“¿A dónde va la humanidad? ¡Bah!” A
partir esta cita de Mao Tse Tung extraída de una entrevista de Edgard Snow al
líder comunista, da comienzo la acción de esta película por la que el
director Pier Paolo Pasolini[1]
y el productor Alfredo Bini pusieron, a decir de ellos mismos, en juego su
reputación: Pajaritos y pajarracos
abre con unas imágenes del cielo nocturno, de la luna envuelta en gaseosas
nubes y los abigarrados compases de la festiva banda sonora de Ennio Morricone,
enaltecida por una voz que canta y jalea los nombres que poco a poco van
conformando los títulos de crédito iniciales hasta pasar a una imagen de la
tierra y el deambular por ella de dos de sus habitantes: Totò Inocente
(interpretado por el “absurdo, humano,
loco y tierno” Totò) y su hijo, Ninetto Inocente (el “listo e inocente” Ninetto Davoli).
Articulada a
modo de cuento moral, Pajaritos y
pajarracos muestra a ambos hombres discutiendo por lo motivos más nimios
mientras andan por la carretera. Algunas zonas de la conversación se hunden en
lo absurdo: preguntas que obtienen réplicas descabelladas cuando no
completamente fuera de lugar o con el silencio por parte del otro como única respuesta,
desbordando pronto el área de la conversación hasta contaminar la atmósfera de una
película mecida por el sinsentido. En su deambular sin motivo aparente y
siempre a pie por la periferia romana y lugares abandonados a su suerte,
aparecen jóvenes disfrazadas de ángel que son cortejadas sin éxito por el joven
Ninetto, familias pobres de solemnidad que ruegan por un poco más de tiempo
para poder acumular el dinero del alquiler de su hogar sin lograr nada con sus
súplicas… y un cuervo parlanchín que se hace llamar Conciencia y asegura vivir
en la calle Karl Marx, número setenta veces siete, en la Villa del Futuro del
país Ideología. Conciencia les comenta a los despreocupados, ya desde su
apellido, acompañantes su máxima: el mundo está dividido entre los rapaces
pajarracos y los que se erigen como su sustento: los alegres pajaritos, ambos
evangelizados en el año 1200 en la creencia de que Dios es Amor sin lograr
salvar las diferencias fraticidas entre oprimidos y opresores en una hilarante
fusión (o lectura sin más, bajo una óptica izquierdista) de religión y marxismo[2]
ya llevada a cabo de forma más solemne por el realizador en su anterior El evangelio según San Mateo.
Como puede
deducirse de lo leído hasta aquí, Pajaritos
y pajarracos exhibe su condición de film político o, más aún, ideológico
en base a una catarata de simbolismos, de parábolas sobre la condición del
obrero (el padre e hijo Inocentes) seguidos de cerca por un cuervo aquejado de
verborrea marxista que es ignorado una y otra vez por la pareja de caminantes
puestos a prueba, sin saberlo, en su humanidad y compasión para con aquellos
que son de su misma clase social, suspendiendo el examen moral bajo la atenta y
desesperanzada mirada del pájaro. Gracias al deambular estos personajes
principales, reducidos a meros símbolos o ideas podados de matices humanos más
allá de las cálidas interpretaciones de Totò y Davoli, y a la condición de
película casi episódica de Pajaritos y
pajarracos, por las paradójicamente amables imágenes en blanco y negro que
ilustran una conciencia social al borde de la extinción, este film contado por
Pier Paolo Pasolini se erige como una parábola del fin del marxismo a manos de
aquellos que, con conciencia de clase, deberían defenderlo con más ahínco. El
carácter político del film, antes comentado, se ve refutado una y otra vez por
señales situadas en las afueras de los diferentes lugares en los que va
teniendo lugar la lección moral de saldo pesimista de Pasolini que indican la
distancia a la que quedan lugares como Cuba o Estambul, o en que las calles de
esos mismos lugares ostenten nombres como Calle de Lillo Sábanas rotas en la
calle desde los doce años, o Calle Antonio Barrendero… por no hablar del
instante en el que la pareja de paseantes apolíticos siempre seguidos por el
politizado ojo del realizador se ven en obligados a defecar urgentemente en un
lugar llamado Propiedad Privada… Esta artificiosa, por directa, parábola de aires surrealistas algo más
atemperados de lo deseable pero afortunadamente no exenta de un algo triste
sentido del humor, acaba teniendo su correspondencia en la manera en que
Pasolini establece la relación de Pajaritos
y pajarracos con su público.
