lunes, 2 de julio de 2012

KOYAANISQATSI



Primera entrega de la trilogía seguida por Powaaqqatsi (apadrinadas con la que nos ocupa por George Lucas y Francis Ford Coppola) y Naqoyqatsi , con las que compite duramente por tener el título más impronunciable que uno puede recordar; Koyaanisqatsi se presenta como una experiencia audiovisual “total”. No hay narrativa, o al menos no la que conocemos como “convencional” de causa-efecto, ni tampoco diálogos a pesar de que cada equis tiempo una voz gutural repite “Koyaanisqatsi” como un mantra, ni tampoco una historia aunque sí una progresión dramática. Sólo hay una idea de fondo, la que se deduce de la palabra hopi[1] que da título y inicio a la película[2] y nos da la clave para leer el film que a medida que avanza acaba viéndose como un innecesario subrayado: que lo estamos fastidiando todo y que nuestra forma de vida no sólo provoca injusticia en nuestra propia especie, también destruye más que construye el único mundo en el que al menos por ahora tenemos para vivir. Esa idea, que a día de hoy parece una perogrullada de puro evidente, viene arropada por un portentoso trabajo audiovisual mérito a partes iguales del compositor Philip Glass y el director de fotografía Ron Fricke, ambos bajo la batuta y paternidad ideológica de la criatura de Godfrey Reggio como director.

Reggio[3] asegura que la idea inicial era dejar plena libertad al espectador para sacar sus propias conclusiones sobre lo que está viendo, sin imponer juicios morales ni tampoco ofrecer un mensaje al que poder agarrarse. Pero el saldo final traiciona esa premisa: el film comienza con unas enormes montañas en las que el paso del tiempo sólo es visible por la velocidad a la que pasan las nubes por el cielo sobre ellas. Esta aceleración no sólo indica la fluidez del tiempo, también lo eterno de esas enormes moles indiferentes a todo que van a sobrevivirnos, y establece un triste contraste con las estresantes imágenes de ciudades superpobladas que poco a poco se irán infiltrando en la película. Después de varias imágenes todas ellas exentas de personajes humanos, sorprende bastante la primera vez que vemos, sino a la humanidad, sí una de sus peores y más documentadas acciones: la humareda en forma de hongo atómico que se alza lentamente sobre el desierto no presagia nada bueno sobre el papel de nuestra cultura sobre la tierra o nosotros mismos, pero también deja a las claras la visión que el director pretende dar sobre la humanidad.

Por si fuese poco, la primera vez que un ser humano hace acto de presencia (bastante avanzada la película, lo que provoca un efecto sorpresa y de extrañeza poco habitual) lo hace al lado de un enorme tractor antes de que ambos sean engullidos por una aún mayor nube de humo negro que parece salir a borbotones del suelo que pisan. Y así avanza la película. La presencia humana es cada vez más frecuente y en mayor número, las ciudades se construyen, y con ellas aparecen los automóviles, las autopistas, los guettos y la degradación humana y paisajística, las montañas y la naturaleza desaparecen de la pantalla, una enorme y espléndida luna llena desaparece a la velocidad del rayo eclipsada por un rascacielos de una ciudad cualquiera y cada vez hay más gente. Y cada vez más. Al poco, con la bonita pero al final cansina por repetitiva tonadilla compuesta por Philip Glass[4], uno se siente ahogado no sólo por la velocidad sino por el ingente número y lo repetitivo de las acciones cotidianas de los seres humanos que pasan a toda velocidad por la pantalla. Reggio puede decir misa, pero la saturación a la que se somete al espectador durante gran parte del metraje dedicado a las grandes ciudades es tan fascinante como agotador para cualquiera sin acabar de tomar partido por ninguna de las dos opciones.

