viernes, 31 de agosto de 2012

1997: RESCATE EN NUEVA YORK



 La primera vez que oímos a Serpiente Plissken de la boca del actor que lo interpreta , Kurt Russell, es en una conversación mantenida con Bob Hauk, autoritario personaje que se muestra bajo la algo ajada piel de Lee Van Cleef. Es una escena dialogada en la que se marcan las directrices de Serpiente: un parche en el ojo izquierdo como si fuese lo que no deja de ser: un pirata, sin afeitar, greñudo, ataviado bajo una chaqueta de cuero y con un tono de voz a medio camino entre el siseo sarcástico y el susurro que pocas veces sale de su boca que a la que puede rellena con un cigarrillo. Es el antihéroe, el pasota o el disidente cansado de un mundo al que ha servido anteriormente (según nos dice Van Cleef, fue el hombre más joven jamás condecorado por el Presidente de los Estados Unidos) pero del que intenta permanecer alejado todo lo que puede. Su ética es la propia de algunos de los malhumorados personajes del cine del oeste que tanto gusta al director John Carpenter, del superviviente que sólo quiere que le dejen fumarse sus cigarrillos en paz (¡que gusto da ver a gente fumando en una película americana!) y su uso de la violencia se ve tan generalmente limitada a esa máxima que tarda un buen rato en hacer uso de ella[1]. Erigido Plissken como personaje principal alrededor del cual gira todo el film y que está en cuerpo presente o ausente pero siempre en el centro de toda la atención, Carpenter pone las formas de 1997: Rescate en Nueva York a la altura de su único ojo.

Y esta se desenvuelve con el ritmo pausado y con el temple de un personaje de andares tan pesados y algo tristones como la tonadilla sonora compuesta por el mismo Carpenter que abre la película con los títulos de crédito, en un sobrio blanco sobre fondo negro. Un personaje de una pieza llevado al cínico terreno de la generación de directores que marcaron su territorio a mediados de los años setenta, con la resaca del hippismo haciéndose cada vez más evidente sin encontrar amparo de unas instituciones puestas en solfa durante la década anterior sin recuperar el terreno perdido en esa época, acentuándose aún más en los ochenta del reaganismo a base de encogerse sobre ellas mismas hasta casi desaparecer[2]. Es la quintaesencia del personaje carpenteriano, director que gusta de los rebeldes y de jugar incuestionablemente con arquetipos para ahorrarse explicaciones y trasfondos psicológicos: “Cuando John Wayne aparecía en pantalla, no te hacía falta saber quienes eran sus padres ni que motivaciones tenía. Sabías todo lo que necesitabas saber”[3]. Estas palabras del director norteamericano suscriben la sensación no sólo de cierto (agradable) regusto a terreno conocido pero lo bastante amplio como para poder jugar con él, sino que además se extienden sobre todo el guión de la película. No estamos ante un juego cómplice con los conocimientos cinematográficos que pueda tener el espectador, sino en la asunción de unos estereotipos tomados completamente en serio. No hay ironía en el retrato del solitario Plissken, ni tampoco en la historia que protagoniza ni en la forma en que se nos cuenta[4].

Y es que con una simplicidad bien arropada por la realización que hace que uno pase por alto los agujeros de guión sin darse cuenta (por la magia del cine o de las buenas películas en general, vamos), 1997: Rescate en Nueva York presenta un interesante punto de partida desarrollado de forma bastante sencilla:
En el año del título, la criminalidad en suelo norteamericano se ha alzado un 400%, con lo que su gobierno toma la medida de convertir la ciudad que nunca duerme en una especie de vertedero social en el que los criminales son metidos allí y abandonados a su suerte y a las leyes de una sociedad creado por los asesinos, ladrones y proscritos que llegaron allí antes que ellos bajo el lema de que “una vez se entra, no se vuelve a salir”. Pero un pequeño comando terrorista secuestra el Air Force One, el avión en el que viaja el Presidente (interpretado por Donald Pleasance) de los EUA y lo lanza contra la ciudad de Nueva York en un plano que eleva al film a la categoría de visionario o de generador de las peores ideas. El Presidente consigue saltar a tiempo del avión pero es hecho prisionero por una de las bandas de Nueva York que pretende llevar a toda la ciudad de apestados hasta la libertad como condición de no acabar con la vida de un líder del que depende tomar la decisión que salve al planeta de la guerra nuclear. Ante este panorama, Plissken es enviado como infiltrado para rescatar a un Presidente que ni parece caerle bien ni definitivamente le importa un carajo el que viva o muera. Además de la amnistía por sus crímenes y como salvaje incentivo, se le inyecta un veneno que acabará con su vida en unas 22 horas a menos que se le inyecte el antídoto, cosa que sólo se le otorgará si consigue sacar de la isla de Manhattan al Presidente con vida.

