Es algo más o
menos sabido y tácitamente silenciado por todo el mundo que el sexo ocupa una
parte importante de los pensamientos de la gente. Un espacio muy parecido, pese
a que de forma mucho menos silenciosa y sutil, al que ocupa en las
conversaciones que tienen lugar en el cine del realizador Kevin Smith[1].
Aunque sea de boquilla, en sus interminables e incontables peroratas, sin que
en ningún momento aparezca ni fugazmente en pantalla un pezón, o cualquiera de
los genitales de uno u otro género que parecen llevar de cabeza a los
adolescentes tardíos que protagonizaron el primer tramo de su filmografía. Esta
curiosa y puritana dicotomía, para nada molesta en su falta de pretensiones,
deja espacio en pantalla, en convivencia con un ingenioso humor soez y una sana
verborrea alrededor de todo lo que tenga que ver con el sexo, para que el sentimiento
motor de Persiguiendo a Amy, más o
menos ausente hasta ese momento en las películas del realizador salga a flote
ante los ojos del público: el Amor.
La tercera película
de Kevin Smith gira alrededor del calmado Holden McNeil (Ben Affleck) y el
temperamental Banky Edwards (Jason Lee), amigos desde su infancia hasta el
momento actual en el que trabajan juntos codo con codo, uno como líder dibujante
y el otro como seguidista entintador, en un exitoso cómic. Su rutinaria vida
profesional parece entrar en ebullición cuando se les presenta la jugosa
oportunidad de hacer de su pequeño éxito editorial una serie de televisión. Pero
en lo personal, su relación empieza a resquebrajarse cuando conocen a una
vitalista y divertida joven llamada
Alyssa Jones (Joey Lauren Adams) que rápidamente congenia con Holden hasta
hacerse grandes amigos. La declarada homosexualidad de la chica sólo contiene
temporalmente, entre amistosas escapadas de fin de semana y muchos buenos
momentos, los verdaderos sentimientos del dibujante hacia Alyssa. Un amor que un
arrinconado Banky es incapaz de ver con buenos ojos creyendo perder poco a poco
a su mejor amigo y compinche profesional.
Y si el argumento
del film de Smith parece, en sus líneas generales, poco o muy relativamente
original, su plasmación en pantalla no le va a la zaga: Persiguiendo a Amy es una película cuya forma es a todas luces -y aunque
acabe provocando un estimulante efecto de proximidad en el público-
rematadamente plana. La fotografía carece de cualquier tipo de claroscuro o de intencionalidad dramática, como se diría
que tampoco la tiene una planificación puramente expositiva y hasta neutral, sin salidas de tono ni nada que
pueda distraer de la mayor y más consciente baza de la película de Smith: su
guión, y más concretamente, sus diálogos. Una historia tan manida como casi
todo el romanticismo cotidiano, trufada por innumerables conversaciones
alrededor de lo divino y lo humano, con la primera trilogía de La guerra de las galaxias, los cómics y
el sexo habido y por haber como medida de todas las cosas, es recogida por la
película de Smith, y casi sin excepción, en largos planos medios y muy
esporádicos primeros planos, dejando el ritmo del film en manos de los actores,
la coordinación entre ellos para entonar sus diálogos, y su distribución en el
encuadre. Ni siquiera en los momentos en los que rompe el estatismo
generalizado que es norma en Persiguiendo
a Amy, Smith se sale de lo puramente funcional como en el montage que condensa la amistad entre
Holden y Alyssa en unos pocos minutos, o en las discusiones a grito pelado que
mantienen los tres protagonistas alrededor de los cuales gira toda la película,
que están filmados con una prototípica temblorosa cámara al hombro que subraya
la tensión del momento, o la presentación de Alyssa, mostrada por primera vez
con una ligera panorámica ascendente hasta mostrarnos su cara, diferenciándola
del resto de personajes presentados en desabridos planos medios. Sólo una
poderosa y sencillísima escena que muestra un primer plano del personaje
interpretado por Lauren Adams cantando sobre un escenario, y un par de montajes
en paralelo, uno mostrando a una pareja besándose apasionadamente sobre el coche
de Banky bajo la atenta mirada de Holden y Alyssa mientras juegan a los dardos,
y sobretodo una pelea a puñetazo limpio entre jugadores de hockey hielo que
sube de intensidad a la par con una soterrada discusión entre Alyssa y Holden
alrededor del agitado pasado sexual de la primera, suponen diminutos apuntes
formales que denotan una leve intencionalidad o músculo audiovisual ausente
durante el resto del metraje, dotando al conjunto de una proximidad a veces un
tanto teatral[2],
pero por lo general muy lograda. Esta prefabricada naturalidad formal, que saca
fuerzas de lo cotidiano y que raya, como decía, en la teatralidad más
desabrida, no sólo alinea Persiguiendo a
Amy con una determinada manera, la más estereotipada o reconocible en el
momento de su estreno, de entender el llamado cine independiente norteamericano[3],
sino que también atenúa el dramatismo de las escenas más trágicas, rebajando
una tendencia al melodrama que se advierte tras algunas líneas de diálogo, que
haría de la película de Smith una más espectacular o percibida como menos realista y, siguiendo con una visión
estereotipada pero efectiva para muchos, cinematográfica
como sinónimo de distante.
