La primera vez que el realizador
de Chronicle, Josh Trank[1],
chapotea en las procelosas aguas morales que acabarán por ser la tónica habitual
de casi todo el metraje de esta su primera película, tiene lugar durante una
calmada charla entre Andrew Detmer (Dane Deehan) y su primo Matt (Alex Russell)
al volante del coche que los conduce al instituto en el que ambos pasan, bajo suertes
muy diferentes, su edad del pavo. Con la vista puesta en la carretera, el algo
resabiado y vitalista Matt saca a colación una máxima del filósofo Arthur
Schopenhauer[2] que
asegura que un hombre es un ser con profundos deseos, cuyo cumplimiento sólo puede
traer desgracias. A esta rotunda y amarga afirmación, Andrew responde no saber
quién o qué es Schopenhauer, pero que en su opinión esa máxima equivale a negar la vida y todo lo bueno que
ésta pueda ofrecer. Una placidez existencial que precisamente a él se le niega
una y otra vez durante todo el metraje de Chronicle,
dando amargos tumbos entre su condición de paria de instituto[3],
víctima de todas las bromas pesadas y agresiones de los matones de la clase y su
violento padre (Michael Kelly). Un hombre alcohólico que a duras penas presta
algo de ayuda y cuidados a su esposa y madre de Andrew (Bo Petersen), enferma hasta
lo terminal a la que a duras penas se le puede suministrar los cuidados
paliativos necesarios por ser demasiado caros para el poco holgado bolsillo de
los Detmer, sólo sostenido gracias a la pensión por invalidez que cobra el
brutal cabeza de familia. Pero la lamentable existencia de Andrew da un vuelco
de ciento ochenta grados cuando descubre, junto con Matt y el estudiante
estrella del instituto Steve Montgomery (Michael B. Jordan), una extraña
estructura de textura cristalina y bordes puntiagudos semienterrada en el claro
de un bosque, que emite una serie de ululantes sonidos y una palpitante luz
azulada que se torna rojiza ante la proximidad de los tres adolescentes. Un
bizarro descubrimiento que rompe la realista armonía del relato de Chronicle para llevarlo a un inesperado
y muy interesante terreno en el que los tres jóvenes cobran una fuerza y
resistencia sobrehumanas, devienen capaces de mover objetos sin tocarlos haciéndolos
flotar de forma algo errática, y sangrando copiosamente por la nariz al
sobrepasar unos cada vez más laxos límites de esfuerzo que mediante un
progresivo control sobre sus cada vez más desarrolladas habilidades, los hará
acreedores de un poder sin parangón que acuerdan mantener en secreto.
Porque Chronicle es, o podría ser visto hasta ese preciso momento, un film
costumbrista que contiene en su seno un drama familiar y estudiantil tan triste
como austero, pero a partir de entonces se convierte con todas las de la ley en
una película de superhéroes capaz de
darle la vuelta a algunas de las convenciones del género gracias a su más
llamativa cualidad formal: que todo el film está compuesto por imágenes
extraídas de grabaciones hechas mediante videocámaras mayoritariamente caseras
que el público percibe como tales. Vista así, Chronicle se plantea, ya desde su inicio, como una especie de selfie en movimiento, como el diario
personal y audiovisual del maltratado Andrew, protagonista de un film que llega
al espectador a través de las imágenes filtradas, por grabadas, desde la
inseparable cámara digital del acomplejado adolescente pese a los oxigenantes
(y algo tramposos) añadidos que otorgan las grabaciones hechas por cámaras de
seguridad, policiales o privadas, propiedad de los habitantes del Seattle en el
que tiene lugar la película dirigida por Trank. Esta estrategia formal, que ningunea
por un lado la presencia de Matt y Steve en una trama plagada de soliloquios de
Andrew frente a su cámara y por ende también frente al espectador, humaniza
considerablemente unas situaciones y personajes que bajo otra opción estética
habrían caído fácilmente en el estereotipo, además de realzar unos efectos
especiales no del todo conseguidos pero que la cotidianeidad del punto de vista
desde el que se narra el film hace harto convincente. Porque, si bien algo más
arriba se comenta que las nuevas capacidades de los tres jóvenes los asemejan a
los de un trío de superhombres, sus objetivos distan considerablemente de los
ideales justicieros que podrían presuponerse a una película que argumentalmente
podría asimilarse sin problemas dentro del género superheroico, pero que opta
por una visión mucho más cercana y lúcida de lo que narra. Ni Matt, ni Steve,
ni tampoco Andrew están por la labor de salvar el mundo sino de pasárselo bien
grabándose haciendo flotar pelotas de béisbol, jugando a fútbol americano entre
las nubes una vez sus poderes se han fortalecido lo suficiente como para poder volar,
gastándoles divertidas bromas pesadas a sus conciudadanos… o en el caso de Steve,
facilitarle el buen hacer de un cunnilingus a su novia. La sobriedad de la
película, desprovista prácticamente sin excepción de banda sonora y sin
incurrir en subrayados en una actitud admirable dado el carácter casi confesional
por naturaleza de Chronicle, no sólo hace de su propuesta una muy tangible y hasta posible, capaz de hacer convincente una
historia con incontables agujeros argumentales que jamás se esfuerza en
explicar, sino que también logra que los poderes de los tres jóvenes, mostrados
inicialmente mediante inocentes juegos y
habilidades, resulten muy seductores para el público, por próximos en lo
cotidiano de su uso. Aunque esa
subjetividad formal, de la que en parte se desprende la proximidad recién
mencionada, pronto se tiñe de un triste fatalismo por pertenecer a la visión
del mundo del más castigado de los tres jóvenes protagonistas. A la fortaleza de principios y buen
ánimo del equilibrado Matt y un Steve algo canalla pero de buenos sentimientos,
la triste figura de Andrew, víctima de todas las burlas obviamente vistas sin
un ápice de sentido del humor por ser
suyo el punto de vista bajo el que se muestra todo lo que ocurre en la Chronicle, no sólo resulta trágica sino
también profundamente sesgada y hasta expresionista en su subjetividad, a un
paso del estilizado autorretrato.
Porque, debido a su condición de
diario filmado, combinado con la muy hábil puesta en escena de Trank capaz de
hacer convivir lo cotidiano y lo espectacular con una envidiable fluidez y una
planificación que logra hacer que lo cotidiano de la grabación no caiga en la
confusión formal, el realizador de Chronicle
sitúa al mismo nivel la visión que Andrew tiene de sí mismo y los demás con la ágil
narración de una historia que se sitúa a ras de suelo para explicar lo que no
deja de ser un cuento moral muy bien ejecutado sobre el Poder y su uso. Gracias
a este punto de vista temático, en parte mérito del excelente guión escrito por
Max Landis, Chronicle solventa hasta
cierto punto la nada fácil cuestión que late bajo las películas de mayor o
menor presupuesto hechas a modo de grabación casera: el grado de verosimilitud
que se alcanza o se pierde cuando en momentos de gran tensión parece haber más
preocupación por la claridad del encuadre que por la seguridad personal del que
filma[4].
Lo que en Chronicle se resuelve
gracias a la condición de paria de Andrew, adolescente marginado y repudiado
por todos que encuentra su único consuelo en el solitario narcisismo que ofrece
la impersonal y desprejuiciada imagen de sí mismo, grabada desde una cámara
doméstica. Yendo un poco más allá, en uno de los instantes de la película Trank
muestra a un incómodo Matt al que disgusta considerablemente que lo filmen o lo
graben, preguntándole a Andrew por qué necesita grabar todo lo que le rodea, éste
replica que ver el mundo a través de una cámara le otorga una segura “distancia” de la triste realidad que lo
rodea, y que pronto se ampliará hasta un peligroso abismo entre la torturada
sensibilidad de un joven dotado de un poder que a duras penas quiere controlar y el resto de una humanidad que a grandes
rasgos sólo sabe tratarlo a patadas. Además, y de forma muy hábil, esta
subjetividad para con lo que se narra provoca un proceso de identificación, de
empatía del espectador hacia Andrew, que se prolonga durante prácticamente una
hora de la película para retomarse y atarse en sus últimos minutos, y supone lo más perturbador y conseguido de la
película.
