viernes, 6 de julio de 2012

LOS MUPPETS



Mi conexión con el universo de los Teleñecos nunca ha sido directa. Sí lo ha sido con el de su creador, el difunto Jim Henson (1936-1990), a través de su obra televisiva Fraggle Rock o la mítica, primero en su versión española –con su caponata de pelo fucsia- y luego en la americana, serie de Barrio Sésamo, o más directamente todavía Cristal Oscuro o Dentro del laberinto (dirigidas y co-escritas por el propio Henson en 1982 y1986 respectivamente) y casi a título póstumo, los protagonistas de la adaptación cinematográfica de Las tortugas Ninja en 1990. El recuerdo que tengo de los Teleñecos se reduce a esporádicos visionados de alguno de los programas de La hora de los Teleñecos, cuando se emitía en nuestro país en la poca programación de Canal Plus que no era en frustrante codificado… y de cuyos programas no recuerdo prácticamente nada. Descartando así que mi entusiasmo por Los Muppets sea debido a la nostalgia, digo ya de entrada (por si alguno quiere dejar de leer porque ya la ha visto y no está de acuerdo en absoluto) que me ha parecido no sólo una excelente película, sino una de las más optimistas sin pecar de ingenua que he visto en mucho tiempo.

Su argumento parece un zurcido de situaciones que desgraciadamente son cada vez más cotidianas: debido a desavenencias personales y problemas económicosLos Teleñecos se han dividido y su centro neurálgico, el Teatro de los Teleñecos, es pasto de las visitas guiadas y bordea, al igual que sus propietarios, el olvido. Una pareja de hermanos, uno de ellos humano (Jason Segel, también co-guionista) y el otro teleñeco, que no me pregunten como pero son de sangre, deciden reunir de nuevo a los Teleñecos y montar un último número que les permita salvar al Teatro de la bancarrota. Para ello deberán primero reunirlos a todos, empezando por la Rana Gustavo que vive atrincherado en una mansión protegida por rejas electrificadas rodeado de enormes retratos de su antiguo equipo. Por otro lado, la Cerdita Peggy se ha labrado un porvenir como modista en París y ha olvidado el amor incombustible que siente por el reportero más dicharachero, Animal intenta controlar sus impulsos alejando de sí todo lo que le recuerda a su ansiada batería asistiendo a cursos de control de la ira, y otros como Reggio malviven en peligrosos tugurios de mala muerte en Reno tocando con imitadores de los teleñecos y promocionando habitaciones de motel a precios de saldo la noche… A este desolador panorama hay que sumarle la presencia de Tex Richman, el Mal en persona en el bondadoso mundo Teleñeco que quiere comprar el Teatro de los Teleñecos para echarlo abajo y hacerse con los yacimientos de petróleo que hay en su subsuelo. Este desagradable personaje interpretado con bastante sentido del cachondeo por parte de Chris Cooper y que aglutina los peores vicios económicos también amenaza con robarles el nombre registrado de los Teleñecos y sustituirlos por su versión macarra y cínica “más acorde a los tiempos” según sus palabras detrás de las que se esconde un intento de “reeducar” a peor al público infantil.

Coherentemente con este triste punto de partida, el inicio del film se dedica a desmontar los mecanismos que conforman algunos elementos de la película con el aparente y consciente objetivo de minar la capacidad de credibilidad del espectador. La lluvia que cae sobre una ventana es en realidad un aspersor con el chorro desviado en un día soleado, los cuasi religiosos coros que anuncian la primera aparición de la Rana Gustavo con un celestial contraluz provienen de un autocar de coristas que pasa detrás del reportero más dicharachero y lo ilumina con sus faros antes de desaparecer calle abajo. También se viaja por mapa, en una de las ideas más divertidas de la película, para ganar tiempo y por el mismo motivo se utilizan de forma consciente por los teleñecos técnicas como el montage para reunir a la banda en el mínimo tiempo posible. Podría ser una sencilla forma de meterse a un público demasiado descreído en el bolsillo, pero también, vista su evolución, podría ser una estrategia dramática más intencional que el chiste puro. Toda la película se dedica a levantarse la falda para enseñar la tramoya que la sostiene, pero deja un elemento incólume: Los teleñecos.
Gustavo, la Cerdita Peggy y los demás nunca son cuestionados ya desde el momento en el que una imposible hermandad entre un ser humano y un teleñeco que todavía no sabe que lo es da el pistoletazo de salida del film, irreductible en su sana y cariñosa locura. Mientras la ilusión que es el cine se deshace bajo el peso de una realidad en la que el romanticismo ha muerto, los teleñecos siguen indemnes. Conscientes de que habitan en una película que tiene dificultades para alegrar al personal en horas bajas, pero tan vivos como sus compañeros de reparto humanos.

En otro momento una directiva de una cadena de televisión interpretada por Rashida Jones a la que intentan vender el espectáculo (antes lo han intentado sin éxito en otras cadenas entre ellas la dirigida por el ultraconservador Rupert Murdoch; Fox TV) que salvará el Teatro les dice que su estilo “ya no cuenta”.
Para convencerlos les muestra un fragmento de un programa infantil llamado “Arréale al profe” (porque evidentemente no harán un “Arreale al especulador sin escrúpulos”) en el que unos niños pegan a sus maestros que se disculpan gritando “¡creía que podría enseñarles algo!”. El derrotismo inicial, las algo humillantes formas de vida de los teleñecos que intentan sobrevivir a la pobreza, los continuos rechazos a su forma de ver el mundo como caduco… Todo parece conspirar contra cualquier sentimiento que no de apoyo al todos contra todos, al  mal entendido cinismo, al matonismo institucional y personal y al unirse al tren que arrolla a todo el que no tiene las supuestas agallas (o el dinero, si vamos a lo que nos interesa) para subirse a él. Es la otra guerra, la anímica y mediática, que conforma un clima en el que se acaba identificando la ternura o la crítica al todopoderoso dinero sin ningún tipo de atadura humana con la derrota.
Si fuese una sola cosa dentro de la película lo que hiciese hincapié en estos aspectos tristemente cotidianos podría dudarse de sus intenciones, pero la cantidad de referencias al respecto  y la participación de actores de ideología abiertamente progresista acaban conformando un tapiz ideológico demasiado reconocible como para poder obviarlo.

Pero todo lo anterior sería papel mojado, o pura retórica para justificar al espectador adulto que esta es una película que merece un visionado con aplauso final incluído de no ser por todo lo demás: lo que realmente levanta la película es su desbordante  vitalidad apuntalada por un sentido del humor que se niega a dar el brazo a torcer y a venderse al cinismo y lo frívolo a cambio de una sonrisa supuestamente cómplice del público.
Es a partir del momento en el que somos introducidos por Zach Galifianakis, que se suma a una larga lista de apariciones estelares de caras conocidas, interpretando a un mendigo acomodador cuando el show da comienzo. Jack Black (que además de interpretarse a sí mismo como siempre esta vez lo hace bajo su propio nombre) como maestro de ceremonias a la fuerza (ha sido secuestrado por los teleñecos ante su negativa a participar en el espectáculo) es víctima de una versión del Nevermind de Nirvana, sumándola a la gran banda sonora de la película, cantada a capela por los teleñecos. 
Y la desconfianza que ha ido menguando durante el metraje se desintegra ante un entregado espectador. Uno no sabe si es por el masaje con conciencia de serlo que ha sido todo el resto del film, pero cuando la película entra a trapo en la blanca diversión basada en el ingenio del que no tiene más recursos es imposible no reírse como un crío o sumarse a los aplausos del público entregado que ocupa el teatro. Ahí no hay trampa ni cartón, aunque sabemos que todo es falso menos la fe que uno pueda tener en la pura diversión.

El director James Bobin, entrenado en desaparecer detrás de las franquicias en las que ha participado como director de capítulos del programa Ali G de sacha Baron Cohen o la sitcom de humor absurdo Flight of the conchords (la segunda de las cuales no he visto, pero por lo que he oído no es moco de pavo) ni suma ni resta, pero se hace a un lado y echa oficio sobre un film en el que se sabe incapaz de hacer sombra a las auténticas estrellas. Ningún momento resulta remarcable a nivel formal, pero al menos tampoco provoca sensación de dejadez ni de ser un producto teledirigido desde las oficinas de la todopoderosa Disney, nuevo hogar a golpe de talonario de los Teleñecos... que por fortuna también se hace a un lado y toma la decisión más sabia: ¿por qué entrometerse si la única forma de que algo funcione es no hacer cambios?

Los Muppets no es sólo un ejercicio de constante reafirmación de sus componentes en sus papeles, plasmado sobretodo en el arco de ambos personajes principales. Físicamente antitéticos pero idénticos en su inocencia van distanciándose hasta converger en su destino final: la aceptación de uno mismo y de que crecer es según sus palabras "dejar de creer en los demás para empezar a creer en uno mismo", o el del personaje de Animal que abraza su furia (es un decir) rockera encontrando de nuevo su tan anhelado sitio.  
También, y esa junto con lo anterior su mayor baza emocional, una declaración de principios de los que se niegan a claudicar y que demuestran que tener esperanza en la gente y pasarlo bien no es un acto ingenuo o desesperado, sino quizás lo poco que nos queda, el no poner la otra mejilla ante lo Gris. Antes del festival final, mientras duermen en improvisadas hamacas en el destartalado Teatro, los teleñecos intentan mantener a raya el miedo escénico mientras miran el cielo nocturno a través de un boquete que hay en el techo. Fozzie dice estar preocupado por si empieza a llover y acaban empapados, a lo que Gustavo le replica que al menos pueden disfrutar del espectáculo de una noche llena de estrellas. ¿Se puede hablar más claro? No importa. Esta película es una gozada.

Título: The Muppets. Director: James Bobin. Guión: Jason Segel y Nicholas Stoler sobre los personajes creados por Jim Henson. Producción: Walt Disney Studios, Mandeville films y Muppet Studio. Fotografía: Don Burgess.  Música:Christopher Beck. Año: 2011.
Intérpretes: Jason Segel (Gary), Amy Adams (Mary), Chris Cooper (Tex Richman), Rashida Jones (Ejecutiva de cadena de televisión).


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