Esta cualidad
expositiva de Persiguiendo a Amy, que
subraya una y otra vez lo oído y sobreexplicado en boca de sus personajes a
veces en base a falsos flashbacks que no dejan lugar a la imaginación, también
logra situarlos a todos en un mismo plano dramático sin cargar nunca las tintas
a favor o en contra de ninguno de ellos, repartiendo sus más y sus menos a
todos y cada uno de los hombres y mujeres que pululan por la pantalla, sin
dejar prácticamente ningún individuo ni colectivo racial o de género impoluto
de un agudo análisis que disecciona
amablemente sus vicios y virtudes. Esta equidad moral, que distancia Persiguiendo a Amy mucho y para bien del
reduccionista panfleto reivindicativo, encuentra su eco en una
desdramatización, en lo visual más debido a una asepsia formal quizás
involuntaria que a una estrategia dramática elaborada, que hace del film de
Smith uno mucho más próximo al retrato de un hombre que se ve superado por sus
propios miedos e inseguridades que a una denuncia ejemplarizante de la estupidez
del Hombre ante una Mujer cuyo modo de vida es mucho más libre (y en una
importante pincelada humanista, no por su condición,
sino por su propia voluntad) de lo
que él es capaz de asumir. De esta manera, la buena labor del Smith guionista
compensa la relativamente competente realización del Smith director. Sus
personajes, pese a verse casi siempre definidos por lo que dicen mucho más allá de por lo que hacen, están lo suficientemente elaborados como para resultar
creíbles. Y los actores que los interpretan, con la inestimable química que
surge entre Affleck y Lauren Adams, mantienen el pabellón lo bastante alto como
para que el constante estira y afloja que suponen unos diálogos coordinados a
la perfección, en su tono y en su tempo,
no resulte forzado, distante o directamente increíble. Pero, respecto al guión,
hay más aún: la que se diría una de las claves de Persiguiendo a Amy, que consiste en un retrato humano que no juzga
a ninguno de sus personajes si no es por parte de ellos mismos, tiene también
su origen en la escritura de Smith. Lo que bajo otra estrategia habría sido una
comedia de enredos en la que el equívoco sería el detonante de lo cómico, en Persiguiendo a Amy es el enredo lo que
desborda el estereotipo hasta humanizarlo, del mismo modo que resulta harto
difícil catalogar el film de Smith, indivisiblemente cómico y dramático, en uno
u otro género cinematográfico más o menos codificado. Así, Alyssa se revela a
ojos de Holden como lesbiana ante su más soberano pasmo, aunque más tarde se
enamorará del dibujante y más tarde le desvelará un pasado sexual demasiado
hedonista para los reducidos parámetros vitales de un Holden mucho menos
liberal de lo que él mismo cree ser. Por otro lado, Hopper X (un excelente
Dwight Ewell en la piel del mejor y más divertido personaje de la película) es
un homosexual negro que se hace pasar por un sosías espiritual de líder
segregacionista afroamericano Malcolm X para vender más cómics, y hasta la
exhibicionista heterosexualidad Banky será cuestionada en una posible lectura
entre líneas de la dependiente amistad que mantiene con Holden… Ninguno de
ellos, y Holden el que más, es tan sencillo como parece y escapa constantemente
a las expectativas que el protagonista interpretado por Affleck tiene sobre un
mundo y una realidad que poco a poco le supera hasta sobrepasarlo por completo.
Así, el enredo que hace avanzar la tan trillada trama romántica no sirve a
razones cómicas sino, de forma muy eficiente, al propio retrato de sus
personajes desmontando cualquier peligroso tópico que los reduzca a meros
peones al servicio de un panfleto.
O lo que es lo
mismo, descendiendo de lo estereotipado a lo personal e individual en una
película de ribetes confesionales se alcanza una cima que no habría sido
posible bajo un prisma más amplio o exagerado, que además hubiese sentado una
antipática y muy reduccionista cátedra alrededor de la amistad, la
heterosexualidad, la homosexualidad[4],
las relaciones entre hombres y mujeres, o el racismo, sin que ninguno de estos
temas no sea tratado en Persiguiendo a
Amy. Tampoco es ajeno a ello la capacidad de observación del guionista y
realizador, que consigue, como en películas anteriores, extraer lecciones
vitales y morales de material propio de la cultura popular (o de la pura Nada)
sin tener que forzar la máquina en ningún momento y logrando decir, sin alzar
la voz, verdades como puños a través de todos sus personajes, de que recoge el
más doloroso saldo el de un Holden del que múltiples elementos de la película
sitúan como un doble ficcionado del realizador y guionista.
Algunos
elementos, que denotan el grado de autoconciencia con el que Smith encara su film,
dan muestra del carácter íntimo y personal de Persiguiendo a Amy, su cualidad de película sino más madura
cinematográficamente hablando (poco o muy poco ha cambiado en este aspecto
desde su ópera prima, sólo a dos
películas de distancia desde la que nos ocupa), sí desde un punto de vista
temático o personal, como sinónimo de
importante en un contexto fílmico y
vital grunge, con la abulia como
mínimo común denominador[5].
La estructura
circular de la película, que empieza en el mismo lugar en el que termina un año
más tarde, evidencia el cambio o
evolución, que afecta a sus personajes como primer paso hacia la mencionada y
siempre esquiva madurez emocional. Tal y como el propio Smith parece hacer con Persiguiendo a Amy respecto a sus dos
anteriores películas que transcurrían en el mismo universo que la que nos
ocupa, ilustrado por continuas referencias a situaciones vistas en ellas y
personajes recurrentes que ya aparecían en Clerks
o Mallrats, con Jay (Jason Mewes)
y Bob El Silencioso (el propio Kevin Smith) a la cabeza, y que expresan de viva
voz su hartazgo de que en los cómics inspirados en ellos, Holden los haga
hablar “como a jodidos bebes”. De
esta manera, la conciencia de estar madurando un estilo fílmico (aunque se
reduzca en mayor parte a su guión) se solapa con una mirada más madura sobre la realidad que Smith refleja en sus
imágenes, gracias a numerosas conversaciones alrededor de la imposibilidad de
Holden de hablar, a través de los cómics que escribe y dibuja, de algo personal porque nunca ha ocurrido nada
en su vida digno de tal nombre hasta que conoce a Alyssa… Elementos que
solapan, hasta cierto punto y sin cargar nunca las tintas, la figura de Holden
con la del propio Smith. Solapamiento que se sella a cal y canto cuando Alyssa
protagoniza un tebeo de tirada corta producido, dibujado y escrito por Holden y
con el nombre de… Persiguiendo a Amy,
que no es sino una plasmación en viñetas, a toro pasado, de la relación amorosa
que han mantenido ambos con el añadido de suponer un mea culpa por parte del personaje interpretado por Ben Affleck
respecto a sus propias limitaciones, que han enviado al traste el que podría
haber sido el amor de su vida. De esta manera, Persiguiendo a Amy esquiva el panfleto al presentarse ya de entrada
como un autoretrato cuyo saldo acaba siendo el de un liberal que se descubre
conservador, plasmado en película en la que no por casualidad se habla
muchísimo de sexo… pero jamás se nos muestra en pantalla. Y que por suerte y
pese a ser un film considerablemente personal, Holden es tratado con la
suficiente humildad como para no flagelarse ni a sí mismo ni culpabilizar a los
demás[6]
hasta la autocompasión, sino arguyendo
una huida hacia delante a una realidad que ni los comics, ni La guerra de las galaxias, ni tampoco
las mentalidades surgidas de dicho caldo de cultivo, son (o somos) capaces de
aprehender pero que el paso del tiempo y la experiencia empieza a dibujar.