Al realismo de
los parajes del film, minado por esos divertidos apuntes surrealistas de
orientación ideológica divertidamente tan sutil como una patada en la
espinilla, compuesto por lugares que se dirían reales y actores que muy bien
podrían ser sus habitantes por lo corriente -y paradójicamente anticinematográfico- de su físico, no
sólo se contrapone lo obvio (y por que no, bastante lúcido y necesario en los
tiempos que corren) de su puya ideológica, sino la manera en que Pajaritos y pajarracos se distancia de
esos códigos “neorrealistas” mencionados, al observarlos bajo un prisma
diferente al esperable que rompe por completo la sensación de verismo y
realismo de la película[3].
La heterodoxia
formal de la que hace gala Pasolini en Pajaritos
y pajarracos, ya desde su inicio con los mentados créditos cantados, no
parece hecha en aras de subrayar los elementos dramáticos del film ni tampoco
con el fin de rebajarlos, sino en dejarlos de lado para revelar a las claras la
ideología que subyace bajo las imágenes y la tesis que se articula a través de
ellas. En uno de los últimos pasajes de la película, que contrapone los adustos
rostros de la pareja protagonista con imágenes del entierro del Secretario
General del Partido Comunista Italiano Palmiro Togliatti[4],
Pasolini se salta a la torera toda unidad espacio temporal más o menos ortodoxa
para poner en su lugar una buena muestra del uso del montaje como motor
narrativo, de nuevo, ideológico que
funciona como réquiem por un comunismo que se desliza hacia su propia
autodestrucción y el olvido por parte de la clase social que debería servirle
de base política. Pero esta digresión formal no es, ni mucho menos, la más
llamativa de las muchas que erosionan los codificados fondos neorrealistas del
film en una estimulante y algo frustrante cordillera intelectual creada a
partir de situaciones que antes que componer una historia, están orientadas a
provocar el debate o, en ocasiones, transmitir una idea determinada, despojada
de sentimentalismo.
Imágenes
aceleradas y ralentizadas, montaje en ocasiones abrupto, y fogonazos de
planificación deliberadamente antiestéticos, a veces dotados de una composición
interna antinatural, son parte de una apuesta estética que no parece dirimirse
en una intención dramática determinada, si no más bien todo lo contrario en la
mayoría de ocasiones, en su absoluta arbitrariedad que sólo parece buscar una
cosa: distancia. Así, Pajaritos y
pajarracos se dedica a evidenciar su condición de película, de artificio y
ficción sobre una realidad determinada a la que jamás podrá suplantar,
esquivando uno de los más peligrosos y habituales lugares comunes del cine realista[5],
reconvertido en esta ocasión y por confluencia de todos los elementos del film
que nos ocupa, en cine político, en
un artefacto ideológico puramente reflexivo y por tanto destinado al análisis
de las situaciones que muestra sin intromisiones emotivas, dinamitando todo
puente sentimental o emocional con lo que ocurre en Pajaritos y pajarracos estancándola en una divertida experiencia
racional con intermitentes explosiones anárquicas, muy particular y personal,
pero menos festiva de lo que habría sido de haber optado por una vía más
emotiva y dotada de un poso ideológico más agresivo que la propia película en
sí misma considerada.
