martes, 27 de noviembre de 2012

HOWARD. UN NUEVO HÉROE


 Según parece, el cómic homónimo[1] que sirve más de inspiración que de base dramática a Howard. Un nuevo héroe tenía lugar, en gran parte, en la faceta más cotidiana de la vida. Howard, protagonista absoluto y pivote central de todas las tramas exhibidas en viñeta, es una criatura común de la clase media americana de 1976, año en que vio la luz el primer número del tebeo escrito por Steve Gerber y dibujado por Val Mayerick. Malcarado, fumador, bebedor y algo castigado por la vida, era también el elemento absurdo que destarotaba la cotidianeidad que servía de tónica general en las viñetas: Howard es, como se indicaba ya desde el título, un pato. Y no uno cualquiera, sino uno de metro y medio, lenguaraz y como hemos dicho con los hábitos propios de un humano cualquiera entre los muchos desastrados que convivían con él sin que, con alguna excepción, su aspecto no-humano resultara un problema.

Desgraciadamente no he tenido el placer de leer (aún) ninguno de los cómics en los que el Pato Howard (Howard the Duck, como se llamaba el tebeo original) evidencia con su sola presencia el  absurdo de la vida cotidiana. Aunque algo de eso, tremendamente dosificado, se cuela en las primeras imágenes de Howard. Un nuevo héroe, adaptación no sólo a la pantalla sino también a una determinada sensibilidad, público y estética cinematográfica (todos ellos elementos muy loables cuando no son enturbiados por la molesta sensación de estar supeditados a la rentabilidad del “producto”) del cómic de la mano de Willard Huyck bajo el padrinazgo de George Lucas como productor ejecutivo[2]. El film da comienzo, más que presentando a su protagonista, el mundo en el que vive que resulta muy similar en cuanto a funcionamiento al nuestro pero en el que todo lo que en aquí corre a cargo de los humanos ahora es, literalmente, una patochada. Pese al amablemente satírico inicio, la caricatura del hombre corriente termina repentinamente  cuando Howard es succionado, acompañado de su inseparable sofá en el que se derrumba para ver la tele cerveza en mano, por lo que después sabremos es un portal interdimensional que lo lleva a nuestro mundo en la actualidad, que en el momento de su estreno era 1986. O lo que es lo mismo en el mundo del cine americano: una jungla de neón, peinados imposibles y omnipresente música ochentera.

Si la absurda cotidianeidad que servía de estandarte al cómic en sus inicios se resquebraja con este salto de un planeta a otro, lo que sigue en la película opta por ensanchar la brecha tirando por el camino de en medio mostrando la adaptación de Howard a una vida que ya conoce por ser idéntica a la de su planeta pero que provoca una mínima sorpresa en los terrestres, y la fantasía más delirante que poco a poco se va adueñando de la función y acaba siendo lo poco que queda en la memoria del espectador adulto más allá de sus desaprovechadas posibilidades.
Todo ello, sobre el papel y tomando como máxima que una buena adaptación no implica una buena película o viceversa, es un buen punto de partida siempre que esté hecho con la garra y buen hacer que requiere un material de base tan prometedor como este, y no una manera de contentar a todo el espectro de público posible (empezando por el infantil que al crecer ha elevado la película al proceloso estatus de film de culto) y el contenido de sus bolsillos, que es lo que acaba por parecer.

Lo cotidiano, decíamos, viene en este caso entendido y marcado por la estética Hollywoodiense de los ochenta en su grado más depurado y reconocible, y se reduce a los cuatro clichés propios de la época (y no es que culpe a la década en sí, todas tienen sus estereotipos y al menos los de esta tienen su gracia) vaciados de toda motivación que no sea sustentar unas situaciones que se pretenden graciosas y la mayoría de las veces resultan involuntariamente risibles. Howard encuentra consuelo a su soledad y desamparo en un mundo extraño en Beverly (Lea Thompson, encarnando al único personaje del cómic junto con Howard que también aparece en la película) una joven cantante que lo acoge en su casa y acepta a su nuevo y palmípedo compañero de piso con una pasmosa rapidez.
Pero no se alarmen, porque el consuelo es puramente platónico; en una escena que parece abrir la puerta a una historia de amor de tintes zoofílicos resuelta con un casto beso, ejemplifica a las claras el que acaba siendo uno de los talones de Aquiles del guión de Howard. Un nuevo héroe: el plantear situaciones (o la película en su conjunto) resueltas de forma más que infantil, inofensiva, dando la sensación de que a cada planteamiento mínimamente interesante o transgresor que el desarrollo la trama, plagada de instantes con ese potencial, pueda ofrecer en su vertiente cotidiana (que a fin de cuentas es el suelo dramático sobre el que sustentar todo lo demás) se toma la salida más fácil propia de un manual de escritura de guión que no respeta la coherencia interna de un film que pide a gritos un libreto al que le falta la ácida pegada a la que podría aspirar y merecer pero que prefiere revolcarse en los lugares comunes de un cine en el que no acaba de encajar. Lo absurdo (que aquí se confunde con gracioso) de la idea  inicial se estira hasta deshacerse en un continuo de situaciones chistosas que a veces tienen gracia por su desfachatez para con el espectador pero hace difícil disfrutar algo más allá de ese algo tontorrón sentido del humor y menos aún empatizar con alguno de los personajes que pueblan la película, demasiado cinematográficos como para no necesitar una psicología de fondo que provoque la adhesión que tendrían por sí solos si fuesen realistas, y rematadamente planos a pesar de los esfuerzos de unos actores que parecen habérselo pasado como niños durante el rodaje del film, que pronto toma una dirección diferente a la de su origen tebeístico, más acorde con la inserción de elementos fantasiosos que por lo visto fueron apareciendo en el cómic con el paso del tiempo.