Así, la paradójicamente
estilizada naturalidad del film de Smith, producto de todos los elementos
mencionados hasta aquí, hace de Persiguiendo
a Amy una película muy modesta en sus pretensiones y factura audiovisual
pero también, y seguramente por ello, muy valiosa en su nada ejemplarizante
humanismo. Y eso que no está exenta de instantes en los que el equilibrio
dramático, siempre soterrado, parece estar a punto de desbarrar en el
romanticismo más rosado, anegado además por monólogos que, aquí sí, suenan tan postizos
y rimbombantes como, en sus peores momentos, terriblemente cursis. Sirva de ejemplo
la larguísima declaración de amor de Holden hacia Alyssa, sólo salvada por la
reticencia de Smith a subrayar este momento con algún feo acompañamiento
musical, como el que aparece tocado a piano y esporádicamente algo más
adelante, y que pone en primer plano lo que Persiguiendo
a Amy podría haber sido, sin llegar a ser, por fortuna, en casi ningún
momento de su metraje. Es en instantes como esos en los que el amable suflé new age, de donde toman fuerza gran
parte de la sensibilidades de los personajes del film y su manera de encarar la
vida, alcanza su mayor y artificiosa hinchazón en ausencia de otro de los
elementos más determinantes del cine de Smith o al menos de su escritura: el
humor que se desprende, una vez más, de sus diálogos. Una comicidad basada en
lo hiperexplicativo y lo sexualmente explícito -todo lo que no es Persiguiendo a Amy en su aspecto
audiovisual- y en una catarata verborreica que nunca se detiene entre unos
personajes que se hablan los unos a los otros, en un suma y sigue de réplicas y
contrarréplicas a cada cual más ingeniosa. Y un afortunado contrapunto,
vertebrado por una sana cháchara sexual[7]
que por una parte anima un conjunto que en su ausencia sería muy probablemente
aburrido y agotadoramente discursivo, y por otra rebaja el dramatismo de
algunas escenas hasta una despreocupación que en Persiguiendo a Amy, juega más a favor que en contra del ingenioso
costumbrismo del que hace gala… pero que cuando se ve desprovisto de dicho
sentido del humor se convierte en una película con diálogos imposibles -y peor
aún increíbles por lo articuladísimos que son todos los personajes aunque se
estén desgañitando de rabia en sus ocasionales peleas- o conversaciones que
analizan lo cotidiano hasta lo absurdo. De esta manera, la escena en la que se
dirime el triángulo amoroso en que acaba convertida la relación entre Holden,
Alyssa y un desaventajado Banky, resulta a día de hoy una puesta en palabras de
un conflicto comprensible, que oída en boca de los personajes de Smith sólo
despierta incredulidad en sus rebuscadas conclusiones. Pero Smith se mantiene,
como en todo el metraje, impertérrito como realizador, dejando al parecer de
cada uno si se está asistiendo a una muestra de la falta de recursos de Holden
para encarar el precario terreno en el que ha entrado su relación con Alyssa y
su menguante amistad con Banky, o directamente a una burla de la mentalidad de
sus personajes.
Este productivo, por respetuoso, punto medio basado puede que
involuntariamente en la desdramatización formal y pese a que por desgracia no
pueda decirse lo mismo respecto a sus antinaturales diálogos, es también el
certificado de que Smith se expone, sin querer juzgarse a sí mismo, pasándole
la pelota al espectador. Mostrando un universo que se mira a sí mismo con cierta
distancia pero también con el cariño equivalente a una despedida de una etapa
vital que se sabe finiquitada. Película hecha, por su carácter de confesión o
exorcismo de determinados aspectos personales, con la perspectiva que otorga
recrear un sentimiento ya pasado (tal y como Holden encara el cómic de Persiguiendo a Amy) pero siempre bajo un
punto de vista propio, subrayado por el protagonismo casi absoluto de un Ben
Affleck que aparece en prácticamente todas las escenas de la película. Así, el
film de Smith también parece responder a una determinada sensibilidad y a un
momento en el tiempo que el paso de los años desmerecerá o revalorizará a una
película que ya en su día venía refrendada por el mentado tono nostálgico, que
visto hoy se contagia a los que pudimos verla en su día. Los diálogos, el
espíritu amablemente irreverente, la banda sonora o incluso los bares y locales
llenos del humo de los cigarrillos, que hacen de escenarios de este primer amor
de juventud que da el paso a la primera madurez, encuentra su final en uno de
los escasísimos y obvios simbolismos que se permite Smith, suponiendo el cierre
de una etapa creativa y vital con el cierre de una puerta que deja atrás una
forma de vida para pasar a otra que jamás se nos muestra en el film. Siendo este
momento la mejor plasmación en imágenes de que Persiguiendo a Amy pertenece a un universo fílmico sustentado quizás
lo generacional, pero con un calado que en esta ocasión y como nunca antes ni
después en su filmografía, lograría tocar un tema ampliamente universal desde
una reducida perspectiva personal.
Título: Chasing Amy. Dirección y guión: Kevin Smith. Producción: Scott Mosier. Dirección de fotografía: David Klein. Montaje: Scott Mosier y Kevin Smith. Música: David Pirner. Año: 1997.
Intérpretes: Ben Affleck (Holden McNeill), Joey
Lauren Adams (Alyssa Jones), Jason Lee (Banky Edwards), Dwight Ewell (Hooper
X), Jason Mewes (Jay), Kevin Smith (Bob el Silencioso).
[1]Para los que quieran leer un pequeño resumen sobre la vida y
milagros de Smith, pueden hacerlo en una de las notas al pie de la entrada
dedicada a Clerks, publicada en este
blog el pasado mes de enero.
[2]Esta teatralidad, que ha sido uno de los talones de Aquiles del
Smith menos inspirado ante una parte de la crítica, parece afectar algunos de
los personajes de la trama de Persiguiendo
a Amy. Los inevitables Jay y Bob el Silencioso y su papel en el film,
haciendo las veces de consejeros espirituales de un desnortado Holden, hacen
buena la comparación que el dibujante hace al principio del film entre sus
creaciones Bluntman y Chronic (inspirados en Jay y Bob) y Rosencratz y
Gilderstein. Estos últimos, cortesanos que aconsejan malintencionadamente al
príncipe Hamlet en la obra homónima de William Shakespeare, son puestos por
Holden al mismo nivel, y en la misma conversación, que Vladimir y Estragón,
mendigos protagonistas a su vez de la absurda comedia escrita por Samuel
Beckett, Esperando a Godot, que mucho
tienen en común tanto en espíritu como en su eterna espera a no se sabe qué con
Jay y Bob. Sea como sea, el discurso de Bob no parece servirle para nada a
Holden tal y como le ocurría a Hamlet… o quizás es que, como le asegura un fan,
ni Rosencratz, ni Gilderstein, ni Vladimir ni Estragón, los verdaderos sosías
de Jay y Bob no son sino los estúpidos héroes de la MTV Billy y Ted o la
divertidísima pareja fumeta Cheech y Chong.
[3]Prácticamente un lugar común a estas alturas, o casi un género
cinematográfico codificado más, el Cine Independiente made in USA, tal y como se entendía por una parte importante del
público, fue popularizado por Smith y muy especialmente por otro de los
cachorros de Miramax Films: Quentin Tarantino. Ambos realizadores, muy
diferentes entre sí, hicieron de su punto en común, la verborrea de sus
personajes alrededor de las cosas más cotidianas y en base a un lenguaje
bastante explícito, el estandarte de un cine de bajo presupuesto y cierta
libertad de movimientos… que sin embargo muchas veces estaba producido desde
filiales de grandes productoras.
[4]No deja de resultar curioso el que las dos mejores películas de
Kevin Smith, la que nos ocupa en esta entrada y la beligerante Red State (de la que ya se ha hablado
aquí en otra entrada, publicada en noviembre del año 2012), cuenten con la
homosexualidad como uno de los elementos más importantes de su trama. El propio
Smith siempre ha intentado introducir, aunque sea soterradamente, alguna
referencia al respecto desde que su hermano, que es gay, le comentó una vez que
nunca había visto en el cine ningún retrato con cara y ojos de un homosexual.
[5]Persiguiendo a Amy supone el broche a la llamada Trilogía
de New Jersey, formada por las dos películas anteriores del realizador: la
estupenda Clerks y la bastante
decepcionante Mallrats. En esta
ocasión, Smith gozó de un presupuesto mayor que en su primera y rentabilísima
película, pero también considerablemente menor que en el caso de la segunda,
considerada por muchos como un film comercial
dentro de la filmografía del director. Algo con lo que se puede estar de
acuerdo, sin que ello signifique nada bueno ni malo respecto al resultado final
del film, que puede tener su gracia pero carece del ingenio de la opera prima de Smith y del calado
emotivo y sentido del humor del film que nos ocupa.
[6]Por algo será que el discurso lanzado por Bob el Silencioso
alrededor de la Amy del título es verbalizado por el propio Smith como
intérprete del callado grandullón. Y más todavía, la actriz Joel Lauren Adams
que interpreta a Alyssa Jones fue pareja sentimental del director, que puso
punto y final a la relación por sentirse incapaz de asumir el ingente pasado
sexual de la intérprete. Ambos empezaron a salir juntos durante el proceso de
montaje de Mallrats, película en la
que Lauren Adams aparecía muy fugazmente, y cortaron al poco tiempo por los
motivos antes comentados, que no sólo provocaron la ruptura, sino la toma de
conciencia del director respecto a que no era, ni de lejos, tan liberal como él
creía ser. Todo lo anterior se coló en la escritura del nuevo guión del
realizador, que inicialmente tenía previsto rodar después de Clerks pero que aparcó para tener la
experiencia de rodar una producción más holgada con Mallrats, y que por entonces sólo giraba alrededor de un hombre que
se enamoraba perdidamente de una lesbiana.
La experiencia adquirida tras su relación con Lauren Adams, hizo que
Smith reestructurara su guión y lo cargara de muchos elementos personales
hasta, según él y como puede entreverse en la película, Holden McNeill es su
creación más cercana a su forma de ser y entender el mundo en el momento de
escribir Persiguiendo a Amy.
[7]Constante que toca techo en Persiguiendo
a Amy en una escena en la que Alyssa y Banky comparan “heridas de guerra”
adquiridas en sus respectivos escarceos sexuales. Una escena que está inspirada
en una de las mejores de las que pueden verse en la obra maestra de Steven
Spielberg, Tiburón (comentada en este
blog en el mes de agosto de 2013). Me refiero a aquella en la que del mismo
modo que hacen Alyssa y Banky en el film de Smith, el imprevisto y borracho dúo
formado por el estudioso Hopper (Richard Dreyfuss) y el lobo de mar Quinn
(Robert Shaw) en el clásico de Spielberg, comparan sus respectivas cicatrices
obtenidas por cortesía de algún tiburón en el pasado. Todo ante la silenciosa
mirada del jefe Brody (Roy Scheider) que sólo puede mostrar la cicatriz que le
ha dejado… su operación de apéndice. Así, si Quinn y Hopper son Alyssa y Banky,
el inexperto Brody sería un Holden que no puede o no quiere batirse con sus dos
compañeros de mesa en cuanto a experiencia sexual se refiere. Algo que por otro
lado ya empieza a dibujar el muro con el que topará la relación que mantendrán
el personaje interpretado por Affleck con el encarnado por Lauren Adams. Además
de este paralelismo entre los personajes de una y otra película, que se subraya
por gestos calcados (como el poner las piernas sobre la mesa) la una respecto a
la otra, hasta el aspecto de la localización y la distribución de los
personajes en el plano resulta extremadamente parecida. Aunque también abundan,
por supuesto, las diferencias: la capacidad de sugestión que demuestra la
película de Spielberg en ese instante es terrorífica e insuperable, mientras
que Smith se dedica a incluir cortos fragmentos en blanco y negro a modo de
pobre y recatada ilustración de las
palabras de sus personajes, y la capacidad atmosférica de Spielberg y el
guionista de ese fragmento, John Milius, que aúnan aventura, terror, gotas de
locura y una apabullante sensación de camaradería, se reduce en el caso de
Smith en un más o menos divertido chiste dotado de un más que sano desparpajo.