jueves, 18 de julio de 2013

CINCO CONDICIONES



 Un hombre sobre un fondo blanco se acaricia la cara con una pipa mientras se muestra de perfil, de frente y de nuevo de perfil embelesado por el mecánico compás de ese gesto. Una voz lo presenta, él es El ser humano perfecto, título y protagonista del cortometraje en blanco y negro dirigido por el danés Jørgen Leth[1] en 1967, una pequeña pieza que cuestiona la figura de dicho ser humano al que muestra a veces, mediante la planificación, en porciones independientes que conforman un todo y en base a preguntas sobre su forma de pensar, comer, andar, dormir y hasta caer al suelo que nunca obtienen respuesta más allá de lo que las asépticas imágenes nos muestran. Años más tarde, en el 2002, un afamado compatriota de Leth, Lars Von Trier[2], cineasta polémico y polemista profesional le propone lo que para muchos supone una traición a la memoria y decencia cinéfila aunque haya dado tan malos como buenos resultados durante la historia del cine de ayer y de hoy: rehacer El ser humano perfecto. Cinco veces, además; cinco remakes sobre aquel cortometraje que Leth deberá rehacer según unas condiciones determinadas, variando en número y tipo a cada nueva versión, propuestas por Von Trier tras el visionado conjunto de cada nuevo cortometraje que lleva al humano de El ser humano perfecto de la susodicha perfección a la humanidad más terrenal que el director de Anticristo dice echar de menos en el cine de Leth. Esas condiciones, que malean los cinco cortometrajes entre los que transita la interesante propuesta de Cinco condiciones, van desde una reducción a doce fotogramas por toma de los veinticuatro habituales irritante hasta el mareo, el que ninguna de las preguntas del guión original quede sin respuesta, la elección, de forma plenamente coherente con las intenciones de Von Trier, al propio Leth como ser humano perfecto a “banalizar para humanizar” pasando por algunas opciones más intrascendentes, al menos para el que suscribe, como pueden ser algunos cambios en la localización o incluso el que una de las versiones del cortometraje original de 1967 sea una vistosa  versión animada mediante rotoscopía[3].

Porque pese a que esta última condición sea dictada por el realizador de Europa en aras de que el amante de la frescura del cine que es Leth se vea obligado a trabajar con un formato huérfano de espontaneidad o la improvisación durante el rodaje como es el de la animación, bien sorteada al utilizar el método mencionado que implica dibujar sobre lo previamente rodado conservando la frescura (o su falta) original, o el que las respuestas a las abstractas preguntas sobre el hombre perfecto sean de una reveladora pobreza que ponen en duda el auténtico interés de esa supuesta perfección, el intermitente magnetismo que pueda desprenderse de Cinco condiciones reside en la relación entre Von Trier y Leth, y en las cortas escenas en que ambos se encuentran en la sede de la productora del realizador de Dogville, Zentropa, para que el primero juzgue la labor creativa del segundo.
De este modo, en este film dirigido a cuatro manos -aunque con las de Leth luchando por liberarse con una paradójica y masoquista obediencia bajo las de Von Trier- coexisten dos formatos narrativos diferentes: uno de ellos sería el ficcionado, compuesto por los cinco nuevos cortometrajes -tan anarrativos como el primigenio- levantados por Leth sobre los cimientos exigidos por Von Trier, y el otro, que se retroalimenta con el anterior y de carácter documental, consistente en las reuniones entre ambos realizadores en que poco a poco pero de forma plausible, Von Trier parece vampirizar a un resistente Leth hasta hacer del realizador de El ser humano perfecto un  personaje no muy diferente al de muchas de sus criaturas de ficción. No en vano, Cinco condiciones contiene algunas de las constantes más reconocibles del cine del cineasta danés contemporáneo más popular pese a ser un documental cuyas partes ficcionadas son responsabilidad de un Leth hecho a contracuerpo criatura de ficción según Von Trier y bajo los vaivenes existenciales que amenazan con desestabilizarlo tan pronto como Lars Von Trier se erige como demiurgo de Cinco condiciones. Papel que Von Trier asume sin problemas sumando al anterior otro de sus hábitos, este generalmente ajeno a la realidad de sus filmes aunque decisivo en los resultados finales: el imponer una legislación cinematográfica propia como manera de estimular la creatividad y/o el aprendizaje a través de una normativa autoimpuesta[4]. Un catálogo de normas establecido  muy relativamente justificado a veces como terapia personal de un Leth que asegura echar mano de antidepresivos cuando la cosa se pone fea, otras como mero ejercicio crítico que comienza en el cortometraje y acaba traspasándose a una (o varias) manera de entender el cine y su cuestionamiento, los engolados pero agradables encuentros de Leth con Von Trier, sazonados de caviar y tragos de buen vodka al mediodía, antes y después de los visionados de los nuevos El ser humano perfecto, Cinco condiciones resulta interesante como ejemplo pedagógico en cuanto a cada nueva perrería en forma de norma que sale de la boca de Von Trier, Leth se ve obligado a cumplir y decidir si traicionarse a sí mismo o seguir fiel a sus principios, e incluso a finalmente transgredir la norma impuesta cuando se le ha agotado la paciencia sin que haya otra consecuencia que más normas o… la ausencia de ellas y por tanto también de referentes que no sean el primigenio El ser humano perfecto. Cuanto más presiona Von Tier, adueñándose del film de la cabeza a los pies, fagocitándolo, más se reafirma Leth como realizador autónomo y más se parapeta en sus principios mientras se despoja de lo que ahora ve como superfluo y antes podía parecerle primordial en su manera de entender el cine.