Así, Chronicle da comienzo con el plano de una cámara filmándose a sí
misma ante un espejo, mostrando a su propietario Andrew comentando su decisión
de filmar todo lo que le ocurra a partir de ese momento como testimonio grabado
de una vida, la suya, que ya se adivina problemática
gracias al alcoholizado griterio del padre del adolescente exigiendo que le
deje entrar en su cuarto sabiamente cerrado con pestillo. De este modo, y en una estrategia formal que
igualmente sirve para describir el entorno familiar y luego estudiantil en el
que malvive Andrew y su prácticamente única relación de estima con Matt, el
realizador de Chronicle solapa la
visión del joven con la del público de la película en una decisión que muy
esporádicamente se ampliará con la presencia de otras cámaras, como la WebCam
del ordenador del adolescente o la de Casey (Ashley Hinshaw), una joven que se
dedica a grabar todos los actos del instituto para su blog informativo que
acabará siendo la amante de Matt, pero que significativamente pasarán a un
segundo término cuando los tres chicos adquieran sus superpoderes. Inmediatamente
después de la secuencia en la que el trío de adolescentes descubren la
cristalina estructura enterrada en el bosque, aún filmada mediante una estricta
cámara subjetiva por parte de Andrew, la presencia física del chaval en plano
resulta mucho más frecuente que durante el metraje precedente.
Así, la subjetividad a ultranza
que la película había conseguido mantener hasta el momento se resquebraja, pese
a que la descripción del joven que a medida que incrementa sus poderes va
aprendiendo a hacer orbitar en el sentido literal del término la cámara a su
alrededor, prosigue hasta ser la de un narcisista con la dignidad y el orgullo
fatal y peligrosamente heridos. Si durante el primerísimo tramo del film Andrew
hacia las veces de narrador desde una toma subjetiva, al adquirir sus
sobrehumanos poderes se muestra ante la cámara, exhibiendo sus capacidades.
Pero hay más, las peroratas de Andrew hacia la cámara, que no sólo describen
una vida considerablemente miserable que por fin parece que empieza a mejorar
gracias a la compañía de Steve y Matt sino que también adquieren el sentido
narrativo de argumentar lo que aún
está por venir en la película, crean un largo tramo de Chronicle en el que acción y descripción van prácticamente de la
mano. Vista a través de Andrew y su temerosa desconfianza hacia la nueva vida
que poco a poco parece ir tomando forma ante él, Chronicle se va construyendo ante los ojos del público como el
diario de un desgraciado que tras un emotivo conato de esperanza, adquiere
repentinamente un cariz muy siniestro por mediáticamente familiar. Después de un
incidente en el que un cada vez más poderoso Andrew provoca un accidente de
coche que por fortuna acaba en un susto que proyecta una premonitoria sombra
sobre la bondad del joven, y tras lograr el anhelado aplauso de sus compañeros
de instituto mediante una serie de imposibles números de magia que en realidad
son fruto de sus poderes, Andrew vuelve a caer en desgracia cuando a punto de
perder la virginidad envalentonado por su estrenada popularidad y el alcohol,
se vomita encima espantando a la chica en el momento más álgido. Y a partir de
ahí, y de forma algo precipitada dentro del reducido metraje de Chronicle, la renovada fe de Andrew en
su hasta entonces precario futuro se hunde en una caída libre y sin red. Cada
vez más fuera de sí, y tras la trágica muerte de Steve en medio de una tormenta
mientras intenta consolar a un Andrew desolado y rencoroso[5],
el joven se encara a uno de los matones de su instituto (Rudi Malcolm) y le arranca
tres dientes sin ponerle un dedo encima. Justo después de esta impactante
escena, que combina una gélida catarsis con una muy desagradable ponzoña
gracias a la fría distancia con la que Trank la recoge en sus desapasionadas
imágenes, el realizador de Chronicle
ofrece un escalofriante plano en el que Andrew muestra los molares del matón
con una frialdad que los asemeja a trofeos de caza, comentando
despreocupadamente los pensamientos que combinados con sus poderes han logrado
extraer uno de los dientes limpiamente, mientras que los otros dos han quedado
reducidos a fragmentos al partirse durante el proceso. Poco después, y dentro
de un encuadre premeditadamente amplio que muestra un coche abandonado situado
detrás de un Andrew que mira fijamente a cámara, el ojeroso adolescente
reflexiona sobre los, en su opinión, posibles vínculos que unen evolucionismo y
falta de sentido de culpabilidad humana cuando se trata de dar muerte a seres
considerados inferiores tales las arañas o los insectos, que han sido vencidos
por una raza animal superior. Tras esta reflexión, que deja en el aire la
inquietante cuestión de su supuesta superioridad como ventana desde la que
contemplar y provocar el dolor ajeno sin culpa, Andrew cierra la mano en un
puño mientras el automóvil tras él se contrae sobre sí mismo hasta quedar
destrozado. Este instante, que muestra conscientemente
por parte de Andrew un grado de poder de forma amenazadoramente exhibicionista,
combinado con la salvaje extracción dental recién mencionada, aproximan Chronicle a un referente audiovisual no
por pernicioso menos desgraciadamente reconocible como muy similar al de las
filmaciones llevadas a cabo por los jóvenes asesinos que, cada cierto tiempo y
bajo nombres siempre distintos, irrumpen en sus institutos o lugares públicos
armados hasta los dientes, provocando una matanza que ocupa rápidamente los
telediarios antes de regresar al olvido mediático[6].
