viernes, 31 de octubre de 2014

A MEDIANOCHE ME LLEVARÉ TU ALMA



“¿Qué es la vida? Es el principio de la muerte. ¿Y qué es la muerte? Es el final de la vida. ¿Qué es la existencia? Es la continuidad de la sangre. ¿Y qué es la sangre? ¡Es la razón de la existencia!” Inmóvil y con los ojos clavados en los del público, Zé do Caixão[1] se presenta ante el espectador como maestro de ceremonias de A medianoche me llevaré tu alma entonando esta paradójicamente apasionada proclama nihilista. Vida y muerte, principio y final, igualados por un único elemento y un solo acto capaz de provocarlo: la sangre como continuidad por nacimiento y la sangre como asesinato y... como vida. Rimbombantes sentencias que invocan una serie de imágenes con los más violentos crímenes encadenados los unos a los otros bajo los títulos de crédito, sobreimpresos sobre los rostros retorcidos por el terror y el sufrimiento de las víctimas de Ze do Caixão, protagonista de esta película tanto dirigida como protagonizada, con unas dosis de enloquecido narcisismo dignas de mención, por José Mojica Marins[2]. Porque Zé, de profesión sepulturero, bebedor, misógino, y sádico asesino en sus horas libres, es un vividor que marca sus pasos al tétrico compás de una malsana y desaforada visión del mundo en la que la destrucción ocupa un lugar capital. Un hombre de carcajada fácil y aspecto amenazador, siempre cubierto bajo su capa negra y tocado por un sombrero de copa de idéntico color pardo, que se burla de los supersticiosos e intercambiables lugareños con los que comparte taberna mientras los  obliga a beber y comer carne pese a que su religión les prohíbe hacerlo, roba a los transeúntes, humilla a las mujeres y se burla de Dios y el Diablo durante la católica festividad del Día de los Fieles Difuntos, celebrado en el siniestro y oscurantista Brasil[3] que enmarca las sádicas correrías de Zé do Caixão en esta A medianoche me llevaré tu alma. Un país construido sobre mansas reverencias hacia los fallecidos y sus buenas costumbres convertidas en ineludibles normas de conducta para los vivos, que bajo la óptica de Marins tejen un asfixiante, barato y horripilante, teatral telón de grand-gignol gobernado por una anciana de risa diabólica que aconseja al público de A medianoche me llevaré tu alma que despegue los ojos de la pantalla, que huya de su perniciosa influencia antes de que suene la doceava campanada que anuncia la medianoche, cuando será imposible regresar a la abúlica placidez de nuestro mundo tal y como lo conocemos… Definitiva campanada que, por supuesto, brotará de la desquiciante banda sonora de la película provocando las carcajadas de la vieja hechicera, poniendo en duda lo presuntamente bondadoso de sus intenciones. Pero, vistos en perspectiva, ambos monólogos, tanto el entonado por do Caixão como el de la vieja bruja, no sólo son  antagónicos en su tono -siendo de una seriedad afortunadamente bajo control en el caso de el de él y repleto de divertidos lugares comunes en el de ella- sino que dotan al film de una ambivalencia no siempre bien llevada que pronto se revela como una muy irregular piedra angular del desarrollo argumental y, sobretodo, tonal de A medianoche me llevaré tu alma.

