miércoles, 24 de octubre de 2012

W.

 Si uno quiere saber lo que pasa por la cabeza de George Walker tiene que asomarse al desértico campo de béisbol en el que se siente vitoreado por una muchedumbre invisible cuando así lo necesita. A W, que es como lo conocen con afecto sus amigos más próximos le hacen falta esos aplausos, esas muestras de apoyo para las que no faltan motivos. Una juventud llena de juerga que desembocó en una vida adulta corroída por el alcoholismo que sólo se truncó con la ayuda del Dios que vela por los pobres desgraciados que moran por alcohólicos anónimos en busca de paz de espíritu... Un espíritu emprendedor pero siempre a la sombra del de su progenitor, patriarca y adalid de elevados principios de responsabilidad que W siempre cree estar decepcionando a base de relaciones que no llevan a ningún lado y trabajos que siempre terminan en despido o abandono. Y porque como su padre le espeta en una de sus múltiples reuniones que acaban en pelea a veces verbal, en ocasiones llegando prácticamente a las manos; no debería comportarse como un Kennedy porque él, George Walker, es un Bush.

El protagonista del film de Oliver Stone tiene, además del béisbol, otra forma de escapismo mucho más espectacular por real: la comida. El penúltimo presidente estadounidense parece tener un apetito insaciable; come mientras habla, se impacienta cuando los platos no han llegado a la mesa cuando él toma asiento en ella y prácticamente no ha terminado de deglutir cuando ya está sorbiendo agua helada de un vaso que agarra con sus manazas y sus labios. La primera vez que conoce a su futura esposa, Barbara, la última mujer de una larga lista de flirteos que acaban en ligues de una noche, es en una barbacoa en la que W consigue hacer despuntar sus buenos modales del sur por encima de sus intentos de seducción con su mejor sonrisa manchada de mayonesa y trozos de la hamburguesa que está devorando. Es en ese instante cuando la futura primera dama (interpretada por la preciosa Elizabeth Banks) lo define cariñosamente como “El Demonio con sombrero blanco”.

Stone, muy a pesar de su trabajada y merecida fama de polemista y director político[1], no parece estar demasiado de acuerdo con esa afirmación a decir de W. Su Bush, interpretado por Josh Brolin, no resulta diabólico ni deja un rastro de azufre ahí por donde pasa sino que da la sensación de no ser más que un pobre diablo. Un hombre torpón y esforzado cuya soltura social y trato fácil no lo elevan hasta el grado de lucidez necesario para gobernar la nación más poderosa del mundo y por tanto también la que más responsabilidad exige. El director de JFK o Nixon retrata al en el momento del rodaje del film aún habitante de la Casa Blanca[2] con una sorprendente conmiseración.  Bush es un hombre impulsivo y un bruto que no sabe ni donde están los países cuya invasión por parte de los Estados Unidos es capital para recuperar su supremacía energética y que pese a sus buenas intenciones la mayoría de sus decisiones políticas provocan auténticos desastres, pero, y esta puntualización es muy importante, su maldad se reduce a su estupidez. La estructura de W. no deja de ser la prototípica del Sueño Americano: con esfuerzo todo se puede conseguir en la tierra de las oportunidades, pero en un malicioso y lúcido giro de otra máxima sobre los Estados Unidos, este film muestra como en ese país hasta el más tonto puede llegar a ser Presidente… Y que Dios nos pille confesados.

Aún y así, y comparando la película con anteriores acercamientos de Stone a figuras presidenciales de su país, este parece haberse atemperado en su denuncia y diluido su estilo. Es la mayor sorpresa de la película: la impresión de que Stone ha fintado a todos los que esperaban (esperábamos) un ataque en toda regla al responsable último de llevar al límite la siempre frágil paz en una parte de nuestro mundo. El director de Asesinos natos vuelve a zarandear las expectativas del público, pero esta vez en el sentido opuesto al  habitual, escándalo en su filmografía, lo que por un lado no tiene porque ser malo en cuanto humaniza (y por tanto lo hace entendible y digno de compasión al mismo tiempo que rebaja su épica y se saca de encima una fácil lectura maniquea sobre Bush) a alguien que se ha transformado en un símbolo pero por otro carece de la densidad que sería deseable. Podría decirse que se sostiene como denuncia que no ofenderá prácticamente a nadie y reafirmará a todos en sus respectivas posturas sobre el cuadragésimo tercer Presidente de los EUA, pero como película, independientemente de su ideología, puede que no llegue a satisfacer a muchos… sino más bien todo lo contrario.

El guión de W. se dedica a poner en solfa todo lo que pese a que nunca ha sido reconocido por George Bush, todos sabemos: no había armas de destrucción masiva en Irak, toda la guerra que tuvo lugar en ese país por entonces llevado con mano férrea por un tipejo como era Sadam Hussein fue por motivos puramente económico-estratégicos que incluían Irán y que en Guantanamo se vista como se vista de cara a la galería (o a la Convención de Ginebra), simple y llanamente se torturaba… Pero pese a lo anterior se diría que George Bush es un títere ¿culpable?. Así pues, y sin poner en duda la veracidad de lo que cuenta el film de Stone, lo más interesante de su guión reside más que en las acciones sobradamente conocidas por todos en sus motivaciones, pivote dramático del film. La turbulenta relación de W con su padre, interpretado por James Cromwell, la dignidad familiar y el peso de un buen nombre que le da a W todas las oportunidades pero al mismo tiempo le arrebata todos sus méritos lo lleva a la frustración y al distanciamiento (la huída) de la alargada sombra paterna en una interminable farra alcohólica que casi lo destruye y lo hace aún más dependiente y celoso de su progenitor. Este conflicto convierte a W. en un retrato del Bush político (mostrando el lado oscuro del sueño americano mal entendido) y sus en gran parte lamentables decisiones políticas como consecuencia del Bush civil (cuya escalada vital muestra la cara más luminosa –sin plantearse las consecuencias que muestra la más oscura- de ese mismo sueño) más que en un pormenorizado repaso a su vida, que habría sido mucho menos interesante.

Stone elige lo que le interesa de su protagonista (desde 1966 y sus coqueteos con el alcohol en Harvard –donde accedió gracias a las influencias de Bush padre-  pasando por su elección como gobernador de Tejas en 1994, hasta 2003 ya como presidente de los USA y con el fraude sobre las inexistentes armas de destrucción masiva tras la no menos fraudulenta invasión a Irak, dejando a un lado su segunda legislatura) y organiza todo lo demás a partir de ahí. En una película estructurada a base de flashbacks tomando la decisión de invadir Irak, el como y el porque de esa decisión y finalmente el despertar al engaño y al escarnio público como presente desde el cual se articulan todas las fugas mentales, ya sea al pasado o a la imaginación del Presidente, con lo que no es de extrañar que toda acción tenga un motivo subyacente o un trauma que lo justifique. Si la bebida casi acaba con Bush y su carrera, es en alcohólicos anónimos donde descubre la fe y mediante una epifanía de tintes edípicos, el film sitúa en ese momento (en 1986 y precedida por una escena en la que Bush padece un ataque de ansiedad en plena resaca cuya planificación ya adelanta el carácter "religioso" de lo que está por venir) la semilla religiosa de lo que acabará siendo la decisión de ir a buscar por las malas unas armas de destrucción masiva inexistentes ya sea con esa finalidad absurdamente liberadora o con la intención de enmendar (o hacerle morder el polvo, demostrarle que puede hacerlo igual o “mejor” que él) lo que considera el motivo de que su padre, el otro George Bush, fuese sustituido por Bill Clinton como Presidente tras la Guerra de Kuwait. Es una de las pocas secuencias organizadas de una manera que consigue provocar una emoción que acaba dando que pensar: en su plegaria a Dios para que le de fuerzas para continuar y no recaer en su dependencia del alcohol, Stone se centra en paralelo tanto en Bush como en una pintura de Dios y su hijo Jesús que preside el lugar en el que tienen lugar las reuniones de ex-alcohólicos. Durante el rezo, Bush habla de su padre que Stone identifica con Dios gracias al montaje lo que por un lado le da un aire de absoluto poder al Bush progenitor y por otro transforma a Bush hijo en Jesús, hijo de Dios que llevará su palabra al mundo. De un plumazo se unen el mesianismo tronado propio de la misión divina de los Estados Unidos en el mundo y su imbuida naturaleza de pueblo de Dios que exhibió su clase política durante los años más oscuros del mandato de la Administración Bush.

Pocos momentos más hay que queden en la memoria pese a la rutinaria solidez del conjunto; la vigorosa puesta en escena del Stone de hace años se diluye en funcionalidad pese a nunca caer en dramatismos fáciles gracias a la relativa distancia con la que mira a su protagonista logrando que hasta el mítico incidente de la galleta que casi consigue asfixiar a Bush (y que no por casualidad se sitúa en la película justo después de tomar la decisión de invadir Irak a modo de premonición) esquive el ridículo más elemental. El film se sostiene gracias a esa frialdad que como contrapunto pone palos en las ruedas de una narrativa más pasional, pero su sátira no alcanza el grado de mordacidad deseable. Esta se ve reducida a la ironía que da la banda sonora a algunos momentos, subrayando el ridículo de algunas de las decisiones de Bush o como sus decisiones son tomadas desde un punto de vista y con una previsión que dista mucho de lo que acaba provocando una vez son puestas en práctica. El film tira de algunos simbolismos desde la tramoya de un guión que su plasmación en pantalla no logra disimular. Algunos de ellos, como el mencionado campo de béisbol que abre y cierra el film dotándolo de una estructura circular que narra la aceptación de un hombre (y que aúna ambas formas de huida, comida y béisbol en una sola escena) de una realidad de la que es último responsable y que no logra vislumbrar hasta que es demasiado tarde, o el que la primera vez que rechaza la comida que alguien le ofrece es cuando su fracaso como líder en la invasión de Irak[3] es imposible de ocultar, o algunos de los momentos que comparte con su padre, el George Bush senior que lo espolea en su vida y carrera política, son en general válidos y funcionan bien tal y como los plantea el guionista Stanley Weiser, pero su plasmación en imágenes no tiene la pegada de las otras dos partes de la trilogía presidencial que Oliver Stone parece haber ido improvisando sobre la marcha.

La arrolladora visceralidad de por poner un ejemplo, Nixon, es sustituida por un discurso que puede ser interesante pero que como decía antes no llega a sorprender en ningún momento. Si en aquel film protagonizado por Anthony Hopkins interpretando a la bestia parda de la política en tiempos de la generación del amor Richard Nixon era presentado como un gigante con pies de barro arropado por la épica del film de Stone, en el caso de W. Stone pone el film a la altura de su personaje. Si el George Bush del film es un hombre pequeño, el director parece poner la película a su misma altura, lo que no deja de ser coherente según se mire, pero también resulta bastante frustrante.
Los apuntes más sarcásticos provienen inesperadamente de los actores y la manera en que interpretan a personajes reales que cuando se comparan con sus personificaciones en pantalla, dan una idea de las intenciones del film y sus posibilidades. Thandie Newton compone una magnífica y siniestra Condolezza Rice, Scott Glenn un Donald Rumsfeld cuya entereza y solidez de principios es más fruto de un peligroso integrismo que de alguien capaz de escuchar una opinión que no encaje con su modo de ver el mundo que sólo puede imaginar con un absolutismo norteamericano cueste lo que cueste, Richard Dreyfuss personifica un encorvado y susurrante Dick Cheney que parece estar a punto de saltar sobre las espaldas del Presidente para asestarle una puñalada… El único con un mínimo de raciocinio es el Colin Powell interpretado por Jeffrey Wright que se muestra como alguien cansado de luchar contra el resto de la Administración y acorralado por sus miembros. Todos ellos conforman la impresión de que la Administración Bush disponía y George Bush acataba como parte de un designio divino que llevará la libertad a todos los confines del mundo. Los aires de conspiración que se cuecen en el último tramo del film gracias a las dotes interpretativas de los actores (incluyendo la meritoria labor de Josh Brolin como atolondrado Bush) aportan lo que la planificación, competente pero sin alardes, o el montaje que siempre había sido uno de los aspectos más característicos del estilo de Oliver Stone y que en esta ocasión no resulta nada destacable, no logran aportar: inquietud. Y mucho más por parte de los que rodean a Bush y responden más a intereses económicos o militares (o las dos cosas a la vez destilados en puro estilo neocon) que al propio Presidente, pieza de un engranaje político económico que lo utiliza como parte indispensable pero a la postre inocente de oscurecer muy mucho el futuro de la paz en el mundo cuando no destruyéndola por completo en algunos rincones del planeta.

W. no es una mala película y es muy posible que gane con lo años aunque sólo sea por su condición de documento histórico que relata acontecimientos demasiado recientes como para ser considerado como tal ahora mismo, pero aunque no aburre en ningún momento el resultado es demasiado superfluo para los que esperábamos una bacanal cinematográfica por parte de Stone. No aporta nada que no sepamos o creamos saber ya, y es muy posible que gran parte del público que se acerque al film lo hagan movidos precisamente por esos conocimientos que la película de Stone organiza y sitúa en su sitio sin nunca llegar a ampliarlos o a perturbarlos demasiado[4]. Sin ser poco, es algo insatisfactorio para los que esperábamos un nuevo capítulo de la saga americana que Stone parece empeñado en narrar durante toda su carrera, al no ser suficiente el plantear este último episodio desde los ojos de un pobre hombre, común y gris como cualquier otro.

Título: W. Dirección: Oliver Stone. Guión: Stanley Weiser. Producción: Moritz Borman, Jon Kilik, Bill Block, Paul Hanson y Eric Kopeloff. Fotografía: Phedon Papamichael Jr. Montaje: Julie Monroe, Joe Hutshing y Alexis Chavez. Año: 2008.
Intérpretes: Josh Brolin (George W. Bush), Elizabeth Banks (Laura Bush), James Cromwell (George H. W. Bush), Ellen Burstyn (Barbara Bush), Richard Dreyfuss (Dick Cheney), Toby Jones (Karl Rove), Thandie Newton (Condolezza Rice), Jeffrey Wright (Colin Powell), Scott Glenn (Donald Rumsfled).



[1] Cuyos trabajos más interesantes de un tiempo a esta parte se encuentran en el terreno del documental. Empezando por Comandante, más que un documento audiovisual una oda a Fidel Castro y la más interesante Looking for Fidel con idéntico protagonista pero con la diferencia de que este tiene esta vez que responder a preguntas más espinosas de las que sale bastante airoso. Lo más interesante de ambos films reside en poder ver al dictador Castro en una faceta más relajada que en sus apariciones públicas y comprobar su agilidad mental cuando se trata de responder preguntas que pondrían en serios aprietos a muchos líderes del “mundo libre”. El siguiente documental de Stone pretendía ser sobre la figura de Yassir Arafat, líder palestino cuyo seguimiento por parte del director dio lugar a Persona non grata, en la que Arafat aparece tan sólo un instante para decirle a Stone que se reunirá con él en un rato… Para no presentarse jamás por problemas de agenda. Durante el resto de la película, el realizador norteamericano indaga en la realidad palestina y su conflicto con el estado de Israel con un saldo a veces interesante, a veces aburrido. Más adelante, Stone se embarcaría con South of the Border en una excursión por Sudamérica en la que visitaba a algunos de sus líderes como Evo Morales, Cristina Fernández de Kirchner o Hugo Chávez como respuesta al trato que estos reciben por parte de, si no todos, sí gran parte de los medios de comunicación norteamericanos. El resultado, al igual que en el caso del díptico sobre Castro combina el lado más cotidiano de dichos líderes con algunas reflexiones de los mismos que no variarán demasiado las opiniones de los espectadores, sean estas a favor o en contra. Lo mejor es que los humaniza, lo peor es que esa misma humanización y falta de crítica por parte de Stone invalida lo punzante de la propuesta, más válida por  el mérito de haber conseguido entrevistarlos y acceder en parte a sus vida diaria que por el resultado final en sí. Vistos en conjunto, los cuatro documentales pueden parecer dinamita en un país como Estados Unidos, pero desde un punto de vista europeo acaba pareciendo un tanto estereotipado.
[2] De hecho, el film se estrenó en Estados Unidos el 17 de Octubre de 2008, poco antes de las elecciones que darían la presidencia a un flamante Barack Obama y pudimos verla muy fugazmente la noche en que este último fue investido por la segunda cadena de televisión española sin que aún haya conocido, incomprensiblemente, estreno en salas o ni siquiera en formato doméstico.
[3] Con un parco seguimiento por parte del resto de Países Aliados: pese a algunas colaboraciones de algunos como Marruecos cuya colaboración se reduce a enviar monos (!) que desactiven bombas y armamento enemigo o, a un nivel más tristemente célebre el apoyo prestado por el Primer Ministro de Inglaterra, Tony Blair, primero con algo de recelo a la espera de conseguir más apoyo internacional pero finalmente del lado de Bush… Hay además una ausencia de aplauso: ni rastro en la película de Jose María Aznar.
[4] El propio Bush, aseguró que la película le gustó mucho y que pensaba que había en ella momentos tristes. Poco punzante debió parecerle.

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