Un hombre
sobre un fondo blanco se acaricia la cara con una pipa mientras se muestra de
perfil, de frente y de nuevo de perfil embelesado por el mecánico compás de ese
gesto. Una voz lo presenta, él es El ser
humano perfecto, título y protagonista del cortometraje en blanco y negro
dirigido por el danés Jørgen Leth[1] en
1967, una pequeña pieza que cuestiona la figura de dicho ser humano al que
muestra a veces, mediante la planificación, en porciones independientes que
conforman un todo y en base a preguntas sobre su forma de pensar, comer, andar,
dormir y hasta caer al suelo que nunca obtienen respuesta más allá de lo que
las asépticas imágenes nos muestran. Años más tarde, en el 2002, un afamado
compatriota de Leth, Lars Von Trier[2], cineasta
polémico y polemista profesional le propone lo que para muchos supone una
traición a la memoria y decencia cinéfila aunque haya dado tan malos como
buenos resultados durante la historia del cine de ayer y de hoy: rehacer El ser humano perfecto. Cinco veces,
además; cinco remakes sobre aquel
cortometraje que Leth deberá rehacer según unas condiciones determinadas, variando
en número y tipo a cada nueva versión, propuestas por Von Trier tras el
visionado conjunto de cada nuevo cortometraje que lleva al humano de El ser humano perfecto de la susodicha
perfección a la humanidad más terrenal que el director de Anticristo dice echar de menos en el cine de Leth. Esas
condiciones, que malean los cinco cortometrajes entre los que transita la
interesante propuesta de Cinco condiciones,
van desde una reducción a doce fotogramas por toma de los veinticuatro
habituales irritante hasta el mareo, el que ninguna de las preguntas del guión
original quede sin respuesta, la elección, de forma plenamente coherente con
las intenciones de Von Trier, al propio Leth como ser humano perfecto a “banalizar para humanizar” pasando por
algunas opciones más intrascendentes, al menos para el que suscribe, como
pueden ser algunos cambios en la localización o incluso el que una de las
versiones del cortometraje original de 1967 sea una vistosa versión animada mediante rotoscopía[3].
Porque pese a que esta última condición sea
dictada por el realizador de Europa
en aras de que el amante de la frescura del cine que es Leth se vea obligado a
trabajar con un formato huérfano de espontaneidad o la improvisación durante el
rodaje como es el de la animación, bien sorteada al utilizar el método
mencionado que implica dibujar sobre lo previamente rodado conservando la
frescura (o su falta) original, o el que las respuestas a las abstractas
preguntas sobre el hombre perfecto sean de una reveladora pobreza que ponen en
duda el auténtico interés de esa supuesta perfección, el intermitente
magnetismo que pueda desprenderse de Cinco
condiciones reside en la relación entre Von Trier y Leth, y en las cortas
escenas en que ambos se encuentran en la sede de la productora del realizador
de Dogville, Zentropa, para que el primero juzgue la labor
creativa del segundo.
De este modo, en este film dirigido a cuatro
manos -aunque con las de Leth luchando por liberarse con una paradójica y
masoquista obediencia bajo las de Von Trier- coexisten dos formatos narrativos
diferentes: uno de ellos sería el ficcionado, compuesto por los cinco nuevos
cortometrajes -tan anarrativos como el primigenio- levantados por Leth sobre
los cimientos exigidos por Von Trier, y el otro, que se retroalimenta con el
anterior y de carácter documental, consistente en las reuniones entre ambos
realizadores en que poco a poco pero de forma plausible, Von Trier parece
vampirizar a un resistente Leth hasta hacer del realizador de El ser humano perfecto un personaje no muy diferente al de muchas de sus
criaturas de ficción. No en vano, Cinco condiciones
contiene algunas de las constantes más reconocibles del cine del cineasta danés
contemporáneo más popular pese a ser un documental cuyas partes ficcionadas son
responsabilidad de un Leth hecho a contracuerpo criatura de ficción según Von
Trier y bajo los vaivenes existenciales que amenazan con desestabilizarlo tan
pronto como Lars Von Trier se erige como demiurgo de Cinco condiciones. Papel que Von Trier asume sin problemas sumando
al anterior otro de sus hábitos, este generalmente ajeno a la realidad de sus
filmes aunque decisivo en los resultados finales: el imponer una legislación
cinematográfica propia como manera de estimular la creatividad y/o el
aprendizaje a través de una normativa autoimpuesta[4]. Un
catálogo de normas establecido muy
relativamente justificado a veces como terapia personal de un Leth que asegura
echar mano de antidepresivos cuando la cosa se pone fea, otras como mero
ejercicio crítico que comienza en el cortometraje y acaba traspasándose a una
(o varias) manera de entender el cine y su cuestionamiento, los engolados pero
agradables encuentros de Leth con Von Trier, sazonados de caviar y tragos de
buen vodka al mediodía, antes y después de los visionados de los nuevos El ser humano perfecto, Cinco condiciones resulta interesante
como ejemplo pedagógico en cuanto a cada nueva perrería en forma de norma que
sale de la boca de Von Trier, Leth se ve obligado a cumplir y decidir si traicionarse
a sí mismo o seguir fiel a sus principios, e incluso a finalmente transgredir
la norma impuesta cuando se le ha agotado la paciencia sin que haya otra
consecuencia que más normas o… la ausencia de ellas y por tanto también de
referentes que no sean el primigenio El
ser humano perfecto. Cuanto más presiona Von Tier, adueñándose del film de
la cabeza a los pies, fagocitándolo, más se reafirma Leth como realizador
autónomo y más se parapeta en sus principios mientras se despoja de lo que
ahora ve como superfluo y antes podía parecerle primordial en su manera de
entender el cine.
Se diría con lo leído hasta aquí que a cada
nueva versión del cortometraje de 1967 resulta más depurada que la anterior en
intenciones o plasmación, pero eso no es así. El primer El ser humano perfecto no se nos muestra por completo[5] sino
sólo algunos de sus fragmentos, algo que no ocurre con las consecutivos remakes rodados por Leth entre los años
2002 y 2003. Así, el tema de Cinco
condiciones no tiene tanto que ver con El
ser humano perfecto, reducido a mera excusa argumental en el largometraje
que nos ocupa, como con el propio Leth, retratado a cada nueva versión del
corto e interpretación de las instrucciones dadas por Von Trier, a veces de
manera ingeniosa y otras no tanto, y a este último por sus reacciones y su
objetivo de humanizar a Leth a través
de sus ficciones y apoderarse de este al hacerle leer una (falsa pero tan
plausible que podría ser real) confesión escrita por Von Trier como quinto y
último ejercicio, que además versa sobre la relación que mantiene con su
instructor en Cinco condiciones.
Podría decirse que si Leth demuestra en el
largometraje que nos ocupa que vive el cine en cuanto es incapaz de no
arrastrarlo a su propio terreno desde lo “obligado” por Von Trier, este último,
y a través de las versiones de El ser
humano perfecto con las que devora al propio Leth, vive a través de su cine y sus personajes. La
última “condición” impuesta por Von Trier no sólo descubre a Leth -cuya
existencia real mostrada bajo los
parámetros documentales mencionados se confunde con la ficcionada como protagonista de algunos de los cortometrajes como
un todo indivisible- como lo que no ha dejado de ser durante todo el metraje de
Cinco condiciones, una marioneta en
manos del realizador de Dogville,
sino que además lo hace de manera tan consciente y artificiosa (obligándole a
leer un texto al que sólo pone la voz aunque visto lo visto podría, y sólo podría,
haber puesto también su contenido) que muy fácilmente podría ponerse en duda el
que efectivamente Leth haya sido absorbido por Von Trier y no sea todo una
prefabricada ilusión de poder de este último que pone en duda las siempre
dudosas fronteras entre documental y ficción.
Los fragmentos documentales, que tanto
recogen los por lo general amables cara a cara entre ambos como el periplo y
las refunfuñadas reflexiones en voz alta de Leth sobre como satisfacer los
caprichos de Von Trier, se ponen de este modo y concretando el fantasma que
planea sobre toda la película, definitivamente en tela de juicio. La ficción
contamina el documental y viceversa hasta lo indivisible en el último de los
ejercicios en el que la figura de Von Trier y la de Leth se confunden llegando
a una especie de pacto en el que ambos pueden romper su relación y el
realizador de El ser humano perfecto
puede volver a ser libre, con todo lo aprendido, de la influencia de Von Trier,
que no parece capaz de hacer lo propio consigo mismo. Algunos instantes
aislados de estos fragmentos documentales, con inmorales comilonas en
paupérrimos mercados indios llenos de indigentes o mendigas pidiendo al otro
lado de la ventana del taxi que lleva al engolado Leth al lugar del rodaje,
logran ser más punzantes y reveladores (y tremendamente próximos, una vez más,
al cine de Von Trier hasta bajo el punto de vista de Leth) sobre ese “ser
humano perfecto” que se mira el ombligo una y otra vez enamorándose a cada
vistazo que lo que los abstractos cortometrajes llegan a ser jamás. Cinco condiciones es todo lo anterior,
pero podría muy bien ser nada de eso en absoluto.
Lo que puede extraerse de ella, carente de por
lo general de asideros narrativos o emocionales fuertes tanto en los sucesivos El ser humano perfecto como en su
aspecto documental, formalmente intercambiable con el más ramplón de los
reportajes, resulta más interesante que su algo cansino visionado, estando Cinco condiciones huérfana de los
arrebatos formales del mejor cine de Von Trier, al igual que las reuniones de
Leth y su compatriota, al igual que sus a veces algo crípticas peleas
dialécticas, resultan más satisfactorias para el interés del espectador con sus
cuestionamientos y reflexiones igualmente teóricas, que unos cortometrajes,
algunos de más interés que otros, que cumplen más como invitación al debate al relacionarlos con la
vida que los rodea fuera de la pantalla que en sí mismos considerados. Por todo
ello, la película que nos ocupa puede servir como ejercicio teórico sobre temas
como la relación entre ficción y documental, la creatividad como forma de
sortear limitaciones impuestas, la porosa relación entre cine y realidad, ética
de la representación en imágenes y, entre otras más pero siendo esta una de las
de mayor calado, obra y creador… lo que lleva a la más enigmática e interesante
cuestión, la más perturbadora del film por próxima en la vida de cualquiera
bajo las formas más cotidianas, afortunadamente sin responder y que surge de Cinco condiciones pudiendo hacer trastabillar
hasta el derrumbe la credibilidad del film como documental dependiendo de su
nada fácil resolución: ¿Qué retorcidos motivos llevan a Jørgen Leth a someterse
al programa de “reeducación” de Lars Von Trier sin cuestionar en ningún momento
su autoridad ni sus instrucciones aún cuando son plenamente contrarias a sus
convicciones morales y/o cinematográficas?
Título: De Fem Benspænd. Dirección: Jørgen Leth y Lars Von Trier.
Guión: Jørgen Leth y Ole John. Producción: Laterna Films. Dirección
de fotografía: Henning Camre y Ole John. Montaje: Camilla Skousen y Morten Højbjerg. Música: Henning Christiansen y Shigeru Umebayashi. Año: 2003.
Intérpretes: Lars von Trier (Él mismo), Jørgen Leth (Él mismo), Claus Nissen
(Él mismo), Jacquline Arenal (Ella misma), Daniel Hernández (Él mismo).
[1]Nacido el 14 de junio de 1937 en Dinamarca, Leth estudió
literatura y antropología, conocimientos que amplió a ámbitos diferentes pero
tan relacionados con los anteriores al trabajar como crítico cultural para
algunos periódicos daneses durante nueve años. Publicó su primer libro en 1962
y actualmente cuenta con diez compilaciones de poesía de su puño y letra y ocho
libros de ensayo. Empezó a trabajar en el cine en 1963, alcanzando los cuarenta
trabajos en este medio siendo el más popular de todos ellos y el único que el
abajo firmante ha visto de este realizador además de Cinco condiciones: El ser
humano perfecto, fechado en 1967, y que probablemente colaboró en su
coronación como una de las figuras clave del cine experimental (amén de ser una
personalidad en el ámbito del
documental) danés. Leth ha sido también asesor creativo del Instituto
del Cine Danés y profesor universitario, amén de ser uno de los comentaristas
del Tour de Francia para Dinamarca desde 1988 hasta 2005, muy probablemente
debido a sus conocimientos del mundo del deporte y la fama de Leth a partir de
sus documentales deportivos. La publicación de su autobiografía El ser humano imperfecto desató la
polémica en Dinamarca al explicar en ella el haber mantenido relaciones
sexuales con la hija de 17 años de edad de su cocinero durante la temporada que
pasó en Haití, dimitiendo de su cargo de cónsul en dicho país y perdiendo su
puesto como locutor del mentado Tour de Francia, aunque logró recuperar su
puesto en la televisión en el año 2009. Su película El ser humano erótico, que se inspiraba en las relaciones sexuales
del propio Leth con mujeres jóvenes del tercer mundo fue, como algunas de sus
películas anteriores, premiada en algún festival, pero defenestrada por la
crítica. Vivió en Haití desde 1991 hasta 2010, año en el que el brutal
terremoto que asoló el país destruyó su casa.
[2]De nombre Lars Trier y nacido en Copenhague el 30 de abril de
1956, el que hoy por hoy es uno de los directores más deliberada y conscientemente
polémicos del cine europeo se crió en un ambiente cultivado que le puso en las
manos una cámara de super 8 cuando contaba con 11 años de edad. En 1980 entró
en la Escuela de Cine de Copenhague y durante sus estudios ganó algunos premios
por sus trabajos estudiantiles. Durante ese periodo se adjudicó el “von” una
noche que pasó con unos amigos en una sala de montaje de la escuela entrada la
noche. Un maestro intentó echar a la pandilla con el argumento de que era tarde
y debían cerrar el lugar, a lo que los alumnos se negaron en redondo llegando a
insultar al profesor. Este, enfadado, comparó a los alumnos con los hijos de
burgueses de Copenhague y les retó a ponerse el “von” entre el nombre y el
apellido y que así todo el mundo pudiese reconocerlos como tales. El resultado, von Trier fue el único en
hacerlo aunque sólo fuese para emparentarse en nombre con hombres del cine como
Eric von Stroheim o Josef von Stenberg. En 1984, ya graduado, estrenaría su primer
film, la interesante y muy opresiva El
elemento del crimen, tres años más tarde llegaría Epidemic, que no tenido la oportunidad de ver, y tras su versión
para la televisión danesa de Medea,
estrenaría en cines Europa,
conclusión de su llamada Tilogía de
Europa, compuesta por El elemento del
crimen, Epidemic y esta Europa, film visualmente fascinante que
le hizo un nombre entre el público y sobretodo la crítica, éxito aderezado con
algunos comentarios supuestamente escandalosos para la prensa en los que se
describía como “un melancólico danés
masturbándose en la oscuridad ante las imágenes de la industria del cine”.
En 1996, von Trier ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes
con la
intensa Rompiendo las olas, que asentaría algunas de las constantes más
reconocibles de su cine. Convertido al catolicismo, von Trier, admirador de la
obra y métodos del realizador Carl Theodor Dreyer, se autoimpuso un voto de
castidad que tomó forma en el decálogo escrito junto con Thomas Vinterberg que
dio lugar al “movimiento” llamado Dogma 95,
con el que pretendían eliminar, según aseguraban sus miembros, parte del
artificio inherente, en mayor o menor grado, al cine. Von Trier aportaría su
granito de arena al movimiento con Los
idiotas en 1998, cuya impostada transgresión era papel mojado dando como
resultado un film más aburrido, pese a no estar falto de coherencia entre
intenciones y resultados, que enervante o provocador. En el año 2000, von Trier
desembarcaría con Bailando en la
oscuridad, protagonizada por la cantante Björk y con un relativo éxito de
taquilla para una película más o menos musical que funcionaba a trompicones,
muy beneficiada por la entregada interpretación de su actriz protagonista, pero
algo forzada en su pretensión de hurgar en la compasión del público a toda
costa. Tres años más tarde llegaría la interesante, pero demasiado alargada a
mi parecer, Dogville, a la que
seguiría, tras el paréntesis de Cinco
condiciones, Manderlay (que deja
inconclusa la Trilogía U.S.A.
iniciada por Dogville), de la que no
puedo hablar por no haberla visto todavía pero que tuvo una acogida
comparativamente tibia respecto a otros trabajos del realizador que para
entonces levantaba ampollas y se jactaba, no sin algo de razón, de pertenecer a
ese excelso grupo de realizadores que o-te-gustan-mucho-o-no-te-gustan-nada.
La misma suerte corrió la algo ninguneada El
jefe de todo esto, aunque fue curiosamente con uno de sus mejores filmes
(sino el mejor) Anticristo, cuando
fue vilipendiado por la crítica y parte del público en el año 2009 de su estreno.
En el año 2011 llegaría Melancolía y
su expulsión del Festival de Cannes tras afirmar en una rueda de prensa que
comprendía a Hitler argumentando que “Hizo
cosas malas (…) No era lo que llamaríamos un buen tío, pero le comprendo y
simpatizo bastante con él. Vale, soy nazi”. La boutade se saldó con la consideración de von Trier como persona non grata para el Festival y la disculpa
de un realizador algo dado a dar la nota con comentarios, y en ocasiones con
planteamientos fílmicos que sólo ofenden y se perciben como transgresiones
por determinados sectores de la cinefilia, tan prefabricadamente ofensivos (y
por eso, rematadamente chorras) de cara a la galería, que lo hacen más
antipático de lo que sus películas merecen. Actualmente se encuentra montando Nimphomaniac, su próximo film cuyo
estreno se espera para este año.
[3]Método inventado por Max Fleischer en 1912 al crear el rotoscopio,
mecanismo que permite a los animadores diseñar una imagen al usar una
previamente filmada como modelo a modo de calco. Cada imagen animada se dibuja
sobre otra real, empapando la animación de la fluidez y naturalidad de
movimientos propios de una persona real, así como sus expresiones y su entorno.
Popularizado a partir de Blancanieves y
los siete enanitos, el clásico de Walt Disney, cuya animación del Príncipe
fue llevada a cabo mediante esta técnica, la rotoscopia ha contado con otros
referentes de importancia como la adaptación de Ralph Bashki del clásico de la
literatura de Tolkien El señor de los
anillos en 1978. Ejemplos más recientes podemos encontrarlos de la mano de
Richard Linklater en películas como la plúmbea Waking life o la fascinante A
scanner darkly, adaptación del original cuasi autobiográfico de Philip K.
Dick Una mirada en la oscuridad o Chico y Rita de Fernando Trueba, entre
otras.
[4]Algo no muy diferente, igualmente arbitrario y premeditado, fue el
algo espurio fenómeno Dogma 95,
nacido, como no podía ser de otra manera, en 1995 de la mano de Von Trier y
Thomas Vinterberg. Este Voto de castidad
constaba de diez reglas:
1. Los
rodajes tendrán lugar en localizaciones reales, a los que no se podrá añadir
ningún nuevo elemento que no esté allí de antemano. Si algún elemento resulta
imprescindible para el desarrollo de la película, deberá elegirse un lugar que
lo contenga.
2. No se
añadirá sonido o música por posproducción. La banda sonora deberá estar
presente en la realidad de la película y no podrá superponerse a las imágenes a
posteriori.
3. Se
rodará cámara en mano.
4. Las
películas adscritas al Dogma 95 serán
en color y no se aceptará ningún efecto de iluminación artificial aunque, ya me
dirán, se acepta “un pequeño foco”
adosado a la cámara…
5. Quedan
prohibidos los filtros ópticos y los filtros.
6. La
película no puede tener un desarrollo y acciones superficiales. Entendiendo por
los mismos el mostrar armas o que tengan lugar crímenes durante la película.
7. La
película tiene lugar aquí y ahora, con lo que se prohibe la alineación temporal
y espacial.
8. Ningún
film adscrito al Dogma 95 podrá ser
“de género”.
9. El
formato del film debe ser en 35mm.
10. El
director no aparecerá en los títulos de crédito.
De
acuerdo con este decálogo continuamente transgredido por los miembros del Dogma 95, llegaron Celebración del propio Vinterberg y Los idiotas de von Trier, Mifune,
El rey está vivo, el primer Dogma francés Lovers, Julien Donkey boy, Italiano para principiantes y una
muestra española, la risible Erase outra
vez, entre una lista que no deja de crecer. En honor a la verdad y por lo
que un servidor ha podido ver, sólo Los
idiotas y Julien Donkey Boy,
dirigida por Harmony Korine aprovechan las relativas posibilidades del
“movimiento”, la mayoría de cuyas películas (o más, todas a excepción de las
dos mencionadas) podrían haber sido filmadas de manera digamos “convencional”
sin que hubiese variado en absoluto la impresión final que producen en el
espectador, independientemente de sus mejores o peores resultados. De este
modo, el Dogma 95 resulta mucho más
interesante como prefabricada provocación, muy rentable para los que
colaboraron en ella, para un determinado público que se ofende por nimiedades
como esa, y como plausible muestra de mercantilización de algunos de los
lugares comunes de la transgresión cultural que como la pólvora mojada que
fueron en gran parte sus resultados en forma de películas a veces entretenidas,
algunas a considerar y prácticamente ninguna mínimamente turbadora.
[5]Aunque sí puede verse en su totalidad en los extras de su edición
en DVD de la mano de la distribuidora
Divisa.
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