De vez en cuando aminora un poco y consigue curiosas y cuidadas imágenes de “gente normal” (que ya me dirán qué es eso) reconvertida en bizarros representantes de la especie humana. Ese parece ser otro diagnóstico que se escapa por los contornos de la película: que somos, con mucho, lo más raro que ronda por la superficie del planeta. La cantidad de rostros que, cuando nos deja ver la velocidad de la imagen, moran por la película ofrece un variado repertorio de las infinitas combinaciones posibles una vez se tienen una nariz, una boca, dos ojos y dos orejas. Probablemente es lo mejor de una película que no se plantea a escala humana, sino desde un ángulo casi clínico y desde una distancia considerable, centrándose en las consecuencias de alguna de las derivas que ha tomado una parte importante de nuestra especie en los países desarrollados. Da la sensación de que el tiempo ha banalizado un tanto el discurso, fácilmente coherente por ser tan reducido, y la forma de expresarlo a base de repetirlo o usarlo en posteriores documentales o incluso en el mundo de la publicidad, pero aún puede verse, a falta de poder hacerlo en pantalla grande (cosa que debe ser impresionante) como la experiencia que pretende ser, aunque les aconsejo a los que empiecen a dudar ya en los primeros minutos del film que se armen de paciencia: va a más y, si no les gusta, a peor. Siempre resulta interesante pero nunca da el brazo a torcer ni hace concesiones de un ningún tipo una vez ha marcado su propia senda a seguir. Sólo queda decir que Koyaanisqatsi es un ejemplo de cine de tesis y una película irrepetible en cuanto a imagen y sonido se refiere, pero también una experiencia que exige un dejarse llevar sin esperar un flotador o un punto de apoyo que no sea el que dan las mismas imágenes y la música que las acompaña. El resultado, con toda su frialdad, es espectacular. Pero también  algo redundante.

Título: Kooyaanisqatsi. Dirección: Godfrey Reggio. Guión: Ron Fricke, Michael Hoenig, Godfrey Reggio y Alton Walpole. Producción: Francis Ford Coppola, Mel Lawrence, Roger McNew, T. Michael Powers, Godfrey Reggio, Lawrence Taub y Alton Walpole.  Fotografía: Ron Fricke. Música: Philip Glass. Montaje: Rocn Fricke y Alton Walpole. Año: 1983.



[1] Lengua del pueblo indio americano del mismo nombre que vive principalmente en el nordeste de Arizona, en Estados Unidos. Es uno de los pocos pueblos aborígenes que a día de hoy aún conserva su cultura y hasta cierto punto, su modo de vida.
[2] Koo.yaa.nis.qatsi (de la lengua hopi) n. 1. Vida desordenada. 2.Vida caótica. 3. Vida desequilibrada. 4.Vida en desintegración. 5. Vida que necesita un cambio de condiciones.
[3] Godfrey Reggio nació en Nueva Orleans, Louisiana en 1940. Cofundó La Clínica de la Gente, que proporcionaba atención  médica a 12000 personas en Santa Fe y La Gente; proyecto comunitario en Barrios de Nuevo Méjico. Más adelante fundó el Young Citizens for Action para ayudar a miembros de bandas juveniles de Santa Fe y también, en 1972 el Institute for Regional Education fundación sin ánimo de lucro para el estudio y desarrollo de los medios de comunicación, las artes, la organización social y la investigación. También, y junto con otros, organizó una campaña multimedia de interés público sobre la invasión de la intimidad y el uso de la tecnología para controlar la conducta.
Como le sobraba tiempo Reggio pasó catorce años de ayuno y oración en un monasterio tratando de convertirse en monje de los Hermanos Cristianos, una orden católica, romana y apostólica, para finalmente abandonar y dedicarse al cine.
[4] Y que volveríamos a encontrar en la adaptación a la pantalla del histórico cómic (o novela gráfica, como quieran) de Alan Moore por Zack Snyder Watchmen en la secuencia dedicada al ambiguamente mesiánico Dr.Manhattan.

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