La primera vez que Paul Kemp, periodista y aspirante a escritor, y Lotterman,
jefe de redacción del Daily News de San Juan en el que Kemp recién acaba de formar parte, mantienen una conversación en la que el jefe de redacción le espeta al primerizo que a sus periodistas en nómina “les sobra autocomplacencia
y les falta compromiso”. Kemp, interpretado por Johnny Depp -también
productor y alma mater de la película- es en realidad el alter ego
novelado del escritor-periodista Hunter S.Thompson[1],
autor de, entre otros, Miedo y asco en Las Vegas, La gran caza del
tiburón o Los ángeles del infierno y muy inicialmente en sus
intentonas en hacerse un lugar en la historia de las letras norteamericanas de
la novela El diario del ron[2].
A Hunter S.Thompson podría acusársele de autocomplaciente, pero no de
faltar en cuanto a compromiso se refiere. También y tampoco respectivamente a
Terry Gilliam, director de la magnífica y excesiva adaptación en 1998 de la
novela-reportaje más célebre de Thompson Miedo y asco en Las Vegas
y que casualmente como el film que nos ocupa, también tardó un año desde su
presentación en sociedad en los EUA antes de estrenarse aquí.
El director de Los diarios del ron, Bruce Robinson, no es Gilliam,
ni tampoco Thompson, ni en esta ocasión tampoco el que era cuando dirigió Withnail
y yo en 1987, una envenenada y costrosa comedia negra sobre dos jóvenes
ingleses que se odian tanto como se necesitan mientras intentan salir a flote
de un mar de alcoholismo y que lo acreditaba como competente capitán de barco
de la adaptación de la novela de Thompson sobre sus años de juventud en Puerto
Rico. Menos pagado de sí mismo pero también menos
exigente, sí se adapta bien al encargo del escritor y el actor que lo
interpreta. Tanto como Depp/Kemp/Thompson a su enloquecido entorno de Puerto
Rico[3],
siempre con reservas y cogiendo carrerilla sin llegar nunca a correr la gran
carrera que no deja de prometer en todo momento, y todo ello parece deberse
sobre todo a algunas diferencias, muy significativas a pesar de lo respetuoso
de la adaptación, entre novela y película.
La casi siempre por naturaleza más anárquica estructura de la
narrativa escrita mucho más sugerente sobre la frontalidad propia de lo
cinematográfico es probablemente la mayor diferencia entre El diario del
ron, el libro y Los diarios del ron, la película. Porque si algo es
visible en Los diarios del ron es sin duda la estructura que la sostiene
y que la distancia de su modelo literario. Y es sobretodo en un par de cosas
donde esa divergencia es más notable: por un lado, y de forma
comprensible, la película parece (y probablemente es, sin paliativos) una
elegía al difunto Thompson lo que produce un curioso efecto: Lo que en la
novela era puro azar escrito en presente y en primera persona, en la película
deviene homenaje y simbolismo hecho con la perspectiva del tiempo que en sus
mejores momentos resulta inspirador en su retrato del buen periodismo como un
poderoso y necesario contrapoder. La primera persona se disfraza de objetividad
pero Kemp es protagonista en todos las escenas, toda la película pasa a través
de él. En todos los gestos y decisiones de Kemp puede verse un emergente
escritor concienciado con sus filias (el ron y la bebida en general y sus
tendencias al exceso) y sus fobias (con un todavía no presidencial Richard
Nixon a la cabeza) y con una voz propia que al principio del film aún está
buscando a tientas y casi con temor (cosa a la que ayuda la interpretación de
Depp que dobla la edad del personaje que interpreta, a medio camino entre lo bufo y lo dramático) pero que hacia el final
empieza a tomar una forma cada vez más definida…
Esa decisión, que no sabría decir si es consciente o no pero así se
percibe, no es ni buena ni mala, pero convierte al film en un complemento o en
un discurso sobre alguien del que, si no se tiene un mínimo de conocimiento
puede resultar más o menos satisfactorio aunque algo inocuo, pero a sabiendas
de que es un retrato de Thompson, los pasajes que hacen especial hincapié en
esa combativa actitud contra los poderosos resultan a veces demasiado
mecánicos en comparación con como se recuerdan de la novela o se atribuirían a
alguien que si bien nunca evadió cierto componente épico en su imagen pública,
no lo haría en unos parámetros dignos de cualquier manual de guión. También, y
en consonancia con lo anterior, resulta curiosa la eliminación o “fusión” de
algunos personajes de la novela en su traslación a la película. El más evidente
es el de Yeamon, personaje enloquecido y de imprevisible carácter tendente a
atajar los problemas por la violencia que comparte redacción y chica con Kemp
en las páginas del libro, pero que en el film responde al nombre de Sanderson y
al rostro de Aaron Eckhart siendo un especulador que sirve de perfecto némesis
al más altruista Paul Kemp, al que intenta llevar a los peores recovecos de la
profesión periodística movido por intereses puramente mercantiles.
A pesar de todo, la letra de la película tiene sus momentos de
gloria, como el monólogo sobre el sueño americano que se marca Lotterman (Richard Jenkins) cuando
Kemp empieza a esbozar sus dudas sobre si lo que están haciendo es auténtico
periodismo o puro teatro engañabobos o casi todo los diálogos que hacen
referencia a la prensa como medio de manipulación narcótico para la conciencia,
siendo este uno de los numerosos monólogos sobre el estado de las cosas que
algunos personajes recitan cuando se les presenta la oportunidad sin dar la
sensación de estar ante una película discursiva. Sin duda alguna ayuda el hecho
de tener un grupo de actores, con una mención especial a la composición de
Giovanni Ribisi como un iluminado que destila alcohol hasta su estado más
químicamente puro, escucha discursos de Hitler en su gramola y echa maldiciones
a los miembros de la redacción a los que toma por enemigos íntimos y sobretodo
al comparsa de Kemp; el fotografo Sala interpretado entrañablemente por Michael
Rispoli. Hay letras y personajes que cobran vida y humanidad con los
intérpretes adecuados y sin duda la melodía que acaba quedando en la memoria
una vez la película ha concluido les pertenece a ellos.
No por casualidad Robinson es también actor, y sabe sacar de lo bueno lo
mejor de un grupo de actores que ya de por sí han demostrado ser capaces de
poner el listón alto en ocasiones anteriores, y que juntos dan la proximidad
justa a un grupo de locos que se niegan a admitir que su barco hace aguas por
todas partes permitiendo juzgarlos en sus miserias (de las que ninguno se
libra) pero sobretodo quererlos a pesar de y con ellas.
En cuanto al apartado audiovisual la película, de imágenes más amables que las sugeridas en el libro, este se muestra
competente y capaz de insuflar vitalidad a momentos que rozan lo patético,
sobre todo en lo que se refiere a la cotidianidad de los miembros del Daily
News y sus vidas en apartamentos destartalados pero que a base de
familiarizarnos con ellos se van volviendo progresivamente acogedores. No es
así cuando Robinson parece obligado a pagar peaje con una historia de amor con
la preciosa Chenault (Amber Heard) que en la novela era pura naturalidad y que
en el film deviene cine-fórmula pura y dura, con unos subrayados sonoros que
provocan algo de vergüenza ajena. O cuando Kemp empieza a tomar conciencia de
la situación de los niños puertorriqueños de pura cepa que malviven como pueden
mientras los norteamericanos se pegan la gran vida a su costa. Son momentos
dignos del más lacrimógeno anuncio de una ONG al uso (y no digo que no sean
necesarios o que su fondo no me parezca de lo más respetable) y que sientan
como una patada en el orgullo de una película como la que nos ocupa. Escenas
como esa comparten patronal estética con otras que plantean Puerto Rico como un
paraíso digno de un anuncio de Martini, tal vez con la intención de provocar el
contraste inherente a la convivencia del Puerto Rico de los riquísimos y el de
los paupérrimos, pero que igualmente se sustenta en un estereotipo que solo
podría haber funcionado si hubiese tenido lugar en uno de los dos lados (el
rico, que no deja de ser puro escaparate con una tortuga con la concha llena de
diamantes incluida) pero no en ambos.
Quedan, con todos los peros que un pesado como yo pueda poner,
momentos para el recuerdo: la epifanía, que yo recuerde ausente en la novela,
mediante una substancia a la que no se pone nombre (uno apostaría por LSD) que
tiene lugar después de su consumo delante de una mohosa pecera llena de
langostas y que lleva a Kemp a la reflexión de que “el ser humano es el
único animal que cree en Dios pero también el único que actúa como si ese Dios
no existiera” (una de las pocas hechas en voz alta en una película que afortunadamente no se pasa con la épica) y que lleva a Kemp a posicionarse finalmente de parte de los
que no tienen como defenderse si no lo hace alguien por ellos. O la primera
demostración, mucho antes en el metraje de la película, de un talento para
sacar a relucir las miserias de la clase media-alta americana (o occidental,
para el caso) que se iría convirtiendo en norma a medida que la carrera de
Thompson se fue afianzando.
Me refiero al punzante momento en el que el periodista describe con un
cinismo digno de aplauso a una pareja que ha ido a pasar sus vacaciones
fortificados en un hotel de Puerto Rico y que resulta de lo más revelador en
cuanto a las capacidades y intenciones de Robinson: ahí demuestra que es capaz
de hacer una película con una sombra de la grotesca textura que elevó la
añorada adaptación de Miedo y asco en Las Vegas a la categoría de film
de culto, cosa que no por casualidad tiene lugar cuando la voz de Thompson que
narra las imágenes que vemos también se vuelve más reconocible para sus
lectores. Podría equivocarme, pero muy bien podría ser la demostración
de que Robinson podría haber hecho la película que la crítica y público que le
ha dado la espalda esperaba recibir… pero de lo que abstuvo porque no era el
momento.
A pesar de no poder evitar estar dirigida desde el presente con toda la
información que se tiene de Thompson y quien acabó siendo desde su estancia en
Puerto Rico, es en ese instante cuando el director enseña sus cartas. Thompson
era excesivo pero no tanto por aquel entonces, como tampoco lo es su excelente
novela por mucho que así lo haga pensar a aquellos que no la hayan leído y sólo
conozcan a Thompson por su cacareada y cierta imagen de incombustible escándalo
público. La película se muestra visualmente “discreta” no por incapacidad, sino
por pura voluntad acorde con el momento vital del escritor que aún está por
adquirir la irreverente agresividad que pondría punto y final a su vida y lo
haría tanto o más famoso que sus propios y talentosos escritos. El resultado,
ligero (pero lejos del aire algo tontorrón de Where the Buffallo Roam
con Bill Murray en el papel de Thompson, que escribió el libreto del film y que
tiene más de curiosidad que de buena película) puede verse como un Hunter S.
Thompson algo aguado o “de sobremesa”, competente, muy entretenido y hecho con
indiscutible cariño por su protagonista y el material adaptado.
Título: The rum
diary. Dirección: Bruce Robinson. Guión: Bruce Robinson,
adaptando la novela escrita por Hunter S. Thompson. Producción: Christy Dembrowski, Johnny Depp, Tim
Headington, Graham King, Robert Kravis y Anthony Rulen para Dark & Stormy
Entertainment, FilmEngine, GK Films y Infinitum Nihil. Fotografía: Dariusz Wolski. Diseño de producción:
Chris Seagers. Montaje: Carol Littleton. Música: Christopher Young. Año: 2011.
Intérpretes: Johnny Depp (Paul Kemp), Amber Heard (Chenault),
Aaron Eckhart (Sanderson), Michael Rispoli (Sala), Giovanni Ribisi (Moburg), Richard Jenkins
(Lotterman).
[1] Hunter S.Thompson nació en
Louisville, Kentucky, en los EUA, en el año 1937 o 1939, según la fuente consultada, pero
por unanimidad “enfadado con el mundo”. Huérfano de padre junto con sus
dos hermanos, fue criado por su madre que le inculcó el gusto por la lectura y
la inquietud cultural. El joven Thompson pasó de ser un prometedor aspirante de
deportista a ser acusado y encerrado un fin de semana por robo, ser un habitual
en los bares y al consumo de tabaco, sumado a un problema de columna que le
provocaba una ligera cojera y que empeoró con los años. Abortada la posibilidad
de triunfar en el mundo de lo físico, Thompson se metió de lleno en su objetivo
de ser un gran escritor, primero como periodista y luego estudiando en la
Universidad de Columbia en un curso de escritura de cuentos. Numerosas cartas
de rechazo y una actitud poco dada a someterse a los dictados de otros mellaron
algo su ánimo y se lamió las heridas escribiendo más artículos periodísticos en
los que poco a poco iría alzando la voz hasta asentarse en Los ángeles del
infierno, artículo publicado en 1965 y base del libro del mismo nombre
publicado por Random House en 1966 (y aquí por Anagrama) hasta dar la campanada
en la revista Rolling Stone. Su reportaje por entregas sobre una carrera
de motociclismo que tenía lugar en Las Vegas acabó conformado su más célebre
trabajo; Miedo y asco en Las Vegas fechado en 1971 y publicado aquí por
Anagrama se convirtió en un clásico de la contracultura escrita. La adaptación
del libro-reportaje de la mano de Terry Gilliam, amada y odiada por unos
y otros pero memorable para todos, acercó a Thompson a una nueva generación de
lectores y hizo posible el film que nos ocupa ahora mismo. En 1970 escribió The
Kentucky derby is Decadent and Depraved (El derby de Kentucky es
decadente y depravado) puso los cimientos del Nuevo periodismo
capitaneado por Tom Wolfe y en concreto el estilo periodístico “Gonzo” ; mezcla
de realidad y ficción, objetividad y subjetividad en la que el periodista es
tanto narrador (y por tanto observador subjetivo) de lo que ocurre como
protagonista y afectado de la noticia. Volviendo al escritor en los setenta y
convertido en un icono de la vida extrema y fuera de la ley de la normalidad,
la encorvada figura de Thompson fue adquiriendo los tintes de un personaje
mítico del que nunca llegó a descabalgar. Algunos de los que lo conocieron
aseguran que la persona de Thompson desapareció engullido por su imagen pública
de bomba de relojería a punto de estallar y que fue en parte lo que limitó
(sumado a las drogas y los excesos, que pasan factura) la longitud de su obra
en sus últimos años de vida pese a que fue siempre muy respetado como analista
foráneo a los grandes conglomerados de comunicación de masas. El 20 de febrero
de 2005, físicamente deteriorado y dolorido por sus problemas de columna que
amenazaban con dejarlo casi inválido y por tanto con serias dificultades para
alcanzar la energía que su propia imagen pública le otorgaba y obligaba,
Thompson se suicidó disparándose en la cabeza con una de las muchas armas que
tenía en su casa, siendo estas una de sus grandes aficiones. Sus cenizas fueron
esparcidas según sus deseos: mediante un cañón de 20 metros de altura con un
enorme puño cerrado con dos pulgares (símbolo del Gonzo) en su extremo mientras
sus amigos y familiares celebraban una fiesta de despedida bajo él. Johnny Depp
fue el encargado de llevar a cabo el funeral de Thompson y poner los fondos
económicos necesarios para ello. Algunos aseguran que su marcha fue debido a
que no podía soportar ver a George Bush Jr. en el poder y vivir en el país del
que este era presidente, otros que fue su dificultad para escribir como él
quería o también, lo más probable, que alguien así no esperó a que su decadencia física le impidiera poder decidir sobre sí mismo. En cualquier caso, consiguió alcanzar un final acorde con sus deseos
y a la altura de su propia leyenda.
[2] Editado en 1998 (a pesar de
llevar escrito desde 1959) en los EUA al ser encontrado un primer manuscrito en
el sótano del hogar de Thompson por este y Johnny Depp durante la preparación
del film Miedo y asco en Las Vegas, y se publicó por insistencia de este
último. La traducción al español llegó a nuestro país de la mano de Anagrama en
el año 2002.
[3] Oficialmente Estado libre
Asociado de Puerto Rico, territorio no incorporado de los Estados Unidos de
América con estatus de autogobierno y situado al noreste del Caribe, a 2000
kilómetros de la costa de Florida y está rodeado por República Dominicana al
este y las Islas Vírgenes al oeste. De clima tropical goza además de un variado
ecosistema a pesar de su reducido tamaño. Los puertorriqueños son considerados
estadounidenses desde 1917 y tiene una constitución propia para el manejo de
asuntos internos, a pesar de lo cual sus leyes y decisiones gubernamentales son
revocables por el congreso estadounidense mediante una cláusula territorial. A
día de hoy y a decir del censo de los Estados Unidos, la mayoría de la
población está formada por blancos en un setenta por ciento, un veinte por
ciento de población mestiza y un uno por ciento de población afrocaribeña. Las
lenguas oficiales son el inglés y el español, siendo esta última de uso más
habitual.
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