miércoles, 27 de febrero de 2013

EL ÚLTIMO ESCALÓN



 Una típica casa suburbial de los Estados Unidos de América, con sus dos plantas y su buhardilla, su jardín y su verja que la separa físicamente y la une por similitud con los demás hogares que la rodean se alza ante nosotros. La toma de cámara que la muestra imponentemente amenazadora, con la noche cayendo y el viento batiendo los árboles que la rodean bajo el chirriante sonido de lo que parecen una bandada de pájaros nos dan una visión algo diferente de un paisaje que el cine norteamericano se ha encargado exitosamente de presentarnos, pese a la distancia y la diferencia cultural, como paradigma de la normalidad. Esa sensación de intranquilidad e interés tiene su remate en el espectador de la película incomprensiblemente titulada en castellano El último escalón con la siguiente escena que nos muestra, en contraste con el plano precedente, una agradable estampa cotidiana. Jake, un niño de nueve años, toma un baño bajo la distraída vigilancia de su padre Tom (interpretado por un estupendo y eternamente joven Kevin Bacon) que toca la guitarra algo ausente de la conversación que su hijo mantiene con alguien que el director de la película David Koepp[1] sitúa a la altura de la cámara y el  espectador. Poco más tarde, y con el crío solo en la habitación, la película marca definitivamente su tono. El pequeño Jake se gira hacia nosotros por última vez y pregunta con una inquietante inocencia: ¿Te hace daño estar muerta?, sembrando una incomprensión en el espectador que el director se encarga de convertir en definitiva preocupación al mostrarnos el contraplano que nos había ahorrado hasta entonces y que nos muestra un cuarto de baño vacío y que el niño estaba, aparentemente, hablando solo. Plano y contraplano, lo que se muestra y como se muestra, Orden y Caos, Bien y Mal, son herramientas típicas del cine de terror, sea norteamericano[2] o no, al que pertenece El último escalón tras ganarle el pulso que se da tanto desde dentro de la ficción como desde la percepción que tiene el espectador del film con el efectivo y humanista retrato de la vida cotidiana de sus personajes.

Tom vive su rutina con su guapa y simpática (y visto lo visto dotada de una paciencia a prueba de bombas) mujer Maggie y su hijo Jake en una de las mencionadas urbanizaciones propias de Norteamérica con sus agradables vecinos y sus fiestas con sus barbacoas y sus barriles de cerveza. En una de las habituales fiestas de su nuevo vecindario, Tom se somete voluntariamente y tras una inofensiva provocación de su cuñada a una sesión de hipnosis en la que se planta la semilla que hará temblar los cimientos de su forma de entender el mundo que lo rodea: tener la mente más abierta una vez la sesión haya terminado, lo que provocará las terroríficas visitas de un chica pálida que aparece para suplicarle ayuda y luego desaparecer sin que nadie, excepto Tom y Jake, sepan de ella[3]. No parece casual que dicha sesión de mesmerismo se muestre de forma subjetiva y, para más inri, se desarrolle en una sala de cine desierta creada por la mente despierta del durmiente Tom y perfilada por las palabras de su cuñada que lo hipnotiza, ya que, como se va viendo paulatinamente durante el desarrollo del film, el despertar y toma de conciencia de Tom a la liberadora y peligrosa amplitud del mundo que le rodea va de la mano de la del espectador de la película, y dejemos a un lado las posibles pero algo limitadas lecturas metacinematográficas[4], a la altura de los ojos y ánimo del protagonista. Y cuando la película da comienzo, ese ánimo está sin duda en horas bajas. La taciturna figura de Tom, a veces separado por la planificación de aquellos con los que comparte casa y vecindario, personifica uno de los males de la gente común que somos todos: el tedio. Tom es un hombre que pese a llevar una vida que debería ser satisfactoria, es incapaz de encontrar un remedio a una abulia que le hace aborrecerse a sí mismo y ver contrariado a aquellos a los que quiere como una losa más en la tumba que él mismo, sin saber ni como ha entrado ni como salir, se ha cavado en vida.

