Una multitud
agolpada en una calle cualquiera de la inglesa ciudad de Londres. Unos guantes
adaptándose a la forma de la mano que recubren como una segunda piel. Y
finalmente la diferenciada silueta de Cobb (Alex Hawk), joven entrajado y de
porte más o menos señorial, entre la muchedumbre en la que se oculta el
protagonista anónimo (Jeremy Theobald) del primer film del hoy afamado,
reputado y controvertido director Christopher
Nolan[1]:
Following. Protagonista, y también narrador,
de una película que se construye a modo de un testimonio policial entonado a
toro pasado, y que se presenta como eterno aspirante a escritor que pasa sus
días siguiendo a algunos de sus conciudadanos como vouyerística fuente de inspiración para llenar las páginas en
blanco que le aguardan a diario en su máquina de escribir. Pero su abúlica
suerte cambia al cruzar su vida con la de un arrojado Cobb, en el que el timorato
protagonista encuentra a un inesperado
aliado que lleva su turbia afición común de inmiscuirse secretamente en la vida
ajena un poco más allá. Así, la inopinada pareja se convierte en la de dos
cómplices de robo y allanamiento de morada en ausencia de los propietarios de
los pisos en los que primero se cuelan, para después remover todo lo que creen
conveniente mientras discuten alrededor de la identidad de los dueños del
inmueble. Involuntarios huéspedes ausentes en cuerpo, pero minuciosamente
descritos por su entorno, de los que la pareja de ladrones deducen de viva voz
aficiones, modo de vida y personalidad, para más tarde, y empujados por un Cobb
de escasos escrúpulos, influir en las víctimas del robo cambiando cosas de
sitio o dejando otras que jamás habían estado allí -como ropa interior femenina
en el hogar de un matrimonio aparentemente feliz- con la mala intención de
provocar un conflicto capaz de
sacudir su presuntamente aburrida cotidianeidad. Así, y poco a poco, la
narración de Following, dividida en
secuencias cortas interrumpidas casi sin excepción por una imagen en negro a
modo de frontera entre unas y otras, diluye su historia de regusto noir al entrar en contacto con la
verborrea que parece poseer a los dos hombres, tan contrapuestos en su aspecto
físico como en su forma de ver y estar en el mundo, entre los que pivota el
film de Nolan.
Pues si Cobb
se cuela en apartamentos ajenos con la mala intención de hacerse con algunos
artículos personales mientras retrata para sí mismo las vidas de sus moradores
en ausencia de estos, el anónimo protagonista sencillamente absorbe la
información lanzada por Cobb… siendo igualmente manipulado por este con una
serie de intenciones que convierten la estructura de Following -que para más inri y como decía es la de un protagonista
prestando testimonio ante un agente de policía (John Nolan)- en un juego de
muñecas rusas en la que el paso de una secuencia a la siguiente varía por
completo el sentido del conjunto del film, entrando casi siempre en
contradicción con el saldo dejado por la escena precedente. Así, y de forma
poco disimulada, Cobb actúa como demiurgo y maestro de ceremonias seguro de sí
mismo, mientras que el mucho más pasivo y apocado protagonista, que recoge la
información dosificada y sesgada por su amistoso y paternalista Némesis con
americana y corbata, actúa como guía del
público por los vericuetos argumentales de Following, poniéndose en el manipulable lugar del espectador. Dicho de otra forma, la de
Nolan no es sólo una película alrededor de una pareja de ladrones más o menos
expertos en el engaño y las apariencias que se va enturbiando lentamente sino, a
un nivel situado inicialmente en lo más profundo pero muy pronto puesto ante
los ojos del espectador de puro evidente, un ejercicio cinematográfico
alrededor de la construcción de historias, identidades o ya directamente y
haciendo confluir todo lo anterior, una narración
cinematográfica[2].
Una película como construcción ficticia que el joven protagonista de Following a duras penas organiza ante la
policía -y el público- y que Nolan arma a partir de una voz en off que, impresa
sobre un conjunto de imágenes tan descontextualizadas como las descritas al
inicio de esta entrada, dota de sentido a un conjunto constantemente
cuestionado por numerosos giros argumentales o revelaciones inesperadas por
parte de los personajes que ponen en solfa, y casi siempre de viva voz, todo lo
planteado en el film hasta ese momento.
Esta cualidad,
la de naturaleza de película hablada
de la opera prima del director, resulta inicialmente antipática por su
tendencia al subrayado, pero poco a poco
y debido a esa tendencia a desmantelar lo que se considera la verdad como un discurso imposible de
aprehender en una narración -ya sea policial y a modo de testimonio o puramente
cinematográfica- que por serlo es fruto de una manipulación, resulta también
bastante efectiva. Numerosos montajes en paralelo de algunas secuencias
situadas en momentos cronológicamente diferentes con el protagonista como centro,
subrayan la condición de discurso
prefabricado y organizado desde un narrador que intenta evidenciar su inocencia
justificando su impotente lugar en la trama, su papel de medio a través del cual el público -quizás personificado en el policía
que interroga al protagonista- recibe el mensaje manipulado por Cobb igualmente
sesgado por el narrador. Así, e intentando soportar los bandazos de una narración
que el protagonista organiza ante nuestros ojos sin por ello poder controlar
los opacos resortes que la impulsan y que son patrimonio, verdadero o falso,
del maquiavélico Cobb, Following perturba
su linealidad y se dedica a saltar de un lado a otro de una línea del tiempo contenida
entre el instante en el que el protagonista comienza a seguir a Cobb hasta que
finaliza su testimonio ante la autoridad policial, siendo este último el momento
desde el que se narra, concluye y crea
todo lo anterior.
Probablemente
por eso, el protagonista mostrado por un Nolan con mucho en común con Cobb por
su papel de director de Following,
pone en primer término los enredos de una trama en perpetuo cambio de sentido,
en constante juego de apariencias que dan lugar a nuevas variaciones en un suma
y sigue que nunca se detiene, pero que pone en primer lugar la pretendida
inocencia del narrador en base a revelar la manipulación que le hace parecer
culpable por engaño.
Así, Cobb se
presenta como un pudiente hombre de negocios que transgrede a conciencia la
imagen de ladrón de poca monta que por otro lado sí tiene un protagonista sin
más atributos que los que pueden contemplarse en su desvencijado apartamento[3],
la misteriosa amante del protagonista (Lucy Russell) aparece por primera vez en la barra de un
oscuro bar según los más prototípicos resortes del cine negro en el que Following
se inscribe hasta cierto punto y siempre desde la deconstrucción, engañando al
que asegura es su marido (Dick Bradsell) al abofetear al anónimo narrador para
tranquilizar los celos que despierta en el mafioso que cualquier hombre intente
hablar con su mujer... y durante los escasos setenta minutos de metraje se
suman los engaños de poca monta, los equívocos, los cambios de nombre, los
análisis interesados de fotografías y rastros personales siempre como modo de
justificación de actos criminales, y las confusiones igualmente indemostrables
pero convertidas en dogma por el aplomo verbal de Cobb. Bajo este punto de
vista, resulta bastante reveladora en este aspecto la secuencia en la que la
pareja de ladrones irrumpe en el hogar del protagonista, que deja hacer a su
compañero de fatigas haciéndole creer que están entrando en casa de un
desconocido, retándolo a que haga su enésimo retrato sobre el propietario del
roñoso inmueble. Y el dictamen es desolador: ante sus propias narices, el joven
narrador es defenestrado como alguien que pretende
ser un escritor pero que no lo es en absoluto, como un hombre sin autoestima y
un solitario con escasas posibilidades de abandonar su lamentable condición,
que a pesar de todo resulta casi inadvertida (o inaceptable) para el
protagonista anónimo. Todo, desde la trama con aroma estético y argumental
propio de un género tan proclive al engaño y la manipulación como el noir, hasta las motivaciones de todos
los personajes que no sean el propio protagonista, que no en vano aspira a ser
un escritor y por tanto un creador de
ficciones, remite a una serie de arquetipos que devienen inesperados disfraces
de hombres y mujeres de intenciones distintas a las esperadas, creadores a su
vez de una identidad propia que poco a poco se despliega -y se oculta- ante los
ojos del público.
