La primera vez
que oímos a Serpiente Plissken de la boca del actor que lo interpreta , Kurt Russell, es en una conversación mantenida con Bob Hauk, autoritario
personaje que se muestra bajo la algo ajada piel de Lee Van Cleef. Es una
escena dialogada en la que se marcan las directrices de Serpiente: un parche en
el ojo izquierdo como si fuese lo que no deja de ser: un pirata, sin afeitar,
greñudo, ataviado bajo una chaqueta de cuero y con un tono de voz a medio
camino entre el siseo sarcástico y el susurro que pocas veces sale de su boca
que a la que puede rellena con un cigarrillo. Es el antihéroe, el pasota o el
disidente cansado de un mundo al que ha servido anteriormente (según nos dice
Van Cleef, fue el hombre más joven jamás condecorado por el Presidente de los
Estados Unidos) pero del que intenta permanecer alejado todo lo que puede. Su
ética es la propia de algunos de los malhumorados personajes del cine del oeste
que tanto gusta al director John Carpenter, del superviviente que sólo quiere que
le dejen fumarse sus cigarrillos en paz (¡que gusto da ver a gente fumando en
una película americana!) y su uso de la violencia se ve tan generalmente
limitada a esa máxima que tarda un buen rato en hacer uso de ella[1].
Erigido Plissken como personaje principal alrededor del cual gira todo el film
y que está en cuerpo presente o ausente pero siempre en el centro de toda la
atención, Carpenter pone las formas de 1997:
Rescate en Nueva York a la altura de su único ojo.
Y esta se
desenvuelve con el ritmo pausado y con el temple de un personaje de andares tan
pesados y algo tristones como la tonadilla sonora compuesta por el mismo
Carpenter que abre la película con los títulos de crédito, en un sobrio blanco
sobre fondo negro. Un personaje de una pieza llevado al cínico terreno de la
generación de directores que marcaron su territorio a mediados de los años
setenta, con la resaca del hippismo haciéndose cada vez más evidente sin
encontrar amparo de unas instituciones puestas en solfa durante la década
anterior sin recuperar el terreno perdido en esa época, acentuándose aún más en
los ochenta del reaganismo a base de encogerse sobre ellas mismas hasta casi
desaparecer[2].
Es la quintaesencia del personaje carpenteriano, director que gusta de los
rebeldes y de jugar incuestionablemente con arquetipos para ahorrarse
explicaciones y trasfondos psicológicos: “Cuando
John Wayne aparecía en pantalla, no te hacía falta saber quienes eran sus
padres ni que motivaciones tenía. Sabías todo lo que necesitabas saber”[3].
Estas palabras del director norteamericano suscriben la sensación no sólo de
cierto (agradable) regusto a terreno conocido pero lo bastante amplio como para
poder jugar con él, sino que además se extienden sobre todo el guión de la
película. No estamos ante un juego cómplice con los conocimientos
cinematográficos que pueda tener el espectador, sino en la asunción de unos
estereotipos tomados completamente en serio. No hay ironía en el retrato del
solitario Plissken, ni tampoco en la historia que protagoniza ni en la forma en
que se nos cuenta[4].
Y es que con
una simplicidad bien arropada por la realización que hace que uno pase por alto
los agujeros de guión sin darse cuenta (por la magia del cine o de las buenas
películas en general, vamos), 1997:
Rescate en Nueva York presenta un interesante punto de partida desarrollado
de forma bastante sencilla:
En el año del
título, la criminalidad en suelo norteamericano se ha alzado un 400%, con lo
que su gobierno toma la medida de convertir la ciudad que nunca duerme en una
especie de vertedero social en el que los criminales son metidos allí y
abandonados a su suerte y a las leyes de una sociedad creado por los asesinos,
ladrones y proscritos que llegaron allí antes que ellos bajo el lema de que “una vez se entra, no se vuelve a salir”.
Pero un pequeño comando terrorista secuestra el Air Force One, el avión en el
que viaja el Presidente (interpretado por Donald Pleasance) de los EUA y lo
lanza contra la ciudad de Nueva York en un plano que eleva al film a la
categoría de visionario o de generador de las peores ideas. El Presidente
consigue saltar a tiempo del avión pero es hecho prisionero por una de las
bandas de Nueva York que pretende llevar a toda la ciudad de apestados hasta la
libertad como condición de no acabar con la vida de un líder del que depende
tomar la decisión que salve al planeta de la guerra nuclear. Ante este
panorama, Plissken es enviado como infiltrado para rescatar a un Presidente que
ni parece caerle bien ni definitivamente le importa un carajo el que viva o
muera. Además de la amnistía por sus crímenes y como salvaje incentivo, se le
inyecta un veneno que acabará con su vida en unas 22 horas a menos que se le
inyecte el antídoto, cosa que sólo se le otorgará si consigue sacar de la isla
de Manhattan al Presidente con vida.
