Un terremoto
agrieta la superficie de los EEUU y separa la ciudad de Los Angeles del resto
del continente, aislando a su población del resto de los Norteamericanos. Poco
antes, un predicador ultraconservador tiene una epifanía en la que tal suceso
tenía lugar, como así se lo hizo saber a su entonces pequeño electorado que
crece como la espuma cuando la casualidad le da, a ojos de una América temerosa
de Dios, la razón. No contento con alcanzar el poder que otorga el vivir en la
Casa Blanca, el nuevo Presidente instaura una teocracia que condena a la
deportación a todo aquel que se niegue a seguir o sea incapaz de cumplir por
naturaleza los preceptos de la rebautizada como “Nueva América Moral”: no está
permitido el sexo previo al matrimonio, no se permite fumar ni comer carne
roja. La prostitución, el ateísmo, la homosexualidad o cualquier otro culto
religioso que no sea el oficial son ahora, al igual que las prohibiciones
mencionadas, penados con igual dureza que el robo, el asesinato o el
terrorismo: la deportación de por vida a la nueva isla prisión de Los Angeles
en la que sólo existe una regla impuesta desde el exterior a unos habitantes
que se reorganizan asocialmente en el interior a punta de pistola: el que
entra, no sale.
Han pasado
quince años desde que Plissken “el Serpiente”, interpretado lacónicamente por
Kurt Russell en una de sus más míticas composiciones, se vio obligado a
rescatar so pena de muerte al entonces, 1997, Presidente de los Estados Unidos
de América de la isla prisión en que había sido transformada Manhattan, ciudad
en la que tenía lugar la sombría epopeya relatada en 1997: Rescate en Nueva York[1].
Muchas cosas
han pasado en esos quince años que igualmente separan la producción de ambas
películas de 1981 y 1996, respectivamente. Entre otras y en nuestra parcela de
la realidad la aparición de la llamada “corrección
política” que todo lo blanquea y ablanda en sus formas para que su fondo
permanezca igual creando un nuevo lobo con piel de cordero aparentemente más
inofensivo que promete tranquilidad y salud pero del que es mucho más difícil
discernir las intenciones y las consecuencias derivadas de estas bajo su
recatada pátina de buenos modales. En la ficción, la oscura América retratada
cínicamente en la primera entrega de las aventuras de Serpiente Plissken ha
sido sustituida por una dictadura evangelista que contiene en su seno el más
rancio de los fascismos ultraconservadores llevado con mano dura por un
integrismo que se ve a sí mismo como la última salvación de un mundo condenado.
Resulta curioso el que justo cuando una de las codas de esa corrección política
a la que antes se referencia es precisamente la muy supuesta desideologización a golpe de tecnocracia
de la que en parte ahora sufrimos las consecuencias es cuando Carpenter parece
sentirse obligado a decir lo que subyacía bajo las imágenes de sus películas en
voz alta, a poner el discurso en un primerísimo plano cuando hasta entonces
formaba parte indivisible de la película más como una atmósfera pesimista y la
lacónica actitud de sus personajes a caballo entre lo contestatario y lo
resignado que de una manera tan obvia de expresarlo como en una de sus anteriores
películas, la magnífica y casi visionaria visto lo visto Están vivos[2]
y esta que nos ocupa 2013: Rescate en
L.A.
Sea a ojos de
su realizador y alma Mater del proyecto, el fumador empedernido en tiempos de
salud a ultranza John Carpenter, un deformado y bufonesco reflejo de la
realidad que acaecía en el 1996 en que tenía lugar la producción y estreno de 2013: Rescate en L.A. o no, lo cierto es
que el cambio de escenario y algunas cosas más que se intentarán desgranar más
adelante no es óbice para que la historia que tiene lugar en ambas películas
sea en líneas generales prácticamente idéntica aunque su plasmación en pantalla
sea considerablemente diferente y revelador.
2013: Rescate en L.A.
narra la cuenta atrás a la que Plissken es nuevamente sometido por las
autoridades para llevar a cabo una misión suicida muy similar a la que tuvo que
llevar a cabo en la ciudad que nunca duerme. Deberá entrar en la nueva y
peligrosa Los Angeles y localizar a la repipi hija tránsfuga del Presidente
llamada, ironías de la vida, Utopía. En su poder está el arma definitiva con la
que los EEUU se defenderán de los ataques de otras potencias emergentes que
reclaman su parte del pastel soberano: un pequeño cd que contiene un código
capaz de desmantelar vía satélite cualquier mecanismo que requiera de un mínimo
de energía eléctrica, inutilizándolo por completo, con una concreción tal que
es capaz de colapsar tanto un taxi que circule por una calle cualquiera como un
país entero. Pero Utopía, rechazando al fanático de su padre, ha caído en
brazos del que se diría su perfecta Némesis pero que acaba revelándose idéntico
a su enemigo: Cuervo Jones, terrorista y líder liberador de los oprimidos de la
ciudad de Los Angeles se ha hecho con el corazón de la chica y de propina, o a
la inversa, con el dichoso artilugio que deviene pura excusa argumental para
armar toda la película a su alrededor.
