viernes, 14 de marzo de 2014

NÚMAX PRESENTA...



Se habla de 600.000 pesetas. De la cifra invertida desde las modestas arcas de la caja de resistencia de la Asamblea de Trabajadores de Númax, para llevar a cabo el testimonio audiovisual que vaciará definitivamente la caja de ahorros pagada entre todos, pero que también dejará constancia del proceso de autogestión llevado a cabo entre 1977 y 1979 por los propios empleados de esta empresa fabricante de electrodomésticos. Se habla de los 250 trabajadores que la sede industrial de la zona de l’Eixample en la ciudad de Barcelona tenía en su haber hasta el momento del cierre (fallido) por parte de los propietarios de la fábrica en enero de 1977 y de que ahora, dos años después, sólo quedan 69 hombres y mujeres. Se comentan los parones en la producción, protestas en ocasiones pacíficas y en otras no, piquetes, aislamiento de los numerosos esquiroles que había entre las filas de los obreros, toma de conciencia y de control de la fábrica por parte de los trabajadores… Y de cómo se organizaron entre ellos ante el abandono generalizado de unas instituciones que raramente les dieron cobijo.
Estas son algunas de las situaciones expuestas y enumeradas verbalmente en la primera secuencia del reivindicativo documento audiovisual por la causa de los restantes trabajadores de Númax bajo el revelador título de Númax presenta…
Un inicio que, como el título del film presentado por Númax y auspiciado por una de las cabezas más visibles de la Escuela de Barcelona[1], Joaquim Jordà[2], ya muestra el film no como un documental sobre algo real, que tiene lugar ante nuestros ojos al haber sido registrado por la cámara cuando ocurrió, sino como un testimonio siempre verbal, no tan  espontáneo como preparado, y consciente de su condición de construcción ideológica. Así, el plano secuencia en color de una mujer mirando a cámara mientras lee en una hoja de papel la presentación del proceso de autogestión de Númax, a modo de resumen de lo que está por desarrollarse en Númax presenta…, ya marca desde el punto de partida del film la asunción de Jordà y los protagonistas y pagadores de la película el estar manufacturando una diatriba política cuyos resultados no se nos muestran, sino que se nos explican.

Una descripción de la situación laboral de un grupo de hombres y mujeres explicado exclusivamente por ellos mismos, pero que afortunadamente y por su naturaleza coral, acoge algunas contradicciones en el seno de un discurso del que la película nunca muestra claramente un contrapunto. Desde esta curiosa estrategia dramática, que organiza un discurso político, económico y social muy determinado a base de sumar los numerosísimos puntos de vista de todos los implicados, estructura la película a modo de testimonio audiovisual hecho desde un punto de vista que coherentemente parece casi asambleario. Porque, tras el inicio más arriba comentado, Númax presenta… se vuelca, en imágenes en blanco y negro casi en la totalidad de su metraje, en mostrar el proceso de concienciación y posterior toma de control de la empresa por parte de sus empleados a base de entrevistas en las que explican su visión personal sobre las actuaciones y forma de organizarse de los obreros en ausencia de una patronal echada, casi literalmente, a patadas a la calle. Y, más importante aún, lo hace indistintamente y sin diferenciar los diferentes testimonios por rango, lugar en la fábrica o ni siquiera nombre o apellidos que pueda crear escalafones o funcionalidades entre los unos de los otros más allá de su aspecto físico o sus opiniones. De esta manera, la película de Jordà y la Asamblea de Trabajadores de Númax invoca una unidad entre todos los que aparecen en el documental bajo un Compañeros repetido innumerables veces durante el metraje, que se concreta en un discurso político unitario, una ideología común bajo la que se supeditan las algo más matizadas opiniones de los trabajadores.

Por fortuna, y aunque bajo una estrategia que no invalida el reivindicativo y ejemplarizante discurso que más que desprenderse del film de Jordà acaba siendo su razón de ser, Númax presenta… se plantea bajo unos parámetros más honrados y nada épicos de lo que su ambigua condición panfletaria podría hacer esperar. Si la primera escena, antes comentada, en la que se desgranaba lo logrado por la Asamblea de Trabajadores de Númax hasta el momento de rodaje de Númax presenta…, incluía el golpe de claqueta y el grito de ¡rodando! por parte del equipo técnico, existen en la película numerosas ocasiones en las que se recrean momentos explicados anteriormente  por los trabajadores. Y lo que es más importante, se recrean de forma casera y con un equipo interpretativo formado por un grupo de hombres y mujeres sin demasiada soltura ante la cámara, que provocan -puede que involuntariamente- la impresión de estar asistiendo por momentos no a una plasmación de la Verdad, sino a una recreación de la misma. Un testimonio que no sólo es consciente de ser un documento interesado, sino que se muestra al público de la película quizás verdadero, pero a buen seguro sesgado. Esta evidencia del sesgo ideológico, que no desmerece la pegada social y política de la propuesta del film, toca techo precisamente en los instantes en los que lo artificioso de la película de Jordà se muestra de forma más pletórica: aquellos en los que la patronal, bestia parda ausente por los motivos antes comentados, hace su esporádica y irritante aparición en una representación teatral tan exagerada que casi parece una parodia, por muy certera que pueda ser, de algunos de los lugares comunes de la Izquierda.
Estos pequeños segmentos, que como el inicio del film y su final son los únicos de Númax presenta… en color, plasmados en pantalla en planos generales de larguísima duración que recogen a un grupo de actores interpretando sobre un raquítico escenario a una clase económica, política y sindical[3], a la que nada preocupa el bienestar de los trabajadores llenándose los bolsillos de dinero mientras declaman, de forma exageradamente teatral, soflamas ultracapitalistas y se ríen por lo bajini mientras maquinan despidos colectivos, impagos, fraudes y nuevas formas de explotación legal, de alguna forma rellenan el hueco dejado por los testimonios de los trabajadores hechos en primera persona. Así, algunos comentarios hechos por los 69 trabajadores de Númax resistentes al cierre de su empresa que hacen referencia a los propietarios de la fábrica, son secundados por Jordà con estas escenas que sin duda ilustran, de forma caricaturesca, una maldad de opereta por parte de una burguesía catalana, española, y nazi, que entre brindis por el Rey, por Franco y por Adolfo (unos por Suárez y otros por Hitler) busca su lugar como explotadora de las clases económicamente más desfavorecidas tras la muerte del Caudillo y el fin de su lamentable Régimen dictatorial. Pero también denotan una exultante falsedad, reforzada por estar situadas sobre un escenario y planteadas como una representación teatral que muestra a los propietarios y aburguesados sindicalistas como sobreactuadísimos monstruos desalmados, que evidencia la naturaleza de Númax presenta… como película, o como visión y creación de un discurso político armado desde la experiencia pero, una vez más, sesgado e ilustrado siempre desde el punto de vista de los trabajadores.