Se diría con lo leído hasta aquí que a cada nueva versión del cortometraje de 1967 resulta más depurada que la anterior en intenciones o plasmación, pero eso no es así. El primer El ser humano perfecto no se nos muestra por completo[5] sino sólo algunos de sus fragmentos, algo que no ocurre con las consecutivos remakes rodados por Leth entre los años 2002 y 2003. Así, el tema de Cinco condiciones no tiene tanto que ver con El ser humano perfecto, reducido a mera excusa argumental en el largometraje que nos ocupa, como con el propio Leth, retratado a cada nueva versión del corto e interpretación de las instrucciones dadas por Von Trier, a veces de manera ingeniosa y otras no tanto, y a este último por sus reacciones y su objetivo de humanizar a Leth a través de sus ficciones y apoderarse de este al hacerle leer una (falsa pero tan plausible que podría ser real) confesión escrita por Von Trier como quinto y último ejercicio, que además versa sobre la relación que mantiene con su instructor en Cinco condiciones.
Podría decirse que si Leth demuestra en el largometraje que nos ocupa que vive el cine en cuanto es incapaz de no arrastrarlo a su propio terreno desde lo “obligado” por Von Trier, este último, y a través de las versiones de El ser humano perfecto con las que devora al propio Leth, vive a través de su cine y sus personajes. La última “condición” impuesta por Von Trier no sólo descubre a Leth -cuya existencia real mostrada bajo los parámetros documentales mencionados se confunde con la ficcionada como protagonista de algunos de los cortometrajes como un todo indivisible- como lo que no ha dejado de ser durante todo el metraje de Cinco condiciones, una marioneta en manos del realizador de Dogville, sino que además lo hace de manera tan consciente y artificiosa (obligándole a leer un texto al que sólo pone la voz aunque visto lo visto podría, y sólo podría, haber puesto también su contenido) que muy fácilmente podría ponerse en duda el que efectivamente Leth haya sido absorbido por Von Trier y no sea todo una prefabricada ilusión de poder de este último que pone en duda las siempre dudosas fronteras entre documental y ficción.

Los fragmentos documentales, que tanto recogen los por lo general amables cara a cara entre ambos como el periplo y las refunfuñadas reflexiones en voz alta de Leth sobre como satisfacer los caprichos de Von Trier, se ponen de este modo y concretando el fantasma que planea sobre toda la película, definitivamente en tela de juicio. La ficción contamina el documental y viceversa hasta lo indivisible en el último de los ejercicios en el que la figura de Von Trier y la de Leth se confunden llegando a una especie de pacto en el que ambos pueden romper su relación y el realizador de El ser humano perfecto puede volver a ser libre, con todo lo aprendido, de la influencia de Von Trier, que no parece capaz de hacer lo propio consigo mismo. Algunos instantes aislados de estos fragmentos documentales, con inmorales comilonas en paupérrimos mercados indios llenos de indigentes o mendigas pidiendo al otro lado de la ventana del taxi que lleva al engolado Leth al lugar del rodaje, logran ser más punzantes y reveladores (y tremendamente próximos, una vez más, al cine de Von Trier hasta bajo el punto de vista de Leth) sobre ese “ser humano perfecto” que se mira el ombligo una y otra vez enamorándose a cada vistazo que lo que los abstractos cortometrajes llegan a ser jamás. Cinco condiciones es todo lo anterior, pero podría muy bien ser nada de eso en absoluto.