No sólo el argumento
recuerda poderosamente al del film primigenio, Carpenter se esmera en repetir
escena tras escena variando hasta que parezcan distintas pero no tanto como
para no tener la sensación de estar presenciando una imitación de las que
componían 1997: Rescate en Nueva York. Donde antes era un aeroplano el que metía a
Plissken en la boca del lobo, ahora es un submarino, el amable taxista
interpretado por Ernest Borgnine que guiaba al taciturno antiheroe por la
ciudad de Nueva York ha sido sustituido por un pícaro guía turístico no muy de
fiar tras los avispados ojos saltones de Steve Buscemi, la pelea al más puro
estilo de circo romano de la primera entrega tiene ahora su reflejo en una
cancha de baloncesto en la que no encestar implica ser ejecutado y cuyo alarde
por parte del no en vano productor ejecutivo además de actor Kurt Russell sirve
a modo de muestra de los aires de divertimento privado de la película para sus
responsables[3],
se repiten las situaciones y hasta algunas frases de diálogo con lo que podríamos
decir que el molde estructural sigue siendo el mismo para un mundo diferente. O
en nihilistas palabras del propio Plissken que “Cuánto más cambian las cosas más siguen igual” y que probablemente
lo que servía en el pasado, al igual que Plissken fue usado en su día por sus
superiores para sacar al Presidente del atolladero en Nueva York, sirve
igualmente en la actualidad. Y esa es una máxima que recoge tanto John
Carpenter como su alter ego en la ficción Serpiente Plissken que se presenta
ante nuestros ojos como una reliquia del pasado, un hombre entero pero ajado,
misterioso, taciturno, fumador y en apariencia algo talludito para según que
trotes que es tratado como lo que acaba siendo en la película: alguien definido
como “retro”, con la misma chaqueta de cuero que llevaba en la primera entrega
(y que con el aspecto que tiene muy bien podría ser la misma chaqueta de cuero) y que ya no pertenece a un mundo en el
que nada tiene sentido porque encajaba mucho mejor en el planteado en la
primera película pese a mantenerse siempre al margen de la sociedad.
Así, si 1997: Rescate en Nueva York bebía de las
fuentes del western para aricular a un personaje taciturno y quintaesencia del
solitario tipo duro, en 2013: Rescate en
L.A. la fuente de inspiración es la primera aventura de Plissken
reconvertida con el paso del tiempo en un mito contracultural para una nueva
América que ve como ilusos o trasnochados los valores que lo impulsaban. Y es
en esa distancia autoasumida por el realizador y el personaje la que lleva 2013: Rescate en L.A. más allá de la
cita nostálgica a un estilo de vida supuestamente perdido, que también, y lo
eleva a un humanista ajuste de cuentas con un mundo que parece haber perdido el
norte, a través de un personaje al que se daba por acabado o domado pero que
demuestra la validez de su manera de ver las cosas y su irreverencia al más
puro estilo americano en una figura tan propia de la cultura de ese país como
es la del rebelde o el Maverick.
Pero hay más y
otras maneras de ver esa estrategia llevada a cabo con una encomiable ligereza
y falta de pretensiones: si como otros elementos de la película la famosa y
triste tonadilla compuesta por el propio Carpenter para su primer film con
Serpiente como protagonista se repite sobre el papel en forma de idéntica
partitura, la instrumentación que merece en esta ocasión da como resultado una
música muy distinta que se acoge a los mismos parámetros que el resto de 2013: Rescate en L.A.. A un nivel formal
la película difiere mucho de su original, los colores sombríos han sido
sustituidos por otros mucho más chillones, el tono que da no sólo el ritmo del
montaje sino de la importancia dramática que se le da a lo que pasa en el film
es muy ligero y dinámico en contrapartida a la lasitud nada afectada de la primera
entrega. 2013: Rescate en L.A. es una película mucho menos dramática y tensa,
muchísimo más humorística hasta la sátira y una autoparodia (algo que siempre
es sospechoso de tapar la incompetencia a base de reírse de uno mismo) que
puede llegar a contrariar, que su modelo. Y también mucho más inverosímil
llegando hasta límites en los que es imposible tomarse en serio lo que está
pasando en la pantalla o la suerte que puedan correr los personajes que pululan
por ella, dinamitada por una exageradísima y rimbombante banda sonora en los
instantes presuntamente más dramáticos que sólo hacen ver lo ridículo de la
situación. Lo que sustenta el interés, amén de un Carpenter algo amilanado en
sus capacidades como creador de atmósferas pero capaz de ser tremendamente ágil
como narrador sin salidas de tono formales más allá de unos cutrísimos efectos
especiales y unos fondos digitales de cartón piedra, es su perspectiva moral,
pilar indispensable de la sátira que orquesta todo el film que pese a ingresar
en el género de acción, del que parece cachondearse constantemente, lo hace
desde una óptica pasada de moda hasta lo kitsch pero también por eso una óptica
resistente, bastante hortera eso sí, a las tibias formas de la moralidad
imperante. Y todo lo anterior a través de un personaje que representa un estilo
de vida aparentemente domado y ya fuera de lugar, pero que demostrará que aún
puede dar su última y definitiva batalla.
Carpenter
organiza, bajo los ropajes del film de acción de convencional desarrollo que
nunca deja de ser la película, su ácida visión de las cosas de un fuego cruzado entre dos mundos que se
retroalimentan: por un lado están las autoridades Norteamericanas,
representadas por hombres y andróginas mujeres de raza blanca sin excepciones
en instalaciones asépticas de tonos apagados y azulados y que sólo parecen
cumplir órdenes del Presidente (que a su vez cumple órdenes de Dios) sin
cuestionarlas hasta bien entrada la película. Al otro lado del nuevo y pequeño charco
creado por el seísmo, se encuentra toda aquella variedad racial y
presumiblemente cultural que ha sido expulsada de suelo Norteamericano en
colores mucho más vivos y filosofías de vida, como no puede ser de otro modo en
un mundo en el que uno puede caer muerto en cuestión de segundos, mucho más
vitalistas. Pese a lo anterior, Carpenter destierra todo posible romanticismo
sobre la vida salvaje de un territorio, el de la ciudad de Los Angeles, de un
plumazo que revela el nihilismo general de la película. Los Angeles es quizás
un lugar más libre que el que manda y dispone al otro lado de su militarizada
frontera, pero también un lugar muy peligroso en el que la ley del más fuerte
es la que se aplica por encima de cualquier justicia.
Y el más
fuerte es Cuervo Jones, hombre de apariencia estudiadamente similar a la del
Che Guevara como ejemplo y símbolo de determinados líderes de América Latina
que aprovechan la leyenda del Che para revestir de aromas libertarios lo que no
es más que todo lo contrario. Como se ve, este es un juego de estereotipos
tremendamente ideologeizado de los que la figura de Plissken no es ni mucho
menos una excepción, con pocos o ningún matiz que presenta dos frentes de Poder
y entremedias muy divertidos episodios que ofrecen una parodia de lo que ha
sido de América para alguien de la generación contracultural por excelencia
como es la de los sesenta y que es también la de Carpenter: en este aspecto la trama o la
misión de Plissken que la impulsa parece ser lo de menos, sólo parecen importar
las secuencias en las que se pone en picota algunos de los lugares comunes en
principio americanos pero yendo un poco más allá, extensibles a otras partes
del planeta.
Y aquí el film
se pone las botas, desde un surfista trasnochado[4]
(interpretado no por casualidad por un ícono del cine contracultural como es
Peter Fonda) que aguarda como agua de mayo un tsunami que le dará la Gran Ola
sobre la que podrá surfear (¡!) hasta un grupúsculo de mutantes que moran por
Beverly Hills y que ven como su cuerpo se diluye debido a la ingente cirugía
plástica que se inflingieron antes de ser deportados a Los Angeles y que
secuestran transeúntes para transplantarse sus órganos y tejidos frescos y así
poder sobrevivir[5],
2013: Rescate en L.A. sobrevive a su
vez entre escenas de acción resueltas de la manera más peregrinamente
imaginable. Como si no importaran o una vez planteadas el resolverlas sin
atentar contra la verosimilitud en lo posible suponga demasiado esfuerzo o
demasiado tiempo de metraje como para preocuparse por ello. Y es en su absoluto
descaro, al igual que ocurre con la frontalidad de su sátira tan lúcida como
obvia que acaba siendo lo único importante, donde entra en juego un sentido del
humor que consigue pasar por alto todo lo demás mientras dura la película hasta
su conclusión, donde se revela una dimensión humanista por fortuna nada
aleccionadora que latía bajo el cachondeo que vertebra todo el film.
Ante el
imposible dilema moral y vital de tener que elegir entre dos formas de ver el
mundo idénticas en su fondo bajo discursos distintos que han sido puestos en
ridículo durante toda la película, Plissken y Carpenter toman el camino de en
medio. Llegados a este punto, el director logra alcanzar en la ficción la
soñada e igualitaria tabula rasa que los de su generación siempre anhelaron sin
conseguirla. Es el puñetazo último que valida una forma de ver el mundo que
también ve el final de este, el Apocalipsis, como la única salida sensata a una
humanidad que ha perdido el norte en nombre de sus ideas y ha descuidado sus
cinco sentidos y el placer de vivir. Ante los habituales futuros asépticos de
la mayoría de distopias cinematográficas, Carpenter propone la visión de un
nuevo mundo pagano listo para volver a empezar con la raza humana por delante
de todo lo demás. Un inesperado canto a la esperanza con los pies en el suelo
en una filmografía habituada a los finales apocalípticos pero pocas veces tan
bien aprovechados como en una película que más que explicar una historia parece
una resistente y liberadoramente divertida declaración de principios que a cada día que
pasa parecen cada vez más lejos de ser caducos.
Título: Escape from L.A. Dirección:
John Carpenter. Guión: John Carpenter,
Debra Hill y Kurt Russell. Producción: Debra Hill y Kurt
Russell. Fotografía: Gary B. Kibbe. Diseño de producción: Lawrence G.
Paull. Montaje: Edward A. Warschilka
Jr. Música: John Carpenter y Shirley
Walker. Año: 1996.
Intérpretes: Kurt
Russell (Serpiente Plissken), George Corraface (Cuervo Jones), Cliff Robertson
(Presidente de los Estados Unidos), Stacy Keach (Malloy), Steve Buscemi
(Eddie), Pam Grier (Hershie), Peter Fonda (Surfista).
[2] Film de 1988 que narra las desventuras de un trabajador de la
construcción en el paro que descubre una inquietante realidad, vivimos
sometidos por una raza extraterrestre que se ha infiltrado en las altas esferas
del poder sometiendo a la raza humana que ha sido relegada a mera mano de obra
inconscientemente esclavizada por un estilo de vida artificial y prefabricado
para que los humanos nos peleemos entre nosotros por objetivos tan absurdos y
cotidianos como dejar morir a alguien en la calle para poder comprarnos un
coche con el dinero que podría salvarle la vida. Afortunadamente poco
aleccionadora y muy ligera de pretensiones, esta sólida película se aproximaba
más a nuestro mundo que la que nos ocupa en esta entrada al no reducir el juego
al panorama socio político, o la ideología que pueda haber detrás, sino incluir
en la ecuación factores socio-económicos, mucho más acorde con lo que hay aquí
y ahora pese a lo ya algo lejano de la producción del film (aunque la era
Reagan tiene bastante en común con la nuestra a un nivel casi mundial) y a no
tener que ver con la calidad o la preferencia que uno pueda tener por una o por
otra.
[3] Para que se hagan una idea, John Carpenter asegura con su
habitual laconismo y parquedad en palabras que si desenterró al más
representativo de sus antihéroes fue porque Kurt Russell se lo pidió. Y la
escena del imposible partido de baloncesto responde a otra petición hecha por
el actor, aficionado a dicho deporte.
[4] Cuyo uso de la tabla de surf en un entorno al borde del
Apocalipsis recuerda poderosamente al del último astronauta superviviente de la
opera prima del director Dark Star,
que acaba surfeando a lomos de un monolito a imagen y semejanza del de 2001: Odisea en el espacio de Stanley
Kubrick.
[5] Y que están capitaneados por un irreconocible tras el maquillaje
Bruce Campbell, el Ash de la trilogía de Evil
Dead (o Posesión infernal, como
se la conoció por estos lares) y actor fetiche de Sam Raimi durante toda su
filmografía. A su lado y en otros instantes de la película también aparecen Pam
Grier (estrella de Foxie Brown y
otros films blaxplotation) que al
poco tiempo sería recuperada por Quentin Tarantino para protagonizar Jackie Brown, el mentado Peter Fonda y
Steve Buscemi, componiendo un curioso star
system para una película de un presupuesto considerable pese a sus
apariencias: 50 millones de dólares aproximadamente.
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