En el año
2010, Jafar Panahi, realizador cinematográfico iraní, fue condenado a 20 años
de inhabilitación de su oficio como director y hombre dedicado al cine y a no abandonar el país en el
mismo periodo de tiempo. Los motivos argüidos por las autoridades de la
república islámica gobernada por Mahmoud Ahmadinejad fueron tan oscurantistas
como sujetas a las más malintencionadas interpretaciones: películas como Offside, El espejo o El círculo[1],
todas ellas, y entre otras cosas, retratos de un Irán que ningunea o maltrata a
las mujeres que allí viven, suponían un ataque a algunos de los pilares de la
república considerados básicos y en peligro por parte de los que la gobiernan[2].
Situado en el
ojo de huracán y a modo de mensaje en una botella al mundo exterior[3],
el propio Panahi deviene protagonista forzoso, fuente y responsable de Esto no es una película, documental o
diario íntimo grabado desde el encierro legal que supone la prisión preventiva
a la que se ve sujeto el realizador mientras espera un veredicto, que se
presume poco halagüeño, de los tribunales que estudian su caso. Tan bizarro por
real punto de partida para cualquiera con dos dedos de frente sitúa Esto no es una película, ya desde su
asustado título para con las posibles reacciones legales que pueda desatar su
existencia siendo este bastante equívoco visto lo visto una vez terminadas la
hora y diez de duración de la propuesta, en la pura denuncia de una lamentable
realidad: la que se articula desde el mismo instante que un documental como el
que nos ocupa existe y además lo hace por los motivos más arriba mencionados.
Esta
inevitable condición, por motivos de pura supervivencia, de video casero, de documental
sobre una película que nunca será, convierte Esto no es una película en un monumento al tan sobado como
discutible lugar común que asegura que el mejor cine evoca sin mostrar. Más
allá de lo discutible que pueda ser esta afirmación (que en mi opinión lo es, y
mucho), Panahi la convierte en lo mejor de su documental y además en la
inesperada, y por supuesto insuficiente para él y sus circunstancias, piedra
angular de su pequeña rebelión contra unas autoridades tan poderosas como ideológicamente
peligrosas en su reduccionista forma de ver el mundo.
Esto no es una película abre dando paso a otro lugar común, este uno de los más
reconocibles del llamado “cine iraní” que ha llegado a nuestras pantallas:
grabándose con una cámara doméstica, observamos a Panahi en la cocina de su
luminosa casa reconvertida, conocido el contexto en que la acción tiene lugar,
en acogedora y deprimente prisión. El realizador, sentado frente a una mesa,
desayuna con la misma parsimonia con que se graba y que nos permite verlo
untando una tostada, mordisquearla, mirar pensativamente más allá de lo que el
encuadre nos permite ver… y untar otra tostada, imperturbable. Nada destacable
más allá de lo apuntado; la música, como elemento enfático, brilla por su
ausencia, la planificación es una premeditada neutralidad, la ausencia de
cortes o cualquier efecto de montaje hace de esta primera toma de contacto algo
próximo y real en su autoconsciente y
agradecida desdramatización que la aleja del panfleto, pero que también la
aproxima a lo preocupantemente insustancial. La duración del plano en contraste
con lo que en él ocurre y, sobretodo, de lo poco que de él puede extraerse, hace
temer lo peor, pero pronto y con el ánimo del espectador aclimatándose a una
lasitud que Panahi jamás abandonará durante todo el metraje que no se hace
corto pero tampoco largo, Esto no es una
película cobra una modesta pero muy agradecida vida.
La condición
de preso político de Panahi marca sobremanera el radio de acción de su
testimonio, siendo él el único (hasta ese momento) simpático realizador y
actor, además de la iguana que vive con él paseándose por su piso como un
curioso animal doméstico al que el realizador dedica algunas frases y la
advertencia de que le cortará las uñas, el espectador se da cuenta de lo limitado
de la situación, que Esto no es una
película jamás abandonará la casa. Las llamadas telefónicas de abogados,
amigos y familiares, una manifestación cuyo sonido se cuela en el hogar de
Panahi desde la calle y que este puede seguir, muy desconfiadamente por
considerarlo tremendamente sesgado, desde su televisor, amén de visitas de
algún vecino para que el realizador pasee a su perro sin, evidentemente,
conseguirlo, dan ya una idea del grado de aislamiento de Panahi. Sólo con no
desarrollar Esto no es una película más
allá de un punto de partida muerto al nacer, la propuesta de su protagonista ya
tendría validez testimonial suficiente como grito de socorro, pero si bien esto
sería, por sí mismo, de lo más loable, poco o nada tendría que ver con el
interés de Esto no es una película
como propuesta fílmica. La aparición de un amigo de Panahi, el documentalista
Mojtaba Mirtahmsab[4],
armado (por usar la nomenclatura institucional que cerca al realizador) con la
pequeña cámara de su teléfono móvil no sólo oxigena una película que se regodea
en una lasitud que comienza a parecer viciada. Si el ritmo y la forma de
exponer la situación no varía con su presencia, sí introduce, además de un
liberador contraplano al contar ahora con dos cámaras, el planteamiento más
interesante de la película y lo que acaba siendo su tristemente esperanzadora (e
insuficiente) razón de ser. A partir de ahí, Esto no es una película se convierte en la recreación imposible de
una película que por el bien de su responsable jamás podrá ver la luz. Lecturas
en voz alta del guión, reflexiones de viva voz sobre la naturaleza de la
interpretación de sus actores y el papel que juega el espacio en el cine, como
debería ser y verse en pantalla la película abortada para los siguientes veinte
años, y cintas aislantes enganchadas al suelo a modo de mapa de los espacios en
los que tendría lugar la acción del film componen en la imaginación del
espectador un esbozo insuficiente para su creador pero sorprendentemente
efectivo para el público, de la nueva película de Jafar Panahi[5].
Haciendo malabarismos entre lo que a ratos parece una clase magistral de cine
tal y como lo entiende el protagonista y uno de los dos responsables de Esto no es una película, y la
construcción de una película que jamás llega (porque no puede) a concretarse
para frustración de su director, Panahi utiliza el diminuto resquicio de
libertad de expresión que se permite para que la semilla de esa película
germine en otra necesitada de la anterior para respirar, la libertad de
pensamiento, consiguiendo dar esquinazo, a su pequeña pero épica escala, a la
absurda y perniciosa prohibición (consistente
en el mismo razonamiento ahora comentado y que la convierte en amoral más que
en absurda: que mostrar algo implica, efectivamente, sembrar una idea… que no
debe ser pensada) dictada por las autoridades iraníes.
Para los que
apreciamos el cine al que Panahi ha aportado algunas películas más por lo que
puede extraerse de él a nivel teórico que por la experiencia de su visionado en
sí misma considerada, Esto no es una
película supone la cristalización de algunos de sus temas más interesantes
y en un contexto tan al límite como ajeno a los estereotipos propios de ese
cine, siendo siempre fiel al libro de estilo que Panahi ha ido desgranando
durante la recreación del proyecto de su próxima película que jamás dejará de
serlo. No es baladí la revisión por parte del director de una de sus propias
películas, El espejo, en el gran
televisor que señorea su sala de estar, y más concretamente el instante en el
que la actriz principal decide que no quiere seguir con el rodaje y lo
abandona, con Panahi y su equipo pisándole los talones y la película de ficción
virando repentinamente al género documental. Esto no es una película plantea, como aquella, cuestiones como el
poder de sugestión del cine a partir de escasísimos elementos y como el
espectador acaba siendo el que construye la narración más allá de las imágenes
que se muestran, la débil frontera que ocasionalmente separa la ficción “realista”
del documental y lo que de esa confrontación puede extraerse, el descontento de
algunos de vivir en una República islámica como Irán erigiéndose, ya por su
propia existencia, como denuncia de una represiva escala de valores
institucionales. Nada que no pudiese verse en filmes como el mencionado El espejo o algunos otros firmados por
el más afamado de los directores iraníes, Abbas Kiarostami[6],
pero que en este caso son planteados de forma tan frontal y tristemente (lo
penoso de la situación no deja otra opción) despojada de todo intento de
trascendentalismo que el resultado final es de una ligereza en pantalla que
contrasta sobremanera con el resto del considerable iceberg que se genera en el
espectador siendo Esto no es una película
su modesta y pequeña punta de la que es imposible desvincular lo que se esconde
bajo ella, como se percibe en su final, desarrollado en el terreno del suspense
que hace dudar del, a estas alturas ya algo desgastado, grado de supuesta
improvisación que implicaría la naturaleza de espontáneo diario grabado de la propuesta que nos ocupa.
