No se dejen
despistar por la aprovechada traducción del título original de esta película al
castellano. Sucesos en la cuarta fase
nada tiene que ver con bondadosos extraterrestres venidos del espacio sideral, mostrados
bajo la benevolente batuta de Steven Spielberg[1].
Los visitantes de este primer y único largometraje de ficción del mítico diseñador
de títulos de crédito Saul Bass[2],
ya eran huéspedes de nuestro planeta mucho antes que nosotros. No llegaron del
cielo, sino de un inabarcable subsuelo que no han abandonado en millones de
años, viviendo entre nosotros a una escala tan diminuta que han pasado
desapercibidos al orgulloso ojo humano
que se cree centro y medida de todas las cosas. Los invasores de Sucesos en la cuarta fase son las hormigas.
Insectos que, tras unos extraños fenómenos cósmicos de imposible explicación
científica, abandonan todo conflicto entre sus diferentes especies y clanes, se
unen para eliminar metódicamente a sus mayores depredadores y, con una
inteligencia equiparable a la humana pero aparentemente desprovistos de su
libre albedrío, se organizan como uno solo para tomar el control sobre la
Tierra y todo lo que hay en ella.
Pero tampoco
se dejen engañar por lo aparentemente trillado del punto de partida de Sucesos en la cuarta fase, ya que su
desarrollo y muy especialmente su planteamiento formal, dista mucho de algunos,
por no decir todos, de los lugares comunes del cine con insectos o animales
asesinos con los que la naturaleza toma su revancha para con una especie humana
siempre demasiado segura de sí misma y de su privilegiado lugar en el Orden
Natural. No encontrarán en el film de Bass a peluches de proporciones
gigantescas fruto de la habilidad del departamento de efectos especiales,
enfrentándose a aguerridos militares o taciturnos científicos, aunque sí hay
enfrentamientos y ciencia entre los humanos y los insectos de Sucesos en la cuarta fase, hormigas tan
diminutas como las que conocemos que aquí, gracias a las lentes usadas para captar sus idas y venidas, ocupan todo el perímetro del plano en
pantalla con un grado de detalle inquietantemente equiparable al que recibiría
cualquier ser humano en una producción cinematográfica al uso. Porque todo en esta película es, en muchos sentidos, cuestión de
escala.
Ya desde la
primera escena, Sucesos en la cuarta fase
asienta con sencillez sus muy particulares bases formales que acaban por ahondar
en un discurso de inesperado calado. Tras asistir a unas curiosas y algo
envejecidas imágenes que muestran los extraños acontecimientos astronómicos
mencionados algo más arriba, una voz -de la que nos se nos muestra el
propietario- se dedica a desgranar mecánicamente las consecuencias que estos provocaron
en las hormigas. Momento considerado por la película como el inicio de la Fase I, la primera de las cuatro que
serán mostradas en el film como parte de un proceso
siempre narrado en pasado. Es decir, desde su finalización. Esta frialdad
expositiva, entonada como si se tratara de la lectura de un informe científico,
se ve reforzada por las imágenes que van pasando ante los ojos del espectador
al compás de una psicodélica melodía que las dota de un punto siniestramente
alucinógeno por increíblemente real.
Imágenes documentales tremendamente inquietantes por la frialdad que
desprenden, capturadas por el fotógrafo Ken Middleham[3],
de hormigas, algunas solas, otras en auténticos hervideros de insectos. Rondando
por oscuros túneles, atacando a otros insectos con una agresividad pasmosa viniendo
de seres cuya inexpresividad sólo hace que subrayar la impenetrable frialdad de
lo que se expone, ya sea poniendo sus larvas o zanjando sus violentísimas
disputas de todos contra todos de la noche a la mañana, esta primera y
fascinante secuencia abre los ojos a un mundo nuevo, que en fondo no podría ser
más antiguo. Pero así, y cobrando sentido bajo la voz que narra
desapasionadamente las actividades del creciente hormiguero, transcurren cerca
de cinco minutos del film compuestos por imágenes en las que la planificación
con la que se recogen las acciones de los insectos, crea una suerte de
narrativa humanizada, pese a que los
seres humanos aún no han hecho acto de aparición en Sucesos en la cuarta fase.
