Un grupo de
críos apostados en el porche de la típica casa de la América suburbial esperan
los dulces que son moneda de cambio en la festividad de Halloween. Una mujer
abre la puerta y mientras se hace falsamente la sorprendida va pasando revista
a cada uno de los personajes que personifican los chavales bajo sus disfraces
mientras les va dando sus correspondientes dulces. Superman, Batman, su equívocamente
inseparable Robin, Linterna Verde y… un niño de aire tristón al que se le
niegan los caramelos cuando le espeta a la mujer que él no es un superhéroe
sino un niño corriente del barrio. Él es Harvey Pekar, insiste antes de irse
refunfuñando por lo bajo que todos los que le rodean son unos estúpidos.
Harvey Lawrence
Pekar fue un hombre algo solitario y amargo, de andar desgarbado, escuálido y
con ojos saltones. Tuvo un trabajo basura detrás de otro antes de ir a parar a
un hospital local del Cleveland en el que nació y creció sin terminar sus
estudios universitarios pese a lo cual, y como a él mismo le gustaba jactarse,
era un tipo culto. También escribió cómics en los que él era el protagonista
absoluto y sus quehaceres cotidianos, como funcionario o como el compulsivo
coleccionista de discos de jazz y vendedor de grabaciones de todos los géneros
que era, como escenarios en los que tenían lugar gran parte de la acción de sus
viñetas recogidas bajo el título de American
Splendor[1].
O al menos eso es lo que él mismo nos ha dicho desde los tebeos que escribió.
Estos retratos en primera persona de la vida de cualquiera desde la experiencia
de un cualquiera (algo considerablemente transgresor, según parece, para la manera en que se entendía el cómic americano en aquel entonces) fue dibujada por varios artistas del cómic[2]
entre los cuales se hallaba el relativamente afamado Robert Crumb[3]
que lo catapultó a la fama underground desde
la que gozó cierto prestigio desde el anonimato que le daba el que la mayoría
de dibujos que lo personificaban se parecían poco o nada en lo físico al
auténtico Harvey Pekar. Paul Giamatti, el actor que lo interpreta en esta
relativa adaptación del tebeo a la pantalla (pequeña y televisiva en los EEUU[4],
grande y en los cines en nuestro país) tampoco se parece en nada a Harvey
Pekar, aunque sí transmite lo que sus cómics dicen de él. Su forma de andar
como si se resignara a avanzar un paso tras otro, su eterna cara de disgusto
respecto a todo lo que lo rodea adapta al lenguaje cinematográfico el Pekar del
cómic, que a su vez adaptaba la realidad de Pekar bajo su propio punto de vista
al lenguaje del tebeo.
La figura del
escritor/guionista de tebeos es en la película y como no podía ser de otra
manera, protagonista absoluta de la que emerge todo lo demás, desde el frío
Cleveland, Ohio, de tonos tan tristes como el propio carácter del depresivo
Pekar hasta personajes tan dislocados como el mencionado dibujante Robert Crumb
(interpretado en la película por James Urbaniak) o su mujer Joyce (interpretada
por Hope Davis en el film). Así, American
Splendor, la película, hace las veces de biografía de un hombre común que
extrae todo lo correspondiente a la vida del mismo de un cómic autobiográfico
que consiste en capítulos inconexos e independientes los unos de los otros que
explican las anécdotas del día a día de Harvey Pekar y aquellos con los que
comparte su existencia en Cleveland. Ensamblando todos esos instantes sobre una
estructura cinematográfica que consta de presentación, nudo y desarrollo (la
conclusión queda, con Pekar en vida[5],
fuera del film), ausente por completo del tebeo, el film narra desde una vida
que el propio Pekar ve como miserable su gris rutina hasta que se decide a
escribir un tebeo sobre esa misma cotidianeidad logrando un inesperado status
de autor de culto que luego le permite conocer a la que será su esposa y le da
una relativa fama en los años ochenta gracias a sus apariciones en televisión
antes de volver a las trincheras del anonimato de la masa de gente corriente sin
dejar nunca de escribir sobre sí mismo como representante de todos ellos.
