He atravesado lo salvaje.
De algún modo lo he conseguido.
No sabía lo perdida que estaba,
Hasta que te encontré.
(…)
Como una virgen, ooh, ooh.
Como una virgen.
Sienta tan bien dentro de mí.
Cuando me agarras, y tu corazón palpita, y me amas.
Like a Virgin.
Madonna.1984.
“¿Sabes de qué va Like
a Virgin? Va sobre una tía que va de culo
por un tío que tiene una polla enorme.” Ésta ya mítica primera frase que
presentó en sociedad, no sólo dentro de la cinematográfica, al -guste o no- imprescindible
director y guionista Quentin Tarantino[1]
en 1992, marca el deliberadamente desvergonzado y virulento tono a seguir en
ésta su, oficialmente, primera película[2]:
Reservoir Dogs.
Un grupo de
hombres, algunos de coloristas
apellidos: el Señor Blanco (Harvey Keitel), el Sr. Naranja (Tim Roth), el Sr.
Rosa (Steve Buscemi), el Sr. Rubio (Michael Madsen), el Sr. Azul (Eddie Bunker)
y el Sr. Marrón (el propio Quentin Tarantino) curiosamente ataviados con traje, pantalón y corbata negras
colgando sobre camisas blancas, y Joe y Eddie Cabot -interpretados por Lawrence
Tierney y Chris Penn respectivamente- vestidos con ropa de calle, charlan
alrededor de la mesa de un modesto restaurante mientras desayunan entre el humo
de cigarrillos y comentarios triviales, pero muy reveladores, sobre los temas
más cotidianos. Poco después, y tras discusiones sobre canciones escuchadas en
la emisora de radio llamada Supermúsica
de los 70, zanjadas a base de insultos de despreocupado racismo y machismo,
hirientes de no ser por la ruda camaradería que parece compactar al grupo de
hombres, aparecen los fugaces títulos de crédito… hasta que Naranja aparece
chillando histéricamente sobre un charco de sangre en el asiento trasero de un
coche conducido por Blanco, que le sujeta la mano mientras los lleva al volante
a un destartalado almacén. Una vez allí, algo parece aclararse entre el
sanguinolento griterío: el herido, pálido y aterrado por el dolor, ha sido
disparado en el vientre, pero no puede ser llevado a un hospital. Tendrán que
esperar a que Joe Cabot, el jefe del golpe a un banco que acaban de fallar se
presente en el lugar con instrucciones para ellos. Poco a poco, otros hombres
de la banda, que han sobrevivido a la aparición de la policía en el lugar del
atraco, van llegando al lugar completando una situación tan inestable en el
recuerdo de cada uno de ellos como claustrofóbica en el almacén el que pasarán,
entre reproches y arrebatos de violencia, la espera de Cabot.
Un nerviosismo
que corroe de cabo a rabo la atmósfera enrarecida de un film que no se regodea
en florituras formales y halla su válvula de escape en una incontinente
verborrea que, paradójicamente (y más aún en el momento de su estreno) casi
nunca resulta explicativa. Tomando por ejemplo, de una brillantez debida en
parte por su condición expositiva que la hace casi invisible, la escena que
inaugura Reservoir Dogs arriba
resumida, en esta puede verse como Tarantino muestra la larva de la violenta
tragedia que está por venir, retratando a todos los comensales de forma tan inadvertida
como certera. Durante esa intrascendente conversación, el realizador marca las
relaciones establecidas dentro del grupo de hombres y, más aún, el papel que
jugarán algunos de ellos en el transcurso del film. Así, y durante una
aparentemente trivial disputa acerca de lo apropiado de las propinas en
determinados establecimientos como restaurantes en detrimento de otros como los
de comida rápida, el Sr. Rosa se niega a pagar la propina que exige Joe Cabot,
el hombre que como su hijo visten de manera diferente al resto del grupo y
además paga el desayuno, a la banda… Rosa se niega por considerarlo estúpido, a
lo que el Sr. Blanco replica que la propina es la verdadera fuente de ingresos
de los trabajadores de hostelería del país, un trabajo al que cualquiera puede
acceder sin necesidad de haber gozado de una buena educación, demasiado cara
para algunos bolsillos. De este modo, Blanco ya se perfila como un hombre de
cierta confianza y sentido de la responsabilidad, y no en vano se erigirá como protagonista en una película cercana a
la coralidad, mientras Rosa hace lo propio como un frío aprovechado que sólo
mira por su interés personal. Pero hay más: cuando Cabot cae en la cuenta de
que la propina -pagada por la trajeada banda a partes iguales- es escasa,
Naranja no tarda en acusar a Rosa de ser el que falta por pagar, revelando ya
desde el principio su naturaleza de acusica o, en su variable profesional
dentro de la escala moral de la banda que acaba siendo la del propio film, de
infiltrado. Y poco antes, bromeando, Rubio se ofrece para matar a Blanco cuando
este último le gasta una amistosa broma a Cabot, marcando una relación que más
avanzada la película situará a ambos hombres a los dos lados, uno acaloradísimo
y el otro de una psicótica frialdad, de un enfrentamiento verbal siempre a
punto de estallar en una pelea a puñetazos o encañonándose el uno al otro a la
misma distancia desde la que se lanzan los peores insultos.