Lo que puede extraerse de ella, carente de por lo general de asideros narrativos o emocionales fuertes tanto en los sucesivos El ser humano perfecto como en su aspecto documental, formalmente intercambiable con el más ramplón de los reportajes, resulta más interesante que su algo cansino visionado, estando Cinco condiciones huérfana de los arrebatos formales del mejor cine de Von Trier, al igual que las reuniones de Leth y su compatriota, al igual que sus a veces algo crípticas peleas dialécticas, resultan más satisfactorias para el interés del espectador con sus cuestionamientos y reflexiones igualmente teóricas, que unos cortometrajes, algunos de más interés que otros, que cumplen más como  invitación al debate al relacionarlos con la vida que los rodea fuera de la pantalla que en sí mismos considerados. Por todo ello, la película que nos ocupa puede servir como ejercicio teórico sobre temas como la relación entre ficción y documental, la creatividad como forma de sortear limitaciones impuestas, la porosa relación entre cine y realidad, ética de la representación en imágenes y, entre otras más pero siendo esta una de las de mayor calado, obra y creador… lo que lleva a la más enigmática e interesante cuestión, la más perturbadora del film por próxima en la vida de cualquiera bajo las formas más cotidianas,  afortunadamente sin responder y que surge de Cinco condiciones pudiendo hacer trastabillar hasta el derrumbe la credibilidad del film como documental dependiendo de su nada fácil resolución: ¿Qué retorcidos motivos llevan a Jørgen Leth a someterse al programa de “reeducación” de Lars Von Trier sin cuestionar en ningún momento su autoridad ni sus instrucciones aún cuando son plenamente contrarias a sus convicciones morales y/o cinematográficas?

Título: De Fem Benspænd. Dirección: Jørgen Leth y Lars Von Trier. Guión: Jørgen Leth y Ole John. Producción: Laterna Films. Dirección de fotografía: Henning Camre y Ole John. Montaje: Camilla Skousen y Morten Højbjerg. Música: Henning Christiansen y Shigeru Umebayashi. Año: 2003.
Intérpretes: Lars von Trier (Él mismo), Jørgen Leth (Él mismo), Claus Nissen (Él mismo), Jacquline Arenal (Ella misma), Daniel Hernández (Él mismo).


[1]Nacido el 14 de junio de 1937 en Dinamarca, Leth estudió literatura y antropología, conocimientos que amplió a ámbitos diferentes pero tan relacionados con los anteriores al trabajar como crítico cultural para algunos periódicos daneses durante nueve años. Publicó su primer libro en 1962 y actualmente cuenta con diez compilaciones de poesía de su puño y letra y ocho libros de ensayo. Empezó a trabajar en el cine en 1963, alcanzando los cuarenta trabajos en este medio siendo el más popular de todos ellos y el único que el abajo firmante ha visto de este realizador además de Cinco condiciones: El ser humano perfecto, fechado en 1967, y que probablemente colaboró en su coronación como una de las figuras clave del cine experimental (amén de ser una personalidad en el ámbito del  documental) danés. Leth ha sido también asesor creativo del Instituto del Cine Danés y profesor universitario, amén de ser uno de los comentaristas del Tour de Francia para Dinamarca desde 1988 hasta 2005, muy probablemente debido a sus conocimientos del mundo del deporte y la fama de Leth a partir de sus documentales deportivos. La publicación de su autobiografía El ser humano imperfecto desató la polémica en Dinamarca al explicar en ella el haber mantenido relaciones sexuales con la hija de 17 años de edad de su cocinero durante la temporada que pasó en Haití, dimitiendo de su cargo de cónsul en dicho país y perdiendo su puesto como locutor del mentado Tour de Francia, aunque logró recuperar su puesto en la televisión en el año 2009. Su película El ser humano erótico, que se inspiraba en las relaciones sexuales del propio Leth con mujeres jóvenes del tercer mundo fue, como algunas de sus películas anteriores, premiada en algún festival, pero defenestrada por la crítica. Vivió en Haití desde 1991 hasta 2010, año en el que el brutal terremoto que asoló el país destruyó su casa.

[2]De nombre Lars Trier y nacido en Copenhague el 30 de abril de 1956, el que hoy por hoy es uno de los directores más deliberada y conscientemente polémicos del cine europeo se crió en un ambiente cultivado que le puso en las manos una cámara de super 8 cuando contaba con 11 años de edad. En 1980 entró en la Escuela de Cine de Copenhague y durante sus estudios ganó algunos premios por sus trabajos estudiantiles. Durante ese periodo se adjudicó el “von” una noche que pasó con unos amigos en una sala de montaje de la escuela entrada la noche. Un maestro intentó echar a la pandilla con el argumento de que era tarde y debían cerrar el lugar, a lo que los alumnos se negaron en redondo llegando a insultar al profesor. Este, enfadado, comparó a los alumnos con los hijos de burgueses de Copenhague y les retó a ponerse el “von” entre el nombre y el apellido y que así todo el mundo pudiese reconocerlos como tales.  El resultado, von Trier fue el único en hacerlo aunque sólo fuese para emparentarse en nombre con hombres del cine como Eric von Stroheim o Josef von Stenberg. En 1984, ya graduado, estrenaría su primer film, la interesante y muy opresiva El elemento del crimen, tres años más tarde llegaría Epidemic, que no tenido la oportunidad de ver, y tras su versión para la televisión danesa de Medea, estrenaría en cines Europa, conclusión de su llamada Tilogía de Europa, compuesta por El elemento del crimen, Epidemic y esta Europa, film visualmente fascinante que le hizo un nombre entre el público y sobretodo la crítica, éxito aderezado con algunos comentarios supuestamente escandalosos para la prensa en los que se describía como “un melancólico danés masturbándose en la oscuridad ante las imágenes de la industria del cine”. En 1996, von Trier ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes con   la intensa Rompiendo las olas,  que asentaría algunas de las constantes más reconocibles de su cine. Convertido al catolicismo, von Trier, admirador de la obra y métodos del realizador Carl Theodor Dreyer, se autoimpuso un voto de castidad que tomó forma en el decálogo escrito junto con Thomas Vinterberg que dio lugar al “movimiento” llamado Dogma 95, con el que pretendían eliminar, según aseguraban sus miembros, parte del artificio inherente, en mayor o menor grado, al cine. Von Trier aportaría su granito de arena al movimiento con Los idiotas en 1998, cuya impostada transgresión era papel mojado dando como resultado un film más aburrido, pese a no estar falto de coherencia entre intenciones y resultados, que enervante o provocador. En el año 2000, von Trier desembarcaría con Bailando en la oscuridad, protagonizada por la cantante Björk y con un relativo éxito de taquilla para una película más o menos musical que funcionaba a trompicones, muy beneficiada por la entregada interpretación de su actriz protagonista, pero algo forzada en su pretensión de hurgar en la compasión del público a toda costa. Tres años más tarde llegaría la interesante, pero demasiado alargada a mi parecer, Dogville, a la que seguiría, tras el paréntesis de Cinco condiciones, Manderlay (que deja inconclusa la Trilogía U.S.A. iniciada por Dogville), de la que no puedo hablar por no haberla visto todavía pero que tuvo una acogida comparativamente tibia respecto a otros trabajos del realizador que para entonces levantaba ampollas y se jactaba, no sin algo de razón, de pertenecer a ese excelso grupo de realizadores que o-te-gustan-mucho-o-no-te-gustan-nada. La misma suerte corrió la algo ninguneada El jefe de todo esto, aunque fue curiosamente con uno de sus mejores filmes (sino el mejor) Anticristo, cuando fue vilipendiado por la crítica y parte del público en el año 2009 de su estreno. En el año 2011 llegaría Melancolía y su expulsión del Festival de Cannes tras afirmar en una rueda de prensa que comprendía a Hitler argumentando que “Hizo cosas malas (…) No era lo que llamaríamos un buen tío, pero le comprendo y simpatizo bastante con él. Vale, soy nazi”. La boutade se saldó con la consideración de von Trier como persona non grata para el Festival y la disculpa de un realizador algo dado a dar la nota con comentarios, y en ocasiones con planteamientos fílmicos que sólo ofenden y se perciben como  transgresiones por determinados sectores de la cinefilia, tan prefabricadamente ofensivos (y por eso, rematadamente chorras) de cara a la galería, que lo hacen más antipático de lo que sus películas merecen. Actualmente se encuentra montando Nimphomaniac, su próximo film cuyo estreno se espera para este año.
[3]Método inventado por Max Fleischer en 1912 al crear el rotoscopio, mecanismo que permite a los animadores diseñar una imagen al usar una previamente filmada como modelo a modo de calco. Cada imagen animada se dibuja sobre otra real, empapando la animación de la fluidez y naturalidad de movimientos propios de una persona real, así como sus expresiones y su entorno. Popularizado a partir de Blancanieves y los siete enanitos, el clásico de Walt Disney, cuya animación del Príncipe fue llevada a cabo mediante esta técnica, la rotoscopia ha contado con otros referentes de importancia como la adaptación de Ralph Bashki del clásico de la literatura de Tolkien El señor de los anillos en 1978. Ejemplos más recientes podemos encontrarlos de la mano de Richard Linklater en películas como la plúmbea Waking life o la fascinante A scanner darkly, adaptación del original cuasi autobiográfico de Philip K. Dick Una mirada en la oscuridad o Chico y Rita de Fernando Trueba, entre otras.

[4]Algo no muy diferente, igualmente arbitrario y premeditado, fue el algo espurio fenómeno Dogma 95, nacido, como no podía ser de otra manera, en 1995 de la mano de Von Trier y Thomas Vinterberg. Este Voto de castidad constaba de diez reglas:
1. Los rodajes tendrán lugar en localizaciones reales, a los que no se podrá añadir ningún nuevo elemento que no esté allí de antemano. Si algún elemento resulta imprescindible para el desarrollo de la película, deberá elegirse un lugar que lo contenga.
2. No se añadirá sonido o música por posproducción. La banda sonora deberá estar presente en la realidad de la película y no podrá superponerse a las imágenes a posteriori.
3. Se rodará cámara en mano.
4. Las películas adscritas al Dogma 95 serán en color y no se aceptará ningún efecto de iluminación artificial aunque, ya me dirán, se acepta “un pequeño foco” adosado a la cámara…
5. Quedan prohibidos los filtros ópticos y los filtros.
6. La película no puede tener un desarrollo y acciones superficiales. Entendiendo por los mismos el mostrar armas o que tengan lugar crímenes durante la película.
7. La película tiene lugar aquí y ahora, con lo que se prohibe la alineación temporal y espacial.
8. Ningún film adscrito al Dogma 95 podrá ser “de género”.
9. El formato del film debe ser en 35mm.
10. El director no aparecerá en los títulos de crédito.
De acuerdo con este decálogo continuamente transgredido por los miembros del Dogma 95, llegaron Celebración del propio Vinterberg y Los idiotas de von Trier, Mifune, El rey está vivo, el primer Dogma francés Lovers, Julien Donkey boy, Italiano para principiantes y una muestra española, la risible Erase outra vez, entre una lista que no deja de crecer. En honor a la verdad y por lo que un servidor ha podido ver, sólo Los idiotas y Julien Donkey Boy, dirigida por Harmony Korine aprovechan las relativas posibilidades del “movimiento”, la mayoría de cuyas películas (o más, todas a excepción de las dos mencionadas) podrían haber sido filmadas de manera digamos “convencional” sin que hubiese variado en absoluto la impresión final que producen en el espectador, independientemente de sus mejores o peores resultados. De este modo, el Dogma 95 resulta mucho más interesante como prefabricada provocación, muy rentable para los que colaboraron en ella, para un determinado público que se ofende por nimiedades como esa, y como plausible muestra de mercantilización de algunos de los lugares comunes de la transgresión cultural que como la pólvora mojada que fueron en gran parte sus resultados en forma de películas a veces entretenidas, algunas a considerar y prácticamente ninguna mínimamente turbadora.

[5]Aunque sí puede verse en su totalidad en los extras de su edición en DVD de la mano de la distribuidora  Divisa.

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