miércoles, 16 de enero de 2013

TED



 La primera película del dibujante y humorista Seth MacFarlane[1] en la que participan actores de carne y hueso parte de una premisa brillante. Una voz que anuncia las maneras de un cuento de hadas cinematográfico nos introduce en la historia y en el tono que la hace creíble: John es un niño solitario maltratado por los demás chavales del Boston de los ochenta que pide por navidad un único e imposible deseo. Quiere que su oso de peluche, Ted, cobre vida para así poder tener un amigo con el que compartir su infancia. Dicho y hecho y con la inestimable ayuda de una estrella fugaz que cruzaba el firmamento justo en el instante en el que el niño hacía su petición, a la mañana siguiente y ante la despavorida mirada de los padres de John, Ted ha cobrado vida y habla, se mueve y piensa por propia voluntad. La misma que lo lleva a cumplir el deseo del pequeño de ser los mejores amigos. Para siempre. Tras unos años que se nos muestran a modo de cortas ráfagas que resumen el auge de Ted (con la grave voz del propio Seth MacFarlane) como personaje público y sus apariciones en programas televisivos y su creciente fama que no pone palos en las ruedas a la sana y cada vez más consolidada amistad que mantiene con John, el film se sitúa en la actualidad. Ted ya forma parte de la comunidad de Boston como vieja gloria pero sin deferencias en su convivencia con el resto de los lugareños completamente habituados a su presencia, y John (un entregado Mark Wahlberg) ya ha alcanzado los treinta, lo que no implica que haya alcanzado a ojos de su novia un mínimo grado de madurez sino que parece emperrado en vivir una adolescencia perpetua. Finalmente, la chica lo pone en la disyuntiva definitiva: si quiere que sigan juntos deberá dejar de lado la desordenada vida que lleva con un Ted por el que siente la mayor de las simpatías, pero que no le va a la zaga en cuanto a juerguista y asumir las responsabilidades de una supuesta vida adulta.

Pese a lo dicho, Ted no es un manipulador que arrastra a John a una espiral de vicio de la que es imposible escapar, ni un celoso doppelgänger[2] que quiera al que fue su dueño cuando era un peluche inerte y ahora es su compañero y amigo sólo para él. Tampoco representa lo reprimido en John que sale a borbotones juerguistas a modo de un particular Mr. Hyde relleno de algodón. No, pese a un inicio en la infancia de John que sobre el papel podría engrosar las filas del cine de terror al uso por su inquietante y casi siniestro en el sentido más primigenio del término[3] de los deseos del crío, Ted recibe, por parte de MacFarlane y el resto de guionistas, un blanqueado tratamiento visual en el que no hay ni rastro de extrañeza o inquietud, tan amigable como lo es el propio oso de trato con el resto de personajes con los que comparte plano gracias a unos excelentes efectos especiales.  Pero también, y ahí está la mayor pegada de la película en cuanto a intenciones se refiere, Ted representa y, lo que es mejor, hace corpóreo y por lo tanto lo hace existir en el presente, el pasado y la inmadurez que arrastra el personaje no ya como un ente o un conjunto de recuerdos, sino como alguien autónomo que no por otro motivo que no sea el cariño, se niega a desaparecer sin antes demostrar su valía y su lugar en la vida de John. Una vida que ha crecido, junto con Ted, en unos años ochenta que también se niegan a desaparecer como paraíso perdido que de tan viciado empieza a pudrir hasta el propio presente en el que John no acaba de sentirse del todo cómodo. Desde Flash-Gordon[4], el actor Tom Skerrit o Fiebre del sábado noche entre otras múltiples referencias a la fluorescente época del neón y casi siempre sacadas a colación por el propio oso, Ted carga sobre las espaldas de John un pasado que intermitentemente se dedica a dinamitar un presente, el nuestro, representado por su chica Lori y sus ansias de estabilidad vital.