Pero nada de
lo anterior implica que el visionado de Reservoir
Dogs sea el de una película distante en su frialdad o cálculo dramático,
sino todo lo contrario: la proximidad por cotidianeidad de sus diálogos que
ocultan una estructura dramática de gran fortaleza tiene su reflejo en la forma
bajo la que Tarantino pone en imágenes y sonido lo esbozado desde su magnífico
guión. Evitando, con la inestimable ayuda de unos actores tan sobreactuados
como igualmente naturales, la peligrosa teatralidad en la que podría haber
caído Reservoir Dogs de no contar con
una plasmación que equipara su fondo y su forma hasta hacerlos indistinguibles,
el realizador del film hace gala de una puesta en escena que, también, resulta
tan inadvertida como dinámica y elaborada. En la misma escena recién comentada,
un envolvente movimiento de cámara cierra a los atracadores sobre ellos mismos,
creando una tan obvia como efectiva comunidad subrayada por sus atuendos, todos
iguales bajo un uniforme que marca además la jerarquía existente al dejar fuera
del elegante protocolo de vestimenta a Cabot y su hijo, cerebros del atraco en
el que no participarán. Del mismo modo, la planificación, agrupando y
enfrentando a los diferentes miembros de la banda en planos y contraplanos, o
incluso la posición de los atracadores sentados a la mesa, definen tanto sus
relaciones como el trato -a veces amable y muchas otras con un desprecio
camuflado de una gozosa, por políticamente incorrecta, virilidad que espesa los
maravillosos diálogos- que se propinan. Esta estrategia formal, que atañe tanto
al guión como a la película en su conjunto, logra que todos los elementos que
conforman Reservoir Dogs, quizás no
expliquen nada por sí mismos, resultando muy próximos por su cotidianeidad, pero
lejos de caer en el peligro de resultar superfluos o tan triviales como muchos
de los temas de sus diálogos todos ellos significan
algo dentro de la tan bien hilvanada historia que se narra en el film de
Tarantino, tan vigorosamente natural en su visionado a este lado de la pantalla
como, se diría, calculado desde la retaguardia.
Además, este
cálculo se ve fortalecido al verse eclipsado por un elemento del que se deriva
otro mucho más llamativo e importante para hacer de Reservoir Dogs la película de culto (paradójicamente generalizado)
que es, siendo el primero de ellos el uso que el film hace de la elipsis. Si
los insultos acrecientan la tensión entre los supervivientes al golpe que ya se
ha cobrado dos vidas entre las filas de los atracadores (concretamente las del
Sr. Azul y el Sr. Marrón) los estallidos de violencia y muerte, siempre
presente desde el momento en el que toda la acción transcurrida en el almacén
tiene de fondo los intermitentes quejidos de un Naranja moribundo al borde del
desmayo, resultan tan desagradables como exagerados, pese a ser paradójicamente
contenidos. La falta de espectacularidad en dichos momentos compuestos por
peleas a puñetazos y patadas de una suciedad
realista e histéricos tiroteos, tan puntuales como brutales pese a la
generalizada sensación de tensa agresividad que provoca Reservoir Dogs. Una agresividad que, combinada con la adhesión del
espectador al drama que está asistiendo, hacen de las catárticas explosiones de
violencia del film unas especialmente desagradables, dotadas de un sentido del
humor -negro- más desesperado que despreocupado y mucho más reafirmante que
paródico. Siendo la muestra más justamente recordada también la más
desproporcionadamente violenta: la imagen vacía que deja intuir, mediante un
temible uso del sonido fuera de campo, como el psicótico Sr. Rubio le corta una
oreja a un policía, Marvin Nash (un esforzado Kirk Baltz[3])
al que ha hecho prisionero con el único objeto de torturarlo a placer. Si bien
Tarantino no escatima desagradables detalles sobre el salvajismo con el que el
personaje interpretado por Michael Madsen -con una contención verbal que
contrasta con el nerviosismo de sus compañeros de indumentaria, dando a
entender una distancia respecto a lo que ocurre que se corrobora con sus
inhumanas acciones y la efectiva distancia
física desde la que observa todo lo que lo rodea- se ceba en el agente del
orden que ha caído en sus manos, apela a la imaginación del público cuando se
trata de reflejar el acto más bárbaro que tiene lugar en la película. Acto que
es, paradójicamente, también el más recordado pese a no ser mostrado, quizás
porque la atmósfera de violencia que planea sobre la película se tensa hasta lo
indecible gracias al regodeo con el que Tarantino contempla -y obliga a
contemplar- impertérrito como el Sr. Rubio bailotea estúpidamente alrededor del
sufrido policía, le raja la cara, habla a la oreja seccionada del agente
riéndose de él, sale del almacén y vuelve cargando un bidón de gasolina que
vierte sobre el pobre desgraciado hecho una temblorosa montaña de jirones
sanguinolientos y súplicas de dolor. El sadismo del instante se acentúa desde el
momento en el que cuando Rubio sale a buscar la lata de gasolina, la cámara le
pisa los talones abandonando a Nash en el almacén atado a su silla, poniéndonos
junto al desquiciado asesino antes que junto a la víctima. Y en un film en el
que la temporalidad se tuerce y retuerce a placer como se comenta más adelante,
resulta revelador que su realizador decida dejar narrar esta escena
prácticamente en tiempo real, provocando una tremenda sensación de angustia y
de inexorabilidad no invalidada sino potenciada por el evidente sadismo del
realizador ante el explosivo material que tiene entre manos, y cortada de raíz
con un nuevo estallido de liberadora violencia que pone punto final al via
crucis no sólo del policía, sino también el del público[4].
Menos
efectista y mucho más llamativo en cuanto a la estructura de la película se
refiere, y también menos traumático, resulta el hecho de que el atraco, motor
dramático de gran parte de las reacciones que tienen lugar en el film, tampoco
se muestra, sólo es ocasionalmente descrito -por motivos esencialmente
presupuestarios muy bien aprovechados por Tarantino[5]-
por los atracadores para ilustrar las barbaridades de un Sr. Rubio que parece
haber perdido la cabeza durante el golpe al banco disparando sin ton ni son a
todos los que estaban allí. La sustracción del motor del film, detonante de
todo lo que se desarrolla en él, deja Reservoir
Dogs en manos de sus personajes, barriendo toda espectacularidad basada en
la acción física para amplificar la urgencia y pegada dramática de gestos y
actitudes de un grupo de hombres atrapados en una situación de visos abstractos
afortunadamente muy controlados por el realizador, empeñado en hacer de su
película una esencialmente tan seca como los actos de violencia física y verbal
que en ella se producen, pero creando una sensación de claustrofobia mucho
mayor por reducir a la mínima expresión visual, o al más puro sinsentido, el
motivo de su encierro. Así, Reservoir
Dogs subvierte algunos de los elementos que componen su trama situando en
primer plano lo que se mueve en el fondo de la historia sobre el papel. El
atraco se halla así como la tierra firme sobre la que se asienta el resto del
film, y este se dedica en cuerpo y alma a temas tan básicos como la lealtad, la
traición, la avaricia o la locura perfectamente asimilados por la carne de la
película, haciendo de su cualidad abstracta de fondo algo puramente concreto y
físico en la forma. Pero nada de esto sería posible de no ser por la estrategia
que resitúa todos estos elementos a placer a lo largo de Reservoir Dogs.
La abstracción
que otorga al film el situar en el epicentro de la acción un hecho, el atraco,
que no se muestra y alrededor del cual gira el resto de la película, da paso al
elemento más llamativo e influyente de toda la película: su fragmentación
cronológica y narrativa[6].
Dando comienzo en el desayuno precedente al atraco, Reservoir Dogs salta a la llegada de Blanco y un desangrado Naranja
al almacén, al que más tarde llegarán Rosa y Rubio, Eddie y por último el
propio Joe Cabot. Rosa explicará su huída en un ruidoso y estilizado flash-back que nada nos dirá de él,
quizás con el objetivo de provocar una aureola de suspense alrededor de un
personaje que jamás llega a concretarse, quedando un tanto descolgado. Pero el
apretón de manos de Joe Cabot con Blanco y Rubio -por separado- que cierra la
participación en el atraco es puesto en imágenes por Tarantino a modo de
capítulos, organizados como algo gratuitos flashbacks,
que no hacen avanzar la acción pero, una vez más, humanizan a los personajes
justificando o ironizando sobre lo que vendrá pese a los distintos tratamientos
que el realizador les depara, y que dentro de la unidad sin fisuras del film
podrían verse como casi subjetivos. Mientras el personaje interpretado por
Keitel mantiene una relajada conversación con Joe basada en planos cortos que
acercan a ambos personajes, la aparición de Rubio en el mismo despacho en el
que Blanco echa un sonriente trago con Joe está tomada desde una distancia que
se transmite desde la planificación, en planos amplios y inicialmente tomados
con una toma de cámara situada fuera de la habitación, y también, una vez más
por la propia vestimenta y actitud de Joe; entrajado y tras su escritorio en su
encuentro con Rubio, en mangas de camisa y conciliadoramente sentado sobre el
extremo de su mesa durante el encuentro con Blanco, alimentando la sensación de
que la película y las historias que la componen surgen de los personajes y se
crea sólo a través de sus palabras y las imágenes de Tarantino que las reafirman
o contradicen pero que jamás se aparta de ellos. Pero estas piruetas
narrativas, que espesan más aún ese proceso dramático de dar a entender mostrando y no explicando o, como se ha dicho, dando las respuestas primero y
luego planteando las preguntas que les dan sentido acentuando el interés de
determinadas escenas al ser ordenadas de esa manera en detrimento de otras que
reducirían la intensidad del film en un orden cronológico “lineal”, palidecen
frente al largo capítulo que ofrece los antecedentes del judas que ha
desencadenado la matanza del banco sin salir ni mucho menos libre de ella.