Así las cosas y vista la pobreza de la parte digamos “dramática”, resulta gratificante el esperanzador sentido de la fantasía que poco a poco se adueña de la película y que permite a sus responsables hacer del film un espectáculo que arrincona por completo cualquier otra intención que no sea distraer al respetable a base de elaborados fuegos de artificio. Pero pese a que comparativamente esta otra vertiente de la película es mejor en cuanto a resultados se refiere, por más libre y hacer de pegamento entre escenas que por su comentada falta de coherencia interna sólo pueden ser resueltas de la forma más peregrina, que la dramáticamente más interesante comentada algo más arriba, tampoco es para echar campanas al vuelo. El guión, que regurgita todos los giros argumentales y tonales que dio el personaje en los cómics, pone sobre la mesa la aventura de Howard en el mundo humano se ve pronto infestada de demonios de otra galaxia, peleas (a base de quak-fu…) y viajes a otras dimensiones que resultan más entretenidas que interesantes, estando los mayores esfuerzos de la película volcados en los efectos especiales que dan cuerpo a seres de otro mundo o al propio protagonista con resultados muy superiores a cualquier otro aspecto del film.

Desde el maquillaje de uno de los personajes, el interpretado por un divertidamente pasadísimo Jeffrey Jones, poseído por una maligna fuerza de naturaleza extraterrestre que hará su aparición mediante una desarmante pero sofisticada animación stop motion hasta el mismísimo Howard[3] que se convierte en un personaje más, y probablemente el más expresivo de todos ellos ya sean humanos o no ( y al que sólo puede reprochársele un brillante y un punto repulsivo pico naranja unos ojos azules que se pretenden realistas y cálidos pero a la postre resultan más bien inquietantes) es ahí donde el film da su pírrico puñetazo sobre la mesa. Menos mal, porque la presencia de Howard (en realidad un disfraz por el que pasaron hasta seis actores diferentes), más que conseguida y lo mejor de la película, es imprescindible cuando se trata de hacer creíble una situación que es la base de toda la película y que cuando comparte plano con seres humanos resulta todo lo verosímil que pueda pedirse convirtiendo en algo natural lo rematadamente absurdo de la premisa, haciéndola lo más (y casi lo único) divertido de un área del film que convive con la otra, mucho más exagerada y con sus cimientos en la más anárquica fantasía pura y dura.
Sobre el papel la combinación de ambos tonos es relativamente efectivo ya que pese a lo débil de la parte menos fantasiosa ambas se complementan bastante bien tapándose mutuamente sus numerosos defectos, pero es al verse en pantalla cuando se echa de menos otro elemento que hunde definitivamente la película en los discretos resultados finales que da como saldo: una atmósfera que dé unidad y sentido de la maravilla o de lo bizarro a una base escrita surrealista que una vez más se ve desaprovechada, esta vez  por una forma que no consigue hacerse eco de los cantos de sirena que se dan, con todas sus interrupciones, desde el guión.

Si en las escenas nocturnas, que son mayoría, el film se beneficia y más o menos se sostiene por la estética propia de la década a la que pertenece que le da una muy tenue personalidad (que en el fondo no es intencionada sino que responde a los parámetros ochenteros antes mencionados) concentrada sobretodo en la música y la iluminación, la cosa cae en picado cuando la acción tiene lugar en pleno día. La planificación tiene como constante la absoluta parquedad de todo lo que vaya más allá de desplegar los efectos especiales, aunque no le van a la zaga los demás elementos que podrían poner el pabellón cinematográfico de la película (aunque sólo sea un poco) más alto. La puesta en escena es tremendamente pobre pero tiene la ventaja de que en los momentos que la película pretende ser seria, resulta hilarante. Lo que desde luego no la hace mejor película (todo lo contrario) pero sí una experiencia más ligera de lo que podría ser y acaba siendo en las escenas de acción que es donde Howard. Un nuevo héroe revela todas sus carencias simultáneamente.
Cuando escenas como una persecución en ala delta se hacen interminables y el espectador acaba dándose cuenta de que no sólo es por la falta de ritmo de la secuencia sino porque ha llegado un punto en el que le da igual la suerte que puedan correr los protagonistas, el que la película haga aguas es inexcusable por parecer más fruto de la pereza que de escasez de recursos. La falta de emocionalidad de un guión castrado y sin dobleces reducido a un chiste, combinada con la poca pericia de Huyck como capitán de la irreductible cáscara de nuez en medio de una tormenta de posibles que acaba siendo el film provoca en sus peores momentos el aburrimiento y en los mejores la risa condescendiente ante lo psicotrónico del film que toca techo en sus momentos más presuntamente trascendentales.

