Las tropas del
Ejército Nacional desfilando triunfantes como temible colofón a la Guerra Civil Española, el ensalzamiento de Francisco Franco como caudillo y Jefe de Estado,
hambre, pobreza, lujo, Imperio Argentina, estraperlo, producciones
cinematográficas en honor de la ideología del Régimen por parte de la
productora Cifesa, Jorge Negrete, el apretón de manos entre Franco y Adolf
Hitler, las cartillas de racionamiento, el siempre hambriento Carpanta, el Plan
Marshall, el NO-DO… Y también Cara al
sol, ¡Ya hemos pasao!, La gallina Papanata, La morena de mi copla, Americanos,
A lo loco, La televisión, Ya se va el caimán…
Son algunos de
los innumerables fragmentos de imágenes documentales, propagandísticas,
dibujadas, escritas en prensa o publicitarias que se enfrentan a las no menos
abundantes tonadillas y canciones, algunas infantiles, otras loando el triunfo
del nocivo Régimen fascista de Francisco Franco o también como parte
políticamente inocua de la cultura popular española. Cultura en su vertiente
visual y sonora, política y ácrata pero siempre oficial, revisada y recompuesta
como retrato de un país marcado a fuego por una época: la que abarca desde el
1939, en que Franco se estableció como sanguinario dictador, hasta el 1971[1]
año en el que se armó este film-collage firmado
por Basilio Martín Patino[2]:
Canciones para después de una guerra.
Película
gozosamente amorfa y de naturaleza anómala, a caballo entre la ficción y el
documental, que pone en duda toda posible visión de ambos géneros audiovisuales
como compartimientos estancos y que refleja y, más aún, expresa la memoria de
una época a partir de imágenes y sonidos permitidos y espoleados por el propio
Régimen… para torpedearlos.
Así, y en base
a secuencias cortas de la duración de las canciones que componen este fresco
histórico (y mediático) a modo de capítulos cronológicamente ordenados,
señaladas al inicio de esta entrada, todas ellas toleradas por la censura del
Régimen[3],
son trastornadas y regurgitadas por el film de Patino de forma tan sencilla en
su planteamiento como efectivo es su resultado. Sin otra línea argumental que
el propio devenir de la historia vista desde las imágenes propuestas por el
Régimen dictatorial que por entonces paralizaba el país, Patino muestra
imágenes de situaciones tan paradójicamente reconocibles pese a su naturaleza
mediática incluso para los que no las vivimos, desde una considerable
distancia. Los virajes de las imágenes a tonalidades antinaturales, lo
acelerado del montaje de carácter musical pese a lo antiguo de algunas de las
filmaciones, o las pintadas -de una malicia casi infantil pero muy atrevida
para el momento en que se llevó a cabo el film- sobre material audiovisual
previo a modo de filtro que ridiculiza lo que se pretendía serio y trascendente,
son algunos de los mecanismos que el realizador utiliza para crear una
sensación de extrañeza, de revelar la naturaleza falsa de unas imágenes que quizás ilustran, pero jamás sustituyen,
una parte de la realidad de la España “de” Franco.
Estrategia que
se complementa definitivamente con el aspecto más llamativo y imprescindible
para la existencia de Canciones para
después de una guerra, su uso del montaje[4].
Recurso dramático evidenciado y subrayado por el realizador como creador de
lenguaje -en este caso cinematográfico- y portador y evocador de ideas que en Canciones para después de una guerra se
enfrentan a su sentido primigenio, dándoles la vuelta hasta la denuncia más
sangrante en la que se desvela lo que pretendían ocultar. Así, distanciando a
las imágenes y las canciones que las acompañan de sus primeras intenciones
cuando no vaciándolas de todo sentido para recontextualizarlas, remontándolas hasta dar un nuevo
discurso audiovisual, Patino ridiculiza el triunfalismo inherente, que no
exclusivo, de toda imagen tolerada por un régimen dictatorial[5].
