ryerson), Robin
Duke (Doris).
[1] Madrugón que abre con la, gracias a la película, mítico fragmento
del I’ve got you babe de Cher y
Sonny, canción de 1965 que pueden escuchar y disfrutar aquí:www.youtube.com/watch?v=6Kh6lLHlXYI
[2] Concretamente en 33 años (como Jesucristo) y 358 días, los
suficientes para aprender a tocar el piano como un virtuoso y conocer hasta la
más recóndita intimidad de todos los habitantes de la localidad que acoge el
Día de la Marmota. Como comprenderán no me he dedicado a calcular la cantidad
de días exactos, ni a hacer una hipótesis al respecto, que pasa Phil en su
prisión de 24 horas, con lo que es muy probable que la cifra sea, o errónea o
directamente indemostrable, pero no he podido evitar el apuntar la que ha
quedado (gracias a Internet) como oficial. Ramis calculó, en una entrevista en
la que se le preguntó al respecto, que habrían sido unos diez años. Ustedes
verán cuál es la cifra que más les convence.
[3] Festividad que tiene su origen y se celebra en Pennsylvania el 2
de Febrero de cada año desde el siglo XIX, aunque también se da en otros muchos
estados de los EEUU. Su protagonista involuntaria es una marmota (distinta en
cada localidad, pero todas con nombre propio) a la que, durante la celebración,
se saca de su madriguera para que “prediga” la llegada de una primavera
temprana o tardía. Hablando por el peludo animal, los maestros de ceremonias y
confidentes de la marmota llevan a los ahí presentes la nueva: si la marmota
asegura haber visto su sombra, el invierno aún durará seis semanas más. Si no
ve nada, la primavera está al caer. O lo que es lo mismo: si está nublado, la
estación del amor estará llamando a la puerta, si hace sol, aún está a seis
semanas más de distancia. Tiene su origen en el viejo continente, en el que era
un oso el que pronosticaba cuando llegaría la estación primaveral (y siendo una
celebración social, no cuesta mucho comprender el porque del cambio del
animal), coincidiendo con un día de diferencia (el 1 de Febrero) con el cambio
de estación en el calendario Celta. En la celebración que tiene lugar en la
ciudad de Pennsylvania, entre comilonas, juegos y discursos, el dialecto alemán
propio del lugar es el único idioma permitido, estando el uso del inglés castigado
con una multa por palabra hablada. La mayor celebración de este día tiene lugar
en Punxsutawney, siendo además, y desde el 1993 en que tuvo lugar el estreno de
la película que nos ocupa (rodada en Woodstock, que también celebra el Día de
la Marmota), la más famosa de todas ellas.
[4] Como volvería a ocurrir en la película posterior del
actor-director Ramis, titulada entre nosotros como Mis dobles, mi mujer y yo y protagonizada por hasta cuatro Michael
Keatons gracias a los efectos especiales y la pericia de un actor más denostado
de lo que debería ser visto lo visto. Su historia sobre un hombre que agobiado
por su vida decide clonarse a sí mismo para disfrutar de tiempo libre mientras
sus copias, autónomas y con conciencia propia, se encargan de hincar el callo y
hacer las tareas que él ya no soporta hacer, se deshacía al entrar en contacto
con lo peor y más estereotipado de la comedia romántica americana, cayendo en
una aburrida sensación de deja vu que
paradójicamente Atrapado en el tiempo consigue
esquivar. Más tarde, Ramis recuperó una parte de la simpatía de la crítica y el
público con la divertida Una terapia
peligrosa con un autoparódico Robert DeNiro, que tendría una secuela (titulada
esforzadamente Otra terapia peligrosa…)
y que supondría el olvido de Ramis del que no saldría ni con Al diablo con el diablo pese a la
contundente presencia de Liz Hurley, tampoco con la estimable pero olvidada La cosecha de hielo, protagonizada por
John Cusack y Billy Bob Thorton, ni con Año uno, protagonizado por un
descafeinado Jack Black y un Michael Cera tan desabrido como siempre pero sin
gracia. Habrá que esperar a que recoja la batuta para Cazafantasmas 3 (prevista para el año 2014, con un Ramis de setenta
años) para ver si vuelve a la palestra del mainstream que lo vio nacer como
guionista para la serie National Lampoon
(que más tarde daría como fruto el film de John Landis Desmadre a la americana comentado hará un par de semanas en este
blog) y co-participe en la escritura de films como Los incorregibles albóndigas o Los
cazafantasmas y su secuela amén de sus apariciones como actor en el díptico
sobre los cazafantasmas o en El pelotón
chiflado junto con un Bill Murray que ya debía conocer cuando escribió Los incorregibles albóndigas con Murray
como protagonista.