La obvia y contagiosa simpatía de Jordà por la causa de los trabajadores de Númax se regodea así en una plasmación formal siempre supeditada al discurso, pero no sin numerosos aciertos de la puesta en escena que logra agilizar, aunque de forma algo insuficiente, las larguísimas y algo aleccionadoras peroratas de muchos de los entrevistados. Al cansino estatismo en la planificación de las representaciones que se saben tales e ilustran las maquiavélicas maniobras de la clase dirigente comentadas algo más arriba, la cámara de Jordà se muestra mucho más ágil -o más natural- en el bullicioso blanco y negro con el que se recogen las actividades diarias de los trabajadores, sus asambleas y, en los mejores momentos de la película, encendidos debates sobre la legitimidad de su causa, sus problemas para encontrar financiación o distribución en una economía que no los contempla con seriedad. Pese a la a veces algo forzada naturalidad del grupo de hombres y mujeres en estos momentos, en los que por fin parecen olvidar que hay una cámara recogiendo sus impresiones y que agrietan (o lo que tristemente es lo mismo en este caso, humanizan) el discurso que tan hacendosamente se ha ido construyendo durante el film, Númax presenta… alberga escenas construidas, mediante su planificación y el contenido de las mismas, con fines narrativos de orientación claramente ideológica, induciendo a reflexionar a partir de las imágenes y más allá –y generalmente en la misma dirección- de las palabras de los testimonios de una Númax autogestionada. Así, la recreación del despido de uno de los empleados de la fábrica, noticia que provoca el abandono en estampida de la sala de descanso por parte de los trabajadores para protestar, tiene su punto y final con una larga panorámica de la sede de Númax vacía, asumiendo en una de sus posibles lecturas, que el despido de uno implica el abandono de todos y el consecuente parón -no ya por huelga laboral sino porque sin trabajadores no hay producción ni empresa- de la fabricación de electrodomésticos. En otra ocasión y a modo de plano secuencia, la cámara deambula por los diferentes puestos de trabajo, de nuevo vacíos, de la sede de Númax en la que transcurre la acción de Númax presenta… con la voz de un empleado haciendo las veces de banda sonora sobre las imágenes antes de ser mostrado físicamente, provocando la impresión de que fábrica y empleados son uno sólo, uno consecuencia del otro, y bajo un punto de vista discursivo, la apropiación de estas imágenes para la causa obrera. Es en instantes como estos en los que Jordà saca pecho como narrador y hace suya la frase con la que un empleado pone punto y final a una de las extensas peroratas puestas muchas veces en imágenes, y de forma algo tediosa, a modo de bustos parlantes. Un “Una imagen vale más que mil palabras” en boca de uno de los trabajadores, cuya descripción de los hechos que llevaron a la plantilla primero a la huelga y más tarde a la autogestión Jordà recoge en un largo plano medio que acaba por ampliar hasta mostrarlo divertidamente sentado en el váter leyendo su texto, levantándose, subiéndose los pantalones y tirando de la cadena.

Precisamente por ello, lo más significativo y probablemente más beligerante del documental no es su sesgo ideológico claramente izquierdista, que por suerte rehúye cualquier tipo de afectación o divismo por parte de los implicados en Númax presenta…, sino las tiranteces que se evidencian dentro de la fortaleza mostrada en la unión de trabajadores, con sus matices y contradicciones que no evitan los reproches mutuos ni las diferentes formas de ver la “cuestión Númax” dentro de su frágil autogestión, que alertan sobre la corrosión de las teorías -en este caso políticas, económicas y sociales- al entrar en contacto con una realidad que en este film de Jordà se cuela entre las imágenes en forma de dificultades para recaudar fondos, batallar desde su pequeña escala contra gigantes de la propaganda que devoran su terreno económica, o la deserción de una parte del personal que a decir de sus compañeros se veían incapaces de funcionar sin un patrón… rango en el que a veces se transmutaba alguno de los propios trabajadores acusado de ansias de poder. Un poder que fuera de las fronteras del film de Jordà tomaba las formas de una lógicamente tranquilizadora democracia parlamentaria , que echaba sus tempranas raíces en un capitalismo tan atento a la lucha laboral de los empleados de Númax como se lo está a una reliquia que el tiempo se encargará de relegar al pasado. Así, y como una cápsula de resistencia cuyas maneras y poso ideológico siguen a día de hoy tan vigentes como entonces debido en parte a una realidad que parece haber retrocedido a los tiempos (aunque desgraciadamente no al espíritu) de producción de Númax presenta…, el visionado de la película de Jordà se ve beneficiado y convertido en un documental que si en su día fue planteado como conscientemente sesgado, ahora deviene un mensaje en una botella en medio de un mar mediático de corriente completamente opuesta a sus postulados ideológicos. Esta cualidad resistente de Númax presenta… posiblemente ahoga una parte de su autocrítica o autoconciencia de documento al servicio de una causa loable que supedita todas sus posibles aristas o contradicciones al servicio de la misma, y seguramente por eso, la alegría de la penúltima escena del film, que deja atrás el blanco y negro predominante para abrazar un colorido que refuerza su vivacidad, deja hoy ambiguo un poso de esperanza[4] o de productiva indignación[5], equiparable al que despertó en su día. Es el alegre instante en el que los obreros y obreras de Númax deciden cerrar la fábrica por voluntad propia, con la esperanza de encontrar un futuro mejor después de lo aprendido en sus dos años de autogestión laboral, cuando Jordà rompe la baraja con lo expuesto en su película hasta ese momento. Del cromatismo que sólo admite el blanco o el negro de casi toda la película se pasa de nuevo al color que sólo aparecía en la primera secuencia de Númax presenta… y las bufonescas apariciones de los poderes económicos antes comentadas, la alegría se desata en bailes bajo el compás de Adiós muchachos, y la seriedad de la causa estalla entre aplausos… en un valiente final que, sin cargar las tintas ni ser demasiado obvio, supedita lo vital por encima (o a través) de lo político demostrando un indudable valor para el debate y la polémica entre sus, probablemente ya, políticamente conversos espectadores.
Lo que ya de por sí valida, más allá de sus valores cinematográficos o narrativos, Númax presenta… como izquierdista manual de instrucciones válido y debatible para tiempos prefabricadamente infelices con un tenebroso regusto a épocas que se creían superadas. Las mismas que impiden que determinadas ideologías como tras las que se escudaron los obreros de Númax durante dos años sean consideradas, por mucho que les pese a algunos, como trasnochadas.

