Según parece,
el cómic homónimo[1] que sirve más de inspiración que de base dramática a Howard. Un nuevo héroe tenía lugar, en gran parte, en la faceta más
cotidiana de la vida. Howard, protagonista absoluto y pivote central de todas
las tramas exhibidas en viñeta, es una criatura común de la clase media
americana de 1976, año en que vio la luz el primer número del tebeo escrito por
Steve Gerber y dibujado por Val Mayerick. Malcarado, fumador, bebedor y algo
castigado por la vida, era también el elemento absurdo que destarotaba la
cotidianeidad que servía de tónica general en las viñetas: Howard es, como se
indicaba ya desde el título, un pato. Y no uno cualquiera, sino uno de metro y
medio, lenguaraz y como hemos dicho con los hábitos propios de un humano cualquiera
entre los muchos desastrados que convivían con él sin que, con alguna excepción,
su aspecto no-humano resultara un problema.
Desgraciadamente
no he tenido el placer de leer (aún) ninguno de los cómics en los que el Pato
Howard (Howard the Duck, como se llamaba
el tebeo original) evidencia con su sola presencia el absurdo de la vida cotidiana. Aunque algo de
eso, tremendamente dosificado, se cuela en las primeras imágenes de Howard. Un nuevo héroe, adaptación no
sólo a la pantalla sino también a una determinada sensibilidad, público y estética
cinematográfica (todos ellos elementos muy loables cuando no son enturbiados
por la molesta sensación de estar supeditados a la rentabilidad del “producto”)
del cómic de la mano de Willard Huyck bajo el padrinazgo de George Lucas como
productor ejecutivo[2].
El film da comienzo, más que presentando a su protagonista, el mundo en el que
vive que resulta muy similar en cuanto a funcionamiento al nuestro pero en el
que todo lo que en aquí corre a cargo de los humanos ahora es, literalmente,
una patochada. Pese al amablemente satírico inicio, la caricatura del hombre
corriente termina repentinamente cuando
Howard es succionado, acompañado de su inseparable sofá en el que se derrumba
para ver la tele cerveza en mano, por lo que después sabremos es un portal
interdimensional que lo lleva a nuestro mundo en la actualidad, que en el
momento de su estreno era 1986. O lo que es lo mismo en el mundo del cine
americano: una jungla de neón, peinados imposibles y omnipresente música
ochentera.
Si la absurda
cotidianeidad que servía de estandarte al cómic en sus inicios se resquebraja
con este salto de un planeta a otro, lo que sigue en la película opta por ensanchar
la brecha tirando por el camino de en medio mostrando la adaptación de Howard a
una vida que ya conoce por ser idéntica a la de su planeta pero que provoca una
mínima sorpresa en los terrestres, y la fantasía más delirante que poco a poco
se va adueñando de la función y acaba siendo lo poco que queda en la memoria del
espectador adulto más allá de sus desaprovechadas posibilidades.
Todo ello,
sobre el papel y tomando como máxima que una buena adaptación no implica una
buena película o viceversa, es un buen punto de partida siempre que esté hecho
con la garra y buen hacer que requiere un material de base tan prometedor como
este, y no una manera de contentar a todo el espectro de público posible
(empezando por el infantil que al crecer ha elevado la película al proceloso
estatus de film de culto) y el contenido de sus bolsillos, que es lo que acaba por
parecer.
Lo cotidiano,
decíamos, viene en este caso entendido y marcado por la estética Hollywoodiense
de los ochenta en su grado más depurado y reconocible, y se reduce a los cuatro
clichés propios de la época (y no es que culpe a la década en sí, todas tienen
sus estereotipos y al menos los de esta tienen su gracia) vaciados de toda
motivación que no sea sustentar unas situaciones que se pretenden graciosas y
la mayoría de las veces resultan involuntariamente risibles. Howard encuentra
consuelo a su soledad y desamparo en un mundo extraño en Beverly (Lea Thompson,
encarnando al único personaje del cómic junto con Howard que también aparece en
la película) una joven cantante que lo acoge en su casa y acepta a su nuevo y
palmípedo compañero de piso con una pasmosa rapidez.