El capítulo
dedicado al Sr. Naranja, cuya imagen desangrándose era la primera presentada
tras los títulos de créditos y la última en ser cimentada, situado cronológicamente
bastante antes del atraco es, en sí mismo considerado, de una exuberante
brillantez que además sitúa al espectador en una incómoda tierra de nadie moral
en la que Tarantino ha ido ahogando la percepción del bien y el mal desde, como
muchos otros aspectos del film, el inicio de Reservoir Dogs. El mentado movimiento circular que rodeaba a los
hambrientos atracadores durante su desayuno antes de perpetrar -o al menos intentarlo-
el atraco al banco, ya planteaba la unión de los delincuentes como algo cerrado
a las influencias del mundo exterior, pero durante el film esa premisa se
prolonga y desarrolla ayudada sin duda por el hecho de que el dinero, motor de
la trama, acaba por ser lo menos importante de la misma. La cacareada
“profesionalidad” de los miembros del grupúsculo criminal ya anuncia la
presencia de un código sin normas para unos personajes que intentan mantener su
compostura rehaciéndose el nudo de la corbata o peinándose: reestableciendo su
orden mental a partir de hacer lo propio con su uniforme, lo que los separa del
resto de los mortales. La presentación de la policía, esporádica y intrusiva
mostrada por primera vez en una escena en que aparece pisándole los talones a
Rosa a modo de explicación de su huída, sólo despierta la mayor compasión en el
momento en el que el sanguinario Rubio se ensaña con el agente Nash al que
secuestra, siendo el monstruoso personaje interpretado por Madsen previamente
acusado por otros miembros de la banda de no comportarse de manera, de nuevo,
“profesional” como demostrará con creces en la escena antes comentada. De este
modo, el personaje supuestamente positivo como es el policía encubierto que es
Naranja, se muestra como un estafador y un traidor a un grupo que se ha metido
al público en el bolsillo. La reacción del espectador es en este caso próxima a
la del compañero policía que replica al futuro Sr. Naranja que aquel que
traiciona a alguien del grupo criminal al que pertenece “no es un buen tío” ya que “está
vendiendo a sus amigos”. Esta ambivalencia moral del film -más pronunciada
debido a que el atraco no llega a tomar forma en imágenes llevando al conflicto
a terrenos más emocionales y humanos que sobrepasan con mucho los legales- provoca que la mentira de
Naranja -¿responsable de la carnicería que tiene lugar durante el atraco al ser
el que avisa a la policía cuya presencia desencadena la sangría?- no sólo sea
mucho más sentida por parte del espectador, sino que también merece una
explicación más detallada por parte de Tarantino.
El personaje
de Roth, una vez ha sido citado por Cabot, se pone en manos de su compañero del
cuerpo policial, Holdaway (Randy Brooks) para introducirse en la banda, echar
por tierra sus planes y encarcelar a sus miembros. O lo que es lo mismo,
componer un falso personaje que convenza a Cabot de que él es el hombre que
necesita para llevar a cabo el atraco. La falsa historia escrita por Holdaway
que hará de Naranja un antiguo camello
de poca monta a ojos del matón que está a punto de contratarlo, es aprendida
por el falso atracador hasta hacerla suya en los más ínfimos detalles. Y el
proceso de asimilación por parte de Naranja es reflejado por Tarantino de forma
admirable, primero por repetición tras repetición del texto leído y después, ya
frente a Joe Cabot, como un capítulo más que pone en imágenes las palabras de
Naranja. Es la asimilación total de la mentira convertida en realidad, recitada
por el agente doble mientras esta se compone a su alrededor, tomando tanto
cuerpo como los capítulos que ilustraban el encuentro de Blanco y Rubio con el
jefe mafioso, y por tanto igualmente veraces y convincentes para el grupo de
atracadores que acogen a Naranja como a uno más. Así, el relato de un atraco
fallido y su preparación, se deshace en contacto con elementos ajenos al acto
criminal como los capítulos comentados hasta relativizarlo, al igual que la
trama principal del film -la que hace referencia a un atraco ninguneado
dramáticamente- se ve fortalecida por otras tramas paralelas que se adhieren a
esta hasta devorarla y dejar en puro músculo narrativo una película
claustrofóbica, sin asideros moralistas al dar esa visión de conjunto, que pese
a su fragmentación temporal, determinante en la percepción del público sobre lo
que ocurre en Reservoir Dogs y
especialmente la emoción que despierta, no resulta en ningún momento
artificiosa. El clímax del film, una vez todas las líneas paralelas han sido
trenzadas en la percepción del público con el que el realizador ha manejado
como le ha venido en gana, pone al espectador en una situación imposible ante
un duelo que riza el rizo de lo recargado, dejando un saldo trágico sólo
salvado del arrebato dramático por un Tarantino que afila su película con un
corte a negro tan austero como parte de los recursos formales de un film
narrativamente pletórico.
La inmediatez
de su estilizadísima puesta en escena, tan ajustada en sus estratagemas
dramáticas como relajada y natural en su
febril apariencia, el dinamismo de su planificación carente de todo subrayado a
excepción de algún ralentí que destierra la teatralidad que parecía imponer el hecho
de que gran parte de lo que transcurre en el film reducido a un solo espacio habitado
por escasos personajes, lo seco de su violencia que evita todo componente
distanciador o irónico, o elementos tan aparentemente inocentes como hacer del estupendo
acompañamiento musical del film una selección hecha por la emisora Supermúsica de los 70 -cuyas cuñas son
narradas por el lacónico humorista Steven Wright- escuchada por los propios
personajes -es decir, parte de su realidad, compuesta de ambientes cotidianos y
vistos sin ningún glamour- de Reservoir Dogs, hacen cercano lo que es
fruto de la distancia macerada por una visión cotidiana, y por ello próxima, de
algunos lugares comunes de Cine Negro. Una reinterpretación hecha desde la
distancia pero que se ve a sí misma sin ironía, con un liberador sentido del
humor que provoca antes distancia con sus modelos que con su público, atrapado
en una exhibición de buen cine negro de ayer y de hoy. Un cine del que esta
película de Quentin Tarantino recoge algunos lugares comunes para dotarlos de
una inesperada vida al rellenar a personajes tan deshumanizados en su nombre,
reducidos a los de una mera paleta de colores, en base a actitudes y
referencias a un pasado compuesto por… la cultura popular de la que surgieron
como arquetipos. Resulta muy curioso el hecho de que Tarantino esquive todo
psicologismo en el retrato de sus hombres de traje negro tomando por norma la
arenga de Cabot en una reunión previa al atraco en la que les advierte, tras
rebautizarlos con colores para que ninguno de ellos sepa nada de los demás, que
no confraternicen ni hablen de nada personal que pueda delatarlos en el caso de
que alguno sea detenido por la policía. De este modo, el retrato de personajes
que tan próxima hace Reservoir Dogs
respecto a filmes muy similares de los que bebe el film de Tarantino, se basa
antes, y con la imprescindible ayuda del elenco de grandes actores con los que
cuenta en sus filas, en conversaciones sobre una cultura popular reconvertida
en el nuevo esperanto, en hablar por
hablar, que en la reconstrucción de un pasado que sólo gotea escasamente en
un par de ocasiones durante la película y que cuando es narrado de manera
continuada, lo es por parte de Naranja como una mentira. Así, esa inmediatez y
proximidad -hermanada con esa cualidad expositiva y no explicativa que late
bajo la película- surge del vaciado de unos personajes sin pasado que se
humanizan a partir de sus actitudes y decisiones tomadas en el aquí y ahora, y
opiniones sobre temas tan vulgares como son los de la mayoría de la gente a
diario, recicladas en puntales de retratos humanos precisamente por ello
refrescantes. Tanto como lo es propia narrativa del film en base a elementos -y
películas, como City on fire o Atraco
perfecto entre otras[7]-
previos vistos bajo un particular y talentoso prisma que los hace tan nuevos.
