Hay películas
de las que se recuerdan imágenes aún sin estar seguro de haber visto el film
entero. No recuerdo haber visto La dama y
el vagabundo, pero sí el instante en el que la pareja canina protagonista
formada por Dama, una joven cocker de familia bien, y Golfo, un perro callejero
sin amo ni ley de buen corazón, se besan accidentalmente al estar comiendo
despistadamente el mismo espagueti en una surrealista escena que se suma a la
de las inolvidables de la factoría Disney. Momentos antes a esa escena Golfo acaba de enseñar
a Dama su modus operandi habitual para alimentarse. Cada noche cena en una casa
diferente en la que se le conoce con un nombre distinto, lo que le permite
sobrevivir sin tener que atarse a nada o a nadie. Dama, por su lado, está en
ese momento perdida y en pleno viaje de iniciación a la vida perruna de cuya
cara más amarga ha sido apartada por sus diligentes dueños que hasta que tienen
un bebé tratan (y humanizan) a Dama como una hija mimada.
Antes del famoso
beso, Golfo invita a Dama a cenar a un restaurante italiano en el que el
maître, usando un barril serrado por la mitad tapado con el típico mantel de
cuadros rojos y blancos, trata a la pareja de perros como una pareja humana que
se huele a millas de distancia que tarde o temprano acabará cuajando. El maître pasa
por alto las protestas del cocinero de servir un rebosante plato de espaguetis
con albóndigas a dos perros para una cena romántica que sólo un enajenado
podría adjudicar a dos animales hambrientos porque, al igual que al espectador
adulto le parece una absoluta locura ... pero como el espectador niño, y ahí es nada, traga con
todas las de la ley. Es justo decir que si Disney está en el histórico lugar
que se merece en la historia del cine no es sólo gracias a ingentes campañas de
marketing; La dama y el vagabundo no
se sostiene sólo por la nostalgia o por cierta inocencia en el cine supuestamente perdida sino porque es una
buena película excelentemente narrada.
El inicio es,
en su fondo, muy sencillo; Dama es un cachorrito dibujado para ganarse al
público desde la primera caída de ojos que vive con sus amos, una pareja sin
hijos que trata como he dicho anteriormente más como una hija que como alguien
perteneciente a otra especie animal. Lo que podría ser una escena cotidiana de
una pareja en busca de descendencia es reenfocado mediante un sencillo reencuadre
en la acción; los humanos aparecen como mero telón de fondo y prácticamente
durante toda la película se ven reducidos a voces fuera de campo, manos que
entran en plano o rastros de su presencia pero pocas veces son mostrados como
algo más que parte del paisaje mientras que los perros, siempre en plano y muy
expresivos, se erigen como protagonistas absolutos de la función. Esto, que a
simple vista puede parecer una perogrullada, forma parte de una inteligente
estrategia dramática en la que los inconscientes humanos son “deshumanizados” y
el resto de animales alzados a un estado en el que sienten cualquier emoción
propia de la humanidad que se dedica a ponerles palos en las ruedas.
Poco después
(estamos en una época en el que las películas duraban lo que tenían que durar
sin irse por las ramas) una Dama joven pero ya adulta se ve desterrada de su
trono como preferida de la casa cuando llega el bebé que tanto parecían
necesitar sus dueños y al que, siguiendo con la estrategia habitual, oímos pero
nunca llegamos a ver. A partir de ahí las cosas se tuercen, Dama le coge cariño
al cachorro humano y las cosas parecen seguir siendo las que eran, pero cuando
conoce a Golfo (que le echa el ojo encima a la relamida cocker al instante en que la
rebautiza como “Bombón”) este siembra la semilla de
la duda: los humanos no son buenos con sus animales a los que no dejan de ver
como seres inferiores a los que tienen atados y reducidos a meras comparsas.
Golfo es libre pero paga el precio de su albedrío al puro estilo Disney: está
solo. Dama se ve obligada a escapar de casa cuando debido a un malentendido
está a punto de dar con sus huesos en la perrera y Golfo la guía y enseña en el
mundo que hay fuera de su hogar.
Ahí empieza la
consabida y clásica historia de amor
entre dos personajes de clases sociales antitéticas que van desde esta La dama y el vagabundo, hasta Titanic o una versión matizada en una
producción más reciente de la factoría Disney como es la divertida Enredados. Y como en esta última, el
periplo de Dama en el “mundo exterior” tiene mucho de autoconocimiento y toma
de contacto con el lado más desagradable de la vida (siempre dentro de los
cánones disneyanos) de un perro que a estas alturas de la película ya es
prácticamente extensible a la vida de un humano.