Como se ve, el
que la idea dé mucho o poco de sí depende de como se desarrolla dentro de unos
parámetros que tal y como los plantea Carpenter no son demasiado elásticos
cuando se cuenta con un personaje que se mueve espoleado por un entorno con el
que no comulga en absoluto, pero del que ni aprende nada ni tampoco evoluciona,
sino que se reafirma en su forma de ver el mundo. La acción es puramente
externa a él, que sólo reacciona ante los peligros que se le echan encima. Así,
Carpenter se dedica a rellenar la trama que tiene lugar en una Nueva York
sombría gracias al excelente trabajo del equipo de fotografía y dirección
artística (el vestuario se ve un poco más anticuado) que pasa de la calma
chicha de la resaca que viene después del caos a estallidos de miseria
mostrados con un aire más amenazador que trepidante. Y el relleno se basa en
persecuciones, alguna pelea y algunos disparos. Pero pese a las numerosas
escenas de acción que trufan la película, el género de tiros y puñetazos se
mantiene atrincherado en el fondo del film, en su historia y su guión. Su
plasmación en pantalla tiene a veces mucho más de cine de terror que de acción
y eso visto el resultado, acaba siendo tremendamente significativo.
Esto no
implica un juicio de valor pero sí un punto de vista que rebaja la épica de la
historia a base de una atmósfera de miseria generalmente nocturna y muy trabajada que parece mostrar
más los restos después de una batalla que la guerra en sí. No fue la primera
vez ni sería la última en la carrera de John Carpenter que fundiría el cine del
oeste, el de terror y el de denuncia social (sin dar la tabarra con discursos)
en un solo film, ya lo había hecho con su carta de presentación en sociedad fue
su segunda película Asalto a la comisaría
del distrito 13, excelente película de acción rodada cinco años antes de la
que nos ocupa. Y como entonces, Carpenter realza lo contestatario de un fondo
algo adormilado en su conjunto[5]
con una atmósfera tétrica y desolada que compone escenas tan memorables como la
de un grupúsculo de mendigos saliendo de un humeante subsuelo buscando algo (o
alguien) que llevarse a la boca, momentos que ponen en duda lo lícito y entran
a trapo en la falta de humanidad de las autoridades que en la película tienen
muchas caras y una víctima principal: Serpiente Plissken. Su taciturno
protagonismo y su condición de antihéroe, recalcada en un instante en el que un
grupo de macarras arrancan la ropa a una mujer noqueada con obvias intenciones
ante la impasible mirada del solo ojo de Serpiente que sigue su camino sin
entrometerse a pesar de empuñar una arma, sirven de ejemplo del cinismo
imperante en el film, del que Plissken acaba siendo, con todos sus claroscuros,
el personaje con más dignidad humana. El final de la película supone un cínico
y gozoso broche, un sobrio corte de mangas a unas autoridades que no merecen
menos que la serena y inofensiva burla que reciben.
Pero no sólo
de elementos escénicos y algunos apuntes de guión se nutre el nihilismo
resignado de la película que acaba siendo una de sus más marcadas señas de identidad.
Antes he comentado la falta de épica de que hace gala el film y ello se debe, a
mi entender, de la distancia con que nos muestra los hechos. Hasta donde puedo
recordar, los primeros planos son escasísimos en el film, cuya planificación
prefiere mantenerse en un discreto plano medio y su ritmo marcado por un
montaje bastante pausado. Estamos lejos de la férrea planificación de uno de
los más trabajados en ese aspecto films del realizador como es La noche de Halloween, de 1978. Si en
aquella el espacio quedaba acotadísimo por el plano y los movimientos de cámara
eran muy precisos, en el caso de esta aventura de Serpiente Plissken la cámara
se mueve de forma más inestable, siguiendo arriba y abajo a los personajes que
pueblan la película marcando las distancias con el primer film con Michael
Myers como protagonista. Si en aquel clásico del cine de terror la
planificación estaba planteada para crear tensión y una amenaza que se aproxima
cada vez más hasta hacer imposible la huída (y algunas reflexiones sobre el
espectador, las víctimas y demás en las que ahora no voy a entrar), en 1997: Rescate en Nueva York se crea una
atmósfera mucho más libre sin que la planificación sea “visible”, aunque el
combinado con todos los elementos anteriores ponga la película muy por encima
de lo que su guión haría esperar.
Podría decirse
que su aparente sencillez en cuanto a planificación y sus largos planos es
debido a una hipotética falta de presupuesto y para abaratar costes, pero el de
1997: Rescate en Nueva York es (pese a que el tiempo lo ha alzado como un clásico de la serie B)uno de
los más elevados de la filmografía del director, con lo que parece una opción
más consciente que obligada que aporta el plus de situar, gracias a lo amplio
del plano, a los personajes en un entorno del que nunca se libran como le
ocurre tanto al protagonista como aquellos que lo acompañan. De muestra un
botón y usando como ejemplo la escena con la que abría esta entrada; la
amplitud del plano y contraplano que recoge la conversación entre Plissken y
Hauk combinado con un detalle de puesta en escena ya nos pone en situación: la
pared que hay tras Hauk está repleta de meritorios diplomas y lo que parece una
antigua pistola igualmente enmarcada como única arma a la vista en contrapunto con
la que está detrás de Plissken, forrada de armas, muchas de ellas de uso en
cuerpo a cuerpo… El hombre que decide detrás de un escritorio como autoridad
burocrática (pese a tener puntos en común con el que está al otro lado de la
mesa) confrontado al luchador hombre de acción que es, a pesar de su lánguida y
reposada agresividad, Serpiente.
Podríamos
decir que la épica se encuentra en la banda sonora que pese a no haber
envejecido demasiado bien en las escenas de acción marca los distintos tonos de
las secuencias, filmadas todas ellas con la misma calma y buen hacer sean estas
más o menos dramáticas o (en el guión) trepidantes dando una sensación de
solidez y unidad que quizás frustre las expectativas de los que esperen una
película más espectacular, pero que condiciona mucho tanto su genial atmósfera
(que por sí sola ya sería digna de aplauso) como el resultado final que queda
en la memoria, ligero pero para el recuerdo. De su forma se desprende un fondo contestatario mucho más
potente que el que había en el guión, sin pisarlo en ningún momento.
A todo lo
anterior hay que sumar la buena dirección de actores acostumbrada en su cine y
que en esta ocasión sacan buen partido de gente tan ajena al medio como el
cantante funk Isaac Hayes como el Duque de Nueva York, antagonista en Manhattan de Serpiente y que es pura presencia (y voz)
paseándose con un mercedes con un diseño propio de los sueños húmedos de un
macarra cualquiera (con fastuosas lámparas de techo colgando de los
retrovisores ) y que conduce en plena noche ¡con gafas de sol! y acompañado de un sicario con un aspecto que parece un cruce entre David Bowie y Sonic el erizo cuyo aspecto y la gestualidad que le confiere el actor Frank Doubleday (y que según Kurt Russell marcó el
tono que se intentó alcanzar en la película), entre risible y grimoso, siempre tremendamente bizarro, resulta memorable. También aparecen caras habituales
del cine de Carpenter como Donald Pleasance como cobarde al principio y
finalmente estúpido Presidente de los Estados Unidos, la turgente Adriene
Barbeau, un Ernest Borgnine que humaniza un personaje cercano a lo estúpido, un
Harry Dean Stanton tan bien como siempre o, sobretodo, un Kurt Russell en su primera colaboración para la gran pantalla con el relizador que
aguanta sobre sus hombros una parte importante de la película encarnando a un
personaje mítico para muchos espectadores (entre los que me encuentro) con el
cansancio del que hace demasiado tiempo que pelea contra un mundo que cada día
lo acorrala un poco más desde todos los frentes.
1997: Rescate en Nueva York contiene, además, una rara escena en la carrera del director: El
aeroplano que permitirá introducir a Serpiente dentro de la ciudad de Nueva
York sobrevuela la ciudad desde las alturas, con calma y sigilo conducido por
Serpiente desde las tripas del aparato. La música y la cadencia de las imágenes
nocturnas de la ciudad que parece abandonada de vida humana sirven para que
Carpenter nos brinde un bonito remanso de paz en una filmografía no demasiado pródiga
en ellos.
Título: Escape from New York . Dirección: John
Carpenter. Guión: John
Carpenter y Nick Castle. Producción: Larry Franco, Debra
Hill, Barry Bernardi y Aaron Lipstadt. Fotografía:
Dean Cudney. Diseño de producción:
Joe Alves. Montaje: Todd Ramsay. Música: John Carpenter y Alan Howarth. Año: 1981.
