A mediados de
los años setenta la revista National
Lampoon representó un pequeño hito editorial en los campus universitarios
de los Estados Unidos de América. En sus páginas, con el humor como tónica
general, podía encontrarse sátira política y parodias sobre elementos de la
cultura popular o de actualidad de aquel entonces, con muchos estudiantes de
las propias universidades detrás de la mayoría de chistes y escritos que
componían la revista editada bajo las órdenes de Doug Kenney, graduado un año
antes en la Harvard University en la que aprendió gran parte de lo que podía
leerse en National Lampoon. Ocho años
más tarde y a través de nuevos colaboradores como Harold Ramis o Ivan Reitman[1]
al traspaso al cine de la causa Lampoon fue un entonces casi desconocido
y muy primerizo director John Landis el que se puso a la cabeza de la
adaptación cinematográfica de las experiencias previas y presentes de una parte
de los estudiantes de los college
americanos en esas páginas en las que la mayoría de los otros se veían
reflejados.
Fue bajo el
título de Desmadre a la americana (del
National Lampoon’s Animal House
original, en una muestra más del talento de los traductores patrios…) como se
bautizó la que se considera la primera de las “comedias de y para adolescentes”
que desde entonces han asolado las pantallas con bastante desigual fortuna y
por lo general olvidables resultados. Desmadre
a la americana narra, por decirlo de alguna manera para lo raquítico de su
guión que se dedica a engarzar un gag con el siguiente, las peripecias de una
pareja de estudiantes que son acogidos por la considerada peor hermandad
posible, la Delta, del Faber college en el que tiene lugar la acción del film
por unas autoridades educativas tan cerradas como amargadas ante el rechazo de
la que se considera la mejor de todas ellas, la Omega… clasificaciones orientadas
a objetivos presuntamente pedagógicos que la película de Landis se esfuerza muy
mucho en revertir poniendo en el centro de su historia, como no podía ser de
otro modo desde entonces, a los desarrapados, los parias universitarios que
viven cómodamente a la sombra de la minoría triunfadora que no sólo se esfuerza
en sacar adelante sus calificaciones universitarias sino también en perpetuar
un estilo de vida tan ejemplarizante como aburridísimo y aséptico hasta la
repelencia.
Estos
neutrales personajes, los más cercanos a un antipático estereotipo que suma a
los odios del espectador un igualmente absurdo del estilo de vida que
representan, son retratados como un grupo de repipis más interesados en la
competencia con otras hermandades que en un sano escarceo sexual con sus
parejas de aficiones tan amablemente militaristas y parodiadas (o no) hasta lo
sectario, como su estética de sonrisa de anuncio de dentífrico y exquisitos
modales que no logran ni intentan esconder su desdén por todos los que no
consideran a su altura. Al otro lado de esa manera de comprender una
institución tan respetable como la universitaria y los años de vida que
transcurren allí se encuentran los protagonistas de Desmadre a la americana, con poco o ningún interés en las
asignaturas que se imparten, o al menos en las calificaciones que se puedan
obtener en ellas y resumiendo, “sólo” interesados en hacer de esa época la más
divertida de sus vidas, rodeados de amigos y juergas interminables que
acostumbran a perpetrar en su propia hermandad, un caserón de tonos cálidos y
sombreados con las paredes forradas de pintadas, tan sucio y cochambroso como
algunos de sus más ilustres habitantes amén de acogedor refugio en sus mañanas
de resaca y centro de operaciones para planear alguna amable, desde este lado
de la pantalla, barbaridad contra aquellos que intentan perturbar su
eternamente festivo modo de vida[2].
No cuesta
mucho imaginar, más allá de la postura de favor del film hacia los habitantes de
la cochambrosa y vitalista hermandad Delta ya desde el instante en que se
postulan como protagonistas, el que los responsables del original National Lampoon que sirve de base a la
película pasaron su años de universidad rodeados de una fauna similar (quizás
por eso el film está situado en 1962) a la que se ve reflejada, según parece de
forma suavizada respecto a lo que se pretendía inicialmente, en la pantalla[3].
Lo que con el paso de los años y a base de repetirse ha acabado convirtiéndose
en pesados estereotipos a merced del saber hacer o no de los guionistas (y de
su clemencia con ellos) y directores de películas posteriores se encuentra en Desmadre a la americana en una muy
agradable naturalidad que los une en una variedad física y de inteligencia y
carácter a años luz tanto de sus apolíneos (a excepción hecha de Kevin Bacon) y estandarizados enemigos Omega como de su
herederos de buena parte de las películas posteriores del género. No estamos
ante personajes trabajados ni espoleados por pequeños o grandes conflictos pero
sí ante retratos de lo que parecen personas que aún se pueden vislumbrar detrás
de las buenas interpretaciones de un emergente John Belushi[4]
en la piel de Bluto, un personaje mítico para el público norteamericano que
estiró su adolescencia durante la década de los setenta, Tim Matheson, John
Vernon, o una guapísima Karen Allen entre muchos otros que acaban conformando
una película tan coral como diluida en su estructura “dramática” que parece
dejarla sin rumbo desde el guión que parece más bien un collage de diferentes
“sketches[5]”,
pero que el buen hacer de Landis consigue jugar a su favor para hacerla menos
“cinematográfica” y más vívida, tan amorfa como en el fondo es la vida misma y
menos sujeta a determinadas convenciones cinematográficas que harían más
artificial el film y probablemente habrían ahogado la simpatía y humanidad que
se desprende de la película. El carecer de un personaje principal sobre el que
pivote Desmadre a la americana en su conjunto parece responder además a una
inteligente maniobra por parte de los guionistas que así logran tapar el vacío en
el que caería la película si sólo tuviera un protagonista tan desdibujado en el
guión como lo son todos los personajes del film y Landis, haciendo gala del
endiablado ritmo del que era capaz en los inicios de su filmografía, se libra
de tener que asumir un dramatismo que sirva de armazón a la historia y que
resultaría tan postizo como contraproducente para con el resultado final. Pero
esa frescura que hace tan próximos a los miembros de la hermandad no impide
divertidas salidas de tono que se saltan a la torera la lógica narrativa más
elemental en aras de hacer reír sea como sea, o barrabasadas que tienen más de
inofensiva y muy divertida irreverencia que de una humorada negra en la que muy
fácilmente se podría haber caído de no ser por una de las grandes bazas de gran
parte del cine de John Landis: el respeto por la causa de sus personajes.
Desde la
posterior Granujas a todo ritmo[6]
hasta la execrable y de título muy revelador La familia Stupid[7],
el apoyo a las más descerebradas motivaciones y maneras de entender el mundo
han sido una de las cartas mejor jugadas por el realizador durante su carrera.
Y Desmadre a la americana no es en absoluto
una excepción, sino uno de sus más logrados y cariñosos ejemplos. Porque a todo
lo dicho hasta aquí hay que sumar el hecho de que la mayoría de gags del film
consisten en reírse de las barbaridades llevadas a cabo por la más cutre de las
hermandades y no por cuando las sufren y que dentro de cierta neutralidad en la
planificación que no cae en la asepsia ni en pobreza en cuanto a puesta en
escena se refiere encuentra un buen refuerzo en el contrapunto que ofrece la
banda sonora de Elmer Bernstein tratando con dramatismo algunos instantes que
sin llegar a suponer un drama para el espectador si se perciben de cierta
importancia dentro de lo ligerísimo del conjunto… y de tonos mucho más
agradables en el resto del metraje. Su sentido del humor, de una blanca
incorrección política envuelta en una liberadora suciedad visual[8]
sólo manchada ocasionalmente por algunos gags un tanto más pasados de vueltas, más
traviesos que agresivos, prioriza lo irreverente sobre lo grotesco o lo
escatológico, que también está presente, siendo su comicidad algo tan lejano a
cualquier sentimiento de culpa por reírse de las desgracias ajenas, que se sostiene
sólo como puro disfrute. Respecto a ese
goce de vivir, como por otro lado también es habitual en el cine del realizador
ya desde su primera película El monstruo
de las bananas[9],
la banda sonora deviene uno de los elementos más importantes de los que
componen la vivaz atmósfera que hacen de Desmadre
a la americana la vitalista película que es. El buen gusto de Landis para
con la música y su gratificante fijación con el mejor soul y blues que
desarrollaría más tarde junto con el propio John Belushi y Dan Aykroyd en otra
fantasía anarco-festiva, su siguiente film Granujas
a todo ritmo, cristaliza en una escena que sirve además como declaración de
principios del film que nos ocupa. Una fiesta de toga en la que un conjunto
musical que responde al nombre de Otis
and the days (absolutamente geniales, capitaneados por Lloyd Williams) canta
febrilmente el Shout original de los
Isley Brothers rodeados del grupo de adolescentes que bailan como posesos y a
la que Landis dedica un inaudito espacio
de tiempo excesivo desde un punto de vista narrativo (la escena ni aporta ni
resta nada al guión de la película) pero además de un placer para los ojos y
sobretodo los oídos es también la refutación del placer por el placer como
motor de la película que se percibe desde el cariño que se muestra hacia sus
personajes hasta lo terriblemente contagioso de sus ganas de juerga, que además
y a diferencia de lo habitual en este tipo de películas, no juega a dar gato
por liebre en ningún momento.
Landis pasa
por alto todo lo potencialmente dramático de la historia y sus personajes sin que
se pierda el interés ni llamarlos al orden o a una supuesta madurez, siempre
fuera de campo, mal entendida (e incomprensible y casi siempre y precisamente
por eso, bajo formas aburridísimas) y obvia de paso cualquier moraleja o
paternalismo posible[10],
como muchas veces ha ocurrido en películas del subgénero posteriores, que pueda
entrometerse en su dionisiaca manera de entender la vida y que por ello acaba
en una liberadora y gozosa revancha contra todo lo que, según sus parámetros, indica
una gris línea a seguir hacia la madurez. Es esa honradez de principios que
evita al film el ponerse por encima de sus posibilidades o pedir perdón por
hacer reír sin más pretensiones la que alza Desmadre
a la americana como comedia más o menos divertida e irregular como algunas otras
propias del “cine adolescente” pero, cosa rara a poco que se piense, químicamente
pura, y con el añadido de ser una elegante intrascendencia impulsada por una pletórica,
otra rareza más, visión de la vida. Para que luego digan que el aprendizaje
empieza y acaba en las aulas.
Título original:
National Lampoon’s Animal House.
Dirección: John Landis. Guión: Harold
Ramis, Douglas Kenney y Chris Miller. Producción:
Ivan Reitman y Matty Simmons. Fotografía:
Charles Correll. Montaje: George Folsey Jr. Música: Elmer Bernstein. Año:
1978.
Intérpretes: Thomas Hulce (Larry Krueger), Stephen
Furst (Kent Dorfman), Tim Matheson (Eric Stratton), Peter Riegert (Donald
Schoenstein), John Belushi (John Blutarsky “Bluto”), Karen Allen (Katy), Donald
Sutherland (Dave Jennings), Kevin Bacon (Chip Diller).
[1] Reitman, canadiense y amigo de Dan Aykroyd, venía de producir uno
de los primeros films del entonces despreciado pero actualmente muy
revalorizado David Cronenberg que nos llegó bajo el título de Vinieron de dentro de…, Ramis iría
haciendo sus pinitos como actor y director llegando a dirigir un pequeño
clásico de culto como es Atrapado en el
tiempo, protagonizado por Bill Murray, y la tan alabada en su día como
olvidada por gran parte del público Una
terapia peligrosa y su secuela. Ambos hombres cruzarían sus destinos con la
mítica Cazafantasmas de la que
Reitman sería el director y Ramis el intérprete que se parapetaba detrás de sus
gafas de intelectual en el papel del cazafantasma Egon, ambos repetirían en sus
respectivas funciones en la secuela del film. A modo de apunte, señalar que el
hijo de Reitman, Jason, es ahora el reputado director de Juno, Gracias por fumar, Up in the air o Young adult.
[2] Para lograr que la sensación de enfrentamiento fuese más vívida,
Landis echó mano de un recurso que ha sido moneda de cambio para otros
realizadores más reputados como es el caso del realizador inglés Ken Loach en
sus enésimos retratos de la lucha de clases. Landis promovía que las
hermandades pasaran su tiempo libre por separado y se fuesen de juerga antes de
comenzar el rodaje a fin de hacer más natural la sensación de camaradería que
se desprende de la película. De rebote y a decir de algunos de los miembros del
reparto, la división y frialdad de trato entre las dos hermandades se prolongó
durante y después del rodaje entre el elenco de actores.
[3] Según parece, a Landis le encantó el guión, que le pareció
divertidísimo. Pero introdujo algunos cambios en aras de hacer a los personajes
más agradables ya que por lo visto, en las primeras versiones del libreto,
resultaban tan salvajes y sus acciones tan desagradables que el público
difícilmente se hubiese puesto de su parte.
[4] Belushi, por entonces gran estrella de la televisión gracias a
sus apariciones en el Saturday night live
y aún sin haber entrado en la espiral de drogas que acabaría con su vida sólo
cuatro años más tarde, era el único nombre reconocible para el gran público que
contaba la película como anzuelo comercial. Hasta que no apareció Donald
Sutherland que accedió a participar por la buena relación que mantenía con
Landis desde que se conocieron durante el rodaje de Los violentos de Kelly, en la que el realizador de Desmadre a la americana trabajó como
actor en un papel secundario, la de John Belushi siguió siendo la cara más
reconocible de un reparto que se formó con actores no profesionales o
primerizos, algunos reclutados, como es el caso de una jovencísima Karen Allen,
cuando aún eran estudiantes.
[5] Característica que aparecía, de forma mucho más obvia y exagerada
en el film anterior de Landis, el divertidísimo The Kentucky Fried Movie, que consistía en cortometrajes
humorísticos empalmados uno detrás de otro sin ningún nexo de unión entre ellos
que no sea pertenecer a la misma película. Probablemente fue la rentabilidad de
ese film el que le dio a Landis la oportunidad de repetir la jugada con Desmadre a la americana. Ni que decir
tiene, vistas la cantidad de imitaciones que aún llegan a día de hoy, que lo
consiguió con creces.
[6] Comentada en este mismo blog en el mes de septiembre del pasado año.
[7] Film de 1997 protagonizado por Tom Arnold y que cae en desgracia
por algo tan fundamental como no tener puñetera gracia pese a la insistencia de
toda la película en verse divertidísima. Representa, pese al acierto de no
hacer consciente del mundo que los rodea a la iluminada familia protagonista en
ningún momento, otra mala película más en un último tramo de la carrera de
Landis que nunca ha logrado remontar hasta alcanzar el nivel de filmes
anteriores como el que nos ocupa.
[8] Una de las características más llamativas de la película que
estuvo a punto de no sobrevivir en su paso al formato Blu-Ray, afortunadamente
supervisado por el propio Landis que evitó el estropicio. Al hacer el paso
digital del original al nuevo formato (el llamado transfer) se intentó eliminar toda la suciedad y oscuridad que hace
del hogar de los Delta uno tan sucio como confortable para la pandilla de
amigos. Ante la posibilidad de que el canon de limpieza y brillantez de imagen
se llevara por delante todo posible matiz, Landis protestó y se hizo el
transfer tal y como él deseaba, aunque no sin un revelador etiquetaje de la
base de datos que contenía la película en digital que rezaba: “imagen en tono degradado a petición expresa
del director”. Sin comentarios.
[9] Deliciosa, cutre, y muy divertida película que parece sacada de
un programa doble de terror para niños en la que Landis explica las peripecias
de un simio antediluviano que huye de la gruta en la lleva escondido de tiempo
inmemorial y se las ve con todo un pueblo mientras es perseguido por un
incompetente agente de la ley que recuerda poderosamente a Woody Allen. Landis
se reservó el papel de expresivo monstruo, escondido bajo un magnífico (para el
presupuesto manejado) maquillaje obra de Rick Baker que volvería a colaborar
con el director en Un hombre lobo
americano en Londres, protagonista absoluto de la función. Dentro de su
modestia, El monstruo de las bananas (o
Schlock como también se la conoce),
hacia gala del absurdo sentido del humor de Landis, algunas referencias
cinéfilas sobretodo a King Kong y la
sensibilidad del cine de terror de la productora Universal de los años treinta
pasado por el filtro de la propia de los setenta, la constante referencia al
inexistente film See you Next Wendesday,
ternura y un sentido de la anarquía en su vertiente más amable que se irían
repitiendo durante toda su filmografía. Amén de un momento musical que una vez
más el realizador alarga mucho más de lo necesario (aunque toda la película
resulta tan gratuita en su placentero conjunto que tampoco es que se note
demasiado) y que, bajo la piel del simio, deja a las claras su placer por la
música soul. Es difícil de encontrar, pero les aseguro que merece la pena.
[10] Desde American Pie y sus conflictos con la pérdida de la virginidad como epicentro, la mucho más afortunada en parte por ir por otros derroteros como Supersalidos hasta la presuntamente más anárquica Proyecto X que culminaba de la forma más moralista posible, amén de que la película tampoco tenía excesiva gracia, han sido muchas las ocasiones en las que el género se ha dedicado al innoble arte de tirar la piedra y esconder la mano bajo supuestas intenciones morales o educativas en mi opinión sustentadas en la nada, el miedo al que dirán los que les pagan las mensualidades a su público potencial, o en una visión de las cosas y el cine que no acabo de comprender.
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