miércoles, 18 de julio de 2012

LOS DIARIOS DEL RON




La primera vez que Paul Kemp, periodista y aspirante a escritor, y Lotterman,  jefe de redacción del Daily News de San Juan en el que Kemp recién acaba de formar parte, mantienen una conversación en la que el jefe de redacción le espeta al primerizo que a sus periodistas en nómina “les sobra autocomplacencia y les falta compromiso”. Kemp, interpretado por Johnny Depp -también productor y alma mater de la película- es en realidad el alter ego novelado del escritor-periodista Hunter S.Thompson[1], autor de, entre otros, Miedo y asco en Las Vegas, La gran caza del tiburón o Los ángeles del infierno y muy inicialmente en sus intentonas en hacerse un lugar en la historia de las letras norteamericanas de la novela El diario del ron[2].

 A Hunter S.Thompson podría acusársele de autocomplaciente, pero no de faltar en cuanto a compromiso se refiere. También y tampoco respectivamente a Terry Gilliam, director de la magnífica y excesiva adaptación en 1998 de la novela-reportaje más célebre de Thompson Miedo y asco en Las Vegas  y que casualmente como el film que nos ocupa, también tardó un año desde su presentación en sociedad en los EUA antes de estrenarse aquí.
El director de Los diarios del ron, Bruce Robinson, no es Gilliam, ni tampoco Thompson, ni en esta ocasión tampoco el que era cuando dirigió Withnail y yo en 1987, una envenenada y costrosa comedia negra sobre dos jóvenes ingleses que se odian tanto como se necesitan mientras intentan salir a flote de un mar de alcoholismo y que lo acreditaba como competente capitán de barco de la adaptación de la novela de Thompson sobre sus años de juventud en Puerto Rico. Menos pagado de sí mismo pero también menos exigente, sí se adapta bien al encargo del escritor y el actor que lo interpreta. Tanto como Depp/Kemp/Thompson a su enloquecido entorno de Puerto Rico[3], siempre con reservas y cogiendo carrerilla sin llegar nunca a correr la gran carrera que no deja de prometer en todo momento, y todo ello parece deberse sobre todo a algunas diferencias, muy significativas a pesar de lo respetuoso de la adaptación, entre novela y película.

 La casi siempre por naturaleza más anárquica estructura de la narrativa escrita mucho más sugerente sobre la frontalidad propia de lo cinematográfico es probablemente la mayor diferencia entre El diario del ron, el libro y Los diarios del ron, la película. Porque si algo es visible en Los diarios del ron es sin duda la estructura que la sostiene y que la distancia de su modelo literario. Y es sobretodo en un par de cosas donde esa divergencia es  más notable: por un lado, y de forma comprensible, la película parece (y probablemente es, sin paliativos) una elegía al difunto Thompson lo que produce un curioso efecto: Lo que en la novela era puro azar escrito en presente y en primera persona, en la película deviene homenaje y simbolismo hecho con la perspectiva del tiempo que en sus mejores momentos resulta inspirador en su retrato del buen periodismo como un poderoso y necesario contrapoder. La primera persona se disfraza de objetividad pero Kemp es protagonista en todos las escenas, toda la película pasa a través de él. En todos los gestos y decisiones de Kemp puede verse un emergente escritor concienciado con sus filias (el ron y la bebida en general y sus tendencias al exceso) y sus fobias (con un todavía no presidencial Richard Nixon a la cabeza) y con una voz propia que al principio del film aún está buscando a tientas y casi con temor (cosa a la que ayuda la interpretación de Depp que dobla la edad del personaje que interpreta, a medio camino entre lo bufo y lo dramático) pero que hacia el final empieza a tomar una forma cada vez más definida…
Esa decisión, que no sabría decir si es consciente o no pero así se percibe, no es ni buena ni mala, pero convierte al film en un complemento o en un discurso sobre alguien del que, si no se tiene un mínimo de conocimiento puede resultar más o menos satisfactorio aunque algo inocuo, pero a sabiendas de que es un retrato de Thompson, los pasajes que hacen especial hincapié en esa combativa actitud contra los poderosos resultan  a veces demasiado mecánicos en comparación con como se recuerdan de la novela o se atribuirían a alguien que si bien nunca evadió cierto componente épico en su imagen pública, no lo haría en unos parámetros dignos de cualquier manual de guión. También, y en consonancia con lo anterior, resulta curiosa la eliminación o “fusión” de algunos personajes de la novela en su traslación a la película. El más evidente es el de Yeamon, personaje enloquecido y de imprevisible carácter tendente a atajar los problemas por la violencia que comparte redacción y chica con Kemp en las páginas del libro, pero que en el film responde al nombre de Sanderson y al rostro de Aaron Eckhart siendo un especulador que sirve de perfecto némesis al más altruista Paul Kemp, al que intenta llevar a los peores recovecos de la profesión periodística movido por intereses puramente mercantiles. 

 A pesar de todo, la letra de la película tiene sus momentos de gloria, como el monólogo sobre el sueño americano que se marca Lotterman (Richard Jenkins) cuando Kemp empieza a esbozar sus dudas sobre si lo que están haciendo es auténtico periodismo o puro teatro engañabobos o casi todo los diálogos que hacen referencia a la prensa como medio de manipulación narcótico para la conciencia, siendo este uno de los numerosos monólogos sobre el estado de las cosas que algunos personajes recitan cuando se les presenta la oportunidad sin dar la sensación de estar ante una película discursiva. Sin duda alguna ayuda el hecho de tener un grupo de actores, con una mención especial a la composición de Giovanni Ribisi como un iluminado que destila alcohol hasta su estado más químicamente puro, escucha discursos de Hitler en su gramola y echa maldiciones a los miembros de la redacción a los que toma por enemigos íntimos y sobretodo al comparsa de Kemp; el fotografo Sala interpretado entrañablemente por Michael Rispoli. Hay letras y personajes que cobran vida y humanidad con los intérpretes adecuados y sin duda la melodía que acaba quedando en la memoria una vez la película ha concluido les pertenece a ellos.
No por casualidad Robinson es también actor, y sabe sacar de lo bueno lo mejor de un grupo de actores que ya de por sí han demostrado ser capaces de poner el listón alto en ocasiones anteriores, y que juntos dan la proximidad justa a un grupo de locos que se niegan a admitir que su barco hace aguas por todas partes permitiendo juzgarlos en sus miserias (de las que ninguno se libra) pero sobretodo quererlos a pesar de y con ellas.

 En cuanto al apartado audiovisual la película, de imágenes más amables que las sugeridas en el libro, este se muestra competente y capaz de insuflar vitalidad a momentos que rozan lo patético, sobre todo en lo que se refiere a la cotidianidad de los miembros del Daily News y sus vidas en apartamentos destartalados pero que a base de familiarizarnos con ellos se van volviendo progresivamente acogedores. No es así cuando Robinson parece obligado a pagar peaje con una historia de amor con la preciosa Chenault (Amber Heard) que en la novela era pura naturalidad y que en el film deviene cine-fórmula pura y dura, con unos subrayados sonoros que provocan algo de vergüenza ajena. O cuando Kemp empieza a tomar conciencia de la situación de los niños puertorriqueños de pura cepa que malviven como pueden mientras los norteamericanos se pegan la gran vida a su costa. Son momentos dignos del más lacrimógeno anuncio de una ONG al uso (y no digo que no sean necesarios o que su fondo no me parezca de lo más respetable) y que sientan como una patada en el orgullo de una película como la que nos ocupa. Escenas como esa comparten patronal estética con otras que plantean Puerto Rico como un paraíso digno de un anuncio de Martini, tal vez con la intención de provocar el contraste inherente a la convivencia del Puerto Rico de los riquísimos y el de los paupérrimos, pero que igualmente se sustenta en un estereotipo que solo podría haber funcionado si hubiese tenido lugar en uno de los dos lados (el rico, que no deja de ser puro escaparate con una tortuga con la concha llena de diamantes incluida) pero no en ambos.

 Quedan, con todos los peros que un pesado como yo pueda poner, momentos para el recuerdo: la epifanía, que yo recuerde ausente en la novela, mediante una substancia a la que no se pone nombre (uno apostaría por LSD) que tiene lugar después de su consumo delante de una mohosa pecera llena de langostas y que lleva a Kemp a la reflexión de que “el ser humano es el único animal que cree en Dios pero también el único que actúa como si ese Dios no existiera” (una de las pocas hechas en voz alta en una película que afortunadamente no se pasa con la épica) y que lleva a Kemp a posicionarse finalmente de parte de los que no tienen como defenderse si no lo hace alguien por ellos. O la primera demostración, mucho antes en el metraje de la película, de un talento para sacar a relucir las miserias de la clase media-alta americana (o occidental, para el caso) que se iría convirtiendo en norma a medida que la carrera de Thompson se fue afianzando.
Me refiero al punzante momento en el que el periodista describe con un cinismo digno de aplauso a una pareja que ha ido a pasar sus vacaciones fortificados en un hotel de Puerto Rico y que resulta de lo más revelador en cuanto a las capacidades y intenciones de Robinson: ahí demuestra que es capaz de hacer una película con una sombra de la grotesca textura que elevó la añorada adaptación de Miedo y asco en Las Vegas a la categoría de film de culto, cosa que no por casualidad tiene lugar cuando la voz de Thompson que narra las imágenes que vemos también se vuelve más reconocible para sus lectores. Podría equivocarme, pero muy bien podría ser la demostración de que Robinson podría haber hecho la película que la crítica y público que le ha dado la espalda esperaba recibir… pero de lo que abstuvo porque no era el momento. 

A pesar de no poder evitar estar dirigida desde el presente con toda la información que se tiene de Thompson y quien acabó siendo desde su estancia en Puerto Rico, es en ese instante cuando el director enseña sus cartas. Thompson era excesivo pero no tanto por aquel entonces, como tampoco lo es su excelente novela por mucho que así lo haga pensar a aquellos que no la hayan leído y sólo conozcan a Thompson por su cacareada y cierta imagen de incombustible escándalo público. La película se muestra visualmente “discreta” no por incapacidad, sino por pura voluntad acorde con el momento vital del escritor que aún está por adquirir la irreverente agresividad que pondría punto y final a su vida y lo haría tanto o más famoso que sus propios y talentosos escritos. El resultado, ligero (pero lejos del aire algo tontorrón de Where the Buffallo Roam con Bill Murray en el papel de Thompson, que escribió el libreto del film y que tiene más de curiosidad que de buena película) puede verse como un Hunter S. Thompson algo aguado o “de sobremesa”, competente, muy entretenido y hecho con indiscutible cariño por su protagonista y el material adaptado.

Título: The rum diary. Dirección: Bruce Robinson. Guión: Bruce Robinson, adaptando la novela escrita por Hunter S. Thompson. Producción: Christy Dembrowski, Johnny Depp, Tim Headington, Graham King, Robert Kravis y Anthony Rulen para Dark & Stormy Entertainment, FilmEngine, GK Films y Infinitum Nihil. Fotografía: Dariusz Wolski. Diseño de producción: Chris Seagers. Montaje: Carol Littleton. Música: Christopher Young. Año: 2011.
Intérpretes: Johnny Depp (Paul Kemp), Amber Heard (Chenault), Aaron Eckhart (Sanderson), Michael Rispoli (Sala), Giovanni Ribisi (Moburg), Richard Jenkins (Lotterman).



[1] Hunter S.Thompson nació en Louisville, Kentucky, en los EUA, en el año 1937 o 1939, según la fuente consultada, pero por unanimidad “enfadado con el mundo”. Huérfano de padre junto con sus dos hermanos, fue criado por su madre que le inculcó el gusto por la lectura y la inquietud cultural. El joven Thompson pasó de ser un prometedor aspirante de deportista a ser acusado y encerrado un fin de semana por robo, ser un habitual en los bares y al consumo de tabaco, sumado a un problema de columna que le provocaba una ligera cojera y que empeoró con los años. Abortada la posibilidad de triunfar en el mundo de lo físico, Thompson se metió de lleno en su objetivo de ser un gran escritor, primero como periodista y luego estudiando en la Universidad de Columbia en un curso de escritura de cuentos. Numerosas cartas de rechazo y una actitud poco dada a someterse a los dictados de otros mellaron algo su ánimo y se lamió las heridas escribiendo más artículos periodísticos en los que poco a poco iría alzando la voz hasta asentarse en Los ángeles del infierno, artículo publicado en 1965 y base del libro del mismo nombre publicado por Random House en 1966 (y aquí por Anagrama) hasta dar la campanada en  la revista Rolling Stone. Su reportaje por entregas sobre una carrera de motociclismo que tenía lugar en Las Vegas acabó conformado su más célebre trabajo; Miedo y asco en Las Vegas fechado en 1971 y publicado aquí por Anagrama se convirtió en un clásico de la contracultura escrita. La adaptación del libro-reportaje de la mano de Terry Gilliam,  amada y odiada por unos y otros pero memorable para todos, acercó a Thompson a una nueva generación de lectores y hizo posible el film que nos ocupa ahora mismo. En 1970 escribió The Kentucky derby is Decadent and Depraved (El derby de Kentucky es decadente y depravado)  puso los cimientos del Nuevo periodismo capitaneado por Tom Wolfe y en concreto el estilo periodístico “Gonzo” ; mezcla de realidad y ficción, objetividad y subjetividad en la que el periodista es tanto narrador (y por tanto observador subjetivo) de lo que ocurre como protagonista y afectado de la noticia. Volviendo al escritor en los setenta y convertido en un icono de la vida extrema y fuera de la ley de la normalidad, la encorvada figura de Thompson fue adquiriendo los tintes de un personaje mítico del que nunca llegó a descabalgar. Algunos de los que lo conocieron aseguran que la persona de Thompson desapareció engullido por su imagen pública de bomba de relojería a punto de estallar y que fue en parte lo que limitó (sumado a las drogas y los excesos, que pasan factura) la longitud de su obra en sus últimos años de vida pese a que fue siempre muy respetado como analista foráneo a los grandes conglomerados de comunicación de masas. El 20 de febrero de 2005, físicamente deteriorado y dolorido por sus problemas de columna que amenazaban con dejarlo casi inválido y por tanto con serias dificultades para alcanzar la energía que su propia imagen pública le otorgaba y obligaba, Thompson se suicidó disparándose en la cabeza con una de las muchas armas que tenía en su casa, siendo estas una de sus grandes aficiones. Sus cenizas fueron esparcidas según sus deseos: mediante un cañón de 20 metros de altura con un enorme puño cerrado con dos pulgares (símbolo del Gonzo) en su extremo mientras sus amigos y familiares celebraban una fiesta de despedida bajo él. Johnny Depp fue el encargado de llevar a cabo el funeral de Thompson y poner los fondos económicos necesarios para ello. Algunos aseguran que su marcha fue debido a que no podía soportar ver a George Bush Jr. en el poder y vivir en el país del que este era presidente, otros que fue su dificultad para escribir como él quería o también, lo más probable, que alguien así no esperó a que su decadencia física le impidiera poder decidir sobre sí mismo. En cualquier caso,  consiguió alcanzar un final acorde con sus deseos y a la altura de su propia leyenda.
[2] Editado en 1998 (a pesar de llevar escrito desde 1959) en los EUA al ser encontrado un primer manuscrito en el sótano del hogar de Thompson por este y Johnny Depp durante la preparación del film Miedo y asco en Las Vegas, y se publicó por insistencia de este último. La traducción al español llegó a nuestro país de la mano de Anagrama en el año 2002.
[3] Oficialmente Estado libre Asociado de Puerto Rico, territorio no incorporado de los Estados Unidos de América con estatus de autogobierno y situado al noreste del Caribe, a 2000 kilómetros de la costa de Florida y está rodeado por República Dominicana al este y las Islas Vírgenes al oeste. De clima tropical goza además de un variado ecosistema a pesar de su reducido tamaño. Los puertorriqueños son considerados estadounidenses desde 1917 y tiene una constitución propia para el manejo de asuntos internos, a pesar de lo cual sus leyes y decisiones gubernamentales son revocables por el congreso estadounidense mediante una cláusula territorial. A día de hoy y a decir del censo de los Estados Unidos, la mayoría de la población está formada por blancos en un setenta por ciento, un veinte por ciento de población mestiza y un uno por ciento de población afrocaribeña. Las lenguas oficiales son el inglés y el español, siendo esta última de uso más habitual.


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