Pero si hasta aquí ha quedado meridianamente claro que David Koepp sabe lo que hace como narrador en imágenes, no lo es menos como narrador sobre el papel con un guión firmado por él mismo adaptando una inferior novela escrita por un Richard Matheson[5] bastante menos  afortunado que en otras ocasiones y del que la película toma su trama en aras de explicar, además del misterio criminal, algo más interesante. Probablemente gracias a eso nos encontramos con que los habitantes de El último escalón podrían pasar por las personas normales y corrientes que pretenden ser y, afortunadamente dentro del género en el que tiene lugar, validarse como personajes de carne y hueso descartando la caricatura que habría hecho de este film uno muy diferente y bastante peor que el que nos ocupa. El retrato familiar de Tom y los suyos resulta creíble e imprescindible para que la película tenga algún sentido dramático que perfile el progresivo “despertar” de Tom a una existencia más plena en la que su familia, desgraciadamente, podría no tener lugar. En este aspecto más humanista de la película no es de poca ayuda el físico de los actores, que podrían pasar por gente corriente sin demasiados problemas, a la contra de los apolíneos físicos de los personajes de una parte del cine de horror no sólo norteamericano que transforma sus filmes en pasarelas de jóvenes modelos antes que en narraciones bien construidas con una buena integración de todos los elementos que las componen. De la misma forma, la parte digamos “cotidiana” del film se muestra con una narrativa tan sutil como efectiva que no pone palos en las ruedas ni rompe nunca esa sensación de veracidad que hace, entre otras cosas, tan próxima El último escalón. Elementos como una fotografía de tonos apagados y predominantemente oscuros, una música tristona, y ocasionales toques atmosféricos como fiestas que terminan en peleas sin que estás tengan importancia en la narración pero provoquen la sensación de que hay algo podrido en la amable comunidad, y una planificación que muestra a Tom aislado de los demás dentro de un tono esencialmente elegante que nunca alza la voz para hacer evidente el escozor existencial del personaje que ya se desprende de las imágenes. No puede decirse lo mismo de la parte que juega con elementos más propios del cine de terror (aunque no es, reveladoramente, la que más inquietud provoca) en la que hay de todo, desde lo más elegante en forma de escenas diferentes planificadas de la idéntica forma como muestra de que la rutina de Tom está cambiando/ampliándose -y a base de ser cada vez más consciente de ella, haciéndose progresivamente extraña y por tanto fijándose en detalles que le pasaban inadvertidos- a las algo feas y a veces demasiado rimbombantes apariciones fantasmales, con explosiones sonoras incluidas, un acompañamiento musical que cuando pretende ser trepidante acaba resultando un tanto exagerado, o juegos de montaje con variaciones de color de algunos planos para hacer ver a las claras lo que ya se entendía de una manera menos espectacular que rompe para mal el relativo intimismo, muy conseguido, del periplo vital del protagonista. Pese a ello, El último escalón consigue hacer gala de una atmósfera de lograda morbidez que poco a poco infectan la embalsamada forma de vida de sus personajes y la dota de una atractiva  fuerza repleta de claroscuros que, aunada a la progresiva fascinación de Tom por el misterio y lo que el espíritu intenta decirle, acaba llevándose por delante su vida anterior, mucho más debil y sostenible que la nueva, más rica en matices tanto desde el guión como en la forma, aún con algunas feas digresiones formales.
Y a pesar de que esas desafortunadas salidas de tono se ven algo cutres dentro del elegante y por lo general tremendamente sólido contexto del film, también marcan uno de los rasgos, sutiles pero a mi modo de ver más importantes de la película: su fisicidad. O el mostrar lo que estaba oculto y en el fondo lo impulsa, dándole razón de ser. La primera muestra de que algo está cambiando en la forma en que Tom percibe lo que le rodea es en una sesión de sexo de madrugada entre cabezada y cabezada con su mujer. Koepp intercala su escarceo con imágenes violentas que van escalando en intensidad hasta mostrar una uña levantándose entera por la presión del dedo de una mano que se sujeta desesperadamente al suelo. La planificación, una vez más, identifica el dolor de las alucinaciones con el sexo de Tom (no en vano más tarde descubriremos que la muerte de la chica fantasma tuvo lugar mientras era violada), que siente dichas alucinaciones como propias, para luego, en otra visión más notar como se le desprende un diente que él mismo se arranca sin esfuerzo más por sorpresa que voluntariamente. Y no sólo en imágenes de efectivo impacto y desagradable violencia se apoya esta fisicidad que comentaba, también en la lógica de que el espíritu es incapaz de intervenir en el mundo de los vivos, por lo que deben ser aquellos con los que ha contactado los encargados de actuar hasta la destrucción física de la casa que simboliza un modo de vida opresivo. De la misma manera, el punto de vista de la película se organiza alrededor de la percepción de las cosas que tiene Tom, con lo que tanto el espíritu como el descubrimiento de una vida mucho más emocionante que lo que su superficie hacía intuir se nos va mostrando también al público a medida que la conciencia de Tom se va desperezando y, también, como el misterio y una forma más vigorosa y decidida de vivir en comparación con el tedio inicial es mucho más satisfactoria y vivificante que la rutina del hombre común. Como remate a este subjetivismo de la película nos encontramos con el sabio uso de las secuencias hechas de modo subjetivo, como a la que me refería antes que tenía lugar en un cine o la que tenía lugar en el cuarto de baño, y que siempre tienen que ver con el punto de vista de Tom y de la chica fantasma, que es también, al ser subjetivo, el del público, provocando la sensación de estar dentro de la cabeza de Tom y de los “recuerdos residuales” de la fantasma que a estas alturas ya se entienden como lo mismo en un diálogo que acaba por fundir ambas percepciones en la secuencia de la violación interrumpida por el asesinato de la víctima y que también se muestra subjetivamente, lo que pone tanto a Koepp como al espectador, de parte de Tom y su causa.