Porque pese a que la historia de una pequeña localidad brasilera sin nombre asediada por un criminal pueda parecer, a día de hoy, considerablemente trillada en su plasmación de un Orden social amenazado por un ser capaz de destruirlo, A medianoche me llevaré tu alma se sitúa en las antípodas morales no ya de lo tibiamente convencional, sino de lo mínimamente constructivo. Más allá del desaforado y alegre sadismo del que hace gala el enterrador homicida, que no en vano se erige como único e indiscutible protagonista de la función, el retrato de la sociedad brasilera dibujado con cuatro trazos por Marins resulta desolador. Hombres acobardados, mujeres sumisas, y autoridades morales y policiales incompetentes conforman un esclarecedor fresco social en el que el absoluto desprecio que do Caixão siente por su congéneres no sólo encuentra su razón de ser, sino que se ve constantemente justificado. Casi siempre reunidos en planos amplios que los muestran como una turba de intercambiables ignorantes, temerosos de pecados propios y ajenos, los aledaños que moran desapasionadamente por el oscuro Brasil de A medianoche me llevaré tu alma son mostrados por Marins con una desgana que podría ser casual visto lo desmañado del  conjunto de la película, pero que deviene claramente intencional al ser situada junto a un Zé do Caixão, única figura humana de muchos de los planos en los que aparece mostrado así como un ser diferente a los demás, que no sólo se burla despectivamente de la visión del mundo de sus pocos  amigos y algo más numerosos conocidos sino que, como se decía algo más arriba, parece tener todos los motivos para hacerlo. Ya sea devorando una pata de cordero mientras contempla burlón como el resto de los habitantes del pueblo se congregan en ayunas para sumarse a la procesión que circula bajo la ventana del sepulturero, tenuemente iluminada por las velas de los abnegados hombres y mujeres temerosos de Dios en una extraña (por bonita) imagen, o riéndose de los símbolos religiosos que se encuentran desperdigados en el taller en el que vive con su esposa Lenita (Valéria Vasquez), do Caixão se postula como un orgullosísimo pecador en un mundo vitalmente apolillado bajo una estricta moral religiosa que ha convertido a sus fieles en borregos. Esta tesis, por lo general bien planteada a través de las imágenes de A medianoche me llevaré tu alma, se refuta definitivamente durante una charla que do Caixão mantiene con su mejor y único amigo Antonio (Nivaldo Lima) en la que el sepulturero se jacta condescendientemente de ser una criatura intelectualmente superior al resto de lugareños a los que desprecia como una pandilla de asustadizos. Pero esta escena, gratuita por ser poco más que un subrayado a lo ya deducible de las imágenes de la película, plantea sin ambages un universo en el que Zé do Caixão se erige no tanto como un malvado homicida que no duda en asesinar a su mejor amigo entre carcajadas para después violar a Terezinha (Magda Mei), la novia de este, sino como un rebelde contra todo orden moral o social establecido. Y, más concretamente dado la religiosidad de los habitantes del pueblo en el que tiene lugar A medianoche me llevaré tu alma, un rebelde dotado de una aureola diabólica que paradójicamente no le impide jactarse de no creer en Dios ni en el Diablo. Porque a pesar de sus engoladas palabras, el sepulturero hace gala de una serie de cualidades que le confieren unos pocos pero muy relevantes rasgos, resaltados por Marins gracias a unos llamativos planos detalle dentro de una planificación algo atonal, que lo dibujan como un ser casi sobrenatural, por inhumano. Su tremenda fuerza o su aspecto comparativamente pintoresco respecto al resto de personajes de A medianoche me llevaré tu alma pueden ser vistos como peajes genéricos formales, necesarios para pergeñar (o intentarlo) la atmósfera gótica que se diría es deseada por Marins, pero la recurrente imagen de los ojos de do Caixão llenándose de venas como prólogo a sus furiosos ataques resultan tan narrativamente gratuitos que resultan ineludibles como parte del retrato del protagonista de una película en la que todos los elementos escénicos, sonoros e interpretativos, parecen sumarse para convertir al sepulturero en una encarnación embelesada y brutal del Mal, que tiene en el asesinato el mayor, y por tanto más valioso, crimen imaginable.