Pero no se
alarmen, porque el consuelo es puramente platónico; en una escena que parece
abrir la puerta a una historia de amor de tintes zoofílicos resuelta con un
casto beso, ejemplifica a las claras el que acaba siendo uno de los talones de
Aquiles del guión de Howard. Un nuevo
héroe: el plantear situaciones (o la película en su conjunto) resueltas de
forma más que infantil, inofensiva,
dando la sensación de que a cada planteamiento mínimamente interesante o
transgresor que el desarrollo la trama, plagada de instantes con ese potencial,
pueda ofrecer en su vertiente cotidiana (que a fin de cuentas es el suelo
dramático sobre el que sustentar todo lo demás) se toma la salida más fácil
propia de un manual de escritura de guión que no respeta la coherencia interna de
un film que pide a gritos un libreto al que le falta la ácida pegada a la que
podría aspirar y merecer pero que prefiere revolcarse en los lugares comunes de
un cine en el que no acaba de encajar. Lo absurdo (que aquí se confunde con
gracioso) de la idea inicial se estira
hasta deshacerse en un continuo de situaciones chistosas que a veces tienen
gracia por su desfachatez para con el espectador pero hace difícil disfrutar
algo más allá de ese algo tontorrón sentido del humor y menos aún empatizar con
alguno de los personajes que pueblan la película, demasiado cinematográficos
como para no necesitar una psicología de fondo que provoque la adhesión que
tendrían por sí solos si fuesen realistas, y rematadamente planos a pesar de
los esfuerzos de unos actores que parecen habérselo pasado como niños durante
el rodaje del film, que pronto toma una dirección diferente a la de su origen
tebeístico, más acorde con la inserción de elementos fantasiosos que por lo
visto fueron apareciendo en el cómic con el paso del tiempo.
Así las cosas
y vista la pobreza de la parte digamos “dramática”, resulta gratificante el
esperanzador sentido de la fantasía que poco a poco se adueña de la película y
que permite a sus responsables hacer del film un espectáculo que arrincona por
completo cualquier otra intención que no sea distraer al respetable a base de
elaborados fuegos de artificio. Pero pese a que comparativamente esta otra
vertiente de la película es mejor en cuanto a resultados se refiere, por más
libre y hacer de pegamento entre escenas que por su comentada falta de
coherencia interna sólo pueden ser resueltas de la forma más peregrina, que la
dramáticamente más interesante comentada algo más arriba, tampoco es para echar
campanas al vuelo. El guión, que regurgita todos los giros argumentales y
tonales que dio el personaje en los cómics, pone sobre la mesa la aventura de
Howard en el mundo humano se ve pronto infestada de demonios de otra galaxia,
peleas (a base de quak-fu…) y viajes a otras dimensiones que resultan más
entretenidas que interesantes, estando los mayores esfuerzos de la película
volcados en los efectos especiales que dan cuerpo a seres de otro mundo o al
propio protagonista con resultados muy superiores a cualquier otro aspecto del
film.
Desde el
maquillaje de uno de los personajes, el interpretado por un divertidamente
pasadísimo Jeffrey Jones, poseído por una maligna fuerza de naturaleza
extraterrestre que hará su aparición mediante una desarmante pero sofisticada
animación stop motion hasta el mismísimo Howard[3]
que se convierte en un personaje más, y probablemente el más expresivo de todos
ellos ya sean humanos o no ( y al que sólo puede reprochársele un brillante y
un punto repulsivo pico naranja unos ojos azules que se pretenden realistas y cálidos
pero a la postre resultan más bien inquietantes) es ahí donde el film da su
pírrico puñetazo sobre la mesa. Menos mal, porque la presencia de Howard (en realidad un disfraz por el que pasaron hasta seis actores diferentes), más
que conseguida y lo mejor de la película, es imprescindible cuando se trata de
hacer creíble una situación que es la base de toda la película y que cuando
comparte plano con seres humanos resulta todo lo verosímil que pueda pedirse
convirtiendo en algo natural lo rematadamente absurdo de la premisa, haciéndola
lo más (y casi lo único) divertido de un área del film que convive con la otra,
mucho más exagerada y con sus cimientos en la más anárquica fantasía pura y
dura.
