lunes, 30 de julio de 2012

LA DAMA Y EL VAGABUNDO



Hay películas de las que se recuerdan imágenes aún sin estar seguro de haber visto el film entero. No recuerdo haber visto La dama y el vagabundo, pero sí el instante en el que la pareja canina protagonista formada por Dama, una joven cocker de familia bien, y Golfo, un perro callejero sin amo ni ley de buen corazón, se besan accidentalmente al estar comiendo despistadamente el mismo espagueti en una surrealista escena que se suma a la de las inolvidables de la factoría Disney. Momentos antes a esa escena Golfo acaba de enseñar a Dama su modus operandi habitual para alimentarse. Cada noche cena en una casa diferente en la que se le conoce con un nombre distinto, lo que le permite sobrevivir sin tener que atarse a nada o a nadie. Dama, por su lado, está en ese momento perdida y en pleno viaje de iniciación a la vida perruna de cuya cara más amarga ha sido apartada por sus diligentes dueños que hasta que tienen un bebé tratan (y humanizan) a Dama como una hija mimada. 

Antes del famoso beso, Golfo invita a Dama a cenar a un restaurante italiano en el que el maître, usando un barril serrado por la mitad tapado con el típico mantel de cuadros rojos y blancos, trata a la pareja de perros como una pareja humana que se huele a millas de distancia que tarde o temprano acabará cuajando. El maître pasa por alto las protestas del cocinero de servir un rebosante plato de espaguetis con albóndigas a dos perros para una cena romántica que sólo un enajenado podría adjudicar a dos animales hambrientos porque, al igual que al espectador adulto le parece una absoluta locura ... pero como el espectador niño, y ahí es nada, traga con todas las de la ley. Es justo decir que si Disney está en el histórico lugar que se merece en la historia del cine no es sólo gracias a ingentes campañas de marketing; La dama y el vagabundo no se sostiene sólo por la nostalgia o por cierta inocencia en el  cine supuestamente perdida sino porque es una buena película excelentemente narrada.

El inicio es, en su fondo, muy sencillo; Dama es un cachorrito dibujado para ganarse al público desde la primera caída de ojos que vive con sus amos, una pareja sin hijos que trata como he dicho anteriormente más como una hija que como alguien perteneciente a otra especie animal. Lo que podría ser una escena cotidiana de una pareja en busca de descendencia es reenfocado mediante un sencillo reencuadre en la acción; los humanos aparecen como mero telón de fondo y prácticamente durante toda la película se ven reducidos a voces fuera de campo, manos que entran en plano o rastros de su presencia pero pocas veces son mostrados como algo más que parte del paisaje mientras que los perros, siempre en plano y muy expresivos, se erigen como protagonistas absolutos de la función. Esto, que a simple vista puede parecer una perogrullada, forma parte de una inteligente estrategia dramática en la que los inconscientes humanos son “deshumanizados” y el resto de animales alzados a un estado en el que sienten cualquier emoción propia de la humanidad que se dedica a ponerles palos en las ruedas.
Poco después (estamos en una época en el que las películas duraban lo que tenían que durar sin irse por las ramas) una Dama joven pero ya adulta se ve desterrada de su trono como preferida de la casa cuando llega el bebé que tanto parecían necesitar sus dueños y al que, siguiendo con la estrategia habitual, oímos pero nunca llegamos a ver. A partir de ahí las cosas se tuercen, Dama le coge cariño al cachorro humano y las cosas parecen seguir siendo las que eran, pero cuando conoce a Golfo (que le echa el ojo encima a la relamida cocker al instante en que la rebautiza como “Bombón”) este siembra la semilla de la duda: los humanos no son buenos con sus animales a los que no dejan de ver como seres inferiores a los que tienen atados y reducidos a meras comparsas. Golfo es libre pero paga el precio de su albedrío al puro estilo Disney: está solo. Dama se ve obligada a escapar de casa cuando debido a un malentendido está a punto de dar con sus huesos en la perrera y Golfo la guía y enseña en el mundo que hay fuera de su hogar.