Ya solo en
casa, Panahi aprovecha una visita del portero que acude a bajar la basura del
director exiliado en su propio piso para esconderse tras él y abandonar unos
pocos minutos su encierro. En este caso, la efectividad de la escena se basa
más en lo ajeno a la construcción de la película, la posibilidad de que Panahi
traspase las fronteras que lo separan del mundo exterior que le ha sido vedado
con las consecuencias legales que ello acarrearía, que a la tensión que se
desprende de la película en sí aunque, llegados a ese punto, lo uno es
indivisible de lo otro… Tanto, que echando la vista atrás y dejando a un lado
lo innegablemente sincero y sin aspavientos del sufrimiento de Panahi, uno
detecta algunos elementos que amplían las barreras de no-film pretendida por el
protagonista. Desde la estructura, más clásica y dramáticamente progresiva, hasta
los recursos sonoros en off que confieren un tinte político a la propuesta de
Panahi y Mirtahmasb, pasando por algunos elementos aparentemente descuidados
como la marcada presencia del film Buried
de Rodrigo Cortés en su edición en formato doméstico en el comedor del
realizador de El espejo, con todo lo
que implica a un nivel simbólico, cuesta diferenciar lo real de lo premeditado,
lo que Panahi se ha visto obligado a esconder bajo el documental para acabar
expresando lo que siente realmente… o, una vez más, la diferencia entre lo
representado premeditadamente y la verdad que se pretende mostrar en un
documental que sigue casi punto por punto los recursos expuestos por Panahi en
su recreación de la película que jamás rodará, al menos hasta dentro de veinte
años. Todo lo anterior valida Esto no es
una película como una propuesta ligera y no exenta de un desarmante sentido
del humor que logra fusionar, en sus mejores momentos, la denuncia contra una
injusta prohibición amparada por una legalidad amoral a la que consigue dar
esquinazo sin enfrentarla, consciente de que sería inevitablemente derrotada,
mediante un evocador planteamiento que prolonga una manera de entender el cine
sin renunciar a sus postulados y despierta en la mente del espectador una presunta
película hecha desde la nada, siendo una simpática pequeña muestra
cinematográfica que se erige como un sereno, mayor, e inteligente corte de
mangas.
Título: In film nist. Dirección: Jafar Panahi y Mojtaba
Mirtahmasb. Año: 2011.
Intérpretes: Jafar
Panahi y Mojtaba Mirtahmasb.
[1]De las tres películas mencionadas, todas de una reputación
considerable entre una parte de la crítica especializada, sólo he tenido la
oportunidad de ver El espejo,
agradable film que parece heredar algunos de recursos propios del neorrealismo
pero adaptándolos al retrato de la sociedad iraní en la que tiene lugar la
acción. El argumento es muy sencillo, una niña, interpretada por la muy
expresiva Mina Mohammad Khani que se erige con mucho como lo mejor de la película,
intenta regresar a su casa después de perderse por las calles de Teherán. Por
el camino, la desapasionada cámara de Panahi recoge las diferentes actitudes de
las personas con las que la niña se irá cruzando en su camino conformando un
algo lento retrato social que se rompe inesperadamente cuando la actriz rompe
la ilusión realista de la película y se niega a continuar el rodaje de El espejo. Malhumorada, se enfrenta al
equipo y decide irse a casa mandándolo todo al garete. Los ruegos de los
miembros del equipo con Panahi al frente para reanudar la película no convencen
a la pequeña que decide irse a casa enfurruñada. En ese momento, el director y
el equipo, ya personajes dentro de la película reconvertida en documental de su
propio rodaje, la persiguen en su afán de convencerla con la cámara a cuestas
sin llegar a conseguirlo. Más allá de esta curiosa deriva y de la potente
presencia de la joven actriz, El espejo no
resulta especialmente destacable en comparación con el grueso de cine iraní que
poco más o menos ha ido llegando a nuestras pantallas. De El círculo y Offside, sé
que ambas tratan, como de manera algo tangencial ya hacía El espejo, del papel de la mujer en la sociedad iraní actual pero
al no haberlas visto, no puedo aseverar nada sobre ellas. Probablemente en una
línea argumental y tonal muy parecida, Panahi ganó la cámara de oro en 1995 por
su primera película El globo blanco
en el festival de Cannes que no pudo acogerlo como miembro del jurado por su
condena.