Intérpretes: Kurt
Russell (Serpiente Plissken), Donald Pleasance (Presidente), Isaac Hayes (el
Duque de Nueva York), Ernest Borgnine (Taxista), Harry Dean Stanton (Harold
“Cerebro”), Lee Van Cleef (Bob Hauk), Adrienne Barbeau (Maggie).
[1] Aunque sin llegar a usar la violencia comentada, existe una
escena que puede visionarse en Youtube en calidad algo pobre ( en http://www.youtube.com/watch?v=36EVy2hEAxU) que servía como prólogo a toda la
película pero que finalmente fue descartada. En ella se nos muestra a un
Plissken cometiendo el fallido robo que lo acabará enviando a la isla prisión
que es Nueva York concluyendo esta buena escena con Serpiente con los brazos en alto en señal de
rendición. Su eliminación puede que sea debida a la prolongación de lo mítico
de un personaje sobre el que se juega la carta de no dar demasiada información
para hacerlo más legendario, o para no hacerlo culpable de un delito que ha
cometido y que a ojos de algunos espectadores podría justificar su condena en
Nueva York, diluyendo la denuncia a las autoridades y dándoles legitimidad, a pesar de que los imágenes nos ponen de parte del ladrón y no de los expeditivos representantes del orden. Por
otro lado, puede ser por el hecho de que pese a que Plissken recibe golpes una
y otra vez nunca le vemos rendirse, dotándole de una “épica de la resistencia”
que no tendría con el prólogo por suerte (en mi opinión la película gana sin él) finalmente desterrado del montaje
final.
[2]Y que hizo emerger la figura del Vigilante en el cine, personaje
de cariz fascista que se toma la justicia por su mano cuyo mayor representante cinematográfico
serían los personajes encarnados por Charles Bronson durante los ochenta. Algo
lógico teniendo en cuenta que se encuentra ante un estado tan débil que es
incapaz de brindar un mínimo de cojín a los sectores de población más
desfavorecidos, con lo que el ciudadano se ve a merced de aquellos tan
hambrientos como él que intentarán sobrevivir sea como sea en una sociedad
cuyos miembros están desprotegidos tanto de los vaivenes del mercado y la
demanda como de las víctimas de estos, reconvertidos en nuevos verdugos. A pesar de que Serpiente Plissken aún está lejos de ese grado fascistoide, su desconfianza y hostilidad hacia todo lo que huela a autoridad no deja de ser un precedente que evidencia un caldo de cultivo social bastante desmoralizado que se agarró como un clavo ardiendo al culto al dinero por encima de todo lo demás. Bajo
este punto de vista, el que Serpiente nos parezca ahora y desde un punto de
vista europeo un modelo inspirador es algo tan revelador como preocupante.
[3] Opinión recogida en un libro maravilloso para cualquier
aficionado al cine de terror surgido a finales de los años sesenta en
territorio norteamericano: Sesión
Sangrienta, escrito por Jason Zinoman publicado en nuestras tierras en 2011
por T & B Editores.
[4] No ocurriría lo mismo en la secuela/remake/parodia de este film
de Carpenter, rodado por él mismo en 1996. 2013:Rescate
en Los Ángeles supone una revisión mucho más colorista, divertidamente
cutre y mucho más irreverente hasta la sátira de los EUA del film que nos
ocupa. La película (cuya acción tiene lugar 15 años más tarde que la de 1997: Rescate en Nueva York, los mismos
que separan un film de otro en su producción) coge los momentos más recordados
de la primera aventura de Serpiente Plissken y les da una vuelta de tuerca a
medio camino entre el cachondeo nostálgico y una reversión trepidante en sus
escenas de acción, además de un rebozado político poco profundo pero lúcido y
sobretodo muy divertido. Su final no tiene desperdicio.
[5] Aunque premeditadamente más a favor de los delincuentes de la
isla que no son precisamente unos mirlos que de las autoridades que los tienen
allí confinados. No es hasta algo avanzada la película que aparecen los
primeros actos de violencia perpetrados por los habitantes de Nueva York, pero
antes hemos podido ver algunas muestras por parte de la policía, ya sea
bombardeando una balsa llena de presos que intentan huir de la isla de
Manhattan o obligando a Plissken a ir a rescatar al Presidente con las más
bajas artimañas sin preocuparse lo más mínimo por su vida o su voluntad.