Consecuentemente,
Following se plantea como una
película cuya narración, así como todos los elementos que la conforman, se construye ante los ojos de un
espectador, último voyeur engañado de
un film en el que abundan personajes que observan a los demás creyendo saber
sin ser conscientes de estar asistiendo a un montaje, sin conocer jamás lo
verdadero de sus intenciones pero construyendo una serie de inevitables juicios
de valor y de puntos de vista que se despliegan una y otra vez siendo siempre puestos
en duda, mostrándolos como sospechosos cuando no directamente cuestionables de
forma puramente expositiva.
Pero, y pese a
lo nada desdeñable de sus ambiciones teóricas o de fondo, el film de Nolan anda algo más falto de ambiciones en su
plasmación formal: la verborrea que espolea tanto la historia como los
personajes trufada en muchas ocasiones de sentencias lapidarias o su bastante
lograda siembra de la duda en lo que se refiere a un grupo de personajes y el
mundo que los rodea basados antes en lo que parecen
ser, que en lo que realmente son,
así como sobre su condición de narración como sinónimo de verdadero, choca frontalmente con un envoltorio estético algo
desmañado y deudor de muchos de los lugares comunes del cine independiente más artístico. Su cromatismo en un áspero blanco y negro impreso en
unos graníticos 16
milímetros, relativamente capaces de ocultar bajo una
pátina arty la pobreza de medios en
general[4]
y la dirección de fotografía en
particular, o la comentada incontinencia verbal con esporádicas pero
antipáticas tendencias al subrayado, ralentizan considerablemente el ritmo de
esta paradójicamente muy corta Following.
Por otro lado, un uso del montaje bastante hábil cuando se trata de sembrar la
duda alrededor de lo narrado mostrando acontecimientos que aún no han tenido
lugar pero que tiñen de fatalismo las secuencias referidas al tiempo presente de la narración de Following poniendo en alerta al
espectador, o algunas escenas de planificación más clásica pero también más efectiva para evocar ese juego de espejos
que se contemplan y espían los unos a los otros y de los que el espectador de la
película supone el último destinatario, suponen las mejores bazas formales de
un film que alcanza sus más complejas cotas en un fondo muy por delante de su
competente, aunque algo desabrido, envoltorio formal.
De este modo,
y jugando con componentes de considerable potencial teórico y filosófico, Following no abandona sus modestas pretensiones audiovisuales para
abrazar una mucho más amplia vertiente teórica, muy interesante por sí misma y
con una lógica intachable que acerca la
narración de la opera prima de Christopher Nolan a la autodestrucción,
mostrando que lo único verdadero es que todo en ella, en una tesis que desborda
los límites de la pantalla, es mentira. O peor aún, que podría serlo.
Título: Following. Dirección y guión: Christopher Nolan. Producción: Christopher
Nolan, Emma Thomas, Jeremy Theobald. Dirección de fotografía:
Christopher Nolan. Montaje: Gareth Heal y Christopher Nolan. Música: David Julyan. Año: 1998.
Intérpretes: Jeremy
Theobald (Narrador), Alex Hawk (Cobb), Lucy Russell (Mujer rubia), John Nolan
(Policía), Dick Bradsell (Hombre calvo).