Y es en este momento cuando la
estrategia de Trank se hace cristalina: si bien el argumento y posterior
desarrollo de Chronicle mezcla
talentosamente motivos recurrentes de lo superheroico y la comedia estudiantil
por y para adolescentes con un algo más dramático retrato sobre la amistad, la marginalidad social
en una época de la vida (y una determinada sociedad y cultura como es la
norteamericana) en la que la aceptación por parte de los demás es, cuanto
menos, importante, el formato visual de la película de Trank los aglutina en
una sola estética equiparable, en tono y textura al usado por muchos jóvenes asesinos
en sus amenazas grabadas poco antes de cumplirlas. Aunque, y pese a que el
perfil psicológico y el soberbio tono de Andrew en estas escenas resulte muy
similar al de las perniciosas figuras recién mencionadas, Chronicle
humaniza la historia que late bajo sus imágenes hasta el punto de perturbar los
modelos de los que el film de Trank parece beber. De este modo, y sin ningunear
la locura homicida que poco a poco va filtrándose en el retrato que Chronicle hace de Andrew a través de sus
propias grabaciones, la violentísima actitud del adolescente deviene
entendible, que no justificable, y no tanto una incomprensible explosión de
psicopatía como el violento aterrizaje de una caída que lleva un largo tiempo
teniendo lugar. Así, y desde un punto de vista narrativo, lo perturbador de Chronicle no reside tanto en su
violencia, sino en la asunción de la visión del furioso Andrew como punto de
vista desde el que se contempla toda la película hasta despertar una incómoda y
pegajosa compasión hacia un personaje tristemente temible.
De este modo y de forma harto
coherente, del estricto subjetivismo inicial en el que la toma de cámara
pertenecía al punto de vista del castigado adolescente, se pasa a uno más
distante, frío, y sobretodo descaradamente narcisista, que justifica tanto la
superioridad auto imbuida por el poderosísimo joven gracias a una serie de
habilidades que no deja de exhibir ante el público, como su condición de
protagonista absoluto de Chronicle y
humaniza a un personaje con el que empatizar resulta tan incómodo como
necesario para que Trank pueda completar su propuesta moral. Una subjetividad
que se diluye rápidamente en el último tramo del film, indudablemente el más
espectacular de Chronicle pero
también el más descolgado, que se beneficia de un ritmo trepidante sembrado de
imágenes tan potentes como la de un Andrew flotando entre los rascacielos de Seattle
como un muñeco roto, completamente ido tras haber intentado asesinar a su
padre, o la que muestra al mismo joven lanzando un autobús contra un Matthew
incapaz de convencer a su amigo para que recupere la cordura, que logran hacer
pasar por alto la traición que supone respecto al género digamos testimonial al que pertenece el más largo
e interesante tramo de la película. Aprovechando la brecha abierta por los
pocos momentos de Chronicle que hasta
entonces habían roto el punto de vista de Andrew o su cámara mostrando un
segundo punto de vista alternativo al del protagonista, el film de Trank coge
impulso y hace estallar la impresión de
relato subjetivo que se había labrado hasta ese instante. Las incontables imágenes
de cámaras de seguridad, policiales, domésticas, o de teléfonos móviles rompen
la unidad de la película no sólo por la repentina aparición de numerosos puntos
de vista ajenos a un Andrew que sin embargo los hace orbitar a su alrededor,
sino que además implica la existencia de un montador, o un organizador de una
serie de imágenes con los más variopintos orígenes. La impresión de estar ante
un documento personal bajo la forma de una serie de confesiones sin adulterar
desaparece, y en su lugar Chronicle
plantea un estilizado collage formal que no molesta por su
vigorizante sentido del espectáculo, pero que a un nivel dramático, sale comparativamente
perdiendo.
En estos últimos minutos, en los
que la violencia se desata y las fuerzas de Matt y Andrew se enconan en un
conflicto definitivo que pone en jaque a toda la ciudad, la ampliación de
puntos de vista que conforman el cuerpo del film de Trank se extiende a todo
dispositivo móvil o cámara desde la que pueda recogerse la brillante orgía de
destrucción puesta en imágenes por el realizador. Y probablemente por ello, y
una vez la mirada de Andrew ha perdido su centralidad en la película ante el
surgimiento de incontables y nuevos puntos de vista, Chronicle se asemeja a una (estupenda) película de acción que logra
encajar cada plano más o menos necesario para el buen entendimiento de la
batalla campal entre los dos adolescentes gracias a la omnipresente
disponibilidad de una serie de dispositivos de grabación cuya agradecida
presencia y encuadre resultan, cuanto menos, increíbles en su precisión y grado
de cobertura. En estos instantes, parecería que Trank fuerza la apuesta y se ve
obligado a plantear el espectáculo que hasta ese momento latía sepultado bajo
una pátina de cotidianeidad como un peaje inevitable, pero pese a resultar tan
catártico y trepidante que compensa una serie de escenas que rompen con la
austeridad formal que hace de Chronicle
la particular película que es, no es hasta alcanzar el calmado epílogo de la
película en el que las turbulentas aguas del film vuelven a su cauce. Es entonces,
en una corta escena que tiene lugar en el Tíbet, cuando Chronicle adquiere una estructura prácticamente circular, no tanto
para sus personajes como para el público del film, que asiste al cierre de una
tesis y una forma fílmica de plasmarla que recupera algunos de los elementos
formales y tonales que parecían perdidos en un mar de explosiones e imposibles
peleas. Mediante un Matt hablándole a un Andrew ausente, suplantado por su
inseparable grabadora, Trank sitúa de nuevo al espectador en el lugar de la
toma del plano culminando así una triste visión del mundo en la que se
cuestiona la necesidad de ser salvado... sino es de aquellos que pretendan
salvarlo. Dándole así la última vuelta de tuerca a la lúcida inversión moral
que Chronicle supone para un género
tan proclive al mesianismo como es el superheroico. El mismo que desde el otro
lado del espectro, reza aquello de que a grandes poderes, grandes
responsabilidades.
Título: Chronicle. Dirección:
Josh Trank. Guión: Max Landis. Producción: John Davis y Adam
Schroeder. Dirección de fotografía:
Matthew Jensen. Montaje: Elliot
Greenberg. Año: 2012.
Intérpretes: Dane DeHaann (Andrew Detmer), Axel
Russell (Matt), Michael B. Jordan (Steve Montgomery), Ashley Hinshaw (Casey
Letter), Michael Kelly (Richard Detmer), Bo Petersen (Karen Detmer).
[1]A
partir de la escasa información disponible alrededor de Joshua Benjamin Trank,
se sabe que el realizador de Chronicle nació
el 19 de febrero de 1984 en la norteamericana Los Angeles, como hijo del
oscarizado documentalista Richard Trank y abandonó sus estudios en la Escuela
de Fotografía para dedicarse por entero a labores de edición y montaje. Durante
esos años, Trank trabajó en proyectos como I
Haven’t forgotten you: The Life & Legacy of Simon Wiesenthal, documental
dirigido por su padre en el año 2007, así como su fuente de ingresos y
aprendizaje más estable con la serie The
Kill Point, en ese mismo año. Gracias a su buena labor como montador en la
mentada teleserie, Trank escaló hasta la posición de director y guionista de
algunos de los capítulos de esta The Kill
Point, que no alcanzó una segunda temporada en pantalla. Fue entonces, tras
la cancelación de la serie, cuando Trank empezó a escribir un guión alrededor
de un grupo de jóvenes cuyas vidas daban un vuelco debido a un acontecimiento
inesperado y sorprendente. Sin mucho más en mente, la idea terminó de
cristalizar cuando se reencontró con Max Landis, antiguo compañero de
instituto, a través de las redes sociales, al que le expuso la idea obteniendo
como respuesta que en un par de semanas el propio Landis tendría un guión listo
para ser filmado. Y dicho y hecho, poco después de llevar a cabo el montaje de
la película del año 2009 Big Fan en
la que según parece también trabajó como director de segunda unidad, Trank se
puso manos a la obra con la producción y posterior rodaje de Chronicle. Gracias a esta película, y
más allá del análisis hecho en esta entrada, la película fue un inesperado
éxito de taquilla en parte gestado gracias a una inteligente campaña
publicitaria a través de Internet y las redes sociales que la convirtieron en
un espurio (como todos) hype que poco
o nada tiene que ver con sus numerosos valores cinematográficos. Las ingentes
cantidades de dinero recaudadas por Chronicle
convirtieron al aún primerizo Trank en un valor en alza pese a sus veintiséis
años de edad y a contar en su haber con tan solo una película dirigida que le
ha abierto las puertas a proyectos como el reboot
(o remake, o reimaginación,
o como demonios quieran llamarlo) de Los
4 fantásticos, y la mucho más golosa perspectiva de dirigir el que será
para entonces octavo film de la saga de La
guerra de las galaxias, previsto para el año 2018.
[2]Filósofo
alemán del siglo XVIII y XIX, de grandísima influencia en numerosos filósofos
europeos posteriores y uno de los mayores representantes del llamado pesimismo profundo, que sostenía que
mediante una elaborada introspección era posible acceder a la verdad del Yo,
identificado como Voluntad de Vivir. Algo que se manifiesta, a decir del
filósofo, en todos los objetos del mundo y muy en especial en los seres humanos por ser
acreedores de deseo consciente del
que deriva la más habitual acepción del término voluntad. Pese a todo, Schopenhauer aseguraba que toda vida implica
sufrimiento, un dolor que puede mitigarse mediante el ascetismo como forma de
negación del Yo, fuente de todo Mal. Los puentes tendidos por su filosofía con
algunas culturas orientales como puedan ser la budista o la taoísta fueron
cruciales para alcanzar esta última máxima, que obtienen curiosas y coherentes
resonancias en esta Chronicle en la
que el personaje de Andrew sueña con huir al Tíbet como bálsamo para su ánimo
completándose por diferentes motivos como el personaje más próximo a la visión
del mundo del filósofo.
[3]Resulta
bastante curioso establecer comparaciones entre la visión del instituto que se
propina en Chronicle de la mano del
guionista Max Landis, y la que se desprendía de algunas de las más célebres
películas de su progenitor, el director John Landis, cuya festiva Desmadre a la americana (comentada en
este blog en el mes de marzo del año 2013) da una visión de la vida estudiantil
en las antípodas de la mostrada en el film que nos ocupa, tanto por su tono
como por las situaciones que plantea. La idea del guión, que como se explica en
una nota al pie algo más arriba llegó a las manos de Landis a través de su
renovado contacto con el realizador de Chronicle
gracias a las redes sociales, era inicialmente la de una serie de secuencias
que, a modo de pequeños videos caseros como los que pueden verse en Internet,
seguían las andanzas de un grupo de jóvenes dotados de telequinesia, algo que
Landis, tras largas charlas con Trank, utilizó como inspiración para una
historia dotada de introducción, nudo y desenlace.
[4]Un
género, el conocido como found-footage
(literalmente metraje encontrado), en
el que Chronicle podría integrarse
sin demasiados problemas al menos durante gran parte de su metraje, y que dio
sus primeros y más populares pasos con la ya mítica, polémica, y tremendamente
irregular El proyecto de la bruja de
Blair, dirigida por Eduardo Sánchez y Daniel Myrick en 1999, para
prolongarse en una serie de películas, mayoritariamente de terror y fantástico
en ocasiones muy superiores a ésta. A pesar de todo, El proyecto de la bruja de Blair supuso, más allá de la
popularización del falso documental como redescubierta forma fílmica para parte
del público, una de las primeras muestras de una espectacular y por entonces
novedosa campaña de marketing por su uso de las redes sociales e Internet para
en el fondo motivar una promoción de base tan vieja como el cine: hacer correr
el morboso bulo de que todo lo visto en la película era real y había sido encontrado en los bosques de la localidad de
Blair poco después de la desaparición de los tres estudiantes que la
protagonizan. Aún y así, y tras El
proyecto de la bruja de Blair, comenzó el goteo de películas cuyas estrategia formales y
promocionales bebían claramente de la de Sánchez y Myrick: desde la justamente
célebre [Rec] dirigida por Jaume
Balagueró y Paco Plaza, su bastante inferior secuela dirigida en solitario por
el primero, y los veinte minutos iniciales de la tercera entrega de una saga
que pronto contará con cuatro películas en su haber dirigida exclusivamente por
Plaza, contaban con el manido uso de la grabación
casera (y por supuesto falsa), y algunos peregrinos apuntes alrededor de la
nueva cultura de la imagen resumida en la contundente máxima del primer film,
que rezaba “Grábalo todo. Por tu puta
madre”. Nuevas disgresiones al respecto llegaron con la excelente y
carísima Monstruoso, una maravillosa
muestra de cine-espectáculo que se las apañaba sorprendentemente para
actualizar el género de monstruos gigantes (o kaiju-eiga, con los japoneses Godzilla
y compañía a la cabeza) mediante un apabullante despliegue de efectos
especiales y un incansable ritmo que jamás desfallece pero que, una vez más,
era incapaz de justificar satisfactoriamente la abnegada labor de unos
protagonistas tanto o más preocupados por filmar todo lo que ocurre a su
alrededor que por su precaria seguridad.
