Un hombre con la
mirada perdida y la expresión de euforia propia del que lleva varias copas y
otras inmuerables sustancias de más en su castigado cuerpo es alegre víctima de
los reproches de un compañero de barra que le exige el pago de dinero prestado
para una apuesta perdida en el beisbol. La discusión sube de tono, pero el
borracho sigue sin darse por aludido y asegura ser invulnerable a todas las
posibles y temibles consecuencias de no saldar esa deuda rematando la cuestión
con un “¡Soy católico!” que hace de
punto final de la escena y de una manera de ser que nunca va más allá de esa
afirmación. Sobre esa forma de ver y actuar sobre el mundo y la vida se sutenta
buena parte de Bad Lieutenant, o como
se la ha ido conociendo acertadamente por estos lares desde su estreno directo
en VHS, Teniente corrupto[1],
el film que entregó a Abel Ferrara a los parabienes de la crítica que hasta no
mucho antes le había negado el pan y el agua y que en parte lo dio a conocer a
paladares que hasta entonces no sabían ni siquiera de la existencia del
realizador neoyorquino maldito por excelencia[2].
Así, llevando al
extremo y a la propia experiencia vital un arquetipo cinematográfico propio del
cine negro que el cine se ha encargado de rebozar de una aureola de
romanticismo se presenta aquí en toda su decadencia y corrupción. Y corrupción,
ajena a todo intento de sentimentalismo, es lo que sufre el Teniente sin nombre
interpretado por Harvey Keitel en el film de Ferrara, en cuerpo y alma en un
sentido literal y como epicentro argumental de la película. Desde las
borracheras, adicciones varias entre las que se encuentran el crack, la heroina,
el mentado alcohol que nunca abandona al Teniente alli donde va, el juego y una
decrepitud moral mucho más violenta en lo que actitud se refiere que a actos
consumados conforman un tapiz de malas costumbres que tienen como común
denominador un salvaje impulso autodestructivo que se desparrama por la Ciudad
de Nueva York por la que mora este presunto agente de la ley a unos chistes de
distancia de Torrente. Pero el tremendista retrato que se hace de la ciudad que
nunca duerme no es, pese a su derrotismo, baladí. Tanto el personaje
dolorosamente encarnado por Keitel como el propio director comparten punto de
vista, fuera y dentro del film. Ferrara, alter ego y fuente de inspiración del
Teniente en la película es igualmente un católico que ha probado en sus carnes
gran parte de los vicios que su religión señala con dedo acusador y por tanto
su punto de vista sobre la miseria, la pobreza y determinados impulsos humanos
es el mismo al de su ficcionado reflejo.
No sólo la ciudad
es sobre el papel un lugar terrible en el que vivir, sino que el prisma bajo el
que esa miseria cobra vida es desolador. Su plasmación en imágenes en manos de
Ferrara responde a un distanciamiento que lejos de alejarnos de lo sórdido de
lo que vemos, lo hace mucho más cercano[3].
Sin música extradiegética o ajena a la vida de los personajes dentro de la
película, una planificación por norma lo bastante sobria como para evitar el
uso de primeros planos que no sean detalles de agujas traspasando la piel y en
definitiva no hay énfasis dramático a ninguna de las turbulentas situaciones en
las que el Teniente cae y recae una y otra vez sin ánimo de liberarse de la
inercia en la que pasa gran parte del metraje de la película, que se une a él
en sus paseos nocturnos sin hacer hincapié en ninguno de ellos, dándonos la
sensación de pútrida cotidianeidad que hace del personaje un patético paria que
combate en el exterior lo que él mismo aqueja en su interior. Es en ese punto
en el que algunos pueden encontrar demasiado moroso el ritmo de la película que
navega sin un rumbo definido en cuanto a narración se refiere pese a su
linealidad, pero que tiene su razón de ser en el planteamiento del film. Si a
ello sumamos una afortunada intención de esquivar psicologismos -vemos que el Teniente tiene una vida familiar pero nunca se nos explica más que lo que vemos en las imágenes o que relación tiene con la gente con la que habla, se droga o se cruza durante la película- o intentos de
explicar el porque del tormento del Teniente y sus destructivos vicios el saldo
nos deja a la intemperie de una película que de no ser por lo conocido de los
rasgos del gran actor sobre el que pivota toda la película parece de una dureza
cuasi documental. Pero pese a los conseguidos esfuerzos de un Ferrara que se
mueve como pez en el agua en el retrato de unos ambientes que a buen seguro
conoce de primera mano y un actor imbuido del sufrimiento de su personaje, esta
afirmación que siempre es dudosa se agrieta inteligentemente al entrar en
contacto con otro aspecto del film más articulado y que le da una dimensión más
espiritual que, por suerte visto el saldo final, psicológica.