Una aparente contradicción, la que convierte a do Caixão en un ser de maldad satánica (por religiosa y, más concretamente, católica) que reniega de todo orden sacro que pueda regir la existencia humana, bien apoyada por la estrategia formal, que no resolución definitiva, de la que hace gala Marins en A medianoche me llevaré tu alma. Un punto medio, formado por dos vertientes interdependientes, en el que confluirían una visión del mundo trascendental, que en A medianoche me llevaré tu alma tendría una orientación claramente religiosa, con otra más física e inmediata, como los crímenes de do Caixão así como su cruenta visión del mundo. Del mismo modo, la mentada equivalencia entre la vida y la muerte para do Caixão encontraría su reflejo formal en un Brasil mortuorio en el que los vivos actúan como si ya estuviesen muertos y el sepulturero, por su capacidad para asimilar ambos aspectos de la existencia, tuviese una privilegiada visión global que, en consecuencia, gobernaría toda la película… Pero, visto el resultado final de A medianoche me llevaré tu alma, el saldo dejado por el film de Marins se encuentra en las antípodas de sus prometedoras premisas. Más bien al contrario: parecería que al monólogo inicial, apuntado al principio de este texto y planteado como declaración de principios para el espectador de A medianoche me llevaré tu alma, Marins opone una construcción fílmica planteada según los cánones propios del más etereo y atmosférico cine de horror… sin conseguir crear dicha atmósfera pese a lo voluntarioso de sus intenciones. Seguramente por ello, la aparición de la vieja bruja como un personaje más dentro de la narración del film, tras haber sido planteada como demiurga[4] al principio de la película a través del monólogo comentado en el primer párrafo de esta entrada, puede parecer inicialmente curioso, pero posteriormente, y convertida en clara y única antagonista de do Caixão, se revela como síntoma de una estrategia narrativa algo estereotipada que, en su rematada pobreza, diluye un tanto la pegada de la película. Y nada de ello tiene que ver con el hecho de que el envoltorio formal del film parezca pertenecer por derecho audiovisual a la parcela más juguetona del género de la que la figura de la bruja deviene tanto un estandarte como guía moral. Marins no es ni el primero ni será el último realizador cinematográfico que haciendo mejor o peor uso de determinadas convenciones genéricas desarrolla una visión determinada y personal del mundo y la vida, pero el deplorable desarrollo argumental de A medianoche me llevaré tu alma, que se diluye entre crueles asesinatos que ponen seriamente en peligro la credibilidad de que alguien como Zé do Caixão tenga una mínima vida social de largo recorrido y la necesidad del protagonista de engendrar una prole de hombres que como él sean capaces de someter al resto de la humanidad y que sustentan una de las escenas más bochornosas de la película en la que do Caixao reprende a un padre por insultar a su hijo, son algunos de los muchos elementos que, a base de errores de planteamiento y, muy especialmente,  una plasmación formal alarmantemente pobre, sumergen el film en una algo aburrida rutina. Aunque quede en él, y por fortuna, el espacio necesario para construir un esquemático pero enérgico retrato del auge y caída de un hombre que lucha, puede que sin saberlo, contra una serie de fuerzas que han convertido a la humanidad en una especie dócil e infantilmente asustada. El pobre goticismo de regusto moral sobre el que Marins parece querer construir su película, no sólo choca así con la naturaleza de un protagonista  brutalmente inmoral, sino que hace de él un ser inconscientemente maldito que, según los cánones de una determinada visión del cine de horror, acaba recibiendo su justo castigo por unos excesos ante los que Marins se muestra, menos mal, algo ambivalente. La reprimenda de ultratumba, que no es mostrada en el film gracias a un afortunado uso de la elipsis que concede un mínimo beneficio de la duda, sugiere un ideal de justicia moral que sólo encuentra un mínimo apoyo en la estructura argumental de A medianoche me llevaré tu alma, siendo por lo demás traicionada por el deliberado entusiasmo con el que Marins se ensaña en todos aquellos que se interponen en el camino de su rebelde y malvada criatura que, para más inri y como se argumenta algo más arriba, son mostrados como pobres diablos sin oficio ni beneficio. Un desquiciante uso de la banda sonora durante las escenas de los asesinatos, la desaforada brutalidad de los crímenes perpetrados por do Caixão incluyendo tarántulas, ahogamientos en bañeras llenas de agua o botellas rotas, son mostrados detallistamente por Marins a base de planos de cuencas de ojos vaciadas, carne machacada a bofetones, o mutilada a cuchilladas… efectistas pero también efectivos recursos esgrimidos por el realizador de A medianoche me llevaré tu alma con la nada disimulada intención de agredir la sensibilidad del espectador. Pero la suma de todos ellos, a los que habría que añadir un reverente agradecimiento por parte de do Caixão hacia sus víctimas por presenciar el fin de sus vidas y reafirmarlo así en su visión de las cosas, acaban por dotar estas violentísimas escenas de una cierta aureola de ritual pagana alrededor de la pura maldad como objeto de adoración que, lenta pero nada disimuladamente, se desparrama por todo el metraje del film de la mano de un protagonista que si bien parece encontrarse ante un mundo y una moral con los que contrastarse, ni mucho menos encuentra en ninguno de ellos un rival a la  altura de su brutal estilo de vida.

Y eso es, muy probablemente, debido a que del mismo modo que lo grandgignolesco que late bajo las imágenes de A medianoche me llevaré tu alma consiguen aportar un grado de sadismo imprescindible para que la visión de do Caixão no se evapore por completo ante las ansias góticas de Marins, la plasmación formal de todos los elementos argumentales del film resultan, como se apuntaba algo más arriba, mucho más interesantes desde un punto de vista teórico que una vez vistos en pantalla. La evidente pobreza de medios de producción de A medianoche me llevaré tu alma no es óbice para que prácticamente todo el elenco actoral lleve a cabo un trabajo interpretativo a todas luces lamentable, siendo sólo destacable un desatado José Mojica Marins quien, quizás por ejercer también de director y guionista, parece haber sido convincentemente poseído por la violenta megalomanía de su personaje. Pero en un suma y sigue que va anegando las posibilidades del conjunto, hay que añadir una puesta en escena considerablemente pobre, incapaz de disimular una planificación con lo raquítico como norma, una dirección de actores descaradamente descuidada, y unos efectos especiales risibles que prácticamente abocan A medianoche me llevaré tu alma a lo psicotrónico... y lo que es peor, a lo moderadamente aburrido. No hay tensión en esta película, pese a que esporádicamente se dan algunos instantes dotados de una rara poética macabra que emerge de un conjunto gobernado por una brutalidad que traspasa el contenido del film a su continente, la forma en la que narra lo que en él ocurre. Y eso que lo básico de su envoltorio formal[5], que no resultaría ni mucho menos molesto de no ser porque su pobreza provoca una distancia fatal desde la película hacia el espectador, degenera en un primitivismo que, sin embargo y como se comentaba algo más arriba, no está exento de algunos momentos excelentes ceñidos casi exclusivamente al ámbito de la visión que Zé do Caixão tiene de la vida y de la muerte. Instantes tan apabullantes como el que muestra al sepulturero reclamando a los muertos que yacen en uno de los camposantos en los que do Caixão se gana el pan esporádicamente a costa de sus víctimas, que resuciten para castigarlo por sus pecados en una escena en la que Marins muestra a un personaje situado no sólo en lo alto de una colina, sino en la cumbre de la vida como única forma de pletórica existencia, muestra por fin como las suculentas posibilidades teóricas de la película pueden llegar a cuajar en una fascinante traslación a la pantalla. Algo más adelante, y en un momento muy similar en la que discurso se refiere, Marins muestra y encarna a do Caixão desafiando unas voces que parecen amenazarlo desde el más allá pero que en realidad sólo son ruidos provocados por el viento de tormenta que amenaza el pueblo en el que tiene lugar A medianoche me llevaré tu alma. Revolcándose por el suelo, extasiado ante el descubrimiento que lo ratifica como ser libre de las consecuencias de sus actos al no existir ni Dios ni, por lo tanto, justicia divina capaz de hacerle pagar por sus crímenes, do Caixão vuelve a burlarse de todo y todos aquellos que han osado intentar asustarlo, en una escena que como se decía algo más arriba, contiene un fondo muy similar a la que tiene lugar en el cementerio, pero que como aquella desprende una tétrica energía tan oscura como fascinante, por furiosamente liberada de todo tipo de ataduras morales, puesta en imágenes con una frontalidad y falta de florituras que le van como anillo al dedo a la descarnada visión del mundo de Zé do Caixão.

Visto así, este exultante canto a la vida entendida como una fuerza imparablemente destructiva sólo regida por la voluntad de su único amo y señor, es tanto un soberano corte de mangas a una visión del mundo que, según A medianoche me llevaré vuestra alma, quizás sea menos peligrosa pero a buen seguro sí más oscurantista y patética como, de forma indivisible, un exploit cinematográfico de tomo y lomo por fortuna lo bastante desequilibrado como para esquivar el irrefutable moralismo que late en su interior. Emulando a un  sacerdote que señala un acto lascivo con dedo acusador mientras se le abulta la entrepierna de la sotana y creando un universo fílmico en el que la maldad de su criatura no sólo provoca un rechazo equiparable a lo diabólico de sus acciones, sino que se saborea como libertaria, Marins oficia una fiesta cinematográfica tan pobre en recursos cinematográficos como contagiosamente voluntariosa en su fascinación por lo impío como superior fuente vital e intelectual. Así, y a partir de esta paradójicamente moralista celebración del Mal, Marins se apodera del  film tanto bajo la forma del ultraviolento Zé do Caixão como en la aleccionadora vieja bruja que, como vencedora demiurga de A medianoche me llevaré tu alma, pone el marco gótico en el que tiene lugar el auge y caída del bárbaro sepulturero con una advertencia que en algunos momentos, sobretodo en aquellos en los que el filme se desliza sobre una convencionalidad que le viene pequeña, deviene casi visionaria: “¡Aún hay tiempo! ¡No veáis esta película! Para añadir, doce campanadas después que no han logrado espantar el interés despertado por Zé do Caixão: “Demasiado tarde… ¿Queréis mostrar una valentía que no existe?¿Queréis sufrir? ¡Ved entonces A media noche me llevaré tu alma!”.

Título: À Meia-Noite levarei sua Alma. Dirección y guión: José Mojica Marins. Producción: Arildo Iruam, Geraldo Martins Simões y Ilídio Martins Simões. Dirección de fotografía: Giorgio Attili. Montaje: Luiz Elias. Música: Salatiel Coehlo y Herminio Giménez. Año: 1964.
Intérpretes: José Mojica Marins (Zé do Caixão), Magda Mei (Terezinha), Nivaldo Lima (Antônio), Valéria Vasquez (Lenita), Ilídio Martins Simões (Doctor Rodolfo).


[1]Pequeña celebridad del cine de horror, especialmente famoso en su Brasil natal, Zé do Caixão (literalmente Zé el del cajón, debido a su profesión de sepulturero) nació la noche del 11 de octubre de 1963, tras una pesadilla de su creador y futuro intérprete en la pantalla José Mojica Marins en la que soñó que transportaba su propio ataúd. Algo más adelante, el propio Marins le proporcionaría a do Caixão un pasado en el que se le otorgaba un nombre, Josefel Zanatas -ya que fel significa amargo en portugués y Zanatas leído a la inversa resulta casi idéntico a Satanás- que raramente sería escuchado en las películas en las que aparecería. Hijo de padres propietarios de una red de empresas funerarias, do Caixão fue un alumno brillante cuyos únicos amigos de infancia fueron sus libros y una niña llamada Sara de la que, ya en edad adulta, se enamoró. Siendo correspondido en su amor por la joven, Josefel le propuso matrimonio, pero la muerte de sus padres y abuelos en un accidente aéreo lleva a la pareja a guardar luto por los difuntos y aplazar el matrimonio. En 1943, y sin haberse desposado todavía, Josefel se alista en la Força Expedicionária Brasileira para combatir en la Segunda Guerra Mundial, prometiendo a su amada Sara que celebrarán su matrimonio a su regreso. Pero el destino juega una mala pasada a la pareja, y cuando la correspondencia entre Josefel, en el frente italiano, y Sara, que sigue cuidando de la empresa funeraria que han heredado, se interrumpió, la joven creyó que el que iba a ser su marido murió en el