Bajo ese punto de vista, Canciones para
después de una guerra se erige como un irónico campo de batalla ideológico
en el que unas imágenes dialogan con otras de contenido parcial o totalmente
opuesto, a veces como complemento, otras a modo de contraposición hasta hacer
dudar de su validez, revelando a veces su condición no de documento como
reflejo de la realidad, sino de propaganda como sustituta de la misma. Y
rematando la jugada, Patino sumerge todas las imágenes de archivo que componen Canciones para después de una guerra en
una banda sonora que a veces hace de irónico contrapunto a lo que se ve, y
otras convierten el acto más bárbaro en una farsa de negrísimo, y divertido,
humor negro.
Así, y dentro
de la ligereza general que se desprende de lo divertidamente travieso -pese al
rigor y el riesgo que entrañaba en el momento de su realización- de Canciones para después de una guerra,
destacan los bombardeos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial al compás de
La gallina Papanata que, gracias a lo
conciso de los cortes, llega hasta coreografiar la caída de las bombas al son
de los tres huevos que pone la gallina de la canción infantil o, en otro
ejemplo mucho menos humorístico pero no menos corrosivo, el alegre y
revanchista chotis ¡Ya hemos pasao!
como sarnoso acompañamiento de las imágenes que muestran las víctimas del bando
republicano de la Guerra Civil…
La fusión
entre las imágenes de archivo que representan una visión determinada de España,
mostradas como se decía antes con una distancia que denota su falsedad y por tanto su incapacidad para
reflejar la realidad en toda su complejidad pero sí una visión de la misma, y la música que las acompaña, crea un
atmosférico mejunje audiovisual que obliga a reflexionar sin nunca dejar de emocionar,
ya sea divirtiendo o denunciando la más triste de las realidades.
La compilación
de imágenes que supone la película como objeto histórico, cuya línea temporal
viene marcada por el ordenamiento de las canciones que componen su banda
sonora, en el mismo orden cronológico con el que aparecieron realmente en su
momento, posibilita la observación de los cambios que se iban produciendo en el
Régimen de Franco… pero siempre desde la visión que el Franquismo ofrecía de sí
mismo a sus ciudadanos y que Patino se dedica a llenar de lamparones hasta
derribarlo, ofreciendo otra en su lugar con tan sólo reordenar los elementos
que componían la oficial.
Así, una
visión colonialista de los americanos en tiempos de pactos con otros
totalitarismos europeos y que los presenta como indígenas prestos a ser
evangelizados es enfrentada, minutos más
tarde, con su opuesto, igualmente de pandereta, bajo la tonadilla Americanos e imágenes extraídas del ácido
film de Berlanga Bienvenido Mr. Marshall,
coincidiendo con la llegada del Plan Marshall y consecuentemente cierto
aperturismo y simpatía de cara a la cultura norteamericana. Pero también, y en
contraste con lo paródico de su retrato de los orgullos patrios de Franco y sus
acólitos, Canciones para después de una
guerra se muestra emotiva, y sin cargar nunca las tintas, los niños y niñas
víctimas del hambre y otras calamidades, la soldadesca republicana caída bajo
fuego nacional, o con el sufrimiento de los pobres y los desarrapados,
constante rumor de fondo que siempre contrarresta la imagen que quería para sí
el Régimen de Franco.
Una reveladora
voz en off, prácticamente lo único
que se diría creado específicamente para Canciones
para después de una guerra, que aparece esporádicamente a veces en boca de
un hombre a veces en la de una mujer, pone el definitivo punto de denuncia a
las imágenes. Asegurando las voces que las alegres canciones que se oían en
España durante el periodo que recoge el film de Patino cubrían “un oscuro silencio”, en la única
concesión del realizador a un antipático por afectado dramatismo en toda la
película, hacen de esta un en el fondo deprimido testimonio de una época que
escondía la miseria que creaba entre bambalinas.
De este modo,
entre la denuncia más rigurosa y el humor que oxigena el conjunto de la
película, de clara orientación antifranquista y republicana, Canciones para después de una guerra se
ofrece como un discurso político compacto, tanto ideológicamente como en su
intencionalidad de revelar lo falso de los elementos que componen la película.
