miércoles, 20 de agosto de 2014

CHRONICLE



La primera vez que el realizador de Chronicle, Josh Trank[1], chapotea en las procelosas aguas morales que acabarán por ser la tónica habitual de casi todo el metraje de esta su primera película, tiene lugar durante una calmada charla entre Andrew Detmer (Dane Deehan) y su primo Matt (Alex Russell) al volante del coche que los conduce al  instituto en el que ambos pasan, bajo suertes muy diferentes, su edad del pavo. Con la vista puesta en la carretera, el algo resabiado y vitalista Matt saca a colación una máxima del filósofo Arthur Schopenhauer[2] que asegura que un hombre es un ser con profundos deseos, cuyo cumplimiento sólo puede traer desgracias. A esta rotunda y amarga afirmación, Andrew responde no saber quién o qué es Schopenhauer, pero que en su opinión esa máxima  equivale a negar la vida y todo lo bueno que ésta pueda ofrecer. Una placidez existencial que precisamente a él se le niega una y otra vez durante todo el metraje de Chronicle, dando amargos tumbos entre su condición de paria de instituto[3], víctima de todas las bromas pesadas y agresiones de los matones de la clase y su violento padre (Michael Kelly). Un hombre alcohólico que a duras penas presta algo de ayuda y cuidados a su esposa y madre de Andrew (Bo Petersen), enferma hasta lo terminal a la que a duras penas se le puede suministrar los cuidados paliativos necesarios por ser demasiado caros para el poco holgado bolsillo de los Detmer, sólo sostenido gracias a la pensión por invalidez que cobra el brutal cabeza de familia. Pero la lamentable existencia de Andrew da un vuelco de ciento ochenta grados cuando descubre, junto con Matt y el estudiante estrella del instituto Steve Montgomery (Michael B. Jordan), una extraña estructura de textura cristalina y bordes puntiagudos semienterrada en el claro de un bosque, que emite una serie de ululantes sonidos y una palpitante luz azulada que se torna rojiza ante la proximidad de los tres adolescentes. Un bizarro descubrimiento que rompe la realista armonía del relato de Chronicle para llevarlo a un inesperado y muy interesante terreno en el que los tres jóvenes cobran una fuerza y resistencia sobrehumanas, devienen capaces de mover objetos sin tocarlos haciéndolos flotar de forma algo errática, y sangrando copiosamente por la nariz al sobrepasar unos cada vez más laxos límites de esfuerzo que mediante un progresivo control sobre sus cada vez más desarrolladas habilidades, los hará acreedores de un poder sin parangón que acuerdan mantener en secreto.

Porque Chronicle es, o podría ser visto hasta ese preciso momento, un film costumbrista que contiene en su seno un drama familiar y estudiantil tan triste como austero, pero a partir de entonces se convierte con todas las de la ley en una película de superhéroes capaz de darle la vuelta a algunas de las convenciones del género gracias a su más llamativa cualidad formal: que todo el film está compuesto por imágenes extraídas de grabaciones hechas mediante videocámaras mayoritariamente caseras que el público percibe como tales. Vista así, Chronicle se plantea, ya desde su inicio, como una especie de selfie en movimiento, como el diario personal y audiovisual del maltratado Andrew, protagonista de un film que llega al espectador a través de las imágenes filtradas, por grabadas, desde la inseparable cámara digital del acomplejado adolescente pese a los oxigenantes (y algo tramposos) añadidos que otorgan las grabaciones hechas por cámaras de seguridad, policiales o privadas, propiedad de los habitantes del Seattle en el que tiene lugar la película dirigida por Trank. Esta estrategia formal, que ningunea por un lado la presencia de Matt y Steve en una trama plagada de soliloquios de Andrew frente a su cámara y por ende también frente al espectador, humaniza considerablemente unas situaciones y personajes que bajo otra opción estética habrían caído fácilmente en el estereotipo, además de realzar unos efectos especiales no del todo conseguidos pero que la cotidianeidad del punto de vista desde el que se narra el film hace harto convincente. Porque, si bien algo más arriba se comenta que las nuevas capacidades de los tres jóvenes los asemejan a los de un trío de superhombres, sus objetivos distan considerablemente de los ideales justicieros que podrían presuponerse a una película que argumentalmente podría asimilarse sin problemas dentro del género superheroico, pero que opta por una visión mucho más cercana y lúcida de lo que narra. Ni Matt, ni Steve, ni tampoco Andrew están por la labor de salvar el mundo sino de pasárselo bien grabándose haciendo flotar pelotas de béisbol, jugando a fútbol americano entre las nubes una vez sus poderes se han fortalecido lo suficiente como para poder volar, gastándoles divertidas bromas pesadas a sus conciudadanos… o en el caso de Steve, facilitarle el buen hacer de un cunnilingus a su novia. La sobriedad de la película, desprovista prácticamente sin excepción de banda sonora y sin incurrir en subrayados en una actitud admirable dado el carácter casi confesional por naturaleza de  Chronicle, no sólo hace de su propuesta una muy tangible y hasta posible, capaz de hacer convincente una historia con incontables agujeros argumentales que jamás se esfuerza en explicar, sino que también logra que los poderes de los tres jóvenes, mostrados inicialmente mediante  inocentes juegos y habilidades, resulten muy seductores para el público, por próximos en lo cotidiano de su uso. Aunque esa subjetividad formal, de la que en parte se desprende la proximidad recién mencionada, pronto se tiñe de un triste fatalismo por pertenecer a la visión del mundo del más castigado de los tres jóvenes protagonistas. A la fortaleza de principios y buen ánimo del equilibrado Matt y un Steve algo canalla pero de buenos sentimientos, la triste figura de Andrew, víctima de todas las burlas obviamente vistas sin un ápice de sentido del humor por ser  suyo el punto de vista bajo el que se muestra todo lo que ocurre en la Chronicle, no sólo resulta trágica sino también profundamente sesgada y hasta expresionista en su subjetividad, a un paso del estilizado autorretrato.

Porque, debido a su condición de diario filmado, combinado con la muy hábil puesta en escena de Trank capaz de hacer convivir lo cotidiano y lo espectacular con una envidiable fluidez y una planificación que logra hacer que lo cotidiano de la grabación no caiga en la confusión formal, el realizador de Chronicle sitúa al mismo nivel la visión que Andrew tiene de sí mismo y los demás con la ágil narración de una historia que se sitúa a ras de suelo para explicar lo que no deja de ser un cuento moral muy bien ejecutado sobre el Poder y su uso. Gracias a este punto de vista temático, en parte mérito del excelente guión escrito por Max Landis, Chronicle solventa hasta cierto punto la nada fácil cuestión que late bajo las películas de mayor o menor presupuesto hechas a modo de grabación casera: el grado de verosimilitud que se alcanza o se pierde cuando en momentos de gran tensión parece haber más preocupación por la claridad del encuadre que por la seguridad personal del que filma[4]. Lo que en Chronicle se resuelve gracias a la condición de paria de Andrew, adolescente marginado y repudiado por todos que encuentra su único consuelo en el solitario narcisismo que ofrece la impersonal y desprejuiciada imagen de sí mismo, grabada desde una cámara doméstica. Yendo un poco más allá, en uno de los instantes de la película Trank muestra a un incómodo Matt al que disgusta considerablemente que lo filmen o lo graben, preguntándole a Andrew por qué necesita grabar todo lo que le rodea, éste replica que ver el mundo a través de una cámara le otorga una segura “distancia” de la triste realidad que lo rodea, y que pronto se ampliará hasta un peligroso abismo entre la torturada sensibilidad de un joven dotado de un poder que a duras penas quiere controlar  y el resto de una humanidad que a grandes rasgos sólo sabe tratarlo a patadas. Además, y de forma muy hábil, esta subjetividad para con lo que se narra provoca un proceso de identificación, de empatía del espectador hacia Andrew, que se prolonga durante prácticamente una hora de la película para retomarse y atarse en sus últimos minutos,  y  supone lo más perturbador y conseguido de la película.
Así, Chronicle da comienzo con el plano de una cámara filmándose a sí misma ante un espejo, mostrando a su propietario Andrew comentando su decisión de filmar todo lo que le ocurra a partir de ese momento como testimonio grabado de una vida, la suya,  que ya se adivina problemática gracias al alcoholizado griterio del padre del adolescente exigiendo que le deje entrar en su cuarto sabiamente cerrado con pestillo.  De este modo, y en una estrategia formal que igualmente sirve para describir el entorno familiar y luego estudiantil en el que malvive Andrew y su prácticamente única relación de estima con Matt, el realizador de Chronicle solapa la visión del joven con la del público de la película en una decisión que muy esporádicamente se ampliará con la presencia de otras cámaras, como la WebCam del ordenador del adolescente o la de Casey (Ashley Hinshaw), una joven que se dedica a grabar todos los actos del instituto para su blog informativo que acabará siendo la amante de Matt, pero que significativamente pasarán a un segundo término cuando los tres chicos adquieran sus superpoderes. Inmediatamente después de la secuencia en la que el trío de adolescentes descubren la cristalina estructura enterrada en el bosque, aún filmada mediante una estricta cámara subjetiva por parte de Andrew, la presencia física del chaval en plano resulta mucho más frecuente que durante el metraje precedente.

Así, la subjetividad a ultranza que la película había conseguido mantener hasta el momento se resquebraja, pese a que la descripción del joven que a medida que incrementa sus poderes va aprendiendo a hacer orbitar en el sentido literal del término la cámara a su alrededor, prosigue hasta ser la de un narcisista con la dignidad y el orgullo fatal y peligrosamente heridos. Si durante el primerísimo tramo del film Andrew hacia las veces de narrador desde una toma subjetiva, al adquirir sus sobrehumanos poderes se muestra ante la cámara, exhibiendo sus capacidades. Pero hay más, las peroratas de Andrew hacia la cámara, que no sólo describen una vida considerablemente miserable que por fin parece que empieza a mejorar gracias a la compañía de Steve y Matt sino que también adquieren el sentido narrativo de argumentar lo que aún está por venir en la película, crean un largo tramo de Chronicle en el que acción y descripción van prácticamente de la mano. Vista a través de Andrew y su temerosa desconfianza hacia la nueva vida que poco a poco parece ir tomando forma ante él, Chronicle se va construyendo ante los ojos del público como el diario de un desgraciado que tras un emotivo conato de esperanza, adquiere repentinamente un cariz muy siniestro por mediáticamente familiar. Después de un incidente en el que un cada vez más poderoso Andrew provoca un accidente de coche que por fortuna acaba en un susto que proyecta una premonitoria sombra sobre la bondad del joven, y tras lograr el anhelado aplauso de sus compañeros de instituto mediante una serie de imposibles números de magia que en realidad son fruto de sus poderes, Andrew vuelve a caer en desgracia cuando a punto de perder la virginidad envalentonado por su estrenada popularidad y el alcohol, se vomita encima espantando a la chica en el momento más álgido. Y a partir de ahí, y de forma algo precipitada dentro del reducido metraje de Chronicle, la renovada fe de Andrew en su hasta entonces precario futuro se hunde en una caída libre y sin red. Cada vez más fuera de sí, y tras la trágica muerte de Steve en medio de una tormenta mientras intenta consolar a un Andrew desolado y rencoroso[5], el joven se encara a uno de los matones de su instituto (Rudi Malcolm) y le arranca tres dientes sin ponerle un dedo encima. Justo después de esta impactante escena, que combina una gélida catarsis con una muy desagradable ponzoña gracias a la fría distancia con la que Trank la recoge en sus desapasionadas imágenes, el realizador de Chronicle ofrece un escalofriante plano en el que Andrew muestra los molares del matón con una frialdad que los asemeja a trofeos de caza, comentando despreocupadamente los pensamientos que combinados con sus poderes han logrado extraer uno de los dientes limpiamente, mientras que los otros dos han quedado reducidos a fragmentos al partirse durante el proceso. Poco después, y dentro de un encuadre premeditadamente amplio que muestra un coche abandonado situado detrás de un Andrew que mira fijamente a cámara, el ojeroso adolescente reflexiona sobre los, en su opinión, posibles vínculos que unen evolucionismo y falta de sentido de culpabilidad humana cuando se trata de dar muerte a seres considerados inferiores tales las arañas o los insectos, que han sido vencidos por una raza animal superior. Tras esta reflexión, que deja en el aire la inquietante cuestión de su supuesta superioridad como ventana desde la que contemplar y provocar el dolor ajeno sin culpa, Andrew cierra la mano en un puño mientras el automóvil tras él se contrae sobre sí mismo hasta quedar destrozado. Este instante, que muestra conscientemente por parte de Andrew un grado de poder de forma amenazadoramente exhibicionista, combinado con la salvaje extracción dental recién mencionada, aproximan Chronicle a un referente audiovisual no por pernicioso menos desgraciadamente reconocible como muy similar al de las filmaciones llevadas a cabo por los jóvenes asesinos que, cada cierto tiempo y bajo nombres siempre distintos, irrumpen en sus institutos o lugares públicos armados hasta los dientes, provocando una matanza que ocupa rápidamente los telediarios antes de regresar al olvido mediático[6].
Y es en este momento cuando la estrategia de Trank se hace cristalina: si bien el argumento y posterior desarrollo de Chronicle mezcla talentosamente motivos recurrentes de lo superheroico y la comedia estudiantil por y para adolescentes con un algo más dramático  retrato sobre la amistad, la marginalidad social en una época de la vida (y una determinada sociedad y cultura como es la norteamericana) en la que la aceptación por parte de los demás es, cuanto menos, importante, el formato visual de la película de Trank los aglutina en una sola estética equiparable, en tono y textura al usado por muchos jóvenes asesinos en sus amenazas grabadas poco antes de cumplirlas. Aunque, y pese a que el perfil psicológico y el soberbio tono de Andrew en estas escenas resulte muy similar al de las perniciosas figuras recién mencionadas,  Chronicle humaniza la historia que late bajo sus imágenes hasta el punto de perturbar los modelos de los que el film de Trank parece beber. De este modo, y sin ningunear la locura homicida que poco a poco va filtrándose en el retrato que Chronicle hace de Andrew a través de sus propias grabaciones, la violentísima actitud del adolescente deviene entendible, que no justificable, y no tanto una incomprensible explosión de psicopatía como el violento aterrizaje de una caída que lleva un largo tiempo teniendo lugar. Así, y desde un punto de vista narrativo, lo perturbador de Chronicle no reside tanto en su violencia, sino en la asunción de la visión del furioso Andrew como punto de vista desde el que se contempla toda la película hasta despertar una incómoda y pegajosa compasión hacia un personaje tristemente temible.

De este modo y de forma harto coherente, del estricto subjetivismo inicial en el que la toma de cámara pertenecía al punto de vista del castigado adolescente, se pasa a uno más distante, frío, y sobretodo descaradamente narcisista, que justifica tanto la superioridad auto imbuida por el poderosísimo joven gracias a una serie de habilidades que no deja de exhibir ante el público, como su condición de protagonista absoluto de Chronicle y humaniza a un personaje con el que empatizar resulta tan incómodo como necesario para que Trank pueda completar su propuesta moral. Una subjetividad que se diluye rápidamente en el último tramo del film, indudablemente el más espectacular de Chronicle pero también el más descolgado, que se beneficia de un ritmo trepidante sembrado de imágenes tan potentes como la de un Andrew flotando entre los rascacielos de Seattle como un muñeco roto, completamente ido tras haber intentado asesinar a su padre, o la que muestra al mismo joven lanzando un autobús contra un Matthew incapaz de convencer a su amigo para que recupere la cordura, que logran hacer pasar por alto la traición que supone respecto al género digamos testimonial al que pertenece el más largo e interesante tramo de la película. Aprovechando la brecha abierta por los pocos momentos de Chronicle que hasta entonces habían roto el punto de vista de Andrew o su cámara mostrando un segundo punto de vista alternativo al del protagonista, el film de Trank coge impulso y  hace estallar la impresión de relato subjetivo que se había labrado hasta ese instante. Las incontables imágenes de cámaras de seguridad, policiales, domésticas, o de teléfonos móviles rompen la unidad de la película no sólo por la repentina aparición de numerosos puntos de vista ajenos a un Andrew que sin embargo los hace orbitar a su alrededor, sino que además implica la existencia de un montador, o un organizador de una serie de imágenes con los más variopintos orígenes. La impresión de estar ante un documento personal bajo la forma de una serie de confesiones sin adulterar desaparece, y en su lugar Chronicle plantea un estilizado  collage formal que no molesta por su vigorizante sentido del espectáculo, pero que a un nivel dramático, sale comparativamente perdiendo.
En estos últimos minutos, en los que la violencia se desata y las fuerzas de Matt y Andrew se enconan en un conflicto definitivo que pone en jaque a toda la ciudad, la ampliación de puntos de vista que conforman el cuerpo del film de Trank se extiende a todo dispositivo móvil o cámara desde la que pueda recogerse la brillante orgía de destrucción puesta en imágenes por el realizador. Y probablemente por ello, y una vez la mirada de Andrew ha perdido su centralidad en la película ante el surgimiento de incontables y nuevos puntos de vista, Chronicle se asemeja a una (estupenda) película de acción que logra encajar cada plano más o menos necesario para el buen entendimiento de la batalla campal entre los dos adolescentes gracias a la omnipresente disponibilidad de una serie de dispositivos de grabación cuya agradecida presencia y encuadre resultan, cuanto menos, increíbles en su precisión y grado de cobertura. En estos instantes, parecería que Trank fuerza la apuesta y se ve obligado a plantear el espectáculo que hasta ese momento latía sepultado bajo una pátina de cotidianeidad como un peaje inevitable, pero pese a resultar tan catártico y trepidante que compensa una serie de escenas que rompen con la austeridad formal que hace de Chronicle la particular película que es, no es hasta alcanzar el calmado epílogo de la película en el que las turbulentas aguas del film vuelven a su cauce. Es entonces, en una corta escena que tiene lugar en el Tíbet, cuando Chronicle adquiere una estructura prácticamente circular, no tanto para sus personajes como para el público del film, que asiste al cierre de una tesis y una forma fílmica de plasmarla que recupera algunos de los elementos formales y tonales que parecían perdidos en un mar de explosiones e imposibles peleas. Mediante un Matt hablándole a un Andrew ausente, suplantado por su inseparable grabadora, Trank sitúa de nuevo al espectador en el lugar de la toma del plano culminando así una triste visión del mundo en la que se cuestiona la necesidad de ser salvado... sino es de aquellos que pretendan salvarlo. Dándole así la última vuelta de tuerca a la lúcida inversión moral que Chronicle supone para un género tan proclive al mesianismo como es el superheroico. El mismo que desde el otro lado del espectro, reza aquello de que a grandes poderes, grandes responsabilidades.

Título: Chronicle. Dirección: Josh Trank. Guión: Max Landis. Producción: John Davis y Adam Schroeder. Dirección de fotografía: Matthew Jensen. Montaje: Elliot Greenberg. Año: 2012.
Intérpretes: Dane DeHaann (Andrew Detmer), Axel Russell (Matt), Michael B. Jordan (Steve Montgomery), Ashley Hinshaw (Casey Letter), Michael Kelly (Richard Detmer), Bo Petersen (Karen Detmer).


[1]A partir de la escasa información disponible alrededor de Joshua Benjamin Trank, se sabe que el realizador de Chronicle nació el 19 de febrero de 1984 en la norteamericana Los Angeles, como hijo del oscarizado documentalista Richard Trank y abandonó sus estudios en la Escuela de Fotografía para dedicarse por entero a labores de edición y montaje. Durante esos años, Trank trabajó en proyectos como I Haven’t forgotten you: The Life & Legacy of Simon Wiesenthal, documental dirigido por su padre en el año 2007, así como su fuente de ingresos y aprendizaje más estable con la serie The Kill Point, en ese mismo año. Gracias a su buena labor como montador en la mentada teleserie, Trank escaló hasta la posición de director y guionista de algunos de los capítulos de esta The Kill Point, que no alcanzó una segunda temporada en pantalla. Fue entonces, tras la cancelación de la serie, cuando Trank empezó a escribir un guión alrededor de un grupo de jóvenes cuyas vidas daban un vuelco debido a un acontecimiento inesperado y sorprendente. Sin mucho más en mente, la idea terminó de cristalizar cuando se reencontró con Max Landis, antiguo compañero de instituto, a través de las redes sociales, al que le expuso la idea obteniendo como respuesta que en un par de semanas el propio Landis tendría un guión listo para ser filmado. Y dicho y hecho, poco después de llevar a cabo el montaje de la película del año 2009 Big Fan en la que según parece también trabajó como director de segunda unidad, Trank se puso manos a la obra con la producción y posterior rodaje de Chronicle. Gracias a esta película, y más allá del análisis hecho en esta entrada, la película fue un inesperado éxito de taquilla en parte gestado gracias a una inteligente campaña publicitaria a través de Internet y las redes sociales que la convirtieron en un espurio (como todos) hype que poco o nada tiene que ver con sus numerosos valores cinematográficos. Las ingentes cantidades de dinero recaudadas por Chronicle convirtieron al aún primerizo Trank en un valor en alza pese a sus veintiséis años de edad y a contar en su haber con tan solo una película dirigida que le ha abierto las puertas a proyectos como el reboot (o remake,  o reimaginación, o como demonios quieran llamarlo) de Los 4 fantásticos, y la mucho más golosa perspectiva de dirigir el que será para entonces octavo film de la saga de La guerra de las galaxias, previsto para el año 2018.

[2]Filósofo alemán del siglo XVIII y XIX, de grandísima influencia en numerosos filósofos europeos posteriores y uno de los mayores representantes del llamado pesimismo profundo, que sostenía que mediante una elaborada introspección era posible acceder a la verdad del Yo, identificado como Voluntad de Vivir. Algo que se manifiesta, a decir del filósofo, en todos los objetos del mundo y muy en  especial en los seres humanos por ser acreedores de deseo consciente del que deriva la más habitual acepción del término voluntad. Pese a todo, Schopenhauer aseguraba que toda vida implica sufrimiento, un dolor que puede mitigarse mediante el ascetismo como forma de negación del Yo, fuente de todo Mal. Los puentes tendidos por su filosofía con algunas culturas orientales como puedan ser la budista o la taoísta fueron cruciales para alcanzar esta última máxima, que obtienen curiosas y coherentes resonancias en esta Chronicle en la que el personaje de Andrew sueña con huir al Tíbet como bálsamo para su ánimo completándose por diferentes motivos como el personaje más próximo a la visión del mundo del filósofo.

[3]Resulta bastante curioso establecer comparaciones entre la visión del instituto que se propina en Chronicle de la mano del guionista Max Landis, y la que se desprendía de algunas de las más célebres películas de su progenitor, el director John Landis, cuya festiva Desmadre a la americana (comentada en este blog en el mes de marzo del año 2013) da una visión de la vida estudiantil en las antípodas de la mostrada en el film que nos ocupa, tanto por su tono como por las situaciones que plantea. La idea del guión, que como se explica en una nota al pie algo más arriba llegó a las manos de Landis a través de su renovado contacto con el realizador de Chronicle gracias a las redes sociales, era inicialmente la de una serie de secuencias que, a modo de pequeños videos caseros como los que pueden verse en Internet, seguían las andanzas de un grupo de jóvenes dotados de telequinesia, algo que Landis, tras largas charlas con Trank, utilizó como inspiración para una historia dotada de introducción, nudo y desenlace.

[4]Un género, el conocido como found-footage (literalmente metraje encontrado), en el que Chronicle podría integrarse sin demasiados problemas al menos durante gran parte de su metraje, y que dio sus primeros y más populares pasos con la ya mítica, polémica, y tremendamente irregular El proyecto de la bruja de Blair, dirigida por Eduardo Sánchez y Daniel Myrick en 1999, para prolongarse en una serie de películas, mayoritariamente de terror y fantástico en ocasiones muy superiores a ésta. A pesar de todo, El proyecto de la bruja de Blair supuso, más allá de la popularización del falso documental como redescubierta forma fílmica para parte del público, una de las primeras muestras de una espectacular y por entonces novedosa campaña de marketing por su uso de las redes sociales e Internet para en el fondo motivar una promoción de base tan vieja como el cine: hacer correr el morboso bulo de que todo lo visto en la película era real y había sido encontrado en los bosques de la localidad de Blair poco después de la desaparición de los tres estudiantes que la protagonizan. Aún y así, y tras El proyecto de la bruja de Blair, comenzó el goteo  de películas cuyas estrategia formales y promocionales bebían claramente de la de Sánchez y Myrick: desde la justamente célebre [Rec] dirigida por Jaume Balagueró y Paco Plaza, su bastante inferior secuela dirigida en solitario por el primero, y los veinte minutos iniciales de la tercera entrega de una saga que pronto contará con cuatro películas en su haber dirigida exclusivamente por Plaza, contaban con el manido uso de la grabación casera (y por supuesto falsa), y algunos peregrinos apuntes alrededor de la nueva cultura de la imagen resumida en la contundente máxima del primer film, que rezaba “Grábalo todo. Por tu puta madre”. Nuevas disgresiones al respecto llegaron con la excelente y carísima Monstruoso, una maravillosa muestra de cine-espectáculo que se las apañaba sorprendentemente para actualizar el género de monstruos gigantes (o kaiju-eiga, con los japoneses Godzilla y compañía a la cabeza) mediante un apabullante despliegue de efectos especiales y un incansable ritmo que jamás desfallece pero que, una vez más, era incapaz de justificar satisfactoriamente la abnegada labor de unos protagonistas tanto o más preocupados por filmar todo lo que ocurre a su alrededor que por su precaria  seguridad. La curiosa Troll Hunter, que en el año 2010 pasó sin pena ni gloria por las carteleras pese a su simpatía y buenos momentos, supuso un nuevo paso hacia ninguna parte por parte de un género, el del found-footage, que parecía estancado hasta la llegada de Chronicle, que si bien probablemente no es la mejor de las películas ennumeradas someramente en esta nota al pie, sí es sin duda la más coherente y quizás la única capaz de justificar dramáticamente su naturaleza de testimonio grabado. Aunque, pese a todo, no son tanto los filmes estrenados a partir del baratísimo taquillazo que supuso El proyecto de la bruja de Blair la única herencia recibida por Trank en Chronicle. A todo lo anterior habría que sumar la inestimable asimilación al cine de imagen real  de la retórica visual propia del anime, o cine de animación japonés, con la adaptación del manga Akira a la cabeza, del cual Trank parece haber sacado la inspiración para algunas situaciones, soluciones formales, y muy especialmente para el personaje de Andrew, definido en su día por el realizador como su “Tetsuo particular”.

[5]No faltó quien quiso ver en Chronicle, y muy especialmente en la secuencia en la que Steve cae víctima de un relámpago lanzado por uno de sus dos mejores amigos, un velado comentario político alrededor de el clima imperante en los EEUU del momento. Steve, afroamericano y popularísimo en su clase del instituto en la que se postula como delegado repartiendo sonrisas y simpatías a diestro y siniestro, fue contemplado por algunos como una personificación del Presidente norteamericano Barack Obama, cuyas impolutas y carismáticas maneras ya empezaban a mostrar síntomas de fatiga revelando una figura presidencial no tan dotada para resolver los problemas como mediáticamente se le presuponía. Así,  la muerte de Steve representaría el fin de la ilusión obamista y la asunción de una visión de Norteamérica malherida y rencorosa (o, si nos ponemos rebuscados y maniqueos, Andrew vendría a representar la reprimida América Republicana, y Steve la más vivaz Demócrata) que asesina el optimismo que aupó a la Casa Blanca al actual líder de los EEUU, revelando la peor cara de un país que como Andrew está dotado de un omnipotente poderío casi imposible de dosificar ante las amenazas, pequeñas o grandes, que puedan retarle… Aunque pese a su posible validez, esta dudosa lectura algo traída por los pelos y que deja de lado el personaje de un Matt que ni pincha ni corta en la ecuación política, no es capaz de sostener por sí sola una película que no necesita de muletillas de este calibre para validarse.

[6]Una lista que ya resulta demasiado larga desde el momento en que comienza, pero que con el aterrizaje de las cámaras domésticas adopta un poso exhibicionista al que los medios de comunicación, oficiales y regulados, no dejan de dar una incomprensible cancha. Los videos grabados a modo de amenazante prolegómeno a las matanzas, hechos con una amenazante tono y un exhibicionismo que sólo busca causar temor por parte de algunos de jóvenes, parecen perfectos modelos comparativos tanto para Andrew como para su diario filmado. Además, su combinación con las numerosas imágenes de video de fuentes policiales o de seguridad que aparecen en la película, aproximan la textura formal de Chronicle a la de la reconstrucción de los hechos propia de un noticiero, y por supuesto también del sensacionalismo formal que en muchas ocasiones rodea estos acontecimientos y que es inteligentemente integrado por Trank en su ficción.

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