Un hombre de rasgos árabes nos habla directamente desde lo que parece una grabación casera
hecha desde un apartamento destartalado. Nos amenaza con la retórica habitual
del terrorista suicida que cada equis tiempo aparece en nuestros telediarios
como colofón a un atentado que ha tenido lugar esporádicamente en el mundo
occidental y con bastante más frecuencia en territorio árabe o Oriente Próximo,
llevándose por delante tanto a infieles
como a miembros de la propia cultura que dicen pretender proteger y defender
para preservar su pureza. Pero algo
ocurre; la toma no es convincente, el hombre se enreda en sus propias palabras
y a la que quiere darse cuenta ha perdido el hilo. Discute con alguien que se
encarga de dirigir el video amenazador y que no podemos ver y deben volver a
comenzar. Son los descartes, las tomas falsas de una guerra santa e iluminada
llevada a cabo por un grupo de gente que no tiene demasiado claro los contradictorios designios
de Dios, unos seres humanos incapaces de
estar a la altura de sus propios ideales, extremos hasta lo aberrante. Four Lions, debut en el largometraje de Christopher Morris rellena los huecos de lo que no conocemos, lo que no vemos por los telediarios desde que alguien se ve iluminado por la más destructiva de las ideas hasta que consigue llevarla a cabo. La sorpresa llega cuando el tema se trata desde un ángulo inesperado; el de la comedia.
Esta es una de
esas comedias que parecen planteadas para ponerse en el ojo del huracán desde
el momento de su estreno y pasar a formar parte de las filas de las películas que
enarcan la ceja para preguntar ¿Puede uno hacer reír provocando el peor de los
malos rollos? ¿Es lícito? ¿Es esto una comedia o puro drama que provoca risa
desesperada?[1]
Y sí, sí y sólo faltaría, y las dos cosas a la vez respectivamente. La película sigue las
andanzas de un grupúsculo yihaidista formado por una pandilla de incompetentes,
terroristas de ideología islamista de quiero y no puedo que pretenden provocar una cadena de
atentados en una ciudad cualquiera de Inglaterra, país que no hace tantos años sufrió uno en sus propias
carnes en su capital Londres el 7 de Julio del 2005.
Así las cosas, los fanáticos pretenden hundir occidente y
ofrecer en sacrificio sus propias vidas como ejemplo mediático de castigo divino, pero
ahí es donde comienzan los palos en las ruedas a un grupo de personajes que si
bien acaban estableciendo un punto de vista considerablemente perverso para
seguir la película, también la rescatan de una inmoralidad (la que supondría
cachondearse de las víctimas) perfectamente lícita desde el momento en que se
trata de una película de ficción haciéndola de paso más tragable como comedia.
Por si no ha quedado claro todavía, los protagonistas de la película son,
efectivamente, los yihaidistas, y su caricaturesco retrato es muchas de cal y una de arena.
Por un lado la descripción de los miembros de la célula terrorista no es
demasiado constructivo; además de los celos y traiciones propias de un
parvulario por quien consigue el poder y toma las decisiones dentro del grupo,
su flagrante incompetencia hasta para pasar desapercibidos, su preocupante
orgullo de futuros mártires que parece responder más a una autoestima a la altura
del betún que a una “llamada divina” se torna comprensible terror ante la idea
de volar por los aires a todo lo cual hay que sumar la principal característica
que los une: son tremendamente estúpidos. No están solos en su tontería; la
sociedad que los rodea y integra (la parte más civilizada de la nuestra) sin
saber que pretenden ser sus verdugos aparece formada por hipócritas, buenistas
inconscientes, autoridades incompetentes con una capacidad para autojustificar
sus barbaridades casi infinita (o casi religiosa, si lo prefieren) con lo que
parece que lo único que requiere un atentado es que los componentes de la
célula terrorista se pongan de acuerdo… lo que se ve mucho más difícil que el
resto de su siniestra logística.
Pero si esa
parte del retrato de los terroristas es digamos, la parte fácil de la película, ya que a fin de cuentas nadie en su sano
juicio defendería a alguien así con lo que reírse de ellos no implica demasiado
esfuerzo por parte del público, es el hecho de erigirlos como protagonistas lo
que provoca un perturbador efecto que aunque tarda en revelarse en toda su
amplitud cuando lo hace provoca que se le congele la sonrisa al respetable.
A pesar de su
soberana estupidez y lo bárbaro de sus objetivos, el hecho de ir de la mano de
los terroristas inminentes incluso en su cotidianidad (en el caso del siempre
cuestionado líder del grupo, Omar, el único que parece tener algo más que
serrín en la cabeza), con sus familias y sus obvias frustraciones ante un plan
que hace aguas por todas partes provocan paradójicamente primero cierto aprecio
y más tarde una muy inquietante mixtura de apego y rechazo por la consecución
de sus macabros planes[2].