Recontextualizados
todos ellos como la letra de Like a
Virgin de Madonna que abría esta
entrada, no en vano en boca del propio director del film que, regurgitada y adaptada
a sus propias obsesiones[8],
delirios y maneras de ver el mundo y -a una distancia confusa por corta para
algunos como él- el cine, haciendo una nueva y apasionante historia con los
retazos de otras, tan válida como sus modelos y tan verdadera como los diversos
puntos de vista que articulan Reservoir
Dogs en la mente de Quentin Tarantino primero y ante los saciados ojos de
los espectadores, hambrientos del devaluado –y llorado, y llorable- arte de
contar historias mediante imagen y sonido.
Como la
primera vez.
Título: Reservoir
Dogs. Dirección y guión: Quentin
Tarantino. Producción: Lawrence
Bender y Harvey Keitel. Dirección de
fotografía: Andrzej Sekula. Montaje:
Sally Menke. Año: 1992.
Intérpretes: Harvey
Keitel (Sr. Blanco), Steve Buscemi (Sr. Rosa), Tim Roth (Sr. Naranja), Joe
Cabot (Lawrence Tierney), Eddie Cabot (Chris Penn), Sr. Azul (Eddie Bunker),
Sr. Marrón (Quentin Tarantino), Marvin Nash (Kirk Baltz).
[1]Nombre capital del cine de mediados de los noventa de enorme influencia
y fama entre público no especializado, Quentin Tarantino, nacido Quentin
Zastoupil el 27 de marzo de 1963, fue criado por su madre en su ciudad natal
Knoxville, Tennesse, lugar en el que creció como adolescente problemático. Muy
inteligente -con un coeficiente intelectual de 160- abandonó el colegio a la
edad de quince años para apuntarse a la escuela de actores James Best,
pagándose las lecciones con lo obtenido trabajando como acomodador en un cine
porno, género que asegura detestar por considerarlo el más pobre de los
posibles dentro de las posibilidades que ofrece el cine como lenguaje. Dos años
después, el realizador de Reservoir dogs
abandonó las clases de interpretación, el profesor de las cuales le aconsejó
que recuperara su apellido paterno Tarantino, para ejercer como cazatalentos
para la industria aeronáutica (¡!) y pronto amasó el dinero suficiente como
para independizarse y comprarse su primer reproductor de video. Pronto empezó a
frecuentar tan asiduamente su videoclub habitual, Video Archives, que acabó por
despedirse de su bien remunerado empleo para trabajar en el videoclub por un
sueldo mucho menor… pero con las películas mucho más a mano y sumergido en su
gran pasión: el cine. En compañía del futuro realizador Roger Avary (Killing Zoe o Las reglas del juego, entre algunas otras), que también colaboraría
en el guión de Pulp fiction, ambos
cinéfilos hasta la médula despachando tras el mismo mostrador, Tarantino
recuerda esa época como una de las más formativas de su vida. Retrospectivas
que iban desde el cine de Akira Kurosawa hasta subgéneros tan oscuros como el
de “películas de mujeres que golpean a
sus maridos”, del que el futuro realizador asegura su existencia se
entremezclaban con discusiones cinéfilas con los clientes del local, entre las
que se incluían otras como la que acabaría abriendo Reservoir dogs, sobre el significado último de Like a virgin. Al poco tiempo, Tarantino decidió embarcarse en el
que sería el trabajo de su vida: dirigir películas. Fue con My best friend’s birthday, comentada en
una nota al pie más adelante, como dio comienzo, gracias a la ayuda de
trabajadores y amigos de Video Archives como empezó su celebérrima carrera. No
fue hasta 1992, con el film que ocupa esta entrada, cuando Tarantino dio un
puñetazo sobre la abotargada mesa del cine independiente norteamericano del
momento y dos años más tarde, gracias a Pulp
fiction cuando el nombre de Tarantino se puso en boca de todos con una
excelente película que retomaba, algo atemperados, algunos de los elementos más
característicos de Reservoir dogs. La
película le valió un Oscar al mejor guión original, escrito a cuatro manos con
Roger Avary y el reconocimiento del público a nivel internacional. Tarantino se
erigió entonces prácticamente como una marca comercial: apadrinando directores hermanos como Robert Rodriguez, que
dirigió un guión escrito por el realizador de Pulp fiction para dar a luz a una de sus mejores películas: Abierto hasta el amanecer, guiones como
los que hicieron posible (y gracias al nombre de su guionista, también
rentable) Amor a quemarropa dirigida
por Tony Scott, o la polémica Asesinos
natos (que Tarantino repudió sin conseguir que su nombre fuese borrado de
los títulos de crédito) dirigida por Oliver Stone, o una película colectiva llamada Four Rooms, en la que tanto Rodriguez
como Tarantino dirigían ambos sus respectivos capítulos, siendo el nombre del
realizador de Malditos bastardos el
mayor y prácticamente único reclamo comercial del film… Violencia, en muchas
ocasiones despreocupada y vista con un humor que puso en guardia a parte de la
audiencia , lenguaje soez en unos diálogos con la pura nada cotidiana como tema