Lo que nos lleva a la consecuencia que une todo lo anterior: la liberación de Tom de unas ataduras sociales (y no lo olvidemos, mostradas como humanas y muy valiosas) que en el fondo son las que han tapado un asesinato llevado a cabo por algunos de sus integrantes, haciendo material narrativo de lo que era la pura teoría que respondía a esa ampliación de la “realidad limitada” a la que se ve circunscrita la normalidad que asfixia a Tom. La malsana obsesión de Tom deviene en una gozosa liberación que carga contra todo lo que parece oprimirlo, pero llegados al punto en el que se enfrenta a su vida taladro en mano es difícil reprimir un aplauso al verle gritar salvajemente mientras destroza su casa con toda la alegría del mundo. De pronto el misterio, el soterrado terror y la determinación, hasta el momento ausente de la desabrida existencia de Tom, cobran una vida insospechada y sobretodo muy disfrutable tanto por el protagonista como por el espectador. Vista así, El último escalón puede responder a una relativa crítica contra las miserias que esconde un asfixiante por reduccionista modo de vida considerado normal y cuya honra y pureza es defendida por algunos de sus integrantes que lo definen a modo de mantra como “un barrio decente”, prisioneros de una idea tan estereotipada como peligrosa cuando se trata tanto de defenderla a costa de la vida de los que la empañan como de derribarla a costa de los que viven placenteramente en ella. Pero este no es un film “político”, aunque desde luego pueden sacarse conclusiones en ese sentido. Como la película se encarga de dejar claro a base de numerosos matices que la alejan del cinismo, esos habitantes son seres humanos (algunos de ellos peligrosos y otros no) y no meras caricaturas carne de fácil cachondeo. Sirva de ejemplo el hecho de que, resuelto el misterio del asesinato, se produce un fundido en negro a modo de fin de capítulo y al ver la imagen de nuevo, Tom parece haber recuperado su cordura y el film entra en su anticlimática recta final de forma menos intensa pero más “realista” y también más dolorosa. La habilidad narrativa de Koepp consigue, además de la fusión de todo la anterior en un cuerpo fílmico indivisible muy compacto y que condensa más de un género a la vez gracias a su magnífica puesta en escena, que El último escalón de para reflexionar sin tener que alzar la voz o ponerse discursiva, dando que pensar sin dejar de ser emocionante y siendo seria sin necesidad de sentirse como una película importante.
Todo lo que hace de esta película una muy bien narrada desde el guión y bien puesta en imágenes además de ser, en los tiempos que corrían para entonces[6], una insospechadamente adulta muestra de cine de terror. Una pequeña joya a reivindicar.

Título: A stir of echoes. Dirección: David Koepp. Producción: Judy Hofflund y Gavin Polone. Guión: David Koepp, basándose en una novela de Richard Matheson. Fotografía: Fred Murphy. Montaje: Jim Savitt. Música: James Newton Howard. Año: 1999.
Intérpretes: Kevin Bacon (Tom Witzky), Kathryn Erbe (Maggie), Zachary David Cope (Jake Witzky) , Illeana Douglas (Lisa), Jenniffer Morrison (Samantha).


[1] Koepp, nacido el 9 de junio de 1963, se labró una relativa reputación como guionista firmando los libretos del primer Parque jurásico de Steven Spielberg tomando como base la novela de Michael Crichton encargándose de labores de ayudante de dirección de la secuela El mundo perdido en la que hacía una corta aparición finiquitada al ser devorado por un Tiranosaurio. Entre muchos otros guiones tiene en su haber el del algo desabrido primer Spiderman que firmó Sam Raimi, la irregular La habitación del pánico de David Fincher, la magnífica Atrapado por su pasado llevada a la pantalla por Brian De Palma, la afamada Ángeles y demonios de la que no puedo hablar por no haber visto, o el estupendo remake hecho de nuevo por Spielberg de La guerra de los mundos, protagonizada por Tom Cruise además de la última aventura del Dr. Jones en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal. Antes de que su nombre se uniese al del hombre araña, Koepp dirigió una hoy prácticamente olvidada película llamado El efecto dominó que llegó aquí directamente al mercado doméstico en VHS. La película, de 1996, supone un preludio de muchos de los temas y maneras que aparecen en El último escalón: un personaje masculino desnortado (el siempre turbio Kyle MacLahan) y distanciado de su abúlica vida de la que ya no sabe ni como ni si quiere tomar las riendas, un retrato considerablemente oscuro de los demonios que se esconde detrás de la respetabilidad de los vecinos de una comunidad aparentemente idílica y una liberación de todo lo anterior que encuentra su catarsis en una caótica situación salvada in extremis. Su argumento planteaba la paranoica situación de un vecindario suburbial cuando la ciudad de Los Angeles sufría un apagón que dejaba sin electricidad el lugar sin visos de ser recuperar la normalidad. Con unas autoridades desbordadas y un progresivo miedo al saqueo y al pillaje, el incidente sacaba lo peor de cada casa a enfrentarse con la de al lado. Además de su elaborado guión, Koepp ya sacaba pecho en algunas escenas formalmente muy elaboradas conformando una película que como la que nos ocupa, merece un lugar mejor que el que parece haberle deparado gran parte del público. Tras El último escalón, Koepp adaptaría a otro escritor del género de terror, Stephen King, y su historia “corta” (estamos hablando de Stephen King y este hombre es incapaz de cortar por lo sano) La ventana secreta que protagonizó Johnny Depp, junto con un cuasi paródico, sobretodo en la versión doblada, John Turturro, y los actores Tymothy Hutton y Maria Bello. Algo más facilota que sus dos filmes anteriores, La ventana secreta no deja de ser una película entretenida de tintes enfermizos, bien dirigida y con una magnífica partitura sonora cortesía de Philip Glass que no merecía el generalizado varapalo que se le propinó en su estreno, amén de contener algunas de las constantes de El efecto dominó y El último escalón. Más próximas en el tiempo son Ghost Town, comedia fantasmal protagonizada por un Ricky Gervais que empezaba a hacer sus pinitos en el cine norteamericano y Greg Kinnear y la que por ahora es la última de sus realizaciones: Sin frenos del año 2012, con la turbia presencia del últimamente omnipresente y de Michael Shannon. Sobre estas dos últimas no puedo pronunciarme porque no he llegado a verlas, pero aunque la crítica les dio una de cal y una de arena, parece ser que el nombre de Koepp como el posible autor al que apuntaba en sus dos primeros filmes ha quedado completamente olvidado.

[2] En este caso, y por las coordenadas marcadas por la película, el film podría enmarcarse dentro del llamado American Gothic, sustituyendo los castillos, inexistentes en territorio americano, que hacían de tenebrosos escenarios del gótico europeo por caserones y paisajes señoriales por otros más modestos en los que igualmente anida el mal que es moneda de cambio y gasolina para las ficciones del género.

[3] Los televidentes (y más aún los que pasan sus horas frente al ordenador viendo series que deberían dejar de llevar el adjetivo de “televisivas”) se acostumbrarían a verla, más estilizada y mayor que en el film de Koepp en la serie de televisión House. Jenniffer Morrison, actriz que interpreta al espíritu que persigue a Tom y su familia, sería una de las manos derechas del misántropo doctor adicto a la vicodina, la doctora Allison Cameron, uno de los personajes más asiduos de la serie algunos de cuyos personajes principales están inspirados en los que creó Arthur Conan Doyle para las celebérrimas aventuras del detective Sherlock Holmes.