Por poner un ejemplo, el que para un servidor es el primer y más claro aviso de
que el muy divertido humor del film ha dorado la píldora hasta dar la sensación
de ser dulce y tragable pese a ser todo lo contrario en su ausencia; Omar va al hospital a despedirse de
su mujer que trabaja en la recepción y conoce los planes de su marido que la
quiere y la respeta. La escena, carente de humor por completo, resulta tierna y
la mirada de orgullo que le profesa la esposa de Omar a este, la clandestinidad del mensaje que se dan (“el paciente tiene que irse ya” le dice
delante de dos guardias de seguridad, ajenos a todo) el uno al otro a modo de
despedida resulta monstruosamente tierno... La máxima de la película parece resumirse
en la intención de hacer reír sobre una situación que transcurre plácidamente
mientras duran las risas, pero que es sabiamente dramatizada cuando ya es
demasiado tarde para echarse atrás, explotándonos en las narices. Si el humor aligera, el drama confiere a la
película el peso de una losa. Es entonces cuando el mal rollo se apodera del
espectador y se da cuenta de que en su idiotez, el grupúsculo es peligrosísimo
y lo peor de todo, sus ideas y planes tienen eco en nuestra aquí y ahora del mundo real.
Ahí es donde,
a mi modo de ver, reside el potencial transgresor de Four lions, muy por delante de su sentido del humor que como he
explicado parece una opción bastante más fácil de lo que puede parecer por la
turbiedad del contexto en el que se encuentra. No quiero decir con esto que la
película no resulte divertida, lo es y en ocasiones mucho, pero a pesar del
buen guión, lleno de detalles que le otorgan matices (como el hecho de que los
islamistas suicidas están muy “occidentalizados”[3]
respecto a la facción más ultraconservadora de su cultura presentada bajo
maneras mucho más pacifistas), es ese perverso punto de vista lo que le da un
lugar en la memoria a una película que de no ser por ese motivo no dejaría de
ser una curiosidad, una gamberrada más agresiva y menos frívola de lo esperado
con su público y precisamente por ello, mucho más ética (y políticamente correcta a pesar ser mucho más incómoda) de lo que podría parecer
a simple vista.
Si no he
comentado nada hasta ahora del apartado formal del film no es por casualidad,
sino porque poco hay que decir al respecto. El envoltorio audiovisual de Four Lions es sino convencional,
prácticamente invisible y translucido con el guión que lleva a la pantalla. De por sí eso no es malo, y el director Christopher Morris parece reconocer que el punto fuerte de la su film se encuentra en la palabra escrita con lo que volcarse en una buena dirección de actores parece una mejor idea que imponer algún énfasis en la realización de la película, carente por completo de
épica o dramatismo que no estén de principio en el guión antes de ser plasmado
en la pantalla. Y no parece una decisión deliberada, su "neutralidad" otorga a la película una patina cuasi televisiva (ambiente del
que proviene el realizador) pero también una relativa distancia que por un lado
potencia la comicidad de algunas situaciones a base de hacer evidente lo
ridículo de lo que está pasando y en sus momentos más perturbadores inquietar
aún más por su frialdad, acrecentada por la ausencia de música que pueda
subrayar cualquier emoción. Sólo algún montaje en paralelo muy puntual con la
aparente intención de crear algo de tensión revela la mano del realizador, que
deja en las de los actores la tarea de aproximar al público a los estúpidos
terroristas que pueblan esta perturbadora y divertida película.
Título: Four Lions. Dirección: Christopher Morris. Guión:
Jesse Amstrong. Sam Bain, Christopher Morris y Simon Blackwell. Producción: Wild Bunch Films. Fotografía: Lol Crawley. Dirección artística: Julie Ann Horan. Montaje: Billy Sneddon. Año: 2010.
Intérpretes: Riz Ahmed (Omar), Kayvan Novak (Waj), Nigel
Lindsay (Barry), Adeel Akhtar (Faisal), Arsher Ali (Hassan), Preeya Kalidas (Sofia) .
[1] Los ejemplos más famosos, polémicos por resultar ofensivos para
según quienes, serían sobretodo sátiras. ¿Teléfono
rojo? Volamos hacia Moscú de Stanley Kubrick o El Verdugo de Berlanga serían dos buenos ejemplos de ello. Su proximidad con las peores
situaciones posibles dentro de sus respectivas épocas y países de realización
provocaron la indignación en los estamentos puestos a picota y la carcajada de
los que estaban fuera y a salvo de estas. Un punto en común con Four Lions que comparte también con las
anteriores la capacidad para entremezclar la risa y lo horrendo sin perder la
compostura.
[2] El film de Hitchcock, Psicosis,
en 1960 representa el comienzo de esa perturbadora estrategia condensada en una
escena ejemplar al respecto: Norman Bates sumerge el coche de una de sus
víctimas con el cuerpo de esta dentro del maletero en el pantano. A medio
camino en su lento hundimiento el vehículo se detiene y parece que el plan de
Bates está a punto de irse al traste. En lugar de provocar la esperada alegría
en el espectador para que se haga justicia a la muerta, este se encuentra con
que desea que el coche se hunda del todo. Es decir, que sin comerlo ni beberlo
se ha situado del lado del asesino sufriendo por su suerte. A partir de ahí, y
proliferando durante los sesenta y setenta especialmente desde el film de Arthur Penn Bonnie y Clyde que levantó ampollas entre los analistas más moralistas, personajes como Harry
el Sucio, Travis Bickle o Vito Corleone por mencionar tres conocidos ejemplos
demostraron que se pueden compartir sentimientos e ideas (y disfrutarlos) con
gente con la que preferiríamos no tener que vernos jamás las caras en la vida
real.
[3] Además de la música que escuchan y parecen disfrutar horrores, en
un momento de la película Omar explica la guerra santa a su hijo usando a los
personajes de la película El rey león
de Disney como referencias para que pueda entenderlo mejor… Uno de esos apuntes
cómicos que a la que se miran con detenimiento resultan tan divertidos como preocupantes.
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