frente. Un año más tarde, Sara contrajo matrimonio con un joven pretendiente mientras, ajeno a todo, Josefel combatía en el frente hasta el final de la contienda, en 1945. Ese mismo año, el joven regresa a casó, para encontrarse con la ciudad desierta y su casa cerrada a cal y canto. Espantado por la suerte de la que iba a ser su esposa, Josefel preguntó a un transeúnte por ella y los demás habitantes del lugar, recibiendo por respuesta que están celebrando una fiesta popular en el centro de la ciudad. Al llegar allí, Josefel vio a Sara sentada encima de su marido, y en un ataque de celosa locura desenfundó su arma disparando sobre ellos y matándolos en el acto. En el juicio por doble asesinato, los jueces consideraron que Josefel estaba traumatizado por la guerra y, por considerarse que no era responsable de sus actos, fue puesto en libertad. Amargado y sin otro sentimiento en su interior que no fuese un creciente rencor hacia todo y todos los que lo rodeaban, Josefel se volvió huraño y, más tarde, agresivo. Atacaba a sus vecinos, despreciaba a todos los que se cruzaban por su camino y, debido a su profesión y violenta conducta, se ganó el apodo de Zé do Caixão entre los habitantes de una ciudad que desde ese momento comenzó a vivir bajo el terror. Rechazando toda creencia u otra justicia que no fuese la impartida por él mismo, do Caixão empezó a buscar una compañera a la altura de su intelecto para así gestar una estirpe de hombres que, como él, serían superiores al resto de la humanidad… y todo aquel que se interpusiese en su camino sería perseguido y asesinado. Esta melodramática deriva del personaje, por fortuna ausente al menos en A medianoche me llevaré tu alma, su primera aparición cinematográfica, hacen harto confusos los motivos por los que do Caixão es aceptado en su pueblo con la aberrante normalidad con la que lo hace en el film de Marins, pero el gran calado del personaje en la sociedad y cultura popular brasilera empujó al director a darle un pasado a su criatura. Un personaje que fue interpretado por el propio Marins debido a que no encontraba ningún actor capaz de encarnarlo con la intensidad necesaria, y cuyo aspecto coincidía considerablemente con el del director. Su poblada barba ya llevaba largo tiempo en la cara de Marins (según parece, debido a una promesa que le impedía afeitársela), pero su capa y largas uñas aparecieron como homenaje al más mítico todavía personaje de Drácula, creado por el escritor Bram Stoker y, más concretamente, dos de sus adaptaciones cinematográficas: la apócrifa Nosferatu, dirigida por F.W. Murnau en 1922 y el Drácula adaptado por Tod Browning en 1931 con Bela Lugosi como protagonista. Y no crean que las uñas de las que hace gala Marins son prótesis adheridas a sus dedos: son, efectivamente, sus propias uñas, que jamás se corta durante la preproducción de sus películas con Zé do Caixão para que así adopten las angustiosas proporciones que pueden verse en pantalla. Curiosamente, y pese a la popularidad del personaje, sus filmes han logrado una mayor distribución en Europa o Estados Unidos que en su Brasil natal, donde do Caixão logró hacerse un hueco en la televisión presentando un programa llamado Cine Trash, en antena durante la década de los noventa, y actualmente como entrevistador en O Estranho Mundo de Zé do Caixão, para Canal Brasil… Más allá del medio televisivo, cuyas apariciones, como tónica general, por un tono autoparódico aceptado por Marins debido a sus numerosos problemas económicos, la influencia del personaje ha permitido a do Caixão escribir algún prologo para libros relacionados con el cine de horror, además de inspirar algunas letras y títulos de canciones rock en Brasil o, probablemente, al mismísimo Freddy Krueger.