Título: Númax presenta… Dirección y guión: Joaquim Jordà. Producción: Asamblea de trabajadores de Númax. Dirección de fotografía: Jaume Peracaula. Montaje: Josep Mª Aragonés y Teresa Font. Año: 1979.
Intérpretes: María Espinosa (Ella misma), Rosa Gavín (Ella misma), Víctor Guillen (Él mismo), Pep Molina (Él mismo).


[1]Movimiento cinematográfico nacido en la ciudad condal a modo de respuesta contra el cine “comercial” español más o menos establecido por entonces, incluyendo al llamado Nuevo Cine Español que ya de por sí supuso una muy considerable renovación estilística y creativa dentro de la producción estatal de finales de los cincuenta. La Escuela de Barcelona, cuya existencia se ha señalado entre 1965 y 1970, debe su nombre al crítico y ocasional guionista cinematográfico Ricardo Muñoz Suay, que en 1967 bautizó así y desde la revista Fotogramas a un grupo de realizadores que estaban logrando un cierto eco fuera de la fronteras españolas mientras eran ninguneados de puertas adentro. Estaba conformado por jóvenes cineastas y aspirantes como Vicente Aranda, Joaquim Jordà, Jose M. Nunes, Jorge Grau, Ricardo Bofill, Pere Portabella, Jaime Camino, o en una esfera algo más distante, Gonzalo Suárez. De afiliación anti franquista, aún a día de hoy se considera el último colectivo enfrascado en la investigación formal y la ruptura temática dentro de la Historia del Cine Español contra todo lo establecido hasta entonces a todos los niveles. Dante no es únicamente severo, de 1967 y dirigido por Joaquim Jordà y Jacinto Esteva, supone el film-manifiesto de un movimiento que a pesar de todo nunca destacó por el entendimiento entre sus miembros. Esta película, que inicialmente debían dirigir también Pere Portabella y el hoy arquitecto Ricard Bofill sumándose a los mentados Jordà y Esteva, hacía gala de una estructura caótica y de un muy particular estilo que puso las bases de un movimiento en continua investigación de las posibilidades narrativas del cinematógrafo, emparentándose con los nombres más radicales de la Nouvelle Vague francesa a los que admiraban como modelos a seguir. Rechazando las formas y fondos de sus compañeros generacionales de la capital que por su lado habían ido conformado el Nuevo Cine Español, tendieron puentes con otras formas culturales y artísticas barcelonesas tales como la fotografía, la literatura, la arquitectura, el diseño y la publicidad. Con gran parte de su filmografía producida, a veces pagada desde el propio bolsillo, desde Filmscontacto, productora de la familia Esteva logró esquivar parcialmente, gracias a su experimentalidad, la censura franquista de entonces, que no consideraba el cine salido de la Escuela de Barcelona como uno especialmente peligroso ideológicamente, por el mismo motivo por el que causaba rechazo entre gran parte de la izquierda a la que pertenecían sus miembros, muchos de ellos pertenecientes a la gauche divine: su elitismo. A pesar de todo, su cine nunca tuvo excesivo éxito de taquilla, y la destitución de García Pío Escudero, bajo cuya ala había eclosionado la Escuela de Barcelona y se había podido desarrollar el Nuevo Cine Español, acabó por finiquitar este movimiento de muy corta pero mítica vida.

[2]Nacido el 9 de agosto de 1935 en Santa Coloma de Farners, Joaquim Jordà i Català debutó tras las cámaras con Día de los muertos, co-dirigida con Julián Marcos en 1960. Tardó siete años en encarar su segunda película como director, aunque también compartió autoría en esta ocasión junto con Jacinto Esteva: Dante no es únicamente severo, mencionada en la nota al pie anterior, supuso su confirmación como cineasta y el reconocimiento de la Escuela de Barcelona, espurio movimiento cinematográfico del que sería uno de sus más importantes representantes. Tras este film, y el final de dicho movimiento en 1970, Jordà se exilió a Italia, donde llevó a cabo numerosos documentales de temática social y se centró en otra de sus labores predilectas, la traducción literaria. Regresaría a una España sin Franco y en pleno proceso de Transición hacia la democracia para firmar, en 1979, la película que ocupa esta entrada. Durante la década de los ochenta escribiría los guiones de la excelente El Lute: camina o reviente o su bastante lamentable secuela El Lute: mañana seré libre, dirigidas las dos por Vicente Aranda. En 1990, e inaugurando su década más fructífera, dirigiría El encargo del cazador y seis años más tarde Un cos al bosc, su última película de ficción. En el año de rodaje de este último film, Jordà sufriría un infarto cerebral que le provocaría agnosia y alexia durante el resto de su vida, marcando en parte su obra posterior. Muy especialmente en su siguiente film de 1999, el interesante pero algo críptico documental Mones com la Becky, que dirigió junto con Nuria Villazan, antes de dirigir una de sus mejores películas, la también documental De nens, en el año 2004. Ese mismo año revisaría parte de la historia española recogida en Númax presenta… con Veinte años no es nada, que se comenta someramente en una nota al pie más adelante y culminar su carrera en el 2006 con Más allá del espejo. Moriría en el año 2006 en la ciudad de Barcelona.

[3]Además de la bufonesca aparición de un sindicalista untado por los grupos de poder, puesto sobre el escenario como broche al estereotipado retrato de los demonios del proletariado, en una ocasión más y esta vez como tema de discusión, Númax presenta… carga contra una clase sindical juzgada como defensa insuficiente contra los embates de los más pudientes. Y el origen de la discordia son los Pactos de la Moncloa, firmados el 25 de octubre de 1977 y en el mismo año en el que los trabajadores de Númax se vieron en la tesitura de tener que llevar la fábrica por iniciativa propia. Estos pactos, que incluían cláusulas tan loables como despenalizar la libertad de asociación política, reunión y libertad de expresión, así como el adulterio y la unión sexual entre hombre y mujeres que no estuviesen casados, la tortura se consideró un delito y, entre otras cosas, la censura quedó prohibida. Y en el proceloso ámbito económico se reconoció el despido libre para el 5% de las plantillas, se fijó en un 22% el incremento máximo del salario, se estableció el derecho a la asociación sindical y la contención de la masa monetaria y la devaluación de la peseta como medios para contener una inflación que desde 1973 no dejaba de aumentar. Del mismo modo, se reformó la administración tributaria contra el déficit público, y el Gobierno y el Banco de España se establecieron como garantes de control financiero para prevenir posibles quiebras bancarias y remitir las fugas de capital al exterior llevadas a cabo por algunos empresarios que desconfiaban ante una nueva situación política que quizás no les sería tan benévola como la de la dictadura. Además de las numerosas personalidades políticas que firmaron estos pactos, se contó con la colaboración y firma de algunos grupos sindicales con el objetivo de evitar posibles estallidos sociales, con lo que Comisiones Obreras (CCOO) con la excepción de algunos de sus militantes, firmó el acuerdo. Como también hizo, tras rechazarlo inicialmente, la Unión General de Trabajadores (UGT), pero no la Comisión Nacional de Trabajadores (CNT), que se negó a suscribir estos pactos. Y que a decir de los trabajadores de Númax en una de sus discusiones, es la única que defendió los derechos del proletariado.

[4]La idea de hacer una nueva película alrededor de las vicisitudes de los antiguos empleados de Númax, surgió ya a finales de los años 80, pero no cuajó hasta el 2004. Bajo el título de Veinte años no es nada, Jordà revisó las trayectorias de algunos de los trabajadores de Númax aparecidos en Númax presenta… dando un saldo bastante ambiguo y de nuevo nada dramatizado, con el añadido de no ser un documental auspiciado por los antiguos miembros de la fábrica como si había sido el film que nos ocupa en esta entrada. Algunos de los obreros salieron adelante adaptándose a una realidad en la que las normas del autogestionado Númax eran papel mojado o pura inocencia más propia de un adolescente idealista que de un adulto con mundo, y otros directamente perecieron en el intento de combatir una sociedad que ya entonces daba signos de estar abrazando un capitalismo desnortado, pero todos ellos vivieron, dentro de lo que cabe, en sus propios términos. La muerte de Jordà nos impide conocer un hipotético Treinta años no es nada situado en el actual contexto de crisis que habría resultado de lo más interesante y, quizás por la exultante agresividad de la ideología neocon de los últimos tiempos, más beligerante que Veinte años después, sombrío broche al díptico iniciado por Númax presenta… que, no por casualidad, recientemente  ha saltado a los escenarios de la mano de Roger Bernat.

[5]Númax presenta… fue proyectada por primera vez en la Filmoteca de Catalunya en la señalada fecha del 1 de Mayo de 1980. Al final de la proyección, a la que asistieron algunos trabajadores de Númax y miembros de varios sindicatos, tuvo lugar un largo debate sobre la película y su visión de la causa obrera, que no gustó a sindicatos como CCOO o partidos políticos como el PSUC. Como tampoco fue del agrado de muchos empleados de Númax, que como los grupos anteriores, echaban de menos la exaltación y la  épica proletaria de algunas de las producciones de izquierdas destinadas a ensalzar las virtudes de la clase oprimida. Cine como el perteneciente al Colectivo de Cine de Clase, afín a las estructuras de los mentados CCOO y PSUC, que se basaban en el optimismo y en finales que suscribían la victoria futura de la lucha obrera. Jordà opuso en cambio el abandono de los obreros de Númax de sus puestos de trabajo en aras del deseo de abandonar su condición de obreros y ser hombre y mujeres libres, dejando atrás el poder económico que tenían en la fábrica y asumiendo su condición de poder ser quienes deseen, más allá del debate político y económico del momento. Ni que decir tiene que este discurso, muy aprovechable por determinadas ideologías a buen seguro muy alejadas de la de Jordà con la mala intención de señalar el desmantelamiento y derrota de la ideología de izquierda, fue muy malinterpretado, pese a su valor como punzante broche a una ideología que, como todas, siempre corre el peligro de apoltronarse en lo que quiere oír. De esta manera, el film de Jordà se situaba en un lugar equidistante entre el cine sobre proletariado sin mácula que querrían para sí CCOO y PSUC, y movimientos cinematográficos como el del Grupo Medvedkine, formado por obreros reconvertidos a cineastas que promovía películas documentales realizadas con absoluta libertad por trabajadores que elegían el tema a tratar y la forma de hacerlo, de forma autónoma respecto a instituciones más o menos simpatizantes para con su causa. Para los que quieran saber más, aquí tienen todo lo necesario para sacar sus propias conclusiones y7o tomar nota: http://www.youtube.com/watch?v=RLP7eKY9ih8

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