Y los dos
hombres, James Lesko (Michael Murphy) y el Doctor Ernest Hubbs (Nigel
Davenport) enviados por élites gubernamentales para investigar las
desapariciones y muertes de muchos de los animales de la zona desértica en la que
tiene lugar todo el film, son mostrados siempre distantes y de reacciones
extrañamente desapasionadas. Se diría que su forma de relacionarse con el mundo
que los rodea, de una escala que el realizador de Sucesos en la cuarta fase ha perturbado para su público desde el
primer plano, sufre de un inasible decalaje quizás debido a la ignorancia sobre
la realidad de los habitantes del subsuelo que sí, y de forma muy próxima,
conoce el espectador. Así, ambos hombres son, como se decía, observados desde
una distancia científica muy similar
a la utilizada por Bass para mostrar a los insectos, que aborta toda
espectacularidad o subrayado formal, haciendo de Sucesos en la cuarta fase un film con el naturalismo como
inesperada bandera. Ya sea respecto a su aspecto formal o a un guión cuya
opacidad (llena de palabrería científica no demasiado trabajada) se ve muy
realzada por la opción estética elegida por Bass. Bajo esta perspectiva, la
historia narrada en Sucesos en la cuarta
fase se ve despojada de todo elemento más o menos genérico reconocible o cómplice con un público mínimamente bregado
en una película con un punto de partida como el que nos ocupa. No hay
claroscuros en la diáfana fotografía, que hace transcurrir gran parte de la
acción bajo un sol de justicia o en interiores casi siempre iluminados, no se
busca el sobresalto o componer una atmósfera de tensión, sino provocar angustia
a partir de las ideas que se desprenden de la puesta en escena, antes que del
guión. Eso no significa que esta opacidad, ayudada por una puesta en escena más
expositiva que explicativa, no sea capaz de crear un muy bien narrado relato
claustrofóbico, alrededor de un diminuto grupo humano enclaustrado en una base
científica que lo aísla de la amenaza exterior, pese a que implica un ritmo
moroso en el que nada importante
ocurre, con una lógica similar a la de un informe en el que todo tiene un lugar
cuya importancia está aún por determinarse. Pero este naturalismo, que licua
hasta lo irreconocible el irritante conato romántico que se perfila en algunos
momentos del film o la locura propia de un prototípico mad-doctor que asalta a uno de los científicos, también impulsa la
película más allá de sus humildes ambiciones propias de la más honrosa serie B sobre
el papel para alcanzar un grado de inquietud más abisal que lo que la habitual
deriva formal de argumentos similares al que nos ocupa podría hacer pensar[4].
No en vano, la
inicialmente curiosa pero luego turbadoramente definitiva estratagema formal mencionada,
logra transmitir una seriedad en el tratamiento del guión que una vez se ha
contagiado desde los pocos minutos del comienzo del film a los espectadores,
provoca una inquietud que agrieta la normalidad
de algunas de las conductas humanas mostradas en la película hasta equipararlas
con las de los insectos, en un efecto reforzado por la mentada distancia formal
que iguala en motivación y actitudes a ambas especies. Además, el film de Bass
se dedica a rizar el rizo alrededor de esta idea, y refuerza los aires
apocalípticos al situar Sucesos en la
cuarta fase en el desierto de Arizona, en los Estados Unidos de América, lugar
en el que no parece existir ningún atisbo de civilización humana, a excepción
de la base científica en la que los deshumanizados hombres, a los que se unirá una joven huérfana
llamada Kendra (Lynne Frederick), se refugian… y cuya poliédrica estructura
evoca antes una posible civilización extraterrestre que humana. Dos polos