Como se ve, el que la idea dé mucho o poco de sí depende de como se desarrolla dentro de unos parámetros que tal y como los plantea Carpenter no son demasiado elásticos cuando se cuenta con un personaje que se mueve espoleado por un entorno con el que no comulga en absoluto, pero del que ni aprende nada ni tampoco evoluciona, sino que se reafirma en su forma de ver el mundo. La acción es puramente externa a él, que sólo reacciona ante los peligros que se le echan encima. Así, Carpenter se dedica a rellenar la trama que tiene lugar en una Nueva York sombría gracias al excelente trabajo del equipo de fotografía y dirección artística (el vestuario se ve un poco más anticuado) que pasa de la calma chicha de la resaca que viene después del caos a estallidos de miseria mostrados con un aire más amenazador que trepidante. Y el relleno se basa en persecuciones, alguna pelea y algunos disparos. Pero pese a las numerosas escenas de acción que trufan la película, el género de tiros y puñetazos se mantiene atrincherado en el fondo del film, en su historia y su guión. Su plasmación en pantalla tiene a veces mucho más de cine de terror que de acción y eso visto el resultado, acaba siendo tremendamente significativo.
Esto no implica un juicio de valor pero sí un punto de vista que rebaja la épica de la historia a base de una atmósfera de miseria generalmente nocturna y muy trabajada que parece mostrar más los restos después de una batalla que la guerra en sí. No fue la primera vez ni sería la última en la carrera de John Carpenter que fundiría el cine del oeste, el de terror y el de denuncia social (sin dar la tabarra con discursos) en un solo film, ya lo había hecho con su carta de presentación en sociedad fue su segunda película Asalto a la comisaría del distrito 13, excelente película de acción rodada cinco años antes de la que nos ocupa. Y como entonces, Carpenter realza lo contestatario de un fondo algo adormilado en su conjunto[5] con una atmósfera tétrica y desolada que compone escenas tan memorables como la de un grupúsculo de mendigos saliendo de un humeante subsuelo buscando algo (o alguien) que llevarse a la boca, momentos que ponen en duda lo lícito y entran a trapo en la falta de humanidad de las autoridades que en la película tienen muchas caras y una víctima principal: Serpiente Plissken. Su taciturno protagonismo y su condición de antihéroe, recalcada en un instante en el que un grupo de macarras arrancan la ropa a una mujer noqueada con obvias intenciones ante la impasible mirada del solo ojo de Serpiente que sigue su camino sin entrometerse a pesar de empuñar una arma, sirven de ejemplo del cinismo imperante en el film, del que Plissken acaba siendo, con todos sus claroscuros, el personaje con más dignidad humana. El final de la película supone un cínico y gozoso broche, un sobrio corte de mangas a unas autoridades que no merecen menos que la serena y inofensiva burla que reciben.

Pero no sólo de elementos escénicos y algunos apuntes de guión se nutre el nihilismo resignado de la película que acaba siendo una de sus más marcadas señas de identidad. Antes he comentado la falta de épica de que hace gala el film y ello se debe, a mi entender, de la distancia con que nos muestra los hechos. Hasta donde puedo recordar, los primeros planos son escasísimos en el film, cuya planificación prefiere mantenerse en un discreto plano medio y su ritmo marcado por un montaje bastante pausado. Estamos lejos de la férrea planificación de uno de los más trabajados en ese aspecto films del realizador como es La noche de Halloween, de 1978. Si en aquella el espacio quedaba acotadísimo por el plano y los movimientos de cámara eran muy precisos, en el caso de esta aventura de Serpiente Plissken la cámara se mueve de forma más inestable, siguiendo arriba y abajo a los personajes que pueblan la película marcando las distancias con el primer film con Michael Myers como protagonista. Si en aquel clásico del cine de terror la planificación estaba planteada para crear tensión y una amenaza que se aproxima cada vez más hasta hacer imposible la huída (y algunas reflexiones sobre el espectador, las víctimas y demás en las que ahora no voy a entrar), en 1997: Rescate en Nueva York se crea una atmósfera mucho más libre sin que la planificación sea “visible”, aunque el combinado con todos los elementos anteriores ponga la película muy por encima de lo que su guión haría esperar.  
Podría decirse que su aparente sencillez en cuanto a planificación y sus largos planos es debido a una hipotética falta de presupuesto y para abaratar costes, pero el de 1997: Rescate en Nueva York es (pese a que el tiempo lo ha alzado como un clásico de la serie B)uno de los más elevados de la filmografía del director, con lo que parece una opción más consciente que obligada que aporta el plus de situar, gracias a lo amplio del plano, a los personajes en un entorno del que nunca se libran como le ocurre tanto al protagonista como aquellos que lo acompañan. De muestra un botón y usando como ejemplo la escena con la que abría esta entrada; la amplitud del plano y contraplano que recoge la conversación entre Plissken y Hauk combinado con un detalle de puesta en escena ya nos pone en situación: la pared que hay tras Hauk está repleta de meritorios diplomas y lo que parece una antigua pistola igualmente enmarcada  como única arma a la vista en contrapunto con la que está detrás de Plissken, forrada de armas, muchas de ellas de uso en cuerpo a cuerpo… El hombre que decide detrás de un escritorio como autoridad burocrática (pese a tener puntos en común con el que está al otro lado de la mesa) confrontado al luchador hombre de acción que es, a pesar de su lánguida y reposada agresividad, Serpiente.
Podríamos decir que la épica se encuentra en la banda sonora que pese a no haber envejecido demasiado bien en las escenas de acción marca los distintos tonos de las secuencias, filmadas todas ellas con la misma calma y buen hacer sean estas más o menos dramáticas o (en el guión) trepidantes dando una sensación de solidez y unidad que quizás frustre las expectativas de los que esperen una película más espectacular, pero que condiciona mucho tanto su genial atmósfera (que por sí sola ya sería digna de aplauso) como el resultado final que queda en la memoria, ligero pero para el recuerdo. De su forma se desprende un fondo contestatario mucho más potente que el que había en el guión, sin pisarlo en ningún momento.

A todo lo anterior hay que sumar la buena dirección de actores acostumbrada en su cine y que en esta ocasión sacan buen partido de gente tan ajena al medio como el cantante funk Isaac Hayes como el Duque de Nueva York, antagonista en Manhattan de Serpiente y que es pura presencia (y voz) paseándose con un mercedes con un diseño propio de los sueños húmedos de un macarra cualquiera (con fastuosas lámparas de techo colgando de los retrovisores ) y que conduce en plena noche ¡con gafas de sol! y acompañado de un sicario con un aspecto que parece un cruce entre David Bowie y Sonic el erizo cuyo aspecto y la gestualidad que le confiere el actor Frank Doubleday (y que según Kurt Russell marcó el tono que se intentó alcanzar en la película), entre risible y grimoso, siempre tremendamente bizarro, resulta memorable. También aparecen caras habituales del cine de Carpenter como Donald Pleasance como cobarde al principio y finalmente estúpido Presidente de los Estados Unidos, la turgente Adriene Barbeau, un Ernest Borgnine que humaniza un personaje cercano a lo estúpido, un Harry Dean Stanton tan bien como siempre o, sobretodo, un Kurt Russell en su primera colaboración para la gran pantalla con el relizador que aguanta sobre sus hombros una parte importante de la película encarnando a un personaje mítico para muchos espectadores (entre los que me encuentro) con el cansancio del que hace demasiado tiempo que pelea contra un mundo que cada día lo acorrala un poco más desde todos los frentes.

1997: Rescate en Nueva York contiene, además, una rara escena en la carrera del director: El aeroplano que permitirá introducir a Serpiente dentro de la ciudad de Nueva York sobrevuela la ciudad desde las alturas, con calma y sigilo conducido por Serpiente desde las tripas del aparato. La música y la cadencia de las imágenes nocturnas de la ciudad que parece abandonada de vida humana sirven para que Carpenter nos brinde un bonito remanso de paz en una filmografía no demasiado pródiga en ellos.

Título: Escape from New York. Dirección: John Carpenter. Guión: John Carpenter y Nick Castle. Producción: Larry Franco, Debra Hill, Barry Bernardi y Aaron Lipstadt. Fotografía: Dean Cudney. Diseño de producción: Joe Alves. Montaje: Todd Ramsay. Música: John Carpenter y Alan Howarth. Año: 1981.
Intérpretes: Kurt Russell (Serpiente Plissken), Donald Pleasance (Presidente), Isaac Hayes (el Duque de Nueva York), Ernest Borgnine (Taxista), Harry Dean Stanton (Harold “Cerebro”), Lee Van Cleef (Bob Hauk), Adrienne Barbeau (Maggie).



[1] Aunque sin llegar a usar la violencia comentada, existe una escena que puede visionarse en Youtube en calidad algo pobre ( en http://www.youtube.com/watch?v=36EVy2hEAxU)  que servía como prólogo a toda la película pero que finalmente fue descartada. En ella se nos muestra a un Plissken cometiendo el fallido robo que lo acabará enviando a la isla prisión que es Nueva York concluyendo esta buena escena con Serpiente con los brazos en alto en señal de rendición. Su eliminación puede que sea debida a la prolongación de lo mítico de un personaje sobre el que se juega la carta de no dar demasiada información para hacerlo más legendario, o para no hacerlo culpable de un delito que ha cometido y que a ojos de algunos espectadores podría justificar su condena en Nueva York, diluyendo la denuncia a las autoridades y dándoles legitimidad, a pesar de que los imágenes nos ponen de parte del ladrón y no de los expeditivos representantes del orden. Por otro lado, puede ser por el hecho de que pese a que Plissken recibe golpes una y otra vez nunca le vemos rendirse, dotándole de una “épica de la resistencia” que no tendría con el prólogo por suerte (en mi opinión la película gana sin él) finalmente desterrado del montaje final.

[2]Y que hizo emerger la figura del Vigilante en el cine, personaje de cariz fascista que se toma la justicia por su mano cuyo mayor representante cinematográfico serían los personajes encarnados por Charles Bronson durante los ochenta. Algo lógico teniendo en cuenta que se encuentra ante un estado tan débil que es incapaz de brindar un mínimo de cojín a los sectores de población más desfavorecidos, con lo que el ciudadano se ve a merced de aquellos tan hambrientos como él que intentarán sobrevivir sea como sea en una sociedad cuyos miembros están desprotegidos tanto de los vaivenes del mercado y la demanda como de las víctimas de estos, reconvertidos en nuevos verdugos. A pesar de que Serpiente Plissken aún está lejos de ese grado fascistoide, su desconfianza y hostilidad hacia todo lo que huela a autoridad no deja de ser un precedente que evidencia un caldo de cultivo social bastante desmoralizado que se agarró como un clavo ardiendo al culto al dinero por encima de todo lo demás.  Bajo este punto de vista, el que Serpiente nos parezca ahora y desde un punto de vista europeo un modelo inspirador es algo tan revelador como preocupante.

[3] Opinión recogida en un libro maravilloso para cualquier aficionado al cine de terror surgido a finales de los años sesenta en territorio norteamericano: Sesión Sangrienta, escrito por Jason Zinoman publicado en nuestras tierras en 2011 por T & B Editores.

[4] No ocurriría lo mismo en la secuela/remake/parodia de este film de Carpenter, rodado por él mismo en 1996. 2013:Rescate en Los Ángeles supone una revisión mucho más colorista, divertidamente cutre y mucho más irreverente hasta la sátira de los EUA del film que nos ocupa. La película (cuya acción tiene lugar 15 años más tarde que la de 1997: Rescate en Nueva York, los mismos que separan un film de otro en su producción) coge los momentos más recordados de la primera aventura de Serpiente Plissken y les da una vuelta de tuerca a medio camino entre el cachondeo nostálgico y una reversión trepidante en sus escenas de acción, además de un rebozado político poco profundo pero lúcido y sobretodo muy divertido. Su final no tiene desperdicio.

[5] Aunque premeditadamente más a favor de los delincuentes de la isla que no son precisamente unos mirlos que de las autoridades que los tienen allí confinados. No es hasta algo avanzada la película que aparecen los primeros actos de violencia perpetrados por los habitantes de Nueva York, pero antes hemos podido ver algunas muestras por parte de la policía, ya sea bombardeando una balsa llena de presos que intentan huir de la isla de Manhattan o obligando a Plissken a ir a rescatar al Presidente con las más bajas artimañas sin preocuparse lo más mínimo por su vida o su voluntad.


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