Palestina, año
cero. Un hombre y una joven mujer encinta asisten mudos de asombro a las
palabras entonadas por un andrógino infante de ojos claros y voz decidida: Él
será el padre terrenal del hijo de Dios Todopoderoso, cuya palabra hecha carne
y hueso en el vientre de Ella se prepara para llegar al mundo de los hombres.
Con esta sencillez formal y tonal, desprovistas sus imágenes de todo subrayado religioso
más o menos evidente, da comienzo la adaptación, al parecer literal, del texto del apóstol Mateo
llevado a cabo por el siempre controvertido Pier Paolo Pasolini[1]
bajo el, este sí, clarificador título de El
evangelio según San Mateo. Un evangelio convertido al celuloide que deja
atrás todo posible fasto visual, toda épica tantas veces adjudicada -a veces
para lo bueno y otras para lo malo- al llamado cine religioso, para atemperar los
rasgos de todos los que lo pueblan hasta concentrarlos en puro y huesudo
arquetipo. Así, al mentado anunciamiento de la próxima llegada del Mesías, le
sigue la decisión de un rey que envía a tres de sus más venerables emisarios,
que han visto el nacimiento del niño escrito en las estrellas, a rendir
pleitesía al ya recién nacido con la intención de asesinarlo, creyéndolo con
razón capaz de derrocar su reinado. Pero Herodes (Amerigo Bevilacqua) ve
truncados sus planes de enviar a los tres Magos de Oriente como inconscientes
voceros del paradero de Jesucristo con la huida de María (Margherita Caruso) y
José (Marcello Morante) junto con su hijo, advertidos del peligro que corren
por el Arcángel Gabriel (Rosanna Di Rocco)… lo que desatará la matanza de todos
los niños de Belén por mandato real. Del mismo modo, un adulto Jesucristo
(Enrique Irazoqui) recibe el bautismo por parte de su primo a orillas de un
río, dando inmediato comienzo su retiro por el desierto, sin indicarse jamás en
la película que es Juan Bautista (Mario Socrate) el que hace honor a su nombre
a orillas del río Jordán[2]
con esta ceremonia que dará paso a un peregrinaje de cuarenta días y noches.
Nada se contextualiza
ni se especifica, sino que se apuesta por la abstracción. Todo lo explicativo,
ya sean los nombres de los hombres y mujeres que intervienen en la narración,
sus motivaciones, o muchos de los rasgos que les ha ido sumando el folklore
popular con la inestimable (pero no única) aportación de lo cinematográfico, es
omitido o, como poco, rebajado[3].
Y la identidad de todos los hombres y mujeres de mayor o menor importancia en
los treinta y tres años de la vida de Cristo abandonada a lo reconocible de las situaciones
someramente descritas en las diferentes estampas que componen el inicio de El evangelio según San Mateo. Esta ansia
descriptiva es reforzada por una batería de recursos estilísticos que cuenta
entre sus armas con una naturalista fotografía en blanco y negro plasmada en
unas imágenes deliberadamente sucias
llenas de reencuadres y envejecidos zooms,
una iluminación escasamente contrastada que se diría tan poco enfatizada como
casi todo lo que atañe a la escenografía, la dirección de actores no
profesionales y una planificación con la distancia y el estatismo como tónica. Así,
y gracias a todo lo anterior, El
evangelio según San Mateo resulta una película mucho más próxima a los
postulados de una determinada manera -la que a día de hoy se diría la más
estereotipada- de entender el cine realista
(o neorrealista) que de la épica que el film de Pasolini rehuye una y otra vez
en aras de hacer de su visión del texto de Mateo[4]
una especialmente próxima, por física
y curiosamente desdramatizada.
Una
naturalidad que no evita, y para bien, un paradójico regusto pictórico en
algunos de sus encuadres. Encuadres que nada tienen que ver con pinturas con el
evangelio o la figura de Crsito como inspiración, y que por ello dan la
sensación de que El evangelio según San
Mateo busca un canon estético propio en el que los personajes que aparecen
en plano componen silenciosas estampas, tan naturales como visiblemente premeditadas.
Este estira y afloja entre un leve esteticismo y la naturalidad, contrarios que
se armonizan en el fondo religioso del film y la figura de un Cristo muy
alejado de la figura de melena corta y mirada piadosa a la que la historia del
arte nos tiene acostumbrados, distancia a El
evangelio según San Mateo del grueso de las formas de representación
propias del cine religioso, pero también y en un aspecto mucho más interesante,
la separa de algunos de los lugares comunes de la fe católica entendida desde
los púlpitos de la iglesia como algo ajeno a toda cotidianeidad. Dando como
resultado y una estructura formal que
niega todo puente con un mundo que no sea el nuestro, pero cuyo contexto
religioso es más fruto de la complicidad de un espectador más o menos conocedor
de las situaciones narradas en el evangelio que del subrayado que de estas
pueda dar El evangelio según San Mateo.
