Cualquiera que
haya tenido que ganarse la vida tras un mostrador de cara al público durante
demasiado tiempo conoce sobradamente la historia. Dante Hicks (Brian
O’Halloran) trabaja como malhumorado dependiente en una modesta tienda de comestibles,
que también hace las veces de quiosco y estanco, en constante y resignado
conflicto con su clientela. Habituales o de nuevo cuño, neuróticos,
aprovechados, o clientes sencillamente pesados por el mero hecho de romper la
monotonía diaria de Dante, este también se encara entre muchas otras cosas y
siempre durante la jornada laboral resumida en esta ópera prima de Kevin Smith[1]
Clerks, al ingente pasado sexual de
su novia Veronica (Marilyn Ghigliotti), y el impresentable pasotismo de su
compañero de batalla Randal, (Jeff Anderson) que lleva el videoclub adosado al
establecimiento regentado por Dante como si sus clientes fuesen un mero estorbo
que hay que barrer para poder seguir con su inacabable discusión diaria sobre
la tienda, los clientes y la vida en general.
Así, Clerks sitúa en su cotidiano epicentro
de baja intensidad la amistad alimentada por la pura convivencia entre ambos
dependientes, con un apático y protagonista Dante como diana de todas las
burlas y lecciones de vida, y un calmadamente anárquico Randal[2]
como lúcido testigo e instigador de las dudas que pueden sacar a Dante de la
rueda en que se ha convertido su abúlica existencia… o al menos entretenerle
hasta que termine la jornada del día. Porque, lejos de toda épica, solemnidad,
o problemática más o menos excepcional, Clerks
se sitúa en esa tibia zona de la vida diaria en la que efectivamente no pasa nada bajo la forma de una jornada
laboral que transcurre mientras se hacen planes. Acorde con lo anterior Smith,
hombre orquesta que se ocupa tanto de la dirección, guión, producción y montaje
del film, arma la amorfa narrativa de su
película, sin una línea argumental digna de tal nombre, en bloques separados
por intertítulos de una sola palabra, en conceptos que se diría pretenden
convertir las secuencias que los siguen en ilustraciones audiovisuales de lo puestos
en blanco sobre fondo negro… y que pronto se revelan un recurso estilístico
totalmente prescindible[3].
Porque si algo
destaca en Clerks, por encima de
todos sus aspectos y sólo por debajo de su inacabable cháchara, es su condición
de estilizado -al menos en su guión- testimonio de la vida diaria[4],
dotado de una unidad narrativa y estilística que hace casi indistinguibles en
su fondo una escena de otra, todas parte de una cotidianeidad tan reconocible
como bien exprimida. Smith no pretende otra cosa que el uso y abuso del día a
día de sus personajes como lugar en el que tiene lugar su film, sin poner nunca
en duda su situación laboral, económica o vital, sino como un escenario
privilegiado desde el que atisbar el tedio cotidiano. Elementos dramáticamente
potentes como podrían haber sido el paso del tiempo que parece no pasar pero no
se detiene, o la bien jugada imposibilidad de Dante de abandonar casi durante
todo el metraje su puesto de trabajo pese a que nada ni nadie lo retiene allí y
que, para más inri y como él no deja de repetir a todo el que quiera
escucharle, es su día libre dotando al film de un fatalismo casero tan cotidiano como logrado[5]
que se confunde con el derrotismo de su protagonista, quedan absorbidos por una
puesta en escena que opta por pasar desapercibida, y se diría que neutra, para
resultar próxima. La asepsia formal de Clerks,
sin subrayados de ningún tipo ni prácticamente banda sonora, se alía con la que
hace referencia a su punto de vista, apolítico
y neutral respecto al algo triste, pese al vitalismo, de lo que ocurre en
pantalla plasmado en un blanco y negro que la aproxima, de manera tan
estereotipada como efectiva, al documental. De este modo, las escasísimas
florituras formales, más allá del mentado y puede que deliberado blanco y
negro, del film de Smith se reducen a
una espídica planificación dentro de un coche, algún subrayado sonoro destinado
a ridiculizar a los clientes del establecimiento y sus manías o a cargar de -en
el fondo inocente- agresividad algún que otro instante, dentro de la calma
chicha por la que navega el pobre diablo de Dante ahogado por las numerosísimas
conversaciones que trufan la película y le dan su verdadera razón de ser,
realzados por una estrategia formal, rayana en lo teatral, que se mantiene en
un segundo plano.
Lo que no
implica que Clerks no resulte sorprendentemente
ágil, divertida o ligera: los enajenados clientes que castigan, pero también
desperezan, la rutina de Dante con ideas tan absurdas como encontrar la docena
de huevos perfecta, amotinar a los
compradores de tabaco para ampliar su mercado de chicles, o usar el retrete de
uso exclusivo para trabajadores del local con la clara intención de
masturbarse, no sólo animan el espectáculo humano que hace de la vida del
dependiente protagonista una más nerviosa pero también más vital, también
animan una película que logra transmitir al mismo tiempo tanto la desidia
cotidiana de un empleado como las momentáneas perlas que hacen la jornada más soportable.
Acorde con lo
anterior, Clerks, como película hablada a niveles verborreicos y sobre
los temas más nimios sin espacio para un retrato físico -o desde un punto de
vista purista cinematográfico- de sus
personajes, juega sus cartas planteando situaciones dialogadas que acumulan
desgracias sobre las quejosas espaldas del pobre Dante a modo de creciente bola
de nieve que nunca llega a estallar. Entre ambos polos, el del absurdo pero
verosímil y el de lo cotidiano pero excepcional, el film de Smith encuentra su
tierra firme en un barato[6]
envoltorio formal tan aplastantemente sencillo que en ocasiones se diría, no
siempre para bien especialmente debido a unos actores que no siempre alcanzan y
a veces parecen recitar el texto, teatro filmado. A la frontalidad de los
encuadres, la distancia de las tomas y su alargada duración que puede alcanzar
la de toda una secuencia se contrapone un inteligente juego con la mansa coreografía compuesta por
la rapidez de los diálogos, un montaje invisible pero lo bastante ágil como
para no demorarse -dentro de lo que cabe- demasiado, y los diferentes planos de
profundidad incluidos en una misma toma, dándole un inesperado dinamismo a una
película que corría el peligro de resultar quizás divertida en una lectura a su
guión pero lamentable, por rematadamente antinatural y forzada cuando se pretendía precisamente lo contrario,
en su plasmación en pantalla.
Afortunadamente,
la habilidad de Smith para plantear situaciones tan increíbles como posibles
arrastra Clerks hacia una visión realista de la vida de su protagonista, pero
también lo suficientemente distanciada como para resultar divertida. El
granuloso blanco y negro, filmada en un agradecido y sucio formato de 16 milímetros, otorga
a Clerks una mentada pátina de cine
documental dinamitada por unos diálogos tan explicativos que el film sólo
parece existir a través de ellos, pero también lo bastante ingeniosos y
desprejuiciados como para validarlo por sí solos. Al humor exultantemente soez
de los diálogos del film de Smith, repleto de malsonantes tacos y una
refrescante explicitud sexual que espesan con fortuna el inofensivo carácter de
Clerks, se le podrán achacar muchas
cosas -entre ellas, que no siempre tiene toda la gracia que el guionista y
realizador cree- pero no el de no estar planteado a modo de camuflaje de una
estructura en la que nada, o casi nada, parece haber sido abandonado al azar.