De este modo,
esta heterodoxia a nivel formal y tonal, que aúna absurdo y humor surreal con
una algo caduca comicidad costumbrista y estética realista con otra mucho más distanciadora
y reveladora de su cualidad de construcción ficticia, sitúa a Pajaritos y pajarracos en una
estimulante, por inclasificable y gozosamente libre, tierra de nadie que la
hace avanzar a trompicones, siendo intencionadamente irregular en su conjunto y
en su construcción, aunque también en sus resultados, que no siempre alcanzan
la pegada o la densidad (sin que esta densidad tenga relación alguna con la
efectividad de su sentido del humor) que sería de esperar teniendo en cuenta
todos los elementos puestos sobre la mesa. En ocasiones, Pajaritos y pajarracos resulta menos divertida de lo que sus
responsables parecen convencidos que es, y especialmente, y en relación con lo
anterior, resulta menos punzante de lo deseable (o indeseable, al masoquista
gusto de cada uno) en lo ideológico cuando su humor, muchas veces vehículo de
su ácido comentario político social, resulta considerablemente manso en su
vertiente más picaresca y costumbrista.
O quizás todo
lo anterior es debido a motivos que reafirman la moraleja final de la historia
que narra abruptamente Pajaritos y
pajarracos, cuyo riesgo -como el que aseguraban correr su productor y su
realizador y máximo responsable al acometerla- parece dirimirse hoy en términos
cinematográficos (e ideológicos) antes que en políticos (y también ideológicos),
propio de la perspectiva actual que el realizador de esta película parece haber
profetizado desde la misma escritura del guión. Vista desde la distancia que
otorga el tiempo, que ha ido desmantelando ideologías izquierdistas se diría
que hasta paradójicamente desactivarlas en la vida y opinión pública, el saldo
final de Pajaritos y pajarracos mueve
más a la romántica melancolía que a una más enervante y movilizadora indignación.
Aunque, pese al pesimismo que destila el film contado por Pier Paolo Pasolini, se
vislumbran pequeños rayos de optimismo en su conclusión que podrían dar motivos
de esperanza: ambos hombres, hambrientos y hastiados del inacabable parloteo
del cuervo que los acompaña, cazan, asan y devoran al animal y con la
conciencia acallada literalmente por tener el estómago lleno, ambos siguen su
trayecto a ninguna parte en ese deambular[6]
al que la humanidad de la que opina Mao Tse Tung parece estar despreocupadamente
condenada. Pero antes de ser capturado el cuervo anuncia en una de sus últimas
peroratas que el que devore al maestro asimilará una pequeña parte de sus
conocimientos, con lo que quizás su muerte siembre la semilla del marxismo en
los despreocupados hombres[7].
Convertido el triste final del cuervo en una confluencia de la parábola política
y el ritual católico en que la carne del profeta -o de Jesús- es devorada para
vivir en sus seguidores, tan afines ambas cosas a la personalidad y obra del
realizador, cabe ver si Pajaritos y
pajarracos cumple a su vez la misma Misión que muestra un mundo corrupto en
que los pajaritos, los literales y los metafóricos, habiendo olvidado toda
ideología aprendida anteriormente en aras de un interés presuntamente
individual, se devoran entre sí.
Título: Uccellacci e
uccellini. Dirección y guión: Pier
Paolo Pasolini. Producción: Alfredo
Bini. Dirección de fotografía: Mario
Bernardo y Tonino Delli Colli. Montaje:
Nino Baragli. Música: Ennio
Morricone. Año: 1966.
Intérpretes: Totò
Inocente/Fray Cicillo (Totò), Ninetto Inocente/Fray Ninetto (Ninetto Davoli), Francesco
Leonetti (voz del cuervo), Femi Benussi (Luna).
