miércoles, 1 de mayo de 2013

¿QUÉ SUCEDIÓ ENTONCES?


Londres, 1967. Las obras de construcción de un túnel de la línea de metro en la deshabitada barriada de Hobbs se detienen al hallarse un inesperado yacimiento arqueológico: un sinfín de cráneos de forma ovalada pero aspecto definitivamente humanoide que hacen de la tierra sobre la que está construido el desolado barrio una inesperada fosa común… siendo este el primero de una serie de perturbadores descubrimientos que harán temblar los cimientos de la científica mente del doctor Bernard Quatermass y de la realidad comprobada y razonable que lo rodea.

Un mundo tangible que levanta el telón tras la reveladora primera imagen de una desnuda calavera humana sobre un fondo negro, a modo de declaración de principios, en ¿Qué sucedió entonces?, último capítulo de la trilogía protagonizada por el Dr. Quatermass[1] bajo el patrocinio y parámetros estéticos de la llorada (y llorable) productora Hammer Films[2]. Sólidos decorados, entonados mediante una fotografía con una paleta de colores más pictórica que realista, sensación más que reforzada por el vestuario y apariencia de la variopinta fauna de actores en personajes arquetípicos (sólo los científicos se libran de la inevitable bata blanca como parte de su vestimenta, mientras militares y funcionarios gubernamentales de las altas esferas llevan cada uno su inconfundible uniforme) sobre los que destaca, por razonable y próximo, el afable Dr. Quatermass bajo los bonachones y ocasionalmente severos rasgos del actor Andrew Keir. Cultivado, librepensador pese a sus labores para unas autoridades a las que obedece sin nunca dejar de rechistar y educado sin ser relamido, Quatermass se erige tanto como protagonista como representante de una Humanidad razonable cuyo mundo corresponde en buena medida a su manera de ser y pensar, la fisicidad del cual, lograda gracias a todo lo anterior, representa la punta de un iceberg que a medida que avanza la trama resultará cada vez más amenazador y de tamaño humanamente, en el sentido literal, incalculable.

Con esta sólida atmósfera bien asentada sobre un estupendo guión escrito por Nigel Kneale[3], cuyo vertiginoso desarrollo en base a múltiples giros nunca llega a romper (con mucho mérito) la credibilidad de una historia que pocas veces cae en la confusión, ¿Qué sucedió entonces? se desarrolla de manera lineal entre las elucubraciones del Dr. Quatermass y su reducido equipo en laboratorios y despachos y las investigaciones de estos en el inesperado yacimiento en que se ha convertido la estación de Hobbs, en la que pronto hallan un enorme artefacto cubierto por una increíblemente resistente superficie metálica, y unos enormes insectos fosilizados que se descomponen al entrar en contacto con el viciado aire humano de Londres. Como se verá, no estamos lejos de los habituales escenarios del cine de ciencia ficción tal y como se concebía ya desde la plenitud de una Guerra fría, que por entonces algunos sectores de la población ya empezaban a cuestionar y películas como esta ya pasaban por alto, pero pronto esa superficie de la película se ve avasallada por lo que no aparece en pantalla, pero que siembra una fértil semilla que engorda la progresiva tensión del guión para llevar la película al género al que acaba perteneciendo definitivamente: el de terror.

Llegando a un pacto tácito entre el cacareado (y en mi opinión discutible) lugar común propio de una manera de entender el cine -y no digamos ya en el caso de los géneros de ciencia ficción, fantástico y terror- que asegura que es mejor sugerir antes que mostrar y la fisicidad antes comentada, ¿Qué sucedió entonces? sitúa el conflicto que se muestra en su guión en la base misma de su construcción como película. Orden y Caos, razón y atavismo y, en este caso, Bien y Mal son los temas que vertebran el más arquetípico de los conflictos, en este caso muy bien explicado y llevados de cabeza al más pesimista de los fatalismos. Las explicaciones científicas de los personajes pronto devienen fútiles ante la amenaza que se nos echa encima, tanto como las militaristas o burocráticas teorías de algunas autoridades mostradas como estúpidas e incapaces de comprender lo que nos rodea, el libre albedrío de acción y pensamiento adquieren visos de buenas intenciones antes que de posibilidades, los principios más elementales de la ciencia humanística se ponen en duda hasta igualarse con meras supersticiones, las leyendas empiezan a explicar una realidad tanto o mejor que el más razonable de los argumentos… y muy sutilmente primero y luego de manera abierta, la percepción que el espectador tiene de los elementos que conforman ¿Qué sucedió entonces? empieza a cambiar, estimulado por mínimos detalles que resquebrajan el mundo de certidumbre con que abre la película. La dirección de Roy Ward Baker[4], pese a lo clásica y prototípica que resulta en apariencia más allá de su capacidad para crear una atmósfera de misterio, se revela extremadamente hábil para ir asentando sutilmente las semillas de la duda en el espectador que poco a poco irá rellenando los huecos con lo que el realizador y su equipo van dejando caer disimuladamente. La planificación, siempre enganchada a sus personajes, limitándose a mostrar lo que ocurre desde su escala, con algunos encuadres que dicen así más de lo que contienen, el montaje que relaciona por asociación de ideas unas escenas con otras más allá de ir acumulando tensión, o la fotografía viran a una visión más romántica, pero mucho más inestable y amenazadora (y fascinante), de lo que antes se veía con razonable frialdad. La estación de metro clausurada adquiere aires de cripta, los seres humanos que rondan por la película acaban recordando a los deformados y simiescos restos encontrados bajo el asfalto londinense, y los podridos insectos hallados allí como en una antigua crisálida empiezan a asemejarse a los pequeños diablos que aterraban a los antiguos moradores de Hobbs antes de abandonar el lugar por considerarlo maldito: es el fin de la Razón como arma humana para explicar el mundo en el que vivimos sin llegar nunca a entender sus misterios irresolubles, más allá del espacio y el tiempo tal y como lo percibimos a nuestra residual escala.

¿Qué sucedió entonces? no narra el retorno a lo supersticioso como fuente de conocimiento, sino la absoluta imposibilidad del ser humano para comprender lo que le rodea desde que el mundo es mundo, ya sea mediante la ciencia, reducida a un cuento, los mitos, o cualquier otra forma de llamar las cosas del mundo sin nunca lograr explicarlas. De esta manera, lo tangible de los elementos físicos que componen la película, lo que esta muestra, acaba por percibirse como una diminuta parcela de una realidad mucho mayor e inaprensible que escapa a cualquier intento de reducción a simples teorías humanas, o, ya que estamos, a ser reducida a imágenes. Todo lo cual lleva a ¿Qué sucedió entonces? tanto en su fondo como en su muy coherente y de muy difícil plasmación en pantalla, a un lugar más próximo a esa “concreción abstracta” que vertebraba las pesadillas espoleadas por el “horror cósmico” de la literatura escrita por H.P. Lovecraft[5] que a la ciencia ficción más o menos terrorífica al uso de la que también adquiere algunos recursos, siendo lo que se ve (que pese a que brinda magníficas imágenes llegado a un punto rompe la apocalíptica atmósfera en sus intentos de concretar la inmensidad y hacerla vulnerable) mucho menos inquietante que lo que se intuye.

Esta conseguidísima sensación de desamparo ante unas fuerzas destructivas contra las que no hay posibilidad de defensa humana ni a nivel físico ni sobretodo racional, tiene además la virtud de no haber envejecido ni un ápice, mientras otros elementos de la película, tales como algunos efectos especiales o de maquillaje y una banda sonora a veces demasiado rimbombante restan en credibilidad lo que sostienen en cariño por unos recursos que han vestido otras películas de tan buenos y, sólo algunas veces, mejores resultados que la que nos ocupa. Resulta muy curioso el que, pese a estar ambientada en el 1967 de su estreno, ¿Qué sucedió entonces?, recuerda sobremanera y no sólo por lo algo caduco de algunos de sus elementos (que en muchas ocasiones se reduce a sólo uno que tampoco resulta molesto: la música) sino por la atmósfera mórbida que se desprende de algunos de sus escenarios a otras películas de la Hammer situadas en épocas anteriores al siglo XX. Tanto el Dr. Quatermass como sus experimentos tienen evidentes ecos visuales, muy suavizados y mucho más benevolentes, de aquellos que llevaba a cabo Peter Cushing en su definitiva personificación de otro científico, este a la contra de la humanidad en nombre de la ciencia, el doctor Frankenstein en las películas dirigidas en su mayoría con mano maestra por parte de Terence Fisher[6], y la abadía en la que las supersticiones religiosas toman el relevo a la ciencia en la carrera a ninguna parte de la humanidad muy bien podría ser el escenario de un enfrentamiento con el Conde Drácula inmortalizado por Christopher Lee, o la Gorgona espada en mano. En todas ellas, como también en ¿Qué sucedió entonces? late, entre otras cosas, la inexplicable violencia que acaba dando al traste con los intentos de civilización de un ser humano a merced de unas fuerzas que no puede comprender ni controlar y forman parte del mismo. En el caso de este film de Roy Ward Baker, en los estertores de un estilo de cine agonizante en su manera de entender el género de terror, bajo las formas de una unidad de pensamiento (que se propagan, en una curiosa puya satírica, mediante la televisión medio en el que el guionista trabajó durante toda su vida) ya lejos del temor al comunismo y más próximo a un maldad de tintes fascistas pero motivos incomprensibles desde la razón, que no entiende de ideologías y tiene como único objetivo la indiscriminada destrucción del que es diferente y pisotear cualquier pequeño logro humano (hasta el de existir) digno de orgullo.

Un punto final que acaba abruptamente con ¿Qué sucedió entonces? mostrando una humanidad perdida e indefensa ante sí misma, incapaz de comprender el Mal que hunde sus raíces en lo desconocido, bajo los pies de una civilización que se viene debajo de un papirotazo. Así, el film de Ward Baker es, a pesar de los temas a los que apunta, una ligera y magnífica película que hace las veces de elegante ventana gótica al turbador y abisal absurdo de la existencia. Desolador paisaje que un año más tarde, al otro lado del Atlántico se mostraría frontalmente y de manera más terrenal poblándose de muertos vivientes de movimientos perezosos y hambre de carne humana[7] y, más adelante, asesinos con caretas hechas de piel humana armados con sierras mecánicas, relegando al clasicismo una manera de hacer y entender el cine de terror que ya nos ponía sobre aviso acerca de lo más extraño, peligroso y fuente de todo terror que se mueve sobre la tierra y que el nuevo cine de horror que se asentaría en su lugar nunca dejaría de señalarnos con dedo acusador.

Título: Quatermass and the pit. Dirección: Roy Ward Baker. Guión: Nigel Kneale, según su propia serie de televisión.  Producción: Anthony Nelson-Keys. Fotografía: Arthur Grant. Montaje: Spencer Reeve supervisado por James Needs. Música: Tristram Cary. Año: 1967.

Intérpretes: Andrew Keir (Doctor Bernard Quatermass), James Donald (Doctor Matthew Roney), Barbara Shelley (Barbara Judd), Julian Glover (Coronel Breen).





[1]Basados los tres en los seriales televisivos de la BBC The Quatermass experiment, Quatermass II y Quatermass and the pit y llevados al cine con idéntico titulo. Las dos primeras adaptaciones fueron dirigidas por Val Guest mientras que la tercera de la que se ocupa esta entrada lo fue por Roy Ward Baker. Los dos primeros Quatermass cinematográficos fueron interpretados por Brian Donlevy y mezclaban ciencia ficción y terror según los guiones originales escritos por Nigel Kneale para la televisión, igualmente guionista del Quatermass II cinematográfico y ¿Qué sucedió entonces? enésima traducción descacharrante al castellano del más evocador título original Quatermass and the pit. Las dos primeras entregas fueron fotografiadas en blanco y negro, la tercera y ya dentro de una línea más reconocible en la productora, en color.


[2]Resumiendo mucho una historia más y mejor explicada en numeroso material bibliográfico en castellano, la Hammer Films (fundada por el catalán Enrique Carreras y el inglés Will Hinds y cuya época dorada fue impulsada por los hijos de ambos: Michael Carreras y Anthony Hinds) fue una célebre productora británica que brilló con luz propia desde mediados de los años 50, en la abúlica industria cinematográfica británica de entonces, hasta apagarse a principios de los 70. Era y es especialmente conocida por sus películas de temática terrorífica y más concretamente por resucitar para el gran público y en la mayoría de ocasiones con excelentes resultados, los mitos de Drácula y Frankenstein que la productora Universal había monopolizado para el cine un par de décadas atrás. Mediante un expresivo uso del colorido, una considerable turbiedad y complejidad moral y un mucho más atrevido uso de la violencia y el sexo (este último intuido en forma de escotes y personajes movidos por la libido y muy atemperado en el caso de ¿Qué sucedió entonces?) que sus precedentes cinematográficos, la Hammer conquistó las taquillas de todo el mundo gracias al éxito de La maldición de Frankenstein que haría inseparable por rentable y fructífero el binomio Christopher Lee y Peter Cushing casi siempre bajo la batuta del gran Terence Fisher y que, al igual que en lo que respecta al conde Drácula, tendría numerosísimas entregas gracias a su éxito tanto dentro como fuera de las fronteras británicas. Además de estos personajes, mitos literarios o no como el Doctor Jekyll y su asiduo némesis Mr. Hyde, la Momia, la Gorgona o la trilogía con el personaje del doctor Quatermass como protagonista han pululado por las estancias de la productora que no hace demasiado auspició el nada desdeñable remake americano de la célebre (con justicia) Déjame entrar. La crítica no fue inicialmente tan benévola con estas revisiones, pero el paso del tiempo ha resituado el nombre de la productora en el excelso lugar que le corresponde.


