domingo, 24 de junio de 2012

GENERAL IDI AMIN DADA




El dictador ugandés Idi Amin Dada, conocido como el pequeño Calígula, el Mussolini africano o el Hitler ugandés entre otros motes, parapetado detrás de su incombustible sonrisa lleva al director Barbet Schroeder[1] y a su director de fotografía y cámara Néstor Almendros a conocer los paisajes más agrestes de su país. En esta ocasión un río flanqueado por caimanes que miran pasar tranquilamente el bote en el que se encuentran los tres causantes del documental. Idi Amin le pide a uno de los inmóviles reptiles que se sumerja y a los pocos segundos, este obedece y desaparece bajo las aguas del río.  Es un momento alucinante, en el que los deseos del autoimbuido poder sobrenatural de Idi Amin Dada encuentra su eco en  una realidad que como es natural poco tiene que ver con sus enloquecidos designios... Pero la ilusión se rompe pronto, encantado de su poder para controlar hasta la más pequeña brizna de hierba de su país  y de paso preocupando con esa perturbadora maravilla al público (porque efectivamente el caimán parece haber obedecido al General), Idi Amin vuelve a intentarlo con otro caimán que toma el sol a pocos metros de la balsa con la boca abierta en una siniestra sonrisa, pero este ni se inmuta. Idi Amin parece perplejo pero se repone al instante:“está dormido”. Todos felices y, sobretodo, enteros. La realidad es la que es, con sus casualidades y sin ellas.

Uganda es un país cuya extensión alcanza la mitad de la de Francia, pero ninguno de sus diez millones de habitantes ha conocido la hambruna. De gran riqueza agrícola, exportadora de café, algodón y cobre, contaba por aquel entonces con un embrionario sector industrial, todo lo cual reducía su dependencia del mundo exterior. Fue en 1962, poco después de la independencia de esta ex colonia británica cuando el por entonces Teniente Idi Amin Dada empezó a interesarse por la política. Primero fue jefe de estado mayor y mano derecha del no demasiado querido Presidente Obote, al que él mismo derrocó por golpe de estado en 1971. El pueblo ugandés acogió a Idi Amin como el líder que les sacaría de su descontento con Obote. Se hizo popular entre los líderes internacionales y trató a Richard Nixon de “querido hermano” deseándole lo mejor para salir del escándalo Watergate que hundió la carrera e imagen del entonces presidente norteamericano. También aplaudió y felicitó a la Junta Chilena por su toma de poder y puso a disposición de la Reina de Inglaterra una guardia escocesa en su conferencia de la Commonwealth… Tamaño personaje no iba a quedarse de brazos cruzados ante la situación que tenía en su propio país con 80000 asiáticos controlando el 80% de la riqueza de Uganda, pero la solución le pilló durmiendo a pierna suelta. Tras tener un sueño revelador en 1972 los expulsó a todos, dándoles 90 días para abandonar el país iniciando lo que se vino a llamar “guerra económica”. A cada día que pasa la herencia de Idi Amin Dada es más precaria; fondos reservados bajo mínimos, inflación record del continente africano, escasez de artículos básicos… y para acabar de rematar la faena el propio Idi Amin ordenó doce ejecuciones públicas simultaneas en distintas zonas del país para dar ejemplo a pueblo llano y mandos inferiores, que a ojos de Idi Amin se dirían prácticamente lo mismo. Desde entonces se han denunciado más (cerca de un millar) de desapariciones de ugandeses entre las que se cuentan decanos universitarios, ministros y otros contrarios o disidentes a las ideas del dictador.

Este largo -mil disculpas- prólogo explicativo de la situación en Uganda, es narrado por el propio Schroeder al inicio del documental prácticamente como si fuese una fábula en la que Idi Amin Dada es un ogro que se hizo pasar por príncipe. Parece que al ponernos en contexto condicionará nuestra mirada sobre el dictador incluso antes de empezar a conocerlo. Visto lo visto, y sirva la escena del crucero entre caimanes como ejemplo, esta introducción es un subrayado innecesario o una fábula que no encuentra su eco más allá en un documental que da vueltas una y otra vez sobre la misma idea. Ha de ser muy difícil lidiar con alguien como Idi Amin Dada. Su apariencia amigable y sus buenos modales no engañan porque nunca llegan a desmentirse con lo que probablemente son verdaderos, pero la otra cara que complementa esas virtudes eclipsa con mucho, dejando de lado sus crímenes, todo lo anterior. No sólo es egocéntrico hasta lo imposible sino también la peor pesadilla de cualquier director de actores que intente ponerle vallas al campo. Idi Amin Dada es el protagonista absoluto del documental y es, en un sentido casi estricto, su propietario. Schroeder, como consciente segundo hombre más loco de los que han tenido algo que ver con todo esto y compinchado con el montador Denise De Casabianca, toma la decisión más inteligente una vez se puede ver la dinámica habitual en una conversación con Idi Amin: hacerse a un lado y dejarle hacer y hablar.
Schroeder parece esconder la cabeza debajo del ala y sólo en contadas ocasiones contradice al líder ugandés, pero al rato uno se da cuenta de lo que el propio director debió pensar al charlar con el dictador ¿Para qué jugarse la vida contradiciéndolo si eso es algo que el propio Idi Amin sabe hacer como nadie?
 
Uno empieza creyendo que el físicamente descomunal Idi Amin miente y que intenta camelarse al respetable, pero nada más lejos de la verdad. Idi Amin está como un cencerro y de alguna forma incomprensible para el resto de los mortales nunca acaba una frase sin haberla terminado cambiando por completo el principio de la misma. Para él no existen las contradicciones pero él y de rebote la propia Uganda parecen ser la mayor de todas. Su armada es de opereta y sus entrenamientos más propios de una casa de colonias llena de niños sonrientes que de soldados que se tomen en serio su labor de protectores de la patria, pero su país es temido por todos los demás por su brutal potencia militar. Su marina es algo fuera de lo común (y cuando la vemos no podríamos estar más de acuerdo) pero Schroeder le hace saber a Idi Amin que “¡usted no tiene marina!”, opinión que no detiene al líder en su perorata sobre las infinitas virtudes de su temible flota. Schroeder, en una de las pocas ocasiones en las que decide barrer de un papirotazo las opiniones de Idi Amin sobre el mundo real, pasa por corte a la imagen de una cáscara de nuez que sale de puerto y que da la sensación de que no va a llegar a tierra firme por muy cerca que pueda estar…
Sus declaraciones devienen progresivamente demenciales porque vemos que la cosa va más en serio de lo que los responsables del documental podrían haberse propuesto, y lo peor de todo es que detrás de la risa que provoca uno no deja de pensar que no sólo Schroeder y Almendros están bajo la protección de un loco. Uno capaz de hacer “desaparecer” a uno de sus ministros por dar una mala imagen pública durante el proceso de filmación del documental y que toda la población de un país ve como su vida va a rebufo de los caprichos de un iluminado como Idi Amin.

Es la espera lo que levanta un documental como este en el que nada parece especialmente planificado (cosa imposible dentro del género documental pero que con alguien así habría sido estúpido) pero al mismo tiempo siempre parece saber donde está yendo: al derribo de la imagen de Idi Amin con la única ayuda del mismo. No es que este no se esfuerce; el dictador le dice a Schroeder lo que debe filmar y no espera a pedir ser entrevistado sino que se ofrece él mismo como quien no quiere la cosa, le dice lo que hay que ver y como verlo, hasta la música del documental fue compuesta por él. Idi Amin quiere controlarlo todo, pero es incapaz de controlarse a sí mismo, con lo que el absolutismo que ejerce sobre la película y su propio país resulta a todas luces grotesco ya que Idi Amin y el mundo real son como el agua y el aceite pero este se niega a aceptar ninguna intromisión que puedan hacerle cambiar su opinión no sobre el mundo, sino sobre él mismo.
La elegía que este esperaba y creía estar recibiendo (lo que hizo posible la existencia del  documental) se vuelve un regalo envenenado que explotó en las narices de sus responsables cuando Idi Amin se enteró de que existía un montaje no aprobado por él. Con ánimo de convencer a Schroeder, Idi Amin secuestró a todos los ciudadanos franceses residentes en Uganda (alrededor de 200) reteniéndolos en un hotel y dándoles el teléfono de Schroeder para que pudieran explicarle su situación. El secuestro tendría lugar hasta que el montaje original planeado por el dictador fuese restituido. Schroeder, accedió hasta el exilio del General, momento en el que volvió a remontar la película según su propio criterio.

Algo debió aprender con la experiencia. Años más tarde, durante la producción de Barfly dirigida por él mismo y con guión de Charles Bukowski[2], amenazó a un productor de Hollywood con cortarse un dedo de la mano por cada media hora que pasara sin que acataran sus peticiones… blandiendo una sierra mecánica delante de las narices del productor y del escritor alcohólico. Bukowski aseguró, y le creemos, que Schroeder se había ganado su respeto. Y sin secuestros.

Título: Général Idi Amin Dada. Autoportrait. Año: 1974. Nacionalidad: Francia y Suiza. Dirección y guión: Barbet Schroeder. Director de Fotografía: Néstor Almendros. Montaje: Denise De Casabianca. Música: Idi Amin Dada.


[1] Que no sería la última vez que se acercara a las cloacas del poder.  Hace unos pocos años, en 2007, volvió a la carga con el documental, más inquietante todavía, El abogado del terror , más preocupante que el que nos ocupa por la cantidad de claroscuros morales no ya de causas ajenas sino algunas que son suelo de nuestra propia “sociedad libre”.
[2] El escritor plasmó su experiencia en el mundo del cine en su novela Hollywood en la que explica sus correrías bañadas en alcohol y con amigos como el propio Barbet Schroeder, Mickey Rourke; que interpretó a Bukowski en la película (a pesar de que él apostaba por Sean Penn después de casi pegarse con él por haberse metido con Madonna que salía con Penn por aquel entonces), Jean Luc Godard y demás personalidades del mundo del cine, todos ellos bajo seudónimo… Aunque tan pobretones (Godard es rebautizado como Monard) que parecen más un guiño cómplice que un verdadero intento de ocultar su identidad. Como casi toda novela de Bukowski, más que recomendable, con el plus de la puya al embelesado mundo del cine desde una óptica mucho más lúcida del foráneo de vuelta de todo.

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