[2]José Mojica Marins nació, como no podía ser de otra manera, un día 13. El del mes de marzo de 1936, en el que Marins llegó al mundo y, más en particular, al seno de una familia de padre y madre antiguos artistas de circo que vivían en una hacienda propiedad de la fábrica de cigarrillos Caruso en Vila Mariana,  São Paulo. Tras trasladarse a Vila Anastácio, los Marins pasaron a sobrevivir gracias al sueldo del padre del futuro creador e intérprete de Zé do Caixão como gerente de un cine del lugar en cuya sala de proyección el que el pequeño de la familia pasaba las horas que no invertía en la lectura, su otra pasión. A los 12 años de edad, Marins se hizo con una cámara V-8, con la que empezó a filmar sin parar, decidiendo ya entonces que encaminaría sus pasos hacia la realización cinematográfica. Dando muestras de una sorprendente precocidad, Marins organizaba pases de sus películas en pequeñas ciudades próximas a la suya, pagando todos los costes de su bolsillo (o del de sus padres) y cubriendo costes de producción con los pingües beneficios que le reportaron estos pequeños pero decisivos estrenos. Sin haber pisado jamás una escuela de cine, Marins fundó una de interpretación cuando contaba con escasos 17 años de edad, a través de la cual empezó a congregar una pequeña y muy joven legión de seguidores con los que poco después fundaría la productora Companhia Cinematográfica Atlas, especializada en cine de terror en su vertiente más brutal y sanguinolenta. Con la ayuda y el apoyo de sus nuevos compañeros, Marins empezó a cotejar la posibilidad de llevar a cabo su primera incursión en el mundo del largometraje, Sentença de Deus, que nunca fue terminado. Fue en 1958 con el western titulado A Sina do Aventureiro cuando Marins empezaría oficialmente su carrera como director al mando de un proyecto que se mantuvo en cartel durante un largo tiempo gracias a una astuta estratagema de Marins: pagar a todos los actores de su escuela interpretativa para inundar las salas y así provocar la impresión de que el film era un éxito absoluto que, pese a todo, fue rechazado por algunos por su violencia. Con la brecha abierta, y deseando ampliar el público potencial de sus películas más allá de sus remunerados amigos y conocidos, Marins se embarcó en la dirección del drama Meu Destino em Tuas Mãos, que contó con la colaboración del niño cantante Franquito, que sazonaba con sus canciones una película alrededor de un grupo de niños hartos del desprecio de sus familias que huían de sus casas en busca de una vida mejor. Marins escribió tres canciones de las cantadas por el pequeño Franquito, que con los beneficios amasados por sus dos primeros discos, produjo gran parte de un film que gustó a muchos de los que lo vieron… aunque estos  fueran tan pocos que no lograron salvar el sonoro fracaso comercial con el que se saldó el estreno del film. Poco después, y tras el proceso creativo explicado en la nota al pie anterior, Marins creó su criatura más célebre, Zé do Caixão, que apareció por primera vez en pantalla en la película que ocupa esta entrada, fechada en 1964. Y tras la exitosa A medianoche me llevaré tu alma, que sin embargo recibió un considerable varapalo por part de la crítica especializada, Marins explotaría su propio filón con nuevas aventuras del inmoral do Caixão. Su siguiente film, que respondía al contundente título de Esta noche poseeré tu cadáver, se estrnó en 1967 con un nuevo éxito de taquilla que reafirmó a Marins en un género, el del terror, en el que pudo poner en imágenes una de sus más pesimistas máximas: que no hay vida sin maldad. Así, un año más tarde Marins se aliaría con Ozualdo Ribeiro Candeias y Luís Sérgio Person para co-dirigir Trilogía de terror, película dividida en tres episodios que dibujaría en el horizonte el siguiente proyecto del realizador, de nuevo en solitario y aprovechando el gancho de su más famosa creación. Un personaje que en El extraño mundo de Zé do Caixão ejercería como algo cansino, por pedante, maestro de ceremonias de tres nuevos capítulos con el sadismo y un algo desencajado sentido del humor como tónica. Un año después, en 1970, llegaría El despertar de la bestia, también conocida como El ritual de los sádicos y de nuevo con la presencia del sepulturero asesino, que sin embargo desaparecería del siguiente trabajo de Marins: Finis Hominis, estrenada en 1971 y protagonizada por el propio director en la piel de un hombre ¡capaz de obrar milagros! 1972 sería el año en el que Marins, tras rodar la oscura Sexo e sangue na trilha do tesouro, regresaría al género del western con el que dio comienzo su carrera en las salas cinematográficas. D’Gajão mata para vingar, protagonizado por Walter Portela, dio un pequeño respiro interpretativo al director, que en ese mismo año rodaría además Quando os deuses adormecen. A pesar de esta corta tregua, do Caixão volvería a las andadas en su siguiente Exorcismo negro, en 1974, ya como celebridad trash para los aficionados al género. A partir de ahí el nombre de Marins se pierde en un interminable listado de películas filmadas con una frecuencia propia de un hiperactivo tras la cámara: suyas serían, al menos oficialmente, Inferno carnal (1977), A Mulher que Poe a Pomba no Ar (1978), la contundentemente titulada Delirios de un anormal (1978), Estupro (1979), Mundo-mercado do Sexo (1979), A Praga (1980), A Encarnaçao do Demonio (1981), A Quinta Dimensao do Sexo (1984), 24 horas de Sexo Explícito (1985), Dr. Frank na Clínica das Taras (1987), una presumible secuela llamada 48 horas de Sexo Alucinante (1987), el documental Demonios e Maravilhas (1987), y tras un largo parón de una década, dos incursiones en el mercado videográfico primero con A Guilhotina do Terror del año 1997 y siete años más tarde, en 2004, Necrophagia: Nightmare Scenerios, los nuevos Encarnaçao do Demonio (2008) y A praga (2011), y su participación en la película episódica The Profane exhibit el pasado año 2013 … Una incansable y prolífica carrera a la que hay que sumar otros títulos filmados -quién sabe por qué- bajo el seudónimo de J. Avelar como A Virgem o Machao de 1974 o Como Consolar Viúvas en 1976… Muchas de ellas comedias picantes que en cualquier caso no lograron oscurecer el creciente culto al hombre que creó y encarnó uno de los personajes más míticos de la cinematografía brasilera.