[1]Nacido en Londres el 30 de julio de 1970 de padre inglés de
profesión publicista y madre norteamericana que ganaba el pan como azafata de
vuelo, la infancia de Christopher Nolan, el que a día de hoy probablemente sea
el más taquillero de los miembros del enésimo Nuevo Hollywood, transcurrió
entre su ciudad natal y la norteamericana Chicago siendo poseedor de ambas
nacionalidades. A los siete años de edad empezó a manufacturar sus pequeñas películas
mediante la cámara de 8mm. de su padre, lo que supuso el germen de la decisión
de ser cineasta que tomó tan sólo cuatro años más tarde. Nolan asistió al
Haileybury and Imperial Service College y cursó sus estudios universitarios de
filología inglesa en la UCL (University College London), que eligió por la
facilidad que ofrecía a sus estudiantes interesados en el cine y lo audiovisual
recursos como cámaras de 16mm. o una sala de montaje. En compañía de su novia
Emma Thomas, productora de algunos de sus filmes como este Following, proyectaría algunas películas en la escuela ganándose un
dinero que posteriormente invertiría en producciones más pequeñas que filmaría
en 16mm. durante sus vacaciones estivales. Nolan rodó dos cortometrajes en sus
años universitarios: Tarantella en
1989, y Larceny en 1995, este último
considerado uno de los mejores cortometrajes salidos de la UCL. Finalizados sus
estudios, Nolan dirigió videos corporativos y, mientras intentaba levantar su
primer proyecto en el mundo del largometraje, dirigió un nuevo cortometraje: Doodlebug. Un año más tarde, en 1998,
por fin reuniría los fondos necesarios (y propios) para llevar a cabo la
primera de sus películas, de la que se ocupa esta entrada, bien recibida por la
crítica y otorgando a Nolan el crédito suficiente para llevar a cabo su segundo
film de mucho mayor repercusión y película de
culto. Fue con Memento, un
proyecto acariciado por Nolan desde el 1997 en que su hermano Jonathan
escribiese una primera versión del guión titulada Memento mori, cuando Nolan alcanzó el siempre movedizo status de pequeña celebridad entre la
cinefilia. Con un presupuesto de cuatro millones de dólares y protagonizada por
caras tan relativamente conocidas como las de los intérpretes Guy Pearce o
Carrie Ann-Moss, la estupenda Memento
basaba gran parte de su efectividad en su estructura, comenzando por su final
hasta alcanzar su principio, y su narración montada sobre los hombros de un
hombre sediento de venganza pero incapaz de conservar un recuerdo en la memoria
durante más de unos minutos. La muy considerable repercusión crítica del film
abrió las puertas de Hollywood a Nolan, y más concretamente las de Warner Bros,
para llevar a cabo un remake de un
film noruego llamado Insomnia. Sin
haber visto este film original en el que se inspira el film de Nolan Insomnio, no sólo supone la integración
del realizador en un tejido industrial y un estilo narrativo más convencional, también la que a día de
hoy es una de sus mejores películas, y quizás debido a esa convencionalidad también una de las más injustamente ninguneadas.
Tenso thriller protagonizado por Al
Pacino, Rob Williams y Hillary Swank y dotado de un amplio presupuesto de 50
millones de dólares, consiguió aunar las buenas impresiones de la crítica con
un respetable papel en las taquillas de todo el mundo. Así, y después de
descartar un biopic de Howard Hugues
protagonizado por Jim Carrey debido a un proyecto sobre el excéntrico
millonario que Martin Scorsese cristalizaría en 2004 con la excelente El aviador, Nolan se embarcaría en la
que sería la primera pieza de la jugada maestra de su carrera: Batman begins. Recogiendo la pelota
lanzada por Warner Bros, que pretendía relanzar la imagen del hombre murciélago
tras los bandazos dados por las dos últimas películas sobre el personaje
consensuados casi por unanimidad y firmados por Joel Schumacher, un Nolan
enamorado del personaje aceptó el encargo como un regalo que devolvería al
superhéroe de DC la dignidad que se le presuponía antes la divertidamente
hortera Batman forever y sobretodo de
la risible y bastante desafortunada Batman
& Robin. El resultado, con Christian Bale a la cabeza de un
impresionante reparto recitando convincentemente unos diálogos que ya
anunciaban la antipática tendencia del cine del realizador a la sobre
explicación y unas pretensiones que ocasionalmente caen en la pedantería, fue
toda una sorpresa en el 2005 de su estreno. Saludado por muchos como el inicio
de una nueva era en el cine que adapta superhéroes del cómic, la película fue
ensalzada por gran parte de la crítica y fue un éxito de taquilla. Estupenda
como película de acción (cuyas escenas, como siempre en lo que se refiere a
este realizador, serían filmadas por un Nolan que jamás delega el rodaje de las
secuencias de acción en una segunda
unidad inexistente en toda su filmografía)
aunque algo hinchada en sus pretensiones y, como algunos la llamaron
acertadamente, filosofía de supermercado,
la épica del film funcionó y cuajó en un público que recibió con los brazos
abiertos el siguiente proyecto del realizador un año más tarde. El truco final, de nuevo con Christian
Bale como protagonista acompañado esta vez por Hugh Jackman interpretando a una
pareja de magos rivales que se enfrentan para lograr el mejor y más aplaudido
truco de magia posible, suponía un retorno de Nolan a terrenos si no mejores,
sí más sorprendentes que en sus dos películas anteriores. Contando además de
con la presencia de Bale, con algunos otros actores como Michael Caine
aparecidos en filmes anteriores, y inspirándose en la novela original de
Christopher Priest El prestigio, El truco final supone un buen
entretenimiento algo inflado pero bastante interesante en algunos de sus
aspectos, además de prolongar algunos de los temas que poco a poco están
conformando el cuadro de constantes temáticas del cine de su realizador. En
cualquier caso, y pese a las buenas críticas y acogida comercial, El truco final sería prontamente
eclipsada por la película más famosa de su realizador, amén de un enorme éxito
de crítica y público. Fue con la segunda entrega de la trilogía inaugurada por Batman Begins y que tocaría su techo con
la celebérrima El caballero oscuro,
film tremendamente irregular, excelentemente interpretado, y mucho más
controlado y pulido que su precedente alrededor del hombre murciélago. Algo
estirada en su metraje, y muy dada a entonar las más engoladas lecciones
vitales y éticas, en algunos casos de dudosa validez pese a la rectitud moral
que se autoatribuyen, El caballero oscuro
supone pese a todo una entretenidísima película que definitivamente
demostró que una visión diferente (y
que cada uno decida si mejor o peor) del cine superheroico era posible dentro
del engranaje industrial hollywoodiense. Muy aplaudida aunque también, y en
menor medida, muy criticada por algunos
sectores de la crítica y el público que la acusaba -no sin algo de razón pese a
sus numerosas virtudes- de pedante y sobredimensionada, supuso un sorprendente
taquillazo estival en el 2008 de su estreno que puso el nombre de Christopher
Nolan a la cabeza de la nueva generación de directores salidos del Hollywood
actual considerados autores, tan
rentables como personales, amén de asentar definitivamente algunos de los
rasgos más característicos del cine de su autor. Con el crédito logrado gracias
a El caballero oscuro, Nolan se
embarcaría en una empresa aún más ambiciosa: Origen, protagonizada por Leonardo Di Caprio en el año 2010, supuso
la incursión del realizador en la ciencia ficción más o menos filosofica. Algo embarullada, y con unas
ínfulas no siempre satisfechas por el resultado final, Origen resulta interesante y coherente dentro de la carrera del
director (además de mantener numerosos puntos en común con Following, como se explicará en una nota al pie más adelante), pero
su desmesurada ambición le juega a la contra haciéndola algo cansina en su
visionado. Aunque supone una maravilla si la comparamos con el broche final de
la llamada Trilogía del caballero oscuro,
titulada entre nosotros con el rimbombante El
caballero oscuro: la leyenda renace, película hinchadísima en sus
pretensiones, que tras una nada desdeñable primera mitad llena de temas
interesantes no siempre bien llevados pero capaces de sostener el film y cubrir
relativamente los boquetes de un guión que se pierde demasiado en grandes palabras
y lecciones ejemplarizantes, se precipita en el sinsentido más apabullante.
Antipáticamente mesiánica, muy irregular y en ocasiones hasta absurda en su
incapacidad para seguir su propia lógica rozando ocasionalmente el ridículo, El caballero oscuro: la leyenda renace supone
en cualquier caso una película muy acorde en algunos de sus aspectos a la
visión que Nolan parece tener, a día de hoy, del lenguaje cinematográfico y sus
posibilidades.
[2]Esta es una de las constantes del cine de Christopher Nolan que, como
muy bien dijeron algunos críticos y analistas en su día, pueden apreciarse en Following y sumarse a sus virtudes como
primera muestra de una serie de elementos que se repiten y se desarrollan, con
contadas excepciones, en la filmografía del director. El rastro de esta
cualidad de narración deconstruida que puede verse en Following, o de realidad (e identidad) en constante cambio y
reformulación, es rastreable de forma muy plausible en Memento o, sobretodo, en Origen.
