¿Qué tienen en
común un hombre que le promete a un viejo amigo en el paro el conseguirle un
trabajo, una joven y pudiente pareja que cree haber encontrado el piso de sus
sueños de la mano del agente de una inmobiliaria, y un entrajado hombre de
negocios que declina la invitación de un compañero de comer juntos en un
restaurante de cinco tenedores? Pues el que la tranquilizadora promesa de un
futuro laboral (en boca del actor Raúl Arévalo) sea un falso consuelo y obligue
a los dos hombres a deambular silenciosamente por la ciudad en busca de un
trabajo inexistente, que el algo desabrido agente inmobiliario (Ernesto
Alterio) sea en realidad un farsante de motivación incomprensible que ha metido a la pareja de
jóvenes (formada por Irene Escolar y Martiño Rivas) en un fastuoso -y vacío-
piso aún habitado por una grotesca pareja formada por una lánguida mujer (la
actriz Silvia Marsó) y su padre invidente (interpretado por Juan Antonio
Quintana)… o el que el rico hombre de negocios (Enric Benavent) rehúya la compañía
de sus tocayos para esconderse en un bar cualquiera y deglutir asquerosamente y
al borde de la asfixia, en una estampa casi goyesca, un mundano bocadillo de
pan con pan. Hombres y mujeres, anónimos en la mayoría de ocasiones, unidos por
un surreal absurdo con los pies embarrados en
una creciente y oscura mala baba que pueblan, a modo de cómico espectáculo de
variedades compuesto por vergüenzas propias y ajenas, egoísmos e hipocresía, el
film crisol Gente en sitios,
conducido por Juan Cavestany[1].
Una película de estructura casi episódica que esquiva toda coralidad posible al
situarse en una óptica social mucho más amplia, un lugar mucho más próximo al ensamblaje de sketchs narrativamente independientes
los unos de los otros -pese al fondo común que parece animarlos a todos ellos
en la misma desesperanzadora y enigmática dirección- y protagonizados casi
siempre por personajes diferentes que de la pormenorizada descripción de un
grupo humano reducido, que haga las veces de paradigma o metáfora de una
sociedad que Gente en sitios retrata
peligrosamente cerca del precipicio no ya social o económico, sino de un mínimo
de progresión narrativa.
Así, y
obviando toda relación dentro de la surrealista (y punzantemente reconocible en
su cotidianeidad) realidad del film entre los
personajes que lo pueblan, Cavestany repite algunas situaciones en
diferentes instantes del adecuadamente reducido metraje, echa mano de algunos
planos descontextualizados o parte de otros más amplios aún por revelarse que
hacen de puente entre las diferentes secuencias, y utiliza personajes
secundarios de algunas de las muchas escenas cortas que componen el cuerpo de
la película como protagonistas de las siguientes con el aparente objetivo de
dar cuerpo a lo que no lo tiene. O a dar una sensación de unidad a una película
que se ofrece como un retrato del caos, a todos los niveles, en el que parece
estar mutando una realidad más opaca, e ininteligible y muchas veces mecánica y
hueca para los que la vivimos, a cada día que pasa. Porque más allá del retrato
del sinsentido de la vida a un nivel general o históricamente intercambiable,
el realizador de Gente en sitios
siembra numerosos elementos indiscutiblemente locales, muy difuminados pero aún
y así perfectamente reconocibles, que sitúan la acción de la película de
Cavestany en un momento y lugar muy determinados: la España de la crisis (con
la económica como detonante de todas las demás ¿y viceversa?) vista desde el
año 2013 en que llevó a cabo el film que nos ocupa. Más allá de los
numerosísimos vicios y algunas virtudes expuestas en Gente en sitios desde una óptica lo bastante humana (y humorística)
como para no mostrarlos con despreciativa y petulante superioridad, todos ellos
familiares hasta la complicidad y reconocibles como castizos, no cuesta mucho entrever en el zoológico humano puesto en
solfa por Cavestany algunos de los motivos recurrentes de la España de hoy.
