“Tengo la sensación de que el destino te ha
repartido malas cartas. Eso no te exonera. El hecho de que esté aquí hablando
contigo no significa que tengas que agradarme, aunque te respeto. Eres un ser
humano y no creo que los seres humanos deban ser ajusticiados” Estas palabras son pronunciadas por el justamente mítico realizador
Werner Herzog, del que no vemos poco más que una sombra difuminada y reflejada
sobre la transparente superficie del grueso cristal que lo separa, a él y a
nosotros, espectadores, de uno de los presos protagonistas de Into the abyss: el joven de 28 años Mark
Perry. Como se irá desgranando durante el metraje del documental, Perry espera
el día de su ajusticiamiento por su relación con el triple asesinato de Sandra
Stotler, de 50 años, y los dos adolescentes Adam Stotler, hijo de Sandra, y
Jeremy Richardson. Otro implicado, palabra que amplía su significado en la
manera de percibirla del espectador de forma considerable una vez el documental
ha concluido, que también aparecerá en el documental es Jason Burkett, otro
joven, este condenado a cuarenta años de prisión con los mismos cargos que Mark
Perry que en el instante de ser filmado por la cámara de Herzog se halla tan sólo
a unos pocos días de recibir la inyección letal que le enviará, según sus
palabras de creyente “a casa”. De
este modo, se diría que Into the abyss
es desde su inicio un alegato en contra de una pena capital[1]
que se cuestiona y jalea en boca de los entrevistados que conforman el cuerpo
más importante de las imágenes del documental. Desde los implicados en el
crimen antes mencionados, hasta los familiares afectados tanto en el bando de
los verdugos como de las víctimas de un crimen tan salvaje como absurdo en
cuanto su objetivo último fue el robar el coche, un Red Camaro, del que tras hacerse con él a costa de tres
vidas, los reos condujeron para fardar ante amigos y vecinos en los días
posteriores a los asesinatos.
Pero Herzog no
toma tan execrable punto de partida para erigir una diatriba a favor o, acorde
a su civilizada forma de verlo, en contra de la pena capital, ni tampoco a modo
de investigación audiovisual que pueda echar por tierra la culpabilidad de los
reos y respaldar sus declaraciones de inocencia aunque todo lo anterior
aparezca tangencialmente en Into the
abyss. La primera entrevista, aparentemente algo descolgada respecto a las
demás, pone de forma un tanto equívoca sobre el papel algo que siempre se halla
de fondo en el transcurso del documental hasta erigirse como su tema
fundamental. En esta primera toma de contacto con Into the abyss, Herzog mantiene una charla con el reverendo Richard
López (que ha acompañado a muchos de los condenados en sus últimos momentos
antes de recibir la fatal inyección) frente a un camposanto de ajusticiados
(sin nombre en las cruces que siembran el prado en el que tiene lugar la
entrevista, sólo números de serie) en el que se comenta una intrascendente
anécdota que acaba haciendo llorar al reverendo. Rememorando algunas partidas
de golf en el que el reverendo se detiene a contemplar a los animales que vagan
por el campo de juego tranquilamente y una ocasión en la que conduciendo salvó
la vida de un par de ardillas de morir aplastadas en la carretera de un
volantazo, López da la máxima que late bajo las imágenes de la película: que la
vida es algo precioso en el sentido menos estético del término. Y más aún,
tremendamente frágil[2]
tanto para los que sufren determinadas acciones como para aquellos que las
ejecutan y también envían al traste sus vidas. Las imágenes de archivo de la policía
que muestran los fantasmales escenarios del crimen, casi ocultando los cuerpos
de las víctimas de las que no se nos muestran imágenes en vida a excepción de
las fotografías que muestran sus seres queridos en sus respectivas entrevistas,
revela dos cosas. La primera es que Into
the abyss no ve la muerte, sea por asesinato legal o no, como una
entelequia o carne de debate ideológico aunque, como el propio realizador dice
en voz alta, su postura al respecto esté bien clara y así puede deducirse del
documental una vez este ha concluido. La muerte en Into the abyss es algo tan horriblemente real como sus tristes y
devastadoras consecuencias entre los que están vivos, verdaderos protagonistas
del film y del segundo de los dos puntos que comentaba. Into the abyss no es una película sobre la muerte o sobre la pena
capital, que no deja de ser lo mismo, sino sobre la vida bajo determinadas
circunstancias, concretamente las de un grupo de personas estancadas por un
suceso tan terrible como la defunción violenta de alguien próximo ya sea en el
pasado o en un futuro que se ve inexorable.
La cantidad de
entrevistas, imágenes de archivo y otras que ilustran el paisaje tejano en el
que tiene lugar el documental y los que recoge lleno de coches desvencijados y
caravanas conforman un desolador limbo cuya atmósfera parece haberse visto igualmente
deteriorada por los crímenes, el tapiz de almas en pena que a veces rompen a
llorar a media entrevista al recordar lo ocurrido diez años antes y que otras
explican sus historias personales revelan aspectos en común como escarceos con
pequeños delitos, un analfabetismo generalizado que choca con un considerable
conocimiento de balística y armamento, violencia, breves estancias en prisión y
en el peor de los casos crímenes de sangre que acaban con familias desmontadas
a ambos lados del asesinato que prolongan a modo de círculo vicioso una
situación de la que la pena de muerte es sólo un elemento más que hace girar
una mortuoria rueda que no tiene visos de detenerse jamás, consistiendo en esa
visión de la muerte no como el final de algo sino del principio de lo peor para
los vivos, la denuncia contra la pena capital que puede deducirse del film. Siendo
la muerte prácticamente elíptica en la película, resulta ejemplar que Herzog la
muestre sin enseñarla, actuando como ente infeccioso para los vivos que no
pueden obviarla, colándose por todo el metraje como un murmullo de fondo que ha
anulado cualquier otra cosa que, como afectados por una maldición, no sea los
crímenes pasados o los que están por venir. Ni la investigación del crimen ni
el seguimiento de la vida en prisión es capturada por Herzog en aras de una
progresión dramática sino con el objeto sencillamente de mostrar como es vivir
bajo esas condiciones que surgen asimismo de ese modo de vida. Nada se resuelve
y por lo que parece ni siquiera es ese el objetivo aunque eso no le resta
interés al documental sino más bien lo contrario; Herzog expone y divide en seis
capítulos o bloques temáticos su documental que explica como el primer e
incomprensible crimen conducirá a otro, este último legal, y presuntamente así
sucesivamente, del mismo modo que el ajusticiamiento que no llegamos a ver pero
sabemos que ha ocurrido de Mark Perry se halla a pocos minutos de distancia en
el metraje respecto a que la esposa del otro reo declare estar embarazada,
posiblemente por inseminación artificial con esperma de su marido confinado a
prisión por cuatro décadas y, finalmente, que el último testimonio llegue a
conclusiones similares, desde un punto de vista diferente a las que llegaba el
reverendo López en la comentada secuencia de apertura.
Pero,
afortunadamente, Herzog evita todo moralismo y nos muestra a sus entrevistados
sin altivez ni de forma cínicamente aleccionadora. Haciendo gala del mismo
respeto por los muertos que los hace seres humanos tristemente fallecidos antes
que arma arrojadiza de debate, el realizador recoge los testimonios con su
habitual distancia y falta de dramatismo que sortea el melodrama y lo
rimbombante sin nunca resultar frío ni desapasionado, sino equitativo. Equidad
imprescindible para dar carta de naturaleza a la película de retrato social en los
seis capítulos que dialogan entre ellos por encima de su posible denuncia y dan
sentido al título del documental sin alzar la voz ni caer en una sordidez que
es sustituida por una mucho menos espectacular, pero efectiva y contagiosa, tristeza
que impregna el film sin nunca caer en un sesgado derrotismo. Dejando a un lado
lo tremendamente preocupante que resulta lo absurdo del triple asesinato y su
incomprensible “motivo”, muy inquietantes resultan también los improvisados
diálogos que establecen imágenes aparentemente tan inconexas como un deposito
de coches relacionados con casos criminales repletos de agujeros de bala con un
plano de una carretera plagada de coches que van y vienen y tarde o temprano
alguno terminará en ese depósito y sus conductores mezclados en algún crimen
tan horrible como los de este documental o que cuando vemos los pájaros a los
que tan idílicamente se refieren algunos de los entrevistados como seres
beatíficos sean en forma de aves rapaces, también resultan esperanzadoras
algunas decisiones tan arbitrarias (y curiosamente casi todas atribuidas a una
intervención divina al contrario de las malas acciones por lo general asumidas
como propias sin más) como puedan haberlo sido las irresolutas que llevaron a
los asesinos a llevar a cabo sus crímenes. Una palabra dicha a tiempo, una inesperada
muestra de cariño que obligó al que la recibía a replantearse su vida en
términos menos destructivos, un sentimiento de culpa que evitó la muerte por
ajusticiamiento de un hijo o elegir no devolver una brutal agresión con la
misma moneda y con la probable consecuencia de verse separado, quizás
definitivamente, de sus seres queridos son algunas muestras de la posibilidad
de una vida mejor que la que se alimenta del dolor y encuentra paz de espíritu
en la muerte de aquellos que asesinaron a sus seres queridos. Resulta curioso
como en uno de sus aparentemente más convencionales documentales de los últimos
años, Herzog logre emocionar sin ser demagógico, ser sutil esquivando todo
subrayado mostrando sin tener que alzar la voz para validar sus ideas, y decir
muchas cosas -y más importante aún en un documental de estas características,
proponer las cosas de manera que den mucho de que hablar- sin dar la sensación
de estar hablando de nada en particular. Dentro de su (justamente) reputada
filmografía como documentalista, Into the
abyss es también uno de los más ligeros, logrados y difícilmente
explicables captando las vidas de gente que no vive al margen del mundo como el
protagonista de la magnífica y exitosa dentro de unos determinados parámetros Grizzly man, o los propios márgenes de
nuestra forma de entender el mundo como en La
cueva de los sueños olvidados o la menos conocida pero interesante The Wild Blue Yonder[3],
sino de aquellos que, estando en el epicentro de lo tristemente cotidiano,
tienen que vivir con la muerte a sus espaldas sin que el espectador pueda
atreverse a mirar por encima del hombro a ninguno de ellos una vez han
conseguido explicarse bajo la atenta mirada que articula en imágenes y de
manera ejemplar la afirmación que abre esta entrada.
Juzguen ustedes mismos.
Título: Into the abyss. Dirección y guión: Werner Herzog. Producción: Werner Herzog y Henry Fleming Wood.
Fotografía: Peter Zeitlinger. Montaje:
Joe Bini. Música: Mark De Gli
Antoni. Año: 2011.
[1] Este es un tema que ha rondado desde hace mucho tiempo al más
importante de los miembros del llamado Nuevo Cine Alemán de los años sesenta y
setenta, y de los pocos implicados en los “Nuevos cines” que aún aguanta el
tipo tanto o mejor que en su época más famosa en la que dio a luz a títulos
como Fitzcarraldo, Aguirre la colera de
Dios o El enigma de Kaspar Hausen
entre muchos otros. Herzog coqueteó con la idea de filmar un documental sobre la
vida en prisión cuando contaba con tan solo 17 años, a finales de los años 50,
concretamente en una prisión de máxima seguridad en Straubing, Baviera. Por
motivos que desconozco, el proyecto se aparcó hasta que Herzog se aseguró de
que las empresas productoras le garantizaban máxima libertad creativa.
Inicialmente, la idea consistía en entrevistar a cinco condenados a pena de
muerte esperando el día de su ejecución: Michael Perry, condenado por triple
asesinato; James Barnes, por dos asesinatos; Joseph Garcia y George Rivas, por
lo visto dos populares miembros de un afamado grupo de criminales de los EEUU
llamado los Siete de Texas que el 13 de diciembre de 2000 se fugaron
violentamente de la unidad de máxima seguridad John B. Connally; Hans Skinner,
asesino de una mujer y sus dos hijos; y por último Linda Carty, secuestradora y
asesina de una joven madre de 25 años
cuyo bebé de tres días de vida también secuestró. Tras filmar todas las
entrevistas y revisar el material, Herzog prefirió centrarse en el caso de
Michael Perry y convertirlo en un largometraje que se estrenara en la pantalla
grande, reservando el resto del material para una miniserie de televisión
llamada On Death Row de tres
episodios de 49 minutos de duración cada uno y en antena al año siguiente del
estreno de Into the abyss, que, al
igual que dicha miniserie, aún está a la espera de ser estrenada en España bajo
cualquier formato. Esta información ha sido tomada prestada del blog del
crítico siempre interesante y con un personal punto de vista ajeno a las modas,
Tomás Fernández Valentí, concretamente de la crítica correspondiente a esta
misma película que pueden leer en: www.elcineseguntfv.blogspot.com
[2] Y si no, que se lo digan al propio Herzog que sufrió en sus
carnes un desagradable altercado durante una entrevista a propósito de Grizzly man que no llegó a resolverse
pero da una preocupante idea de la mentalidad de determinada gente. Pueden
verlo aquí: http://www.youtube.com/watch?v=ylXqc8TQ15w
aunque advierto que, sin llegar a verse
nada, resulta de lo más perturbador.
[3] Irregular película hecha en gran parte con material de archivo prestado con muy
interesantes resultados, comentada en el mes de noviembre del pasado año en este blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario