jueves, 21 de marzo de 2013

DESMADRE A LA AMERICANA



 A mediados de los años setenta la revista National Lampoon representó un pequeño hito editorial en los campus universitarios de los Estados Unidos de América. En sus páginas, con el humor como tónica general, podía encontrarse sátira política y parodias sobre elementos de la cultura popular o de actualidad de aquel entonces, con muchos estudiantes de las propias universidades detrás de la mayoría de chistes y escritos que componían la revista editada bajo las órdenes de Doug Kenney, graduado un año antes en la Harvard University en la que aprendió gran parte de lo que podía leerse en National Lampoon. Ocho años más tarde y a través de nuevos colaboradores como Harold Ramis o Ivan Reitman[1] al traspaso al cine de la causa Lampoon fue un entonces casi desconocido y muy primerizo director John Landis el que se puso a la cabeza de la adaptación cinematográfica de las experiencias previas y presentes de una parte de los estudiantes de los college americanos en esas páginas en las que la mayoría de los otros se veían reflejados.

Fue bajo el título de Desmadre a la americana (del National Lampoon’s Animal House original, en una muestra más del talento de los traductores patrios…) como se bautizó la que se considera la primera de las “comedias de y para adolescentes” que desde entonces han asolado las pantallas con bastante desigual fortuna y por lo general olvidables resultados. Desmadre a la americana narra, por decirlo de alguna manera para lo raquítico de su guión que se dedica a engarzar un gag con el siguiente, las peripecias de una pareja de estudiantes que son acogidos por la considerada peor hermandad posible, la Delta, del Faber college en el que tiene lugar la acción del film por unas autoridades educativas tan cerradas como amargadas ante el rechazo de la que se considera la mejor de todas ellas, la Omega… clasificaciones orientadas a objetivos presuntamente pedagógicos que la película de Landis se esfuerza muy mucho en revertir poniendo en el centro de su historia, como no podía ser de otro modo desde entonces, a los desarrapados, los parias universitarios que viven cómodamente a la sombra de la minoría triunfadora que no sólo se esfuerza en sacar adelante sus calificaciones universitarias sino también en perpetuar un estilo de vida tan ejemplarizante como aburridísimo y aséptico hasta la repelencia.
Estos neutrales personajes, los más cercanos a un antipático estereotipo que suma a los odios del espectador un igualmente absurdo del estilo de vida que representan, son retratados como un grupo de repipis más interesados en la competencia con otras hermandades que en un sano escarceo sexual con sus parejas de aficiones tan amablemente militaristas y parodiadas (o no) hasta lo sectario, como su estética de sonrisa de anuncio de dentífrico y exquisitos modales que no logran ni intentan esconder su desdén por todos los que no consideran a su altura. Al otro lado de esa manera de comprender una institución tan respetable como la universitaria y los años de vida que transcurren allí se encuentran los protagonistas de Desmadre a la americana, con poco o ningún interés en las asignaturas que se imparten, o al menos en las calificaciones que se puedan obtener en ellas y resumiendo, “sólo” interesados en hacer de esa época la más divertida de sus vidas, rodeados de amigos y juergas interminables que acostumbran a perpetrar en su propia hermandad, un caserón de tonos cálidos y sombreados con las paredes forradas de pintadas, tan sucio y cochambroso como algunos de sus más ilustres habitantes amén de acogedor refugio en sus mañanas de resaca y centro de operaciones para planear alguna amable, desde este lado de la pantalla, barbaridad contra aquellos que intentan perturbar su eternamente festivo modo de vida[2].

No cuesta mucho imaginar, más allá de la postura de favor del film hacia los habitantes de la cochambrosa y vitalista hermandad Delta ya desde el instante en que se postulan como protagonistas, el que los responsables del original National Lampoon que sirve de base a la película pasaron su años de universidad rodeados de una fauna similar (quizás por eso el film está situado en 1962) a la que se ve reflejada, según parece de forma suavizada respecto a lo que se pretendía inicialmente, en la pantalla[3]. Lo que con el paso de los años y a base de repetirse ha acabado convirtiéndose en pesados estereotipos a merced del saber hacer o no de los guionistas (y de su clemencia con ellos) y directores de películas posteriores se encuentra en Desmadre a la americana en una muy agradable naturalidad que los une en una variedad física y de inteligencia y carácter a años luz tanto de sus apolíneos (a excepción hecha de Kevin Bacon)  y estandarizados enemigos Omega como de su herederos de buena parte de las películas posteriores del género. No estamos ante personajes trabajados ni espoleados por pequeños o grandes conflictos pero sí ante retratos de lo que parecen personas que aún se pueden vislumbrar detrás de las buenas interpretaciones de un emergente John Belushi[4] en la piel de Bluto, un personaje mítico para el público norteamericano que estiró su adolescencia durante la década de los setenta, Tim Matheson, John Vernon, o una guapísima Karen Allen entre muchos otros que acaban conformando una película tan coral como diluida en su estructura “dramática” que parece dejarla sin rumbo desde el guión que parece más bien un collage de diferentes “sketches[5]”, pero que el buen hacer de Landis consigue jugar a su favor para hacerla menos “cinematográfica” y más vívida, tan amorfa como en el fondo es la vida misma y menos sujeta a determinadas convenciones cinematográficas que harían más artificial el film y probablemente habrían ahogado la simpatía y humanidad que se desprende de la película. El carecer de un personaje principal sobre el que pivote Desmadre a la americana en su conjunto parece responder además a una inteligente maniobra por parte de los guionistas que así logran tapar el vacío en el que caería la película si sólo tuviera un protagonista tan desdibujado en el guión como lo son todos los personajes del film y Landis, haciendo gala del endiablado ritmo del que era capaz en los inicios de su filmografía, se libra de tener que asumir un dramatismo que sirva de armazón a la historia y que resultaría tan postizo como contraproducente para con el resultado final. Pero esa frescura que hace tan próximos a los miembros de la hermandad no impide divertidas salidas de tono que se saltan a la torera la lógica narrativa más elemental en aras de hacer reír sea como sea, o barrabasadas que tienen más de inofensiva y muy divertida irreverencia que de una humorada negra en la que muy fácilmente se podría haber caído de no ser por una de las grandes bazas de gran parte del cine de John Landis: el respeto por la causa de sus personajes.

Desde la posterior Granujas a todo ritmo[6] hasta la execrable y de título muy revelador La familia Stupid[7], el apoyo a las más descerebradas motivaciones y maneras de entender el mundo han sido una de las cartas mejor jugadas por el realizador durante su carrera. Y Desmadre a la americana no es en absoluto una excepción, sino uno de sus más logrados y cariñosos ejemplos. Porque a todo lo dicho hasta aquí hay que sumar el hecho de que la mayoría de gags del film consisten en reírse de las barbaridades llevadas a cabo por la más cutre de las hermandades y no por cuando las sufren y que dentro de cierta neutralidad en la planificación que no cae en la asepsia ni en pobreza en cuanto a puesta en escena se refiere encuentra un buen refuerzo en el contrapunto que ofrece la banda sonora de Elmer Bernstein tratando con dramatismo algunos instantes que sin llegar a suponer un drama para el espectador si se perciben de cierta importancia dentro de lo ligerísimo del conjunto… y de tonos mucho más agradables en el resto del metraje. Su sentido del humor, de una blanca incorrección política envuelta en una liberadora suciedad visual[8] sólo manchada ocasionalmente por algunos gags un tanto más pasados de vueltas, más traviesos que agresivos, prioriza lo irreverente sobre lo grotesco o lo escatológico, que también está presente, siendo su comicidad algo tan lejano a cualquier sentimiento de culpa por reírse de las desgracias ajenas, que se sostiene sólo como puro disfrute.  Respecto a ese goce de vivir, como por otro lado también es habitual en el cine del realizador ya desde su primera película El monstruo de las bananas[9], la banda sonora deviene uno de los elementos más importantes de los que componen la vivaz atmósfera que hacen de  Desmadre a la americana la vitalista película que es. El buen gusto de Landis para con la música y su gratificante fijación con el mejor soul y blues que desarrollaría más tarde junto con el propio John Belushi y Dan Aykroyd en otra fantasía anarco-festiva, su siguiente film Granujas a todo ritmo, cristaliza en una escena que sirve además como declaración de principios del film que nos ocupa. Una fiesta de toga en la que un conjunto musical que responde al nombre de Otis and the days (absolutamente geniales, capitaneados por Lloyd Williams) canta febrilmente el Shout original de los Isley Brothers rodeados del grupo de adolescentes que bailan como posesos y a la que Landis dedica un inaudito  espacio de tiempo excesivo desde un punto de vista narrativo (la escena ni aporta ni resta nada al guión de la película) pero además de un placer para los ojos y sobretodo los oídos es también la refutación del placer por el placer como motor de la película que se percibe desde el cariño que se muestra hacia sus personajes hasta lo terriblemente contagioso de sus ganas de juerga, que además y a diferencia de lo habitual en este tipo de películas, no juega a dar gato por liebre en ningún momento.

Landis pasa por alto todo lo potencialmente dramático de la historia y sus personajes sin que se pierda el interés ni llamarlos al orden o a una supuesta madurez, siempre fuera de campo, mal entendida (e incomprensible y casi siempre y precisamente por eso, bajo formas aburridísimas) y obvia de paso cualquier moraleja o paternalismo posible[10], como muchas veces ha ocurrido en películas del subgénero posteriores, que pueda entrometerse en su dionisiaca manera de entender la vida y que por ello acaba en una liberadora y gozosa revancha contra todo lo que, según sus parámetros, indica una gris línea a seguir hacia la madurez. Es esa honradez de principios que evita al film el ponerse por encima de sus posibilidades o pedir perdón por hacer reír sin más pretensiones la que alza Desmadre a la americana como comedia más o menos divertida e irregular como algunas otras propias del “cine adolescente” pero, cosa rara a poco que se piense, químicamente pura, y con el añadido de ser una elegante intrascendencia impulsada por una pletórica, otra rareza más, visión de la vida. Para que luego digan que el aprendizaje empieza y acaba en las aulas.


Título original: National Lampoon’s Animal House. Dirección: John Landis. Guión: Harold Ramis, Douglas Kenney y Chris Miller. Producción: Ivan Reitman y Matty Simmons. Fotografía: Charles Correll. Montaje: George Folsey Jr. Música: Elmer Bernstein. Año: 1978.

Intérpretes: Thomas Hulce (Larry Krueger), Stephen Furst (Kent Dorfman), Tim Matheson (Eric Stratton), Peter Riegert (Donald Schoenstein), John Belushi (John Blutarsky “Bluto”), Karen Allen (Katy), Donald Sutherland (Dave Jennings), Kevin Bacon (Chip Diller).




[1] Reitman, canadiense y amigo de Dan Aykroyd, venía de producir uno de los primeros films del entonces despreciado pero actualmente muy revalorizado David Cronenberg que nos llegó bajo el título de Vinieron de dentro de…, Ramis iría haciendo sus pinitos como actor y director llegando a dirigir un pequeño clásico de culto como es Atrapado en el tiempo, protagonizado por Bill Murray, y la tan alabada en su día como olvidada por gran parte del público Una terapia peligrosa y su secuela. Ambos hombres cruzarían sus destinos con la mítica Cazafantasmas de la que Reitman sería el director y Ramis el intérprete que se parapetaba detrás de sus gafas de intelectual en el papel del cazafantasma Egon, ambos repetirían en sus respectivas funciones en la secuela del film. A modo de apunte, señalar que el hijo de Reitman, Jason, es ahora el reputado director de Juno, Gracias por fumar, Up in the air o Young adult.


[2] Para lograr que la sensación de enfrentamiento fuese más vívida, Landis echó mano de un recurso que ha sido moneda de cambio para otros realizadores más reputados como es el caso del realizador inglés Ken Loach en sus enésimos retratos de la lucha de clases. Landis promovía que las hermandades pasaran su tiempo libre por separado y se fuesen de juerga antes de comenzar el rodaje a fin de hacer más natural la sensación de camaradería que se desprende de la película. De rebote y a decir de algunos de los miembros del reparto, la división y frialdad de trato entre las dos hermandades se prolongó durante y después del rodaje entre el elenco de actores.


[3] Según parece, a Landis le encantó el guión, que le pareció divertidísimo. Pero introdujo algunos cambios en aras de hacer a los personajes más agradables ya que por lo visto, en las primeras versiones del libreto, resultaban tan salvajes y sus acciones tan desagradables que el público difícilmente se hubiese puesto de su parte.


[4] Belushi, por entonces gran estrella de la televisión gracias a sus apariciones en el Saturday night live y aún sin haber entrado en la espiral de drogas que acabaría con su vida sólo cuatro años más tarde, era el único nombre reconocible para el gran público que contaba la película como anzuelo comercial. Hasta que no apareció Donald Sutherland que accedió a participar por la buena relación que mantenía con Landis desde que se conocieron durante el rodaje de Los violentos de Kelly, en la que el realizador de Desmadre a la americana trabajó como actor en un papel secundario, la de John Belushi siguió siendo la cara más reconocible de un reparto que se formó con actores no profesionales o primerizos, algunos reclutados, como es el caso de una jovencísima Karen Allen, cuando aún eran estudiantes.


[5] Característica que aparecía, de forma mucho más obvia y exagerada en el film anterior de Landis, el divertidísimo The Kentucky Fried Movie, que consistía en cortometrajes humorísticos empalmados uno detrás de otro sin ningún nexo de unión entre ellos que no sea pertenecer a la misma película. Probablemente fue la rentabilidad de ese film el que le dio a Landis la oportunidad de repetir la jugada con Desmadre a la americana. Ni que decir tiene, vistas la cantidad de imitaciones que aún llegan a día de hoy, que lo consiguió con creces.


[6] Comentada en este mismo blog en el mes de septiembre del pasado año.


[7] Film de 1997 protagonizado por Tom Arnold y que cae en desgracia por algo tan fundamental como no tener puñetera gracia pese a la insistencia de toda la película en verse divertidísima. Representa, pese al acierto de no hacer consciente del mundo que los rodea a la iluminada familia protagonista en ningún momento, otra mala película más en un último tramo de la carrera de Landis que nunca ha logrado remontar hasta alcanzar el nivel de filmes anteriores como el que nos ocupa.


[8] Una de las características más llamativas de la película que estuvo a punto de no sobrevivir en su paso al formato Blu-Ray, afortunadamente supervisado por el propio Landis que evitó el estropicio. Al hacer el paso digital del original al nuevo formato (el llamado transfer) se intentó eliminar toda la suciedad y oscuridad que hace del hogar de los Delta uno tan sucio como confortable para la pandilla de amigos. Ante la posibilidad de que el canon de limpieza y brillantez de imagen se llevara por delante todo posible matiz, Landis protestó y se hizo el transfer tal y como él deseaba, aunque no sin un revelador etiquetaje de la base de datos que contenía la película en digital que rezaba: “imagen en tono degradado a petición expresa del director”. Sin comentarios.


[9] Deliciosa, cutre, y muy divertida película que parece sacada de un programa doble de terror para niños en la que Landis explica las peripecias de un simio antediluviano que huye de la gruta en la lleva escondido de tiempo inmemorial y se las ve con todo un pueblo mientras es perseguido por un incompetente agente de la ley que recuerda poderosamente a Woody Allen. Landis se reservó el papel de expresivo monstruo, escondido bajo un magnífico (para el presupuesto manejado) maquillaje obra de Rick Baker que volvería a colaborar con el director en Un hombre lobo americano en Londres, protagonista absoluto de la función. Dentro de su modestia, El monstruo de las bananas (o Schlock como también se la conoce), hacia gala del absurdo sentido del humor de Landis, algunas referencias cinéfilas sobretodo a King Kong y la sensibilidad del cine de terror de la productora Universal de los años treinta pasado por el filtro de la propia de los setenta, la constante referencia al inexistente film See you Next Wendesday, ternura y un sentido de la anarquía en su vertiente más amable que se irían repitiendo durante toda su filmografía. Amén de un momento musical que una vez más el realizador alarga mucho más de lo necesario (aunque toda la película resulta tan gratuita en su placentero conjunto que tampoco es que se note demasiado) y que, bajo la piel del simio, deja a las claras su placer por la música soul. Es difícil de encontrar, pero les aseguro que merece la pena.



[10] Desde American Pie y sus conflictos con la pérdida de la virginidad como epicentro, la mucho más afortunada en parte por ir por otros derroteros como Supersalidos hasta la presuntamente más anárquica Proyecto X que culminaba de la forma más moralista posible, amén de que la película tampoco tenía excesiva gracia, han sido muchas las ocasiones en las que el género se ha dedicado al innoble arte de tirar la piedra y esconder la mano bajo supuestas intenciones morales o educativas en mi opinión sustentadas en la nada, el miedo al que dirán los que les pagan las mensualidades a su público potencial, o en una visión de las cosas y el cine que no acabo de comprender.

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