Desde gente que ha olvidado como andar (Jacinto Salgado), beber (Antonio de la
Torre) o dormir (Roberto Álamo), y que necesita de la ayuda -no se sabe si
desinteresada o no en una película en la que todo el mundo parece mentir a los
demás después de hacerlo a sí mismos- de un desconocido (Raúl Jiménez) para
recuperar la sabiduría más rematadamente elemental y que muy bien podría
ilustrar los efectos sociales y educacionales de determinadas políticas y
economías, hasta la quimérica búsqueda de un trabajo que no existe en la patética
escena resumida al inicio de esta entrada en aras de proteger el buen nombre de
uno una vez se han hecho promesas que se saben falsas pero que no pueden dejar
de hacerse, entre muchas otras, son secuencias de un potencial simbólico tan
variopinto como concreto y ajustado -y, por suerte, nada pedante- es su forma y
su sencillo fondo. Un fondo narrativo que se revela como el verdadero nexo de
unión entre secuencias, algunas de voladura más o menos intelectualizada como
en el caso de la historia del hombre-puente- interpretado por Javier Botet, cuya
frágil figura refleja lo precario de una situación cuyo simbolismo probablemente
varía a ojos de cada espectador- y otras tan sencillas como punzantes como la
resumida en la mirada de avergonzado reconocimiento entre un vendedor callejero
de kleenex (Gustavo Salmerón) y uno de sus potenciales compradores (Jorge
Bosch) atrincherado en su automóvil… en el que guarda los papeles del subsidio
de paro que lo mantiene alejado unos meses más de la miseria económica en la
que ya vive su conocido, al otro lado de su elevalunas automático.
Situaciones
más o menos cotidianas que, vistas desde la distancia que otorga el humor y que
las salva de la tragedia más desaforada, conviven con otras cuyo sentido escapa
a toda posible explicación hasta que la percepción del espectador crea un
indivisible tono, con previo contagio del absurdo imposible de unas escenas con
otras cuyo surrealismo es más que probable a este lado de la pantalla, creando
un trampantojo en el que lo mundano parece extraño y lo bizarro algo siniestramente
familiar. Aunque esto último sea lo que gane el pulso entre ambos en la
memoria: Gente en sitios se esmera en
crear universos paralelos que muestran un extraño y pesadillesco limbo de
reminiscencias teatrales al que van a parar los muertos, en que el fallecido es
humillado por las ininterrumpidas carcajadas de un público que se ríe sin
motivo aparente, un lugar al que también van a parar aquellos que se pierden en
las tripas de un edificio sin que nadie oiga sus gritos de socorro, volviéndose
olvidados o invisibles para los demás.
Pero se diría que Cavestany se atribuye (o al menos a su oficio) una brizna de
esperanza en forma de toma de conciencia: poco antes del fallecimiento de uno
de los hombres (Javier Gil Valle) que moran por las calles, tiene lugar una de
las recurrentes apariciones de un fotógrafo Tomás Pozzi) que recoge las vidas
de aquellos que lo rodean sin que el realizador dé una mínima explicación sobre
sus objetivos. Esta compulsión de registrarlo todo no es en Gente en sitios (ni tampoco fuera de
ella) exclusiva del fotógrafo: numerosas personas aparecen esgrimiendo una
cámara o un teléfono móvil que testimonia lo que ocurre… sin que nunca llegue,
de nuevo, a explicarse pero sí a registrarse, en una bizarra y inquietante relación
que une imagen fotográfica/cinematográfica y muerte u olvido de forma tan enigmática
que podría ser casual o una muestra de autoconciencia por parte de Cavestany no
situándose por encima de sus personajes como todopoderoso demiurgo, sino
simplemente como valioso testigo que vela por la visibilidad de lo que se
ignora cómodamente, pero que como los demás se halla igualmente a merced de las
misteriosas fuerzas que los sacuden a todos. Y que hacen su definitivo e
inquietante en el instante que engloba a todos los personajes, momentáneamente
unidos en el film gracias al montaje, bajo los extraños e inquietantes
fenómenos meteorológicos que asolan la ciudad y que parecen a punto de hacerla
saltar por los aires. Su repetida presencia, a modo de estribillo visual que
unifica lo diluido de la estructura del film, es uno de los elementos que provocan
una impresión de Orden oculto, una sensación de estar asistiendo a una película
cuyo sentido último se escurre entre los dedos, pese a que su armonía y
coherencia conectan las diferentes situaciones por un hilo invisible que se
hace fuerte en lo mundano de sus imágenes y los numerosos puntos de vista
-tantos como historias contiene el film- ofrecidos a modo de fresco social al
vaivén de fuerzas que escapan a su control.