[4] Teniendo en cuenta el desarrollo de la historia, no deja de ser una forma de ver el cine, bastante lúcida a mi entender, como una posibilidad de conocer y “experimentar” algo más allá de las limitaciones de cada uno en su vida cotidiana. Y yendo un poco más allá, como el cine de terror consigue ejercer esa fuerte fascinación en el espectador que repele y atrae por igual dando lugar a lo que algunos, como el recién desaparecido Eugenio Trias llamaba sublime, una emoción que se sobrepone a determinados cánones estéticos considerados, simplificando mucho, feos o antiestéticos pero capaces de enaltecer tanto o más que los que hacen referencia al equilibrio y a lo luminoso. Para más información, lean el libro Lo bello y los siniestro de Trias, que pone en negro sobre blanco una sensación que los aficionados al cine de horror conocemos, por mucho que nos cueste explicarla, bastante bien y que El último escalón representa a la perfección tanto desde dentro como desde fuera de la ficción.

[5] A Richard Matheson, nacido en 1926 en New Jersey, EEUU, y estudiante de periodismo por la Universidad de Missouri se le considera, con justicia a mi entender, uno de los mejores escritores de literatura de horror y fantástica de la segunda mitad del siglo XX. Publicó su primera historia corta -género en el que haría brillar su talento con más intensidad- con Nacido de hombre y mujer en la revista Magazine of Fantasy and Science Fiction en 1950, obteniendo un gran éxito. Matheson escribió la magnífica y muy desvirtuada por algunas de sus adaptaciones al cine Soy leyenda en 1954 (editada en castellano por Minotauro) , y también la no menos mítica El increíble hombre menguante (editada por nuestros lares por La Factoría de ideas) en 1956, que él mismo reescribiría en forma de guión para la película homónima, un clásico del cine de ciencia ficción a la altura de la novela original, en 1957. Este último es citado directamente en El último escalón a modo de homenaje al mostrar a la canguro de Jake leyendo el libro mientras vigila al pequeño. Considerado por algunos escritores como Stephen King (que tomaría algo de prestado de la novela El último escalón para escribir su clásico del best seller El resplandor) como “el padre de todos nosotros”, Matheson se labró una creciente reputación sobretodo gracias a su habilidad para con las historias cortas, algunas míticas para el aficionado como Pesadilla a 20.000 pies, Llamada a larga distancia o Presa. Todas ellas compiladas en el tomo Pesadilla a 20.000 pies y otros relatos insólitos y terroríficos, publicado por Valdemar en el año 2006. También fue afortunado con la historias cortas hechas imagen y sonido al firmar algunos de los guiones de la mítica serie The twilight zone, en la que se adaptaban algunas de sus historias cortas como la mencionada Pesadilla a 20.000 pies, que luego fue parodiada en un capítulo especial de Halloween en la no menos mítica Los Simpson. En lo que a El último escalón se refiere, la novela fue escrita en 1958 y se limita a narrar una historia de misterio con una presencia fantasmal de fondo. Pese a algunos inquietantes momentos, no resulta ni de lejos tan interesante como el grueso de su obra literaria, de la que la película de David Koepp parece sorprendentemente más próxima, con un uso descarado de product placement de una entonces famosa marca de naranjada, y mucho más lograda a todos los niveles. Existe una secuela del film, protagonizada por Rob Lowe, presumiblemente en un papel similar al personificado por Bacon en el original, pero el no haberla visto me impide poder dar una opinión sobre ella.

[6] Casualmente ese mismo año se estrenó El sexto sentido, con la que el film que nos ocupa fue muy comparada. La película que catapultó al director hindú M. Night Shyamalan a un estrellato autoral de finales de siglo bastante polémico aún a día de hoy tiene escasos puntos en común (concentrándose en la figura del crío que ve más que los demás) con El último escalón, pero la coincidencia de dos películas “de fantasmas” en un mismo año en una época de sequía del género en la gran pantalla patrocinada desde los EEUU provocó una comparación de la que inicialmente se declaró perdedora a El último escalón. Pero sin negar las virtudes del terrorífico film de Shyamalan, la verdad es que el film de Koepp aguanta mejor el paso del tiempo.

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