[3]Padre del Doctor Bernard Quatermass en su primera versión televisiva para la BBC, el escritor, guionista y esporádico actor Thomas Nigel Kneale, nacido en Londres en 1922 y crecido en la isla de Man, estudió abogacía en su isla natal, aunque abandonó el oficio por considerarlo aburrido. En 1946, y ya de nuevo en la Inglaterra en la que viviría el resto de su vida, haría su primera retransmisión radiofónica para la BBC leyendo un cuento escrito de su puño y letra: Tomato cain. Asentado en Londres, tomó clases de interpretación mientras escribía relatos que fueron siendo publicados durante la década de los 40 y de los que ocasionalmente hacía lecturas radiofónicas de nuevo bajo el auspicio de la BBC. Esos relatos fueron recopilados en 1949 bajo el título Tomato cain and other stories que recibiría el premio Sommerset Vaughan al año siguiente. Cinéfilo empedernido, orientó sus pasos a establecerse como guionista televisivo y en 1951 se erigió como uno de los primeros guionistas empleados de forma permanente de la televisión inglesa. Abandonando sus tentativas en el mundo de la interpretación, Kneale se dedicó a adaptar libros, obras de teatro y escribir programas infantiles y de entretenimiento ligero. Al año siguiente Kneale fue contratado como escritor a tiempo completo en el Departamento de Drama de la BBC televisiva, siendo considerado desde entonces como uno de los nombres capitales en la renovación del serial televisivo diferenciado de sus homólogos radiofónicos y teatrales. Un ritmo más dinámico, un uso de espacios más amplio, temáticas más variadas y complejas fueron algunos de los argumentos que llevaron a Kneale junto con su colega de departamento, director y asiduo colaborador Rudolph Cartier a dar el paso al serial de la ciencia ficción con The Quatermass experiment, serie de seis episodios de media hora cada uno emitida semanalmente con una más que respetable audiencia. Todos los episodios fueron grabados en vivo y en directo, y sólo se conservan grabaciones de los dos primeros. El éxito llevaría a la BBC, agradecida por el respaldo del público en un momento en que su poderío con la audiencia se veía amenazado por la llegada de las televisiones públicas, a confiar a Kneale y Cartier las adaptaciones de Cumbres borrascosas y 1984, que pese a la polémica por el contenido de esta última, tuvieron una buena acogida de público y crítica además de defensores públicos tan renombrados como la propia Reina de Inglaterra. Ambos volverían a colaborar juntos en The creature, sobre el hombre de las nieves, antes de que Kneale se enfrentara con Quatermass II, producida por la BBC con la intención de aplacar los posibles daños de la apertura de una cadena rival con el curioso nombre de ITV un mes antes de que Quatermass II viese la luz. Simultáneamente la productora Hammer llevó a cabo la adaptación del primer Experimento del doctor Quatermass, aunque Kneale no pudo participar por motivos de agenda en la adaptación y quedó algo insatisfecho con el resultado y el actor que interpretaba al Doctor, Brian Donlevy. Libre de sus obligaciones con la BBC al expirar su contrato al año siguiente, Kneale cogió el toro por los cuernos y adaptó Quatermass II de nuevo bajo el patrocinio de la Hammer, quedando más satisfecho con los resultados pese a la reaparición de Brian Donlevy como cabeza de cartel y posteriormente adaptaría The creature para la productora bajo el nombre de The abominable snowman.
En 1957, sería contratado de nuevo por la BBC aunque como autónomo, para escribir la tercera de las aventuras del Dr. Quatermass: Quatermass and the pit, emitida entre diciembre de 1958 y enero de 1959, logrando una audiencia de 1 millón de televidentes y una gran acogida entre la crítica, siendo incluida entre los 100 mejores programas de televisión británicos del siglo XX. Fue también la última de sus colaboraciones con Rudolph Cartier.
En los años siguientes, Kneale adaptó obras teatrales como Look back in anger y The entertainer, ambas del puño del dramaturgo John Osborne (con el que, cosa rara viniendo de Osborne, mantenía una relación de respeto mutuo a nivel personal y laboral) y dirigidas por Tony Richardson como parte capital del movimiento Free cinema, al que hace un par de semanas se hacía referencia en este blog a partir de La soledad del corredor de fondo, dirigida por el propio Richardson sobre una novela de John Sillitoe adaptada por él mismo. En 1966, y tras una fallida intentona de llevar a la pantalla un guión sobre una oleada de suicidios de adolescentes, Kneale volvió a trabajar para la Hammer en el proyecto The witches y el último capítulo de la saga cinematográfica de Quatermass, el Quatermass and the pit que nos ocupa. Satisfecho tanto con el resultado del trabajo del realizador Roy Ward Baker como con la elección del actor protagonista, Andre Keir, la película tuvo una coda televisiva firmada por Kneale llamada Quatermass: the conclusión, que se estrenó en salas fuera de Inglaterra.
En los años posteriores volvió a colaborar con la BBC en más de una ocasión, trabajó para la ITV y consiguió un gran éxito de crítica con The year of sexolimpics retransmitido como capítulo único que describía una sociedad en la que gran parte de la población vive en un estado de docilidad inducido por un goteo constante de transmisiones televisivas de pornografía y telerealidad de pésima calidad y embrutecedores resultados… una de las cuales reside en los intentos de supervivencia de una familia abandonada en una isla desierta perseguida por un asesino que alcanza grandes éxitos de audiencia. Se emitió en 1968, saquen sus propias conclusiones. Más adelante hizo sus pinitos con la sitcom Kinvig, similar, según dicen, en humor y fondo a La guía del autoestopista galáctico.
En 1982, y con su reputación más que asentada, viajaría a Hollywood para trabajar con el director John Landis (Granujas a todo ritmo, Desmadre a la americana, el célebre videoclip de Thriller de Michael Jackson o Un hombre lobo americano en Londres son algunas de sus credenciales) en una nueva versión de The creature of Black lagoon. La película no llegó a tomar forma, pero durante el tiempo que pasó en suelo norteamericano recibió la oferta de escribir el libreto de Halloween III, tercera de la saga iniciada por La noche de Halloween de John Carpenter, gran admirador de Kneale y productor de esta tercera entrega desvinculada del psicópata Michael Myers. El que entonces iba a ser el director, Joe Dante (que poco después dirigiría Gremlins), propuso a Kneale que escribiese el libreto que finalmente dirigiría Tommy Wallace pero que sería variado por instrucción del productor Dino de Laurentiis que quería, entre otras cosas, un mayor grado de violencia en pantalla. Poco predispuesto a los cambios en su trabajo a manos de otros, Kneale pidió no aparecer en los créditos. Fue tentado para escribir los guiones de series como el primer Doctor Who y posteriormente Expediente X, pero Kneale declinó ambas ofertas sin por ello dejar de ser considerado un nombre capital en la historia del guión televisivo y la evolución del medio. Murió en el año 2006, a los 84 años. Su legado e influencia es notable en directores como el mencionado John Carpenter que firmó el guión de su Principe de las tinieblas bajo el seudónimo de Martin Quatermass y bautizó el pueblecito en el que tiene lugar parte de la acción de En la boca del miedo como… Hobbs End. Un antiguo colaborador de Carpenter y poco reconocido guionista llamado Dan O’Bannon (colaboró con Carpenter en su primer film, Dark star, para partir peras poco después, pero los problemas gástricos que acabarían con él le sirvieron de inspiración para la impactante llegada del octavo pasajero, tal y como se explica en el imprescindible Sesión sangrienta, libro escrito por Jason Zinoman y publicado por T & B editores) que intentó resucitar de la mano de Kneale al doctor Quatermass sin conseguirlo. También se atribuye a Kneale parte de la inspiración necesaria para que Stephen King llevara a cabo su enésimo libro gigante Tommyknockers, con algunos ecos de la saga Quatermass. Más allá del género, grandes éxitos televisivos como Perdidos o los mencionados Expediente X o Dr.Who  (y muy probablemente Perdidos) deben mucho a Kneale y lo que hizo por la televisión.


[4]Realizador que trabajó para la Hammer en numerosas ocasiones… de las que no puedo hablar al haber visto solo ¿Qué sucedió entonces? y Kung fu contra los siete vampiros de oro, que supuso el canto de cisne de la Hammer en 1974 y sobre la que mejor correr un tupido velo pese a lo divertida que puede resultar con la compañía -y falta de prejuicios- adecuadas. Dirigió El doctor Jekyll y su hermana Hyde, The Vampire Lovers o Las cicatrices de Drácula, siendo estas sus películas más célebres filmadas bajo el techo de la Hammer, además de ¿Qué sucedió entonces?. También dirigió algunas películas para la gran competidora de la productora, la igualmente británica Amicus y en Hollywood trabajó con Marilyn Monroe en Niebla en el alma y llevó a cabo una reconstrucción del hundimiento del Titanic en la lógicamente titulada La última noche del Titanic.


[5]Obra literaria repleta de deidades malignas y cósmicas que acosan al ser humano sin que este sepa ni siquiera de su existencia y de lectura más que recomendable. Descritas inteligentemente con esa “concreción abstracta” en palabras de Guillermo del Toro que hacen intuir sin ser nunca concluyente, gran parte de las historias firmadas por Howard Philip Lovecraft desprenden esa atmósfera de alucinada amenaza  que deja a la inconsciente humanidad a un pie de página de una inmensidad a punto de descartarla descuidadamente. Probablemente debido a esa falta de concreción en sus descripciones como una de sus  más reconocibles características y la extremada subjetividad y,  paradójicamente, fisicidad de sus descripciones tanto de estados de ánimo como de amenazas intuidas, han limitado las adaptaciones de sus relatos a la pantalla. No ha sido así con su influencia que ha vertebrado algunas de las películas de John Carpenter (con su gran La cosa a la cabeza) y es prácticamente una constante en el cine de Guillermo del Toro. Este último acariciaba, hasta no hace demasiado, la adaptación a la gran pantalla de una de las más famosas, aunque no la mejor, novelas cortas de Lovecraft En las montañas de la locura, que iba a ser producida por James Cameron. Desgraciadamente y por motivos que desconozco, el proyecto fue abortado, y una vez más una adaptación directa de un relato Lovecraftiano se ha reducido a proyecto frustrado. Más allá de Reanimator, que adaptaba levemente una de sus historias cortas y Dagon, injustamente olvidada pese a ser la mejor aportación, junto con El segundo nombre, al proyecto patrio Fantastic factory, y una buena muestra de cómo con pocos elementos bien combinados puede lograrse una atmosférica película que no merecía (aunque vistas las intentonas anteriores de Fantastic factory tampoco era de extrañar) el pasotismo que se generó a su alrededor.


[6]El mejor y más reputado director de la Hammer que cuenta en su haber además de las seminales La maldición de Frankenstein  y Drácula, de las que firmaría un buen número de entregas, especialmente en la saga del doctor Frankenstein. Además, también firmó las excelentes La maldición del hombre lobo, La dos caras del doctor Jekyll, The Gorgon y The devil rides out entre algunas otras, casi todas ellas con una visión común sobre las desventuras del ser humano y una turbiedad moral (tanto a nivel personal como a nivel social) reflejada en unas tenebrosas atmósferas que las hacen interesantísimas películas, muy bien narradas desde una planificación tan rigurosa como bien planteada. Mención especial merece su último film Frankenstein y el monstruo del infierno, para el que firma la mejor de todas las grandes películas hechas bajo el paraguas de la Hammer y también la mejor película dirigida por Terence Fisher, uno de los grandes nombres, hoy en día algo olvidado, del cine de terror (o del cine en general) de los cincuenta.




[7]Un año tan provechoso para el cine de ciencia ficción y de terror como fue el 1968 con films como El planeta de los simios, 2001: odisea en el espacio, Solaris o La semilla del diablo dio a luz también a uno de los títulos más influyentes del cine de horror: La noche de los muertos vivientes rodada por un primerizo George A. Romero con cuatro chavos y similar número de amigos que curiosamente encontró su público en una época turbulenta en la que el asesinato de Martin Luther King revistió el final del film de Romero de una aureola de denuncia política que marcó la saga de muertos vivientes bajo la batuta de Romero para siempre… y que no están muy lejos de los disturbios y violencia racista que se respiraba en Londres cuando Nigel Kneale escribió el guión de Quatermass and the pit y tomó como inspiración para su violento final precisamente esos sucesos (y de ahí el ataque al que es “diferente” como defensa de una “pureza” de especie) que estaban teniendo lugar cuando escribía el serial televisivo. Para cuando adaptó su propia historia para el cine, la sensación de conflicto social y de desapego por una imagen de la civilización incapaz de dar respuestas desde las instituciones era aún mayor… como recogería, según bajo que punto de vista, el cine de terror que ya llamaba a la puerta.

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