[5] Además de una posible lectura new
age sobre el eterno tema de la superación personal ha, por lo visto,
acaparado la atención de algunos círculos budistas que ven en el proceso de
repetición y renacimiento el reflejo de algunos de sus postulados religiosos,
amén de una posible visión del purgatorio católico, aunque un servidor se
incline por la visión secular de una pesadilla con ecos del mito de Sísifo
sobre algunos insufribles Día a Día.
[6] Y que recuerdan poderosamente (si es que no son una copia o un “préstamo”)
a los acordes ideados por Nino Rota para la banda sonora del clásico de
Federico Fellini 8 y 1/2 que no
vuelve a oírse durante el resto del metraje siendo la banda sonora una especie
de mickeymousing (exagerado subrayado
musical al estilo de los dibujos animados que probablemente le dieron su
nombre) que aproximan la película al humor blanco que pretende.
[7] Especialmente a partir de su primer largometraje a las órdenes de
uno de los gurús del cine independiente de los ochenta y noventa, Jim Jarmusch,
que dándole el papel protagonista de Flores
rotas, posterior a su aparición en uno de los segmentos que componen Coffe and cigarrettes, catapultó a
Murray a una segunda juventud cinematográfica y una revalorización que se
completó para un sector determinado del público con la, muy sobrevalorada a mi
entender, Lost in Translation,
segunda película de Sofia Coppola tras su excelente debut con Las vírgenes suicidas. Murray trabajaría
de nuevo con el talentoso Jarmusch en la
olvidable Los límites del control y
sus constantes colaboraciones con Wes Anderson en prácticamente todas sus
películas, pero muy especialmente a partir de su encarnación de Steve Zissou en
la magnífica Life Aquatic, le han hecho un hueco en el corazón de determinada
cinefilia que hasta no hace demasiado denostaba su trabajo por considerarlo
demasiado “comercial”. Pese a lo que puede parecer, Murray ya había coqueteado
con proyectos dramáticos como es el caso de el excelente film de Tim Robbins Abajo el telón en el que interpretaba a
un ventrílocuo perseguido por presunta afiliación comunista en plena guerra
fría en los EEUU y, más tempranamente, personificando al periodista gonzo
desaparecido Hunter S.Thompson en la poco conocida Where the Buffallo Roam, con resultados desiguales pero tan curiosos
como ver a Bill Murray en un registro muy diferente al habitual de entonces y
de ahora. Antes de esa revalorización cultural, Murray fue uno de los
abanderados del humor norteamericano de los ochenta con títulos como Los incorregibles albóndigas, Cazafantasmas (y su secuela), ¿Qué pasa con Bob? o Los fantasmas atacan al jefe. Su amistad
con Ramis, que se rompió durante diez años tras el rodaje del film que nos
ocupa, venía de lejos y se les puede ver juntos, entre otras, en las dos
películas dedicadas a los cazadores de espectros de pegadizo tema musical, con
Ramis como el sabihondo y cerebro del grupo Egon. En Atrapado en el tiempo, Ramis hace una pequeña aparición como médico
compartiendo plano con Murray. Sobre su elección de Murray como amargado Phil
Connors, Ramis caviló durante un tiempo en elegir a John Travolta o Chevy
Chase, pero según parece, eligió al actor porque los anteriores no le parecían
ni de lejos tan mezquinos como Murray.
Yo, Edu!
ResponderEliminarCoincidències de la vida, l'altre dia vaig pillar-la en format DVD a la bibioteca del centre per recordar "viejos tiempos" (la vàrem veure amb l'escola al cinema de Passeig de Gràcia… arg, com es deia?!?), i tot i que la recordava més divertida i menys ensucrada, és tot un clàssic. En Bill Murray se surt i coincideixo 100% amb el comentari sobre l'Andie MacDowell! En fi, només volia dir-te que el teu post m'ha alegrat la tarda.
Keep being aw-moffo-some!
Edu