A cambio, las emociones reflejadas en los primeros planos de los rostros de los
apóstoles, los cerradísimos encuadres de las miradas de gratitud hacia el
Mesías por parte de aquellos que se han visto bendecidos por su gracia, o en el
tramo final de la película, los planos que recogen el terror de Cristo ante su
muerte inminente que sin embargo acoge estoicamente, devienen elementos
dramáticos de primer orden, situando la empatía y la emotividad por delante del
dogma y la teología más desapegada.
Gracias a esta
proximidad, provocada por el ambivalente realismo antes explicado, Pasolini
pone el discurso evangelista a la altura de los ojos del público, logrando
además que los hechos descritos en su film no parezcan los propios de una
fábula o parábola moral, sino acontecimientos reales por, insisto, físicos,
emocionales y materiales en una
película descriptiva en la que lo que se ve quizás no sea toda la verdad, pues abundan los signos de una vida posterior a la
terrenal, pero sí algo tan verdadero como tangible. Más aún, esta curiosa
estrategia de adaptación del texto, que aboga por tratar algo tan etéreo como
la fe desde una perspectiva material, resulta decisiva para hacer de El evangelio según San Mateo la
interesantísima película que es. En un mundo mostrado de forma tan frontalmente
física, considerablemente silencioso y repleto de tiempos muertos en los que
los personajes contemplan atónitos lo que ocurre, la aparición de un adulto
Jesucristo supone una revolución que Pasolini ya marca desde el principio como
una perturbación del orden formal de la película, que a partir de entonces pasa
a centrarse muy atentamente en Cristo como epicentro dramático. Así, el Mesías pasoliniano es, en contraste con el
resto de expectantes personajes que lo rodean o lo siguen, básicamente un verbo
ambulante, un articulado profeta que va de aquí para allá dando lecciones a todo
aquel que quiera escucharlo atraído por su creciente leyenda, pero que hace
honor a su misión de llevar la palabra de
Dios a los hombres y mujeres, siendo precisamente ese, su cualidad de
comunicador entre Dios y la humanidad, el motivo de su existencia y
prácticamente su único rasgo destacable.
De esta
manera, el leve esteticismo formal que echa raíces en un pictórico estatismo y
en el silencio, tal y como se comenta algo más arriba, es soliviantado por un
Jesús en perpetuo movimiento y con una incontinencia verbal tan mecánica en su
desarrollo que sus apariciones parecen incorporar a veces su propia parodia.
Sus andares, que sólo se detienen para que el Mesías pueda reflexionar en voz
alta antes de darse media vuelta y seguir su camino mientras los apóstoles
intentan no perder comba, son quizás lo más cansino del visionado de el El evangelio según San Mateo, pero
también lo más interesante de la misma a nivel teórico. Los cuarenta días y sus
respectivas noches que Cristo y sus doce fieles vasallos pasan en el desierto
son comprimidos por Pasolini a un escaso cuarto de hora en el que las
ideas de viva voz de Cristo se suceden
las unas a las otras sin cesar, saltando de un día y noche a la siguiente por
corte y sin preaviso. Y esta primera muestra de una verborrea que trasciende lo
físico para establecer una mirada moral (y católica) sobre un mundo a la espera
de una visión es sólo la primera de
un film que a partir de entonces siempre tendrá la voz de Cristo como un
ininterrumpido rumor de fondo. Su palabra es lo único que parece importar y,
consecuentemente, la película se supedita a ella en su totalidad a modo de
amplificador de una ideología que poco a poco se construye como una prolongación
de la sensación de proximidad que se destilaba de la puesta en escena del film.
Porque alejado de todo fasto épico o
afectado, el evangelio de Mateo visto por Pasolini y expresado en boca de su
protagonista[5],
se reviste de un sorprendente y esperanzador sentido de la justicia casi
inaudito en un cine religioso de raigambre por lo general más teológico en su
vertiente autoritaria que, como en este caso, en su vertiente humanista. Un
punto de vista, ni mejor ni peor en sí mismo considerado, que la puesta en
escena del director no hace sino reforzar hasta lo indivisible el discurso
divino articulado por Jesús, una filosofía de la que participa la propia
película de Pasolini hasta convertirla primero en su médula ideológica… y al
poco tiempo en su mensaje para el público,
planteado como universal desde el momento en el que la película se zafa de toda
contextualización histórica fruto de la eliminación de cualquier elemento
simbólico más o menos trillado o exclusivo de la religión católica[6].
Vista así, El evangelio según San Mateo abraza el
más despreocupado panfleto, pero gracias al contraste que se da entre la
palabra de Dios en boca de Cristo como expresión de la Fe (lo etéreo) con la realidad que lo rodea (lo
físico, el opaco mundo descrito por
Pasolini ante nuestros ojos) aparecen los afortunados matices. La palabra,
poderosísima arma en El evangelio según
San Mateo, capaz de socavar el rumbo político de una sociedad egoísta y
viciada, se enfrenta como contagioso agente de la resistencia a ambos lados de
la pantalla con el mundo en el que se expresa. Un lugar injusto y a la espera
de una llamada, encarnada por Cristo
que guíe a la humanidad por el camino recto, y cuyo mensaje divino corre el
peligro de perecer en una batalla que parece más que desigual, sino
completamente imposible. Bajo ese punto de vista, y tal y como se plantea el
film de Pasolini, es casi imposible no plantearse la figura de Cristo como la
de un hombre a medio camino entre lo visionario y lo enloquecido. Algunas
secuencias certifican lo primero, mostrándolo andando sobre las aguas, o
multiplicando panes y peces para alimentar a una multitud hambrienta, en escenas filmadas con una afortunada sencillez
que las hace más reales y creíbles,
como si la naturaleza divina de las cosas tal y como son mostradas en el film
fuese parte invisible e intangible de ellas… y sólo hiciese falta un despertar espiritual de lo físico que la
propia película no deja de ilustrar una y otra vez para revelarlas. Pero otras,
las que enfrentan a Cristo con los molinos de viento que supone la pátina
realista del film, lo hacen parecer un loco desamparado e impermeable a lo que
lo rodea, un integrista con causa que sólo vive para dar un ejemplo muchas
veces más verbal que de facto. Las últimas escenas del film, las que muestran
la humillación y posterior martirio en la cruz del Mesías, suponen la prueba de
fuego de un hombre obligado a estar a la altura de sus divinas palabras, de las
lecciones espirituales que obligan al cuerpo a soportar el dolor sin poder
esquivar su destino.
Y este
enfrentamiento entre lo físico y lo espiritual, siempre cimentado por la relación
que se produce entre el aspecto audiovisual del film y el discurso oral que
contiene y que acaba, a base de insistir, por apoderarse del discurso político de la película en su
totalidad, se extiende como una productiva mancha de aceite por todo el metraje
del film. Así, El evangelio según San
Mateo es una película que habla de la fe desde lo material, que hace una
apología de lo social a través de un discurso izquierdista emitido desde unos
presupuestos ideológicos considerados incompatibles con aquellos, como pueden
ser los católicos, suponiendo así la confluencia de ideas aparentemente tan
alejadas como las que gobernaban la mentalidad del propio Pasolini, como el
ateísmo y el comunismo, y las que lo hacían en la de Cristo, como podían ser la
fe en una autoridad moral superior por encima de todas las cosas y los milagros
descritos en la película y en el texto en la que se basa.
Así, lo más
interesante de todo lo expuesto en El
evangelio según San Mateo, y consecuencia de todo lo anterior, no reside en
mostrar la fe católica como un acto de resistencia ante los poderes fácticos
tal y como puede verse en la película continuamente, ni tampoco en hacer de dicha
fe una forma de entender el mundo que revela una Verdad oculta, como se
desprende de la puesta en escena servida por el realizador. Lo que sitúa el
film de Pasolini como una muy interesante película a contracorriente es que El evangelio según San Mateo, debido a
su contradictorio carácter capaz de armonizar lo manierista con lo expositivo,
lo aparentemente sencillo con una considerable complejidad, y lo espiritual con
lo terrenal, proponga la fe no como una anestesiante certeza o únicamente como
sacrificio, sino como conflicto.
Título: Il vangelo
secondo Mateo. Dirección y guion:
Pier Paolo Pasolini. Producción:
Alfredo Bini. Dirección de fotografía:
Tonino Delli Colli. Montaje: Nino
Baragli. Música: Luis Bacalov. Año: 1963.
Intérpretes: Enrique
Irazoqui( Jesucristo), Margherita Caruso (joven María), Marcello Morante (José),
Mario Socrate (Juan Bautista), Rosanna Di Roco (Arcángel Gabriel), Settimio Di
Porto (Pedro), Alfonso Gatto (Andrés), Luigi Barbini (Santiago), Giacomo
Morante (Juan), Giorgio Agamben (Felipe), Guido Cerretani (Bartolomé), Rosario
Migale (Tomás), Elio Spaziani (Tadeo), Enzo Siciliano (Simón), Otello Sestilli
(Judas), Feruccio Nuzzo (Mateo).
[1]Para los que deseen leer un resumen sobre la vida y carrera del
realizador italiano, pueden revisar la primera de las notas al pie de página de
la entrada dedicada al film Pajaritos y
pajarracos, publicada en este blog en el mes de septiembre de 2013.
[2]En realidad, el rodaje de esta escena tuvo lugar en el sur de
Italia, al igual que toda la película pese a los deseos del productor de rodar El evangelio según San Mateo en Tierra
Santa. Algo a lo que Pasolini se negó tras la visita hecha por ambos al estado
de Israel y Palestina, y recogida en el documental Sopralluogh in Palestina, según parece de visionado más que
recomendable.
[3]Al parecer los más puristas criticaron en su día los múltiples
anacronismos visuales, especialmente en lo que a la vestimenta de los
personajes se refiere, que se dan en El
evangelio según San Mateo. A lo que Pasolini respondió sin el más mínimo
problema que efectivamente había echado mano de los casi dos milenios de
representación artística de Jesucristo y los evangelios y que los había
mezclado a placer con la única condición de que el resultado final fuese
visualmente afín a sus propósitos.
[4]Una curiosa elección como proyecto cinematográfico para alguien al
que hasta entonces se había etiquetado como ateo. Una falta de fe que le había
dado fuerzas para encarar su socarrón fragmento La ricotta para la película episódica RoGoPaG (co-dirigida por Robert Rossellini, Jean Luc Godard, el
propio Pasolini y Ugo Gregoretti, las primeras letras de cuyos apellidos forman
el título de este muy irregular film) y que le merecería una condena penal por
obscenidad y blasfemia, pero que tras una iniciativa del Papa Juan XXIII -que
pretendía tender puentes entre la iglesia y artistas considerados no católicos-
pasaría a un segundo término. Según parece, durante la larga espera del
realizador en un hotel de Asís, mientras aguardaba la llegada de Juan XXIII que
había quedado atrapado en un atasco en las calles ciudad, Pasolini leyó unos
pasajes del Nuevo Testamento que lo cautivaron hasta que acabó por leer los
cuatro evangelios de cabo a rabo. Eligió el de Mateo por considerar los demás
demasiado exagerados o relamidos para su gusto, y dedicó el film al concluir su
rodaje al ya difunto Papa, que nunca pudo ver el fruto de su iniciativa. Tras
el estreno, Pasolini se declaró sorprendido por el hecho de ser considerado
como ateo, redefiniéndose a sí mismo como un no creyente con nostalgia de fe,
aunque no fue el único no creyente que participó en El evangelio según San Mateo. Joaquín Irazoqui, el actor que
interpretaba a Jesús, era un sindicalista español de sólo 19 años de edad que
inicialmente rechazó la oferta de Pasolini para que interpretase al Mesías,
arguyendo en su agnosticismo que “tenía cosas mejores que hacer”, como
buscar ayuda en Italia para su lucha antifascista en el estado español regido
por Franco, aunque finalmente aceptó el papel.
[5]Sea casualidad o no, la fusión entre la figura de Cristo y la del
propio Pasolini a ojos de este último sería algo plausible desde el momento en
el que película y personaje comparten visión del mundo y que la madre del
realizador, Susanna Pasolini, interpreta a la anciana María, madre del mesías
en el último tramo de su vida.
[6]Subrayando esta tendencia universalista del film, Pasolini cargó
la banda sonora de la película con la partitura original de Luis Bacalov, la
inevitable Pasión según San Mateo por
J. S. Bach utilizada en ocasiones (como en la matanza de los niños de Belén a
manos de las tropas de Herodes) como siniestro presagio de la cruz con la que
Cristo deberá cargar sobre los hombros durante el fin de sus días y muerte
hasta resucitar, o el Gloria de la
Misa Luba congoleña, entre algunas otras… Pero todas incluidas en el film con
el confeso objetivo de hacer de este un tapiz de las diferentes visiones
sagradas pertenecientes a distintas culturas y regiones del mundo.
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