-alienígena y homínido- considerados opuestos, que numerosos elementos de Sucesos en la cuarta fase van limando
hasta hacerlos muchas veces indistinguibles, y en ocasiones diferentes pero
siempre en detrimento de una humanidad que actúa de forma tan utilitaria como
se presupondría a los insectos, que a su vez y ya desde la primera y comentada
secuencia parecen humanizarse a ojos
del público. Kendra se pasa gran parte del metraje sumida en un irritante estado
catatónico que la hace tan distante y deshumanizada
como impredecible en sus explosiones de agresividad y pánico, tan imprevisibles
como los ataques de las hormigas. Por otro lado, la analítica mente del Doctor Hubbs,
dotado de una insensibilidad capaz de sacrificar la reducida colonia humana
confinada en la base sólo para no poner en peligro su misión científica, es equiparable en su integrista Todos a Una al
de las propias hormigas, capaces de sacrificarse a sí mismas por el bien de la
colonia. Suicidios que podrían hacer pensar, en el caso de los insectos, en
conductas incomprensibles para cualquier ser humano por su funcionalidad, pero
que pronto son igualadas por el bando homínido cuando Kendra se ofrece como
víctima sacrificial a los insectos, algo que poco después hará Hubbs, sin que
ninguna de las dos muertes pueda ser vista como inconsciente, sino como honroso
y humano sacrificio... Incluso la
figura del héroe, personificado aquí
en Ernest, es puesto en duda como valiente ser humano capaz de sacrificarse por
la especie al igualar su abnegación, gracias a la inestimable colaboración de
la fría (o, repito, científica)
puesta en escena de la película, con la de las numerosas hormigas soldado que
son enviadas a morir para asegurar la perpetuación de la colonia. Pero también
hay esporádicos instantes en Sucesos en
la cuarta fase en los que se hace patente la mentada distancia entre ambas
especies: la actitud de los insectos para con sus muertos, cuyos cadáveres
depositan casi de forma respetuosamente marcial,
en hileras entre las que rondan con aire fúnebre sus compañeras de fatigas, contrasta
sobremanera con la apabullante insensibilidad con la que el Dr. Hubbs desprecia
los cadáveres de tres muertos provocados por una decisión suya, mostrados en
una serie de imágenes de perturbadora y gélida belleza. La escena en la que la
pareja de ancianos Horton, (Alan Gifford y Helen Horton) y su acompañante Clete
(Robert Henderson), igualmente de edad avanzada, intentan huir de las
depredadoras hormigas que arrasan con todo a su paso hasta morir con ellas en
los alrededores de la base científica al ser ahogados en insecticida, está
filmada y montada en Sucesos en la cuarta
fase de forma harto reveladora. Bass monta las imágenes que muestran la
agonía de hombres, mujeres, y hormigas, encadenadamente y dando un idéntico
tratamiento a las muertes de unos y otros, situando la frialdad de Hubbs a la
altura de la de la Reina Hormiga que envía a sus tropas a sacrificarse por un
bien mayor. Siendo esto último subrayado en el guión de la película al hacer
coincidir malintencionadamente en el tiempo la enfermiza búsqueda de la Reina
de la colonia por parte de Hubbs, con la demanda de los insectos que piden al
científico que se entregue a ellos al identificarlo como el líder de la pequeña
sociedad (¿o colonia?) humana. Y hasta Ernest, la mente más lúcida por sensible
del grupo, acaba por esclarecer que han pasado de científicos con las hormigas
como objeto de estudio, a ser objetos de un experimento alrededor de la
conducta humana llevado a cabo por las propias hormigas para convertirnos en
ellas. Algo que, visto lo visto y tal y como el propio Bass arma su película,
era tan sólo una cuestión de perspectiva[5]
y, se diría, de evolución.
Estos
paralelismos, constantes en un guión con escasos diálogos y en el fondo mínima
evolución argumental, podrían haber hecho de Sucesos en la cuarta fase un film de tesis, más o menos ingenioso y a la postre algo desabrido por
distante. Pero la estrategia de Bass, que pasa por el mentado naturalismo
formal que hace preocupantemente creíble lo que se explica en su film, se
alimenta a su vez de un constante goteo de imágenes y detalles de puesta en
escena, que redondean la credibilidad de la arriesgada propuesta de Sucesos en la cuarta fase. Tanto el
inquietante inicio, contextualizado por las monocordes palabras de un narrador
ausente en las imágenes, que sitúa a las hormigas como protagonistas de la película,
o las mecánicas interpretaciones de los actores conviven con imágenes tan
irreales, por desdramatizadas y por tanto normalizadas
pese a lo extraño de su contenido, que producen una bizarra impresión de
familiaridad constantemente perturbada por todos los elementos que componen la
puesta en escena. Científicos enfundados en trajes de aislamiento que los
protegen de cualquier agresión por parte de las hormigas, pero que también les
dan una apariencia tan marciana como la propia base científica en la que se
ocultan, convierten la reconocible superficie arenosa del desierto en una que
en ningún modo sería considerada terrestre. Esta coherente cualidad casi extraterrestre de lo cotidiano en Sucesos en la cuarta fase, adquiere
visos de surrealismo en la imagen más magníficamente irreal de todo el film:
aquella que muestra a la pareja investigadora frente a unos enormes monolitos
construidos por las inteligentes hormigas como muestra fehaciente de su
progresiva civilización y
organización frente a una humanidad que sólo sabe responder ante ella con
violencia, buscando una reacción en las hormigas para así poder analizarlas…
Con fines experimentales tan opacos como las cada vez más comprensibles, por humanas, conductas de los insectos. Esta inherente y
logradísima sensación de extrañeza,
muy meritoria por la escasez de elementos con los que se construye, desemboca
en una especie de “trasvase de empatía” en un espectador que incapaz de
empatizar con la progresivamente antinatural lógica humana mostrada en el film,
se alinea con la de los insectos. Esta muy inquietante fragilidad de la razón y
la lógica humana como baremo vital, ya se deja intuir en Sucesos en la cuarta fase sobre el papel desde el instante en que
los humanos llegan al lugar en el que
viven y evolucionan las hormigas, y no al revés, haciendo de la humana la
especie invasora, y de sus acciones las más agresivas frente a las que las
hormigas sólo pueden defenderse. Y del desierto al que, en su misión, van a
parar, alejado de toda civilización (humana), un sitio reconocible y familiar
por ser de nuestro mundo, pero igualmente extraño
por su pertenencia al mundo de los insectos. No por casualidad, de todos los
planos -conteniendo siempre simbólicos atardeceres, noches y días- que
acompañan la entrada del film en una nueva fase,
el que pertenece a la cuarta y definitiva, es el de un amanecer…. Una
arquetípica salida del sol que no catapulta la conclusión del film a un
perverso -aunque coherente- final feliz debido a la científica distancia con la
que está narrada[6].
Una distancia lógica al tratarse la película en su totalidad, de una narración
testimonial hecha desde el punto de vista de un habitante del nuevo Orden
natural que mira hacia un pasado en el que la Humanidad ha quedado rápidamente
relegada a un paternalista segundo plano en un planeta que ya no nos pertenece.
Algo que a decir de Sucesos en la cuarta
fase, y desde el primer hasta el último fotograma y gracias a la
organización de todos los elementos que la componen, siempre ha sido así.
Aunque, y ahí
reside su grandeza, no nos hubiésemos dado
cuenta.
Título: Phase IV. Dirección: Saul Bass. Guión: Mayo Simon. Producción: Paul B. Radin. Dirección
de fotografía: Dick Bush. Montaje:
Willy Kemplen. Música: Brian
Gascoine. Año: 1974.
Intérpretes: Michael Murphy (James Lesko), Nigel
Davenport (Ernest Hubbs), Lynne Frederick (Kendra Eldrige), Alan Gifford (Señor
Eldridge), Helen Horton (Mildred Eldridge), Robert Henderson (Clete).
[1]Pese a que en el 1974 en el que se estrenó en suelo norteamericano
esta Sucesos en la cuarta fase, aún
faltaban tres años para que Steven Spielberg llevara a cabo el excelente film
que aquí llevaría el título de Encuentros
en la tercera fase, no deja de resultar algo sospechosa la traducción al
castellano del escueto Phase IV
original. Aunque ignoro si el film que nos ocupa fue doblado y traducido (y
estrenado) después de que la película de Spielberg llegara a nuestras
pantallas, no sería de extrañar, vista la imaginación de la que han hecho gala
muchos traductores patrios desde siempre. Más aún si tenemos en cuenta lo
inclasificable de la propuesta de Saul Bass, dentro de los a veces demasiado
férreos parámetros comerciales del cine fantástico o de ciencia ficción, y la
dificultad de poner Sucesos en la cuarta
fase en rentable circulación.
[2]Nombre sólo empequeñecido por los de los directores a cuyas
órdenes trabajó como diseñador de títulos de crédito, Saul Bass nació el 8 de
mayo de 1920 en el barrio neoyorquino del Bronx, destacando por una gran
creatividad ya desde su infancia, que volcaba en su afición por dibujar. Cursó
sus estudios artísticos en el League de Nueva York, y completó su educación en
el Colegio de Brooklyn. Allí, y de la mano de Gyorgy Kepes, un diseñador
gráfico húngaro emigrado desde Alemania al que Bass consideraría su maestro, lo
introdujo en el estilo afín al constructivismo ruso y la Bauhaus. Bass dio sus
primeros pasos en el mercado laboral en la misma ciudad que lo vio crecer,
ganándose el sustento en varias agencias
de diseño, para luego asentarse como free
lance o diseñador gráfico independiente. Pero las dificultades que encontró
en Nueva York para crecer creativamente lo llevó a trasladarse a la ciudad de
Los Ángeles en 1946, donde cuatro años más tarde abrió su propio estudio
publicitario. Y ese fue su modo de vida hasta que fue contratado por el
director Otto Preminger, para que llevara a cabo el póster de su próxima
película: Carmen Jones, en 1954. El
resultado impresionó tanto al realizador de Laura,
que le pidió a Bass que diseñara él también los títulos de crédito del film.
Tras este primer contacto con la industria cinematográfica que le haría famoso,
vinieron los encargos de diseñar los título de crédito de, entre otros, The Big
knife de Robert Aldrich, o La
tentación vive arriba de Billy Wilder, antes de volver a trabajar a las
órdenes de Preminger para llevar a cabo su célebre diseño para El hombre del brazo de oro,
protagonizada por Frank Sinatra. Participó en numerosas películas en idéntico
rol profesional, siendo el de Otto Preminger el nombre más frecuente entre los
realizadores con los que colaboró (y bajo cuyas órdenes llevó a cabo una de sus
más célebres creaciones con los créditos de Anatomía
de un asesinato) pero no el más
reputado. Alfred Hitchcock le encargó en 1958 el mítico diseño del cartel y
títulos de crédito para Vértigo. De entre
los muertos, colaboración que volvería a repetirse 1959 con la clásica Con la muerte en los talones, y con algo
más de polémica, en 1960 con Psicosis.
La controversia, jamás aclarada, vino dada por los rumores que aseguraban que
la planificación de la mítica escena del asesinato en la ducha había sido
ideada por Bass, y no por Hitchcock, lo que muy probablemente sólo hizo que
aumentar la polémica alrededor de un film que ya levantó ampollas en su día por
su atrevimiento. Durante esa década, en la que compaginó sus trabajos para la
industria del cine con encargos de empresas sin relación con Hollywood, Bass se estrenó como realizador de
cortometrajes con los títulos de The
searching eye, en 1964, año en el que también dirigió From here to there, para ganar el Oscar en 1968 a mejor cortometraje
documental por Why man creates, sin
dejar de prestar sus servicios como diseñador de títulos de crédito a otros
realizadores, labor que llevó a cabo codo con codo con su segunda esposa. Dio
el salto a la dirección de largometrajes con la película que nos ocupa, para la
que curiosamente no diseñó el póster (y de forma flagrante, si comparan los
divertidos afiches de Sucesos en la
cuarta fase y los diseñados por Bass) pero que en cualquier caso fue un
fracaso económico de tal calibre que jamás volvió a repetir la experiencia.
Suyos son inicios tan míticos como la colorista apertura de West Side Story, y logos tan
reconocibles como los de United Airlines, Geffen Records, Bell Telephone o el
poster de los Juegos Olímpicos de Los Angeles de 1984. Hacia el final de su
prolífica carrera, Bass diseñó los
títulos de crédito de algunos de los filmes de uno de sus más fervientes
admiradores, igualmente admirado por el diseñador. Uno de los nuestros, en 1990, supuso la primera colaboración de
Saul Bass con Martin Scorsese, con el que repetiría con los muy reconocibles
títulos de crédito de El cabo del miedo,
La Edad de la inocencia o su última
colaboración juntos: Casino, antes de
fallecer un año más tarde, el 25 de abril de 1996. Su inconfundible estilo,
imitado hasta la saciedad y reconocible hasta por aquellos que no saben de la
existencia de Bass, lo certifica como un importante creador de formas capaz de
traspasar las fronteras de lo profesional para abrazar lo popular y uno de los
pocos, casi el único, ejemplos de diseñador de títulos de crédito que rivaliza
en importancia histórica con muchos de los muy reputados directores para los que
trabajó, ya se sean los mencionados más arriba, o Stanley Kramer, Robert
Adrich, Stanley Kubrick o John Frankenheimer, entre muchos, muchos otros.
[3]Para ser justos, habría que situar el nombre de Hiddelman al lado
del de Bass en lo que a mérito formal de Sucesos
en la cuarta fase se refiere. Fotógrafo de investigación de la vida animal
y más concretamente de la de los insectos, Hiddelman ya había llevado a cabo,
tres años antes del rodaje de Sucesos en
la cuarta fase, una película en la que hacía gala de su obsesiva habilidad
para mostrar, a una escala y velocidad nunca vista hasta entonces, la realidad
de insectos, pájaros (el aleteo de un colibrí rondando una flor en cámara lenta
es una de sus más célebres imágenes), o vegetales. Este film, un falso documental
llamado The Hellstrom Chronicle dirigido
por Ed Spiegel y Walon Green, narraba de forma bastante sardónica el ascenso de
los insectos hasta hacerse con el control del planeta. Las grabaciones de
insectos reales, al igual que las que pueden verse en Sucesos en la cuarta fase, tuvieron lugar en estudios que simulaban
el entorno real de las hormigas, creando artificialmente las condiciones
necesarias para que actuaran idénticamente a como lo harían en la naturaleza.
Las imágenes documentales, que eran combinadas por montaje con otras
pertenecientes a películas de terror y ciencia ficción, eran recogidas por un equipo de hasta cuatro directores de
fotografía mediante lentes microscópicas y telescópicas y un tiempo de filmado
que las realentizaba hasta una velocidad propia de la animación fotograma a
fotograma. En Sucesos en la cuarta fase,
Hiddelman cumplió el mismo cometido en solitario, y sin su colaboración esta
película no sería, en absoluto, la
misma.
[4]Habrá quien quiera ver en Sucesos
en la cuarta fase una adaptación de algunos de los lugares comunes del
género de ciencia ficción barata, a
terrenos más propios del realismo o el naturalismo. Aunque una lectura al
respecto es tan posible como respetable, en mi opinión este film dirigido por
Saul Bass dista mucho de ser un mero juego genérico, y su estrategia formal,
lejos de ser un suma y sigue de cara a la galería cinéfila, lleva la película a
terrenos mucho más interesantes.
[5]En este aspecto, verdadera razón de ser de Sucesos en la cuarta fase, el film de Bass se alinea con una de las
más honrosas tradiciones del género fantástico, más generalizada en su
vertiente literaria que en la
cinematográfica, que se dedica a cuestionar lo que entendemos por realidad hasta describir la fragilidad
de todo lo que damos por supuesto. En este aspecto, y aunque algunas de las
imágenes del film que nos ocupa remiten a algunos de los instantes más logrados
del cine de Peter Weir, Sucesos en la
cuarta fase exuda una atmósfera apocalíptica más similar a la que se puede
encontrar en algunas novelas de J.G. Ballard o al perturbador relativismo de
Richard Matheson. Este último, con novelas como Soy leyenda o El increíble
hombre menguante, escritas con mucha anterioridad al rodaje de Sucesos en la cuarta fase, es quizás el
que mejor describe y transmite las dudas y fragilidades de una realidad
voluble, mostrando como nuestro mundo alberga otros muchos de idéntica validez
e importancia, siniestramente siempre a punto de desvelarse a poco que nos
fijemos con atención.
[6]Existió una primera versión de la película en la que Sucesos en la cuarta fase alargaba su
duración alrededor de cinco minutos más, en los que podía verse la nueva
civilización surgida tras la toma de poder de las hormigas, tal y como aparecía
en el guión original escrito por Mayo Simon que algunas voces aseguran se
inspiró en una novela escrita por Barry N. Malzberg. Pero por lo que algunos
han dicho, el grado de surrealismo con el que estos minutos clausuraban la
película puso en contra a los productores, que presionaron a Bass hasta que Sucesos en la cuarta fase se redujera
hasta el corto metraje con el que se estrenó definitivamente.
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