[1]Pier Paolo Pasolini nació en Bolonia, Italia el 5 de marzo de 1922
pese a que pasó su infancia en varias ciudades. Con un padre alcohólico y
ocasionalmente violento, Pasolini comenzó a escribir poesía cuando contaba con
siete años de edad, para al tiempo alternar sus escritos con una nada
desdeñable habilidad con la pintura. Tras la Segunda Guerra Mundial, durante la
que fue capturado por los alemanes para más tarde lograr huir, se afilió al
Partido Comunista Italiano, del que fue expulsado a los dos años por
homosexual. Fue profesor durante un tiempo, manteniendo relaciones con algunos
de sus alumnos y viviendo con una paga limitada en un barrio periférico que muy
bien podría ser escenario de su primer film: Accatone de 1961,
a la que, gracias a su éxito entre la crítica pese a
cierta polémica a la que el realizador ya venía acostumbrándose hasta alcanzar
una interminable experiencia en citaciones judiciales durante toda su vida, le
daría fuerzas para alumbrar Mamma Roma,
sólo un año después de la anterior. En 1964 Pasolini rompería su ateísmo en
aras del catolicismo, como demuestra su film de ese mismo año El evangelio según San Mateo,
maravillosa película que ofrece una visión marxista del evangelio, siendo este
uno de sus mejores filmes. Dos años después llegaría la irreverente Pajaritos y pajarracos, de la que se da
cuenta en esta entrada, y sólo un año más tarde su primer film con un guión
ajeno: Edipo Rey según la obra de
Sófocles. A partir de ahí, la carrera de Pasolini sería la de un trabajador
incansable: entre 1968 y 1974, Pasolini dirigiría Teorema, Pocilga, Medea, El decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches. Durante todo ese
tiempo, el realizador fue desencantándose de la sociedad italiana,
progresivamente estupidizada a su entender y con un potencial castrado y
estandarizado por medio de la televisión. Pasolini, que siempre se había puesto
del lado de los oprimidos y era considerado un adalid de la libertad, dio la
espalda a las revoluciones estudiantiles que surgieron en ese periodo de
tiempo, alcanzando además una acomodada posición económica que por un lado le
permitió cierta estabilidad y por el otro el poder mantenerse en su
idiosincrasia, ajeno a modas y a opiniones dominantes de un lado o de otro. Fue
en 1975 cuando Pasolini pasaría definitivamente a la Historia del cine y sus
escándalos con Saló: 120 días de Sodoma
en la que el director, bajo un aluvión de críticas y amenazas de muerte por
parte de propios y extraños, abrió la caja de los truenos con un film basado en
el sadismo, la sexualidad más depravada y humillante y algunas de sus
consecuencias. Se dice que esta discutible, desagradabilísima e importante
película fue un posible motivo para que Pasolini encontrara la muerte ese mismo
año, el día 2 de noviembre, en la playa de Ostia a manos de un presunto amante.
La rumorología alrededor de la muerte del novelista, poeta, ensayista, pintor y
hombre del cine, no dejó de crecer desde entonces, planteando las más variadas
teorías sobre la muerte del que está considerado uno de los nombres más
importantes del cine italiano de la segunda mitad de siglo, y por tanto del
llamado séptimo arte en su totalidad.
[2]No en vano consideradas ambas instituciones como “Las dos iglesias” por parte de
Pasolini, que cuestionaba el parco humanismo de ambas, por ser demasiado
distantes de las realidades personales que les servían de base. Este fragmento
de Pajaritos y pajarracos,
prácticamente un cortometraje integrado dentro del film, contiene las imágenes
más poéticas e hilarantes del mismo, estando protagonizado además por Totò y
Davoli, como los frailes con la iluminada misión de enseñar la palabra de Dios
a los halcones y los gorriones.
[3]El propio Pasolini se integró en la corriente neorrealista del
cine italiano con sus dos primeros filmes: Acattone
y Mamma Roma, para hasta cierto
punto plantarse con El evangelio según
San Mateo y abandonarlo dinamitándolo desde dentro con el absurdo y la
distancia de Pajaritos y pajarracos.
Los mayores representantes de dicho movimiento fueron sobretodo Roberto
Rossellini (del que no puedo comentar nada pues en mi incultura sólo lo conozco
por el nombre y los de sus películas, no por haber visto estas últimas) y
Vittorio De Sica, que firmó la terriblemente triste Umberto D y la igualmente dura pero maravillosa El ladrón de bicicletas, entre muchas
otras. Según parece, el fragmento antes comentado en que se explica la
evangelización de los halcones y gorriones parodia un film de Rossellini Francisco: juglar de Dios, probablemente
hecha con todo el cariño al ser el realizador de Roma: citta aperta un buen amigo de su admirador Pier Paolo
Pasolini, que abandonó el neorrealismo al considerar que había sido absorbido
por la cultura de masas, perdiendo su efectividad.
