Dos jóvenes
mujeres, Isabelle (Noomi Rapace) y Christine (Rachel McAdams), una morena y la
otra rubia, esta última tan impulsiva y decidida como apocada lo es la primera,
estudian un anuncio promocional en la límpida pantalla de un ordenador
portátil. No sin sarcasmo, la mandamás Christine y su empleada Isabelle, ambas
trabajadoras de una importante agencia publicitaria, lo ven insuficiente como
inspiración para su propia campaña de propaganda de una conocida marca de
telefonía móvil. Algo falta en ese anuncio que ambas estudian en el frío y
ostentoso hogar de Isabelle, algo que le impide ser todo lo bueno posible pero
que ninguna de ellas es capaz de definir.
Así arranca la
última película dirigida por el siempre astuto Brian De Palma[1],
Passion, cimentada en una historia
hecha giros y retruécanos imposibles sobre la amistad inicial de las dos
mujeres protagonistas de esta primera escena que poco a poco va virando a una
fría competitividad profesional entre directora y empleada hundiéndose en un
miserable enfrentamiento con los golpes más bajos como norma en un fangal
personal hasta rematar tan arquetípico tapiz con el asesinato de una de ellas.
Crimen que pone punto y seguido a una relación en la que la seducción física y
psicológica, la confianza y, muy especialmente, la mentira y traición a propios
y extraños ha ido macerando un libreto ocasionalmente cercano al peor telefilm
de sobremesa. O lo que es lo mismo una vez ha tomado cuerpo en las refinadas
imágenes y sonidos con los que De Palma ilustra su manido guión: un palpable y
morboso erotismo que paradójicamente jamás llega a tomar cuerpo en la volcánica
frialdad en que se enrocan ambas mujeres hasta casi ahogar por contención su
deseo, y una trama criminal que nunca se resuelve, perdiéndose en un complicado
juego de muñecas rusas -que acaba siendo la médula ósea del film- tan rebuscado[2]
como, en ocasiones, exasperante.
El obvio juego
de espejos entre dos mujeres supuestamente antitéticas como lo son la pareja
protagonista que comparten, para más inri, amante (Paul Anderson) y discrepan
en cuanto una cree que no podrían ser más diferentes y la otra que difícilmente
podrían ser más iguales, pasa así a un segundo término. La duda que giro tras
giro va dejando Passion tras de sí
hasta provocar la cuestión que sería esperable en una película de estas
características ¿Quién manipula a quién? obtiene una respuesta inesperada pero
tremendamente coherente: sólo De Palma... y a todos. El realizador saca fuerzas
de una trama que ni aporta ni resta nada a una no tan lejana tradición que
aunaba los lugares comunes del cine de suspense criminal con rentables, y
ocasionalmente talentosos, cruces de piernas que abrían un mundo de tibio
erotismo de tintes lésbicos para establecer un enésimo juego de espejos en los
que nada es lo que parece y que muchas veces termina por parecer precisamente
eso: juegos de un realizador enamorado de su pericia técnica en detrimento de
unos personajes reducidos a meros peones a merced de los caprichos
audiovisuales del director. Pero nunca como hasta ahora De Palma se había mostrado
tan abstracto y desapasionado en sus maneras como en Passion. Y estos dos elementos, que probablemente le merecerán el
comprensible rechazo de parte del público[3],
son también los que hacen de el film que nos ocupa uno tan coherente como el
que acaba siendo. Porque De Palma no sólo exhibe sus indudables dotes de
narrador, sino que parece emperrado en minar el poder de convicción de sus
imágenes que retratan ambientes tan gélidos y, gracias a los progresivamente
desequilibrados encuadres y juegos de luces, artificiosos como las voluntades
de los hombres y mujeres que deambulan por ellos, motivados por impulsos que
jamás se hacen explícitos pero que se intuyen bajo la brillante y aséptica
superficie audiovisual de Passion.
Esta sugestiva
cualidad de la película, que siembra la duda constantemente sobre todo lo que
ocurre en pantalla refuerza aún más el desapego del público ante el refinado
espectáculo puesto en solfa por De Palma, siendo tanto su talón de Aquiles como
uno de sus aspectos más interesantes. Así, los personajes interpretados por una
aniñada Rapace y una gélida McAdams, ambas tan sobreactuadas como convincentes
dentro de la atmósfera de extrañeza y afectación pergeñada por De Palma, nunca
se apuntalan en un pasado que no sea cuestionado o directamente descartado de
una secuencia a otra, resultando tan distantes y vacías como arquetipos que acaban resultando, especialmente en el
caso de McAdams en el primer tramo del film, sospechosas cuando no directamente
falsas. La sensación de estar
asistiendo a un engaño de la duración de un largometraje es constante: hombres
y mujeres que parecían moverse por los más honrosos motivos o se tomaban sus
comprensibles revanchas ante las injusticias que eran sometidos se revelan como
crueles manipuladores con menos escrúpulos que los que parecían sus verdugos a
los que poco pueden envidiar en su mezquindad. Esta impresión de falsedad
dentro de un mundo como el de la propaganda en el que la persuasión es el pan
de cada día, se multiplica cuando Passion
riza el rizo y, abandonando la trama impulsada por los personajes se lanza a un
juego de muñecas rusas en la que sueños y realidad se entremezclan dentro del
film a placer del director de forma completamente ajena a la voluntad o las
acciones de sus protagonistas: algunas escenas se repiten punto por punto en su
planificación con algunas diferencias, las suficientes como para que la
repetición contradiga la escena que le sirve de modelo hasta igualarse en
importancia y -como todo en esta película- en posibilidad, siempre cambiante a cada nueva secuencia. Y esto
último refrendado por uno de los recursos más queridos y abusados por De Palma
(y su indudable mentor cinematográfico, Alfred Hitchcock), el uso del punto de
vista para articular no sólo un determinado instante, sino al menos en este
caso la película en su totalidad.
De este modo, Passion se erige como una película más
que subjetiva, puramente expresionista hasta el solipsismo que arrasa con la
causalidad narrativa que a veces sale a flote para volver a sumergirse todavía
más hondo. Así, el cálculo y la distancia con la que se recoge en imágenes y
sonido todo lo que ocurre en ella es equivalente a la frialdad y la
premeditación con la que su protagonista lleva a cabo todos sus actos, en el
caso de que estos sean algo más que pura y retorcida fantasía revanchista. La
afectadísima inocencia de Isabelle, víctima de humillaciones a manos de su
superior laboral Christine, tan diferente a ella en lo físico como
aparentemente en su forma de ser, la más o menos soterrada atracción que esta
última siente por su estoica empleada, que también es objeto de deseo de su
ayudante Dani (Karoline Herfurth)… O instantes en los que Isabelle perdona a
una Christine que ha demostrado no tener el más mínimo escrúpulo en robarle el
mérito sobre la celebrada campaña publicitaria que se discutía en la primera
escena del film, mostrándose magnánima
con ella, son algunos ejemplos de la constante lluvia fina que va calando en un
espectador empático para con la causa de Isabelle y en contra de Christine, sólo
impermeable a las imágenes por la afectada distancia que se desprende de ellas
que le dan esa pátina de falsedad sobre lo que muestran. Funcionando la rubia
Christine, sexualmente activa y libre de todo prejuicio en lo que se refiere a
sus apetitos y juegos sexuales, a modo de revelador espejo de la maldad de la
morena y recatada Isabelle, vista a través de su propio punto de vista como
alguien moralmente impoluto y víctima de todas las desgracias que justifican su
posible venganza, no es de extrañar que el momento culminante del film, aquel
en el que De Palma echa mano de dos de sus más reconocibles figuras de estilo
como son la pantalla partida y el plano secuencia desde un punto de vista
subjetivo, culmine con el asesinato de Christine a manos -se supone- de una
Isabelle oculta tras una máscara que emula los rasgos de la víctima y hasta su
color de pelo… Localizando el Mal en el exterior autojustificándose, ya sea
consciente o inconscientemente, una y otra vez como víctima de una conspiración
que pretende destruirla[4].
A partir de
ahí, la incómoda sensación de falsedad, autoconsciente desde la propia
dirección de actores y actrices, su atmósfera distante y lo retorcidísimo de su
guión, que se desprende de Passion,
que sitúa al público en un extraño y algo frustrante -aunque necesario para
hacer del film de De Palma la película que pretende- punto medio en el que
puede seguir la trama pese a no verse emocionalmente implicado en ella,
diluyendo un tanto la tensión de unas escenas de intriga excelentemente
planificadas que a veces parecen sostenerse en el vacío. Pero afortunadamente, De
Palma plasma lo inane de un guión no demasiado inspirado y poco beneficiado por
la mecánica frialdad de su desarrollo en un conjunto de imágenes quizás gélidas
pero a buen seguro exquisitas en su composición de fotografía, encuadres y uso
de la banda sonora[5],
a veces algo rimbombante por -¿intencionadamente?- melodramática, que toca su
techo a todos los niveles en la mentada escena en la que pantalla partida y
plano subjetivo aúnan sus fuerzas para dar un puñetazo de virtuosismo formal
sobre la mesa cargado de significado. En él, y tras ver como Isabelle se
confunde con el público de un espectáculo de ballet, la pantalla partida permite
asistir simultáneamente a la magnífica representación de Prelude a l’aprés Midi d’un faune de Debussy, y a la visita del
alcoholizado amante que comparten Christine y Isabelle a esta última, para
después centrarse de nuevo en la pieza de Debussy representada y esta vez al
inadvertido acoso de una Isabelle que, tras darse una sugerente ducha y
vestirse para la ocasión que no termina como ella esperaba, es asesinada. De
Palma, más listo que el hambre, los muestra simultáneamente creando una falsa
impresión: que están teniendo lugar al mismo tiempo cuando no es así[6]
aunque el espectador tenga efectivamente esa sensación. Este proceso de
bifurcación de la capacidad de atención del público, de una exquisitez formal
que no sólo se recrea en un ambiente elegante y sus maneras sino que -por una
vez y como toda la película- es
elegante, encuentra su posterior reflejo en la escena en la que Isabelle es
interrogada por el inspector Bach (Rainer Bock) y durante la tanda de preguntas
y presentación de pruebas es incapaz de concentrarse o de unir las piezas que
la hacen culpable de asesinar a Christine.
Esta
imposibilidad de aceptar las acusaciones, presentada por De Palma mediante
(otra) toma desde un punto de vista subjetivo de la mujer, incapaz de
concentrar su mirada en lo que el inspector le muestra y le dice, combinada con
los constantes devaneos oníricos que van apareciendo durante la película
haciendo de lo que ocurre en ella un sueño dentro de un sueño del que nunca se
llega a despertar, podrían aproximar Passion
en su falta de arrebato a la algo antipática, por demasiado concluyente,
categoría de film de tesis, en cuanto
su realizador parece más interesado en demostrar una forma de entender el mundo
y el cine que en preocuparse por los personajes que habitan su film y no
digamos ya por una minimizada trama policial que en ocasiones roza el ridículo,
al igual que el primer tramo del film se muestra como un catálogo de
frivolidades algo aburrido en su desapego. De Palma más bien parece interesarse
en la patológica necesidad de regenerar la visión que Isabelle tiene de sí
misma basada, como se intenta explicar algo más arriba, en la propia
reescritura de la película (y de la percepción de Isabelle, que viene ser lo
mismo) hasta la asfixia de su protagonista y los límites de la paciencia del
público, reduce los conceptos de verdadero y falso a lo que la película muestra
como tales, impermeable a lo que no aparece en ella. Y siendo ésta una
plasmación de la forma de ver las cosas del personaje interpretado por Noomi
Rapace, sólo poniendo en duda la veracidad de las imágenes -tal y como hace De
Palma dinamitándolas a base de distancia- se puede acceder a la que parece la
verdad última que puede extraerse de Passion:
que la verdad se ha desintegrado incapaces como nos hemos vuelto de reducirla a
imágenes incontestables que han perdido su capacidad para demostrarla o
retenerla, y sí para fragmentarla hasta su desaparición a base de dudar de ella.
Tal y como las pruebas recogidas por el inspector no resultan concluyentes,
tampoco lo son las imágenes de una película que tanto podría ser una fantasía
sin fin como un reflejo de la realidad de sus personajes que se repliegan
enfermizamente sobre sí mismos. Si además se suma el hecho de que los propios
personajes femeninos, ya sean Isabelle, Christine o, también, Dani, parecen
plenamente conscientes de esa capacidad de manipulación y convicción de las imágenes que ellas mismas habitan, como en las
múltiples ocasiones en las que Christine utiliza a sus empleadas fingiendo ser
besada por Isabelle cuando ha sido al revés ante la sorprendida mirada de Dani,
o cuando la depredadora mandamás finge ser acosada por la propia Dani ante la
cámara de seguridad de la oficina rematando la jugada con un resabiado “siendo tu palabra contra la mía ¿a quién
van a creer?”, pregunta que debido a las diferentes posibles lecturas que
ofrecen los variados medios de registro audiovisual -siendo Passion como película en sí misma
considerada el último y más paradigmático ejemplo- desde grabaciones hechas
desde teléfonos móviles, Skype o incluso correo electrónico, al servicio de la
creación de una historia cuya veracidad es indemostrable pero que es la base de
una identidad con la que el público pueda identificarse, conduciría a la
siguiente: siendo Isabelle la protagonista absoluta del film ¿a quién vamos a
creer? A lo que De Palma se encarga de responder desde la distancia a la que
nos sitúa de lo que narra: a ninguna de las protagonistas de Passion, pura e inconsciente mentira
hecha carne... o celuloide.
De este modo, Passion es tanto una historia que
levanta el confortable velo sobre un grupo de mujeres que mienten, manipulan y
engañan a todos los que los rodean, y muy especialmente a ellas mismas para
conseguir sus objetivos como la demostración, una vez plasmada en imágenes, de
la creación de una identidad y de una imagen
con un significado determinado depende de la manipulación de su público, tanto
dentro como fuera de la película, poniendo bajo sospecha toda capacidad de las
imágenes o el cine para contar la verdad, de las dobleces de un lenguaje
insuficiente que pueda reflejarla de forma inequívoca. Resulta harto curioso
ver como el realizador más criticado por técnica frialdad y falta de
personalidad de la generación del llorado Nuevo Hollywood, ha terminado por
ser, siempre en sus trece y ya con brotes autorreferenciales en su cine, el que
mejor refleja a día de hoy una visión del estado de las cosas. La imposibilidad
de aprehender un discurso compacto a través de imágenes que crean falsas apariencias
e identidades de idéntico cartón piedra, haciendo imposible alcanzar la Verdad
a través de los múltiples medios que la demuestran pero que se destruyen entre
sí, dando la razón a los que opinan -de manera muy discutible a mi entender-
que el cine ha perdido toda capacidad de narrar una historia… o que, de forma
más optimista, transita por derroteros inesperados creados por el público que los dota de un sentido, igualmente válido al
planteados por un realizador más interesado en tender puentes con el espectador
con el cine como lenguaje antes que, al menos en esta ocasión, lo que ocurre en
la película en sí pudiendo ser, también, ambas cosas a la vez. Lo que no impide
el hecho de que para lograr transmitir esa desestabilizadora sensación, De
Palma, pese a la cualidad casi musical de los mejores momentos de un film a
veces bellísimo, peque inevitablemente del mismo mal que la promoción de
telefonía móvil que lleva de cabeza a las dos publicistas en la primera
secuencia de Passion, cuya pregunta
es respondida por el propio realizador en un contraplano que muestra las
paredes del hogar de la poderosa Christine forradas de cuadros abstractos
mientras una palabra se sobrepone a las imágenes antes de desaparecer de la
película: la que lleva por título.
Título: Passion. Dirección: Brian De Palma. Guión: Brian De Palma y Natalie Carter
basándose en el guión original de la película Crime d’amour escrito por Nathalie Carter y Alain Corneau. Producción: Saïd Ben Saïd. Dirección de fotografía: José Luís
Alcaine. Montaje: François Gédiger. Música: Pino Donaggio. Año: 2012.
Intérpretes: Noomi
Rapace (Isabelle), Rachel McAdams (Christine), Karoline Herfurth (Dani), Paul
Anderson (Dirk Harriman), Rainer Bock (Inspector Bach).
[1]Brian Russell De Palma, nacido el 11 de septiembre de 1940 en
Newark, Nueva Jersey en los EEUU, en una familia de clase media alta, hijo de
Anthony De Palma, cirujano ortopédico, y su mujer Vivienne. Su precocidad en lo
que a enfrascarse en resolver rompecabezas se refiere fue tan palpable en su
galardón en la Feria Científica del Valle de Delaware como en su impulso de
colar un micrófono en clase de educación sexual para chicas en el instituto en
el que estudiaba, pero no estalló de forma más o menos “útil” hasta que supo
que su padre tenía una aventura con otra mujer que estaba minando el ya de por
sí depresivo ánimo de su madre. Ni corto ni perezoso, De Palma hizo sus
investigaciones y se enteró de que era necesaria una prueba sobre las
relaciones sexuales que su padre mantenía con su amante para que Vivienne
pudiese tramitar el divorcio. Así, a la edad de 18 años, De Palma grabó algunas
llamadas telefónicas hechas por su padre y, tras seguirlo de incógnito hasta el
trabajo, se dedicó a hacerle fotos desde una ventana del edificio de enfrente.
Finalmente se coló en su despacho y encontró a la enfermera que tantos
quebraderos de cabeza estaba dando a casi todos los De Palma. Anthony y
Vivienne se divorciaron, y el primero contrajo un nuevo matrimonio con la que
hasta entonces era su amante. Ese mismo año 1958 De Palma tuvo una epifanía en
una sala de cine de Nueva York al ver por primera vez Vértigo de Alfred Hitchcock, nombre que le acompañaría, con razón
durante toda su carrera tanto como director como desde un punto de vista
analítico de su obra. Instalado en la ciudad que nunca duerme, De Palma empezó
a estudiar en la Universidad de Columbia, donde aseguró a algunos compañeros
que se alegró de haber colaborado en la ruptura matrimonial de sus padres, pero
que le fastidiaba no haber podido hacer algo más que espiar a su padre para
proteger a su madre y sus dos hermanos del sufrimiento que acarreó todo el
asunto. Estudió Arte dramático en la Sarah Lawrence College entre 1962 y 1964,
donde dirigió algunos cortometrajes. Gran admirador de Hitchcock, pero también
del cine de Jean Luc Godard y Roman Polanski, influencias todas ellas
rastreables en sus películas, De Palma iniciaría su andadura en el mundo del
cine en 1968 con Murder a la mod y la
simpática Greetings, protagonizada
por un jovencísimo Robert De Niro. Tras ambas películas llegarían The Redding party, Dyonysus, ¡Hola, mamá! y
Get to know your Rabbit, pero no
sería hasta 1973, con el estreno de Sisters
que no empezarían, a decir de los que la han visto, entre los que
desgraciadamente no me hallo, a perfilarse los fondos y sobretodo las formas
del cine de De Palma. Un año más tarde llegaría la jocosa y muy lograda El fantasma del paraíso, reversión Glam pop y alegremente falta de
prejuicios de El fantasma de la ópera
de Gaston Leroux y sus adaptaciones cinematográficas en la que de De Palma ya
hacía gala de un virtuosismo formal fuera de lo común. Tras la enrevesada Fascinación, en la que la influencia de
Hitchcock ya levantaba cabeza, llegaría uno de sus mayores éxitos de taquilla: Carrie. Basada en la novela homónima de
un primerizo Stephen King, supone una película mítica del cine de horror