De esta manera, el conflicto dramático de Ted, que no es sino el miedo a dar el paso de la inmadurez crónica del treintañero que se niega a asumir las responsabilidades de la vida adulta, tan cacareado en la que algunos han llamado por enésima vez Nueva comedia americana se dirime en términos simbólicos, concretamente en dos frentes diferenciados entre los que se debate John y que ha llevado a algunos analistas a ver el film, en mi opinión de forma algo reduccionista, como el acta de defunción de la peterpanesca visión del mundo de la generación de hombres que crecieron (sólo biológicamente) en dicha década.
Por un lado tendríamos a Ted como cabeza visible de esa inmadurez que amenaza con ser irreversible para John, y por el otro a Lori en el campo de lo que se considera una vida más responsable. Estas dos formas de ver el mundo tienen sus respectivas plasmaciones bajo un mismo paraguas formalmente neutro, aunque competente, hasta el soserío formal que hacen creíble a Ted (en lo que también tiene mucho que ver ese inicio propio del cuento de hadas en el que todo, por imposible que pueda ser, puede ocurrir) en un entorno cotidiano como el del film y que permite acoger ambas visiones con mínimas diferencias en su plasmación audiovisual a través de dos géneros propios de la comedia cinematográfica. Siguiendo con la división, diríamos que la inmadurez tiene su lugar en el género que mejor la ha representado desde siempre; la comedia adolescente en su vertiente más burra y en el fondo inofensiva, regada por alcohol, chicas ligeras de ropa cuando la llevan y marihuana pasando de mano en mano. MacFarlane se siente a gusto en este espacio haciendo gala de su desprejuiciado sentido del humor, aunque también se muestra más atemperado, con esporádicos y agradecidos chistes un punto más negros  como los que hacen despreocupada referencia al 11-S[5],  de lo que ha demostrado ser capaz en la pequeña pantalla, quizás porque al contar con personajes y personas (que no siempre coinciden) de carne y hueso es consciente de que a una parte del público se le congelaría la sonrisa en los labios al ver como se los maltrata con el salvajismo y la violencia con las que carga contra Peter Griffin u otras de sus creaciones animadas. Aunque pese a la gracia y la habilidad del realizador y guionista para con el humor, sí resulta algo decepcionante que no lleve un poco más allá lo que hemos visto (aunque en esta ocasión se ve más que bien) muchas otras veces, algunas mejor, otras peor, en películas similares. Al otro lado del ring, el de la madurez, hallamos los desvaídos tintes de la comedia romántica que frente a la fisicidad y los placeres que ofrece la otra variante, se emperra al menos en esta ocasión en desarrollar ese simbolismo en el matrimonio y el ascenso laboral, ambos elementos más que respetables cuando implican unión amorosa y sustento económico, pero difícilmente tragables cuando se muestran como fríos símbolos de una madurez de lo más estereotipada. Y es ahí donde empiezan los problemas.

Si MacFarlane demuestra ser lo bastante inteligente como para conformar una estructura lo bastante sólida que permita que la película funcione a dos niveles dramáticos (el simbólico y el narrativo o más aún, el racional y el emocional) que deberían impulsarse mutuamente, también deja claro con Ted que disfruta mucho más con la comedia gamberra en base al dinamismo en los diálogos y la poca vergüenza que le ha hecho un nombre en el mundo televisivo con Padre de familia o Padre Made in USA que con el desabrido romanticismo capitaneado por el personaje Lori. El resultado es que mientras el lado gamberro funciona bien más allá de su base simbólica, el romántico es de lo más desdibujado y acaba convirtiéndose en un frontón contra el que carga el resto de la película sin que nunca se vea una defensa de esa vida adulta más allá de representar lo que por la edad de John eso es lo que toca.

De este modo, si la dirección de esa estructura parece ir en la dirección de conciliar ambas visiones de la vida o dar directamente la victoria a la madurez a base de reprobar lo infantiloide de los hombres, la película en su conjunto ofrece todo lo contrario, celebrando lo que pretende condenar con muy poco disimulo. Hasta desde el punto de vista de construcción de personajes Ted resulta mucho más autónomo y trabajado, al igual que la relación que mantiene con John, vista bajo un prisma mucho más cómplice y cariñoso, está mucho mejor desarrollado que el que muestra la del mismo hombre con su novia y Némesis simbólica de Ted, que sólo cobra algo de vida gracias a la actriz que la interpreta, Mila Kunis, y la buena química que esta mantiene con Mark Wahlberg en el papel de John. En este juego de estereotipos que en ocasiones es la película, los que dan forma al lado más hedonista de la vida son mucho más divertidos que los que conforman la otra, puro trámite a una vida que tal y como se plantea es pura asepsia hasta en lo formal, sólo puntuado por algún subrayado en la banda sonora en contraposición a lo que en comparación en el lado más festivo de la vida de John se permite algún punto formalista y resulta mucho más rítmico que la lasitud de la que hace gala la parte más romántica. 

El ejemplo más plausible de lo anterior se da en el momento culminante del conflicto del film que también es su cumbre en rasgos generales y la escena más cómica entre unas cuantas que siempre tienen su gracia: la juerga que mezcla lo más viciado con todos sus vicios de los ochenta con el propio Sam J. Jones (el actor que interpretó al propio Flash Gordon en su versión para el cine de 1980) que parece poseído por su propio personaje (otro más que se niega a abandonar su década dorada hasta niveles de enajenamiento), cocaína y una imposible pelea con un pato, y que tiene el precio de haber abandonado a Lori en otra fiesta, esta de compromiso laboral, en aras de su ascenso y que hacía las veces de prueba de fuego para John… pero que al contrario, y muy significativamente, que en la farra de John expuesta con todo lujo de detalles y que condensan y celebran hasta írseles de las manos todo el pasado del que debería desembarazarse si quiere tener alguna oportunidad junto a Lori, no aparece en la película, como si no tuviese la más mínima importancia.
Así, la victoria de lo escatológico y lo pasado de vueltas se da a veces por omisión y casi siempre por una comparación tremendamente descompensada, además de no llegar nunca a las cotas de salvajismo, que a veces se diría que pretende alcanzar sin conseguirlo casi nunca, que la harían lo suficientemente desagradable o percibirse como peligrosa desde este lado de la pantalla, como para querer huir a una vida más tranquila. Tampoco su romanticismo es tan potente a nivel emocional o tan pasional como para merecer una lucha a ojos del espectador, con lo que las intenciones de la película devienen en un moralismo que casi la autodestruyen al traspasar el binomio inmadurez-madurez, al de diversión-aburrimiento respectivamente mientras se intenta convencer, sin conseguirlo, de lo contrario.

Entonces MacFarlane parece obligado a echar mano de otro niño-adulto, este ya a unos niveles patológicos, interpretado por Giovanni Ribisi con su habitual habilidad de pasar a uno y otro lado de la línea que separa lo bufonesco de lo inquietante, que hace las veces de espejo deformante de lo que podría haber sido al crecer John de no ser por el milagro navideño de Ted, y de lo que puede ser cualquiera que se niegue a crecer se le concedan los deseo navideños o no. Un elemento siniestro y considerablemente preocupante que no acaba de encontrar su lugar en una historia de la que queda algo descolgado, pese a su validez por sí mismo.
Gracias a esta pirueta algo forzada y recogiendo el guante tejido con material de fábula dejado en el inicio de la película, MacFarlane se las apaña para agradar a todos en un pacto demasiado convencional, bastante a juego con el resto a su pesar, para las posibilidades que ofrecía Ted quizás en aras de una posible secuela que pueda comenzar prácticamente de cero, vista la evolución dramática de los personajes que ofrece la película desde su inicio hasta su final. Aunque esa conciliadora conclusión no deje de ser una lástima pese a lo entretenida que resulta y lo divertida que es en muchas ocasiones el film en su conjunto, siempre resulta preferible a la victoria de una supuesta vida adulta que obedece más a lo formulario que a auténticas responsabilidades. Y que de haber una secuela, daría como resultado una película aburridísima.

Título: Ted. Dirección: Seth MacFarlane. Guión: Seth MacFarlane, Alec Sulkin y Wellesley Wild sobre una historia de Seth MacFarlane. Producción: Jason Clark, Scott Sttuber, Jon Jacobs y Seth MacFarlane. Fotografía: Michael Barrett. Dirección artística: E. David Coiser. Montaje: Jeff Freeman. Música: Walter Murphy. Año: 2012.

Intérpretes: Mark Whalberg (John) Seth Macfarlane (voz de Ted), Mila Kunis (Lori), Giovanni Ribisi (Donny), Jessica Barth (Tami-Lynn).




[1] Nacido el 26 de octubre de 1973 en Kent, Connecticut. En su niñez se interesó por la ilustración y empezó a dibujar personajes animados con una especial fijación por Pedro Picapiedra y el Pájaro Loco. A los nueve años de edad dibujó una tira cómica para el periódico The Kent Good Times Dispatch titulado Walter Crouton. Pasó y recibió el diploma por la Escuela Episcopal de Kent, algunos maestros de la cual le reprocharon su sentido del humor para más tarde pedir a la cadena FOX que no emitiera Padre de familia. Los padres de MacFarlane, maestros de esa misma escuela, dimitieron en señal de protesta. Más adelante estudió en la Escuela de Diseño de Rhode Island donde obtuvo el certificado de Bellas Artes. En la Escuela de Diseño presentó como tesis doctoral un cortometraje animado llamado Life of Larry, que fue entregado por uno de sus profesores al hogar de los Picapiedra, Hanna Barbera, dónde más tarde MacFarlane fue contratado. Allí trabajó como caricaturista y guionista para Cartoon Network con Johnny Bravo, Vaca y Pollo o El laboratorio de Dexter. También creó y escribió un corto llamado Zoomates. En 1996 creó Larry and Steve, que narraba las correrías de un hombre de mediana edad (Larry) y su perro intelectual (Steve) y fue emitido en The Cartoon Cartoon Show. Los ejecutivos de la FOX contrataron a MacFarlane para que creara una serie inspirada en esos personajes dando como resultado un tiempo después Padre de familia en la que MacFarlane doblaba a muchos de los personajes animados. El gran éxito de la serie que alcanzó a recaudar mil millones de dólares lo aupó a un acuerdo con FOX que ataba tanto Padre de familia como esa especie de variante sobre lo mismo que es Padre made in USA (a la que se añadió una serie propia para uno de los personajes secundarios de esta última The Cleveland Show) hasta 2012 a cambio de la friolera de cien millones de dólares, convirtiéndolo en el guionista de televisión mejor pagado del mundo. Además, MacFarlane editó un álbum musical llamado Music is better than words en 2012 y ha puesto su voz en algunas películas como Hellboy II de Guillermo Del Toro.



2 Literalmente, doble andante. Generalmente se usa para definir el doble de una persona y casi siempre para referirse a un doble maligno cuya presencia se ve como un mal presagio para el que es duplicado y los que lo rodean. Según parece, su forma más antigua acuñada por el novelista Jean Paul en 1976 es Doppeltgänger: “el que camina al lado” y desde Mr. Hyde hasta Tyler Durden ha ido llegando a nuestros días como un arquetipo a veces maléfico a veces liberador, en ocasiones ambas cosas a la vez.


[3] Según Freud, lo siniestro o Unheimlich en alemán, es aquello que produce angustia y supone el regreso de lo reprimido desde la infancia, generalmente siendo también lo que se percibía como familiar pero se ve ahora bajo un prisma diferente que lo hace vagamente reconocible y produce la mencionada angustia.


[4] Mítica película de 1980 dirigida por Mike Hodges y protagonizada por Sam J. Jones que adapta el personaje de cómic a la gran pantalla en un fastuosamente kitsch universo de colorines en el que nada puede tomarse demasiado en serio y cuyo visionado es toda una experiencia perfectamente resumida por Ted en el film de MacFarlane (no en vano, con su propia voz) con ¿Cómo algo tan malo puede ser tan bueno?. Tanto o más mítica que la película que avanza a trancas y barrancas entre diálogos imposibles y efectos especiales que rozan lo risible pero que contra todo pronóstico dan una sensación de unidad en su cutrez a prueba de bombas es su banda sonora compuesta por el grupo Queen, que pueden escuchar aquí: http://www.youtube.com/watch?v=LfmrHTdXgK4 , y cuyo tema principal (el del link anterior) ha pasado a la historia.



[5] Terrible y histórico día en el que tuvieron lugar los atentados que destruyeron las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York y dieron  lugar a unas descerebradas reacciones (que provocan otras igualmente desquiciadas y ultraconservadoras) de las que aún estamos por ver a donde nos llevarán. Además, MacFarlane mantiene una estrecha pero afortunada relación con esos atentados. En esa mañana del 11 de septiembre de 2001, el realizador debía volver a Los Ángeles desde Boston a bordo del vuelo 11 de American Airlines. Gracias a una resaca fruto de una noche de celebración (ignoro porqué, pero cualquier excusa es buena) y por un error en la hora de salida producido por la agencia de viajes, MacFarlane llegó tarde al aeropuerto y perdió dicho avión, ya que el acceso al aparato estaba cerrado. Quince minutos más tarde se confirmó que el vuelo había sido secuestrado y a las 8:46 el vuelo 11 se estrellaba contra la Torre Norte del World Trade Center. El resto es historia reciente. Sobre la buena fortuna que tuvo MacFarlane ese día, este declaró que “no supe que estaba en peligro en absoluto hasta que todo hubo terminado, de modo que no pasé por ese momento de pánico. Después del suceso, era algo muy serio de pensar, pero la gente muy a menudo está a un pelo; cruzas la calle y casi te atropella un coche… En este caso, resultó que estuvo relacionado con algo muy importante”.

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