Del mismo modo que la proximidad (especialmente la generacional y más
concretamente la que hace referencia a la cultura popular) de las situaciones
de base planteadas por el film de Smith hace de este uno creíble y cotidiano,
el director hace con su película lo que sus personajes hacen con los mínimos
elementos propios y ajenos para matar el tiempo: observar y razonar. A la
reflexiones sobre las posibles lecturas políticas de filmes como El retorno del Jedi, o la psicosis
producida por el tener un trabajo inútil, Smith se dedica a crear,
paralelamente a los en el fondo amables chistes sobre felaciones y necrofilia,
una serie de lecciones vitales que rozan ocasionalmente la filosofía barata,
pero otras bosquejan cuestiones mucho más complejas que lo que la sencillez de
su exposición hacían esperar. De este modo Clerks
se aúpa sobre la amistad entre Dante y Randal, opuestos antitéticos en el que
el segundo ejerce de provocador maestro sobre el primero, que permite ser a la
vez ligero y relativamente -porque efectivamente nada especial ocurre entre las
cuatro paredes en las que discurre el film, que nunca rompe su inherente
sensación de cotidianeidad- profundo, capaz de levantar máximas filosóficas sobre
la vida, el amor, la muerte, la fidelidad a uno mismo o el paso del tiempo sin
parecer adoctrinador ni alzar la voz. Vista así, Clerks se erige como una pequeña película consciente de su reducido
tamaño pero dotada de una inesperada y refrescante carga de profundidad que
mantiene sabiamente en un segundo término, un film igualmente consciente de su
relativa condición de película de amigos
que acabó por revelar una capacidad de reconocimiento entre el público a escala
casi generacional para crear escuela… y nuevos mitos sobre viejos moldes.
El mencionado
y amistoso antagonismo entre los caracteres de Dante y Randal, prototipos
cinematográficos y vitales del conformista y el rebelde, trasunto de anarquista
y lúcido Pepito Grillo, dentro del nunca cuestionado microcosmos que representa
la tienda, por el que pasan desde la actual novia del dependiente protagonista
hasta el amor de su vida (Lisa Spoohauer) que por fin se le pone al alcance son
sólo algunos de los arquetipos que denotan el clasicismo, sino cinematográfico
sí dramático, que late bajo la presunta novedad
de Clerks. Los propios e icónicos Jay
(un parlanchín Jason Mewes) y el orondo Bob el Silencioso (el propio Smith,
mudo) ponen la guinda al férreo y pequeño pastel estructural del film
–tremendamente clásico en este
aspecto, en el que no hay personaje que no tenga una función determinada dentro
de Clerks- como consejeros y guías[7]
a un protagonista desnortado que busca sin encontrarlo su lugar en un mundo
que, en una nueva dualidad de la película de Smith, no es ni mucho menos tan
nuevo ni realista como podría
parecer... Y, puede que precisamente por eso, logra fintar su condición
coyuntural o generacional más allá de
lo que en la superficie, personajes, diálogos o geografías, pueda mostrar, dando
a luz estos últimos a nuevos arquetipos.
Dichos
personajes que el tiempo elevó a la categoría de iconos, y la capacidad de
ampliar las posibilidades de la más abúlica existencia personificada en Dante
(y en menor medida, también en Randal) a través de los pequeños detalles que
realzan lo insólito que hace soportable algunas parcelas de lo cotidiano, hizo
de Smith uno de los adalides de la involuntaria glorificación de la Nada diaria[8]
capaz de encontrar lo esencial oculto en lo aparentemente superfluo para una
generación desnortada hasta el nihilismo que ve pasar su vida desde detrás de
un mostrador, única línea de separación entre los locos que ofrecen su dinero a
cambio de comida, cigarrillos o periódicos y los que les devuelven el cambio, haciendo
sus vidas más soportables. Y, precisamente por el tibio equilibrio que componen
entre unos y otros, y que Clerks como
divertida traslación cinematográfica del espíritu grunge sustenta entre charlas y latas de refresco a modo de
costumbrista purgatorio[9]
en el que nada resulta concluyente ni decisivo, no parece precisamente un
trampolín a una vida mejor. Así, y empantanándose en el conformismo cotidiano y
apalancados en el frustrante consuelo del superviviente de ver el vaso medio
lleno, Smith erige, gracias a su sencillez estética y su grosero -y divertido-
sentido del humor recargado de diálogos sobreexplicativos una apología de lo
superfluo como vacuna contra el utilitarismo, tanto laboral como cinematográfico
y ya sea fuera o dentro de su película a base de un ingenio capaz de extraer
matices de lo cotidianamente gris… como ya advierte la persiana de la tienda
atrancada sólo cuestionada por el cartel garabateado por Dante: Les aseguramos que estamos abiertos.
Y
trabajando.
Título: Clerks. Dirección y guión: Kevin Smith. Producción: Scott Mosier y Kevin Smith.
Dirección de fotografía: David
Klein. Montaje: Scott Mosier y Kevin
Smith. Música: Scott Angley. Año: 1994.
Intérpretes: Brian
O’Halloran (Dante Hicks), Jeff Anderson (Randal Graves), Marilyn Ghigliotti
(Veronica Loughran), Jason Mewes (Jay), Kevin Smith (Bob el Silencioso), Lisa
Spoohauer (Caitlin Bree).
[1]Nacido el 2 de agosto de 1970 en Nueva Jersey, Kevin Patrick Smith
fue el tercer hijo del matrimonio formado por el ama de casa Grace y el cartero
Donald. Estudió en una escuela de raigambre católica, hecho que marcaría su
vida personal y que aparecería numerosas veces, la mayoría bajo una óptica
considerablemente crítica con la iglesia como institución, a lo largo de su
carrera cinematográfica. Tras una infancia y juventud entre cómics y una gran
afición por el cine de la mano de su progenitor, se trasladó a Nueva York a
poco de graduarse en el instituto para asistir a la New School for Social
Research, donde pretendía estudiar narrativa. Pero Smith pisó pocas veces el
aula; a cambio, se dedicó a revolotear por el Rockefeller Center, lugar de
rodaje del Saturday night live,
esperando sentado a que algún mandamás televisivo viese en él el genio
silencioso que el programa necesitaba… y que nunca recaló en su presencia. Algo
desencantado, Smith abandonó los estudios y regresó a Nueva Jersey, donde
encontró un trabajo como dependiente en un videoclub -propiedad de un
empresario que también albergaba la tienda de comestibles en la que más tarde
tendría lugar Clerks- en el que pasó
unos años y conoció a un joven empleado de la limpieza que le inoculó la pasión
por el cine y junto al que vio la película que cambió su manera de entender el
cine y hacia donde enfocar su vida. Slacker, de Richard Linklater, aguijoneó el orgullo de
Smith, que albergó esperanzas de que si una película como esa podía hacerse y
tener su público, él podría hacerlo también. A partir de entonces, y a modo de
formación, estudió algunas películas de Hal Hartley, Jim Jarmusch o Spike Lee,
para finalmente enrolarse de nuevo en una universidad canadiense, la Vancouver
Film School, que ofrecía en un curso de ocho meses de duración un método de
enseñanza práctico con escasas lecciones teóricas. Fue allí donde conoció a
Scott Mosier, futuro co-productor de Clerks
y sempiterno colaborador de Smith en el futuro, y a su director de fotografía
David Klein, además de rodar algunos cortos documentales en Súper 8 el más
célebre de los cuales fue precisamente un documental sobre el fracaso de uno
anterior que no llegó a rodarse jamás. En el ecuador de curso, y con la
posibilidad de recuperar la mitad de los nueve mil dólares de inscripción al
desertar en ese instante, Smith plegó velas y volvió a Nueva Jersey con el
objetivo de convertirse en director de guerrilla y autoemplearse, pese a las
oportunidades que ofrecía la bien subvencionada industria audiovisual
canadiense. Tras leer algunos libros alrededor de cómo directores del renombre
de Sam Raimi o Robert Rodríguez habían logrado llevar a cabo sus baratas óperas
primas, Smith se embarcó en el rodaje de Clerks,
tal y como se explica de forma más pormenorizada en una nota al pie que puede
leerse algo más adelante. Poco después de Clerks,
y ya en el año 1995, Smith volvería a la carga con Mallrats, película de culto que ya perfilaba algunos de los
elementos más reconocibles de su cine y exageraba la vertiente cómica presente
en su primera película. Pese a todo, Mallrats
no deja de ser una película a veces divertida, otras pesada, que abandona esa
capacidad de Clerks de plantear temas
de cierto calado desde una perspectiva inocentemente humorística… y que sería
el único sustento de la fallida Mallrats,
pese a todo un título de culto para algunos superior al resto de la filmografía
del director. Algo que, en opinión del que suscribe, llegaría en 1997 con Persiguiendo a Amy, película más madura
que las dos anteriores sin por ello caer casi nunca en una impostada seriedad y
una tendencia a la cursilería muy atenuada que con el tiempo acabaría siendo
una de las constantes más irritantes de su cine. La polémica llegaría un par de
años más tarde con Dogma, película
sorprendentemente criticada por algunos círculos afines al catolicismo más
desnortado que, como sabrá cualquiera que haya visto el film, se negaron a ver
la película de Smith por (pre)juzgarla de blasfema y ofensiva para su fe. Ni
falta hace decir que Dogma está muy
lejos de dichas acusaciones y resulta además una entretenida película que puede
considerarse como una de las más eminentemente visuales de una carrera cinematográfica basada en la incontinencia
verbal. Una vez más fueron necesarios dos años para que el director volviese a
rodar, en esta ocasión con la obvia intención de cerrar un capítulo de su vida
profesional. Jay y Bob el silencioso
contraatacan supone una divertida tontería a mayor gloria de sus personajes
más icónicos, interpretados por Jason Mewes y él mismo, por la que pasan sin
ton ni son casi todos los personajes de películas anteriores del realizador.