moderno y un buen ejemplo del talento de De Palma para crear ampulosas
atmósferas, con buenas interpretaciones protagonistas con una mención especial
para una inolvidable Sissy Spacey. Supuso el salto al estrellato de su
realizador y del novelista que inspiró la película, algo más recatada que el
original escrito que se convirtió en un best-seller que permitió a King empezar
a ganarse (más que bien) la vida como prolífico escritor. Además, supone uno de
los más plausibles ejemplos del cine de De Palma que muestra su recurrente
figura del Voyeur como alguien que, como el espectador, mira siendo incapaz de
impedir el sufrimiento que está a punto de desatarse… Siendo este uno de los
pocos asideros personales de un cine cuyo máximo responsable ya entonces era
acusado de exceso de frialdad frente a la personal autoría de tintes
autobiográficos de sus compañeros de generación como eran Martin Scorsese,
Francis Ford Coppola, Paul Schrader, John Milius y, en menor medida, Steven
Spielberg. A la vengativa ira de Carrie seguirían
La furia, la comedia Una familia de locos, Vestida para matar
y una especie de ampliación del sobrevalorado film del por lo general excelente
Michelangelo Antonioni Blow up, que
aquí recibiría el título de Impacto,
buena película con un excelente tramo inicial que se desvirtúa un tanto debido
a un guión que no llega a la altura de su excelencia formal, siendo esta
película de De Palma muy superior a la más prestigiosa -y básica como punto de
partida del cine de De Palma, aunque lo
que en ella se dice puede encontrarse en gran parte del cine de Hitchcock) de
Antonioni en la que se basa. Dos años más tarde, en 1983 llegaría uno de sus
más sonados éxitos de creciente culto a día de hoy: El precio del poder (o Scarface
como se la conoce más popularmente) con un pasadísimo Al Pacino como
protagonista. La épica de cine negro actualizada a unos pletóricamente horteras
años ochenta sirven para esta revisión del Scarface
original protagonizado por Paul Leni de fondo de una tragedia tan excesiva
como visualmente impactante. Deliberadamente violenta y más cerca de la
apología que de la crítica que latía en el guión escrito por Oliver Stone, El precio del poder es hoy por hoy uno
de los films más recordados de la carrera del director. En 1984 se estrenaría
la abstracta y visualmente muy poderosa Doble cuerpo, a la que seguiría Esto sí son amigos y la magnífica Los intocables que contaba además de con
un De Palma en plenas facultades y un buen elenco actoral con una inolvidable
banda sonora de Ennio Morricone cuyo tema principal sigue poniendo la piel de
gallina. Su siguiente película sería la interesante Corazones de guerra, tras la que vendría la algo fallida La hoguera de las vanidades adaptación
del best seller de Tom Wolfe, y En nombre
de Caín. Diez años después de El
precio del poder De Palma volvería a trabajar con Al Pacino en otro de sus
films más recordados: Atrapado por su
pasado, excelente thriller que
contaba con un desarmante Sean Penn tocado por uno de los peinados más
imposibles que uno pueda imaginar. En 1996 uniría fuerzas con Tom Cruise para
reventar las taquillas de todo el mundo con Misión
imposible, película estilizada y a veces lograda pero demasiado exagerada
en su conjunto y no digamos ya en su tramo final, que entretiene pero carece de
la pegada del mejor De Palma. Energía que se condensa en el arranque de su
siguiente película Ojos de serpiente,
y que como en la anterior, se va diluyendo poco a poco a medida que la película
se desarrolla hasta un algo frustrante final. Pese a todo, la enorme capacidad
audiovisual del director brilla en ambas películas como salvavidas de unos
guiones demasiado rutinarios para funcionar por sí mismos. La fallida Misión
a Marte abriría el año 2000 una etapa extraña en la filmografía de De
Palma, fiel a algunos de sus motivos más recurrentes, pero algo deslavazados en
esta fría epopeya de ciencia ficción que no resulta demasiado convincente. Femme fatale descolocó a propios y
extraños con un final tan exageradamente retorcido que casi hace olvidar el
virtuosismo formal que se desprende de todos los fotogramas del film. Después
llegaría la decepcionante La dalia negra,
recreación del cine negro clásico que no acaba de cuajar, aunque sería con Redacted con la que De Palma lograría la
deserción de la masa del público. Película-denuncia de la nefasta Guerra de
Irak perpetrada por George Bush Jr. a la cabeza, se basa en los más variados
formatos audiovisuales para explicar las monstruosas formas de un pequeño
comando de descerebrados soldados norteamericanos en territorio iraquí y sus
consecuencias. La película guarda más interés por sus cualidades de testigo de
la fragmentación de un discurso unitario imposible a favor de un tapiz de
opiniones lanzadas desde diferentes formatos, ya sean caseros o
institucionales, sobre la guerra, que por sus intenciones de denuncia, tan
estereotipadas (con discurso incluido sobre lo mal que está declarar la guerra
en Irak y por el contrario lo bien que estuvo hacer lo propio en Afganistán)
que parecen hechas de cara a la galería y sin el más mínimo matiz que pueda
provocar el debate entre un público convencido de antemano. Fuere como fuere,
las ampollas que parece haber provocado Redacted
en algunas mentes cerriles y poderosas supuso el ostracismo de De Palma en la
industria de Hollywood y han tenido que pasar cinco años para encontrar
financiación (además de el dinero que se habrá obtenido por la ingente y
descaradísima promoción de marcas de
ordenadores y móviles, la participación económica ha sido totalmente europea -inglesa,
alemana y española- sin contar con un dólar americano en su presupuesto) para
la película que nos ocupa: el remake
del film Crime d’amour última
película dirigida por Alain Corneau antes de su muerte, que no he tenido la
oportunidad de ver y que según parece contenía más elementos satíricos y muchos
menos giros que el film de De Palma, que por ahora se sitúa como el último de
su dilatada y compacta carrera.
[2]Las rebuscadas ansias de Passion
parecen beber en ocasiones de un género que alimentó De Palma y del que el
realizador se ha nutrido en otras ocasiones: el rebuscado giallo italiano cinematográfico. Patria fílmica de su máximo
representante, el hoy muy devaluado Dario Argento, es precisamente una de las
películas del director transalpino, la delirante Tenebre fechada en 1983, la más similar al film que nos ocupa, tan
relativamente en lo argumental como hasta cierto punto en la tesis que lo
articula. Aunque el bruto arrebato del film de Argento, un desarmante suicidio
en taquilla del realizador italiano que pone a prueba la capacidad de
credibilidad del público, está ausente por completo de la gélida y
calculadísima película de De Palma. Por otra parte, Passion recuerda por algunos de sus elementos a un film más próximo
en el tiempo y de mucho mayor prestigio que el de De Palma y el de Argento: Mulholland drive de David Lynch sería,
con su erotismo lésbico y su naturaleza de película dividida en la que una
mitad parece ser el reflejo embellecido o fantasioso de otra, similar al de De
Palma, aunque el de este último carece de la inesperada ternura y poder de
fascinación de los mejores instantes del film de Lynch.
