Se habla de 600.000
pesetas. De la cifra invertida desde las modestas arcas de la caja de
resistencia de la Asamblea de Trabajadores de Númax, para llevar a cabo el testimonio
audiovisual que vaciará definitivamente la caja de ahorros pagada entre todos,
pero que también dejará constancia del proceso de autogestión llevado a cabo
entre 1977 y 1979 por los propios empleados de esta empresa fabricante de
electrodomésticos. Se habla de los 250 trabajadores que la sede industrial de
la zona de l’Eixample en la ciudad de Barcelona tenía en su haber hasta el
momento del cierre (fallido) por parte de los propietarios de la fábrica en
enero de 1977 y de que ahora, dos años después, sólo quedan 69 hombres y
mujeres. Se comentan los parones en la producción, protestas en ocasiones
pacíficas y en otras no, piquetes, aislamiento de los numerosos esquiroles que
había entre las filas de los obreros, toma de conciencia y de control de la
fábrica por parte de los trabajadores… Y de cómo se organizaron entre ellos
ante el abandono generalizado de unas instituciones que raramente les dieron
cobijo.
Estas son algunas
de las situaciones expuestas y enumeradas verbalmente en la primera secuencia
del reivindicativo documento audiovisual por la causa de los restantes
trabajadores de Númax bajo el revelador título de Númax presenta…
Un inicio que,
como el título del film presentado por Númax y auspiciado por una de las
cabezas más visibles de la Escuela de Barcelona[1],
Joaquim Jordà[2],
ya muestra el film no como un documental sobre algo real, que tiene lugar ante nuestros ojos al haber sido registrado
por la cámara cuando ocurrió, sino como un testimonio
siempre verbal, no tan espontáneo como
preparado, y consciente de su condición de construcción ideológica. Así, el
plano secuencia en color de una mujer mirando a cámara mientras lee en una hoja
de papel la presentación del proceso de autogestión de Númax, a modo de resumen
de lo que está por desarrollarse en Númax
presenta…, ya marca desde el punto de partida del film la asunción de Jordà
y los protagonistas y pagadores de la película el estar manufacturando una
diatriba política cuyos resultados no se nos muestran, sino que se nos explican.
Una
descripción de la situación laboral de un grupo de hombres y mujeres explicado
exclusivamente por ellos mismos, pero que afortunadamente y por su naturaleza
coral, acoge algunas contradicciones en el seno de un discurso del que la
película nunca muestra claramente un contrapunto. Desde esta curiosa estrategia
dramática, que organiza un discurso político, económico y social muy
determinado a base de sumar los numerosísimos puntos de vista de todos los
implicados, estructura la película a modo de testimonio audiovisual hecho desde
un punto de vista que coherentemente parece casi asambleario. Porque, tras el inicio más arriba comentado, Númax presenta… se vuelca, en imágenes
en blanco y negro casi en la totalidad de su metraje, en mostrar el proceso de concienciación
y posterior toma de control de la empresa por parte de sus empleados a base de
entrevistas en las que explican su visión personal sobre las actuaciones y
forma de organizarse de los obreros en ausencia de una patronal echada, casi
literalmente, a patadas a la calle. Y, más importante aún, lo hace
indistintamente y sin diferenciar los diferentes testimonios por rango, lugar
en la fábrica o ni siquiera nombre o apellidos que pueda crear escalafones o funcionalidades entre los unos de los
otros más allá de su aspecto físico o sus opiniones. De esta manera, la
película de Jordà y la Asamblea de Trabajadores de Númax invoca una unidad
entre todos los que aparecen en el documental bajo un Compañeros repetido innumerables veces durante el metraje, que se concreta
en un discurso político unitario, una ideología común bajo la que se supeditan
las algo más matizadas opiniones de los trabajadores.
