jueves, 15 de noviembre de 2012

AMANECE, QUE NO ES POCO


 Los habitantes de Amanece, que no es poco sólo existen en la imaginación de su creador Jose Luís Cuerda. No así el pueblo en el que viven, un lugar apacible lleno de casitas blancas, callejuelas adoquinadas que suben y bajan, con su iglesia, su ayuntamiento, sus guardias civiles bajo sus tricornios, sus campesinos que van a trabajar a sus huertos flanqueados por olivos y sus misas de domingo. Sabemos que este es un pueblo típicamente español, aunque nunca se mencione ni el nombre del lugar[1] ni el estado al que pertenece, y Cuerda ya nos advierte desde el principio que no nos lo va a explicar: las primeras imágenes del film nos muestran un cutre espacio sideral que poco a poco vamos dejando atrás hasta darnos de bruces con el planeta Tierra, traspasar unos oscuros nubarrones y de pronto hallarnos frente a un rebaño de cabras en primer plano con el pueblo protagonista al fondo bajo la oscuridad nocturna. Entonces Cuerda nos acerca aún más al pueblo por un corte de montaje y además nos lo muestra de día. Podría ser un sencillo salto temporal o un improbable error de coherencia fílmica, pero su brusquedad queda al poco completamente integrada en el resto de la película. Aquí no hay errores de coherencia fílmica que valgan, sencillamente Amanece, que no es poco sigue su propio camino, más amplio y libérrimo que en su predecesora Total de la que es más una prolongación que una secuela, con su propia lógica y su absurdo como orgullosa y única bandera que corroe el costumbrista y castizo ambiente rural en que tiene lugar la acción.

Sus moradores nos ponen en la inestable situación: la misa de los domingos se celebra cada día, los niños aprenden sus lecciones a base de cantarlas como si fuesen un coro gospel, en las elecciones se eligen además del alcalde, también la puta y el tonto del pueblo, los guardias civiles obligan a los borrachos del pueblo a que beban para poder ganarse ese nombre… Y hay más, mucho más, todo ello completamente absurdo y sin pies ni cabeza. Pero no estamos ante un pueblo de locos sino en un auténtico universo de bienintencionados dementes; incluso los que vienen de más lejos, como un grupo de estudiantes llegados de Eaton (capitaneados por un divertido Gabino Diego de acento imposible) que quieren aprender las costumbres del pueblo para poder ser líderes mundiales y acceder al poder omnímodo o un padre y su hijo (Antonio Resines y Luis Ciges respectivamente) que también vienen de los Estados Unidos en una moto con sidecar, comparten el mismo grado de locura propia y resignación hacia la de los demás de la que hacen gala los pueblerinos. Se preguntarán entonces cuál es el argumento de la película y cuáles son los conflictos que espolean a estos personajes, y la respuesta es lo que han podido leer hasta el momento: no existe, o al menos no desde un punto de vista de progresión, de causa efecto o de una división en tres actos que por lo general alimenta el llamado cine “convencional”. Y pese a no pertenecer a tan reduccionista (y insuficiente) categoría, afortunadamente tampoco estamos ante una película “intelectual” o con algún tipo de pretensión que pueda justificar la adhesión o el rechazo del espectador que pueda poner palos en las ruedas a su objetivo último: el hacer reír. Los protagonistas de este film coral más por vivir en el mismo espacio que por que sus historias se relacionen en un todo unitario son, además de una equilibrada panda de lunáticos en tierra, tremendamente eruditos y cultos adoradores del escritor norteamericano William Faulkner. Su elaboradísima forma de hablar les hace explicar cualquier problema que puedan tener a sus contertulianos de una forma tan transparente como lo es la realización de Cuerda respecto al guión escrito por él mismo.  Y eso nos lleva al que para algunos cinéfilos de manual es uno de los pecados del film, que su comicidad es puramente verbal y esporádicamente visual; la mayoría de chistes y situaciones absurdas que más que vestir son el cuerpo de la película vienen de las amablemente demenciales conversaciones que tienen los del pueblo entre ellos, reservando los esporádicos gags visuales al lado más absurdo de la película: gente que crece en el suelo y que poco a poco van saliendo hasta poder dejar sus raíces atrás y andar por las calles como uno más o una incendiaria flatulencia son dos de las pocas ocasiones en que el gag visual se sobrepone a la verborrea que inunda todo lo demás.

La falta de elementos visuales que ya se da desde el guión se traspasa también a su plasmación en imágenes; la película de Cuerda no tiene atmósfera pese a estar hecha de forma competente y su planificación y puesta en escena es puramente funcional, sin intencionalidades dramáticas ni de ningún otro tipo. Pero ello no es un problema, sino más bien al contrario: una atmósfera habría probablemente conferido un tono mágico o cercano a los dibujos animados que habrían esterilizado la comicidad del film a base de ahogarla de sentido de la maravilla, la habrían codificado en un corsé que gracias a la neutralidad (voluntaria o no) de Cuerda habría dado un saldo mucho menos divertido. Y la planificación, tal y como está planteada, lo hace todo mucho más frontal y ridículo, con lo que resulta mucho más cómico al apoyarse casi exclusivamente en el guión y sobretodo en los buenos y numerosísimos actores que recitan las absurdidades escritas por Jose Luís Cuerda -lejos de su imagen de director “serio” (que por lo visto y según algunos es lo mismo que un director que trata con material dramático) con películas igualmente “serias” como la estupenda La lengua de las mariposas- con una hilarante impasibilidad durante las casi dos horas de metraje.
Su duración combinada con su agradecida falta de densidad es quizás el talón de Aquiles de la película, invertebrada y amorfa en su fondo, ya que su interés radica en la gracia que a uno puedan hacerle la catarata de amables e irreverentes gags de la que hace gala y que pese a que van avanzando nunca durarían más de diez minutos si se hiciesen de corrido y sin ser intercaladas las unas con las otras. La colección de sketches que Cuerda pone a funcionar todos a la vez es bastante irregular y no siempre tienen gracia (aunque cuando la tienen como cualquiera de los que tenga como protagonista a un suicida frustrado, pueden llegar a tener mucha) pese a contar con la gran red de seguridad de que son tantos que tarde o temprano alguno acaba por cosquillear en el sentido del humor del espectador.

El gran mérito de Cuerda es, en este sentido, el haber conseguido una comedia químicamente pura que echa por tierra el sobado y dudoso lugar común que asegura que las buenas comedias son aquellas que tienen un poso amargo que sustenta su humor. No es así en el caso de Amanece, que no es poco en el que hasta los resortes dramáticos que habitualmente provocan situaciones cómicas son nulos o están planteados desde una óptica hilarante. Por no haber ni siquiera hay un pobre conato de realidad; antes he comentado la aparición de personajes foráneos al pueblo tan enloquecidos como los que allí viven con lo que no hay en el film nada parecido a lo que entendemos como un punto de vista “normal” (si es que tal cosa puede existir) desde el que mirar al resto de personajes. Ese es trabajo del espectador que asiste al espectáculo sin casarse con nadie por la impermeabilidad del film a que uno pueda empatizar con alguno de los que aparecen en él. Una de las apariciones más recurrentes es la de un hombre que le pregunta a cualquiera que se cruza con él si le cambia el personaje que interpreta dentro de la película, pero ello es extensible a los demás ya que aquí cualquiera podría ser cualquier otro porque crear un personaje es dotarlo de un peso que por lo general sólo otorga el drama que en esta película hace el mutis por el forro. El guión, en definitiva, es tanto el rasgo más distintivo como también el más arriesgado de la película que se juega a todo o nada el beneplácito del espectador: o hace gracia o no la hace, pero no hay medias tintas posibles a cada chiste que hace avanzar el metraje (que no la película, que se dedica a dar vueltas sobre sí misma) un poco más.

El film de Cuerda es y será recordado más que por sus cómicas virtudes, que ocasionalmente las tiene, por su radicalidad que la erige en un islote dadaísta en su propuesta dentro de un cine español que acostumbra a concretar sus comedias en la imagen más miserable que se puede tener de su propio país. La absurdidad, que no parodia de Total , madura en Amanece, que no es poco , la mejor de la trilogía que finalizaba con su secuela Así en el cielo como en la tierra[2] en 1995 en las que el mismo director se sirve de los mismos recursos con similares resultados aunque el cierre de la trilogía cuente con una estructura más redondeada (o estructura a secas, visto lo visto)… Su irreverente y despreocupado espíritu sólo halló su eco más adelante en el campo de la televisión, en un enérgico regreso en términos Pop del espíritu de los filmes de Cuerda con La hora chanante y Muchachada Nui[3]. Su naturaleza de conseguida anomalía y la gracia de una parte de sus chistes elevan la película, pequeña pero efectiva y loable, a un justo estadio de culto[4] y a un posible camino del humor español que desgraciadamente, y pese al éxito en taquilla que obtuvo en su día, sólo ha encontrado en un reducido pero esperemos que irreductible su grupo de herederos.

Título: Amanece, que no es poco. Dirección y guión: Jose Luís Cerda. Producción: Jaime Borrell, José Miguel Juárez y Antonio Oliver. Fotografía: Porfirio Enríquez. Montaje: Juan Ignacio San Mateo. Música: José Nieto. Año: 1988.
Intérpretes: José Sazatornil “Saza” (Cabo Gutiérrez), Antonio Resines (Teodoro), Luis Ciges (Jimmy), Pastora Vega (Labradora), Ovidi Montllor (Pascual), Chus Lampreave (Álvarez), Samuel Claxton (Nge Ndomo), Manuel Alexandre (Paquito), Fernando Valverde (Intelectual), Miguel Rellán (Carmelo) , Rafael Alonso (Alcalde), Queta Claver (Doña Remedios), Aurora Bautista (La Padington), Gabino Diego (Estudiante americano), Guillermo Montesinos (Suicida frustrado).



[1] En realidad son las localidades de Aýna, Liétor y Molinicos, en el Albacete de nacimiento del realizador. La subterránea fama de la película ha llevado a asociaciones gubernamentales y civiles a crear rutas turísticas por los lugares y calles en los que tuvo lugar el rodaje de Amanece, que no es poco.
[2] Comedia de tintes teológicos que se validaría por uno solo de sus múltiples puntos fuertes presentando a Fernando Fernan Gómez en un papel a su medida, el de ¡Dios!.
[3] Me resisto a incluir a Javier Fesser y su El milagro de P. Tinto, mucho más cercano a la estética propia de los dibujos animados y el tebeo que al absurdo costumbrismo del film de Cuerda aunque comparta algo de su espíritu irreverente. También, en una vertiente mucho más oscura y biliosa, podríamos enmarcar el corto de Álex de La Iglesia Mirindas asesinas, aunque la mala baba y la violencia del cortometraje llevado a puerto por el bilbaíno lo sitúe en una categoría paralela pero por eso mismo diferente a Amanece, que no es poco.
[4] Además de las mentadas excursiones por los parajes en los que tuvo lugar la filmación de la película, hay que añadir los clubs de fans y los irredentos admiradores del film conocidos como “amanecistas”.

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