vector, constantes referencias verbales y visuales a otras películas incluso
entre algunas del propio Tarantino como parte de un universo cinematográfico
propio que las englobaba, y retorcidas estructuras narrativas fueron parte del corpus más reconocible de una forma de
hacer y entender el cine que se extendió rápidamente con resultados muy
desiguales y vistos en perspectiva, con un saldo no demasiado positivo pese a
la innegable influencia -y superioridad respecto a sus imitadores- del cine de
Tarantino. Poco después, y tras la producción de una película de título tan
esperpéntico en su retorcida revisión al español como es el de Tú asesina que nosotras limpiamos la sangre (del
original Crudled…) justamente
olvidada por casi todo el mundo, llegaría Jackie
Brown una de sus películas más serenas, adaptación de una novela de Elmore
Leonard pero cambiando la etnia de la protagonista a afroamericana para alzar
un homenaje al género blaxplotation a través de su protagonista: Pam Grier. La
película, una de las más logradas de su director, fue recibida con tibieza por
parte del público, que se esperaba un nuevo festival de violencia y narrativa
fragmentada a la manera de Pulp fiction,
pero Tarantino se reconcilió con la taquilla con su siguiente film, cinco años
más tarde: Kill Bill vol. 1.Pletórico
híbrido cinematográfico con el único objetivo de emocionar en su frenesí
narrativo, Kill Bill vol.1 supondría la recuperación de Tarantino a ojos
de algunos de sus admiradores, acaparando nuevos fans y enarcando las cejas de
algunos otros que no acababan de ver claro el nuevo rumbo del cine de
Tarantino. Más equidistante entre el Tarantino intimista de Jackie Brown y el festivo del primer Kill Bill, sería la conclusión del
binomio de esta última: Kill Bill vol. 2
supondría un pacto entre ambas maneras de entender el cine -aunque en realidad
nunca dejaran de ser la misma pero a partir de entonces con algunos aspectos
mucho más acentuados en su descaro- que contendría lo mejor de los dos Kill Bill (planteada inicialmente por
Tarantino como una sola película), aunque siendo menos “pura” que su
predecesora, un febril salto al vacío que no pedía disculpas por ser “sólo”
cine de acción puro y duro. Death Proof,
su siguiente film, se encontraría con el rechazo de parte del público y,
sorpresa, también de la crítica que empezaba a cansarse de un Tarantino
progresivamente encandilado consigo mismo. Lo que no es óbice para que Death Proof fuese y sea aún en su
primera mitad, una maravilla incomprendida a la espera de una recuperación.
Perfilando lo que ya empezaba a olerse como un ciclo de películas con la
venganza como motor dramático empezado con el primer Kill Bill -a sólo dos años del 11-S, como muchos quisieron ver-
llegó la madre de todas las revanchas: la que ajustaba cuentas con la Historia
a placer en Malditos bastardos,
entretenida pero fallida epopeya bélica que rehacía el final de la Segunda
Guerra Mundial en un memorable final, tan perturbador como brillante e
hiperviolento, que junto con algunas escenas y interpretaciones se erigía como
lo mejor de un film que era demasiado corto para lo que pretendía desarrollar y
demasiado largo para lo que acababa siendo. Aún y así, y gracias a la buena acogida
en taquilla, Tarantino “resucitaría” un género que nunca muere del todo: el
western y más concretamente el Spaghetti-western con Django desencadenado, de la que ya se habló en este blog con la
extensión que se merece el pasado mes de febrero.
[2]Antes de Reservoir dogs, Tarantino llevó a cabo (o perpetró, a decir
de los que la han visto) My best friend’s
birthday, película que narra las desventuras de un chaval que contrata a
una prostituta como regalo de cumpleaños para su mejor amigo, interpretado por
Craig Hammam, que ideó el argumento guionizado por el director. Con Tarantino a
ambos lados de la cámara (pues además de dirigir y escribir también
interpretaba al mejor amigo del cumpleañero) de 16mm. sin blindar con la que se
rodó My best friend’s birthday, el
rodaje se prolongó durante tres años durante los cuales los actores cambiaban
de aspecto a niveles tan básicos como lo largo o corto que llevaban el pelo,
evidentes diferencias de peso de un plano a otro… Por no hablar de problemas
presupuestarios, caóticos planes de rodaje o la inoperancia de cuestiones
básicas como iluminación o montaje que si bien no dieron el saldo esperado por
el realizador, fue considerada -probablemente con toda la razón del mundo- como
la mejor escuela de cine a al que podría haber asistido. A pesar de todo, en
sus visitas a productoras y distribuidoras con su opera prima bajo el brazo
Tarantino aceptó el consejo generalizado: no dejar que nadie viese eso si quería que alguien pusiese dinero
para su próximo film. Dicho y hecho, My
best friend’s birthday desapareció de la faz de la tierra y Reservoir dogs fue oficialmente durante
años la primera película dirigida por Quentin Tarantino.
