Los habitantes
de Amanece, que no es poco sólo
existen en la imaginación de su creador Jose Luís Cuerda. No así el pueblo en
el que viven, un lugar apacible lleno de casitas blancas, callejuelas
adoquinadas que suben y bajan, con su iglesia, su ayuntamiento, sus guardias
civiles bajo sus tricornios, sus campesinos que van a trabajar a sus huertos
flanqueados por olivos y sus misas de domingo. Sabemos que este es un pueblo
típicamente español, aunque nunca se mencione ni el nombre del lugar[1]
ni el estado al que pertenece, y Cuerda ya nos advierte desde el principio que
no nos lo va a explicar: las primeras imágenes del film nos muestran un cutre
espacio sideral que poco a poco vamos dejando atrás hasta darnos de bruces con
el planeta Tierra, traspasar unos oscuros nubarrones y de pronto hallarnos
frente a un rebaño de cabras en primer plano con el pueblo protagonista al
fondo bajo la oscuridad nocturna. Entonces Cuerda nos acerca aún más al pueblo
por un corte de montaje y además nos lo muestra de día. Podría ser un sencillo
salto temporal o un improbable error de coherencia fílmica, pero su brusquedad
queda al poco completamente integrada en el resto de la película. Aquí no hay
errores de coherencia fílmica que valgan, sencillamente Amanece, que no es poco sigue su propio camino, más amplio y
libérrimo que en su predecesora Total
de la que es más una prolongación que una secuela, con su propia lógica y su
absurdo como orgullosa y única bandera que corroe el costumbrista y castizo ambiente
rural en que tiene lugar la acción.
Sus moradores
nos ponen en la inestable situación: la misa de los domingos se celebra cada
día, los niños aprenden sus lecciones a base de cantarlas como si fuesen un
coro gospel, en las elecciones se eligen además del alcalde, también la puta y
el tonto del pueblo, los guardias civiles obligan a los borrachos del pueblo a
que beban para poder ganarse ese nombre… Y hay más, mucho más, todo ello
completamente absurdo y sin pies ni cabeza. Pero no estamos ante un pueblo de
locos sino en un auténtico universo de bienintencionados dementes; incluso los
que vienen de más lejos, como un grupo de estudiantes llegados de Eaton (capitaneados
por un divertido Gabino Diego de acento imposible) que quieren aprender las
costumbres del pueblo para poder ser líderes mundiales y acceder al poder
omnímodo o un padre y su hijo (Antonio Resines y Luis Ciges respectivamente)
que también vienen de los Estados Unidos en una moto con sidecar, comparten el
mismo grado de locura propia y resignación hacia la de los demás de la que
hacen gala los pueblerinos. Se preguntarán entonces cuál es el argumento de la
película y cuáles son los conflictos que espolean a estos personajes, y la
respuesta es lo que han podido leer hasta el momento: no existe, o al menos no
desde un punto de vista de progresión, de causa efecto o de una división en
tres actos que por lo general alimenta el llamado cine “convencional”. Y pese a
no pertenecer a tan reduccionista (y insuficiente) categoría, afortunadamente
tampoco estamos ante una película “intelectual” o con algún tipo de pretensión que
pueda justificar la adhesión o el rechazo del espectador que pueda poner palos
en las ruedas a su objetivo último: el hacer reír. Los protagonistas de este
film coral más por vivir en el mismo espacio que por que sus historias se
relacionen en un todo unitario son, además de una equilibrada panda de
lunáticos en tierra, tremendamente eruditos y cultos adoradores del escritor
norteamericano William Faulkner. Su elaboradísima forma de hablar les hace
explicar cualquier problema que puedan tener a sus contertulianos de una forma
tan transparente como lo es la realización de Cuerda respecto al guión escrito
por él mismo. Y eso nos lleva al que
para algunos cinéfilos de manual es uno de los pecados del film, que su
comicidad es puramente verbal y esporádicamente visual; la mayoría de chistes y
situaciones absurdas que más que vestir son el cuerpo de la película vienen de
las amablemente demenciales conversaciones que tienen los del pueblo entre
ellos, reservando los esporádicos gags visuales al lado más absurdo de la
película: gente que crece en el suelo y que poco a poco van saliendo hasta
poder dejar sus raíces atrás y andar por las calles como uno más o una
incendiaria flatulencia son dos de las pocas ocasiones en que el gag visual se
sobrepone a la verborrea que inunda todo lo demás.
La falta de
elementos visuales que ya se da desde el guión se traspasa también a su
plasmación en imágenes; la película de Cuerda no tiene atmósfera pese a estar
hecha de forma competente y su planificación y puesta en escena es puramente
funcional, sin intencionalidades dramáticas ni de ningún otro tipo. Pero ello
no es un problema, sino más bien al contrario: una atmósfera habría
probablemente conferido un tono mágico o cercano a los dibujos animados que
habrían esterilizado la comicidad del film a base de ahogarla de sentido de la
maravilla, la habrían codificado en un corsé que gracias a la neutralidad
(voluntaria o no) de Cuerda habría dado un saldo mucho menos divertido. Y la
planificación, tal y como está planteada, lo hace todo mucho más frontal y
ridículo, con lo que resulta mucho más cómico al apoyarse casi exclusivamente
en el guión y sobretodo en los buenos y numerosísimos actores que recitan las
absurdidades escritas por Jose Luís Cuerda -lejos de su imagen de director
“serio” (que por lo visto y según algunos es lo mismo que un director que trata
con material dramático) con películas igualmente “serias” como la estupenda La lengua de las mariposas- con una
hilarante impasibilidad durante las casi dos horas de metraje.
Su duración combinada
con su agradecida falta de densidad es quizás el talón de Aquiles de la
película, invertebrada y amorfa en su fondo, ya que su interés radica en la
gracia que a uno puedan hacerle la catarata de amables e irreverentes gags de
la que hace gala y que pese a que van avanzando nunca durarían más de diez
minutos si se hiciesen de corrido y sin ser intercaladas las unas con las otras.
La colección de sketches que Cuerda pone a funcionar todos a la vez es bastante
irregular y no siempre tienen gracia (aunque cuando la tienen como cualquiera
de los que tenga como protagonista a un suicida frustrado, pueden llegar a
tener mucha) pese a contar con la gran red de seguridad de que son tantos que
tarde o temprano alguno acaba por cosquillear en el sentido del humor del
espectador.
El gran mérito
de Cuerda es, en este sentido, el haber conseguido una comedia químicamente
pura que echa por tierra el sobado y dudoso lugar común que asegura que las
buenas comedias son aquellas que tienen un poso amargo que sustenta su humor.
No es así en el caso de Amanece, que no
es poco en el que hasta los resortes dramáticos que habitualmente provocan
situaciones cómicas son nulos o están planteados desde una óptica hilarante.
Por no haber ni siquiera hay un pobre conato de realidad; antes he comentado la
aparición de personajes foráneos al pueblo tan enloquecidos como los que allí
viven con lo que no hay en el film nada parecido a lo que entendemos como un
punto de vista “normal” (si es que tal cosa puede existir) desde el que mirar
al resto de personajes. Ese es trabajo del espectador que asiste al espectáculo
sin casarse con nadie por la impermeabilidad del film a que uno pueda empatizar
con alguno de los que aparecen en él. Una de las apariciones más recurrentes es
la de un hombre que le pregunta a cualquiera que se cruza con él si le cambia
el personaje que interpreta dentro de la película, pero ello es extensible a
los demás ya que aquí cualquiera podría ser cualquier otro porque crear un
personaje es dotarlo de un peso que por lo general sólo otorga el drama que en
esta película hace el mutis por el forro. El guión, en definitiva, es tanto el
rasgo más distintivo como también el más arriesgado de la película que se juega
a todo o nada el beneplácito del espectador: o hace gracia o no la hace, pero
no hay medias tintas posibles a cada chiste que hace avanzar el metraje (que no
la película, que se dedica a dar vueltas sobre sí misma) un poco más.
El film de
Cuerda es y será recordado más que por sus cómicas virtudes, que ocasionalmente
las tiene, por su radicalidad que la erige en un islote dadaísta en su
propuesta dentro de un cine español que acostumbra a concretar sus comedias en
la imagen más miserable que se puede tener de su propio país. La absurdidad, que
no parodia de Total , madura en Amanece, que no es poco , la mejor de la
trilogía que finalizaba con su secuela Así
en el cielo como en la tierra[2]
en 1995 en las que el mismo director se sirve de los mismos recursos con
similares resultados aunque el cierre de la trilogía cuente con una estructura
más redondeada (o estructura a secas, visto lo visto)… Su irreverente y
despreocupado espíritu sólo halló su eco más adelante en el campo de la
televisión, en un enérgico regreso en términos Pop del espíritu de los filmes
de Cuerda con La hora chanante y Muchachada Nui[3].
Su naturaleza de conseguida anomalía y la gracia de una parte de sus chistes
elevan la película, pequeña pero efectiva y loable, a un justo estadio de culto[4]
y a un posible camino del humor español que desgraciadamente, y pese al éxito
en taquilla que obtuvo en su día, sólo ha encontrado en un reducido pero
esperemos que irreductible su grupo de herederos.
Título: Amanece, que
no es poco. Dirección y guión: Jose
Luís Cerda. Producción: Jaime
Borrell, José Miguel Juárez y Antonio Oliver. Fotografía: Porfirio Enríquez. Montaje: Juan Ignacio San Mateo. Música: José Nieto. Año: 1988.
Intérpretes: José
Sazatornil “Saza” (Cabo Gutiérrez), Antonio Resines (Teodoro), Luis Ciges
(Jimmy), Pastora
Vega (Labradora), Ovidi Montllor (Pascual), Chus Lampreave (Álvarez), Samuel
Claxton (Nge Ndomo), Manuel Alexandre (Paquito), Fernando Valverde
(Intelectual), Miguel Rellán (Carmelo) , Rafael Alonso (Alcalde), Queta Claver (Doña
Remedios), Aurora Bautista (La Padington), Gabino Diego (Estudiante americano),
Guillermo Montesinos (Suicida frustrado).
[1] En realidad son las localidades de Aýna, Liétor y Molinicos, en
el Albacete de nacimiento del realizador. La subterránea fama de la película ha
llevado a asociaciones gubernamentales y civiles a crear rutas turísticas por
los lugares y calles en los que tuvo lugar el rodaje de Amanece, que no es poco.
[2] Comedia de tintes teológicos que se validaría por uno solo de sus
múltiples puntos fuertes presentando a Fernando Fernan Gómez en un papel a su
medida, el de ¡Dios!.
[3] Me resisto a incluir a Javier Fesser y su El milagro de P. Tinto, mucho más cercano a la estética propia de
los dibujos animados y el tebeo que al absurdo costumbrismo del film de Cuerda
aunque comparta algo de su espíritu irreverente. También, en una vertiente
mucho más oscura y biliosa, podríamos enmarcar el corto de Álex de La Iglesia Mirindas asesinas, aunque la mala baba y
la violencia del cortometraje llevado a puerto por el bilbaíno lo sitúe en una
categoría paralela pero por eso mismo diferente a Amanece, que no es poco.
[4] Además de las mentadas excursiones por los parajes en los que
tuvo lugar la filmación de la película, hay que añadir los clubs de fans y los
irredentos admiradores del film conocidos como “amanecistas”.
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