[3]Un éxito de público sobre el que no se pueden albergar excesivas
esperanzas desde el momento en que el visionado (legal, se entiende) del film
de De Palma en nuestro país parece haberse reducido a los festivales de cine y
no a sus salas de exhibición comercial. De muestra un botón, la sección Seven
Chances, en su veinte aniversario -y por muchos más- en el Festival de Cine de
Sitges que aún está teniendo lugar este año en el que el firmante de estas
líneas pudo ver Passion. Y que conste
que la sala estaba llena en el primer pase del año de una sección del festival
que se encarga de proyectar películas de muy difícil distribución en nuestro
territorio… Quién se lo iba a decir al realizador de taquillazos como Carrie, Los intocables o Misión imposible y clásicos de culto
como El precio del poder o Atrapado por su pasado.
[4]Este proceso de identificación a base de empatía con la
protagonista es, desde luego, extensible a la percepción que seguramente tiene
cualquiera de nosotros, miembros del público, de nosotros mismos… siendo en
este aspecto Passion una película de
lecturas considerablemente turbadoras.
[5]Fruto de la última colaboración hasta el momento entre De Palma y
el compositor Pino Donaggio, con el que trabajó por última vez en En nombre de Caín veinte años antes. Ha
colaborado con el director de Passion
desde que compuso la partitura musical de Carrie
en sustitución del hitchcockiano
Bernard Hermann, que ya había participado antes en una película del director, Fascinación, fallecido antes de poder comenzar a trabajar en ella y desde
entonces las bandas sonoras de Vestida
para matar, Impacto, Doble Cuerpo o la mentada En nombre de Caín fueron obra suya. Y a decir del acompañamiento
musical del que hace gala Passion, la
música de Donaggio sigue siendo tan envolvente y ampulosamente elegante como
antaño.
[6]No debería llamársele truco porque todas las cartas están sobre la
mesa, así que la insuperable pirueta llevada a cabo por el realizador poniendo
en tela de juicio un lugar común tan aceptado como inexistente como norma
debería ser vista como lo que es: una prueba de talento como pocas de la que el
abajo firmante no cayó en la cuenta hasta leerlo en una entrevista al
realizador de Passion. La secuencia
intercala primero el espectáculo que tiene lugar en el teatro con la aparición
de Anderson, el amante de ambas mujeres, en casa de Christine. Tras unos
instantes aparecen los primerísimos primeros planos de los ojos de Isabelle,
mientras el sonido de uno y otro plano va tomando (y dotando) protagonismo a
cada una de las dos mitades en que se ha dividido la pantalla hasta que se
enfrentan –o complementan, según se mire- una mitad recogiendo lo que ocurre
sobre el escenario y otra el punto de vista subjetivo del acoso de Christine, a
la que previamente hemos visto duchándose con un placer casi masturbatorio. De
este modo, la percepción que se tiene de lo escrito en esta nota al pie por
parte del espectador es que todo lo anterior tiene lugar al mismo tiempo y sin
que los personajes implicados hayan cambiado de sitio… A lo que colabora el que
los bailarines del ballet claven sus miradas en el público como si el plano que
recoge sus pasos de baile fuese subjetivo, lo que podría ser si las imágenes
cercenadas por la mitad que componen esta magnífica secuencia tuviesen lugar a
la vez y no de forma independiente. Pero que cada uno cree a placer la película
que pueda o quiera y vea a Isabelle con mejores o peores ojos al gusto particular.
Caballero, un placer leerte y ya con el plan de hace tiempo de ir al videoclub a alquilar las pelis que analizas y que todavía no he visto, visionarlas, leerte, y verlas de nuevo con toda la rica información que nos aportas.
ResponderEliminarEl placer es tenerte entre el público que me va leyendo. Espero que si ves las pelis las disfrutes por encima de todo lo demás, y si de paso te haces tu propia idea aparte de lo que yo escriba o deje de escribir, y aunque una vez vista la película te parezca que lo escrito aquí es una patraña, pues mejor que mejor, en el fondo es de lo que se trata. Un abrazo y hasta pronto!
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