[4]Palmiro Togliatti, nacido en Génova en 1893, fue el fundador del
Partido Comunista de Italia, del que fue líder cuando su predecesor Antonio
Gramsci fue encarcelado por el temible régimen fascista de Benito Mussolini.
Cuando el Partido Comunista fue ilegalizado en 1926, Togliatti tuvo la fortuna
de estar en una reunión de la Internacional Comunista en Moscú, lo que le libró
de las represalias del régimen condenándolo al exilio hasta 1944. Durante el
tiempo que pasó fuera de Italia, alcanzó la posición de Secretario General del
ilegalizado Partido y en 1937 se erigió como máximo responsable de la
Internacional en una España en plena Guerra Civil, movido por el objetivo de
lograr la unidad del bando republicano a toda costa. Muchos lo condenaron por
su relación en turbios asuntos en filas republicanas como el asesinato de
Andreu Nin o el exterminio del POUM… En 1939 fue detenido en Francia y tras ser
liberado se trasladó a la Unión Soviética, desde la que se dedicó a llamar a la
resistencia contra el nazismo y el régimen de Mussolini. En 1944, a su regreso a
Italia, capitaneó el llamado Giro de Salerno, que llamó al abandono de las
armas por parte de un comunismo cuyas bases se sintieron un tanto contrariadas
con este giro imprevisto a la derecha en aras de la república. Togliatti fue
nombrado Ministro de Justicia. El 14 de julio de 1948, Togliatti sufrió un
atentado fascista que estuvo cerca de encender la mecha de una nueva
revolución, pero los ánimos se apaciguaron con los llamamientos a la sangre
fría por parte del propio Togliatti. Bajo su mando, el Partido Comunista llegó
a ser la segunda fuerza política más votada del país y el mayor partido
comunista de Europa occidental. Dividió a propios y extraño cuando en 1956
obvió condenar la intervención soviética en Hungría, ganándose duras críticas
de las filas de su propio partido y sus votantes, sumadas a las que recibió por
su idolatría por el temible Josef Stalin, del que renegaría poco después. Por
otro lado, se le considera uno de los impulsores y constructores de la
República Italiana y su Constitución. Murió en 1964 por una hemorragia cerebral
en la república soviética de Yalta, y las inquietantes imágenes de su capilla
ardiente que pueden verse en Pajaritos y
pajarracos demuestran el ingente número de seguidores de los que gozó en
vida.
[5]Aquel que se convierte para una parte de su público, entre el que
más o menos todo el mundo se ha hallado alguna o numerosas veces, en la pura
realidad por venir acompañada de la etiqueta de realista. Esta tan comprensible como preocupante confusión puede
llevar a alguien a opinar o decidir sobre uno o varios temas determinados
tomando no sólo por ciertas e inamovibles conclusiones sacadas de una ficción
que pretende hablar de la realidad, sino además hacerlo con la conciencia
completamente tranquila. Probablemente por ello, Pajaritos y pajarracos no sólo fue una colleja al concepto de
realismo (cine que por otro lado no deja de parecerme necesario siempre que sea
puesto en duda como la ficción que es) sino al movimiento neorrealista por
completo, que a esas alturas se había codificado hasta tal punto que era
prisionero de su propia manera de interpretar el mundo, sin tener en cuenta a
este último, como el pez que se muerde la cola imitándose a sí mismo.
[6]En uno de los intertítulos del film puede leerse “El camino comienza, el viaje ha terminado”,
más claro agua cuando se trata de hablar de una humanidad condenada a dar
vueltas en círculos inútilmente.
[7]Otra posible lectura, ésta lo bastante descabellada como para no
saber como introducirla en el cuerpo de la entrada, es la de cómo ambos hombres
dan muerte al único elemento extraño
que queda de la historia para comérselo, quedándose sólo con esa triste
realidad que las “zonas neorrealistas” del film describen en el mismo, echando
por la borda todo lirismo posible por hambre. Como se ha dicho alguna vez,
entonces y ahora han sido y son malos tiempos para la lírica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario