miércoles, 31 de octubre de 2012

LA NOCHE DE HALLOWEEN


 31 de octubre de 1963. Avistamos desde la oscuridad nocturna una casa típicamente suburbial de los Estados Unidos. Aproximándonos un poco más, observamos a través de la ventana una pareja de jóvenes besuqueándose en lo que adivinamos son los prolegómenos de algo más que ocurre fuera de nuestra vista cuando la pareja de amantes desaparece escaleras arriba. Pero no nos damos por vencidos. Entramos en la casa y rondamos por ella a oscuras hasta alcanzar un remanso de luz en la cocina, en la que con toda naturalidad abrimos un cajón y nos apoderamos de un cuchillo. Desde la oscuridad vemos como el joven baja las escaleras poniéndose de nuevo la camiseta y saliendo por la puerta tras despedirse de la chica que sigue en la planta de arriba. Él no nos ve, pero no lo perdemos de vista hasta que desaparece de la casa. Subimos por las escaleras y de camino nos ponemos una máscara que antes hemos visto se ponía el chico para bromear con ella, que ahora se mesa el pelo mientras canturrea en ropa interior y de espaldas a nosotros. Oímos nuestra respiración amortiguada por la máscara mientras nos aproximamos a ella, que se gira sorprendida. Y la apuñalamos.

Así da comienzo la mítica, y a día de hoy poco vista pese a su importancia, tercera película dirigida por John Carpenter, en 1978. Este perturbador plano secuencia subjetivo remata la jugada maestra cuando una pareja se aproxima a nosotros y nos saca la máscara, revelándonos la verdad: el asesino es un niño de seis años de nombre Michael Myers que con la mirada perdida y una mueca de desagradable pasmo en la cara sostiene un cuchillo ensangrentado frente a sus padres. La identificación que dicha secuencia busca con el espectador no es baladí ni en sus formas ni su fondo. Vista ahora, apunta con dedo acusador al espectador que va en busca de emociones fuertes situándola al inicio del film y sin más contextualización temporal que unos títulos que anuncian la noche de Halloween[1] corroborados por los cánticos de un grupo de niños que parecen invocar el inicio del film. Si miramos la película con los ojos de su director y los primeros espectadores que pudieron verla en autocines y atestando las salas en su estreno[2] en pantalla grande, podemos sumar una lectura más al inicio. Carpenter fue uno de tantos jóvenes que pudo ver el auge y el declive de una cultura que prometía grandes y históricos cambios en la estructura y conciencia social de su país, en consonancia con muchos otros que tenían lugar en otros rincones del planeta. Desde las revoluciones estudiantiles, líderes sociales de la talla de Martin Luther King, pasando por el mítico concierto en Woodstock en 1969, la liberación sexual, las protestas contra la guerra de Vietnam o el acceso a rincones de la percepción poco o nada explorados drogas mediante, la llamada generación del amor vio como sus sueños mutaban en utopías cuando la realidad que tan ilusionadamente habían ido creando empezaba a degradarse hasta volverse una desesperanzada pesadilla. La resaca de dicha generación comprendió tremebundas secuelas psicológicas para los que abusaron de las drogas y otros excesos, monstruos del calibre de Charles Manson o el asesino del Zodíaco y celebraciones con cruentos finales como el tristemente célebre concierto de Altamond[3], o el escándalo Watergate entre otros. Así las cosas y con la vida volviendo a los apacibles y conservadores cauces de tiempos anteriores a una relativamente frustrada revolución, es lógico que entre el año 1963 en que tiene comienzo la acción de La noche de Halloween y el 1978 en que acontece prácticamente toda la película, haya a simple vista y en la superficie, muy pocas diferencias. Lo que sobre el papel no deja de ser (y probablemente sólo es, pero no deja de ser una interesante posibilidad) un simple salto en el tiempo revela como la paz social que se presupone a los años anteriores a la generación del amor no era tal. O no lo es para los que crecieron en ella desde el punto de vista de 1978. La semilla del Mal que no obtiene nunca una explicación parece surgir entonces de la impresión de que si los niños de 1963 fueron capaces, ya adultos, de cometer las incomprensibles barbaridades para ser los que decían creer en el amor y un nuevo orden exento de violencia, será porque esa maldad ya estaba presente en esas casitas adosadas que se han convertido en uno de los paisajes de la Norteamérica conservadora y pacífica más reconocibles. Ellos, como espectadores pillados in fraganti, eran el Mal igual que ahora lo somos nosotros. El resultado es una visión pesimista hasta el nihilismo del mundo que, en lo que a Carpenter se refiere, nunca ha abandonado y probablemente ya tenía con anterioridad al batacazo de los años setenta, siendo aún a día de hoy uno de sus rasgos de identidad más reconocibles.
Ese punto de vista, o esa mirada sobre el Mal y sobre la relación entre el cine y sus espectadores, es la que articula de cabo a rabo el film de Carpenter y realza un guión no sólo pobre, sino lleno de exagerados agujeros. Al realizador oriundo de New Jersey siempre se le ha dado bien sacar partido en imágenes y sonido de las situaciones puestas en negro sobre blanco en el papel de dudosa calidad, pero es en La noche de Halloween donde resulta más notable el abismo entre el guión y el resultado final en pantalla de toda su carrera para lo bueno y para lo malo.

Si seguimos con la pobre historia, nos encontramos con que el joven Myers es encerrado en un sanatorio mental en el que no sale de su estado catatónico pese a que el psiquiatra que lleva su caso, el Doctor Samuel Loomis (Donald Pleasance), asegura que ese estado de shock es pura fachada y que en realidad Myers está esperando. Veinticinco años más tarde, dos días antes del vigésimo quinto aniversario del asesinato de su hermana, Myers logra escapar del manicomio en el que estaba encerrado, y como no podía ser de otra manera, vuelve a casa para retomar el sangriento ciclo que su psiquiatra, pisándole los talones, asegura que va a completar.
Como podrá darse cuenta cualquiera que haya visto algunas de las más prototípicas películas del subgénero del cine de horror con asesino psicópata aterrorizando adolescentes, el guión de Carpenter no es desde el punto de vista actual ningún modo original. Pero los que digan en defensa del film que eso lo revalida como clásico precursor y una más que notable (y bastante cansina) influencia en el devenir del género, pese a estar de acuerdo con ellos en ese punto, también concederán que el guión original es insulso y de una simplonería considerable.

Pero como decía, y ahí reside uno de sus grandes méritos, no es óbice para que La noche de Halloween sea una muestra de buen cine en toda regla. El retorno, más que de Myers, del film al Haddonfield natal del asesino se presenta de forma supuestamente inocente y “neutral”. La cámara se desliza sobre las calles desiertas de la población hasta que recoge la salida de la joven que se erigirá como heroína en la lucha contra el Mal: Laurie (Jaime Lee Curtis), estudiosa y un punto recatada en comparación con sus dos amigas interpretadas por Nancy Loomis y P.J. Soles (lo que provocó más de un comentario acusando al film de ultraconservador[4]) es seguida en su paseo matinal de camino al instituto parte de su rutina diaria. Pero esa supuesta objetividad que sólo parece ilustrar el guión poco a poco se va revelando como algo bastante más intencionado e inquietante. La distancia, al principio considerable, con la que observamos (o vigilamos) a Laurie se concatena con esporádicas apariciones de un Myers adulto que observa a sus futuras víctimas desde también una distancia que irá acortando poco a poco pero con preocupante decisión. El espacio, ese Haddonfield que se ve tan apacible, se va cerrando sobre las chicas, dejando fuera todo lo demás y lo que es más importante: encerrándolas a ellas en espacios cada vez más pequeños sin que sean conscientes de que su acoso está llegando a su sangrienta conclusión. Así, desde las calles de la ciudad hasta un estrecho armario pasando por coches, garajes o pequeñas habitaciones, Carpenter se dedica básicamente a acorralar sus personajes en todos esos compartimentos y sobretodo con uno: el encuadre, que conecta todo el film con ese inicio que presenta un espacio que es producto de una mirada perturbada, ajena a la de las futuras víctimas ignorantes de su oscuro destino. No pasa lo mismo con el espectador, siempre un paso o dos por delante de las futuras víctimas y cerca de los de Myers, a veces viendo a las chicas alejarse por encima de su hombro que entra en plano a modo de escorzo y que se sitúa casi siempre como punto de fuga que articula el espacio que hay a su alrededor. La maldad del punto de vista que abría el film (y que presentaba el espacio desde esa visión del mismo) se desvincula de la figura, digamos física, de Myers pero se desparrama venenosamente por toda la película con lo que la sensación de amenaza cada vez mayor que tiene el espectador no es compartida por las jóvenes que pueblan la película. Con el mínimo de información y apoyo del guión, Carpenter consigue que al saber más que ellas y nada de él (o ello, pero de eso ya hablaremos más adelante) provocar una sensación de fatalidad y de irreversibilidad que da un aire de predestinación al futuro de las pobres chicas que no existía en el guión. A ello también colabora otro factor, este además uno de los talones de Aquiles de la película, el uso del tiempo. Los planos, en su mayoría secuencia quizás por motivos presupuestarios, quizás narrativos o muy probablemente ambos, hacen gala de un ritmo pausado y se van engarzando mediante un montaje que los deja respirar… en ocasiones demasiado.

El que puede que sea el único problema del film viene dado de la combinación entre ese ritmo lento que va calando poco a poco en una conseguida tensión con un guión que resulta muy pobre y las situaciones que presenta muy reiterativas y personajes poco trabajados, pese al buen hacer de las actrices que consiguen dar naturalidad a tres personajes prácticamente nulos. Carpenter crea, con la inestimable ayuda de su magistral en su minimalismo que delata obsesión, tensión y un punto de tristeza banda sonora compuesta por él mismo, una palpable atmósfera de amenaza, de opresivo suspense[5], acumulando una consabida tensión que tarda mucho en estallar, llegando a cansar en algún momento. Con todo, la frialdad del mecanismo de relojería puesto en marcha por el director consigue rescatar además ese turbio motor dramático que pone en guardia al espectador del morbo más descarado, provocando más incomodidad. Su distancia y mesura es también la de Myers, pero lo mecánico de este provoca un desapego que nos convierte en desagradados testigos de lo que ocurre en el film y mientras esa sensación se mantiene, la película aguanta más que bien una historia que a día de hoy también tiene que lidiar con la absoluta ausencia de sorpresa que provoca su premisa y desarrollo argumental. Su cuasi perfección en cuanto a formalizar un fondo casi muerto hasta dotarlo de una vida impensable viendo la propuesta inicial a veces puede parecer más un ejercicio de estilo, muy conseguido, pero en ocasiones vacuo al apoyarse en situaciones que en  sí mismas a veces no tienen interés cuando nunca llegan a su esperada conclusión, como sí ocurrirá en una de sus mejores películas, sino la mejor, la mucho más equilibrada y igualmente virtuosa La cosa[6], en 1982 y que comparte con el film que nos ocupa un tono de pesadilla desesperada que raya en el nihilismo y un horror a camino entre lo concreto y lo abstracto.

Hay además otro elemento que eleva a La noche de Halloween muy por encima de la media y que en combinación con su atmósfera lleva al film del terreno propio del suspense al del cine de terror: el propio Michael Myers. Su desmotivada figura es con toda seguridad lo más inquietante del film ya desde el propio guión y no digamos ya una vez en pantalla. Su estatura, sus andares pesados y sobretodo una máscara blancuzca (del actor William Shatner, el capitán Kirk de Star Trek) que más bien parece una segunda piel, una cara sin rasgos definidos puntuada por dos ojos vacíos de vida (“los ojos del diablo” en palabras de Loomis) dan una impresión de deshumanización muy conseguida, de una pureza que pocas veces ha llegado a repetirse no ya dentro de la saga y el más o menos afortunado remake de Rob Zombie y magnífica secuela (que inteligentemente, tiraban por el lado opuesto a lo propuesto por Carpenter) sino dentro del cine en general. La figura más parecida al Michael Myers de La noche de Halloween sería la del asesino Anton Chiguhr ,interpretado por Javier Bardem, en la mucho más respetada culturalmente No es país para viejos que tiene bastante del film de Carpenter en cuanto a su discurso más allá de su fidelidad absoluta a la novela homónima de Cormac McCarthy… o en una vertiente histérica y alqaeizada, el Joker interpretado por Heath Ledger en El caballero oscuro. En el caso del film de Carpenter, sólo son necesarios un par de apuntes pseudo místicos en boca de su perseguidor, Loomis, para que lo que sobre el guión no es sino una salida de tono sea en manos del director una personificación del Mal con mayúsculas. No sólo por el tratamiento del tiempo (como si no hubiese prisa porque ocurrirá tarde o temprano) y el espacio (que le pertenece desde el principio) ya comentado y su relación con el asesino, también su absoluta falta de motivación y psicologismo[7] y por encima de todo, su indestructibilidad. Lo que en muchas películas de este subgénero no es más que la enésima demostración de las ganas que tiene algunos de llenarse los bolsillos por encima de la coherencia fílmica a base de secuelas se transforma (o si lo prefieren se añade) aquí en la guinda al pastel que eleva a La noche de Halloween del terror “realista” a algo más parecido a una pesadilla sin visos de terminar nunca. Y de paso, elevando a Myers a esa figura -no en vano en los títulos de crédito Myers es acreditado como The Shape (La forma)…- maligna y abisal que rehuye toda posible explicación (y que por eso es el Mal en estado puro) y sólo sabe destruir a todos los que lo rodean, consigue también trampear garrafales errores de guión. Sólo en un instante Carpenter nos deja verle la cara y lo que vemos no es más que un hombre vulgar, pero el hecho de reducir esa visión a un momento muy puntual y en un momento determinado revela la intención, más intelectualizada de lo esperado en un conjunto más interesado en provocar emoción que reflexión, del realizador. El Mal existe y como ya apuntaba al principio, pese a ser incomprensible es humano. A pesar de todo lo dicho hasta ahora, La noche de Halloween no es, afortunadamente, un film de tesis aunque ,sirva de prueba esta entrada, hay donde escarbar para quien quiera verlo.

Por suerte para todos, y lejos de un aburrido simposio sobre la mirada y la Maldad que lo haría mucho más unidireccional (y muchísimo más fácil, el sacar conclusiones de donde no se dicen a gritos requiere un esfuerzo mayor por parte del espectador que una película que se dedica a agitar la tesis y su fondo delante de nuestras narices) siendo todo ello perfectamente integrado hasta ser el motor del film, que se defiende solo como historia de terror excelentemente narrada pese a algunos altibajos fruto de la pobreza del guión que son eclipsados por potentes escenas de impacto sobretodo al final de la película. Instantes como el que muestra a Laurie avanzando hacia la casa de los Myers, ahora un caserón deshabitado que contiene los cadáveres de sus amigas en una grotesca (una de ellas bajo la lápida robada de la hermana del asesino) coreografía que dará paso a la desigual lucha final. Momentos como ese demuestran que cuando se aúna el fondo y la forma para crear un todo indivisible el film es impecable y coherente en su discurso que se completa en la última escena que remata y define todo lo anterior en el film… y que no por casualidad es cuando Carpenter consigue reunir todos los elementos que componen este clásico llevándolos hasta las últimas consecuencias: con Myers fuera de control y en paradero desconocido pese a haber sido disparado varias veces, Carpenter pone en marcha la sobresaliente melodía a piano que marca y realza toda la película y descomprime el espacio que tan meticulosamente se había dedicado a plegar hasta lo asfixiante. Los paisajes de un Haddonfield desértico, mostrados en planos generales llenos de sombras que pueden ocultar cualquier amenaza bajo la apagada (e imposible desde un punto de vista más o menos realista) respiración de Myers nos indica en una imposible subjetividad, que el Mal no sólo ha vuelto al Haddonfield del que salió destruyendo toda ilusión de seguridad (o ilusión en general), sino que su destructiva naturaleza se ha adueñado de todo. Y ya no hay donde esconderse.

Título: Halloween. Dirección: John Carpenter. Guión: John Carpenter y Debra Hill. Producción: Debra Hill. Fotografía: Dean Cudney. Dirección artística: Randy Moore. Montaje: Tommy Lee Wallace y Charles Bornstein. Música: John Carpenter. Año: 1978.
Intérpretes: Jaime Lee Curtis (Laurie Strode), Donald Pleasance (Dr. Samuel Loomis), Nancy Loomis (Annie), P.J. Soles (Linda), Charles Cyphers (Sheriff Brackett), Nick Castle (Michael Myers/La Forma).



[1] La Noche de difuntos anglosajona que tiene lugar el 31 de octubre nace de la Fiesta de los Muertos celebrada por los druidas celtas en honor a su deidad Samhain y del Día de Todos los Santos cristiano que por aquí conocemos algo mejor, llamado All Hallow’s Eve. Para los druidas era una fecha de gran significado esotérico que coincide (aproximadamente) con el fin del verano, dando la bienvenida a las tinieblas y a la desaparición de la luz solar, celebrando la fertilidad de los campos relajándose y divirtiéndose. Por otro lado, para la Iglesia era el día en que las almas santas del cielo vencían al Mal, siendo un día de purificación espiritual. Fueron los irlandeses los que introdujeron la celebración en los Estados Unidos, al igual que su símbolo más reconocido: la llamada Jack-o-lantern, derivada de una leyenda irlandesa. En dicha leyenda un malvado llamado Jack fallece pero su maldad es tan descomunal que su alma no encuentra destino ni el en cielo ni el infierno. Desde entonces se ve condenado a vagar por el mundo buscando una entrada a alguno de los dos reinos posibles , el del Bien o el del Mal, con la ayuda de un repollo con una vela dentro para iluminar su camino. Los norteamericanos cambiaron el repollo por una calabaza, mucho más común en sus tierras como método para ahuyentar al espíritu, mezclando la costumbre con la leyenda en una misma cosa. El mismo personaje está en la base de lo que conocemos como Truco o trato; según se dice el espíritu de Jack llama a la puerta y ofrece dos opciones: truco (o Trick, susto o travesura) o trato (Treat, que significa lo mismo que su equivalente en castellano). No aceptar la segunda opción, que a día de hoy se resume en entregar dulces y caramelos a los que se plantan en la puerta y preguntan, implica que Jack maldiga la casa y todos los que en ella viven con las peores consecuencias. Los disfraces no son si no un sistema de asustar o dar esquinazo a los espíritus malignos que se abren paso en nuestro mundo el día de esta celebración. Mientras que algunas fuentes aseguran que la idea es espantar a los entes malignos asustándolos, otras dicen que es la manera de hacerles creer que el portador del disfraz es uno de ellos y así evitar que le hagan daño.
[2] La película tuvo un presupuesto de 300.000 dólares, muy reducido dentro de los parámetros habituales del cine americano pese a ser un auténtico dineral para el más común de los mortales, y a día de hoy lleva recaudados unos 60 millones de dólares.
[3] Si el de Woodstock en 1969 se considera uno de los mejores y más significativos conciertos multitudinarios de la historia del Rock y la música en general, cuya plasmación audiovisual en forma de documental también  representa las posibilidades vitales que se veían posibles en esa época, el de Altamond es su siniestro reverso. También plasmado en forma de concierto-documental en Gimme Shelter, dicho concierto tuvo lugar el mismo 1969 en dicha localidad como parte de la gira de los Rolling Stones, el American Tour 1969, y entró en los oscuros anales de la historia de la música en directo cuando un espectador fue apuñalado hasta morir por uno de los guardaespaldas (los Ángeles del Infierno, casi nada) del grupo que estaba en ese momento en el escenario cantando su mítico Sympathy for the devil. Cuando ocurrió el asesinato, cundió el pánico y los Stones abandonaron el lugar inmediatamente, dando como saldo uno de los primeros oscuros nubarrones que iban aguar una alegre y esperanzadora visión del mundo y de la vida en la que irían apareciendo cada vez más y más oscuros lamparones.
[4] Aunque dudoso en el caso de Carpenter, director que siempre ha destacado por contestatario y por sus ácidos retratos sociales desde un punto de vista más izquierdista que propio de la derecha. Pese a todo, el que el personaje de Laurie sea el de la chica menos interesada en relacionarse con chicos y la menos lanzada de las tres, puede dar la lógica impresión de que Myers representa el brazo justiciero de la ultraderecha pasando a cuchillo a toda chica que lleve a cabo algo tan corriente como practicar el sexo por puro placer. No ayudarían ni las secuelas ni films como Viernes 13, saga de hasta diez (si no contamos esa desaprovechada coda llamada Freddy contra Jason) films en los que un sosías de Myers llamado Jason Vorhees (y su madre en la primera película) se dedican a masacrar a todo adolescente que se atreva a practicar el sexo o consumir drogas en sus dominios, siendo siempre las más virginales (e igual de estúpidas que el resto de la troupe) las encargadas de plantar cara al asesino hasta ser eliminadas en la siguiente secuela. Alguna juerga debieron darse fuera de plano pensando que  los productores ya habían calmado su sed de dinero.
[5] De hecho, y a pesar de haber en el film algunos sustos subrayados por unos efectos sonoros algo caducos y que la figura de Michael Myers provoca más miedo que tensión, este se articula a partir de una estrategia más propia del cine de suspense que del de terror en base a la lúcida diferenciación que de ambos hace Alfred Hitchock comparando dos escenas: en la primera los personajes están sentados a una mesa en la que estalla una bomba. Es un susto. En la otra hay un plano de la bomba bajo la mesa y luego otro de las personas conversando encima, que no saben que la bomba está ahí. El espectador espera una explosión. Eso es suspense. Y eso es en gran parte La noche de Halloween.
[6] Remake bien entendido de un pequeño clásico de la ciencia ficción de los cincuenta llamado El enigma de otro mundo en su traducción al español (The thing, en su inglés original) que aparece como parte de un programa de televisión especial de Halloween que Laurie ve con el niño que tiene a su cargo como canguro esa noche. El film fue dirigido por Christian Nyby aunque algunos aseguran que fue su productor Howard Hawks el que realmente llevó la batuta durante el rodaje en 1951. Hawks, director de westerns como Río Bravo o films de aventuras como Hatari y muy admirado por Carpenter, fue inspiración confesa del film anterior de John Carpenter Asalto a la comisaría del distrito 13, algunos de cuyos personajes ya prefiguran la maldad estoica de Michael Myers. Bien mirado, podría decirse que La noche de Halloween tiene algo de western en su estructura principal con un hombre (algunos han llamado este film El slasher tranquilo...) que vuelve a su pueblo/ciudad natal para saldar una cuenta pendiente… aunque desde un punto de vista formal y moral muy diferente a lo habitual en ese género tan querido por Carpenter.
[7] Siendo una de las muchas respuestas de la generación de directores a los que pertenece el de La noche de Halloween a el final de Psicosis de Alfred Hitchcock de la que el film de Carpenter bebe en cierta medida. Ese clásico de 1960 que sentó las bases del cine de horror (y gran parte del cine sin distinciones genéricas) moderno y que ponía en el espectador en el incómodo lado del psicópata como imprevisto y turbador protagonista de la ficción fue tan admirado en su conjunto como criticado en un único aspecto por gran parte de los nuevos cineastas. Ese final en que un supuesto psiquiatra explicaba y desmenuzaba en pequeños lugares comunes con el complejo de Edipo como nexo de unión la locura asesina de Norman Bates provocó el debate: ¿no era mucho más inquietante dejar esas motivaciones en el aire y no saber de donde provenía esa psicopatía homicida? Hitchcock nunca estuvo de acuerdo con sus críticos pero a partir de El héroe anda suelto de Peter Bogdanovich en el año 1968 como precedente de la mucho más depurada visión sobre el tema hecha por Carpenter en La noche de Halloween el tan cacareado “menos es más” que en cuanto a definir la maldad se refiere se convirtió en uno de los estandartes de la nueva escuela del Terror Americano.

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