Viendo Howard. Un nuevo héroe uno no puede dejar de pensar que habría sido de tan suculento material (¿Por qué no se hacen remakes de películas tan mejorables como esta y se deja en paz a las que difícilmente pueden superarse?) en manos de gente como Terry Gilliam o el Tim Burton de la década de los noventa, que sin duda habrían pergeñado un film igualmente rupturista con su modelo original en papel, pero con  irreverente oro puro cinematográfico como resultado. Todo lo que esta frustrante película desgraciadamente y pese a la simpatía que pueda despertar no logra ser, quedándose en pura pólvora mojada que promete mucho más que lo que acaba ofreciendo. Una lástima.

Título: Howard the duck. Dirección: Willard Huyck. Guión: Willard Huyck y Gloria Katz basándose en los personajes creados por Steve Gerber en el comic Howard The Duck propiedad de Marvel Comics. Producción: Gloria Katz y Robert Latham Brown. Fotografía: Richard H. Kline. Montaje: Michael Chandler. Música: John Barry. Año: 1986.
Intérpretes: Ed Gale, Tim Rose, Steve Sleap, Peter Baird, Mary Wells, Lisa Sturz y Jordan Prentice (Howard), Chip Zien (voz de Howard), Lea Thompson (Beverly), Jeffrey Jones (Dr. Walter Jennings), Tim Robbins (Phil Blumburtt).


[1] Howard The Duck, o Howard el Pato a partir de aquí apareció por primera vez bajo el techo de la Marvel Comics en el número 19 del cómic Adventure into fear, protagonizado por La cosa y con Howard como personaje secundario, posición que repetiría antes de ganarse su propio cómic, el primer Howard The Duck fechado en 1976 siempre con Steven Berger como guionista y alma Mater del proyecto que iba siendo ilustrado por diferentes dibujantes. Berger veía al personaje como a alguien tan vulnerable física y emocionalmente como cualquier ser humano centrándose, pese a algunas tramas que parodiaban los lugares comunes del cine y el cómic fantaterrorífico, en ese aspecto y en el resultado de integrar a alguien que es físicamente un pato pero se comporta como un americano medio en un entorno puramente costumbrista. El cómic pasó por varias etapas, algunas de ellas muy polémicas en lo que a derechos de propiedad intelectual se refiere, en color y en blanco y negro, variando y engrosando una mitología en principio ausente pero que explicaba los orígenes extraterrestres de Howard, tal y como recoge la película, y lo enfrentaba a más y más criaturas ajenas a la vida terrestre para desagrado de su creador original… que según se dice no quedó demasiado satisfecho con la adaptación cinematográfica de su preciada creación.
[2] Lucas vio posibilidades a un proyecto basado en el cómic tras rodar American Grafitti , escrita y producida por Willard Huyck y Gloria Katz que acabarían dirigiendo, escribiendo y produciendo la adaptación. Inicialmente se pensó en llevarla a la pantalla como película de animación, pero una cláusula contractual con los distribuidores que obligaba a Lucas a estrenar una película de acción real que contase con su participación lo inclinó a rodarla mediante los efectos especiales que su empresa Light and Magic pudiese proveer. El guión tomó como base el cómic Duckworld en el que tenía lugar en el planeta natal de Howard tal y como se ve en la película, rebajando hasta desterrarlos los elementos más costumbristas de la trama y suavizando el carácter del personaje para hacerlo más agradable a ojos del público. Un rodaje accidentado debido a la dificultad de lograr un nivel aceptable de credibilidad con los efectos especiales fue el primero de una serie de problemas organizativos que se esgrimieron como posible causa al relativo fracaso en taquilla (recaudó alrededor de un millón más de lo que costó) de la película y la mala acogida por parte de la crítica, además de acabar en el siempre involuntariamente disputado podium de las peores películas de la historia del cine.
[3] Su aspecto presuntamente angelical remite de forma bastante evidente al del Pato Donald. No por casualidad Marvel Comics tuvo un litigio con Walt Disney Company (curiosamente ahora propietaria de Marvel) por el plausible parecido existente entre el segundo de a bordo después de Mickey Mouse en la cartera animada de la todopoderosa compañía y el Pato Howard. A modo de solución, los dibujantes embutieron a Howard en unos pantalones cortos que lo diferenciaban de la más despreocupada vestimenta de Donald y incluyeron una trama en uno de los números de Howard the Duck en que el pato protagonista tenía un problema con una asociación en pro de la decencia que reprobaba su costumbre de pasearse en cueros (o plumas) por la calle… y en el que se solucionaba el problema de idéntica forma.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

RED STATE

 Los paradójicamente llamados Estados Rojos son aquellos de los Estados Unidos de América que tienen entre su población una mayoría electoral que da apoyo con su voto al Partido Republicano. En ellos, si hacemos caso a las estadísticas de un país en el que la mayoría de su población no se acerca a las urnas ni por accidente vive la más conservadora de las Américas con sus miedos y anhelos a un Dios que castiga a los impuros y vigila a los justos, sus indestructibles y destructoras unidades familiares, sus clanes y su libertad de armas típicamente americana con la que pueden proteger todos esos principios y ahuyentar a cualquiera que pretenda perturbarlos con su presencia[1].
Tres chavales aparentemente alejados de tan pernicioso conglomerado político-ideológico (y religioso) a pesar de vivir en el mismo territorio, intentan huir de su rutina y inopia sexual contactando con una mujer madura oriunda del mismo estado que les promete sexo exento de pago y compromiso una noche de sábado. Al llegar a la caravana en la que la mujer los ha citado por Internet, matiza su proposición: si quieren practicar el sexo con ella deberán hacerlo los tres a la vez. Las calenturientas hormonas de los adolescentes se sobreponen a los reparos iniciales y, al aceptar la inesperada cláusula, firman su sentencia.

A Kevin Smith, director de Red State, se le recuerda y celebra con justicia por su habilidad con la palabra escrita puesta en boca de unos actores que el director de Nueva Jersey maneja con facilidad. Desde su mítico debut en 1994 con Clerks, pasando por Persiguiendo a Amy hasta ¿Hacemos una porno? Smith ha basado gran parte de su filmografía en bustos parlantes filmados con funcionalidad que gastan su verborrea en hablar de sexo sin tapujos, conflictos de madurez en la treintena, relaciones sentimentales, cómics y La guerra de las galaxias.
La palabra es la gran arma, y tan sólo una de ellas, de las que hace gala Abin Cooper; pastor ultraconservador de una parroquia a la que trata como borregos mientras despierta en ella a los lobos que todo hombre y mujer puede llegar a ser y el más importante y articulado de los personajes que pueblan Red State. Pero a diferencia de personajes parlanchines anteriores de la filmografía del realizador de Mallrats, la magnética figura de Cooper gasta una siniestra retórica en las antípodas de la ideología de su creador, puntal de la película como nunca anteriormente en su cine, sin ningún rastro de sentido del humor o de referencias a la cultura popular. Cooper, decíamos, es un fanático, un iluminado que espera como agua de Mayo la llegada de un Apocalipsis que barrerá de la faz de la tierra todo lo que es corrupto a sus (y a Sus) ojos y salvará a sus elegidos: la temerosa iglesia del Pastor de aspecto beatífico y lengua venenosa que como aquel rechaza y ansía castigar a todos los que ofenden al Dios del Antiguo Testamento.

Lo primero que llama la atención de Red State es su beligerancia sin ambages. Si la verborrea es uno de los signos de identidad del cine de Smith, no lo es menos la poca sutileza que gasta para llamar las cosas por su nombre. Esta película no es una excepción, como podrá ver cualquiera que pase de los primeros veinte minutos de metraje. Si en una de las escenas iniciales se pone de relieve la peligrosa combinación de fanatismo religioso amparado en la libertad de expresión con la libertad de tenencia de armas en voz alta por parte de una maestra de instituto, el resto del film es la demostración de la afirmación anterior saltando de un fanatismo a otro, religioso o no, que se retroalimenta y aplasta a los desgraciados que se encuentren en medio. Pero lo que es nuevo, o hasta ahora se había dado con cuentagotas en el cine de Smith, es que ese contenido en los diálogos no termine ahí, y se extienda por todos los demás aspectos de la película. La forma nunca ha sido el fuerte (ni aparentemente del interés) de Kevin Smith que como decía se ha hecho un nombre filmando bustos parlantes, pero en Red State la realización no sólo recoge lo que se dice sino que lo potencia dotando a la película de una atmósfera inaudita en su cine, imprescindible para conseguir la tensión necesaria que requieren determinadas escenas y también respaldar la denuncia que se cuece en el guión pero que de no ser por la puesta en escena del resultado final sería un panfleto poco efectivo por ser poco turbador o amenazante.