Por fortuna, y
aunque bajo una estrategia que no invalida el reivindicativo y ejemplarizante
discurso que más que desprenderse del film de Jordà acaba siendo su razón de
ser, Númax presenta… se plantea bajo
unos parámetros más honrados y nada épicos de lo que su ambigua condición
panfletaria podría hacer esperar. Si la primera escena, antes comentada, en la
que se desgranaba lo logrado por la Asamblea de Trabajadores de Númax hasta el
momento de rodaje de Númax presenta…,
incluía el golpe de claqueta y el grito de ¡rodando!
por parte del equipo técnico, existen en la película numerosas ocasiones en las
que se recrean momentos explicados anteriormente por los trabajadores. Y lo que es más
importante, se recrean de forma casera y con un equipo interpretativo formado
por un grupo de hombres y mujeres sin demasiada soltura ante la cámara, que
provocan -puede que involuntariamente- la impresión de estar asistiendo por
momentos no a una plasmación de la Verdad, sino a una recreación de la misma. Un
testimonio que no sólo es consciente de ser un documento interesado, sino que
se muestra al público de la película quizás verdadero, pero a buen seguro sesgado. Esta evidencia del sesgo
ideológico, que no desmerece la pegada social y política de la propuesta del
film, toca techo precisamente en los instantes en los que lo artificioso de la
película de Jordà se muestra de forma más pletórica: aquellos en los que la
patronal, bestia parda ausente por los motivos antes comentados, hace su
esporádica y irritante aparición en una representación teatral tan exagerada
que casi parece una parodia, por muy certera que pueda ser, de algunos de los
lugares comunes de la Izquierda.
Estos pequeños
segmentos, que como el inicio del film y su final son los únicos de Númax presenta… en color, plasmados en
pantalla en planos generales de larguísima duración que recogen a un grupo de
actores interpretando sobre un raquítico escenario a una clase económica,
política y sindical[3],
a la que nada preocupa el bienestar de los trabajadores llenándose los
bolsillos de dinero mientras declaman, de forma exageradamente teatral,
soflamas ultracapitalistas y se ríen por lo bajini mientras maquinan despidos
colectivos, impagos, fraudes y nuevas formas de explotación legal, de alguna
forma rellenan el hueco dejado por los testimonios de los trabajadores hechos
en primera persona. Así, algunos comentarios hechos por los 69 trabajadores de
Númax resistentes al cierre de su empresa que hacen referencia a los
propietarios de la fábrica, son secundados por Jordà con estas escenas que sin
duda ilustran, de forma caricaturesca, una maldad de opereta por parte de una
burguesía catalana, española, y nazi, que entre brindis por el Rey, por Franco y por
Adolfo (unos por Suárez y otros por Hitler) busca su lugar como explotadora de
las clases económicamente más desfavorecidas tras la muerte del Caudillo y el
fin de su lamentable Régimen dictatorial. Pero también denotan una exultante
falsedad, reforzada por estar situadas sobre un escenario y planteadas como una
representación teatral que muestra a
los propietarios y aburguesados sindicalistas como sobreactuadísimos monstruos
desalmados, que evidencia la naturaleza de Númax
presenta… como película, o como visión y creación de un discurso político
armado desde la experiencia pero, una vez más, sesgado e ilustrado siempre
desde el punto de vista de los trabajadores.
La obvia y
contagiosa simpatía de Jordà por la causa de los trabajadores de Númax se
regodea así en una plasmación formal siempre supeditada al discurso, pero no
sin numerosos aciertos de la puesta en escena que logra agilizar, aunque de
forma algo insuficiente, las larguísimas y algo aleccionadoras peroratas de
muchos de los entrevistados. Al cansino estatismo en la planificación de las
representaciones que se saben tales e ilustran las maquiavélicas maniobras de
la clase dirigente comentadas algo más arriba, la cámara de Jordà se muestra
mucho más ágil -o más natural- en el
bullicioso blanco y negro con el que se recogen las actividades diarias de los
trabajadores, sus asambleas y, en los mejores momentos de la película,
encendidos debates sobre la legitimidad de su causa, sus problemas para
encontrar financiación o distribución en una economía que no los contempla con
seriedad. Pese a la a veces algo forzada naturalidad del grupo de hombres y
mujeres en estos momentos, en los que por fin parecen olvidar que hay una
cámara recogiendo sus impresiones y que agrietan (o lo que tristemente es lo
mismo en este caso, humanizan) el
discurso que tan hacendosamente se ha ido construyendo durante el film, Númax presenta… alberga escenas construidas,
mediante su planificación y el contenido de las mismas, con fines narrativos de
orientación claramente ideológica, induciendo a reflexionar a partir de las
imágenes y más allá –y generalmente en la misma dirección- de las palabras de
los testimonios de una Númax autogestionada. Así, la recreación del despido de
uno de los empleados de la fábrica, noticia que provoca el abandono en
estampida de la sala de descanso por parte de los trabajadores para protestar,
tiene su punto y final con una larga panorámica de la sede de Númax vacía,
asumiendo en una de sus posibles lecturas, que el despido de uno implica el
abandono de todos y el consecuente parón -no ya por huelga laboral sino porque
sin trabajadores no hay producción ni
empresa- de la fabricación de electrodomésticos. En otra ocasión y a modo de
plano secuencia, la cámara deambula por los diferentes puestos de trabajo, de
nuevo vacíos, de la sede de Númax en la que transcurre la acción de Númax presenta… con la voz de un
empleado haciendo las veces de banda sonora sobre las imágenes antes de ser
mostrado físicamente, provocando la impresión de que fábrica y empleados son
uno sólo, uno consecuencia del otro, y bajo un punto de vista discursivo, la
apropiación de estas imágenes para la causa obrera. Es en instantes como estos
en los que Jordà saca pecho como narrador y hace suya la frase con la que un
empleado pone punto y final a una de las extensas peroratas puestas muchas
veces en imágenes, y de forma algo tediosa, a modo de bustos parlantes. Un “Una imagen vale más que mil palabras”
en boca de uno de los trabajadores, cuya descripción de los hechos que llevaron
a la plantilla primero a la huelga y más tarde a la autogestión Jordà recoge en
un largo plano medio que acaba por ampliar hasta mostrarlo divertidamente sentado
en el váter leyendo su texto, levantándose, subiéndose los pantalones y tirando
de la cadena.
Precisamente
por ello, lo más significativo y probablemente más beligerante del documental
no es su sesgo ideológico claramente izquierdista, que por suerte rehúye
cualquier tipo de afectación o divismo por parte de los implicados en Númax presenta…, sino las tiranteces que
se evidencian dentro de la fortaleza mostrada en la unión de trabajadores, con
sus matices y contradicciones que no evitan los reproches mutuos ni las
diferentes formas de ver la “cuestión Númax” dentro de su frágil autogestión, que
alertan sobre la corrosión de las teorías -en este caso políticas, económicas y
sociales- al entrar en contacto con una realidad que en este film de Jordà se
cuela entre las imágenes en forma de dificultades para recaudar fondos,
batallar desde su pequeña escala contra gigantes de la propaganda que devoran
su terreno económica, o la deserción de una parte del personal que a decir de
sus compañeros se veían incapaces de funcionar
sin un patrón… rango en el que a veces se transmutaba alguno de los propios
trabajadores acusado de ansias de poder. Un poder que fuera de las fronteras del
film de Jordà tomaba las formas de una lógicamente tranquilizadora democracia
parlamentaria , que echaba sus tempranas raíces en un capitalismo tan atento a
la lucha laboral de los empleados de Númax como se lo está a una reliquia que
el tiempo se encargará de relegar al pasado. Así, y como una cápsula de
resistencia cuyas maneras y poso ideológico siguen a día de hoy tan vigentes
como entonces debido en parte a una realidad que parece haber retrocedido a los
tiempos (aunque desgraciadamente no al espíritu) de producción de Númax presenta…, el visionado de la
película de Jordà se ve beneficiado y convertido en un documental que si en su
día fue planteado como conscientemente sesgado, ahora deviene un mensaje en una
botella en medio de un mar mediático de corriente completamente opuesta a sus
postulados ideológicos. Esta cualidad resistente de Númax presenta… posiblemente ahoga una parte de su autocrítica o
autoconciencia de documento al servicio de una causa loable que supedita todas
sus posibles aristas o contradicciones al servicio de la misma, y seguramente
por eso, la alegría de la penúltima escena del film, que deja atrás el blanco y
negro predominante para abrazar un colorido que refuerza su vivacidad, deja hoy
ambiguo un poso de esperanza[4]
o de productiva indignación[5],
equiparable al que despertó en su día. Es el alegre instante en el que los
obreros y obreras de Númax deciden cerrar la fábrica por voluntad propia, con
la esperanza de encontrar un futuro mejor después de lo aprendido en sus dos
años de autogestión laboral, cuando Jordà rompe la baraja con lo expuesto en su
película hasta ese momento. Del cromatismo que sólo admite el blanco o el negro
de casi toda la película se pasa de nuevo al color que sólo aparecía en la
primera secuencia de Númax presenta…
y las bufonescas apariciones de los poderes económicos antes comentadas, la
alegría se desata en bailes bajo el compás de Adiós muchachos, y la seriedad de la causa estalla entre aplausos…
en un valiente final que, sin cargar las tintas ni ser demasiado obvio,
supedita lo vital por encima (o a través) de lo político demostrando un
indudable valor para el debate y la polémica entre sus, probablemente ya,
políticamente conversos espectadores.
Lo que ya de
por sí valida, más allá de sus valores cinematográficos o narrativos, Númax presenta… como izquierdista manual
de instrucciones válido y debatible para tiempos prefabricadamente infelices con
un tenebroso regusto a épocas que se creían superadas. Las mismas que impiden
que determinadas ideologías como tras las que se escudaron los obreros de Númax
durante dos años sean consideradas, por mucho que les pese a algunos, como
trasnochadas.
Título: Númax
presenta… Dirección y guión: Joaquim
Jordà. Producción: Asamblea de
trabajadores de Númax. Dirección de
fotografía: Jaume Peracaula. Montaje:
Josep Mª Aragonés y Teresa Font. Año:
1979.
Intérpretes: María
Espinosa (Ella misma), Rosa Gavín (Ella misma), Víctor Guillen (Él mismo), Pep
Molina (Él mismo).
[1]Movimiento cinematográfico nacido en la ciudad condal a modo de
respuesta contra el cine “comercial” español más o menos establecido por
entonces, incluyendo al llamado Nuevo Cine Español que ya de por sí supuso una
muy considerable renovación estilística y creativa dentro de la producción
estatal de finales de los cincuenta. La Escuela de Barcelona, cuya existencia
se ha señalado entre 1965 y 1970, debe su nombre al crítico y ocasional
guionista cinematográfico Ricardo Muñoz Suay, que en 1967 bautizó así y desde
la revista Fotogramas a un grupo de realizadores que estaban logrando un cierto
eco fuera de la fronteras españolas mientras eran ninguneados de puertas
adentro. Estaba conformado por jóvenes cineastas y aspirantes como Vicente
Aranda, Joaquim Jordà, Jose M. Nunes, Jorge Grau, Ricardo Bofill, Pere
Portabella, Jaime Camino, o en una esfera algo más distante, Gonzalo Suárez. De
afiliación anti franquista, aún a día de hoy se considera el último colectivo
enfrascado en la investigación formal y la ruptura temática dentro de la
Historia del Cine Español contra todo lo establecido hasta entonces a todos los
niveles. Dante no es únicamente severo,
de 1967 y dirigido por Joaquim Jordà y Jacinto Esteva, supone el
film-manifiesto de un movimiento que a pesar de todo nunca destacó por el
entendimiento entre sus miembros. Esta película, que inicialmente debían
dirigir también Pere Portabella y el hoy arquitecto Ricard Bofill sumándose a
los mentados Jordà y Esteva, hacía gala de una estructura caótica y de un muy
particular estilo que puso las bases de un movimiento en continua investigación
de las posibilidades narrativas del cinematógrafo, emparentándose con los
nombres más radicales de la Nouvelle Vague francesa a los que admiraban como
modelos a seguir. Rechazando las formas y fondos de sus compañeros
generacionales de la capital que por su lado habían ido conformado el Nuevo
Cine Español, tendieron puentes con otras formas culturales y artísticas
barcelonesas tales como la fotografía, la literatura, la arquitectura, el
diseño y la publicidad. Con gran parte de su filmografía producida, a veces
pagada desde el propio bolsillo, desde Filmscontacto, productora de la familia
Esteva logró esquivar parcialmente, gracias a su experimentalidad, la censura
franquista de entonces, que no consideraba el cine salido de la Escuela de Barcelona
como uno especialmente peligroso ideológicamente, por el mismo motivo por el
que causaba rechazo entre gran parte de la izquierda a la que pertenecían sus
miembros, muchos de ellos pertenecientes a la gauche divine: su elitismo. A pesar de todo, su cine nunca tuvo
excesivo éxito de taquilla, y la destitución de García Pío Escudero, bajo cuya
ala había eclosionado la Escuela de Barcelona y se había podido desarrollar el
Nuevo Cine Español, acabó por finiquitar este movimiento de muy corta pero
mítica vida.
[2]Nacido el 9 de agosto de 1935 en Santa Coloma de Farners, Joaquim
Jordà i Català debutó tras las cámaras con Día
de los muertos, co-dirigida con Julián Marcos en 1960. Tardó siete años en
encarar su segunda película como director, aunque también compartió autoría en
esta ocasión junto con Jacinto Esteva: Dante
no es únicamente severo, mencionada en la nota al pie anterior, supuso su
confirmación como cineasta y el reconocimiento de la Escuela de Barcelona,
espurio movimiento cinematográfico del que sería uno de sus más importantes
representantes. Tras este film, y el final de dicho movimiento en 1970, Jordà
se exilió a Italia, donde llevó a cabo numerosos documentales de temática
social y se centró en otra de sus labores predilectas, la traducción literaria.
Regresaría a una España sin Franco y en pleno proceso de Transición hacia la
democracia para firmar, en 1979, la película que ocupa esta entrada. Durante la
década de los ochenta escribiría los guiones de la excelente El Lute: camina o reviente o su bastante
lamentable secuela El Lute: mañana seré
libre, dirigidas las dos por Vicente Aranda. En 1990, e inaugurando su
década más fructífera, dirigiría El
encargo del cazador y seis años más tarde Un cos al bosc, su última película de ficción. En el año de rodaje
de este último film, Jordà sufriría un infarto cerebral que le provocaría
agnosia y alexia durante el resto de su vida, marcando en parte su obra
posterior. Muy especialmente en su siguiente film de 1999, el interesante pero
algo críptico documental Mones com la
Becky, que dirigió junto con Nuria Villazan, antes de dirigir una de sus
mejores películas, la también documental De
nens, en el año 2004. Ese mismo año revisaría parte de la historia española
recogida en Númax presenta… con Veinte años no es nada, que se comenta
someramente en una nota al pie más adelante y culminar su carrera en el 2006
con Más allá del espejo. Moriría en
el año 2006 en la ciudad de Barcelona.
[3]Además de la bufonesca aparición de un sindicalista untado por los grupos de poder, puesto
sobre el escenario como broche al estereotipado retrato de los demonios del
proletariado, en una ocasión más y esta vez como tema de discusión, Númax presenta… carga contra una clase
sindical juzgada como defensa insuficiente contra los embates de los más
pudientes. Y el origen de la discordia son los Pactos de la Moncloa, firmados
el 25 de octubre de 1977 y en el mismo año en el que los trabajadores de Númax
se vieron en la tesitura de tener que llevar la fábrica por iniciativa propia.
Estos pactos, que incluían cláusulas tan loables como despenalizar la libertad
de asociación política, reunión y libertad de expresión, así como el adulterio
y la unión sexual entre hombre y mujeres que no estuviesen casados, la tortura
se consideró un delito y, entre otras cosas, la censura quedó prohibida. Y en
el proceloso ámbito económico se reconoció el despido libre para el 5% de las
plantillas, se fijó en un 22% el incremento máximo del salario, se estableció
el derecho a la asociación sindical y la contención de la masa monetaria y la
devaluación de la peseta como medios para contener una inflación que desde 1973
no dejaba de aumentar. Del mismo modo, se reformó la administración tributaria
contra el déficit público, y el Gobierno y el Banco de España se establecieron
como garantes de control financiero para prevenir posibles quiebras bancarias y
remitir las fugas de capital al exterior llevadas a cabo por algunos
empresarios que desconfiaban ante una nueva situación política que quizás no
les sería tan benévola como la de la dictadura. Además de las numerosas
personalidades políticas que firmaron estos pactos, se contó con la
colaboración y firma de algunos grupos sindicales con el objetivo de evitar
posibles estallidos sociales, con lo que Comisiones Obreras (CCOO) con la
excepción de algunos de sus militantes, firmó el acuerdo. Como también hizo,
tras rechazarlo inicialmente, la Unión General de Trabajadores (UGT), pero no
la Comisión Nacional de Trabajadores (CNT), que se negó a suscribir estos
pactos. Y que a decir de los trabajadores de Númax en una de sus discusiones,
es la única que defendió los derechos del proletariado.