[3]Celebración católica propia de los países hispanos que tiene lugar el día 2 de noviembre. Ese día se celebran misas, todas ellas de Réquiem, con la intención de que el rezo pueda llevar a las almas que moran atrapadas en el purgatorio por no estar limpias de pecados veniales o no haber expiado sus malas acciones, a alcanzar la beatitud. Como parte de la tradición, se asiste al cementerio para rezar por las almas de los fallecidos así como la creación de altares de muertos, consistentes en adornos florales que comparten espacio con fotos y objetos de los difuntos. Esta conmemoración de todos los Fieles Difuntos se debe a San Odilón, cuarto abad del monasterio benedictino de Cluny, quien la instituyó en 998 y mandó celebrarla el 2 de noviembre. La influencia de su Congregación extendió su uso por todo la cultura cristiana. En España, en Portugal y en América del Sur, Benedicto XIV concedió celebrar tres misas el 2 de noviembre y Benedicto XV autorizó lo mismo años después, ya a todos los sacerdotes del mundo católico.

[4]Un recurso probablemente heredado de los cómics de terror Creepy, en los que un ser de cualidades sobrenaturales, ajeno a la narración que estaba a punto de comenzar, introducía tanto el tono como, muchas veces, la moraleja final de unas historias muy disfrutables por lo divertidamente tremebundo de sus crímenes y situaciones, a cual más grotesca. Además, podría verse en A medianoche me llevaré tu alma una premonición de una figura, la del psycho-killer que aún tardaría unos años en codificarse, especialmente a partir de la seminal La noche de Halloween (comentada en este blog hace exactamente dos años), estrenada en 1978 y cuyo éxito propició una serie de imitaciones que a su vez reportaron los beneficios necesarios para asentar la figura del asesino en serie como protagonista de una ingente cantidad de películas considerablemente rentables. Pero, en el caso de Zé do Caixão, habría que acudir a los textos de escritores como Alyester Crowley o Friederich Neitzsche para encontrar las raíces de un personaje físicamente inspirado en Drácula, pero de aliento muy similar al del superhombre nietzscheano.

[5]Probablemente uno de los motivos por los que Marins encarnó a Zé do Caixão sin poner, hasta Encarnaçao do Demonio, su voz. A excepción de esta última película, todas las apariciones del realizador bajo la piel del malvado sepulturero fueron dobladas, siendo esta práctica una muy habitual en la cinematografía brasilera generalmente causada por las dificultades para grabar en escenarios naturales con un mínimo de nitidez. Así, el Zé do Caixão de A medianoche me llevaré tu alma, Esta noche poseeré tu cadáver y El extraño mundo de Zé do Caixão tenía la voz de Laercio Laurelli, mientras que en O Ritual dos Sádicos, Finis Hominis, Quando os Deuses Adormecem era de Araken Saldanha, y en Exorcismo negro y Delirios de un anormal corría a cargo de Joao Paulo Ramalho.

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