[2]Jafar Panahi fue detenido en el cementerio de Teherán mientras
asistía al entierro de Neda Agha-Soltan, una joven asesinada por la milicia
Basij durante las protestas electorales de Irán en el año 2009 consideradas fraudulentas por una parte más que considerable de la sociedad iraní que pedía cambios sociales desde las urnas. El asesinato fue
difundido por todo el mundo al ser grabado por algunos manifestantes que
propagaron la noticia por internet, dándole un eco internacional impensable años atrás. Panahi fue liberado, pero su pasaporte fue
confiscado y se le prohibió abandonar el país. En el mes de marzo del año
siguiente, Panahi fue detenido de nuevo, esta vez en su propio domicilio, con
su mujer, su hija y quince de sus amigos, siendo trasladados a la prisión de
Evin, famosa por albergar numerosos presos políticos. La mayoría de ellos
fueron puestos en libertad a los dos días de cautiverio. No fue así en el caso
de Panahi, que fue acusado, a modo de justificación legal, de haber cometido un
delito. Días más tarde y ya contando Panahi con representación legal, el
Ministro de Cultura iraní dijo que Panahi había sido arrestado por estar
llevando a cabo una película contra el régimen que mostraba los turbulentos acontecimientos
posteriores a las elecciones de 2009, consideradas fraudulentas por una parte
de la sociedad iraní. Mientras algunos representantes políticos y miembros del
mundo del cine alzaban la voz pidiendo la libertad de Panahi, este fue elegido
miembro del jurado del Festival de Cannes, y su silla se dejó vacía
simbólicamente como muestra de la desaprobación de los organizadores del
festival con la situación de Panahi. Este, pasados los primeros 77 días de su
cautiverio durante los que aseguró haber sido maltratado física y
psicológicamente por sus carceleros, se declaró en huelga de hambre hasta
recuperar su libertad. Diez días más tarde y con la inestimable movilización
internacional en aras de su liberación, Panahi abandonó la prisión con el pago
de una fianza equivalente a 150000 euros. El 20 de diciembre fue condenado a 6
años de cárcel y 20 de inhabilitación como cineasta, viajar al extranjero o
conceder entrevistas. La sentencia fue apelada por Panahi, pero en el 2011 un
tribunal de Teherán corroboró la pena por “actuar
contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el estado”. Sólo a modo de apunte, advertir que la censura por motivos "políticos", que en este caso tienen mucho de una interesada interpretación tremendamente conservadora de la religión, tiene su desagradable cara secular que hace no demasiado y en un registro mucho menos salvaje hemos podido ver por aquí con el caso de A serbian film, una no demasiado afortunada película que mostraba escenas de pedofilia con un sensacionalismo que consiguió su objetivo. El enjuiciamiento del director del Festival de Cine de Sitges, amén de un espectáculo bochornoso y un mal trago como pocos para Ángel Sala (director del festival), dio a la película un bombo mediático que no merecía y que muy probablemente no habría podido pagar sin la inestimable y gratuita ayuda de los juzgados.
[3]En este caso, fue mediante un pen-drive oculto en
un pastel la forma en que Esto no es una
película logró salir de Irán y llegar al Festival de Cannes en el que fue
estrenado primero antes de llegar a algunos pocos cines del resto del mundo,
haciendo pública la triste situación de Panahi y la amenaza que se cernía sobre
otros profesionales del cine en el mismo país.
[4]Encarcelado poco después de que Esto no es una película
llegara a las pocas salas en las que se estrenó.
[5]El argumento vuelve a girar alrededor de la libertad, y más
concretamente la falta de ella, que impide a una joven cursar los estudios de
bellas artes por prohibición paterna en Teherán.
[6]Kiarostami representó y representa el más
reconocido de los realizadores del Nuevo cine iraní al que Panahi también
pertenece. Películas como A través de los
olivos, El sabor de las cerezas o El
viento nos llevará cimentaron una reputación apoyada en un grado a mi modo
de ver tan desproporcionado por parte de la crítica que lo ensalzó a los
altares del “cine de arte y ensayo” de mediados-finales de los años 90 que lo
acabaron haciendo injustamente antipático. Siendo las tres películas retratos
rurales de Irán filmados con una parsimonia que se convertiría en marca de
fábrica y uno de los elementos estilísticos más reconocibles de un cine
encabezado por Kiarostami y prolongado por otros realizadores, sólo apuntar que
El sabor de las cerezas (a mi modo de
ver el más plúmbeo de los tres filmes) tuvo sus encontronazos con las autoridades
iraníes que acusaron la película, cuyo interesante argumento seguía los pasos
de un suicida que buscaba a alguien que acabara con su vida y después lo
enterrara tal y como marcan los cánones religiosos islámicos que condenan el
suicidio, de absurda. Ante las protestas de Kiarostami , la acusación de
absurdidad se desarrolló con un argumento desopilante por parte de las
autoridades: ¿quién querría suicidarse en Irán? Aparte de esta pequeña
curiosidad, para el que escribe la mejor película de las que ha podido ver de
Kiarostami sigue siendo El viento nos
llevará, que ponía en primer plano otra de las constantes recurrentes de su
director, el revelar el artificio del cine y poner en solfa, como también hace
Panahi al menos en El espejo y Esto no es una película, la concepción
de “realismo”. Muy probablemente, el de Kiarostami (cineasta en activo y
gozando aún de una buena reputación con películas como la apreciable Ten o Copia certificada, que no he visto) fuera de las fronteras iraníes
por motivos obvios) es uno de los nombres que aparece en los créditos de Esto no es una película en el apartado
de “agradecimientos”… que Panahi, probablemente para no involucrar a nadie en
su miseria, se preocupa de rellenar con numerosos puntos suspensivos en los
lugares en los que deberían aparecer los nombres de aquellos que lo han apoyado
en público o en privado, jugándose el tipo.
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