La planificación de Red State no parece planteada de forma digamos “narrativa” respaldando o rechazando mediante un orden de planos determinado lo que cuenta en el papel (me atrevería a decir que sólo uno de los planos del film tiene un valor narrativo, aquel en el que el agente Keenan muy bien interpretado por John Goodman es mostrado desde detrás de una verja expresando el imposible dilema moral al que se ve empujado y que lo “atrapa” como muestra la planificación), sino más bien con una intención “atmosférica” a caballo entre el cine de acción más seco en su manera de mostrar la violencia y el cine de terror, con el objetivo (logrado) de provocar emoción en el espectador. 
No es sólo el sudor, la mugre y la sangre de las víctimas y los verdugos las que colaboran a dotar de mala vida al film, sino los escabrosos detalles que se van sembrando por la película: detalles de puesta en escena como el hecho de que entre los parroquianos de Cooper haya niños que no alcanzarán los ocho años y que da una idea de la cerrazón de los que ahí viven hasta el punto de comer, dormir, fornicar y dar a luz (y nacer y crecer y así sucesivamente) en territorio Cooper sin nunca salir de su área de influencia, la ejecución de un hombre que creen homosexual al que después de asesinar se cubre con un plástico para que su sangre no infecte a ninguno de los feligreses, la posición de la cámara, el fuera de campo que provoca la sorpresa que un guión competente pero no demasiado original es incapaz de aportar, o el uso del montaje en paralelo y el sonido que compone una suerte de banda sonora de tonos graves sin ningún tipo de armonía que potencia sin subrayados dramáticos la tensión general del film hasta su punto culminante en que se llega a una imposible situación que hace dudar al más pintado… y que no revelaremos aquí[2].
La ominosa atmósfera creada por todo lo anterior se complementa con el aspecto de unos actores bien caracterizados y con un físico por lo general lo bastante alejado de las pasarelas de modelos que de un tiempo a esta parte parecen haber ocupado el lugar de las personas de carne y hueso en el cine actual como para resultar cercanos y creíbles, y por lo tanto dignos miedo, estima o compasión. Uno de los puntos fuertes de Smith ha sido desde siempre la dirección de actores y aquí consigue sacar partido de los más jóvenes en instantes emocionalmente cargadísimos, por no hablar de los mayores con un magnífico John Goodman que se alzaría con la mejor interpretación del film de no ser por el actor que encarna al nocivo Abin Cooper[3]: Michael Parks.
Parks consigue insuflar fascinación a una oratoria de contenido tan peligroso como antediluviano y a un físico apacible sólo traicionado por la desafiante locura que se desprende de su condescendiente mirada. El respeto que provoca su figura cada vez que entra en escena, ayudado por tomas en contrapicado que lo imbuye de superioridad hace comprensible el miedo que produce en cualquier persona razonable que se cruce en su camino y la atracción que sus palabras provocan en sus fieles.

Y cuando esas palabras terminan y la furiosa puya ideológica de Smith empieza a girar sobre sí misma atrapada en su absoluta falta de matices o desarrollo, entra la artillería: un interminable tiroteo que decide el futuro del Clan Cooper y sus prisioneros y que entretiene y inicialmente perturba pero acaba por acostumbrar por su longitud, restando algo de pegada a una tesis que se salva de agotarse cuando Smith traspasa las sangrientas acciones justificadas por las ideas al bando (presuntamente) laico y la denuncia traspasa las barreras de la Iglesia. Los pobres desgraciados atrapados entre la mano de Dios y la del lado más siniestro del Estado acaban siendo aplastados por un grupo de gente que se protege de sus responsabilidades más básicas bajo el paraguas de que sólo están cumpliendo órdenes de una entidad superior, ya sea Dios o un mandato legal. La áspera violencia que se ve en pantalla no es tan desagradable por su sequedad como por su implacabilidad cuando es ejecutada, como el film de Smith no es tanto ,que también, una crítica sin paliativos al fanatismo religioso y a aquellos que escurren el bulto detrás de la Autoridad, sea la que sea, como una desesperada y lúcida súplica a la razón y la responsabilidad (reforzada por el hecho de no contar con un protagonista definido con el que poder simpatizar con lo que la sensación de desamparo es mucho mayor) y que sólo muy al final cae en lo discursivo. Afortunadamente, cuando esto ocurre y pese a que es demasiado forzado está hecho con una inteligente sobriedad formal y resulta tan puntual que no molesta demasiado en un conjunto en el que el interés nunca desaparece.

Es uno de los escasos momentos, junto con algunos innecesarios subrayados (como ese feo flashback en blanco y negro que deja totalmente clara la intuida felación que un joven propina a un policía cuyo testimonio podría salvar la vida de los chicos) en un film que juega sus bazas, sencillas sobre el papel en cuanto va dirigida a un público convencido de la visión de la película sobre los temas que trata pero turbador en su  ligero pero contundente resultado final. Su falta de aristas en su denuncia de un preocupante cierto estado de las cosas sobre el papel se compensa al estar plasmada de una manera lo bastante terrenal como para no resultar un film aleccionador, gracias al brío audiovisual que se basta de sí mismo para que la película no tenga la necesidad de tomarse más en serio que lo que sus imágenes dan a entender. De muestra un botón, la festiva canción country que pone punto final a la película después de que Abin Cooper reciba la puntilla que los detractores de Smith le depararon durante años: ¡Cállate de una puta vez!.