La curiosa Troll Hunter, que en el
año 2010 pasó sin pena ni gloria por las carteleras pese a su simpatía y buenos
momentos, supuso un nuevo paso hacia ninguna parte por parte de un género, el
del found-footage, que parecía
estancado hasta la llegada de Chronicle,
que si bien probablemente no es la mejor de las películas ennumeradas
someramente en esta nota al pie, sí es sin duda la más coherente y quizás la
única capaz de justificar dramáticamente su naturaleza de testimonio grabado.
Aunque, pese a todo, no son tanto los filmes estrenados a partir del baratísimo
taquillazo que supuso El proyecto de la
bruja de Blair la única herencia recibida por Trank en Chronicle. A todo lo anterior habría que sumar la inestimable
asimilación al cine de imagen real de la retórica visual propia del anime, o cine de animación japonés, con
la adaptación del manga Akira a la
cabeza, del cual Trank parece haber sacado la inspiración para algunas situaciones,
soluciones formales, y muy especialmente para el personaje de Andrew, definido
en su día por el realizador como su “Tetsuo
particular”.
[5]No
faltó quien quiso ver en Chronicle, y
muy especialmente en la secuencia en la que Steve cae víctima de un relámpago
lanzado por uno de sus dos mejores amigos, un velado comentario político alrededor de el clima imperante
en los EEUU del momento. Steve, afroamericano y popularísimo en su clase del
instituto en la que se postula como delegado repartiendo sonrisas y simpatías a
diestro y siniestro, fue contemplado por algunos como una personificación del
Presidente norteamericano Barack Obama, cuyas impolutas y carismáticas maneras
ya empezaban a mostrar síntomas de fatiga revelando una figura presidencial no
tan dotada para resolver los problemas como mediáticamente se le presuponía.
Así, la muerte de Steve representaría el
fin de la ilusión obamista y la
asunción de una visión de Norteamérica malherida y rencorosa (o, si nos ponemos
rebuscados y maniqueos, Andrew vendría a representar la reprimida América
Republicana, y Steve la más vivaz Demócrata) que asesina el optimismo que aupó
a la Casa Blanca al actual líder de los EEUU, revelando la peor cara de un país
que como Andrew está dotado de un omnipotente poderío casi imposible de
dosificar ante las amenazas, pequeñas o grandes, que puedan retarle… Aunque
pese a su posible validez, esta dudosa lectura algo traída por los pelos y que
deja de lado el personaje de un Matt que ni pincha ni corta en la ecuación
política, no es capaz de sostener por sí sola una película que no necesita de
muletillas de este calibre para validarse.
[6]Una
lista que ya resulta demasiado larga desde el momento en que comienza, pero que
con el aterrizaje de las cámaras domésticas adopta un poso exhibicionista al
que los medios de comunicación, oficiales y regulados, no dejan de dar una
incomprensible cancha. Los videos grabados a modo de amenazante prolegómeno a
las matanzas, hechos con una amenazante tono y un exhibicionismo que sólo busca
causar temor por parte de algunos de jóvenes, parecen perfectos modelos
comparativos tanto para Andrew como para su diario filmado. Además, su
combinación con las numerosas imágenes de video de fuentes policiales o de
seguridad que aparecen en la película, aproximan la textura formal de Chronicle a la de la reconstrucción de
los hechos propia de un noticiero, y por supuesto también del sensacionalismo
formal que en muchas ocasiones rodea estos acontecimientos y que es
inteligentemente integrado por Trank en su ficción.
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