Pero más allá
de su sentido del cachondeo a costa de algunos de lugares comunes de la España
de Franco y su denuncia del sufrimiento ninguneado por el Régimen culpable gracias al montaje de imagen y
sonido, Canciones para después de una
guerra sobrepasa su condición de ácida respuesta al repelente y peligroso
triunfalismo del Régimen Franquista al poner en duda, ya desde la propia
existencia del film, la capacidad del discurso audiovisual documental o
informativo como incuestionable contenedor de la realidad.
Siendo una
película literalmente compuesta por retazos de material creado previamente,
perteneciente en mayor o menor medida a la cultura popular española de
entonces, surgido en un contexto que poco tiene que ver con el que acaba alcanzando
en el film de Patino, difícilmente podría plantearse Canciones para después de una guerra como un documental. Lo que no implica, paradójicamente, que gracias a su
condición de testimonio personal y la distancia que se desprende de sus
imágenes, consciente de ser sólo una visión
y no una (totalizadora, como el franquismo) realidad
incuestionable, Canciones para después de
una guerra no intente o consiga revelar la Verdad: que todo lo que muestra
es en algunos casos mentira, pero para aquellos que no lo vivimos porque no
habíamos nacido o no lo vivieron porque no estaban allí[6],
siempre ficción. Y como tal, dotado
de un discurso siempre intencionado, manipulable y manipulado, nunca inocuo, ni
política ni ideológicamente, ya sea a favor del Régimen Franquista por parte de
aquellos que ostentaban el poder, o en contra por parte del máximo responsable
de Canciones para después de una guerra.
De esta
manera, y mediante el muy hábil juego de montaje que nunca deja de ser Canciones para después de una guerra, la
memoria de una parte del pueblo español, oculta tras los fastos del aparato
mediático franquista que rehace o reorienta la historia a su forma de
entenderla, se muestra bajo las imágenes de una propaganda cinematográfica,
documental y educativa que con el paso del tiempo se multiplica con la
aparición de otra publicidad más insidiosa por generalizada: la televisiva que
vende lujo doméstico como el Régimen vendía lujo social mientras ambos eran
incapaces de resolver la miseria que ningunean.
Vista así, Canciones para después de una guerra no
sólo revela lo voluble del lenguaje audiovisual y su capacidad no sólo de
surgir de un contexto determinado reflejando algunos de sus aspectos como un
espejo sesgado y deformado, sino también de crearlo
para aquellos que lo contemplan a través de una pantalla, poniendo en solfa el
mismo concepto de cine documental
como cine de lo real y subrayando su
condición de documento parcial y por tanto, y una vez ha dejado de representar
una verdad inamovible, más participativo y cuestionable. Teniendo en cuenta que
no hay una sola imagen o canción que aparezca en el film de Patino que no haya
sobrevivido a una censura previa, y que por tanto no haya sido tolerada o
directamente usada con finalidades ideológicas afines a la del franquismo, es
la supuesta memoria de España a la
que se apela en el film un trampantojo hecho de retazos de la cultura popular
de entonces… y por tanto en base a un pasado y una Historia totalmente mediatizados desde las élites. No es de
extrañar que Patino evitara la filmación de nuevo material audiovisual que
recoja una visión global de la España bajo el yugo franquista en el momento en
que se compuso Canciones para después de
una guerra. El contraste existente entre el triunfalismo del aparato
mediático del Régimen y los testimonios de aquellos que lo vivieron evidencian
un abismo que el film de Patino, pese a los puentes que tiende sin ánimo de
sentar cátedra, está lejos de pretender cerrar, potenciando la pegada de su
denuncia y llevándola más allá del concreto contexto histórico al que
pertenece, y yendo aún un poco más allá, diferenciando lo mediático de, por
omisión, lo vivido.
Así, y
afortunadamente, el film de Patino soslaya lo coyuntural de su divertido y
revolucionario discurso antifranquista y se erige inesperadamente como ejemplo
de lo volátil del significado de las imágenes dentro de un contexto político,
social y mediático determinado, y su sospecha en tiempos hipermediatizados,
haciendo trasplantable su sano -y necesario- sentido de la duda a tiempos, latitudes,
situaciones e ideologías ajenas al momento en el que el film se llevó a cabo. Y
todo eso levantando sonrisas con la sorna con la que Canciones para después de una guerra retrata el triunfalismo
español de la época, despidiendo al caudillo y su lamentable Régimen al son de Ya se va el caimán. Aunque con la de
pantanos que dejó a su paso…
Título: Canciones para
después de una guerra. Dirección y guión:
Basilio Martín Patino. Producción: Julio
Perez Tabernero. Dirección de
fotografía: José Luís Alcaine. Música:
Manuel Parada. Año: 1971.
[1]Muy a grandes rasgos, en el año 1971 España se hallaba en un
violento punto intermedio en el que el Régimen Franquista se vio en la
encrucijada tras las tiranteces internas entre una visión más o menos
aperturista del Régimen, con Manuel Fraga Iribarne como cabeza visible, y las
que veían la necesidad de recuperar la línea
dura del franquismo, más aún teniendo en cuenta en silencio que la avanzada
edad del caudillo ponía en peligro su personalista dictadura. La expulsión de
Fraga del ministerio de Información y Turismo dejó claro sobre el papel la
dureza de la línea que se pretendía seguir, lo que propició el aumento de
movimientos y asociaciones más o menos clandestinas en oposición al Régimen, algunas
de ellas tan violentas como la propia ETA que un par de años después de la
prohibición del film que nos ocupa, asesinaría al presidente del gobierno,
Carrero Blanco. El mismo hombre que, sólo un par de meses antes, había mandado
ejecutar cinco miembros de la banda terrorista vasca y del Frente
Revolucionario Antifascista y Patriótico. Por su lado, el cine español sufría
de una sangría económica considerable que lo puso al borde de su extinción como
industria, amén de un recrudecimiento de la censura como se explica en una nota
al pie más adelante.
[2]Nacido en el pueblo salmantino de Lumbrales el 29 de octubre de
1930 en el seno de una familia católica y de derechas, Patino estudió y se
licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca, donde fundó el
cineclub universitario. Considerado uno de los pioneros del mundo de la
publicidad española, Patino se alejó de
dicho oficio para centrarse en proyectos más personales, viajando a Madrid,
donde entró en contacto con el mundo del cine y entabló amistad con parte de
los miembros del llamado Nuevo Cine Español, movimiento cinematográfico al que
pertenecería pese a permanecer siempre en un plano más personal y menos
taquillero que el de la mayoría de sus compañeros de generación. En el
Instituto de Investigación y Experiencias Cinematográficas (más tarde Escuela
de Cine), en el que ingresó en 1953, impulsaría la creación de la revista Cinema Universitario de Salamanca,
considerada una de las precursoras de las Conversaciones de Salamanca en 1955,
que a su vez es vista como el pistoletazo de salida para el mentado Nuevo Cine
Español. En 1966 estrenaría su primer film, el largometraje Nueve cartas a Berta, de gran éxito
entre el público y premiado en el Festival de Cine de San Sebastián, para luego
rodar, en 1968 Del amor y otras soledades.
En 1971 llegaría Canciones para después
de una guerra, montada clandestinamente con retazos de imágenes de archivo
consideradas inservibles y con la ayuda de un reducido grupo de amigos. Dos
años más tarde llegaría Queridísimos
verdugos, documental comentado en este blog en el mes de agosto de 2012, y
que al igual que el film que nos ocupa en esta entrada y el posterior en la
carrera de Patino, Caudillo (dirigido
en 1974), no vería la luz pública hasta la muerte de Francisco Franco. En 1980
se encararía con Hombre y ciudad, su
primer montaje videográfico en la carrera de un director siempre interesado por
los avances cinematográficos y sus posibilidades expresivas. Tras esta
experiencia, Patino llevaría a cabo en el campo del largometraje Los paraísos perdidos, Madrid, La seducción
del caos, Octavia y la que de momento es su última película, la bastante
pobre 15-M: Libre te quiero,
alrededor del movimiento 15-M en la ciudad de Madrid, y que vio la luz el
pasado año 2012. La Universidad de salamanca le otorgó el título de Doctor
Honoris Causa en el año 2007 y a día de hoy, Patino no ha dejado de trabajar en
televisión, exposiciones, o videoinstalaciones varias.
[3]La misma censura, siempre con cabezas cambiantes pero un mismo
poso ideológico, que condenó al film de Patino al ostracismo hasta 1976, tras
la muerte de Francisco Franco. En el año 1971 de la auténticamente valiente,
mucho más allá del sentido artístico
del término, composición de Canciones
para después de una guerra, el ministerio de Información y Turismo
encargado de velar por la censura o permisividad de contenidos y formas del
cine español era llevado por Alfredo Sánchez Bella, que recrudeció la
prohibición relativamente relajada por parte del ministro anterior, Manuel
Fraga Iribarne y su Director General de Cinematografía, José María García
Escudero, que más adelante fue sustituido por Carlos Robles Piquer. Ambos
nombres representaron un ablandamiento en cuanto a las formas pero mayor rigor
en cuanto a contenido político del pujante Nuevo Cine Español, a decir de
Patino y los de su generación que asistieron a las llamadas Conversaciones de
Salamanca. También aportaron una especie de decálogo escrito al que los
cineastas recurrían para saber a que atenerse si no querían tener problemas con
las autoridades… o saber como ingeniárselas para saltarse las normas a la
torera gracias a parábolas, simbolismos o metáforas. Pero, por plantearlo muy
someramente, todo lo anterior palideció con Sánchez Bella y su ultraconservador
gestor de lo cinematográfico Enrique Thomas de Carranza, cuya revigorizada
censura afectó tanto a películas españolas como extranjeras que pretendiesen
estrenar en territorio franquista. Y que en el caso de Canciones para después de una guerra y tras los 27 cortes que el
realizador tuvo que efectuar hasta que se le concedió el permiso de estreno,
tuvo la desgracia de contar entre sus “inspectores” al mismísimo Carrero
Blanco, el entonces presidente del gobierno y hombre de confianza de Franco,
atraído por la polémica que el film de Patino estaba levantando. Tras verla con
su esposa (que al parecer dijo que “al
hijo de puta que ha hecho esto habría que mandarlo a Carabanchel”), Carrero
Blanco nombró una junta censora formada por cinco autoridades de la vida
pública para que la prohibieran definitivamente. Por suerte, y pese a las
múltiples acusaciones que recibió el film de posible perturbador de la paz
social y enervante y rencoroso retrato de España, Patino ocultó el negativo de
la película para que ni productores ni autoridades pudiesen hacerse con ella y
destruirla. Cuando se estrenó, en 1976, tuvo los parabienes de sus
espectadores, según parece independientemente de su ideología.
[4]No se sorprendan si, pese a su importancia
en Canciones para después de una guerra,
en los créditos finales de esta entrada no aparece el nombre del montador. He
sido incapaz de encontrarlo en ninguna página web o documento, y ante la duda
de atribuirle el mérito a otro en detrimento del que se lo merece, he preferido
no incluirlo.
[5]Una paródica forma de denuncia, muy
añorada por lo que parece por parte de la crítica que considera el film de
Patino un rara avis dentro del
panorama del cine español... injustamente en mi opinión. Si quizás es cierto
que pocas veces se ha visto algo así en una pantalla -pasando por alto el
pillaje de imágenes ajenas para reinsertarlas en otros contextos/películas muy
propio del cine de serie B y por motivos presupuestarios- de cine, puede que
sea porque hay que buscarlo en otras, y gracias a los programas de montaje
caseros y al acceso de cualquier internauta, la Red es un hervidero de
remontajes a imagen y semejanza del film de Patino en ocasiones con muy
similares intenciones políticas.
[6]Entre ellos, el propio Patino. Nacido en 1930 y por tanto víctima
de la Guerra Civil pero no participante como soldado, la percepción del
realizador de Canciones para después de
una guerra de la historia española desde la perspectiva que de ella podía
llegarse a tener en 1971 lo hace parcialmente testigo ausente, o a través de lo
mediático, de algunos de los hechos que se recogen en su película, y testigo
más directo y consciente de los últimos años que ilustra el film, mucho más
mediatizados gracias a la aparición del televisor.
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