Los
realizadores retuercen, amputan y sobretodo ordenan en lo que creen necesario
lo que se leía en el cómic en aras de hacer encajar todas las piezas y
describir la vida de Pekar no como instantáneas sin otro nexo en común que no
sea el formar parte de la existencia del escritor sino como un proceso que
comprende la creación del cómic y lo que supone para Pekar su existencia. O lo
que es lo mismo, una biografía que no existe fuera de las viñetas hechas por
Pekar, fuente de información de la que se extrae todo el film, y por lo tanto
una visión completamente sesgada de una parte de su propia vida desde el
instante en que se sentó a escribir sobre ella hacia 1975.
Esta
solipsista manera de entender el mundo, lejos de todo lujo o comodidad como
corresponde a la clase obrera que Pekar tan bien retrataba en las viñetas pero
con indudable calidez y simpatía por sus personajes, tiene su traslación en
imágenes en base a un siempre sospechoso
realismo que por lo general en el
mundo del cine (especialmente en el norteamericano) implica costosas
recreaciones de ambientes cotidianos y que, al menos en este caso, se jacta en
boca de su personaje principal de ser “el
mundo real”. No por casualidad en un determinado momento Pekar/Giamatti
menciona que su cómic no responde a los cánones de los de los épicos superhéroes
que triunfaban por entonces y siguen triunfando a día de hoy sino que tiene más
que ver con “esas películas francesas y
las de De Sica en Italia”, probablemente en relación al cine propio de la
Nouvelle Vague y sus rodajes en escenarios naturales de los años sesenta y
sobretodo al neorrealismo italiano del que el director Vittorio de Sica era uno
de sus mayores representantes y del que Pekar se sentía heredero.
Más adelante
asistimos al enfado (uno de tantos) de Pekar tras asistir a una proyección de
la película La revancha de los novatos[6]
por considerarla humillante para los perdedores personajes de la mítica comedia
adolescente de los ochenta y sobretodo por no corresponderse con los
“perdedores de la vida real” como él mismo se considera.
Afortunadamente,
los responsables de American Splendor
no caen en su propia trampa y torpedean las ansias de verismo del protagonista
de su película con un hábil juego de espejos que acaba por hacer dudar de la
veracidad de la película como documento y por ende, también del cómic y hasta
de las palabras de Pekar sin nunca llegar al extremo de negarlas. En un instante del film, Pekar y
Joyce acuden a la representación de una obra de teatro (una de tantas
inspiradas en el tebeo, por lo visto) inspirada en el cómic de American Splendor. Sobre el entarimado
vemos la primera cita del escritor y la que al cabo de una semana será su
mujer, tal y como unas escenas antes la hemos visto en pantalla ocurriendo por
primera vez pero muy significativamente con algunas diferencias… Si a eso
sumamos otras diferencias, estas entre el cómic y la película que acorta
instantes que en viñetas eran mucho más largos siempre respetando su fondo y sus
líneas generales, y por encima de todo, escenas que muestran el rodaje del film
y a los auténticos Harvey Pekar y Joyce comentando instantes recreados por los
actores que comparten plano con ellos mientras se toman un descanso entre toma
y toma e incluso opinando sobre lo sesgado de la visión de Pekar del mundo real
que todos, incluido él, consideran “pesimista”.
Todo lo
anterior acaba sembrando la semilla de la duda ¿cuánto hay de la cacareada
verdad de la vida de Harvey en la película, el cómic o lo que él mismo nos
dice? ¿Es posible una traslación de lo real al cine? ¿Qué entendemos por realismo y a qué responde? ¿Quién es
Harvey Pekar? La cantidad de diferentes visiones sobre los mismo hechos (que
toman el cómic como base y que por tanto también son susceptibles de ponerse en
tela de juicio) acaba por crear un juego de espejos en los que sólo parece
quedar clara una cosa, que el Pekar de la película es un personaje, el último
escalón de una adaptación de otra adaptación de ficción sobre una persona de
carne y hueso llevada a cabo con un grado de narcisismo equivalente a la poca
idealización que Pekar hace de sí mismo. Consecuentemente, en un instante del
film que muestra las visitas que Pekar hizo al programa de televisión americana
The Late Night with David Letterman[7],
el que se dirige al plató es Paul Giamatti, pero el que vemos siendo
entrevistado a través de una pantalla de televisión es el auténtico Harvey
Pekar en la auténtica entrevista, probablemente debido a que al haber imágenes
de archivo lo que ocurrió es irrefutable y no proclive a interpretaciones como
sí ocurría con otros instantes de la vida de Pekar (como paradójicamente el
último programa al que fue Pekar quizás de forma un tanto cobarde o para no
desagradar al homeneajeado por la polémica que podría haber despertado y que es
mostrado interpretado por Giamatti y no con imágenes de archivo) sobre los que
tenemos que fiarnos de su palabra hecha tebeo. Resulta muy curioso ver como en
varios instantes del film se pasa de la imagen “real” de la película, o la que
pertenece a la realidad del film a viñetas idénticas en cuanto a composición y
posición de los personajes al plano que acabamos de ver, superponiéndose,
cuando en realidad en proceso ha sido el inverso, el plano se ha hecho a partir
de la viñeta que salió de la mente de Pekar y fue puesta en blanco y negro por
el dibujante de turno, dándole la vuelta al proceso original, siendo la
película una reconstrucción de una reconstrucción previa.
Este juego de
muñecas rusas cinematográfico alcanza su cénit con el pasaje más dramático de
la película (hecho desde el máximo respeto y sin una gota de melodrama) y de la
vida de Pekar, el diagnóstico de un cáncer que dio lugar a un cómic escrito a
cuatro manos por Pekar y su mujer dando lugar a un tramo del film con un
personaje menos narcisista, probablemente debido a que el tebeo que le sirve de
base no sólo lo escribió Pekar, que se enfrenta a la muerte. No es el único,
mediante una pirueta formal que sitúa dramáticamente un episodio del cómic que
era pura anécdota, los realizadores Pulcini y Springer Berman adaptan muy
hábilmente un monólogo con el listín telefónico como excusa en el que el propio
Pekar se cuestiona cuantos hombres caben bajo el nombre de Harvey Pekar y como
se ha ido enfrentando a la muerte de algunos de ellos aún sin conocerlos. Un
momento que no tendría más importancia, como ocurría en el cómic formado por capítulos
sin relación entre sí y por tanto completamente descontextualizado, de no ser
por venir precedido de la duda de Pekar sobre sí su cómic se seguirá
escribiendo aún cuando él haya muerto, o lo que es igual, si su personaje, que
responde al mismo nombre que él, le sobrevivirá… Todo lo cuál, sumado al hecho
de que muchas secuencias del film avanzan tanto en las imágenes en movimiento
del film como en los dibujos del cómic, no sólo hace dudar de la Verdad de la
vida de Pekar y de cuál de los Pekars posibles (el real, el del cómic o el que
tiene el rechoncho cuerpo de Giamatti) es el auténtico, siéndolo todos a la
vez, sino que muestran la realidad de los hechos como algo poliédrico desde
cada formato desde que se intenta retratarla, e indivisible que se resume en la
máxima alrededor de la cual parece girar tanto el film como magnífica
adaptación del tebeo como el propio cómic que Pekar se encarga de decir
descuidadamente en una ocasión:“la gente
normal puede ser tremendamente compleja”.
A pesar de lo
enrevesado y complicado que puede parecer lo leído hasta aquí, American Splendor es una película muy
ligera tanto en su forma como en su complejo fondo dramático. No es una
película sobre el proceso creativo, ni sobre la percepción del mundo aunque
puedan extraerse lecturas al respecto. Por suerte, este es un film
agradablemente costumbrista y nada engolado pero que consigue huir de
determinados convencionalismos gracias a la estructura que se ha intentado
explicar hasta aquí funcionando a todos los niveles sin que unos se pisen a
otros. Pese a contar con un personaje central tan derrotista como Pekar, la
película no traspasa la barrera que separa lo tristón de lo miserable, sin
nunca llegar a ensalzar ni la figura de Pekar ni tampoco su estilo de vida.
Esta relativa distancia que nunca llega a provocar indiferencia por lo que se
ve en pantalla tiene sus puntos fuertes en un uso del montaje que combina la
ficción protagonizada por Paul Giamatti y el resto de actores y que sirve de
base que aglutina todo lo demás con elementos de dibujos (los de Robert Crumb
sobre Pekar) animados que a veces, y gracias a un excelente montaje de la mano
de uno de los directores, se dirigen al personaje principal a modo de
subconsciente y que ya avanza lo que la escritura del cómic supondrá para
Harvey antes de que este se siente a escribir la primera vez, la expresión en
voz alta y en el negro sobre blanco de las viñetas de sus frustraciones y
sorpresas de la vida cotidiana. A esos dos formatos narrativos hay que sumar el
del documental, que muestra al verdadero Pekar y que acaba de aportar el
dinamismo que hace que el ritmo del film nunca desfallezca ya que cuando uno de
los tres recursos decae, se complementa con los otros dos, retroalimentándose
entre todos. La falta de épica se acentúa por el retrato que el film hace de
Pekar que no sólo bordea la depresión, también es tacaño, ególatra, dependiente
hasta lo patológico de su mujer Joyce y cansinamente autocompasivo, redimido
por la simpatía que siempre provoca la presencia de Giamatti y por ser uno más
como puede serlo cualquiera de nosotros, con muchos de sus defectos y esperemos
también con algunas de sus cualidades.
La base de la
película, la parte protagonizada por Giamatti para entendernos a estas alturas,
emula la prototípica película de cine independiente americano con sus
personajes disfuncionales y sus situaciones tragicómicas. En esta ocasión el
resultado recuerda poderosamente al mejor cine de Woody Allen con similitudes
en la forma en que el director neoyorquino (curiosamente también judío, al
igual que el escritor de American
Splendor) retrata las relaciones de pareja y el jazz casi omnipresente en
la banda sonora en este caso debido a la gran estima de Pekar por este género
musical, pero, de nuevo, el revelar que el film es una dramatización de sucesos
(o mejor dicho, anécdotas) reales delata la tramoya que se esconde bajo gran
parte del cine independiente que de un tiempo a esta parte parece haber
encontrado un cómodo molde que ha eliminado parte del riesgo que le otorgó esa
etiqueta hace un tiempo y pretende revelar la vida cotidiana como algo a veces
irritantemente “curioso” o “disfuncional” desde un punto de vista en ocasiones
paternalista… algo de lo que American
Splendor consigue huir por motivos como una cierta distancia dramática que
consigue el preciado objetivo de Pekar de no autoidealizarse en la ficción sin
caer en la parodia o en la burla. Si antes se ha hablado de La revancha de los novatos como ejemplo
de, más que un estilo de cine propio de los ochenta, de casi un fenómeno social
que consistía (y consiste) en hurgar en las miserias ajenas a modo de un
grotesco safari social por parte de aquellos que pueden permitirse el lujo de
mirar a los que consideran más desfavorecidos con paternalismo y hasta con la
burla del que contempla un freak-show
desde la seguridad de las gradas. La combinación de esta manera de entender el
entretenimiento con otro tipo de curiosidad, la que convierte la vida cotidiana
en un espectáculo, fueron probablemente los que le dieron fama y dinero al
propio Pekar y a algunos de sus amigos en la década de los ochenta, aunque
fuese en un sentido opuesto o por los motivos equivocados para el escritor,
algo así como los bufones de la corte yuppie que poco a poco se iba
instaurando, es algo en lo que un film de estas características se expone
peligrosamente a caer, pese a un inicio del film que hace temer lo peor al
respecto. Siempre más proclive a remover las aguas y al espectáculo que en la
serenidad del tebeo original, la adaptación al cine consigue esquivar esos
vicios gracias a una distancia, a la que no es ajena el que su realismo siempre
se ponga en tela de juicio por todo lo comentado anteriormente, que descarga American Splendor del drama que sin
dejar de serlo para cualquiera que pueda sentirse identificado con lo que pasa
por la pantalla (y me atrevería a decir que somos muchos), nunca se ceba en sus
personajes.
Esta falta de
dramatismo se transmite en una planificación que se diferencia de la austeridad
a ultranza del cómic, y se da de forma bastante convencional pero también
prácticamente sin subrayados sobretodo en lo que se refiere a la parte más
miserable de la vida de Pekar. Así, y pese a cierta sobreactuación de unos
magníficos actores, consiguen verse como naturales el que Pekar empiece a
escribir después de encontrar el expediente de otro Harvey Pekar, funcionario
como él, muerto poco antes. O el que al inicio del film, la primera vez que
vemos a Giamatti como Pekar, sufra una inflamación de las cuerdas vocales que
prácticamente le impiden hablar, para recuperar la voz repentinamente cuando
Crumb se ofrece a dibujar sus guiones como si así hubiese recuperado la manera
de comunicarse, de hacerse oir. Todo lo cual dota a la película de una
naturalidad que entierra las piezas que la hacen avanzar hasta hacerlas
invisibles durante el visionado pese a lo necesarias que resultan para que la
película avance y sea coherente y que lo más cotidiano sea visto con un humor
suave que aligera la pesadez que Giamatti parece cargar sobre sus hombros. La
falta de picos dramáticos evidentes logra que el film se perciba como un pedazo
de vida del que no sabemos ni necesitamos saber ni el principio ni el final y
no como un film en el que a alguien le ocurre algo en concreto sino una
película en la que ese algo es, ahí es nada, vivir y seguir adelante.
Además, esta distancia dramática tiene una
gratificante consecuencia, dotar a Pekar de un estoicismo resignado que le hace
aceptar las cosas buenas de la vida y asumir, porque no le queda más remedio,
las malas y al film de un resignado vitalismo pero vitalismo al fin y al cabo.
No hay grandes aventuras, ni rupturas con una cotidianeidad que nunca se
abandona y cuando eso ocurre como puede ser con todo lo referente al cáncer,
tampoco se trata de forma grandilocuente sino con ternura, como algo que puede
pasar y sobre lo que hay que avanzar para sobrevivir. La inspiradora fuerza de
Pekar es la del cualquiera que aguanta los reveses de una vida gris y sin
demasiados alicientes, el que es un héroe no por tener superpoderes sino
precisamente por no tenerlos y aún así seguir adelante pese al tedio, a las
ganas de quitarse de en medio cuando todo parece demasiado y uno mismo
demasiado poco y con el pobre consuelo del que se saca fuerzas de que todo
cuenta y a la vez todo puede dar igual dependiendo del cristal con que se mire,
en el caso de Pekar a través del cómic que daba algo de sentido a su vida.
Título: American
Splendor. Dirección: Shari
Springer Berman y Robert Pulcini. Guión: Shari Springer Berman y
Robert Pulcini sobre los comics escritos por Harvey Pekar y Joyce Brabner. Producción: Ted Hope. Fotografía: Terry Stacey. Diseño de producción: Thérèse DePrez. Montaje: Robert Pulcini. Música: Mark
Suozzo. Año: 2003.
Intérpretes: Paul Giamatti (Harvey Pekar), Hope
Davis (Joyce Brabner), Judah Friedlander (Toby Radloff), James Urbaniak (Robert
Crumb), Harvey Pekar (él mismo), Joyce Brabner (ella misma), Toby Radloff (él
mismo).
[1] Su publicación dio comienzo en 1976 para finalizar en 2008,
siendo editado en los EEUU tanto por el propio Pekar como por Dark Horse Comics
o DC Comics. De 1976 a
1991 su publicación bajo el padrinazgo del propio escritor fue anual, pero las
ingentes perdidas económicas para alguien con un sueldo como el suyo le
hicieron desistir. Dark Horse heredó la franquicia hasta que en el 2006 fue
Vertigo (filial de DC Comics) el que se hizo cargo. Desde 1991 hasta el 2008,
la publicación de American Splendor
fue mucho más errática, pero también más frecuente.
Se
publicó por aquí, probablemente a rebufo del pequeño éxito de la película, en
una compilación titulada American
Splendor. Los cómics de Bob y Harv por Ediciones la Cúpula en el 2004. Este
tomo condensa, o así se asegura desde su introducción, todas las colaboraciones
entre Harvey Pekar y Robert Crumb. De los demás cómics escritos por Pekar,
también bajo el nombre de American
Splendor, pero dibujados por otros, desconozco si han encontrado traducción
y distribución en nuestro país.
[2] Siendo incapaz de trazar una línea
recta, como bien demuestra en el film al dividir la hoja en viñetas con cuatro
rayas temblorosas y protagonistas con la forma de cuatro palos como brazos y
piernas y una redonda como cabeza, Pekar echó mano, aparte de un imprescindible
Robert Crumb, de Gary Dumm y Franck Stack, también tuvo como ilustradores a
Alison Bechdel, Brian Bram, Chester Brown,
el mítico Alan Moore, David Collier, Drew Friedman, Dean Haspiel, Val
Mayerik, Josh Neufeld, Spain Rodriguez, el concienciado Joe Sacco, Gerry
Shamray, Jim Woodring, Joe Zabel, Ed Piskor, Greg Budgett, Ty Templeton,
Richard Corben, Hunt Emerson, Eddie Campbell, Gilbert Hernandez, Ho Che Anderson
y Rick Geary.
[3] Nacido Robert Dennis Crumb el 30 de Agosto de 1943 en Filadelfia
en el seno de una familia católica, Robert Crumb empezó desde muy pequeño y
obligado por uno de sus hermanos mayores a dibujar sus propios cómics que al
poco tiempo empezó a vender por su vecindario. En 1962 se trasladó a Cleveland
como dibujante de tarjetas de felicitación para la American Greetings Card Company. En 1965 hizo algún trabajo para la
revista Help, dirigida por Harvey
Kurtzman que más adelante lo reclutaría para la mítica revista satírica
norteamericana Mad y en 1968 fundó su
propio fanzine: Zap Comix,
considerado el acta inagural del cómic underground
norteamericano, y en el que se trataban temas como el sexo o la crítica
política, contenido muy transgresor para la norma del cómic de la época. Crumb
creó personajes míticos para la contracultura norteamericana como el gato Fritz
o Mr. Natural, erigiéndose él mismo como gurú del movimiento. La adaptación del
gato Fritz a la gran pantalla con Fritz.
The cat de la mano de Ralph Bashki (que dirigiría una adaptación en dibujos
animados y rotoscopía de El Señor de los
anillos) supuso la primera vez que un film de animación recibía la
calificación X… aunque por lo visto Crumb no quedó muy satisfecho con el
resultado. Al tiempo, Crumb se retiró a una granja en busca de una vida más
tranquila donde se dedicó a dibujar cómics de carácter más autobiográfico y a
disfrutar de la música blues que tanto le gustaba. Su afición por la música le
llevó a conocer a Harvey Pekar para acabar colaborando con él en 1976 con American Splendor, cuya adaptación al
cine es la película que nos ocupa. En 1981 fundó la revista Weirdo que dirigió hasta su décimo
número al pasarle el testigo a Peter Bagge, más próximo a nosotros con sus
justamente célebres Odio o Mundo idiota entre otros. Cuando este se
retiró en el número 17, fue la mujer de Crumb, la también dibujante Aline
Kominsky, la que quedó al mando. En 1991 se trasladó a Francia con Kominsky. Y
en 1994 fue protagonista de un documental titulado Crumb, dirigido por Terry Zwigoff, que más adelante adaptaría un
cómic de Daniel Clowes Ghost World
con Thora Birch y una entonces desconocida Scarlett Johannson como
protagonistas, que mostraba la vida cotidiana de Robert y los demás Crumb dando
una estampa bastante turbadora en sus momentos más bizarros pero también muy
honesta de Crumb y su entorno. Fue publicado por aquí por revistas como El víbora y sus compilaciones llegaron
de la mano de Ediciones Cúpula. Entre sus últimos trabajos consta la adaptación
al cómic del Genesis bíblico que como no podía ser de otro modo y pese a
respetar a rajatabla lo escrito en las sagradas escrituras, levantó algunas
ampollas entre los sectores más conservadores. Nada nuevo para nuestro hombre.
[4] No en vano el film fue producido por la reputadísima HBO, hogar
de Los Soprano, A dos metros bajo tierra o
The Wire, entre otras series de
televisión. Su condición televisiva es notable para los que la vimos en
pantalla grande por la incomprensible cantidad de fundidos en negro que tiene
el film entre escena y escena, probablemente debido a los cortes publicitarios
cuya eliminación venía incluida en el precio de la entrada de cine.
[5] Desgraciadamente, Pekar murió el 12 de julio de 2010, a la edad
de setenta años.
[6] Protagonizada por Robert Carradine y dirigida por Jeff Kanew en
1984, esta Revenge of the nerds, tal
y como se llamaba en su título original, seguía los pasos de la comedia
adolescente más idiota al estilo Porky’s,
descerebre, desnudos, juergas y humor chorra y verde formaban el cuerpo de un
film tan estúpido como divertido. Sobre sus supuestas intenciones
contestatarias, un servidor se pone del lado de Harvey Pekar, olvídense de
ellas. En este aspecto la cosas no han cambiado tanto como podría parecer, una
serie tan afamada (con justicia) como The
Big Bang Theory no deja de ser, por encima de lo divertida que pueda ser,
una burla a costa de sus protagonistas que una defensa de los mismos por mucho
cariño que se ponga en su retrato ocasionalmente.
[7] Clásico programa nocturno de variedades emitido por la cadena NBC
que reservaba una parte importante de su metraje en entrevistas hechas por el
propio presentador, David Letterman. Por él pasaron, durante sus once años
(desde 1982 hasta 1993) de vida algunas de las más rutilantes estrellas y
personalidades de la vida norteamericana del momento. Más adelante y con un
formato muy similar, Letterman presentó y produjo The Late show with David Letterman, que aún sigue sus andadas desde
su estreno en 1993. Sobre el espacio
dedicado a Pekar en Late night, pueden ver aquí algunas muestras: http://www.youtube.com/watch?v=iBr4NxujLvw
o http://www.youtube.com/watch?v=09hcCkO7AYw
. La última aparición, pese a ser en su
inglés original al igual que las anteriores es visiblemente más violenta tanto
como Pekar al inicio como para Letterman y el público en general al final del
fragmento y pueden verla aquí: http://www.youtube.com/watch?v=D0akXKxbflM
.Eso sí es una auténtica revancha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario