La primera
película del dibujante y humorista Seth MacFarlane[1]
en la que participan actores de carne y hueso parte de una premisa brillante.
Una voz que anuncia las maneras de un cuento de hadas cinematográfico nos
introduce en la historia y en el tono que la hace creíble: John es un niño
solitario maltratado por los demás chavales del Boston de los ochenta que pide
por navidad un único e imposible deseo. Quiere que su oso de peluche, Ted,
cobre vida para así poder tener un amigo con el que compartir su infancia.
Dicho y hecho y con la inestimable ayuda de una estrella fugaz que cruzaba el
firmamento justo en el instante en el que el niño hacía su petición, a la
mañana siguiente y ante la despavorida mirada de los padres de John, Ted ha
cobrado vida y habla, se mueve y piensa por propia voluntad. La misma que lo
lleva a cumplir el deseo del pequeño de ser los mejores amigos. Para siempre.
Tras unos años que se nos muestran a modo de cortas ráfagas que resumen el auge
de Ted (con la grave voz del propio Seth MacFarlane) como personaje público y
sus apariciones en programas televisivos y su creciente fama que no pone palos
en las ruedas a la sana y cada vez más consolidada amistad que mantiene con
John, el film se sitúa en la actualidad. Ted ya forma parte de la comunidad de
Boston como vieja gloria pero sin deferencias en su convivencia con el resto de
los lugareños completamente habituados a su presencia, y John (un entregado
Mark Wahlberg) ya ha alcanzado los treinta, lo que no implica que haya
alcanzado a ojos de su novia un mínimo grado de madurez sino que parece
emperrado en vivir una adolescencia perpetua. Finalmente, la chica lo pone en
la disyuntiva definitiva: si quiere que sigan juntos deberá dejar de lado la
desordenada vida que lleva con un Ted por el que siente la mayor de las
simpatías, pero que no le va a la zaga en cuanto a juerguista y asumir las
responsabilidades de una supuesta vida adulta.
Pese a lo
dicho, Ted no es un manipulador que arrastra a John a una espiral de vicio de
la que es imposible escapar, ni un celoso doppelgänger[2]
que quiera al que fue su dueño cuando era un peluche inerte y ahora es su
compañero y amigo sólo para él. Tampoco representa lo reprimido en John que
sale a borbotones juerguistas a modo de un particular Mr. Hyde relleno de algodón.
No, pese a un inicio en la infancia de John que sobre el papel podría engrosar
las filas del cine de terror al uso por su inquietante y casi siniestro en el
sentido más primigenio del término[3]
de los deseos del crío, Ted recibe, por parte de MacFarlane y el resto de
guionistas, un blanqueado tratamiento visual en el que no hay ni rastro de
extrañeza o inquietud, tan amigable como lo es el propio oso de trato con el
resto de personajes con los que comparte plano gracias a unos excelentes
efectos especiales. Pero también, y ahí
está la mayor pegada de la película en cuanto a intenciones se refiere, Ted
representa y, lo que es mejor, hace corpóreo y por lo tanto lo hace existir en
el presente, el pasado y la inmadurez que arrastra el personaje no ya como un
ente o un conjunto de recuerdos, sino como alguien autónomo que no por otro
motivo que no sea el cariño, se niega a desaparecer sin antes demostrar su
valía y su lugar en la vida de John. Una vida que ha crecido, junto con Ted, en
unos años ochenta que también se niegan a desaparecer como paraíso perdido que
de tan viciado empieza a pudrir hasta el propio presente en el que John no
acaba de sentirse del todo cómodo. Desde Flash-Gordon[4],
el actor Tom Skerrit o Fiebre del sábado
noche entre otras múltiples referencias a la fluorescente época del neón y
casi siempre sacadas a colación por el propio oso, Ted carga sobre las espaldas de John un pasado que
intermitentemente se dedica a dinamitar un presente, el nuestro, representado
por su chica Lori y sus ansias de estabilidad vital.
De esta
manera, el conflicto dramático de Ted,
que no es sino el miedo a dar el paso de la inmadurez crónica del treintañero
que se niega a asumir las responsabilidades de la vida adulta, tan cacareado en
la que algunos han llamado por enésima vez Nueva
comedia americana se dirime en términos simbólicos, concretamente en dos
frentes diferenciados entre los que se debate John y que ha llevado a algunos
analistas a ver el film, en mi opinión de forma algo reduccionista, como el
acta de defunción de la peterpanesca visión del mundo de la generación de hombres
que crecieron (sólo biológicamente) en dicha década.
Por un lado
tendríamos a Ted como cabeza visible de esa inmadurez que amenaza con ser
irreversible para John, y por el otro a Lori en el campo de lo que se considera
una vida más responsable. Estas dos formas de ver el mundo tienen sus
respectivas plasmaciones bajo un mismo paraguas formalmente neutro, aunque
competente, hasta el soserío formal que hacen creíble a Ted (en lo que también
tiene mucho que ver ese inicio propio del cuento de hadas en el que todo, por
imposible que pueda ser, puede ocurrir) en un entorno cotidiano como el del
film y que permite acoger ambas visiones con mínimas diferencias en su
plasmación audiovisual a través de dos géneros propios de la comedia
cinematográfica. Siguiendo con la división, diríamos que la inmadurez tiene su
lugar en el género que mejor la ha representado desde siempre; la comedia
adolescente en su vertiente más burra y en el fondo inofensiva, regada por
alcohol, chicas ligeras de ropa cuando la llevan y marihuana pasando de mano en
mano. MacFarlane se siente a gusto en este espacio haciendo gala de su
desprejuiciado sentido del humor, aunque también se muestra más atemperado, con
esporádicos y agradecidos chistes un punto más negros como los que hacen despreocupada referencia al
11-S[5],
de lo que ha demostrado ser capaz en la
pequeña pantalla, quizás porque al contar con personajes y personas (que no
siempre coinciden) de carne y hueso es consciente de que a una parte del
público se le congelaría la sonrisa en los labios al ver como se los maltrata
con el salvajismo y la violencia con las que carga contra Peter Griffin u otras
de sus creaciones animadas. Aunque pese a la gracia y la habilidad del
realizador y guionista para con el humor, sí resulta algo decepcionante que no
lleve un poco más allá lo que hemos visto (aunque en esta ocasión se ve más que
bien) muchas otras veces, algunas mejor, otras peor, en películas similares. Al
otro lado del ring, el de la madurez, hallamos los desvaídos tintes de la
comedia romántica que frente a la fisicidad y los placeres que ofrece la otra
variante, se emperra al menos en esta ocasión en desarrollar ese simbolismo en
el matrimonio y el ascenso laboral, ambos elementos más que respetables cuando
implican unión amorosa y sustento económico, pero difícilmente tragables cuando
se muestran como fríos símbolos de una madurez de lo más estereotipada. Y es ahí
donde empiezan los problemas.
Si MacFarlane
demuestra ser lo bastante inteligente como para conformar una estructura lo
bastante sólida que permita que la película funcione a dos niveles dramáticos
(el simbólico y el narrativo o más aún, el racional y el emocional) que
deberían impulsarse mutuamente, también deja claro con Ted que disfruta mucho más con la comedia gamberra en base al
dinamismo en los diálogos y la poca vergüenza que le ha hecho un nombre en el
mundo televisivo con Padre de familia
o Padre Made in USA que con el
desabrido romanticismo capitaneado por el personaje Lori. El resultado es que
mientras el lado gamberro funciona bien más allá de su base simbólica, el
romántico es de lo más desdibujado y acaba convirtiéndose en un frontón contra
el que carga el resto de la película sin que nunca se vea una defensa de esa
vida adulta más allá de representar lo que por la edad de John eso es lo que toca.
De este modo,
si la dirección de esa estructura parece ir en la dirección de conciliar ambas
visiones de la vida o dar directamente la victoria a la madurez a base de
reprobar lo infantiloide de los hombres, la película en su conjunto ofrece todo
lo contrario, celebrando lo que pretende condenar con muy poco disimulo. Hasta
desde el punto de vista de construcción de personajes Ted resulta mucho más
autónomo y trabajado, al igual que la relación que mantiene con John, vista
bajo un prisma mucho más cómplice y cariñoso, está mucho mejor desarrollado que el que
muestra la del mismo hombre con su novia y Némesis simbólica de Ted, que sólo
cobra algo de vida gracias a la actriz que la interpreta, Mila Kunis, y la
buena química que esta mantiene con Mark Wahlberg en el papel de John. En este
juego de estereotipos que en ocasiones es la película, los que dan forma al
lado más hedonista de la vida son mucho más divertidos que los que conforman la
otra, puro trámite a una vida que tal y como se plantea es pura asepsia hasta
en lo formal, sólo puntuado por algún subrayado en la banda sonora en
contraposición a lo que en comparación en el lado más festivo de la vida de
John se permite algún punto formalista y resulta mucho más rítmico que la
lasitud de la que hace gala la parte más romántica.
El ejemplo más
plausible de lo anterior se da en el momento culminante del conflicto del film
que también es su cumbre en rasgos generales y la escena más cómica entre unas
cuantas que siempre tienen su gracia: la juerga que mezcla lo más viciado con
todos sus vicios de los ochenta con el propio Sam J. Jones (el actor que
interpretó al propio Flash Gordon en su versión para el cine de 1980) que
parece poseído por su propio personaje (otro más que se niega a abandonar su
década dorada hasta niveles de enajenamiento), cocaína y una imposible pelea con
un pato, y que tiene el precio de haber abandonado a Lori en otra fiesta, esta
de compromiso laboral, en aras de su ascenso y que hacía las veces de prueba de
fuego para John… pero que al contrario, y muy significativamente, que en la
farra de John expuesta con todo lujo de detalles y que condensan y celebran
hasta írseles de las manos todo el pasado del que debería desembarazarse si
quiere tener alguna oportunidad junto a Lori, no aparece en la película, como
si no tuviese la más mínima importancia.
Así, la
victoria de lo escatológico y lo pasado de vueltas se da a veces por omisión y
casi siempre por una comparación tremendamente descompensada, además de no
llegar nunca a las cotas de salvajismo, que a veces se diría que pretende
alcanzar sin conseguirlo casi nunca, que la harían lo suficientemente
desagradable o percibirse como peligrosa desde este lado de la pantalla, como
para querer huir a una vida más tranquila. Tampoco su romanticismo es tan
potente a nivel emocional o tan pasional como para merecer una lucha a ojos del
espectador, con lo que las intenciones de la película devienen en un moralismo
que casi la autodestruyen al traspasar el binomio inmadurez-madurez, al de
diversión-aburrimiento respectivamente mientras se intenta convencer, sin
conseguirlo, de lo contrario.
Entonces
MacFarlane parece obligado a echar mano de otro niño-adulto, este ya a unos
niveles patológicos, interpretado por Giovanni Ribisi con su habitual habilidad
de pasar a uno y otro lado de la línea que separa lo bufonesco de lo
inquietante, que hace las veces de espejo deformante de lo que podría haber
sido al crecer John de no ser por el milagro navideño de Ted, y de lo que puede
ser cualquiera que se niegue a crecer se le concedan los deseo navideños o no.
Un elemento siniestro y considerablemente preocupante que no acaba de encontrar
su lugar en una historia de la que queda algo descolgado, pese a su validez por
sí mismo.
Gracias a esta
pirueta algo forzada y recogiendo el guante tejido con material de fábula
dejado en el inicio de la película, MacFarlane se las apaña para agradar a
todos en un pacto demasiado convencional, bastante a juego con el resto a su
pesar, para las posibilidades que ofrecía Ted
quizás en aras de una posible secuela que pueda comenzar prácticamente de cero,
vista la evolución dramática de los personajes que ofrece la película desde su
inicio hasta su final. Aunque esa conciliadora conclusión no deje de ser una
lástima pese a lo entretenida que resulta y lo divertida que es en muchas
ocasiones el film en su conjunto, siempre resulta preferible a la victoria de
una supuesta vida adulta que obedece más a lo formulario que a auténticas
responsabilidades. Y que de haber una secuela, daría como resultado una
película aburridísima.
Título: Ted. Dirección: Seth MacFarlane. Guión: Seth MacFarlane, Alec Sulkin y
Wellesley Wild sobre una historia de Seth MacFarlane. Producción: Jason Clark, Scott Sttuber, Jon Jacobs y Seth
MacFarlane. Fotografía: Michael
Barrett. Dirección artística: E.
David Coiser. Montaje: Jeff Freeman.
Música: Walter Murphy. Año: 2012.
Intérpretes: Mark
Whalberg (John) Seth Macfarlane (voz de Ted), Mila Kunis (Lori), Giovanni
Ribisi (Donny), Jessica Barth (Tami-Lynn).
[1] Nacido el 26 de octubre de 1973 en Kent, Connecticut. En su niñez
se interesó por la ilustración y empezó a dibujar personajes animados con una
especial fijación por Pedro Picapiedra y el Pájaro Loco. A los nueve años de
edad dibujó una tira cómica para el periódico The Kent Good Times Dispatch titulado Walter Crouton. Pasó y recibió el diploma por la Escuela Episcopal
de Kent, algunos maestros de la cual le reprocharon su sentido del humor para
más tarde pedir a la cadena FOX que no emitiera Padre de familia. Los padres de MacFarlane, maestros de esa misma
escuela, dimitieron en señal de protesta. Más adelante estudió en la Escuela de
Diseño de Rhode Island donde obtuvo el certificado de Bellas Artes. En la
Escuela de Diseño presentó como tesis doctoral un cortometraje animado llamado Life of Larry, que fue entregado por uno
de sus profesores al hogar de los Picapiedra, Hanna Barbera, dónde más tarde
MacFarlane fue contratado. Allí trabajó como caricaturista y guionista para
Cartoon Network con Johnny Bravo, Vaca y
Pollo o El laboratorio de Dexter.
También creó y escribió un corto llamado Zoomates.
En 1996 creó Larry and Steve, que
narraba las correrías de un hombre de mediana edad (Larry) y su perro
intelectual (Steve) y fue emitido en The
Cartoon Cartoon Show. Los ejecutivos de la FOX contrataron a MacFarlane
para que creara una serie inspirada en esos personajes dando como resultado un
tiempo después Padre de familia en la
que MacFarlane doblaba a muchos de los personajes animados. El gran éxito de la
serie que alcanzó a recaudar mil millones de dólares lo aupó a un acuerdo con
FOX que ataba tanto Padre de familia como
esa especie de variante sobre lo mismo que es Padre made in USA (a la que se añadió una serie propia para uno de
los personajes secundarios de esta última The
Cleveland Show) hasta 2012
a cambio de la friolera de cien millones de dólares,
convirtiéndolo en el guionista de televisión mejor pagado del mundo. Además,
MacFarlane editó un álbum musical llamado Music
is better than words en 2012 y ha puesto su voz en algunas películas como Hellboy II de Guillermo Del Toro.
2 Literalmente, doble andante. Generalmente se usa para definir el
doble de una persona y casi siempre para referirse a un doble maligno cuya
presencia se ve como un mal presagio para el que es duplicado y los que lo rodean. Según parece, su forma más antigua
acuñada por el novelista Jean Paul en 1976 es Doppeltgänger: “el que camina al lado” y desde Mr. Hyde
hasta Tyler Durden ha ido llegando a nuestros días como un arquetipo a veces
maléfico a veces liberador, en ocasiones ambas cosas a la vez.
[3] Según Freud, lo siniestro o Unheimlich
en alemán, es aquello que produce angustia y supone el regreso de lo reprimido
desde la infancia, generalmente siendo también lo que se percibía como familiar
pero se ve ahora bajo un prisma diferente que lo hace vagamente reconocible y
produce la mencionada angustia.
[4] Mítica película de 1980 dirigida por Mike Hodges y protagonizada
por Sam J. Jones que adapta el personaje de cómic a la gran pantalla en un
fastuosamente kitsch universo de colorines en el que nada puede tomarse
demasiado en serio y cuyo visionado es toda una experiencia perfectamente
resumida por Ted en el film de MacFarlane (no en vano, con su propia voz) con ¿Cómo algo tan malo puede ser tan bueno?. Tanto
o más mítica que la película que avanza a trancas y barrancas entre diálogos imposibles
y efectos especiales que rozan lo risible pero que contra todo pronóstico dan
una sensación de unidad en su cutrez a prueba de bombas es su banda sonora
compuesta por el grupo Queen, que pueden escuchar aquí: http://www.youtube.com/watch?v=LfmrHTdXgK4 , y cuyo tema principal (el del link anterior) ha pasado a la historia.
[5] Terrible y histórico día en el que tuvieron lugar los atentados
que destruyeron las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York y dieron lugar a unas descerebradas reacciones (que
provocan otras igualmente desquiciadas y ultraconservadoras) de las que aún
estamos por ver a donde nos llevarán. Además, MacFarlane mantiene una estrecha
pero afortunada relación con esos atentados. En esa mañana del 11 de septiembre
de 2001, el realizador debía volver a Los Ángeles desde Boston a bordo del
vuelo 11 de American Airlines. Gracias a una resaca fruto de una noche de
celebración (ignoro porqué, pero cualquier excusa es buena) y por un error en
la hora de salida producido por la agencia de viajes, MacFarlane llegó tarde al
aeropuerto y perdió dicho avión, ya que el acceso al aparato estaba cerrado.
Quince minutos más tarde se confirmó que el vuelo había sido secuestrado y a
las 8:46 el vuelo 11 se estrellaba contra la Torre Norte del World Trade
Center. El resto es historia reciente. Sobre la buena fortuna que tuvo
MacFarlane ese día, este declaró que “no
supe que estaba en peligro en absoluto hasta que todo hubo terminado, de modo
que no pasé por ese momento de pánico. Después del suceso, era algo muy serio
de pensar, pero la gente muy a menudo está a un pelo; cruzas la calle y casi te
atropella un coche… En este caso, resultó que estuvo relacionado con algo muy
importante”.
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