Así, la
miseria humana, hasta no hace tanto recubierta de cierta pátina de lujo material
y apagada por los aplausos de algunos sectores económicos y sociales, propia de
una parte de la sociedad española queda aquí al descubierto con la comprensión
de sabernos todos en el mismo barco, sin cargar nunca las tintas en lo
dramático ni en su ánimo de denuncia (concentrando, sin exclusivismos, sus iras
contra los sectores más conservadores y pudientes de la sociedad mostrados
siempre como un fondo en el que anida la mentalidad más rancia e insensible del
país) por encima del humor absurdo, más triste en su humanidad que agresivo en la
crítica que se desprende de él y que corroe de cabo a rabo la bastante insólita
propuesta de Gente en sitios, repleta
de personajes que parecen entumecidos en sus reacciones y relaciones con los
demás.
Porque afortunadamente
Cavestany esquiva, en gran parte, todo intento de hacer de su película un
engolado sermón o un campo simbólico en el que puedan entreverse los síntomas
de una crisis que aquí no sólo se retrata dentro de la ficción, sino que parece
haber infectado su núcleo hasta empezar a desintegrarla como relato, y que por
tanto, y debido a su condición de retrato o fresco social, sitúa esa
ininteligibilidad tanto dentro de la película como fuera de ella, en la
realidad en la que se inspira. De este modo, y soslayando la posibilidad de que
lo incomprensible devenga críptico e impenetrable gracias a que nunca deja de
resultar reconocible, Cavestany
consigue transmitir una sensación de malestar tan inexplicable como palpable en
la creciente angustia que espolea a los personajes de Gente en sitios. Almas perdidas en un mundo en el que se diría que
su mirada ha dejado de ser la medida de la realidad que los rodea y ha dejado
de corresponderlos, creando un preocupante y paradójicamente ligero vínculo con
el público situado a este lado de la pantalla. Esta siniestra complicidad
basada en el sinsentido que germina en los que habitan el film y los que
habitamos el mundo que la película retrata, distancia el film de Cavestany de
lo televisivo en su acepción más neutra para aproximarla a un existencialismo -siempre
acotado por el sentido del humor de una película- muy próximo a lo abisal, al retrato
de una realidad que a veces parece a punto de deshacerse y que se diría ha
perdido toda causalidad hasta estar al borde de hacerse jirones. Tal y como
demuestran los incontables y absurdos giros hasta lo imposible en el desarrollo
de las historias que se exponen en Gente
en sitios, su estructura en la que narrativamente nada suma o parece ir a
ninguna parte (sin que por ello sea menos entretenida) que no sea asentar un
poso de preocupación en el público, o en sus desarmantes réplicas de diálogo, que demuestran que nada -hasta en
niveles que se creían elementales- va como se supone que debería ir o, directamente, que nadie sabe hacia
donde debería ir -como parece ocurrirle a la propia película- por motivos que
se desconocen a ambos lados de la pantalla.
Porque el
mundo sumido en un proceso de decalaje casi apocalíptico que muestra Gente en sitios puede resultar tremendamente
divertido, ahogándose en un cómico, a veces alegre pero otras inquietante, creciente
sinsentido que el realizador muestra con una frontalidad y transparencia en su
puesta en escena, rodada mediante una planificación que describe y muestra lo
escrito e improvisado a partir del guión… Pero que difícilmente crea la
atmósfera de desorientación y malestar que sí se desprende de la película
gracias a su opacidad y, muy especialmente, a su estructura basada en la acumulación
de situaciones cómicas por lo general bastante logradas en su humor, y a cada
cual de fondo más lamentable. Esta unidad formal, desprovista de una atmósfera
amenazadora o misteriosa y basada en lo visualmente desabrido y próximo a la
grabación casera hecha con escasísimos medios, puede colaborar a crear sorpresa
ya que en su neutralidad poco se
barrunta o se sugiere, pero también deja en manos del buen hacer del amplísimo
elenco actoral[2]
la efectividad de gran parte de las secuencias y aproxima Gente en sitios a un formato televisivo del que han surgido algunas
de las más ingeniosas muestras de comedia española de los últimos años[3].
Porque, afortunadamente, Gente en sitios
se sostiene no sólo por lo inesperado de sus giros argumentales que casi sin
excepción coinciden en un amargo callejón sin salida para sus habitantes, ni
tampoco por lo minúsculo del metraje de los incontables segmentos
independientes que la conforman, lo que relativiza la potencial pesadez de los
menos afortunados de haber tenido una duración más estandarizada pese a que la
película no se hace corta (ni larga), sino por lo desarmante de su humor bajo
el que, como se decía, late un retrato de una humanidad desnortada que
prácticamente nunca se pone en situación de superioridad respecto a la carga
cómica de Gente en sitios.
Gracias a esta
asumida humildad que deshincha lo potencialmente inflado de sus no pocas
ambiciones, ya jugada a favor en lo presupuestario como una suerte de
beligerante y poco afectada declaración de principios[4],
Cavestany es capaz de hablar de lo incomprensible y lo insondable sin caer en
la pedantería o resultar discursivo, mostrando ese caos con la coherencia -una
vez más por una acumulación de situaciones que nunca llegan a estallar,
cargando una tensión que nunca se diluye- suficiente como para no explicarlo,
multiplicando su efectividad. Sólo en algunas ocasiones cede a la tentación de
poner el fondo en primer plano y en boca de sus personajes, como la larga,
lúcida, y antipática (por engolada y obvia) perorata de un pasajero de taxi
(Juan Carlos Monedero) alrededor de la escasa y auténtica humanidad que está
retrocediendo hasta lo autosatisfecho y el conformarse en ser humano en un
sentido únicamente evolutivo y biológico, y que carece de cualquier tipo de
contrapunto o oxígeno interpretativo para el público. O el subrayado final que
despierta un simbólico lamento por una España que ya no significa nada para los
que los desnortados que la habitan, confundiendo en manos de una malherida
mujer (Eva Llorach) que se ha golpeado en la cabeza una bufanda negra con la
bandera amarilla y roja que ondea, para más inri desenfocada, frente a ella
convertida en esta escena en un trapo abandonado en una cafetería. Es en
instantes así en los que Gente en sitios
se alza por encima de la gozosa modestia que demuestra durante todo su metraje
para posarse en el sermón, tan lúcido como el resto del film pero mucho más
antipático y obvio (y algo descolgado) por explicativo, que había logrado
evitar desde su pequeña escala con los pies asentados en la comedia. Un sentido
del humor que en su sinsentido se revela el núcleo dramático de esta valiosa y divertida Gente en sitios, erigiéndose la
verdadera razón de ser de un absurdo y reveladoramente certero retrato,
probablemente el más logrado de los situados en tiempos de crisis hasta ahora, de
un mundo surrealista más opaco e incomprensible a cada día que pasa.
