Que no le dé
la luz. Sobretodo la del sol, le mataría. Que esté lejos del agua, que no se
moje. Pero lo más importante, lo que nunca debe olvidar es que por mucho que
llore, por mucho que suplique, nunca, nunca debe comer después de medianoche.
Tres normas.
Tres sencillas reglas que se rompen una detrás de otra de forma primero
accidental y luego voluntariosamente en la película de Joe Dante Gremlins que da comienzo en un bazar
chino en el que un inventor de artilugios absurdos que nunca funcionan como
deberían compra un regalo de navidad para su hijo Billy: un mogway, una especie
de peluche viviente a modo de bondadosa mascota, de orejas enormes y ojos que
parecen hechos para meterse a los que lo rodean en el bolsillo a la primera caída
y que responde al nombre de Gizmo.
Pero su
amigable presencia requiere unos determinados cuidados en forma de las
prohibiciones mencionadas más arriba, de desconocidas consecuencias en caso de
ser transgredidas y que son expuestas de viva voz en el film sin que veamos
como se pronuncian. Sólo la imagen del inventor despidiéndose mientras oímos
las enigmáticas instrucciones de las que más tarde entenderemos el porqué. Así
las cosas y puestas sobre la mesa en forma de una narración que empieza hablada
sobre imágenes como si todo lo que se va a ver a continuación sea cosa del
pasado, Gremlins se presenta como un
cuento cinematográfico y como en todo cuento con la responsabilidad como
moraleja final, con una marcada estructura.
Existen unas
normas, tres en este caso, que prefiguran un Orden y que no deben ser
perturbadas. De ser así, y así es como siempre es, el Caos tomará las riendas y
deberá ser destruido para que el Orden sea reestablecido por unos guardianes
más sabios y responsables por la (mala) experiencia. Evidentemente y siendo un
cuento moral, el Orden será además el Bien, y el Caos el Mal pero el film de
Dante, que conserva esa estructura, dinamita hasta cierto grado el punto de
vista habitual sobre lo que en ella ocurre.
El Orden de Gremlins toma forma en una apacible
comunidad en la que tiene lugar la batalla entre el Bien y el Mal poco antes de
Navidad aunque esta ya esté haciendo acto de presencia: calcetines colgando de
las repisas de las chimeneas, gorros de Papá Noel, abetos engalanados con
pequeñas lucecitas, un manto de nieve cubriendo todas las casas y los
jardincitos bien delimitados por verjas blancas que las rodean... y otro cuento
moral y navideño en los televisores con la inevitable película de Frank Capra Qué bello es vivir, que plantea muy
hasta cierto punto la visión optimista y apegada al estilo de vida americano la
ciudad en la que Gremlins tiene
lugar. Pero tan angelical ambiente no es
mostrado de manera recargada ni sensiblera. Dante se muestra respetuoso con la
buena voluntad de la gente que vive en la localidad y el costumbrismo made in USA le gana el pulso al
estereotipo más rampante, con el apoyo de unos actores que podrían pasar por
peatones cualquieras de una ciudad al azar sin llamar demasiado la atención. Ni
su físico ni su manera de recogerlo en imágenes por parte de Dante parecen
responder a la parodia resentida. Ni siquiera la guapísima Phoebe Cates logra
romper la unidad de cotidianeidad que se ve en la película. La inofensiva
tranquilidad de ese tramo del film muestra un Orden que sólo se percibe cuando
empieza a hacer aguas y se confronta a la primera ruptura de las normas.
Un vaso de
agua que se derrama accidentalmente sobre Gizmo es el primero de una serie de
instantes inquietantes que sin prisa pero sin pausa se van acumulando hasta reventar
la paz que se respira en ese primer bloque de la película. La magia blanca que
hace creíble la presencia de Gizmo en un ambiente como el que muestra Gremlins se empieza a oscurecer, la
malicia empieza a alzar su fea cabeza y las monerías del mogway, que debido al
chapuzón se ha multiplicado en unos cuantos mogways más bastante más traviesos
hasta la mala intención que el original, se enfrentan a un tono más sombrío que
empieza a anegar la película distanciándose de la película familiar que sin dejar de ser hasta cierto punto, lo es
menos a cada minuto que pasa.
Es en el paso
de un bloque a otro cuando la segunda norma se viene abajo y esta vez y
significativamente por pura voluntad de los nuevos mogways, cuando la película
juega sus cartas con una inesperada violencia: la transgresión de la norma que
prohíbe a las peludas criaturas alimentarse después de medianoche (una de las
reglas más absurdas e imposibles que uno pueda imaginar) trae consigo un
asesinato a modo de venganza, la madre de Billy, hasta hace no demasiado una
mujer encantadora, demuestra una sangre fría y un instinto de supervivencia
dignos de un asustado aplauso que aún y así se quedan cortos al enfrentarse con
los gremlins, seres lampiños y malvados fruto del descuido de los cuidadores
humanos para con los mogways y sus particulares normas y que en un momento
sorprendentemente atrevido intentan estrangular entre carcajadas a la mujer que
unas pocas escenas antes les hacía carantoñas y les daba de comer. El
conseguido impacto que da el cambio de tono de la comedia ligera con toques
fantásticos del principio al cine de terror puro y duro de este tramo del film
logra además una tensión considerable al sugerir la presencia maligna de los
gremlins, capitaneados por su líder Stripe que se diferencia de los demás por
llevar un mechón de pelo blanco a modo de cresta, sin mostrarlos hasta
prácticamente los tres cuatros de hora de la película y de paso marca unas
bases morales sobre donde está el bien y el mal que el resto del film se encargará
perversamente de torpedear en el tramo más memorable de Gremlins, que ya desde su título denota quienes son aquí los
auténticos protagonistas de la película.
Si el tono del
film al principio sigue los pasos de una criatura bondadosa con idénticas
intenciones a las del mogway, y la parte más terrorífica se funda en la seria
agresividad[1]
de los monstruitos, no es de extrañar que el tono de un último tumbo acorde con
la filosofía de vida de los anarquistas gremlins. Una vez el cotidiano entorno
ha saltado por los aires en aras de una amenaza imprevisible y los gremlins
toman la ciudad y empiezan a aterrorizar a sus desprevenidos habitantes,
aparece un desopilante sentido del humor y un contagiosísimo espíritu festivo
que anuncia la llegada del Caos.
Pocas risas, por no decir ninguna en la historia del cine, han conseguido desmontar las defensas del espectador de manera tan fulminante como la de los histéricos y viciosos gremlins mientras llevan a cabo una divertidísima y desenfrenada destrucción
que baja el calibre de la violencia de escenas anteriores para poder ser
disfrutable pero sin llegar a perder del todo la perspectiva. El film vuelve a
los cauces algo más infantiles de su inicio al hacer de su agresividad algo más
inofensivo de lo que se mostraba escenas antes, pero también da el puñetazo
sobre la mesa con el que Gremlins se
reafirma como película.
Una de las
grandes virtudes del film de Dante es que el Caos se presenta efectivamente
como el Mal que además revela algunos agujeros de hipocresía en un pueblo que parecía casi perfecto pero, gracias a los gags sembrados por toda la película y muy
especialmente a la contagiosísima risa de los malvados gremlins, su visión
resulta mucho más disfrutable que la del Orden que se está desmoronando. Y más
aún, uno de los motivos de ese disfrute es precisamente porque ese regodeo en el Caos se
presenta como una transgresión a las normas que hasta hace no mucho regían el
mundo de la película, ya sea en lo que atañe al mogway o a la propia ciudad que
encima está en una temporada que presume tanto de mostrar el cariño y el afecto
fraternal como la navidad, permitiéndonos como espectadores el ponernos en el
lugar de los gremlins rebajando el moralismo de la historia, pervirtiéndolo sin
llegar a extinguirlo nunca. Lo que no significa que esa moraleja no sea
defendida en escenas en las que se demuestra que el desenfreno de los gamberros
duendes puede llegar a ser muy peligroso, sensación bien apuntalada en esa
sensación de agradable humanidad que desprende la primera mitad del film y que
nos hace sufrir por el destino de los personajes cuando las cosas, como ocurre
en la batalla final, pasan de castaño a oscuro. La maldad no se disculpa, pero
sí se muestra inteligentemente como algo atractivo cuando se limita a romper las normas y la
sangre que a veces se derrama no llega al río, y la diversión y la moral se perciben como
dos elementos que se retroalimentan[2] pese a que el primero a veces gana por goleada al segundo.