Es probablemente esta última, curiosamente la única película de Nolan junto con
Folllowing con un guión
exclusivamente firmado por el director, la que más elementos tiene en común con
la película que nos ocupa en esta entrada: empezando por el nombre de Cobb, que
comparten dos de sus personajes principales interpretados por Alex Hawk en Following y Leonardo Di Caprio en Origen, la manipulación de un entorno
(habitaciones en una película, los sueños en la otra) para reconducir la vida y decisiones de los inconscientemente afectados.
Esta manipulación, que en ambas películas es también fruto de una narración que
se construye y modula por voluntad de algunos de los personajes, toma visos más
fatalistas en películas como El truco
final, sustentada sobre la noción de la ilusión
como engaño o en El caballero oscuro, en la apocalíptica figura del Joker excelentemente
interpretado por el difunto Heath Ledger, que manipula todo y a todos fingiendo
ser un lunático mucho más destructivo de lo que pueda parecer inicialmente y,
más aún, engañando a todo el mundo para sus propios fines y convirtiéndose en
el auténtico impulsor de una trama, y a punto de convertirse en el demiurgo de
una realidad que funciona a su imagen
y semejanza, de la que el hombre murciélago y toda la ciudad de Gotham cumplen
la función de rémora. En ésta película, y desarrollando la capacidad de crear un personaje a conciencia
planteada en Batman begins,
encontramos otra de las constantes del cine de Nolan, la creación de una
identidad cimentada en una narración, que en lo que al Joker se refiere
fructifica en las numerosas ocasiones en que se inventa un nuevo origen que
explique la terrible mutilación de su rostro en forma de macabra sonrisa hecha
de pura cicatriz, pero también se da al final del film, con una nueva mentira
-en esta ocasión pergeñada para engañar a los habitantes de Gotham y que así no
pierdan su fe- que convertirá a Batman en un paria perseguido por la policía y
mantendrá a la noble imagen de Harvey Dent a salvo de su verdadero y dividido
yo Dos Caras… Una nueva y falsa narración que creará una nueva identidad y a
partir de ahí una nueva realidad, tal
y como le ocurría, aunque de forma inconsciente, al amnésico protagonista de Memento, se acariciará en Insomnio, será la base de Batman begins y uno de los peores
momentos, por tremendamente incoherente, de El
caballero oscuro: la leyenda renace. En este último film, la autoridad del
malvado de turno, en este caso el gigantesco Bane, se verá primero ensalzada
por su leyenda, que asegura que logró salir de un pozo prisión en medio de
ninguna parte y así probó su fortaleza, para luego ser cuestionada hasta
cambiarla por completo. La primera vez que alguien le comenta a un dolorido
Bruce Wayne -encerrado en el mismo lugar que Bane por este último, como condena
por ser Batman- la leyenda de Bane, Nolan ilustra sus palabras con las imágenes
de un niño (que se supone es Bane) escapando del lugar… pero más avanzada la
trama, otro personaje aporta una nueva luz a la historia, siendo de nuevo
mostrada por Nolan pero siendo interpretada por el espectador de una forma muy
diferente, a la luz de la nueva información disponible. No es de extrañar,
visto lo visto, que gran parte de los filmes de Nolan tengan un final abierto,
basándose por experiencia en que lo que parece real muy probablemente está a
punto de dejar de serlo. Otros elementos que se repiten por aquí y allá, entre
otros muchos que a buen seguro no he sabido ver, son los personajes que se
creen antitéticos pese a ser muy parecidos y que se ven enfrentados por un
mismo fin: el Narrador y Cobb, el policía y el asesino de Insomnio, los dos magos enfrentados en El truco final, Batman y Joker o incluso Harvey Dent y Dos Caras,
son dos caras de una misma moneda de las cuales una de las dos mitades, por lo
general la más constructiva, se niega
a ver la relación que guarda con la otra, la destructiva que no sólo ve la relación entre ellos sino que además
disfruta forzándola y torturando a su Némesis con ello. Y por último, y ya
termino, existe en el cine de Nolan, además de sus tendencias verborreicas e
hiperexplicativas que a veces parecen querer que sus espectadores se sientan
muy inteligentes tratándolos como si fuesen niños al no dejarles el más mínimo
margen para pensar o interpretar por sí mismos o su aprecio por temas éticos y
antropológicos no siempre bien tratados, un muy curioso pero también muy
repetido papel de la mujer como impulsora de tramas… y más especialmente, de la
mujer muerta. El protagonista de Memento,
el mago interpretado por Hugh Jackman en El
truco final, el Bruce Wayne que decide ser definitivamente Batman en El caballero oscuro y se reafirma como
tal en El caballero oscuro: la leyenda
renace, o el Cobb interpretado por Leonardo DiCaprio en Origen (sobre la madre del pequeño Bruce
Wayne en Batman begins corramos un
tupido velo, que tampoco hay que exagerar) son todos hombres no sólo
lógicamente traumatizados por la pérdida de sus respectivas parejas femeninas,
sino que prácticamente han construido sus identidades a partir de dicha
pérdida, así como Nolan construye sus tramas a partir del mismo punto. Las
mujeres vivas que acompañan a los torturados antihéroes de Nolan sirven otro
propósito: el de hacerlas avanzar y modular la percepción de sus protagonistas:
los personajes encarnados por Carrie Ann Moss en Memento, Ellen Paige en Origen,
Scarlett Johannson en El truco final,
o la imponente Marion Cotillard en El
caballero oscuro: la leyenda renace, perfilan y hasta crean una realidad
por la que los personajes masculinos transitan generalmente divididos entre su
obsesión por una mujer fallecida y la creativa presencia de otra viva. La mujer
rubia de Following, que en su caso
antagoniza narrativamente la anciana asesinada que detona la acción aunque ni
el protagonista ni el público lo sepan hasta bien avanzada la trama,
pertenecería a este último grupo, un rasgo en común más del cine de Christopher
Nolan con algunos de los lugares comunes de lo gótico o del noir literarios y cinematográficos.
[3]Que curiosamente, y pese a que aún faltaban unos años para que
Nolan pudiese siquiera soñar con ponerse al mando de Batman begins, tiene en la puerta ¡un emblema de Batman!. La
casualidad ya hace notar la afición de Nolan por el personaje de DC que le
reportaría, gracias al éxito de la primera entrega, la posibilidad de llevar a
cabo la Trilogía del Caballero oscuro,
que para muchos (aunque no para el que firma) supone la visión definitiva sobre
el personaje en lo que a sus adaptaciones para la gran pantalla se refiere. A
modo de curiosidad, apuntar que antes de que el relanzamiento del hombre
murciélago propuesto por la Warner cayera en manos del director de Following el Batman del nuevo milenio
fue muy acariciado por el realizador Darren Aronofsky, quien desarrolló una
posible adaptación del personaje en una edad avanzada, y que estuvo a punto de
llevarse a cabo y ser protagonizado por ¡Paul Newman!
[4]Pagada parcialmente por Nolan de su propio bolsillo y con un
presupuesto exiguo que fue completado por Emma Thomas, pareja del realizador, y
Jeremy Theobald, actor protagonista del film, Following tuvo sin embargo y a decir de su máximo responsable un
rodaje “extremo”. A fin de abaratar
costes durante los tres o cuatro meses de rodaje, Nolan ensayaba a la mínima
oportunidad para lograr que el día de rodaje, que generalmente era los sábados
debido a que los escasos miembros del equipo trabajaban de lunes a viernes, la
toma definitiva fuese la primera o, como mucho, la segunda. Las localizaciones,
muchas de ellas lugares públicos, fueron tantas como amigos del realizador que
aceptaron que se rodara en sus apartamentos. La madre del director se encargaba
del catering y el vestuario era
prestado por todos los implicados en Following,
cuya iluminación se hacía a salto de mata y aprovechando los lugares en los que
se filmaba. La producción, incluyendo rodaje y posproducción, de Following abarcó el total de un año y su
presupuesto alcanzó la modestísima cima de 3000 libras.
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