Título: Gente en
sitios. Dirección y guión: Juan Cavestany. Producción: Juan Cavestany, Enrique López Lavigne, Belén Atienza,
Javier Carneros, Beatriz Mayo y Jan García. Montaje: Juan Cavestany y Raúl de Torres. Música:
Aaron Rux y Nick Powell. Año:
2013.
Intérpretes: Raquel
Guerrero, Jorge Cabrera, David Luque, Diego Martín, Eulalia Ramón.
[1]Nacido el 27 de abril de 1967 en Madrid, el director, guionista y
dramaturgo Juan Cavestany estudió y se licenció en ciencias políticas aunque
también se formó en periodismo. Su primer trabajo como guionista fue, en 1999,
para la película de Mariano Barroso Los
lobos de Washington, buen film de raigambre teatral en el que brillaban con
luz propia los personajes interpretados por Javier Bardem o Eduard Fernández.
Dos años más tarde Cavestany dirigiría y escribiría el cortometraje promocional
Soberano: el rey canalla, en honor a
la bebida alcohólica del mismo nombre que su chulesco y algo antipático
protagonista. A dicho cortometraje, competentemente filmado y escrito, le
seguiría una serie televisiva llamada Dime
que me quieres, para la que
Cavestany escribió varios capítulos. Su siguiente trabajo como guionista fue
para el director Daniel Calparsoro y su film ambientado en la guerra de Kosovo,
Guerreros, que caló entre el público
y le hizo merecedor de algunos premios. Poco después la polémica llamaría a sus
puertas gracias al documental Alejandro y
Ana, la que España no pudo ver de la boda y el banquete de la hija del
presidente… efectivamente alrededor del enlace matrimonial entre la hija
del expresidente José María Aznar y su prometido Alejandro Agag. Dirigió su
primera película en el año 2004, bajo el paródico título de Las asombrosas aventuras de Borjamari y
Pocholo para algo más tarde, en el año 2008, Gente de mala calidad, de las que nada puedo decir por no haberlas
podido ver. Ese mismo año Cavestany se alzó con el premio Max al mejor autor en
castellano por la obra Urtain para la
compañía teatral Animalario, para la que escribía y sigue escribiendo. El año
2010 fue el año de Dispongo de barcos,
primera producción de coste casi nulo a las que seguirían el mediometraje El señor y Gente en sitios. Dispongo de
barcos supuso un espaldarazo a la reputación del guionista y director y una
película bastante atípica que bebe de los vasos comunicantes entre la
literatura de Franz Kafka y el cine de David Lynch para componer una curiosa y
algo cansina pesadilla en la que ya se advierten algunos de los rasgos
narrativos más representativos de la más diáfana y respirable Gente en sitios. Siguiendo el mismo esquema de producción y
rodaje, explicado unas notas al pie más abajo, en el año 2012 llevaría a cabo
el enfermizo mediometraje El señor,
con una factura formal igualmente cercana a lo casero pero brutalmente
depresivo en su retrato de un hombre aquejado por una salvaje soledad y sus
ansias de relacionarse con aquellos que le rodean. Ese mismo año dirigiría y
escribiría la obra teatral El traje,
de nuevo para Animalario, antes de embarcarse en una de las películas españolas
de más renombre (en mi opinión y pese a sus numerosas virtudes, de forma algo
exagerada) del año pasado, que es la que nos ocupa en esta entrada y que le ha
valido numerosísimos premios y aplausos allí por donde ha sido proyectada o
vista, de forma casi simultánea a su estreno en salas, en formato doméstico o
mediante descarga legal en Internet en el portal Filmin.
[2]El listado es interminable en su mezcla de caras conocidas y
anónimas del cine español, muchas de las cuales ya habían aparecido en
películas anteriores del realizador. Además de las ya mentadas en el cuerpo de
la entrada, Gente en sitios cuenta
entre sus filas intérpretes reconocidos como Alberto San Juan, Tristán Ulloa,
Maribel Verdú, Santiago Segura, Carlos Areces, Adriana Ugarte, José Ángel Egido, Julián Villagrán, Luís
Bermejo, el cantante Coque Malla, o Eduard Fernández entre muchos, muchos otros
de menor renombre pero no menos efectividad en sus papeles en el film de
Cavestany. Tengan en cuenta que, dentro de la escasa hora y cuarto de duración
de la película que nos ocupa, la media de duración de cada segmento rondará los
cinco minutos y que prácticamente nunca repite intérpretes… hagan la suma y agárrense
ante la cifra. Debido a la larga lista del apartado actoral y en aras de acotar
un poco, he optado por incluir en la sección de Intérpretes del final de la entrada sólo aquellos que salen como
tales en los títulos de crédito de Gente
en sitios, frente a los muchos otros que aparecen como colaboradores en la película. Tampoco he incluido los nombres de
los personajes interpretados por los actores, ya que en la mayoría de ocasiones
su nombre no se menciona. Y casi sin excepción, nunca tiene la menor importancia
en un grupo de hombres y mujeres intercambiables entre sí.
[3]La presencia de los actores Ernesto Sevilla y Carlos Areces y la
estructura de sketches cómicos
ensamblados pero a la postre autónomos hacen de Gente en sitios un film que recuerda, en ocasiones mucho, a los
programas La hora chanante o su
prolongación Muchachada nui que
contaban con la presencia de dichos actores. Programas de descacharrante humor
con los que también tiene en común algunos de sus elementos cómicos englobados
dentro de lo que algunos han venido a llamar, a mi modo de ver de forma
bastante gratuita, post-humor. Más
allá de esta coincidencia, pueden rastrearse zonas comunes con la literatura de
Franz Kafka (de hecho, una de las secuencias está basada en un relato corto del
escritor) algunas muestras del cine de Jose Luís Cuerda con Amanece que no es poco (comentada en este blog en el mes de noviembre de 2012) a la cabeza, y al
cine de Luís Buñuel, aunque carente de la vigorosa atmósfera y espíritu
incendiario de gran parte de la obra del
director aragonés.
[4]El rodaje de Gente en sitios
se extendió durante seis meses con un coste de producción y rodaje casi nulo.
Cavestany echaba mano, una vez por semana, de historias escritas por él
anteriormente y llamaba a actores (o no) conocidos suyos para citarlos para el
rodaje de esos pequeños cortometrajes que acabarían conformando el cuerpo de su
película. Así, y en rodajes de un solo día de duración en el que los actores
improvisaban o incluso planteaban las historias a rodar en caso de que
Cavestany no tuviese ninguna disponible, la grabación de Gente en sitios se llevó a cabo en gran parte mediante una cámara
Handycam, iluminación natural y sonido directo grabado casi en su totalidad con
un pequeño micrófono adosado. Una parte importante del montaje del film lo
llevó a cabo el propio Cavestany en su domicilio, aunque algo más adelante
contó con la colaboración de Raúl de Torres, que montaba mientras el realizador
terminaba las escenas restantes. Todo un
ejemplo de cómo hacer buen cine con cuatro chavos o menos, mucha inventiva, y
algunos contactos que aseguren un mínimo de distribución más allá del reducido
circuito de festivales y aplausos de la crítica especializada. Además, la
película ofrece algunos ejemplos de cómo explicar una historia desde la pobreza
de medios más aplastantes: ahí está el segmento de Gente en sitios que muestra a un hombre entrando en una portería
mientras una voz en off explica hacia
donde mira y la causa de su palpable angustia sin mostrar absolutamente nada
¿Una muestra de lo que puede quedar del cine español, tan dado a las
subvenciones estatales, en la época en la que más peligra su ya bastante
precaria existencia? ¿O un ejemplo de cómo hacer cine con un coste nulo y pese
a los embates de la llamada crisis económica?
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