Pese a este
sorprendente y conseguidísimo giro, es en una escena ajena por completo a los
gremlins cuando la película da su más punzante y desoladora escena: aquella en
la que Kate, inminente chica del protagonista, revela a Billy el motivo de su
rechazo a la Navidad y a todo lo que pueda recordársela. Es un monólogo que
evita todo sentimentalismo y cuyo punto final finiquita, por si el resto de la
escena no lo había dejado claro, la equívoca relación que Gremlins puede tener con el espectador más infantil[3]:
el paso a la vida adulta a golpe de trauma que la chica resume con “Así descubrí que no existe Papá Noel”.
Es este
momento con el que Joe Dante y su película consiguen plantar cara al cine familiar que uno de los productores
de Gremlins había conseguido
popularizar con tan buenos resultados como para marcar a una generación de
espectadores: Steven Spielberg y su mítica productora, que es también la de Gremlins, Amblin[4],
de la que la película que nos ocupa integra algunas de sus más reconocibles
características mientras consigue llevar otras a un territorio más particular. Tanto
la planificación como la puesta en escena de Gremlins resultan un competente envoltorio al
libreto firmado por Chris Columbus sin alcanzar nunca nada destacable a
excepción del gran mérito que es conseguir mezclar la variedad de géneros que
componen la película sin que nunca de la sensación de irregularidad o se
perciban como salidas de tono. No es ajeno a lo redondo del resultado a la creación de una atmósfera que nunca parece acabar de decidirse por ninguno de los géneros que cohabitan en ella pero que finalmente consigue aglutinarlos todos sin que la transición entre humor, terror y otra vez humor chirríe en ningún momento. La admirable unidad que tan fácilmente podría
haberse roto debe mucho a la buena labor del guionista Columbus para que el
film se desarrolle en sus propios términos sin casi nunca tener que echar mano
de lugares comunes para seguir adelante. Columbus pelea la evolución de la historia sin explicar, ni intentarlo, el origen de los mogways y luego los gremlins, ciñéndose a las tres normas de cuidado de las criaturas y los efectos que se producen de esa ruptura sin nada más que pueda distraer la atención o lanzar cabos que luego no puedan atarse ni siquiera de manera chapucera.
Eso y su sentido del humor, otorga a Gremlins un sabor muy especial del que la labor de Joe Dante es piedra angular. Sin el buen trabajo de este, el divertido salvajismo de los gremlins no funcionaría, no tendría gracia, por lo que el elemento transgresor de la película, que la hace aún más divertida, no tendría ninguna eficacia.
Además de esa socarronería habitual en el cine del realizador de Piraña o Aullidos, aparecen sus habituales referencias a clásicos del cine de terror y ciencia ficción barata y cara[5], el humor absurdo y negro a veces en forma muy similar a la violencia propia de los dibujos animados con los gremlins derribándose los unos a los otros a base de mazazos sólo para divertirse tumbando a sus tocayos, o la presencia de algunos de sus actores recurrentes en su cine como el habitual Dick Miller, que no consiguen eclipsar, ni ellos ni nadie, a las auténticas estrellas de la película.
Eso y su sentido del humor, otorga a Gremlins un sabor muy especial del que la labor de Joe Dante es piedra angular. Sin el buen trabajo de este, el divertido salvajismo de los gremlins no funcionaría, no tendría gracia, por lo que el elemento transgresor de la película, que la hace aún más divertida, no tendría ninguna eficacia.
Además de esa socarronería habitual en el cine del realizador de Piraña o Aullidos, aparecen sus habituales referencias a clásicos del cine de terror y ciencia ficción barata y cara[5], el humor absurdo y negro a veces en forma muy similar a la violencia propia de los dibujos animados con los gremlins derribándose los unos a los otros a base de mazazos sólo para divertirse tumbando a sus tocayos, o la presencia de algunos de sus actores recurrentes en su cine como el habitual Dick Miller, que no consiguen eclipsar, ni ellos ni nadie, a las auténticas estrellas de la película.
Los brillantes
efectos especiales de Chris Wallas consiguen dotar de una vida tanto a los
mogways como a los gremlins sin la cual esta sería una película estéril.
Ellos son los
verdaderos protagonistas del film y el motor no sólo del sentido del humor de
la película sino también del tono cambiante de Gremlins, con momentos tan míticos como la sesión de cine de Blancanieves y los siete enanitos de
Walt Disney (eso sí que es un sentido homenaje en toda regla además de revelar
lo infantil de la gamberra actitud de las criaturas y de nosotros, el público que se divierte con ellas) que jamás tuvo un público
tan entregado o la monumental juerga alcohólica que los gremlins montan en la
taberna del lugar que nunca tuvo unos parroquianos tan indulgentes con sus
vicios y tan tiránicos con sus camareras. Son sólo algunos momentos de una
película cuya trama es un auténtico collar de perlas tan válidas cada una por
separado como juntas en su totalidad, y a las que en su análisis pueden influir
tanto sus virtudes que aguantan todas el paso del tiempo como la inevitable
nostalgia de los que la vimos cuando hacía mucho que éramos niños y aún nos
quedaba para adolescentes. Ahora, como adultos, seguimos sintiendo un agradable
escalofrío cuando oímos las palabras que cierran este cuento sin ver, una vez
más, como se pronuncian y que nos advierten que si las cosas en casa dejan de
funcionar encendamos todas las luces y comprobemos puertas y ventanas, mientras
un anciano chino se pierde en un horizonte nevado y la maravillosa banda sonora
de Jerry Goldsmith, sin la cuál esta película difícilmente podría ser la misma,
rompe a andar juguetonamente.
Que tengan una
feliz Navidad.
Título: Gremlins. Dirección: Joe Dante. Guión: Chris
Columbus. Producción: Michael
Finnell, Kathleen Kennedy, Frank Marshall y Steven Spielberg. Fotografía: John Hora. Montaje:
Tina Hirsch. Música: Jerry
Goldsmith. Año: 1984.
Intérpretes: Zach Galligan (Billy Peltzer),
Phoebe Cates (Kate), Hoyt Axton (Randall Peltzer), Francis Lee McKein (Lynn
Peltzer), Dick Miller (Murray Futterman), Keye Luke (Señor Wing).
[1] Menor, pese a todo, a la que se pretendía en las primeras
versiones del guión en las que Gizmo era el primero en convertirse en maléfico
gremlin y no contento con ello, Dante y el guionista Chris Columbus lo hacían
responsable del asesinato de la madre de Billy, que se encontraba con su
cadáver al llegar a casa esa noche. Sea por lo motivos que sea, los que éramos
poco más que niños cuando tuvimos la suerte de ver esta película agradecemos
que nos ahorraran el trauma de tener que contemplar todo lo anterior.
[2] Algo que no ocurriría en la secuela Gremlins 2: la nueva generación, que llegaría seis años más tarde.
Despojada por completo de elementos terroríficos y con las tres normas
reducidas a una mera excusa, cuando no a diana de un sentido del humor
autoparódico que las reduce a puro trámite, la segunda película protagonizada
por los gremlins es una comedia pura y dura, sin más intencionalidad que
atiborrar la pantalla de gags a cada cual más divertido. La acción en esta
ocasión tenía lugar en Nueva York en un enorme rascacielos propiedad del atontolinado
magnate de las telecomunicaciones Donald Clamp (trasunto de el muchimillonario
Donald Trump) en el que los gremlins, esta vez de aspecto más variopinto se
dedican a pegarse la juerga del siglo mientras esperen que en el exterior caiga
la noche para hacer su primera visita a la Gran Manzana. Por el camino, Gremlins 2 traslada su humor muy próximo
al propio de los dibujos animados de la Warner que produce esta película a un
laboratorio llevado con mano férrea por Christopher Lee en el que los gremlins
sufrirán mutaciones a cuál más absurda y bien aprovechada con fines cómicos.
Pese a los muy buenos resultados, resulta algo inferior a su original pero
superior a su corta pero intensa tercera parte. Si quieren disfrutar de esta
baratísima pero descaradamente divertida coda al díptico dirigido por Joe Dante
pueden verla aquí: http://www.youtube.com/watch?v=Z6uj4EMZFjc .No les llevará mucho tiempo. Además de la secuela oficial y la desarmante coda llevada a cabo por los chicos de Muchachada nui, Gremlins provocó una catarata de imitaciones como Ghoulies, Munchies o las más afmada de todas ellas: Critters muchas de las cuales tuvieron a su vez sus propias secuelas con resultados a veces divertidos, otras no.
[3] La violencia de algunas de las escenas, que como ya se ha
comentado era considerable dado el contexto en el que tienen lugar, llevó a
muchos padres que habían llevado a sus hijos a ver la película a mandar cartas
con sus quejas a la productora por considerar Gremlins como demasiado oscura o violenta para el público infantil.
Tras las numerosas quejas, la MPAA (Motion Picture Association of America, que ejercían
y ejercen un gran poder sobre las producciones cinematográficas a las que
otorgan calificaciones “morales” con
lo que su estreno y afluencia de público se ve apoyada o mermada por dichas
calificaciones por mucho que sean un aceptable avance respecto a épocas de
censura) tuvo que crear una categoría hasta entonces inexistente, la PG-13 que
aquí se traduciría en no recomendada para
menores de 13 años por no ser una película para niños (calificadas con G- o
PG-) ni para adultos o menores de 17 acompañados (R- o NC-17).
[4] Fundada en 1981 por Steven Spielberg, Frank Marshall y Kathleen
Kennedy y que toma su nombre de un cortometraje dirigido por el Rey Midas de idéntico
título. Su logotipo toma una de las imágenes más reconocibles de su primer gran
éxito, el clásico de Spielberg E.T. el
extraterrestre de 1982, que sería secundado por la propia Gremlins y después por la trilogía de Regreso al futuro, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Los goonies o El secreto de la piramide por poner algunos ejemplos que hagan
referencia a unas producciones enfocadas a un público juvenil que las adoptó
como películas de cabecera y cuya influencia aún hoy se hace notar en películas
hechas por aquellos niños que ya son adultos. La productora también produjo
algunos films más adultos de Spielberg y otros realizadores, pero siempre se la identificará con un público juvenil y unos filmes que andaban con paso firme entre las dos
aguas de la infancia tardía y la adolescencia.
[5] Con apariciones estelares de Robbie, el mítico robot de la no
menos mítica Planeta Prohibido, la
inmortal tonadilla de la clásica serie The
Twilight Zone, unas imágenes de La invasión de
los ladrones de cuerpos en su versión dirigida por Don Siegel o ,a otro
nivel, la aparición de Chuck Jones, responsable y alma Mater de algunos de los
dibujos de la Warner y su salvaje sentido del humor que tan bien encaja con el
de los gremlins y hasta de Steven Spielberg en una fugaz aparición a lomos de
un coche eléctrico. A modo de homenaje, Dante eligió una sierra mecánica a
imagen y semejanza de La matanza de Tejas
dirigida por Tobe Hopper en 1973 como arma en el enfrentamiento final entre
Billy y Stripe por la admiración de Dante por el film sobre los matarifes
caníbales.
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