La violación de
una monja, presentado en una exageradamente feísta y sensacionalista escena que
combina imágenes de la violación con otras de Cristo agonizando en la cruz, en
una Iglesia despierta no sólo la curiosidad y ansias de capturar a los
responsables del Teniente sino también a cierto estilismo mucho más visible que
el que vertebra la pauperrima existencia del policía y el mundo en el que
malvive. Frente al comentado naturalismo formal que además se conforma de
planos en movimiento muchas veces pegados a los talones del personaje de Keitel
o en otros en los que el movimiento siempre es constante y el ruido de la calle
un personaje más, en lo que a la religiosa se refiere Ferrara le depara un
tratamiento muy diferente: silenciosos planos donde la quietud es la norma,
composiciones casi pictóricas en las que los movimientos de los personajes son
escasos o inexistentes –la religiosa aparece
en plano siempre inmovil- y el apolíneo físico de la monja casi siempre bien
iluminada en contraste con la visible suciedad (física) del resto de los
personajes que deambulan casi a oscuras por la película provocan un revelador
contraste entre ambos, el Teniente y la monja como polos opuestos que, a pesar
de serlo, conviven en el mismo plano existencial. Esa relación se produce la
primera vez que se cruzan sus miradas en una escena que introduce una de las
pocas planificaciones en la que dos personajes entran en contacto más allá de
compartir espacio físico: ella (con un aspecto más similar al de una figura de
cera que al de un ser humano) tumbada desnuda sobre una mesa en el hospital en
el que la están examinando de las lesiones físicas que le haya provocado la
violación y él observando por el resquicio de la puerta con una inevitable
morbosidad que luego estalla en la siguiente escena en la que obliga a una adolescente a fingir una felación mientras él
se masturba observando su boca. La presencia de la monja no sólo da unidad y
turbador sentido dramático a la película sinó que además da a las clares una
visión de sus personajes y del mundo en el que viven y por tanto a ojos de
Ferrara también vivimos todos nosotros. La presencia de lo sacro en general provoca
una sensación de extrañeza y de antinaturalidad
que lo sitúa en un plano diferente, casi irreal, al del resto de seres humanos
que pueblan la película.
La superioridad moral de la religiosa, casi
carente de todo esfuerzo o abnegación para alcanzarla y que tanto enloquece al
Teniente por no tener, una vez más, una explicación razonable sino al puro
impulso de perdonar a tus agresores viene a decirnos que la eterea y estoica
presencia física de la monja (y de Jesús en uno de los instantes más memorables
de la película) es diferente a la del Teniente o a la de cualquiera porque
efectivamente su bondad es casi inhumana en su superioridad, y así lo son en
consecuencia sus apariciones casi sobrenaturales en la película.
Con tan pocos
puentes alzados desde el guión y por tanto agarrándonos a las oscuras y duras
imágenes de la película sin más, esta se erige como un torturado film sobre la
redención y el perdón más que una película de intriga o policíaca que además se resuelve mediante una epifanía que esconde la pura casualidad. La trama deviene mera excusa
para poner en funcionamiento todo lo anterior y la profesión del Teniente un trampolín para darle el poder de hacer lo que quiera por encima de la voluntad
de sus congéneres, recogiendo mucho más que explicando la sorpresa de un hombre
destrozado por sus demonios ante una mujer que sin pestañear consigue expresar
más pureza de espíritu de la que él, por mucho que se jacte de ello, jamás
logrará, hallando una inspiración que le sirve de resignado y futil intento de
redención que no logra evitar el fatal desenlace. O lo que es lo mismo, recibir el perdón que él más o menos intenta ofrecer a modo de sacrificio personal. Es en ese momento, y haciendo
gala de una economia de medios muy apropiada para el tono (y porque no,
seguramente también del bolsillo de los productores) de la película cuando todo
vuelve a su lugar y el final llega sin énfasis ni subrayados, desde la
distancia y dentro de un conjunto que por un lado puede transmitir paz pero por
otro la perturbadora sensación de que es así porque en un mundo tan podrido ni
siquiera tiene la más mínima importancia ni cambia nada de un conjunto urbano
tan terrible como imperturbable en la que la fe, el perdón, la justicia son
pura irrealidad.
Título: Bad Lieutenant. Dirección: Abel Ferrara. Guión: Abel Ferrara y Zoe Lund. Producción: Edward R. Pressman y Mary
Kane. Fotografía: Ken Kelsch. Dirección artística: Charles Lagola. Montaje: Anthony Redman. Música: Joe Delia. Año: 1992.
Intérprete: Harvey Keitel
(Teniente), Frankie Thorn (Monja), Zoe Lund (Magdalena).
[1] Sí se estrenaria con ese titulo
el supuesto remake llevado a cabo por
Werner Herzog en el año 2009 con Nicolas Cage en el papel, exento de todo
conflicto y connotaciones religiosas, que aquí interpretaba Harvey Keitel. El
desopilante saldo dejaba a las clares la distancia entre ambos realizadores y
sus respectives películas, el Teniente
Corrupto: Retrato de Nueva Orleans tenia lugar en dicha ciudad poco después
del paso del huracán Katrina en la que un absolutamente desbocado Cage se daba
a todos los vicios habidos y por haver, engañaba a todo cristo para salirse con
la suya y daba a las escenas más dramáticas un hilarante poso que contagiaba al
resto de la película cuyo alucinado tono y bizarra atmosfera lo aproximaban a
la comedia negra dejando muy, muy de lado la seriedad del film de Ferrara, que
Herzog aseguró no haber visto nunca. Ferrara, por su parte, aseguró estar
enfadadísimo con que alguien pusiera las manos sobre su obra sólo para sacar
algo de dinero a su costa y que deseaba la muerte de todos los que participaran
en esa película. Genio y figura...
[2] Nacido en el Bronx de familia
irlandesa, Ferrara comenzó haciendo sus pinitos con películas en super 8 para
luego saltar a la industria del porno y rodar su primera película oficial Nine lives of a wet pussy (literalmente Las nueve vidas de un coño húmedo) para
luego pasarse a films exploitation
con nombres tan sonoros como sus resultados con El asesino del taladro o Ángel
de Venganza que ya daban una idea de las que irían siendo sus constantes:
infiernos urbanos, incomunicación, violència, redención y religión eran algunos
de los temes que irían saliendo aquí y allá en una filmografia que no
alcanzaría rango de respetable a ojos de la mayoría de la crítica hasta que reclutara a Madonna y a
Harvey Keitel para rodar Juego peligroso,
film que retorcia su estructura a fin de narrar los demonios personales de un
director de cine en el que se adivinaba al propio Ferrara. Después vendria Teniente Corrupto, el más celebre de sus
films; El funeral y la que sería una
de sus mejores películas: The addiction escritas ambas por su guionista habitual Nicholas St.John, amigo de juvetud y sacerdote metido a guionista y viceversa que desgraciadamente no trabajó en Bad Lieutenant por considerarla conflictiva con su sentido de la religión. Su erràtica carrera comprendió también la caótica pero interesante The Blackout, un bastante pobre remake de La invasión de los ladrones de cuerpos y una adaptación de una
historia corta de William Gibson con New
Rose Hotel que tampoco era para echar campanas al vuelo. Aunque no ha
dejado de trabajar, su errática vida lo ha apartado esporádicamente de detrás
de las cámaras y los estrenos de sus films se han ido espaciando en
conspiración con las distribuidoras que no estrenan un film suyo por aquí desde
hace demasiado. Su insobornable personalidad lo convierte en uno de esos
directores cuya obra es más interesante en su conjunto que algunas de las
películas que la conforman por separado.
[3] Estamos muy lejos no ya de Woody Allen como se habrá podido ver en lo
que se lleva leído, sinó también de Martin Scorsese y su épica callejera a base
de manierismes y un magistral uso de la banda sonora que otorga un vitalismo a
situaciones a veces tremendamente dramáticas. Pese a tenir ambos un origen
católico, Ferrara tira por el lado contrario, el no pretende embellecer ni
hacer mas tragable la situación en la que viven sus personajes, sinó hacerlos
pasar por un via crucis personal que en el caso de Scorsese muchas veces es
mostrado de forma tan genial como artificiosa, llegando a cotas de dramatismo,
cierto, más falso, però también más matizado que en el caso de Ferrara, que
expone situaciones más que narrarlas.
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