Así, además
del amor, Dama aprende a divertirse con Golfo rompiendo alguna norma y a
aprender que su ruptura puede tener consecuencias, a que los humanos abandonan a
los que aseguran son sus mejores amigos condenándolos a una perrera presentada
en la escena más lacrimógena de toda la película con muchos perros mirando a
cámara con ojos llorosos antes de rescatar la escena del pasote sensiblero con
ligeros toques de humor que devuelven el equilibrio a la película. Es en ese
lugar donde los de la factoría Disney vuelve a sacar pecho como narradores de
vena dura: uno de los perros abandonados es llevado a un cuarto del que jamás
volverá a salir, en su corto camino al matadero no vemos al perro andar
cabizbajo y resignado ante su muerte inminente sino su sombra recortada en la
pared. Antes y después, en peleas entre perros callejeros y entre seres
humanos, se utiliza el mismo recurso probablemente con la misma intención; rebajar
la agresividad de ciertos momentos de cara al público infantil (ver la sombra
de un perro que va a morir no es tan traumático como ver al perro con toda su
expresividad) de forma elegante y bastante atmosférica.
Pero, si bien
se nos ahorra la violencia y la crudeza al mostrárnosla de forma velada, la
compañía Disney hace honor a su fama de moralista conservadora en otro de sus
puntos fuertes que se ha ido blanqueando (aunque el fondo no ha cambiado casi
nada) con el tiempo: la representación de personajes amenazantes o directamente
malvados. Dos momentos muestran el buen hacer para con los inadmisibles
alteradores del orden: el primero de ellos muestra a dos gatos siameses que se
mueven con una grimosa sincronización y cuyo angustiante aspecto físico se
acentúa con la cancioncilla que cantan en voz baja mientras clavan sus ojos
hipnotizadores en la pobre Dama que ve como se le acaba el chollo de vivir
tranquilamente en su propia casa. El segundo momento y este muy conseguido es
el de la irrupción de una repulsiva (no exagero) rata que se cuela en la casa
con la intención de atacar al indefenso bebé que duerme en la cuna. No es tan
sólo el excelente diseño de la rata –con los ojos amarillos y sin vida, el pelo
negro mojado y unos dientes afilados amén de un tamaño considerable que gracias
a juegos con la perspectiva del plano parece agrandarse hasta alcanzar el
tamaño de los perros que le dan caza- sino también la atmósfera de la escena.
Si la película comenzaba con gran colorido primaveral, en pocos momentos se
oscurece hasta llevarla a un terreno colindante con lo gótico. La luz de las
farolas de la calle que iluminan poco más que las siluetas de los que pasan por
ahí, transforman la casa familiar de Dama en un caserón lleno de sombras que
sólo se ilumina a golpe de relámpago y que parece transformar a los dos perros
protagonistas hasta entonces encantadores en agresivos guardianes que ladran
como posesos y enseñan sus afilados dientes para usarlos contra la rata
invasora en un momento que tiene más de cine de terror que de cine para el
público infantil y que se estira unos minutos más después del final de la caza
hasta una persecución in extremis para salvar a Golfo de una muerte segura en
la perrera.
Después llega
la coda inevitable para tranquilizar conciencias familiares, prácticamente por
corte y sin discusión ninguna sobre el tema, vemos como Golfo abandona su
vitalista vida de vagabundo para ponerse un collar alrededor del cuello y
rodearse de cachorros en una casa, la de Dama, atiborrada de regalos y con un
enorme árbol de navidad invadiendo el salón. Parecería que el amor por Dama,
más que por la perrita en sí, se transmuta en aceptar el ser tratado como un
animal inferior cuando una solución (o ni eso, una opción tan válida como la
que más) sería irse a vivir su vida los dos juntos ajenos a toda autoridad o
paternalismo humanos… No seré yo quien abogue por la ruptura de la unidad
familiar por motivos puramente políticos, pero mucho menos por su conservación
a ultranza por puro dogma basado únicamente en lo ideológico. Tampoco creo que
una película tenga que ser rechazada o ensalzada por la ideología que pueda
extraerse de ella (y esta es una afirmación que tendré que tragarme en próximas
entradas de este blog, ya se lo digo de antemano), pero sabe mal ver como
después de todo el esfuerzo y buen hacer para decir las cosas sin evidenciarlas
se venga abajo en los últimos minutos… afortunadamente poquísimos dentro de la
escasa duración de este clásico.
Título: Lady and the Tramp. Dirección: Clyde Geronimi, Hamilton Luske y Wilfred Jackson. Guión: Erdman Penner, Joe Rinaldi, Ralph Wright y Don DaGradi. Producción: Walt Disney Pictures. Año: 1955.
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