Ahí empieza la consabida y clásica historia de amor  entre dos personajes de clases sociales antitéticas que van desde esta La dama y el vagabundo, hasta Titanic o una versión matizada en una producción más reciente de la factoría Disney como es la divertida Enredados. Y como en esta última, el periplo de Dama en el “mundo exterior” tiene mucho de autoconocimiento y toma de contacto con el lado más desagradable de la vida (siempre dentro de los cánones disneyanos) de un perro que a estas alturas de la película ya es prácticamente extensible a la vida de un humano.
Así, además del amor, Dama aprende a divertirse con Golfo rompiendo alguna norma y a aprender que su ruptura puede tener consecuencias, a que los humanos abandonan a los que aseguran son sus mejores amigos condenándolos a una perrera presentada en la escena más lacrimógena de toda la película con muchos perros mirando a cámara con ojos llorosos antes de rescatar la escena del pasote sensiblero con ligeros toques de humor que devuelven el equilibrio a la película. Es en ese lugar donde los de la factoría Disney vuelve a sacar pecho como narradores de vena dura: uno de los perros abandonados es llevado a un cuarto del que jamás volverá a salir, en su corto camino al matadero no vemos al perro andar cabizbajo y resignado ante su muerte inminente sino su sombra recortada en la pared. Antes y después, en peleas entre perros callejeros y entre seres humanos, se utiliza el mismo recurso probablemente con la misma intención; rebajar la agresividad de ciertos momentos de cara al público infantil (ver la sombra de un perro que va a morir no es tan traumático como ver al perro con toda su expresividad) de forma elegante y bastante atmosférica.

Pero, si bien se nos ahorra la violencia y la crudeza al mostrárnosla de forma velada, la compañía Disney hace honor a su fama de moralista conservadora en otro de sus puntos fuertes que se ha ido blanqueando (aunque el fondo no ha cambiado casi nada) con el tiempo: la representación de personajes amenazantes o directamente malvados. Dos momentos muestran el buen hacer para con los inadmisibles alteradores del orden: el primero de ellos muestra a dos gatos siameses que se mueven con una grimosa sincronización y cuyo angustiante aspecto físico se acentúa con la cancioncilla que cantan en voz baja mientras clavan sus ojos hipnotizadores en la pobre Dama que ve como se le acaba el chollo de vivir tranquilamente en su propia casa. El segundo momento y este muy conseguido es el de la irrupción de una repulsiva (no exagero) rata que se cuela en la casa con la intención de atacar al indefenso bebé que duerme en la cuna. No es tan sólo el excelente diseño de la rata –con los ojos amarillos y sin vida, el pelo negro mojado y unos dientes afilados amén de un tamaño considerable que gracias a juegos con la perspectiva del plano parece agrandarse hasta alcanzar el tamaño de los perros que le dan caza- sino también la atmósfera de la escena. Si la película comenzaba con gran colorido primaveral, en pocos momentos se oscurece hasta llevarla a un terreno colindante con lo gótico. La luz de las farolas de la calle que iluminan poco más que las siluetas de los que pasan por ahí, transforman la casa familiar de Dama en un caserón lleno de sombras que sólo se ilumina a golpe de relámpago y que parece transformar a los dos perros protagonistas hasta entonces encantadores en agresivos guardianes que ladran como posesos y enseñan sus afilados dientes para usarlos contra la rata invasora en un momento que tiene más de cine de terror que de cine para el público infantil y que se estira unos minutos más después del final de la caza hasta una persecución in extremis para salvar a Golfo de una muerte segura en la perrera.

Después llega la coda inevitable para tranquilizar conciencias familiares, prácticamente por corte y sin discusión ninguna sobre el tema, vemos como Golfo abandona su vitalista vida de vagabundo para ponerse un collar alrededor del cuello y rodearse de cachorros en una casa, la de Dama, atiborrada de regalos y con un enorme árbol de navidad invadiendo el salón. Parecería que el amor por Dama, más que por la perrita en sí, se transmuta en aceptar el ser tratado como un animal inferior cuando una solución (o ni eso, una opción tan válida como la que más) sería irse a vivir su vida los dos juntos ajenos a toda autoridad o paternalismo humanos… No seré yo quien abogue por la ruptura de la unidad familiar por motivos puramente políticos, pero mucho menos por su conservación a ultranza por puro dogma basado únicamente en lo ideológico. Tampoco creo que una película tenga que ser rechazada o ensalzada por la ideología que pueda extraerse de ella (y esta es una afirmación que tendré que tragarme en próximas entradas de este blog, ya se lo digo de antemano), pero sabe mal ver como después de todo el esfuerzo y buen hacer para decir las cosas sin evidenciarlas se venga abajo en los últimos minutos… afortunadamente poquísimos dentro de la escasa duración de este clásico.

Título: Lady and the Tramp. Dirección: Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wilfred Jackson. Guión: Erdman Penner, Joe Rinaldi, Ralph Wright y Don DaGradi. Producción: Walt Disney Pictures. Año: 1955.


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