Sobre el papel
la combinación de ambos tonos es relativamente efectivo ya que pese a lo débil
de la parte menos fantasiosa ambas se complementan bastante bien tapándose
mutuamente sus numerosos defectos, pero es al verse en pantalla cuando se echa
de menos otro elemento que hunde definitivamente la película en los discretos
resultados finales que da como saldo: una atmósfera que dé unidad y sentido de
la maravilla o de lo bizarro a una base escrita surrealista que una vez más se
ve desaprovechada, esta vez por una
forma que no consigue hacerse eco de los cantos de sirena que se dan, con todas
sus interrupciones, desde el guión.
Si en las
escenas nocturnas, que son mayoría, el film se beneficia y más o menos se
sostiene por la estética propia de la década a la que pertenece que le da una
muy tenue personalidad (que en el fondo no es intencionada sino que responde a
los parámetros ochenteros antes mencionados) concentrada sobretodo en la música
y la iluminación, la cosa cae en picado cuando la acción tiene lugar en pleno
día. La planificación tiene como constante la absoluta parquedad de todo lo que
vaya más allá de desplegar los efectos especiales, aunque no le van a la zaga
los demás elementos que podrían poner el pabellón cinematográfico de la
película (aunque sólo sea un poco) más alto. La puesta en escena es
tremendamente pobre pero tiene la ventaja de que en los momentos que la
película pretende ser seria, resulta hilarante. Lo que desde luego no la hace
mejor película (todo lo contrario) pero sí una experiencia más ligera de lo que
podría ser y acaba siendo en las escenas de acción que es donde Howard. Un nuevo héroe revela todas sus
carencias simultáneamente.
Cuando escenas
como una persecución en ala delta se hacen interminables y el espectador acaba
dándose cuenta de que no sólo es por la falta de ritmo de la secuencia sino
porque ha llegado un punto en el que le da igual la suerte que puedan correr
los protagonistas, el que la película haga aguas es inexcusable por parecer más
fruto de la pereza que de escasez de recursos. La falta de emocionalidad de un
guión castrado y sin dobleces reducido a un chiste, combinada con la poca
pericia de Huyck como capitán de la irreductible cáscara de nuez en medio de
una tormenta de posibles que acaba siendo el film provoca en sus peores
momentos el aburrimiento y en los mejores la risa condescendiente ante lo
psicotrónico del film que toca techo en sus momentos más presuntamente
trascendentales.
Viendo Howard. Un nuevo héroe uno no puede
dejar de pensar que habría sido de tan suculento material (¿Por qué no se hacen
remakes de películas tan mejorables como
esta y se deja en paz a las que difícilmente pueden superarse?) en manos de
gente como Terry Gilliam o el Tim Burton de la década de los noventa, que sin
duda habrían pergeñado un film igualmente rupturista con su modelo original en
papel, pero con irreverente oro puro cinematográfico
como resultado. Todo lo que esta frustrante película desgraciadamente y pese a
la simpatía que pueda despertar no logra ser, quedándose en pura pólvora mojada
que promete mucho más que lo que acaba ofreciendo. Una lástima.
Título: Howard the duck. Dirección: Willard Huyck. Guión: Willard Huyck y Gloria Katz basándose en los personajes creados
por Steve Gerber en el comic Howard The
Duck propiedad de Marvel Comics. Producción:
Gloria Katz y Robert Latham Brown. Fotografía:
Richard H. Kline. Montaje: Michael
Chandler. Música: John Barry. Año: 1986.
Intérpretes: Ed Gale, Tim Rose, Steve Sleap,
Peter Baird, Mary Wells, Lisa Sturz y Jordan Prentice (Howard), Chip Zien (voz
de Howard), Lea Thompson (Beverly), Jeffrey Jones (Dr. Walter Jennings ), Tim Robbins (Phil Blumburtt).
[1] Howard The Duck, o
Howard el Pato a partir de aquí apareció por primera vez bajo el techo de la
Marvel Comics en el número 19 del cómic Adventure
into fear, protagonizado por La cosa
y con Howard como personaje secundario, posición que repetiría antes de ganarse
su propio cómic, el primer Howard The
Duck fechado en 1976 siempre con Steven Berger como guionista y alma Mater
del proyecto que iba siendo ilustrado por diferentes dibujantes. Berger veía al
personaje como a alguien tan vulnerable física y emocionalmente como cualquier
ser humano centrándose, pese a algunas tramas que parodiaban los lugares
comunes del cine y el cómic fantaterrorífico, en ese aspecto y en el resultado
de integrar a alguien que es físicamente un pato pero se comporta como un
americano medio en un entorno puramente costumbrista. El cómic pasó por varias
etapas, algunas de ellas muy polémicas en lo que a derechos de propiedad
intelectual se refiere, en color y en blanco y negro, variando y engrosando una
mitología en principio ausente pero que explicaba los orígenes extraterrestres
de Howard, tal y como recoge la película, y lo enfrentaba a más y más criaturas
ajenas a la vida terrestre para desagrado de su creador original… que según se
dice no quedó demasiado satisfecho con la adaptación cinematográfica de su
preciada creación.
[2] Lucas vio posibilidades a un proyecto basado en el cómic tras
rodar American Grafitti , escrita y
producida por Willard Huyck y Gloria Katz que acabarían dirigiendo, escribiendo
y produciendo la adaptación. Inicialmente se pensó en llevarla a la pantalla
como película de animación, pero una cláusula contractual con los
distribuidores que obligaba a Lucas a estrenar una película de acción real que
contase con su participación lo inclinó a rodarla mediante los efectos
especiales que su empresa Light and Magic pudiese proveer. El guión tomó como
base el cómic Duckworld en el que
tenía lugar en el planeta natal de Howard tal y como se ve en la película,
rebajando hasta desterrarlos los elementos más costumbristas de la trama y
suavizando el carácter del personaje para hacerlo más agradable a ojos del
público. Un rodaje accidentado debido a la dificultad de lograr un nivel
aceptable de credibilidad con los efectos especiales fue el primero de una
serie de problemas organizativos que se esgrimieron como posible causa al
relativo fracaso en taquilla (recaudó alrededor de un millón más de lo que
costó) de la película y la mala acogida por parte de la crítica, además de
acabar en el siempre involuntariamente disputado podium de las peores películas
de la historia del cine.
[3] Su aspecto presuntamente angelical remite de forma bastante
evidente al del Pato Donald. No por casualidad Marvel Comics tuvo un litigio con
Walt Disney Company (curiosamente ahora propietaria de Marvel) por el plausible parecido
existente entre el segundo de a bordo después de Mickey Mouse en la cartera
animada de la todopoderosa compañía y el Pato Howard. A modo de solución, los dibujantes
embutieron a Howard en unos pantalones cortos que lo diferenciaban de la más
despreocupada vestimenta de Donald y incluyeron una trama en uno de los números
de Howard the Duck en que el pato
protagonista tenía un problema con una asociación en pro de la decencia que
reprobaba su costumbre de pasearse en cueros (o plumas) por la calle… y en el
que se solucionaba el problema de idéntica forma.
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