Siendo esta película algo más similar a una fiesta de fin de curso en el que
todo el mundo parece estar invitado y llevando al límite la tendencia del
realizador de entremezclar personajes de diferentes películas como parte de un
mundo de ficción habitado por todos ellos, lo cierto es que para cualquiera que
no sea un seguidor de la obra de Smith muy probablemente le parecerá una tomadura
de pelo, tal es su condición de complemento de películas pretéritas y su
sentido del humor tan gamberro como a la postre inofensivo. Pero el cambio
llegó, y a decir de los que la vieron, no precisamente para bien: Jersey girl, comedia romanticota al
parecer de lo más convencional, fue su siguiente película en el año 2004.
Quizás alertado por la mala acogida generalizada de la película, Smith se
replegó a territorios conocidos con la secuela del film que nos ocupa, Clerks 2, que resultaba divertida y hasta
cierto punto entrañable en su recuperación de los protagonistas de la original
diez años más tarde… pero que también hacía gala de una trama sentimental
azucaradísima y cierta sensación de que lo que antes resultaba fresco ahora se
intuía algo formulario. En el año 2008 Smith dirigiría la entretenida ¿Hacemos una porno? que como las
anteriores era una de cal y una de arena, entremezclando cierto atrevimiento en
los diálogos y algunas situaciones con un fondo tan convencional como el de
cualquier comedia al uso. En paralelo con su carrera de realizador y guionista,
Smith hizo sus pinitos como actor, aprovechando su relativa celebridad como
personaje más o menos público para una parte de la audiencia, siendo la
película de mayor envergadura en la que participó la cuarta entrega de Jungla de Cristal (comentada en este
blog hace un par de semanas), La jungla
4.0 con Bruce Willis como consuelo e inevitable protagonista. Precisamente
fue Willis quien propuso a Smith el que sería su próximo proyecto: Vaya par de polis, del año 2010, el
primero dirigido por el director de Clerks
que no partiría de un guión propio ni contaría con su participación en el
libreto. El resultado, pese a no haberla podido ver, pasó sin pena ni gloria
tanto para los fans de Smith como para los de un Willis que quedó tan
disgustado con el saldo final como el realizador. Tras un rifi rafe mediático
en el que Smith acusaba a Willis de no querer sentarse a hablar de su personaje
y Willis acusaba a Smith de pasarse el rodaje fumando marihuana (a lo que el
director respondió que esa era su manera de dejar volar su creatividad), la
película parece haber pasado al olvido. Un año más tarde llegaría su por ahora
última película, e indudablemente una de las mejores de su carrera: Red State, comentada en este blog el mes
de noviembre del año 2012. Además de la dirección y escritura de sus películas,
Smith ha trabajado durante todos estos años en labores de producción de filmes
propios y algunos ajenos como El
indomable Will Hunting, en la que participaba como actor y guionista uno de
sus grandes amigos y colaboradores, Ben Affleck. También ha escrito numerosos
comics, libros autobiográficos y dado conferencias en universidades
norteamericanas en las que básicamente se dedica a destripar sus acercamientos
a la industria del cine. Y que no tienen desperdicio.
[2]Los nombres de ambos personajes tienen un revelador origen
literario. Mientras el de Dante es una referencia directa a su tocayo creador
de La divina comedia, que hace buena la traslación del infierno narrada
en el libro a la existencia del dependiente de la tienda de alimentación, el
nombre de Randal tiene un origen menos reputado. El suyo responde al mismo que
el de Randall (este con elle) Flagg, Demonio que asola a una humanidad al borde
de la extinción nuclear en la larga novela de Stephen King Apocalipsis, y que iría apareciendo como personificación del Mal en
otros libros del reivindicable escritor de Maine como en su interminable saga
de La torre oscura.
[3]Pese a la influencia que puedan provocar estos intertítulos en la
audiencia de la película, el propio Smith ha declarado en más de una ocasión
que su intención inicial era la de plantear cada secuencia como un remake cinematográfico y actualizado de
los círculos del infierno por los que
pasa el personaje de La divina comedia,
pero que al verlo demasiado pedante y restrictivo, los cambió por una serie de
palabras que, sencillamente, le hacían gracia y le daban un aire culto a su película. Fueron palabras que
Smith denomina de cincuenta centavos,
que podían gustar a un “público universitario” con ganas de buscarle tres pies
al gato y que funcionan como oposición a palabras más vulgares o (de nuevo,
según Smith) de cinco centavos, como joder o culo. Y, además de todo lo dicho, las palabras que van apareciendo
una y otra vez durante la película compartimentándola son absolutamente
inútiles (y difícilmente rescatables desde una innecesaria óptica más o menos culterana) dentro de su desarrollo.
[4]No por casualidad, el propio Smith trabajó en una tienda de
alimentación mientras alternaba jornadas en un videoclub, en el que conoció a
un chico que limpiaba el local por las noches que le inoculó las ganas de
trabajar en el cine, propiedad del mismo dueño que el negocio anterior. El
director y guionista de Clerks
asegura que él mismo fue la inspiración para el personaje de Dante, y que
Randal era quien le habría gustado ser en algunas situaciones. La novia de
Dante Veronica y su amor platónico Caitlin estaban inspiradas en la que era su
novia de entonces, la hermana de Scott Mosier… además de la abulia vital que
parece empantanar a todos los personajes del film. Más aún, la tienda en la que
tiene lugar Clerks es la misma en la
que el director trabajaba cuando el rodaje del día concluía para reanudarlo una
vez la persiana se había bajado para los clientes. A decir de Smith, trabajaba
en el establecimiento de seis a once de la mañana para echarse a dormir desde
el fin de su jornada hasta que el rodaje diese comienzo o preparar lo que fuese
necesario para aquella noche. Todo lo utilizado, ya sea dentro de la película o
como picoteo, era parte de la tienda, así que fue pagado por el equipo como
gastos de material y casi siempre evitando la presencia del propietario del
lugar. La tienda también sirvió como cuartel general durante los ensayos con el
reparto y lugar de montaje por parte de Scott Mosier durante la jornada diurna
de Smith, función en la que se iban turnando cada equis tiempo durante el
rodaje del film.
[5]Muy lejos de la claustrofobia que habría dotado a una situación como
ésta un realizador como Roman Polanski, o del surrealismo del Buñuel de El ángel exterminador, la película de
Smith parece más emparentada con la obra de Samuel Beckett Esperando a Godot, pero con una base realista tan reconocible que
hace de la situación de Dante, y la de tantos alienados como él, más absurda
todavía. En el catálogo de influencias de Clerks
podrían encontrarse además films clásicos del cine independiente americano como
Nola Darling, de Spike Lee (con
escenas muy similares tanto en su forma como en sus intenciones) o las primeras
películas de Jim Jarmsuch como Extraños
en el paraíso, Bajo el peso de la ley o Permanent
vacation. Aunque la influencia declarada más importante, además de suponer
el impulso que llevó a Smith a llevar a cabo Clerks, es el film de Richard Linklater Slacker, que el realizador del film que nos ocupa pudo ver en una
escapada que hizo a Nueva York el día de su vigésimo primer cumpleaños.
[6]Partiendo de un presupuesto de 25 mil dólares de base, conseguido
mediante tarjetas de crédito (o lo que es lo mismo, endeudándose hasta las
cejas), Smith vendió su colección de cómics y logró algunos fondos más gracias
al seguro de sus dos coches Volkswagen (ambos hechos un cristo, uno propiedad a
medias con Jason Mewes y el otro con el motor aún por reparar), siniestrados
durante una fuerte tormenta que cayó sobre Nueva Jersey, riada incluida, que
arrasó con todo… y que para los responsables económicos del film, fue como agua
de mayo. Los padres de Smith, él cobrando una pensión por invalidez y ella ama
de casa sin remunerar, aportaron igualmente una pequeña cantidad para que la
película de su retoño se hiciese realidad.
[7]Además de protagonizar la escena visualmente más potente de la
película, pese a su aplastante sencillez. Aquella en la que ambos, tenuemente
iluminados por la lámpara que alumbra la entrada del establecimiento ante el
que se pasan el día apostados, se desgañitan bailando sin decir palabra. En una
película tan animada en lo verbal y tan calmada en lo físico, esta secuencia
supone un liberador mazazo de vitalidad tan gratuito y lúdico como maravilloso.
[8]Fruto de todo lo anterior y otros elementos ajenos al film y su
producción, como fue el encuentro de Smith y Mosier con los gurús del más
visible cine independiente -signifique lo que signifique eso- americano de
principios de los noventa. Fue gracias a Bob Hawk, nombre de influencia dentro
de algunos festivales de cine al que Smith llegó tras algunos agradables
contactos con la prensa local, como Clerks
acabó en el Festival de Sundance, pero fue por el empeño del representante
de productores John Pierson que la película de Smith acabó en los despachos de
Miramax… para ser ignorada por completo por uno de sus mandamases, Harvey
Weinstein. De nuevo en Sundance, y bajo el consejo de Pierson de cambiar el
final original de la película que terminaba con Dante muerto durante un atraco
a la tienda de alimentación, un trabajador de Miramax convenció a Weinstein
para que le diese una segunda oportunidad. Y esta vez funcionó, Miramax acabó
por ser la única distribuidora que pujaba por Clerks en el mercado cinematográfico tras su paso por cuatro
sesiones en Sundance, aportando 227 mil dólares por los derechos de
explotación. Veintisiete de los cuales servirían para cubrir los gastos
definitivos del film sin contar las tarjetas de crédito, cien mil más para
inflar el film de 16mm. a 35mm. y así poder ser proyectado en cines… y de
propina cien mil más para repartir entre todo el equipo de la película. Pese a
proyectarse en pocos cines recaudó unos tres millones de dólares en suelo
norteamericano, más alrededor de cinco más en el resto del mundo… por no hablar
de un considerable éxito en el mercado doméstico VHS que hizo de Clerks una película de culto. Además, y
acrecentando un prestigio que probablemente la hizo merecedora de estreno en
Europa, ganó el Premio del Jurado del Festival de Cannes de 1994 y el Premio al
Mejor Director en el de Sundance.
[9]En ese sentido, y pese a la escuela creada por Smith con una breve
y muy olvidable prole cinematográfica en la que se confundió demasiadas veces
el describir el tedio interminablemente dialogado con hacer una película
hablada y tediosa, los proyectos más similares a los del film de Smith hay que
encontrarlos en la literatura, con el autor Douglas Coupland a la cabeza. El
escritor de la novela Generación X
-clasificación generacional en la que tanto Dante, Randal o Kevin Smith se
integrarían sin demasiados problemas- mucho menos cáustico que el realizador de
Clerks se sostiene como uno de los
pocos iguales a Smith como retratistas de una generación que se debate entre la
angustia de la falta de perspectivas vitales y la cómoda pereza de no tener que
decidir nada inmediatamente.
Hey Edu!
ResponderEliminarHeus aquí una petició a nivell personal: Chasing Amy.
Per molt que consideri Clerks un clàssic, Chasing Amy se surt – literalment.
Suposo que la grandesa del cinema es tradueix en aquells films que consegueixen trastocar-te l'ànima – i Chasing Amy ho fa d'una manera brutal. Quina gran pel·licula…
Forta abraçada i a continuar amb la bona feina!
Edu