[3]Probablemente el miembro del reparto más ninguneado por la
Historia del cine en lo que a Reservoir
dogs se refiere, Baltz asistió poco
más de un día al rodaje del film de Tarantino, pero en aras de conseguir que su
sufrimiento fuese lo más verista posible, una vez fue atado a la silla en la
que sería torturado por el Sr. Rubio, no se le desató ni para descansar entre
toma y toma. A lo incómodo de su postura y sus ataduras, hay que sumar el que
la temperatura durante el rodaje alcanzó los cuarenta grados… y que de ser
precisamente el día del lucimiento de Baltz aquel en el que el termómetro llegó
a tal temperatura, estando el actor bajo maquillaje y la pegajosa sangre falsa
pocas veces una interpretación de Método tuvo resultados más creíbles. Por algo
será.
[4]Un público que se dividió debido a esta polémica escena,
protagonizada por la para algunos segunda oreja cortada más importante de la
historia del cine moderno después de la encontrada por Kyle Mclahan en Terciopelo azul de David Lynch. La
anécdota más curiosa respecto a esta mítica secuencia tuvo lugar en el Festival
de Cinema Fantàstic i de Terror de Sitges (ahora de Cinema Internacional de Catalunya) del año 1992 en el que la
película de Tarantino arrasó en el palmarés. Durante la proyección, el director
como parte del público presenció la huída de un hombre que abandonó la sala
turbadísimo ante la escena en la que el Sr. Rubio cercena la oreja a Marvin
Nash. Tarantino no daba crédito: “Dios
mío ¡He asustado a Wes Craven!” pensó al ver al responsable de
violentísimas (y muy envejecidas) películas de horror de los setenta como La última casa a la izquierda o Las colinas tienen ojos saliendo por la
puerta incapaz de tolerar lo que estaba viendo en pantalla. Otros espectadores
aguantaron el tipo, pero le espetaron a Tarantino que se notaba que se lo había
pasado de lo lindo filmando la más cruel de las torturas. El director de Reservoir dogs replicó ni corto ni
perezoso a una crítica que le hizo ese comentario: “No, eres tú la que se lo ha pasado en grande viéndola”. Los
diálogos del film, cargados de una alegre misoginia y racismo en una película
habitada casi íntegramente por hombres, acrecentaron aún más las iras de
algunos sectores del público que tomaron la parte por el todo, y en un mundo en
ocasiones demasiado engolado y pagado de sí mismo como es el de los festivales
de cine, Tarantino se ganó el apodo de enésimo enfant terrible. Aunque su juguetón espíritu respecto a lo que las
escenas de violencia se refiere, casi siempre vistas bajo un prisma cómico en
la que el realizador se ha regodeado insistentemente, ha llevado al error de
tomar la violencia de Reservoir dogs
como “divertida”, cuando es precisamente y en un grado que no volvería a darse
hasta en algunos instantes de la fallida Malditos
bastardos o Django desencadenado,
mucho más incómoda y desagradable que en muchas películas que llegan a la
pantalla. Aunque mucho nos tememos que el nombre de Quentin Tarantino, con su
orgullosa aquiescencia, será siempre asociado sin ningún matiz por una parte
del público como apologista de la violencia más gratuita por chistosa que desde
entonces ha asolado las pantallas de cine para terror de algunos y hastío de
otros.
[5]Una reunión con Scott Spiegel, director de un film llamado The Intruder y co-guionista de la divertida El
principiante y el histérico clásico Terroríficamente
muertos, llevó a Tarantino a ser invitado a una barbacoa en casa de este,
en la que coincidiría con el futuro productor de Reservoir dogs: Lawrence Bender. Con unas cervezas de más encima,
Tarantino aseguró tener un guión entre manos alrededor del atraco a un banco, y
ante el entusiasmo de Bender, empezó a escribir como un poseso la historia que
acababa de inventarse para impresionar a su futuro mecenas. A Bender le
impresionó el guión que le llegó tres meses después y que Tarantino quería
rodar en 16 mm.
y en blanco y negro, dirigirla fuese como fuese, pero tuvo que sortear el
entusiasmo de otro de los futuros productores: Monte Hellman. Director del
clásico Carretera asfaltada en dos
direcciones, Hellman quedó prendado del guión al leer la primera escena y
se ofreció a dirigir la película, a lo que Tarantino se negó en redondo y
Hellman se contentó con ejercer de productor junto con su amigo Bender. Los
contactos de Hellman en la industria dieron sus escasos frutos cuando Richard
N. Gladstein aceptó producirla sin intervenir ni retocar el guión ni un ápice
con la única condición de que Hellman supervisara el rodaje y pasar una lista
de diez actores al falsamente primerizo director. Tarantino recibiría un millón
trescientos mil dólares en adelanto por cada intérprete de la lista que
eligiera para interpretar a sus atracadores. Keitel dio el sí inmediatamente y
con él, además de asumir el rol de co-productor, se sumaron otros varios
actores de relativo renombre pero indudable talento, quedándose el presupuesto
del film en dicho millón trescientos mil. Los efectos de maquillaje corrieron a
cuenta -pagada- de la NBX, dirigida por un Robert Kurtzman que saldó con esa
labor en Reservoir dogs la deuda con
su realizador por haberle escrito el guión de Abierto hasta el amanecer que acabaría dirigiendo Robert Rodriguez.
Así, con un presupuesto final irrisorio para lo que se considera una película
norteamericana aunque sea en la periferia hollywoodiense, Reservoir dogs empezó a andar entre jornadas de quince horas de
rodaje, actores que dormían en sofás de amigos antes de ir al set de rodaje que
tenía lugar en una funeraria abandonada… Con lo que poco sobraba para montar un
espectacular atraco que haría de esta una película completamente diferente a la
que conocemos.
[6]Dejando a un lado la enorme influencia que la popularidad del cine
de Quentin Tarantino ejerció sobre el cine de finales del siglo pasado, se
diría que esa fragmentación narrativa es de lo poco que ha sobrevivido con
nulas variaciones desde los inicios de la carrera del director hasta su última
película Django desencadenado,
comentada en este mismo blog el pasado mes de febrero. Si bien la regurgitación
de material considerado por algunos como de
derribo sigue siendo parte de su razón de ser, también es verdad que lo es
de manera infinitamente más artificiosa, distante y juguetona que en esta
supuesta primera película de Tarantino. La violencia no ha sido ajena a este
proceso, lanzándose de cabeza al espectáculo -en ocasiones brillante- y la
humorada negra lanzada a los ojos de un público entregado a veces con un deje
de condescendencia respecto al material devorado y recontextualizado, cosa que
no ocurría en Reservoir Dogs o al
menos no de manera tan evidente que provocase una separación del público con lo
que se está viendo en pantalla, a veces divertida pero algo fría parodia del
modelo original. Y los diálogos que tanto dicen sin decir nada en el caso de Reservoir dogs siguen teniendo esa
pátina de cotidianeidad pero de un tiempo a esta parte provocando una divertida
ironía sobre películas como las que forman el díptico Kill Bill que en ocasiones provocan la incómoda sensación de coitus interruptus en el espectador, y
otras, como en el caso de la infravalorada Death
Proof producen una inmersión total en el film. Ni que decir tiene que en
apariencia, y dentro de una filmografía compacta en la que se repiten casi
siempre los mismos elementos mencionados aunque en graduaciones diferentes, las
películas más próximas a Reservoir dogs
son la más grandilocuente pero magnífica Pulp
fiction y la olvidada y excelente (y habladísima) Jackie Brown. Aunque el enfoque bajo el que están planteados los
diálogos se diría que jamás se ha vuelto a ver en la filmografía del director
como en el caso de Reservoir dogs.
[7]Según parece, la cantonesa City
on fire dirigida por Ringo Lam en 1987, fue algo más que una inspiración para
Tarantino cuando se sentó a mecanografiar Reservoir
dogs. Un argumento muy similar o escenas como el duelo final a tres bandas
calcadas del film Lam son algunas de las acusaciones lanzadas contra Tarantino
desde el día de su estreno. De forma algo menos exhibicionista de lo que viene
siendo habitual en él en sus últimas películas, el director aseguró haber visto
el film de Lam anteriormente… y poco más. Personalmente me veo incapaz de
hablar de las similitudes entre ambas películas al no haber podido ver City on fire, pero sí de las más que
plausibles herencias del excelente film de Stanley Kubrick Atraco perfecto, de la que Reservoir
dogs bebe en cuanto a temática y a estructura, aunque desde luego bajo un
punto de vista muy diferente al del film protagonizado por Sterling Hayden.
Otras referencias tienden puentes con el cine de un hoy algo olvidado John Woo,
muy popularizado por Tarantino en la cúspide de su fama o, a decir de algunos y
de forma algo precipitada a mi entender, Rashomon
de Kurosawa. Por su estructura y argumento, Reservoir
dogs ha sido en más de una ocasión comparada con la obra teatral Esperando a Godot de Samuel Beckett, con
la magnífica película La cosa
dirigida por John Carpenter, y por su forma y fuerza narrativa (a mi entender
erróneamente, a cada director su propia manera de ver el cine y el mundo) con
el cine de Martin Scorsese y Samuel Fuller.
[8]La cita al clásico tema pop
del segundo disco de Madonna, prosigue con un contundente “Toda la canción es una metáfora sobre las pollas grandes” y una
larga y premeditadamente impactante perorata sobre como Like a virgin explica la historia de una chica que, tras ir de cama
en cama y hombre tras hombre, se encuentra con uno que le recuerda cuando era
virgen porque, al encamarse, siente algo que no había sentido en años: dolor.
Certificado buen ejemplo de la habitual apropiación por parte de Tarantino de
material ajeno para hacer con él lo que le viene en gana, hasta establecer su
lectura como estándar propio tan válido como el modelo original, es el hecho de
que la propia Madonna le envió una carta al realizador que decía: “Quentin. Va de amor”. A lo que
Tarantino respondió con otra que aseguraba: “No. Va de sexo”.
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