Primera
entrega de la trilogía seguida por Powaaqqatsi
(apadrinadas con la que nos ocupa por George Lucas y Francis Ford Coppola) y Naqoyqatsi
, con las que compite duramente por tener el título más impronunciable que uno
puede recordar; Koyaanisqatsi se
presenta como una experiencia audiovisual “total”. No hay narrativa, o al menos
no la que conocemos como “convencional” de causa-efecto, ni tampoco diálogos a
pesar de que cada equis tiempo una voz gutural repite “Koyaanisqatsi” como un
mantra, ni tampoco una historia aunque sí una progresión dramática. Sólo hay
una idea de fondo, la que se deduce de la palabra hopi[1]
que da título y inicio a la película[2]
y nos da la clave para leer el film que a medida que avanza acaba viéndose como
un innecesario subrayado: que lo estamos fastidiando todo y que nuestra forma
de vida no sólo provoca injusticia en nuestra propia especie, también destruye
más que construye el único mundo en el que al menos por ahora tenemos para
vivir. Esa idea, que a día de hoy parece una perogrullada de puro evidente,
viene arropada por un portentoso trabajo audiovisual mérito a partes iguales
del compositor Philip Glass y el director de fotografía Ron Fricke, ambos bajo
la batuta y paternidad ideológica de la criatura de Godfrey Reggio como
director.
Reggio[3]
asegura que la idea inicial era dejar plena libertad al espectador para sacar
sus propias conclusiones sobre lo que está viendo, sin imponer juicios morales
ni tampoco ofrecer un mensaje al que poder agarrarse. Pero el saldo final traiciona
esa premisa: el film comienza con unas enormes montañas en las que el paso del
tiempo sólo es visible por la velocidad a la que pasan las nubes por el cielo
sobre ellas. Esta aceleración no sólo indica la fluidez del tiempo, también lo
eterno de esas enormes moles indiferentes a todo que van a sobrevivirnos, y
establece un triste contraste con las estresantes imágenes de ciudades
superpobladas que poco a poco se irán infiltrando en la película. Después de
varias imágenes todas ellas exentas de personajes humanos, sorprende bastante
la primera vez que vemos, sino a la humanidad, sí una de sus peores y más
documentadas acciones: la humareda en forma de hongo atómico que se alza
lentamente sobre el desierto no presagia nada bueno sobre el papel de nuestra
cultura sobre la tierra o nosotros mismos, pero también deja a las claras la
visión que el director pretende dar sobre la humanidad.
Por si fuese
poco, la primera vez que un ser humano hace acto de presencia (bastante
avanzada la película, lo que provoca un efecto sorpresa y de extrañeza poco
habitual) lo hace al lado de un enorme tractor antes de que ambos sean
engullidos por una aún mayor nube de humo negro que parece salir a borbotones
del suelo que pisan. Y así avanza la película. La presencia humana es cada vez
más frecuente y en mayor número, las ciudades se construyen, y con ellas
aparecen los automóviles, las autopistas, los guettos y la degradación humana y
paisajística, las montañas y la naturaleza desaparecen de la pantalla, una
enorme y espléndida luna llena desaparece a la velocidad del rayo eclipsada por
un rascacielos de una ciudad cualquiera y cada vez hay más gente. Y cada vez
más. Al poco, con la bonita pero al final cansina por repetitiva tonadilla
compuesta por Philip Glass[4],
uno se siente ahogado no sólo por la velocidad sino por el ingente número y lo
repetitivo de las acciones cotidianas de los seres humanos que pasan a toda
velocidad por la pantalla. Reggio puede decir misa, pero la saturación a la que
se somete al espectador durante gran parte del metraje dedicado a las grandes
ciudades es tan fascinante como agotador para
cualquiera sin acabar de tomar partido por ninguna de las dos
opciones.