[4]La idea de hacer una nueva película alrededor de las vicisitudes
de los antiguos empleados de Númax, surgió ya a finales de los años 80, pero no
cuajó hasta el 2004. Bajo el título de Veinte
años no es nada, Jordà revisó las trayectorias de algunos de los
trabajadores de Númax aparecidos en Númax
presenta… dando un saldo bastante ambiguo y de nuevo nada dramatizado, con
el añadido de no ser un documental auspiciado por los antiguos miembros de la
fábrica como si había sido el film que nos ocupa en esta entrada. Algunos de
los obreros salieron adelante adaptándose a una realidad en la que las normas
del autogestionado Númax eran papel mojado o pura inocencia más propia de un
adolescente idealista que de un adulto con mundo, y otros directamente
perecieron en el intento de combatir una sociedad que ya entonces daba signos
de estar abrazando un capitalismo desnortado, pero todos ellos vivieron, dentro
de lo que cabe, en sus propios términos. La muerte de Jordà nos impide conocer
un hipotético Treinta años no es nada
situado en el actual contexto de crisis que habría resultado de lo más
interesante y, quizás por la exultante agresividad de la ideología neocon de los últimos tiempos, más
beligerante que Veinte años después,
sombrío broche al díptico iniciado por Númax
presenta… que, no por casualidad, recientemente ha saltado a los escenarios de la mano de
Roger Bernat.
[5]Númax presenta… fue proyectada por primera vez en la Filmoteca de Catalunya en la
señalada fecha del 1 de Mayo de 1980. Al final de la proyección, a la que
asistieron algunos trabajadores de Númax y miembros de varios sindicatos, tuvo
lugar un largo debate sobre la película y su visión de la causa obrera, que no
gustó a sindicatos como CCOO o partidos políticos como el PSUC. Como tampoco
fue del agrado de muchos empleados de Númax, que como los grupos anteriores,
echaban de menos la exaltación y la
épica proletaria de algunas de las producciones de izquierdas destinadas
a ensalzar las virtudes de la clase oprimida. Cine como el perteneciente al
Colectivo de Cine de Clase, afín a las estructuras de los mentados CCOO y PSUC,
que se basaban en el optimismo y en finales que suscribían la victoria futura
de la lucha obrera. Jordà opuso en cambio el abandono de los obreros de Númax
de sus puestos de trabajo en aras del deseo de abandonar su condición de
obreros y ser hombre y mujeres libres, dejando atrás el poder económico que
tenían en la fábrica y asumiendo su condición de poder ser quienes deseen, más
allá del debate político y económico del momento. Ni que decir tiene que este
discurso, muy aprovechable por determinadas ideologías a buen seguro muy
alejadas de la de Jordà con la mala intención de señalar el desmantelamiento y
derrota de la ideología de izquierda, fue muy malinterpretado, pese a su valor
como punzante broche a una ideología que, como todas, siempre corre el peligro
de apoltronarse en lo que quiere oír. De esta manera, el film de Jordà se
situaba en un lugar equidistante entre el cine sobre proletariado sin mácula
que querrían para sí CCOO y PSUC, y movimientos cinematográficos como el del
Grupo Medvedkine, formado por obreros reconvertidos a cineastas que promovía
películas documentales realizadas con absoluta libertad por trabajadores que
elegían el tema a tratar y la forma de hacerlo, de forma autónoma respecto a
instituciones más o menos simpatizantes para con su causa. Para los que quieran saber más, aquí tienen todo lo necesario para sacar sus propias conclusiones y7o tomar nota: http://www.youtube.com/watch?v=RLP7eKY9ih8
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