Título: Red State. Dirección y guión: Kevin Smith. Producción: Jonathan Gordon. Fotografía: David Klein. Dirección artística: Cabot McMullen. Montaje: Kevin Smith. Año: 2011.
Intérprete: Michael Parks (Abin Cooper), John Goodman (Joseph Keenan), Michael Angarano (Travis), Kyle Gallner (Jarod), Melissa Leo (Sarah), Stephen Root (Sherriff Wynan).



[1] Como decía, sólo si hacemos caso de las estadísticas al respecto y desde un punto de vista electoral. Tanto algunos periodistas como Presidentes electos han denostado tan maniquea y sesgada visión del territorio Norteamericano asentado desde las elecciones presidenciales del año 2000, siendo sus seguimientos estadísticos mapas estatales divididos cromáticamente entre los estados de mayoría republicana (de color rojo) de los de mayoría demócrata (de color azul).
[2] Existió sobre el papel un final alternativo al que culmina Red State tal y como acabó siendo la película. En él (y les recomiendo que dejen de leer si no quieren saber demasiado sobre el film en caso de que no lo hayan visto todavía), el Clan Cooper, tras salir de su refugio a la espera de la Ira de Dios, se enfrenta a Keenan, pero de pronto sus pechos revientan. En cuestión de segundos hasta los SWAT perecen de la misma manera inexplicable, Keenan se echa a tierra intentando protegerse de la amenaza invisible y cuando alza la mirada ve como el último de sus hombres ha sido ensartado por la descomunal espada del Ángel de la Muerte. El Ángel se aproxima a un Keenan petrificado y le pone un dedo sobre los labios en señal de aviso: será mejor que guarde silencio. El Ángel alza el vuelo y desaparece mientras los Cuatro Jinetes del Apocalipsis descienden del cielo en su lugar…
[3] Cuya fuente de inspiración proviene de un fanático de carne y hueso: Fred Waldron Phelps, líder de la Iglesia Bautista de Westboro, grupúsculo religioso con sede en la propia casa de Phelps (en la que se cuentan unos cien miembros, de los que entre el 80 y el 90 % tienen lazos familiares con Phelps) en Topeka (Kansas) y que funciona independientemente a cualquier otra organización religiosa. Sus puntales ideológicos de raíces religiosas son una homofobia exacerbada (según asegura Phelps Dios odia a los homosexuales que en su muerte arderán en el infierno en compañía de las almas que los hayan defendido o siquiera ignorado pacíficamente en vida), el machismo hasta la violencia física, el racismo y en definitiva la represión más profunda de todo lo que tenga que ver con la sexualidad o cualquier otra cosa fuera de lo admitido por la más cerrada de las lecturas de las Sagradas Escrituras. Entre sus actividades se cuentan la interrupción y sabotaje de entierros de homosexuales, incluyendo los más tristemente célebres de militares caídos en combate como puede verse en el film de Kevin Smith que en las antípodas de la fe de Phelps es un creyente sensato. Además de lo anterior, hay que sumar los intentos de prohibición de besuqueos entre alumnos en campus universitarios o asegurar que tanto los atentados del 11-S en Nueva York o el rastro de destrucción causada por el Huracán Katrina son en realidad designios de Dios enviados como castigo contra una América que tolera los homosexuales en sus territorios… Si quieren más información, además de la que puede encontrarse escrita en la Red, pueden hacerse una somera idea de los principios de Phelps y su Clan en estos enlaces: http://www.youtube.com/watch?v=W0PN5I-WN3A o http://www.youtube.com/watch?v=Y-sN9fo3EFQ&feature=fvwrel (este último en inglés) entre muchos otros.

jueves, 15 de noviembre de 2012

AMANECE, QUE NO ES POCO


 Los habitantes de Amanece, que no es poco sólo existen en la imaginación de su creador Jose Luís Cuerda. No así el pueblo en el que viven, un lugar apacible lleno de casitas blancas, callejuelas adoquinadas que suben y bajan, con su iglesia, su ayuntamiento, sus guardias civiles bajo sus tricornios, sus campesinos que van a trabajar a sus huertos flanqueados por olivos y sus misas de domingo. Sabemos que este es un pueblo típicamente español, aunque nunca se mencione ni el nombre del lugar[1] ni el estado al que pertenece, y Cuerda ya nos advierte desde el principio que no nos lo va a explicar: las primeras imágenes del film nos muestran un cutre espacio sideral que poco a poco vamos dejando atrás hasta darnos de bruces con el planeta Tierra, traspasar unos oscuros nubarrones y de pronto hallarnos frente a un rebaño de cabras en primer plano con el pueblo protagonista al fondo bajo la oscuridad nocturna. Entonces Cuerda nos acerca aún más al pueblo por un corte de montaje y además nos lo muestra de día. Podría ser un sencillo salto temporal o un improbable error de coherencia fílmica, pero su brusquedad queda al poco completamente integrada en el resto de la película. Aquí no hay errores de coherencia fílmica que valgan, sencillamente Amanece, que no es poco sigue su propio camino, más amplio y libérrimo que en su predecesora Total de la que es más una prolongación que una secuela, con su propia lógica y su absurdo como orgullosa y única bandera que corroe el costumbrista y castizo ambiente rural en que tiene lugar la acción.

Sus moradores nos ponen en la inestable situación: la misa de los domingos se celebra cada día, los niños aprenden sus lecciones a base de cantarlas como si fuesen un coro gospel, en las elecciones se eligen además del alcalde, también la puta y el tonto del pueblo, los guardias civiles obligan a los borrachos del pueblo a que beban para poder ganarse ese nombre… Y hay más, mucho más, todo ello completamente absurdo y sin pies ni cabeza. Pero no estamos ante un pueblo de locos sino en un auténtico universo de bienintencionados dementes; incluso los que vienen de más lejos, como un grupo de estudiantes llegados de Eaton (capitaneados por un divertido Gabino Diego de acento imposible) que quieren aprender las costumbres del pueblo para poder ser líderes mundiales y acceder al poder omnímodo o un padre y su hijo (Antonio Resines y Luis Ciges respectivamente) que también vienen de los Estados Unidos en una moto con sidecar, comparten el mismo grado de locura propia y resignación hacia la de los demás de la que hacen gala los pueblerinos. Se preguntarán entonces cuál es el argumento de la película y cuáles son los conflictos que espolean a estos personajes, y la respuesta es lo que han podido leer hasta el momento: no existe, o al menos no desde un punto de vista de progresión, de causa efecto o de una división en tres actos que por lo general alimenta el llamado cine “convencional”. Y pese a no pertenecer a tan reduccionista (y insuficiente) categoría, afortunadamente tampoco estamos ante una película “intelectual” o con algún tipo de pretensión que pueda justificar la adhesión o el rechazo del espectador que pueda poner palos en las ruedas a su objetivo último: el hacer reír. Los protagonistas de este film coral más por vivir en el mismo espacio que por que sus historias se relacionen en un todo unitario son, además de una equilibrada panda de lunáticos en tierra, tremendamente eruditos y cultos adoradores del escritor norteamericano William Faulkner. Su elaboradísima forma de hablar les hace explicar cualquier problema que puedan tener a sus contertulianos de una forma tan transparente como lo es la realización de Cuerda respecto al guión escrito por él mismo.  Y eso nos lleva al que para algunos cinéfilos de manual es uno de los pecados del film, que su comicidad es puramente verbal y esporádicamente visual; la mayoría de chistes y situaciones absurdas que más que vestir son el cuerpo de la película vienen de las amablemente demenciales conversaciones que tienen los del pueblo entre ellos, reservando los esporádicos gags visuales al lado más absurdo de la película: gente que crece en el suelo y que poco a poco van saliendo hasta poder dejar sus raíces atrás y andar por las calles como uno más o una incendiaria flatulencia son dos de las pocas ocasiones en que el gag visual se sobrepone a la verborrea que inunda todo lo demás.

La falta de elementos visuales que ya se da desde el guión se traspasa también a su plasmación en imágenes; la película de Cuerda no tiene atmósfera pese a estar hecha de forma competente y su planificación y puesta en escena es puramente funcional, sin intencionalidades dramáticas ni de ningún otro tipo. Pero ello no es un problema, sino más bien al contrario: una atmósfera habría probablemente conferido un tono mágico o cercano a los dibujos animados que habrían esterilizado la comicidad del film a base de ahogarla de sentido de la maravilla, la habrían codificado en un corsé que gracias a la neutralidad (voluntaria o no) de Cuerda habría dado un saldo mucho menos divertido. Y la planificación, tal y como está planteada, lo hace todo mucho más frontal y ridículo, con lo que resulta mucho más cómico al apoyarse casi exclusivamente en el guión y sobretodo en los buenos y numerosísimos actores que recitan las absurdidades escritas por Jose Luís Cuerda -lejos de su imagen de director “serio” (que por lo visto y según algunos es lo mismo que un director que trata con material dramático) con películas igualmente “serias” como la estupenda La lengua de las mariposas- con una hilarante impasibilidad durante las casi dos horas de metraje.
Su duración combinada con su agradecida falta de densidad es quizás el talón de Aquiles de la película, invertebrada y amorfa en su fondo, ya que su interés radica en la gracia que a uno puedan hacerle la catarata de amables e irreverentes gags de la que hace gala y que pese a que van avanzando nunca durarían más de diez minutos si se hiciesen de corrido y sin ser intercaladas las unas con las otras. La colección de sketches que Cuerda pone a funcionar todos a la vez es bastante irregular y no siempre tienen gracia (aunque cuando la tienen como cualquiera de los que tenga como protagonista a un suicida frustrado, pueden llegar a tener mucha) pese a contar con la gran red de seguridad de que son tantos que tarde o temprano alguno acaba por cosquillear en el sentido del humor del espectador.

El gran mérito de Cuerda es, en este sentido, el haber conseguido una comedia químicamente pura que echa por tierra el sobado y dudoso lugar común que asegura que las buenas comedias son aquellas que tienen un poso amargo que sustenta su humor. No es así en el caso de Amanece, que no es poco en el que hasta los resortes dramáticos que habitualmente provocan situaciones cómicas son nulos o están planteados desde una óptica hilarante. Por no haber ni siquiera hay un pobre conato de realidad; antes he comentado la aparición de personajes foráneos al pueblo tan enloquecidos como los que allí viven con lo que no hay en el film nada parecido a lo que entendemos como un punto de vista “normal” (si es que tal cosa puede existir) desde el que mirar al resto de personajes. Ese es trabajo del espectador que asiste al espectáculo sin casarse con nadie por la impermeabilidad del film a que uno pueda empatizar con alguno de los que aparecen en él. Una de las apariciones más recurrentes es la de un hombre que le pregunta a cualquiera que se cruza con él si le cambia el personaje que interpreta dentro de la película, pero ello es extensible a los demás ya que aquí cualquiera podría ser cualquier otro porque crear un personaje es dotarlo de un peso que por lo general sólo otorga el drama que en esta película hace el mutis por el forro. El guión, en definitiva, es tanto el rasgo más distintivo como también el más arriesgado de la película que se juega a todo o nada el beneplácito del espectador: o hace gracia o no la hace, pero no hay medias tintas posibles a cada chiste que hace avanzar el metraje (que no la película, que se dedica a dar vueltas sobre sí misma) un poco más.

El film de Cuerda es y será recordado más que por sus cómicas virtudes, que ocasionalmente las tiene, por su radicalidad que la erige en un islote dadaísta en su propuesta dentro de un cine español que acostumbra a concretar sus comedias en la imagen más miserable que se puede tener de su propio país. La absurdidad, que no parodia de Total , madura en Amanece, que no es poco , la mejor de la trilogía que finalizaba con su secuela Así en el cielo como en la tierra[2] en 1995 en las que el mismo director se sirve de los mismos recursos con similares resultados aunque el cierre de la trilogía cuente con una estructura más redondeada (o estructura a secas, visto lo visto)… Su irreverente y despreocupado espíritu sólo halló su eco más adelante en el campo de la televisión, en un enérgico regreso en términos Pop del espíritu de los filmes de Cuerda con La hora chanante y Muchachada Nui[3]. Su naturaleza de conseguida anomalía y la gracia de una parte de sus chistes elevan la película, pequeña pero efectiva y loable, a un justo estadio de culto[4] y a un posible camino del humor español que desgraciadamente, y pese al éxito en taquilla que obtuvo en su día, sólo ha encontrado en un reducido pero esperemos que irreductible su grupo de herederos.

Título: Amanece, que no es poco. Dirección y guión: Jose Luís Cerda. Producción: Jaime Borrell, José Miguel Juárez y Antonio Oliver. Fotografía: Porfirio Enríquez. Montaje: Juan Ignacio San Mateo. Música: José Nieto. Año: 1988.
Intérpretes: José Sazatornil “Saza” (Cabo Gutiérrez), Antonio Resines (Teodoro), Luis Ciges (Jimmy), Pastora Vega (Labradora), Ovidi Montllor (Pascual), Chus Lampreave (Álvarez), Samuel Claxton (Nge Ndomo), Manuel Alexandre (Paquito), Fernando Valverde (Intelectual), Miguel Rellán (Carmelo) , Rafael Alonso (Alcalde), Queta Claver (Doña Remedios), Aurora Bautista (La Padington), Gabino Diego (Estudiante americano), Guillermo Montesinos (Suicida frustrado).



[1] En realidad son las localidades de Aýna, Liétor y Molinicos, en el Albacete de nacimiento del realizador. La subterránea fama de la película ha llevado a asociaciones gubernamentales y civiles a crear rutas turísticas por los lugares y calles en los que tuvo lugar el rodaje de Amanece, que no es poco.
[2] Comedia de tintes teológicos que se validaría por uno solo de sus múltiples puntos fuertes presentando a Fernando Fernan Gómez en un papel a su medida, el de ¡Dios!.
[3] Me resisto a incluir a Javier Fesser y su El milagro de P. Tinto, mucho más cercano a la estética propia de los dibujos animados y el tebeo que al absurdo costumbrismo del film de Cuerda aunque comparta algo de su espíritu irreverente. También, en una vertiente mucho más oscura y biliosa, podríamos enmarcar el corto de Álex de La Iglesia Mirindas asesinas, aunque la mala baba y la violencia del cortometraje llevado a puerto por el bilbaíno lo sitúe en una categoría paralela pero por eso mismo diferente a Amanece, que no es poco.
[4] Además de las mentadas excursiones por los parajes en los que tuvo lugar la filmación de la película, hay que añadir los clubs de fans y los irredentos admiradores del film conocidos como “amanecistas”.