De vez en
cuando aminora un poco y consigue curiosas y cuidadas imágenes de “gente
normal” (que ya me dirán qué es eso) reconvertida en bizarros representantes de
la especie humana. Ese parece ser otro diagnóstico que se escapa por los
contornos de la película: que somos, con mucho, lo más raro que ronda por la
superficie del planeta. La cantidad de rostros que, cuando nos deja ver la
velocidad de la imagen, moran por la película ofrece un variado repertorio de
las infinitas combinaciones posibles una vez se tienen una nariz, una boca, dos
ojos y dos orejas. Probablemente es lo mejor de una película que no se plantea
a escala humana, sino desde un ángulo casi clínico y desde una distancia
considerable, centrándose en las consecuencias de alguna de las derivas que ha
tomado una parte importante de nuestra especie en los países desarrollados. Da
la sensación de que el tiempo ha banalizado un tanto el discurso, fácilmente coherente por ser tan reducido, y la forma de
expresarlo a base de repetirlo o usarlo en posteriores documentales o incluso
en el mundo de la publicidad, pero aún puede verse, a falta de poder hacerlo en
pantalla grande (cosa que debe ser impresionante) como la experiencia que
pretende ser, aunque les aconsejo a los que empiecen a dudar ya en los primeros
minutos del film que se armen de paciencia: va a más y, si no les gusta, a
peor. Siempre resulta interesante pero nunca da el brazo a torcer ni hace
concesiones de un ningún tipo una vez ha marcado su propia senda a seguir. Sólo
queda decir que Koyaanisqatsi es un
ejemplo de cine de tesis y una película irrepetible en cuanto a imagen y sonido
se refiere, pero también una experiencia que exige un dejarse llevar sin
esperar un flotador o un punto de apoyo que no sea el que dan las mismas
imágenes y la música que las acompaña. El resultado, con toda su frialdad, es espectacular. Pero también algo redundante.
Título: Kooyaanisqatsi.
Dirección: Godfrey Reggio. Guión: Ron
Fricke, Michael Hoenig, Godfrey Reggio y Alton Walpole. Producción: Francis Ford Coppola, Mel Lawrence, Roger McNew, T. Michael Powers, Godfrey Reggio,
Lawrence Taub y Alton Walpole. Fotografía: Ron Fricke. Música: Philip Glass. Montaje: Rocn Fricke y Alton Walpole. Año: 1983.
[1] Lengua del pueblo indio americano del mismo nombre que vive
principalmente en el nordeste de Arizona, en Estados Unidos. Es uno de los
pocos pueblos aborígenes que a día de hoy aún conserva su cultura y hasta
cierto punto, su modo de vida.
[2] Koo.yaa.nis.qatsi (de la lengua hopi) n. 1. Vida desordenada.
2.Vida caótica. 3. Vida desequilibrada. 4.Vida en desintegración. 5. Vida que
necesita un cambio de condiciones.
[3] Godfrey Reggio nació en
Nueva Orleans, Louisiana en 1940. Cofundó La Clínica de la Gente, que proporcionaba
atención médica a 12000 personas en
Santa Fe y La Gente; proyecto comunitario en Barrios de Nuevo Méjico. Más
adelante fundó el Young Citizens for Action para ayudar a miembros de bandas
juveniles de Santa Fe y también, en 1972 el Institute for Regional Education
fundación sin ánimo de lucro para el estudio y desarrollo de los medios de
comunicación, las artes, la organización social y la investigación. También, y junto con otros, organizó una campaña multimedia de
interés público sobre la invasión de la intimidad y el uso de la tecnología
para controlar la conducta.
Como le sobraba
tiempo Reggio pasó catorce años de ayuno y oración en un monasterio tratando de convertirse en monje de los Hermanos Cristianos, una
orden católica, romana y apostólica, para finalmente abandonar y dedicarse
al cine.
[4] Y que volveríamos a encontrar en la adaptación a la pantalla del
histórico cómic (o novela gráfica, como quieran) de Alan Moore por Zack Snyder Watchmen en la secuencia dedicada al
ambiguamente mesiánico Dr.Manhattan.
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