Los
paradójicamente llamados Estados Rojos son aquellos de los Estados Unidos de
América que tienen entre su población una mayoría electoral que da apoyo con su
voto al Partido Republicano. En ellos, si hacemos caso a las estadísticas de un
país en el que la mayoría de su población no se acerca a las urnas ni por
accidente vive la más conservadora de las Américas con sus miedos y anhelos a
un Dios que castiga a los impuros y vigila a los justos, sus indestructibles y
destructoras unidades familiares, sus clanes y su libertad de armas típicamente
americana con la que pueden proteger todos esos principios y ahuyentar a
cualquiera que pretenda perturbarlos con su presencia[1].
Tres chavales
aparentemente alejados de tan pernicioso conglomerado político-ideológico (y
religioso) a pesar de vivir en el mismo territorio, intentan huir de su rutina
y inopia sexual contactando con una mujer madura oriunda del mismo estado que
les promete sexo exento de pago y compromiso una noche de sábado. Al llegar a
la caravana en la que la mujer los ha citado por Internet, matiza su
proposición: si quieren practicar el sexo con ella deberán hacerlo los tres a
la vez. Las calenturientas hormonas de los adolescentes se sobreponen a los
reparos iniciales y, al aceptar la inesperada cláusula, firman su sentencia.
A Kevin Smith,
director de Red State, se le recuerda
y celebra con justicia por su habilidad con la palabra escrita puesta en boca
de unos actores que el director de Nueva Jersey maneja con facilidad. Desde su
mítico debut en 1994 con Clerks,
pasando por Persiguiendo a Amy hasta
¿Hacemos una porno? Smith ha basado
gran parte de su filmografía en bustos parlantes filmados con funcionalidad que
gastan su verborrea en hablar de sexo sin tapujos, conflictos de madurez en la
treintena, relaciones sentimentales, cómics y La guerra de las galaxias.
La palabra es
la gran arma, y tan sólo una de ellas, de las que hace gala Abin Cooper; pastor
ultraconservador de una parroquia a la que trata como borregos mientras
despierta en ella a los lobos que todo hombre y mujer puede llegar a ser y el
más importante y articulado de los personajes que pueblan Red State. Pero a diferencia de personajes parlanchines anteriores
de la filmografía del realizador de Mallrats,
la magnética figura de Cooper gasta una siniestra retórica en las antípodas de
la ideología de su creador, puntal de la película como nunca anteriormente en
su cine, sin ningún rastro de sentido del humor o de referencias a la cultura
popular. Cooper, decíamos, es un fanático, un iluminado que espera como agua de
Mayo la llegada de un Apocalipsis que barrerá de la faz de la tierra todo lo
que es corrupto a sus (y a Sus) ojos y salvará a sus elegidos: la temerosa
iglesia del Pastor de aspecto beatífico y lengua venenosa que como aquel rechaza
y ansía castigar a todos los que ofenden al Dios del Antiguo Testamento.
Lo primero que
llama la atención de Red State es su
beligerancia sin ambages. Si la verborrea es uno de los signos de identidad del
cine de Smith, no lo es menos la poca sutileza que gasta para llamar las cosas
por su nombre. Esta película no es una excepción, como podrá ver cualquiera que
pase de los primeros veinte minutos de metraje. Si en una de las escenas
iniciales se pone de relieve la peligrosa combinación de fanatismo religioso amparado
en la libertad de expresión con la libertad de tenencia de armas en voz alta
por parte de una maestra de instituto, el resto del film es la demostración de
la afirmación anterior saltando de un fanatismo a otro, religioso o no, que se
retroalimenta y aplasta a los desgraciados que se encuentren en medio. Pero lo
que es nuevo, o hasta ahora se había dado con cuentagotas en el cine de Smith, es que ese contenido
en los diálogos no termine ahí, y se extienda por todos los demás aspectos de
la película. La forma nunca ha sido el fuerte (ni aparentemente del interés) de
Kevin Smith que como decía se ha hecho un nombre filmando bustos parlantes,
pero en Red State la realización no
sólo recoge lo que se dice sino que lo potencia dotando a la película de una atmósfera
inaudita en su cine, imprescindible para conseguir la tensión necesaria que
requieren determinadas escenas y también respaldar la denuncia que se cuece en
el guión pero que de no ser por la puesta en escena del resultado final sería
un panfleto poco efectivo por ser poco turbador o amenazante.
La planificación de Red State no parece planteada de forma digamos “narrativa” respaldando o rechazando mediante un orden de planos determinado lo que cuenta en el papel (me atrevería a decir que sólo uno de los planos del film tiene un valor narrativo, aquel en el que el agente Keenan muy bien interpretado por John Goodman es mostrado desde detrás de una verja expresando el imposible dilema moral al que se ve empujado y que lo “atrapa” como muestra la planificación), sino más bien con una intención “atmosférica” a caballo entre el cine de acción más seco en su manera de mostrar la violencia y el cine de terror, con el objetivo (logrado) de provocar emoción en el espectador.
No es sólo el sudor, la mugre y la sangre de las víctimas y los verdugos las que colaboran a dotar de mala vida al film, sino los escabrosos detalles que se van sembrando por la película: detalles de puesta en escena como el hecho de que entre los parroquianos de Cooper haya niños que no alcanzarán los ocho años y que da una idea de la cerrazón de los que ahí viven hasta el punto de comer, dormir, fornicar y dar a luz (y nacer y crecer y así sucesivamente) en territorio Cooper sin nunca salir de su área de influencia, la ejecución de un hombre que creen homosexual al que después de asesinar se cubre con un plástico para que su sangre no infecte a ninguno de los feligreses, la posición de la cámara, el fuera de campo que provoca la sorpresa que un guión competente pero no demasiado original es incapaz de aportar, o el uso del montaje en paralelo y el sonido que compone una suerte de banda sonora de tonos graves sin ningún tipo de armonía que potencia sin subrayados dramáticos la tensión general del film hasta su punto culminante en que se llega a una imposible situación que hace dudar al más pintado… y que no revelaremos aquí[2].
La planificación de Red State no parece planteada de forma digamos “narrativa” respaldando o rechazando mediante un orden de planos determinado lo que cuenta en el papel (me atrevería a decir que sólo uno de los planos del film tiene un valor narrativo, aquel en el que el agente Keenan muy bien interpretado por John Goodman es mostrado desde detrás de una verja expresando el imposible dilema moral al que se ve empujado y que lo “atrapa” como muestra la planificación), sino más bien con una intención “atmosférica” a caballo entre el cine de acción más seco en su manera de mostrar la violencia y el cine de terror, con el objetivo (logrado) de provocar emoción en el espectador.
No es sólo el sudor, la mugre y la sangre de las víctimas y los verdugos las que colaboran a dotar de mala vida al film, sino los escabrosos detalles que se van sembrando por la película: detalles de puesta en escena como el hecho de que entre los parroquianos de Cooper haya niños que no alcanzarán los ocho años y que da una idea de la cerrazón de los que ahí viven hasta el punto de comer, dormir, fornicar y dar a luz (y nacer y crecer y así sucesivamente) en territorio Cooper sin nunca salir de su área de influencia, la ejecución de un hombre que creen homosexual al que después de asesinar se cubre con un plástico para que su sangre no infecte a ninguno de los feligreses, la posición de la cámara, el fuera de campo que provoca la sorpresa que un guión competente pero no demasiado original es incapaz de aportar, o el uso del montaje en paralelo y el sonido que compone una suerte de banda sonora de tonos graves sin ningún tipo de armonía que potencia sin subrayados dramáticos la tensión general del film hasta su punto culminante en que se llega a una imposible situación que hace dudar al más pintado… y que no revelaremos aquí[2].
La ominosa
atmósfera creada por todo lo anterior se complementa con el aspecto de unos
actores bien caracterizados y con un físico por lo general lo bastante alejado de
las pasarelas de modelos que de un tiempo a esta parte parecen haber ocupado el
lugar de las personas de carne y hueso en el cine actual como para resultar
cercanos y creíbles, y por lo tanto dignos miedo, estima o compasión. Uno de
los puntos fuertes de Smith ha sido desde siempre la dirección de actores y
aquí consigue sacar partido de los más jóvenes en instantes emocionalmente
cargadísimos, por no hablar de los mayores con un magnífico John Goodman que se
alzaría con la mejor interpretación del film de no ser por el actor que encarna
al nocivo Abin Cooper[3]:
Michael Parks.
Parks consigue
insuflar fascinación a una oratoria de contenido tan peligroso como
antediluviano y a un físico apacible sólo traicionado por la desafiante locura
que se desprende de su condescendiente mirada. El respeto que provoca su figura
cada vez que entra en escena, ayudado por tomas en contrapicado que lo imbuye
de superioridad hace comprensible el miedo que produce en cualquier persona
razonable que se cruce en su camino y la atracción que sus palabras provocan en
sus fieles.
Y cuando esas
palabras terminan y la furiosa puya ideológica de Smith empieza a girar sobre
sí misma atrapada en su absoluta falta de matices o desarrollo, entra la
artillería: un interminable tiroteo que decide el futuro del Clan Cooper y sus
prisioneros y que entretiene y inicialmente perturba pero acaba por acostumbrar
por su longitud, restando algo de pegada a una tesis que se salva de agotarse
cuando Smith traspasa las sangrientas acciones justificadas por las ideas al
bando (presuntamente) laico y la denuncia traspasa las barreras de la Iglesia.
Los pobres desgraciados atrapados entre la mano de Dios y la del lado más
siniestro del Estado acaban siendo aplastados por un grupo de gente que se
protege de sus responsabilidades más básicas bajo el paraguas de que sólo están
cumpliendo órdenes de una entidad superior, ya sea Dios o un mandato legal. La áspera
violencia que se ve en pantalla no es tan desagradable por su sequedad como por
su implacabilidad cuando es ejecutada, como el film de Smith no es tanto ,que
también, una crítica sin paliativos al fanatismo religioso y a aquellos que
escurren el bulto detrás de la Autoridad, sea la que sea, como una desesperada
y lúcida súplica a la razón y la responsabilidad (reforzada por el hecho de no
contar con un protagonista definido con el que poder simpatizar con lo que la
sensación de desamparo es mucho mayor) y que sólo muy al final cae en lo
discursivo. Afortunadamente, cuando esto ocurre y pese a que es demasiado
forzado está hecho con una inteligente sobriedad formal y resulta tan puntual
que no molesta demasiado en un conjunto en el que el interés nunca desaparece.
Es uno de los
escasos momentos, junto con algunos innecesarios subrayados (como ese feo
flashback en blanco y negro que deja totalmente clara la intuida felación que
un joven propina a un policía cuyo testimonio podría salvar la vida de los
chicos) en un film que juega sus bazas, sencillas sobre el papel en cuanto va
dirigida a un público convencido de la visión de la película sobre los temas
que trata pero turbador en su ligero pero contundente resultado final. Su falta de aristas en su denuncia de un preocupante cierto estado
de las cosas sobre el papel se compensa al estar plasmada de una manera lo
bastante terrenal como para no resultar un film aleccionador, gracias al brío
audiovisual que se basta de sí mismo para que la película no tenga la necesidad
de tomarse más en serio que lo que sus imágenes dan a entender. De muestra un
botón, la festiva canción country que pone punto final a la película después de
que Abin Cooper reciba la puntilla que los detractores de Smith le depararon
durante años: ¡Cállate de una puta vez!.
Título: Red State. Dirección y guión: Kevin Smith. Producción: Jonathan Gordon. Fotografía: David
Klein. Dirección artística: Cabot
McMullen. Montaje: Kevin Smith. Año: 2011.
Intérprete: Michael Parks (Abin Cooper), John Goodman
(Joseph Keenan), Michael
Angarano (Travis), Kyle Gallner (Jarod), Melissa Leo (Sarah), Stephen Root (Sherriff Wynan).
[1] Como decía, sólo si hacemos caso de las estadísticas al respecto
y desde un punto de vista electoral. Tanto algunos periodistas como Presidentes
electos han denostado tan maniquea y sesgada visión del territorio
Norteamericano asentado desde las elecciones presidenciales del año 2000,
siendo sus seguimientos estadísticos mapas estatales divididos cromáticamente
entre los estados de mayoría republicana (de color rojo) de los de mayoría
demócrata (de color azul).
[2] Existió sobre el papel un final alternativo al que culmina Red State tal y como acabó siendo la
película. En él (y les recomiendo que dejen de leer si no quieren saber
demasiado sobre el film en caso de que no lo hayan visto todavía), el Clan Cooper,
tras salir de su refugio a la espera de la Ira de Dios, se enfrenta a Keenan,
pero de pronto sus pechos revientan. En cuestión de segundos hasta los SWAT
perecen de la misma manera inexplicable, Keenan se echa a tierra intentando
protegerse de la amenaza invisible y cuando alza la mirada ve como el último de
sus hombres ha sido ensartado por la descomunal espada del Ángel de la Muerte.
El Ángel se aproxima a un Keenan petrificado y le pone un dedo sobre los labios
en señal de aviso: será mejor que guarde silencio. El Ángel alza el vuelo y
desaparece mientras los Cuatro Jinetes del Apocalipsis descienden del cielo en
su lugar…
[3] Cuya fuente de inspiración proviene de un fanático de carne y
hueso: Fred Waldron Phelps, líder de la Iglesia Bautista de Westboro,
grupúsculo religioso con sede en la propia casa de Phelps (en la que se cuentan
unos cien miembros, de los que entre el 80 y el 90 % tienen lazos familiares
con Phelps) en Topeka (Kansas) y que funciona independientemente a cualquier
otra organización religiosa. Sus puntales ideológicos de raíces religiosas son
una homofobia exacerbada (según asegura Phelps Dios odia a los homosexuales que
en su muerte arderán en el infierno en compañía de las almas que los hayan
defendido o siquiera ignorado pacíficamente en vida), el machismo hasta la
violencia física, el racismo y en definitiva la represión más profunda de todo
lo que tenga que ver con la sexualidad o cualquier otra cosa fuera de lo
admitido por la más cerrada de las lecturas de las Sagradas Escrituras. Entre
sus actividades se cuentan la interrupción y sabotaje de entierros de
homosexuales, incluyendo los más tristemente célebres de militares caídos en
combate como puede verse en el film de Kevin Smith que en las antípodas de la
fe de Phelps es un creyente sensato. Además de lo anterior, hay que sumar los
intentos de prohibición de besuqueos entre alumnos en campus universitarios o
asegurar que tanto los atentados del 11-S en Nueva York o el rastro de
destrucción causada por el Huracán Katrina son en realidad designios de Dios
enviados como castigo contra una América que tolera los homosexuales en sus
territorios… Si quieren más información, además de la que puede encontrarse
escrita en la Red, pueden hacerse una somera idea de los principios de Phelps y
su Clan en estos enlaces: http://www.youtube.com/watch?v=W0PN5I-WN3A
o http://www.youtube.com/watch?v=Y-sN9fo3EFQ&feature=fvwrel
(este último en inglés) entre muchos otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario